La directora argentina Lucrecia Martel ha estrenado una película que probablemente merezca la pena ver, pero no ha obtenido titulares por ella sino por su afirmación de que "las series de televisión son un retroceso". Argumenta que "en términos de imagen y sonido" el cine y el documental habían conseguido cosas que las teleseries no incorporan, pues éstas, debido a su formato, no hacen sino reincidir sobre la rancia estructura narrativa de la novela decimonónica. Reconoce que hay un salto de calidad entre Dallas y Breaking bad, pero no es suficiente para cambiar su diagnóstico. La cojo al vuelo porque me interesa el debate.
El asunto está en todas partes... Aquí, allá y acullá la gente pregunta si has visto tal o cual serie que se ha pillado, si crees que el que ha matado Negan en Walking dead es el chino o es otro, o si has descubierto que lo que quieres ser en la vida ya no es una princesa sino una "khalesi". La repercusión que al lado de ciertos productos televisivos tienen películas tan interesantes como Madre! o Verano 1993 es ridícula, y no me sorprende que una creadora cinematográfica pelee por defender su parcela de negocio frente ala competencia, aunque sólo sea por supervivencia propia.
En cualquier caso se equivoca. Su intervención no sólo está mal argumentada, creo que además es tramposa, pues con el fin de conseguir un titular -y ciertamente lo consigue- aporta una argumentación pueril y simplista.
Veamos. Conocemos de sobra el discurso academicista contra la teleficción. Desde que en los años cincuenta el consumo de televisión se masifica en los USA, los creadores de ficciones televisivas han venido alimentando un lenguaje estandarizado y de fácil acceso para las multitudes, lo que supone un empobrecimiento del modelo narrativo del cine. El formato serializado, unido a factores muy asociados a la domesticidad del consumo de televisión, nos adiestra desde pequeños en convenciones narrativas de escasa densidad, a menudo cargada de connotaciones ideológicas reaccionarias.
Todo esto está muy bien, pero temo que se nos olvida un detalle fundamental. Si CSI, Bones o Anatomía de Grey, productos con enorme rentabilidad comercial en todo el mundo, constituyeran la vanguardia televisiva, entonces no habría caso, es decir, no se hablaría de una era dorada para la teleficción.
A riesgo de ganarme un par de enemistades, añadiría otras como Homeland, Juego de tronos e incluso alguna que yo he disfrutado al modo del entretenimiento ligero, como Walking dead, Vikingos o la hilarante sit-com The Big-Bang theory. Hablamos de otros productos, no sólo de la tetralogía ya legendaria formada por Los Soprano, Mad Men, The Wire o Breaking bad, cuatro joyas para la historia del arte. También debo referirme a The Pacific, Fargo, Borgen, Rectify, Borgen, la primera temporada de True Detective o el spin-off de Breaking bad, es decir, Better call Saul. Añadiría, aunque quedan ya algo alejadas en el tiempo, El ala oeste de la Casa Blanca y A dos metros bajo tierra. Y no me olvido de dos series que se inauguraron con el siglo y que marcaron en gran medida la revolución vivida en la narración televisiva, léase House y Lost. No es mala cosecha, creo yo.
¿De verdad hemos de tomar conciencia de un "retroceso"? Yo no tengo la impresión de que vivamos una mala época para el cine. Sigo sin entender que ver un estreno me cueste nueve euros, pero, al margen de eso, este siglo ha ofrecido ya una cantidad considerable de obras inolvidables. Si el talento creativo que habitaba exclusivamente el cine se ha trasladado a la televisión, ¿qué problema hay en disfrutarlo?
La ficción serializada, es cierto, se trama en una condiciones singulares. Si toda emisión por entregas es asociada a los escritos de Eugène Sue o Alejandro Dumas, podemos concluir que su destino son las multitudes y oponerlas a lo que Umberto Eco llamaría "novela problemática". Lo que ocurre es que también genios como Dickens, Dostoievski, Tolstoi o Flaubert publicaron grandiosas novelas por entregas. Quizá Lucrecia Martel considere que el único talento televisivo seriado lo encontramos en la segunda parte de Twin Peaks y no en Los Soprano, pero qué quieren, a mí la primera me parece una infumable serie de pajas mentales de David Lynch, mientras que la segunda se me antoja de principio a fin una obra maestra.
La tiranía de los índices de audiencia, como la necesidad de "durar", la de crear un suspense al final de cada capítulo, o si, quieren, poner escenas de alto voltaje erótico o lanzar a alguna guapa estrella hollywoodiense son imposiciones comerciales que pueden dañar la creación artística, no tengo dudas. Pero debemos darnos cuenta de que la globalización ha hecho mutar el medio televisivo. En otro tiempo la HBO no habría existido, o no habría tenido el poder de financiación que ahora le permite mantener el sello de calidad característico de las series que produce. Hoy un producto tan complejo como The wire sigue siendo complejo y para minorías, pero recoge espectadores de todo el mundo, con lo que acaba siendo una serie rentable y, por lo tanto, viable.
Dejémonos de sandeces y vivamos el momento, quizá no dure mucho y terminemos echando de menos estos años. Ah, y si quieren un consejo, apaguen la luz del comedor y desconecten el móvil. También les añadiría que no se peguen panzadas, un capítulo de cuarenta y cinco minutos de una tacada está bien... mañana ya se ponen otro.
Me voy a ver la tele.
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