Difícil no contagiarse de la inquietud que experimenta cualquier persona civilizada ante la emergencia de la ultraderecha, un fenómeno que detectamos a escala global.
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha hecho añicos en cuestión de meses la herencia de Obama y ha recuperado la imagen de una hegemonía norteamericana ejercida desde la intimidación, la iniquidad moral y la insolidaridad. El lepenismo ha ocupado con su discurso xenófobo el vacío dejado por la desestructuración de la clase obrera francesa. El candidato Bolsonaro, que amenaza con ganar el gobierno de la nación más potente de Latinoamérica, se ha hecho fuerte a partir de un lenguaje violento, homófobo, machista y autoritario que rebasa las líneas rojas de la democracia. Podríamos hablar también del Brexit o de la deriva represiva de algunos países del antiguo Telón de Acero... Si nos tomamos en serio los resultados de las encuestas que en el mundo se realizan para baremar el crédito actual de la democracia podemos llegar a deprimirnos.
España, pese a sus singularidades, no es ajena a esta corriente. El caso Vox desasosiega porque apunta a soluciones fáciles -y por tanto brutales- frente a los problemas que acucian a unas sociedades cada vez más complicadas. En Valencia hemos presenciado escenas odiosas en los últimos días, cuando grupos desaforados gritaban atrocidades contra los políticos locales y exhibían actitudes violentas para intimidar a los ciudadanos que se manifestaban con la normalidad que siempre ha caracterizado las celebraciones del Nou d´Octubre.
Es plausible el relato del temor a estas formas del fascismo que beben de las mismas ubres de la intolerancia, el racismo y el autoritarismo que siempre las amamantaron. "La ultraderecha amenaza a las democracias europeas"..."Hitler empezó así"... dicen muchos. De acuerdo, no son simples jeremiadas, pero yo introduciría algunos matices. Primero porque creo que debemos analizar con cierta distancia este tipo de fenómenos. Pero también porque sospecho que en este caso, como ante otras supuestas amenazas, si hay algo peor que el hecho en sí es el miedo que le tenemos. El fascismo, no conviene olvidarlo, se alimenta también de ese miedo.
Veamos. La ultraderecha, y el nombre lo indica a las claras, es una exacerbación del principio conservador por excelencia: el rechazo a la igualdad y a quienes luchan contra las formas de la dominación y en favor de la universalización de los derechos, empezando por el derecho al bienestar o a la diversidad.
No estamos -y es una confusión extendida- ante una conducta propia de élites o de privilegiados. ¿Vieron a las personas que acudieron al mitin de Vox en Vistalegre? Yo detecto a personas poco preparadas y muy asustadas ante el riesgo de pasar a engrosar las filas del precariado. Había ancianas probablemente incomodadas porque el mundo en que se educaron como mujere se desmorona a la carrera, tipos divorciados y embrutecidos a los que sus ex-mujeres han olvidado, gente obesa en muchos casos, personas dañadas, frustradas, con problemas psiquiátricos no tratados y una autoestima por los suelos, sin la mínima capacidad para adaptarse a una sociedad que evoluciona continuamente...
¿Vieron el video de un bar de Valencia en que un empleado decía barbaridades a un joven africano? Advertí en aquel pobre diablo mucho odio. Entiendo la indignación de la gente cuando las cosas parecen ir a peor. Lo inaceptable es que ésta se dirija hacia los inmigrantes, a los jóvenes, a las mujeres, a los homosexuales... incluso a Pedro Sánchez, que quizá no sea una solución para nuestros males pero que en ningún caso es la causa del paro, de la crisis, de la corrupción, de las estafas bancarias o del desmantelamiento de los servicios públicos.
Y sí, los políticos... su supuesta venalidad generalizada es, ya lo sabemos, piedra angular sobre la que se yergue el éxito de cualquier discurso populista. El descrédito de la clase política propicia la aparición de líderes presuntamente carismáticos que prometen al pueblo una reapropiación sin molestas mediaciones de las agencias de poder. Aquí hemos tenido ya a Ruiz Mateos o a Jesús Gil... personajes de esta ralea, por más que parezcan extraídos de las películas de Torrente, responden al miedo o a la pereza de ingentes multitudes a la democracia, que es por lo general un ejercicio laborioso, lento, aburrido y a menudo decepcionante.
No es fácil entendérselas con la condición contemporánea. Las nuestras son sociedades en permanente y acelerada transformación. La sensación de desorden es inevitable... y produce una incómoda desazón. La narrativa del progreso, ya de por sí sospechosa para el alma reaccionaria, entra en la incertidumbre cuando, ante la desorientación general, es sustituida por la sensación de que todo lo que era sólido -lo bueno y lo malo- se vuelve líquido, precario y caduco. No es fácil para un varón de sesenta años mal educado por las escuelas del franquismo entender que, al mismo tiempo que se plantea ilegalizar la prostitución o sacar a las azafatas guapas de la tele, los gays se exhiban desnudos y felices el día del Orgullo. Esas personas necesitan que un supuesto líder les diga que comparte su indignación, que tiene razón en sus gruñidos. Es aquí donde aparece Vox, aunque no es descartable que las derechas oficiales, cuya naturaleza es igualmente autoritaria, se coman a los ultra adoptando sus promesas.
Conviene no olvidar, de otro lado, que el fenómeno ultra en España responde a una particularidad difícil de encajar en otros países, incluyendo a Gran Bretaña o Canadá: el caso catalán. El franquismo nos formó a todos en una historia oficial, la cual extirpaba de raíz cualquier sombra de duda respecto a la unidad de la patria. Sólo hay una historia verdadera, y es la que me han enseñado, las demás son versiones inventadas que manufacturan los resentidos y los antiespañoles. La evidencia de que el Procés va en serio, por la sencilla razón de que una gran cantidad de catalanes han decidido que no quieren seguir siendo españoles, es algo más que un problema a gestionar, es un atentado contra la concepción del mundo en la que la mayoría de los españoles se han formado.
La derecha española, no sólo Vox, lo sabe perfectamente, y va a explotarlo de la forma más irresponsable para recuperar el Gobierno, ahora al parecer en manos de progres taimados y oportunistas dispuestos a negociar torticeramente con los que quieren destruir la España única, grande y libre. Quizá no se planteen que no es ningún cantonalismo sino el tsunami de la globalización y el descontrol de los mercados financieros lo que verdaderamente amenaza la supervivencia de los viejos Estados... Pero creo que es demasiada pedagogía la que hay que hacer para que algunos entiendan esto.
¿Miedo al fascismo? Desde luego que sí. Pero, cuidado, el fascismo empieza a ganarnos antes de llegar, cuando por miedo inclinamos a los políticos a que moderen sus medidas en favor de una sociedad más justa, diversa e igualitaria sólo porque tememos a que los bárbaros se enfaden. Pasó en la nación más poderosa del mundo. Hillary Clinton no habría cambiado nada en los USA: habría protegido el status de las élites de Wall Street y se habría rodeado de neoliberales, aunque con una suave pátina de feminismo y antirracismo sin grandes repercusiones reales. Hillary prosperó como candidata demócrata frente a Bernie Sanders, del que tengo razones para pensar que es un verdadero izquierdista, sólo por miedo a Trump. Al final perdimos a Sanders y tenemos a Trump.
Hay que hacérselo mirar, me parece a mí.
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