Friday, October 26, 2018

FRENTE AL CINISMO

Ante una atrocidad como la cometida en el consulado saudí de Turquía, siempre queda la opción a la que invitan los sofistas extremos Calicles y Trasímaco en su polémica con Sócrates: el cinismo. Las claves desde las que se sustenta la razón cínica no han cambiado gran cosa en dos mil quinientos años: la ley es lo que conviene a los poderosos, la justicia y la virtud son la excusa de los fracasados, la ciudad feliz es aquella cuyas normas se ajustan a la naturaleza -o sea a los principios del egoísmo y a la ley del más fuerte-, el objetivo de la vida no debe ser otro que la búsqueda del placer, la fortuna y la reputación... 

Podemos tranquilamente abandonarnos a la indigencia moral y declarar que, al final, lo que dicta el comportamiento público de las naciones en este asunto es la pura "realpolitik". Nosotros, quienes no cargamos con la responsabilidad de gobernar, podemos exhibir nuestra indignación e inquirir a Dios con arrogancia, como Job, para que nos explique cómo vivir en un mundo tan inhóspito. Pero, siempre según la visión cínica, los dioses no nos contestarán porque han decidido abandonarnos a nuestra suerte. El pequeño problema de Calicles y Trasímaco es que sus consejos, más allá de aquietar la convulsión de nuestra conciencia, no solucionan absolutamente nada, sólo perpetúan la dominación y legitiman la guerra total, la cual habrá de estallar cada vez que el poderoso no sea capaz de mantener aterrorizados a sus súbditos. 

Soy el primero que pone en duda la calidad moral de las imprecaciones y amenazas lanzadas en los últimos días desde las cancillerías europeas hacia el gobierno saudí. Deprime la insignificancia de España, la desfachatez de Turquía -todo un campeón de los derechos humanos por los que ahora clama el Presidente Erdogan-, la doble moral de Alemania, que desvía sus negocios armamentísticos desde Arabia hacia la también intachable "democracia" de Egipto... Por no hablar de Trump, al que le toca la fastidiosa tarea de anunciar represalias contra un "país amigo" ante la insoportable evidencia de que el hombre brutalmente asesinado resultaba ser empleado del Washington Post (Sí, el del asunto Watergate, hay que ver qué inoportunos son los periodistas) 

Claro que también podrían nuestros gobiernos ignorar el tema y dejarlo correr, lo cual habría sido más fácil si, como sospecho que pasa sistemáticamente con toda suerte de turbios asuntos de Estado, se hubiera silenciado oportunamente el asesinato de Khashogghi. El problema es que no se puede silenciar un acontecimiento tan macabro, tan brutal, un crimen que, de no ser por la poca gracia del asunto, sonaría a Torrente, el brazo tonto de la ley. 

No sé qué hay que hacer, no me veo en condiciones de exigir conductas heroicas a políticos como Sánchez, a los que luego exigimos que sean responsables y que no nos dejen en el paro. Creo que, en esto, como en tantas cosas, no queda otra que encasquetarse el mono de faena y ponerse a cavar trinchera. En otras palabras, la única opción que se me ocurre es pelear palmo a palmo por propiciar el clima que vuelva internacionalmente insoportables ciertas prácticas. Se trata -y apelo a la autoridad de Antonio Gramsci- de conseguir la hegemonía cultural para algunos principios básicos, obviamente aquellos que se refieren a derechos humanos y libertades básicas. Permítanme, a ese respecto, algunas consideraciones que me parecen oportunas en estos momentos en los que seguimos horrorizados por el salvajismo del asesinato de Khashogghi.

1. El gran problema del mundo -no me cansaré de decirlo- es la desigualdad. Arabia Saudí es un horroroso Estado que recibe monstruosas cantidades de dinero por el petróleo, fomenta el enriquecimiento obsceno de una élite de indeseables y mantiene en la esclavitud y la miseria a la inmensa mayoría de la gente. Sólo un tipo con un poder omnímodo es capaz de decir "quiero la cabeza de ese perro" y obtenerla al instante, sin ningún disimulo y por un procedimiento tan bárbaro. En la satrapía del desierto los derechos humanos son una frivolidad de occidentales y la demandas de libertad y derecho de algunos heterodoxos, homosexuales o mujeres solo merecen ser reprimidos por los métodos que dicta la barbarie más ancestral. 

2. El mundo árabe estará condenado a la postración y el fracaso mientras le condenemos entre todos. La actitud de las grandes naciones de Occidente con respecto a fenómenos tan interesantes como la Primavera Árabe da mucho que pensar. Podemos hablar también del negocio armamentístico, de los lobbies del petróleo o de la misteriosa doble moral que se utiliza a la hora de decidir quién es amigo y quién enemigo. Deberíamos preguntarnos qué estaría pasando ahora mismo si todo este turbio asunto hubiera ocurrido en Venezuela. Hay muchos ciudadanos árabes -islámicos muchos de ellos- que quieren vivir en comunidades modernas y democráticas. La desgracia es que son pocos o, mejor, que tienen todavía poca fuerza. Ayudémosles. 

3. El periodismo es una fuerza de la naturaleza y su ejercicio en el mundo -lejos de la mediocridad y el servilismo ideológico al que aquí nos hemos acostumbrado- alcanza a menudo dimensiones heroicas. El hombre que ha muerto de manera tan atroz fue un titán que tuvo el atrevimiento de investigar y dar a conocer la corrupción de una élite de intocables. No es el único. Este planeta, especialmente en sus territorios más inflamables y peligrosos, es recorrido por personas mal pagadas que arriesgan su vida a diario para que los malos, siquiera de vez en cuando, tiemblen en sus asientos. Los matan porque la prensa libre es uno de los pocos hilos desde los que se sostienen la democracia y la justicia. 

... Claro que siempre podemos inclinarnos por el cinismo. Da menos dolor de cabeza.  

  

No comments: