Busco un día cualquiera entre las noticias de la portada digital de El País porque despierta mi interés la polémica surgida a raíz del manifiesto en Le Monde con el que algunas celebridades francesas denuncian la ola mojigata que, según su criterio, nos ha invadido a raíz del caso Weinstein. No comparto varias de las opiniones que se vierten en dicho escrito. Ninguna llega a provocarme especial escándalo, pero encuentro algunas que generan una confusión especialmente innecesaria en un momento en el que parece estar ganando crédito en el mundo la batalla contra la violencia sexual.
No creo que nadie con dos dedos de frente eluda la arrolladora verdad global de la violencia de género y la necesidad de institucionalizar la lucha contra ella, una lucha que asocio a tantas otras que a lo largo de la historia han roto las cadenas que sujetaban a los seres humanos, ayudando a construir una sociedad más justa y respirable. Llevamos todavía pegadas a la piel las miasmas de un patriarcalismo obtuso que, sospecho, se hace más insoportable allá donde abundan la pobreza y la ignorancia.
En esa portada de El País a la que me refiero, me topo con una cantidad muy considerable de noticias inquietantes relacionadas con este tema. Hay una información terrible sobre matrimonios pactados de niñas en países asiáticos, otra sobre las dificultades para contraer matrimonio de una pareja de lesbianas. Voy bajando sin abandonar la portada: el Yoyas, célebre personaje televisivo, ha sido detenido por violencia machista, cosa de la que no deberíamos extrañarnos, pues ya le reían gracias de esa índole en Gran Hermano. Una escuela religiosa mantuvo durante dos años a un profesor acusado de abusos. Aparecen las mandíbulas que podrían ser de dos chicas desaparecidas hace ya años...
Todo esto viene en la portada digital de El País en un día cualquiera. Busquen en la hemeroteca del día anterior o del siguiente y verán crecer su espanto.
Miren, yo creo que esta sociedad tiene un problema muy grande. Si cada semana una organización terrorista asesinara a un ciudadano español, aquí estaríamos al borde de una revolución, y resulta que es eso exactamente lo que está pasando con los crímenes machistas sin que nos importunemos demasiado, como si tanto asesinato no fuera con nosotros. Tienen razón las feministas cuando denuncian la presencia muy extendida en la sociedad, por ejemplo en la española, de actitudes que toleran, disculpan o incluso fomentan el odio y la consiguiente violencia contra las mujeres. Yo he oído decir a personas aparentemente sensatas que el 60 por cien de las denuncias por maltratos son falsas, o que los recursos destinados a proteger a las víctimas va a a parar a desaprensivas que son capaces de fingir lesiones. Me vienen a la cabeza las manifestaciones del periodista Luis del Val, llamando "maricones de mierda" en la cope a los drag queens que aparecieron en la cabalgata de los Reyes Magos de Madrid, o la tormenta de furor desatada contra Carmena por aquello de las Reinas Magas.
Todo esto son exabruptos y me niego a entrar en debate con sus autores porque lo primero a lo que se niega un fascista es al diálogo. Sin embargo, por una cuestión casi de higiene, creo que conviene ser muy cuidadosos a la hora de poner los focos sobre lo que realmente importa. Cuestiones como la de la feminización de la pobreza, la protección a las víctimas de la violencia machista, la explotación sexual o la conciliación laboral-familiar son tremendamente serias porque suscitan problemas que afectan al bienestar e incluso a la vida de mucha gente.
Ahora bien, de igual manera que es ridículo un concejal que cree que ya ha cumplido con toda esta problemática por poner a una mujer en el dibujito de un semáforo, me parece que hay que saber distinguir cuándo un discurso o una crítica son rigurosos y trascendentes y cuándo estamos ante el puro marketing, la moda, el afán de notoriedad, el sensacionalismo o, refiriéndome al manifiesto francés, la mojigatería.
Verán, es propio de almas con mentalidad de Santa Inquisición intentar prohibir un ciclo de películas de Polansky en atención a los hechos, por atroces que sean, de los que se le acusa en relación a una adolescente en los años sesenta. Es igualmente ridículo exigir que se retire una exhibición de cuadros de Balthus porque sus representaciones incitan supuestamente a la pedofilia. Yo he leído obras del filósofo Louis Althusser, no he considerado que el hecho de que asesinara a su mujer deba impedírmelo, ni siquiera sé si estoy en condiciones de juzgar cuestiones de las que, después de todo, ando poco informado. Por eso no voy a replantearme si ver o no las películas de Hitchcock, del que hay crecientes sospechas de que acosaba a sus actrices. Ni siquiera las de Marlene Dietrich, quien dicen que dejaba voluntariamente a su hija a merced de cualquier depredador en un barco en medio del océano... No hace falta que siga ¿verdad?
Pues voy a seguir, y me voy a referir a Woody Allen, porque me parece que algunas intervenciones que últimamente le mentan son como poco peligrosas. En las últimas horas la actriz Mira Sorvino, que recibió un Oscar por su interpretación en Poderosa Afrodita, ha prometido a Dylan Farrow, que denunció en 2014 a su padrastro por haber abusado presuntamente de ella cuando era niña, que no volverá a trabajar jamás con el director neoyorkino. Sorvino se siente culpable por no haber creído en su día a Dylan, pero desconozco qué le motiva ahora a cambiar de parecer, pues que yo sepa nunca se probó la verdad de dichas acusaciones, de hecho Allen nunca llegó a ser juzgado. Me aterra pensar que una niña que ha pasado por ese horror no sea atendida, pero es igualmente legítimo lamentarse por el honor manchado para siempre de un hombre al que se ha calumniado con inmensa maldad. Que quede claro, no sé si Dylan calumnió a Allen, lo que sí sé es que en democracia eres inocente mientras no se demuestre lo contrario.
Sigo con Allen. Recientemente la joven actriz Ellen Page, protagonista de A Roma con amor, se mostró arrepentida de haber trabajado para este director. No ofrece noticias de actitudes deshonestas del neoyorkino hacia ella durante el rodaje, de lo que deducimos que simplemente da crédito a las no probadas acusaciones del entorno de la ex-mujer de Allen, Mia Farrow.
Claire Dederer, autora de un libro sobre grandes creadores que hicieron monstruosidades en su vida, define a Woody Allen como la encarnación del mal. Lo llama "ultramonstruo" y "depredador sexual"...
Vale, ya está bien, creo que la conclusión es obvia. Weinstein es un criminal, no tengo duda, y estamos en un momento clave para hacer cambiar la cultura en torno a la violencia machista, pero debemos recordar un viejo consejo inspirado por la prudencia: tengamos cuidado cuando juzgamos a los demás, entre otras cosas porque deberíamos empezar por mirarnos a nosotros mismos.
Me voy a ver Stardust memories, es una de mis preferidas de Allen.
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