Monday, August 21, 2023

ROMA


  Roma es una ciudad desbordada por sí misma… Por su historia, por su carácter refractario a la lógica de la modernidad… pero especialmente, por su belleza que, pese a lo que puede indicar la inflamación turística, no siempre es apta para paladares fáciles. Inútil pedir cuentas al ayuntamiento por el caos, la suciedad y la violencia… Cuando una urbe es ingobernable, mejor no tratar de encorsetarla con reglamentaciones exhaustivas. No funcionaría.



Imposible entender desde parámetros cartesianos que Roma pueda funcionar y no se desplome presa de la anarquía que atraviesa su cotidianidad. Quizá lo italiano consista precisamente en esto: una resistencia casi patológica a cualquier forma organizativa y un individualismo mucho más basado en el sálvese quien pueda que en la racionalidad del burgués que se impuso en la Europa luterana.



El cristianismo no hubiera podido triunfar en la Europa mediterránea de no haberse impuesto en la forma del catolicismo. Ante la Regina Pacis de Santa Maria la Maggiore, los romanos derraman lágrimas de emoción, seguros de que no hay mayor garantía de milagros que esa escultura de Giovanni Galli, creada para celebrar el final de la Gran Guerra. En el sur de Europa, las imágenes no representan la fe, la crean.



El cristianismo es un cuerpo extraño en el Mediterráneo occidental, a pesar de que es justamente aquí donde termina implantándose con una energía demoledora. Aquellos ciudadanos tan razonables, acostumbrados a gestionar lo cotidiano sin sobreactuaciones… cuesta imaginarlos lanzándose a adorar a santos histéricos que cargan con una fe nacida del dolor y los delirios propios de los desiertos de Mesopotamia. El éxito del crucificado solo es imaginable en un contexto de decadencia y desorientación generalizados.



Porn food, parece que lo llaman así. Delante de mí, en la trattoria, una pareja de eslavos se filma mientras come pizza. La mujer lame, desliza su mirada lúbrica por los bordes de la pizza, traga con expresión orgásmica. Hay quien, por lo visto, consigue unas pesetillas exhibiendo en la Red este tipo de prácticas. (Imagino lo que hará la moza con una salchicha cuando pasen por Alemania). Mi abuela decía que “hay gente pa tó”… No imaginó que una cosa llamada internet consumaría hasta la infinitud el sentido de su aserto.



Ajenos a la tórrida escena eslava, un grupo de españoles del norte, con trazas obvias de familia extensa, bien hacendada y vinculada al Opus, disfruta de la felicidad de hacer turismo por tierras vaticanas. Me acuerdo de cierta escena de Woody Allen cuando me pasa por la cabeza preguntarles: “Parecéis conformes con la vida, ¿cómo lo hacéis? ¿de verdad os llena tanto vivir sin preguntaros a cada momento si todo esto no es producto de la mente envenenada de un demonio?” Es inútil, no lo entenderán.



¿Por qué amo tanto Roma? Me lo pregunto mientras me abrasa un calor inmisericorde, me marea el tráfago tercermundista y casi obsceno de Términi, o me siento culpable por acudir a una Fontana de Trevi convertida en un espantajo entregado al fetichismo de las multitudes. Quizá ni siquiera sea Miguel Ángel, aunque su mano fue inequívocamente dirigida por Dios cuando esculpió la Pietà… “Roma es la luz”, dijo un legionario que luchaba por ella en los pantanos de Germania. Jamás la había visto.

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