Wednesday, August 25, 2021

SOBRE GUSTOS




Como tantas otras veces a lo largo de mi vida, ando a vueltas con las enseñanzas de Umberto Eco. Me pregunto, en vísperas del regreso a la escuela, cómo hacer entender a mis alumnos el valor de la obra de arte, aunque solo sea para aclarar mis propias ideas al respecto. 


"Sobre gustos no hay nada escrito", se dice a menudo con intención de esquivar el debate y deslegitimar a cualquier autoridad dispuesta a establecer criterios de distinción entre lo estimable y lo insignificante. De entrada es una falsedad, pues de nada se ha escrito tanto como sobre los gustos. Además niega la evidencia de que en materia estética hay argumentaciones consistentes y argumentaciones simplistas, de igual manera que no valen lo mismo una percepción formada que otra pueril y zafia. Para que me entiendan: la innegociable subjetividad de mis gustos -hacia los que como todo hijo de vecino exijo respeto- no debe impedirles sonreírse a mi costa si un día les digo que prefiero las novelas de Corín Tellado a las de Cervantes o reclamo para las tortugas Ninja el lugar reservado a las obras de Bernini en la Galería Borghese. 



Puedo ofrecer ejemplos menos extremos. A mí, por ejemplo, se me antoja que El Código Da Vinci, además de un astuto producto comercial, es una mala novela. Tampoco valoro como otra cosa que un divertimento ligero las novelas de Arturo Pérez Reverte, opinión que extiendo a las de Santiago Posteguillo, Dolores Redondo o Megan Maxwell. No nombro a estos autores por casualidad, figuran en las estadísticas de novelistas más vendidos, desconozco si con méritos comparables a los de Terenci Moix o Antonio Gala, dos intelectuales admirables pero también dos novelistas perfectamente prescindibles y que fueron leídos por multitudes a finales del siglo pasado. Iba a hablar de "La sombra del viento", pero lo dejo de momento, que algunos se me enfadan.


Les nombré al inicio a Umberto Eco, quien dedicó páginas muy brillantes al análisis de "Los misterios de París", obra hoy olvidada, pero que en su momento alcanzó tal popularidad, que se dice en Francia que ancianos y enfermos dilataban el momento del óbito para saber cómo acababa la novela. Con "Los misterios...", afirma Eco que Eugene Sue funda la llamada "literatura de masas". Poca broma respecto a la influencia del personaje, a quien por cierto Eco responsabiliza de haber activado los escritos de Marx y Engels, quienes por cierto consideraban el socialismo de Sue como altamente tóxico para el futuro de la revolución proletaria. No la he leído, y no lo voy a hacer. Creo que es mala y que emplearé mejor mi tiempo en otros menesteres. Eco explica las condiciones de posibilidad del éxito masivo de dicha novela y de otras obras similares, comparando su condición de "relatos de consolación" con lo que él mismo llama "novela problemática", que encuentra por ejemplo en Balzac. 



Permítanme trasladarme al universo cinematográfico. Hace muchos años, siendo casi adolescentes, un chaval llamado Valen nos sorprendió declarando su amor al cine norteamericano, oponiéndolo al cine europeo desde el esquema del cine-espectáculo frente al cine de autor. "Lo que pido a una película", decía, " es que me divierta; yo no necesito películas con mensaje". Hablaba de la intelectualidad europea -"rojos de café"-  como una presunción  de "reserva espiritual de Occidente" y se refería a Spielberg como un genio. Por el contrario, presentaba a Herzog, Godard y otros muy apreciados por la "intelligentsia" europea como unos majaderos que solo sabían aburrir al personal y que sobrevivían gracias a subvenciones porque solo unos cuantos esnobs acudían a ver sus películas en las salas de arte y ensayo. 


El planteamiento era sugerente, pero simplista y fácilmente desmontable. Hablando de "mensajes", nada contiene tanta ideología y suministra más valores que el cine de masas... No hay más que analizar por encima una película de la Disney, la saga de Star Wars, que aquel amigo adoraba, o cualquier western convencional. No hay relatos ideológicamente neutros, y los que pretenden divertir emiten  a menudo más doctrina que cualesquiera otros. De otro lado, la dualidad entre cine europeo y americano, pese a que pueda tener sentido, no debe plantearse en términos tan básicos. Tan norteamericanos son "Los diez mandamientos", "Escuela de sirenas", "Lo que el viento se llevó" o "ET" como las pelis de Charles Chaplin, Woody Allen o Terrence Malick, en las que se reconoce una poderosa gramática de autor. Hollywood ha sido siempre una industria por encima de cualquier otra cosa -como por cierto lo es ahora mismo Bombay-, y eso le ha inclinado a producir insistentemente espectáculos de masas facturados como entretenimientos fáciles y de consumo rápido, normalmente con propuestas narrativas convencionales, cultivo del star system y derroche de recursos en marketing, acción y efectos especiales. EEUU ha producido grandes creadores cinematográficos y ha elaborado muchas de las mejores películas de la historia, pero la pretensión de que "Ciudadano Kane" o "Sunset Boulevard" son obras maestras porque "divierten" o "entretienen" es una majadería que no explica nada. 


Si el éxito masivo no es entonces el criterio, ¿debemos entonces preguntar a los críticos?



Cuidado. Los dos críticos de cine más célebres de este país son Carlos Pumares y Carlos Boyero. El primero me parece simplemente un histrión impresentable. En cuanto al segundo, resulta ocasionalmente divertido, pero, aunque a menudo acierta, se deja llevar por sus filias y sus fobias con tal facilidad, que lo mejor que se puede hacer con sus crónicas es reírse un rato con ellas y directamente olvidarlas, sobre todo cuando se pone a lanzar anatemas contra quienes le caen mal, como por ejemplo Almodóvar entre otros muchos. 


Podríamos también recurrir a análisis más rigurosos y menos efectistas. El problema es que entonces nos toparemos con la prestigiosa revista Cahiers du cinema, cuyo rastro ha sido seguido durante décadas por nuestra cartelera Turia. Si ustedes revisan la lista de las cien mejores películas de la historia según Cahiers, descubrirán, para empezar, que la presencia de films franceses es abusiva, lo cual refleja un chauvinismo que a mí, ya ven, me pone a mucha distancia de sus opiniones. De otro lado, se refleja en la lista una predilección sospechosa por películas claramente minoritarias, hasta el punto de que parece que cualquiera que guste masivamente queda casi irremediablemente proscrito. Si hay algo peor que comulgar sistemáticamente con la masa por puro borreguismo, es pretender alejarse de ella por un elitismo mal entendido que, en el fondo, refleja intransigencia y una ridícula pretensión de originalidad. Pueden echarle un vistazo también a la lista de la BBC, a las que cada diez años ha ido presentando la revista británica Sight and Sound, a la de los lectores de la web Filmaffinity... Observarán que hay numerosas coincidencias, pero también feroces discrepancias. 


Para terminar de perdernos en el laberinto, les aconsejaría mirar las listas de mejores pelis según algunos célebres directores. Parece fácil suponer que tipos como Bergman, Scorsese, Allen o Tarantino deberían saber de la materia tanto o más que los críticos más sesudos. Se sorprenderán entonces con la diversidad de opiniones que hallarán entre ellos. (Nota a modo de curiosidad: adoro a Ingmar Bergman, pero lo que dijo del cine de Orson Welles es propio de un indocumentado y de un mal espectador de cine.)



¿Qué hacemos entonces? Pues... no lo sé, la verdad. Yo creo que lo que debemos hacer es ver películas buenas, así de sencillo. Aceptemos consejos que vengan de aquí y de allá y, después, opinemos libremente. Yo amo películas de autores tan poco convencionales como Bela Tarr y Andrei Tarkovski, pero Godard me parece un pelmazo y Passolini hace mucho que dejó de interesarme. Spielberg, que desató aquella antigua discusión que les he trasladado, me parece un cineasta circense y menor en algunos de sus espectáculos, y sin embargo dio en la diana con "Salvar al soldado Ryan" o "Munich" (No amo "La lista de Schindler", pese a sus enormes virtudes, lo siento) 

Ya ven, no acabo de solucionar ningún problema. Pero sí creo poder ofrecer algún consejo por pura experiencia propia. De críos a todos nos gustaban las gominolas, pero lo exquisito cuesta. Es una condena para un adolescente la exigencia de leerse "La Celestina" y yo le disuadiría de leer a esas alturas de su vida a Samuel Beckett. Ahora bien, sin esfuerzo es muy difícil llegar a entender que Dios bajó a la Tierra para inspirar la voz de Camarón o la trompeta de Miles Davis. Mi consejo es disponerse a tales esfuerzos si uno encuentra el tiempo y la calma para emprenderlos. Háganlo sin remilgos para terminar reconociendo que no les gustó "Ada o el ardor", de Nabokov, o que no soportan las películas de Antonioni porque les parecen un tostón. Háganlo sin pretender ser originales o parecer cultos y, sobre todo, no pretendan que sus preferencias se conviertan en un arma arrojadiza contra nadie. 


Acabo. Este verano, además de leer -al fin- las mil páginas de "Los hermanos Karamazov", me lo he pasado viendo películas calificadas como clásicas, especialmente películas antiguas muy valoradas entre los académicos. Pues bien, no les voy a recomendar a Lang ni a Murnau ni a Renoir. Vean, háganme el favor, "La ciudad de Dios" y "Timbuktú", brasileña y maliense respectivamente. Son películas recientes, se hicieron en este siglo. No sé si algún día figurarán en las listas de Cahiers, aunque no me cabe duda de que son magníficas. Hablan sobre gente que tiene problemas relacionados con la pura supervivencia en lugares tan comprometidos del sur del mundo como las favelas o el Sahel. Tengo la sospecha de que las grandes historias, que es a fin de cuentas de lo que siempre se nutrieron los grandes narradores, van a ir viniendo cada vez más de lugares como esos. No se las pierdan, creo que a lo mejor me lo agradecen. 



 


 

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