Si tuviera que dar un único consejo a un hijo… “No
confíes jamás en alguien que siempre está del lado de los poderosos”. El documento
que, contra el supuesto autoritarismo derivado del coronavirus, ha encabezado Mario
Vargas-Llosa, no es solo un despropósito y una cadena de infundios, sobre todo
refleja una mediocridad intelectual que me hace recordar aquello que decíamos
en el BUP, que el más tonto y rancio de la clase siempre era el facha.
Ya hace mucho que dejé de hacerme preguntas respecto a
la célebre esquizofrenia del Nobel peruano, que parece un talentoso profesional
de la narrativa, pero que, cuando opina de política, es un ejemplo supremo de
lo que Ignacio Sánchez-Cuenca denomina “desfachatez intelectual”. A fin de
cuentas, Cela escribió un par de buenas novelas en su juventud, pero a mí
siempre me pareció un absoluto impresentable sin pizca de gracia, a pesar de lo
mucho que los españoles reían sus majaderías. A menudo los artículos de don
Mario en El País alcanzan la categoría de infamia literaria: opiniones sin
documentación ni rigor, despliegue de fobias sin más contención que la de su
elegante pluma, argumentaciones tópicas y simplistas… A mí me parece muy bien
que el diario El País albergue articulistas de derechas, aunque debería
preocuparle que sus dos escritores mejor pagados, Javier Marías y Mario Vargas-Llosa,
hayan extremado en la edad tardía los componentes más intolerantes y
reaccionarios de su temperamento, pues creo que empiezan a perder algo tan
imprescindible como es la lucidez.
Fiel
a su costumbre, el escrito que encabeza el peruano y que firman otras muchas
personalidades de supuesto prestigio se basa en una idea-fuerza: los gobiernos
de izquierda llevan el autoritarismo en el ADN, de ahí que estén aprovechando
la crisis desatada por el Covid 19 para colapsar la actividad productiva. Con la
excusa del confinamiento nos mantienen a todos paralizados y dispuestos a obedecer
sumisamente las instrucciones del nuevo estalinismo. El escrito habla de gobiernos
de izquierda con escasa distinción entre las actitudes de los dictatoriales de
Nicaragua o Venezuela y los de democracias, entiendo que “secuestradas por la
izquierda”, como España o Argentina… Es un poco como aquello del contubernio
judeo-masónico… nadie sabía a quién se refería exactamente Franco con aquello,
de lo cual se deducía que judeo-masónico era todo aquel que estuviera contra el
Régimen. De las barbaridades de Trump no tenemos noticia en el escrito. Tampoco
de Bolsonaro. Aunque, bien pensado, debe ser porque ambos, pese a la evidencia
mortífera del virus, apuestan por dejar a la gente deambular libremente por las
calles, pues, ya que vamos a morir, al menos que nos mate después la recesión
económica. Además, y como ya se está viendo, los que mueren son sobre todo
negros y habitantes de guetos y favelas.
Pero
no me hagan caso a mí, que soy un tipo lleno de ira, lean, lean:
”A ambos
lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con
un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia
liberal y la economía de mercado. Queremos manifestar enérgicamente que esta
crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha
costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias
obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico
y la muerte. “
Me
da un poco la risa, así que no me detendré mucho en lo del “Ogro Filantrópico” -así,
con mayúsculas, como si fuera un señor con cara y ojos-. Se me ocurre
preguntarle al señor Vargas-Llosa, así como a los ilustres españoles que
figuran entre los firmantes, la mayoría vinculados al PP, empezando por José María
Aznar, si cuando hablan de derechos y libertades no están pensando en la Ley
Mordaza, que el Gobierno Sánchez ya debería haber derogado y que, vaya por
Dios, resulta que fue cosa del gobierno popular. Lo demás, pese a lo groseramente
que maneja los conceptos, merece un análisis más cuidadoso.
Hablan
estos defensores de la democracia de “estatismo, intervencionismo y populismo”
como características de todos los gobiernos de izquierda, elementos tóxicos que
han empezado a imponer con la excusa de la pandemia para cargarse la
democracia, o lo que ellos entiendo como democracia, es decir, el liberalismo y
la sociedad de mercado.
Vamos
a ver, gobiernos de izquierdas y de derechas en todo el mundo han decretado el
confinamiento y la paralización de las actividades productivas no esenciales
porque entienden que la prioridad es salvar vidas. Estamos como estamos porque
no hay un tratamiento eficaz contra el virus, que es justamente lo que precisamos
para que la gente, y en especial los ancianos, no se nos mueran a puñados. Si
mañana un gobierno tan irresponsable como el de Johnson, el de Bolsonaro o el
de Trump, decretara que, por ejemplo, se abrieran las escuelas, yo no acudiría
a meterme con treinta personas en un aula porque no quiero coger el coronavirus
ni mucho menos contagiar a mis familiares. Soy yo quien voluntariamente se ha
confinado.
La pandemia
es un desastre social sin precedentes cercanos en el tiempo. Nadie, ni siquiera
China, es directamente culpable de la misma, pero son gobiernos como los que le
gustan a los firmantes los que, por ejemplo en España, han devastado los servicios
públicos, empezando por los sanitarios. De otro lado me hago un par de
preguntas maliciosas. ¿No será que a los dueños de las grandes corporaciones, esos
de los que tan amigos son Vargas-Llosa y compañía son tan amigos, les preocupa
más mantener sus cuotas de negocio que velar por la salud de sus empleados?
Seguramente por eso consideran que el coraje con el que gobiernos como el
español han decidido hacer prevalecer la salud sobre la economía es un síntoma
de su talante autoritario y leninista. Y otra: ¿no será que la pandemia, en
vísperas de elecciones presidenciales en los EEUU, amenaza seriamente con echar
a Trump de la Casa Blanca? En ese caso, no me extraña demasiado que el círculo
internacional de sus partidarios haya decidido movilizarse en su ayuda.
Permítanme
alguna que otra reflexión final.
La
derecha arrastra un viejo complejo: la superioridad moral de la izquierda. Es
algo que la propia izquierda ha problematizado a menudo, pero para la derecha
es un demonio que necesita exorcizar. Por eso, como saben que -en relación a
los ideales de la Ilustración- tienen perdida la batalla de la igualdad y de la
fraternidad, acuden con frecuencia a la cuestión de la libertad, asociando toda
forma de izquierda con el autoritarismo marxista. Creer que se es de izquierdas
por talante liberticida me parece un síntoma de falta de lecturas. Léanse a
Arendt, a Adorno, a De Beauvoir, a Sartre, a Benjamin, a Habermas, a Honneth, a
Bauman, a Foucault…
Pero
hay algo peor, porque además creo que contiene más mala baba que simple
convicción doctrinal: confundir la capacidad para enriquecerse, sobre todo si
es para unos pocos, con la libertad tal y como la entendemos en democracia es introducir
un sesgo intolerable, pues nada es más dañino para la libertad que alentar las
desigualdades extremas tan seductoras para los gobiernos de los amigos de Vargas-Llosa.
Muro de México, rechazo a la diversidad sexual, fundamentalismo religioso,
persecución de la inmigración, racismo, leyes duras de represión policial… admirable
libertarismo el de la derecha, vaya que sí.
Permítanme
una última consideración. Esta gente no tiene mal olfato. La mayoría de los
firmantes son tipos viejos y rancios, algunos, como Savater, y no es el único,
son intelectuales a los que ya nadie lee o, en todo caso, solo leen los zotes.
Pero detectan un movimiento de profundo calado que se ha despertado en gran
parte del mundo, empezando por los EEUU bajo el liderazgo de Bernie Sanders, y
que está leyendo la crisis desde una óptica radicalmente contraria a la que
defiende la vieja derecha. No sé si vuelve el socialismo, pero millones de
personas, especialmente jóvenes, se están dando cuenta de que a los problemas
colectivos no se le pueden dar soluciones individualizadas. Lo que los rancios del
manifiesto dichoso llaman “intervencionismo” no es sino la exigencia de construir
instituciones entre todos que defiendan los derechos de la inmensa mayoría.
Tienen razón, algo está pasando y no me sorprende que no les guste.
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