1. La vida y el fútbol son imprevisibles. Decía Cioran que cuando alguien está demasiado convencido de algo se le dibuja cara de asesino... Varias veces, durante el ya legendario España-Croacia del lunes, aseveré con ridícula suficiencia que ocurriría tal y tal cosa, y que no ocurrirían tales otras. Me equivoqué en todo. También estaba absolutamente seguro de que un rato después Francia derrotaría sin dificultades a la frágil selección suiza... y adivinen qué equipo se clasificó para cuartos de final.
A lo largo de mi vida, ante mis ojos incrédulos, se han desarrollado
aconteceres que jamás creí posibles. Demasiadas cosas han quedado fuera del
guion, demasiados acontecimientos resultaron incontrolables. Se me ocurre
que solo al precio de perder la lucidez puedes atreverte a ir por ahí
pretendiendo hallarte en posesión de la verdad. Quizá envejecer consista
en saber que nunca dejarás de rectificar, o mejor, que vas a seguir
equivocándote hasta el fin.
2. La serie "El niño ciervo" tiene una pinta de puerilidad que
tira para atrás, pero opté por concederle una oportunidad... Y resulta que
funciona. Adolece acaso de un exceso de inocencia, ausentes los desparrames
sanguinolentos habituales en este tipo de teleficciones.
Como en casi toda serie distópica, la humanidad se ha ido a la mierda, en
este caso por algún virus mortífero. Al tiempo que estalla la pandemia,
empiezan a nacer humanos con algunos atributos animales: niños-ciervo,
niños-oso, niños cerdo... Grupos de sobrevivientes, a los que no cuesta asociar
con el fascismo, deciden que los híbridos son los causantes del desastre y
forman patrullas para capturarlos y exterminarlos. Algunos individuos aislados
les protegen porque de alguna manera empiezan a entender que, en realidad, los
híbridos no son los causantes del desastre, sino más bien la respuesta que la
naturaleza ofrece para salvar a la humanidad.
Hay momentos en que se me ocurre alguna afinidad entre el niño ciervo y
algún alumno inmigrante, trans, homosexual o simplemente "no normal"
que me encuentro en mis aulas. Sí, quizá es un símil muy traído de los pelos,
pero me asalta cuando veo la serie, qué le voy a hacer.
3. "La España de las piscinas. (Cómo el urbanismo neoliberal ha
conquistado España y transformado su mapa político)", de Jorge Dioni
López, va ya por la segunda edición, y sospecho que es más por el boca a boca
que por una ingente labor de promoción editorial.
El ensayo es excelente, está perfectamente documentado y las implicaciones
políticas que es capaz de vislumbrar invitan a un debate profundo sobre lo que
de verdad importa, que es la manera en que vivimos. Olviden las causas
identitarias y las banderas, viene a decir... ocupen los espacios de
decisión urbanísticos y dominarán el mundo. El modelo de la propiedad inmobiliaria,
la vida a crédito, el "cochismo"... Todos estos fenómenos están
vinculados a la cultura de la extensión descontrolada de las grandes urbes, las
llamadas edge cities, exportadas de los USA y que han terminado por imponerse
en la vieja Europa. También la forma en que vivimos es política, mejor dicho,
nada es más político que eso. La ocupación del territorio, la
gentrificación de los viejos centros urbanos, la "turistización"...
todo está secretamente vinculado al impulso de construir suburbios
supuestamente seguros y tranquilos, destinados a la vivienda individualizada y
conectados a la metrópoli gracias a una red interminable de ramales y autovías.
No cuesta reconocer la íntima conexión entre el boom inmobiliario y la
consiguiente recesión, de cuyos efectos aún luchábamos por salir cuando nos
sorprendió el covid. Estamos ante un modelo insostenible y sus
consecuencias de futuro son desastrosas.
Lectura imprescindible. Tan necesaria como en su momento lo fue la de
"La España vacía", el célebre e influyente ensayo de Sergio del
Molino.
* Escribí hace muchos años sobre la gelidez de los edge cities, aquí
llamados "urbanizaciones". Es curioso, el tipo al que visité en su
casa de "Nuevos Edenes" -nombre que, obviamente me inventé- era
lector acérrimo de Thoreau y su "Walden", y presumía de amar la
naturaleza y detestar el aire viciado de las urbes. Qué paradoja: destruimos
los bosques para urbanizarlo todo, pero nos gusta pensar que somos, como
Thoreau, unos amantes de la naturaleza refugiados en su pequeño paraíso
ecológico. Qué poderosa ideología es el neoliberalismo y cómo nos gusta
engañarnos a nosotros mismos, joder.
http://lacuevadelgigante.blogspot.com/2006/12/nuevos-edenes-visito-un-primo-lejano.html
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