Thursday, June 28, 2018

EL VALLE

Cuarenta años de democracia... ya es más tiempo que el que tuvo el franquismo. 

No tendríamos que explicar por qué hay que acabar con el Valle de los Caídos o, para ser más exacto, por qué hay que seguir con la ley franquista que determina el sentido del monumento y no son las instituciones democráticas las que deciden qué valor y qué uso corresponde al enclave. Un régimen dictatorial creó el Valle para homenajear a un ejército golpista que interrumpió por la fuerza un Estado legítimo, y lo hizo sirviéndose de la mano de obra de los presos políticos que defendieron la democracia. Convertidos en esclavos, muchos murieron en aquella obra siniestra y sus familiares aún no han podido exhumar sus restos. 

No soy yo, no es el Gobierno quien debe explicarse, son los defensores del Valle los que han de explicar por qué una democracia ya madura debe seguir homenajeando al fascismo. En Alemania, cualquier tipo de apología del nazismo es delictiva; en España parece que lo complicado es exigir que se acabe con esta anomalía democrática por la cual tenemos que soportar que los nombres de las calles, los adornos de los edificios o los cementerios agradezcan a los criminales sus crímenes. Es un caso de índole muy similar, en el fondo, al de Billy el Niño. Quienes creemos en la reconciliación hemos de asumir, por lo visto, que los autores de las mayores atrocidades deben ser perdonados y sus víctimas olvidadas. 

Y bien, ¿hay alguien ahí? No, no lo hay. Nadie contesta porque lo único que les ocurre es aquello de que no hay que "abrir viejas heridas". El problema de las viejas heridas es que no son tal cosa para los verdugos, con lo que fácilmente pueden ignorarlas; en cuanto a las víctimas, no hay heridas que vayan a abrirse porque nunca se cerraron. Hay otra razón: la derecha española, en mayor o menor medida, sigue sin romper con la Dictadura. Entenderemos muchas cosas de este país cuando analicemos en profundidad las consecuencias que arrastra este fenómeno.

Bueno es por ello que se les recuerde a los partidarios de la amnesia qué es exactamente lo que, de forma más o menos explícita, están defendiendo cuando aprietan las filas para proteger la herencia del Dictador. 

Según Amnistía Internacional, el de Franco fue uno de los regímenes más crueles y sangrientos del siglo XX. No extraña entonces que el prestigioso historiador Paul Preston lo defina como "Holocausto español". Hablando de holocaustos, el golpe y los primeros años del Régimen encontraron apoyos esenciales en el nazismo, justo lo contrario de lo ocurrido a la República, abandonada a su suerte por una Europa acobardada ante Hitler. En los primeros años de la posguerra, la Dictadura asesinó por causas políticas a cerca de doscientos mil españoles, a los que debemos sumar el millón de exiliados. Y siguió asesinando hasta el último día de vida del Caudillo, contando por cierto en todo momento con el aliento moral de la Iglesia. 

Los ideólogos de la derecha, acaso frustrados por no poder defender activamente el Régimen, suelen cargar de forma inmisericorde contra la Segunda República, a la que presentan como un caos. Sin duda incurrió en graves errores, como los anteriores regímenes de libertad habidos en España. Pero tuvo un propósito inexcusable: corregir las endémicas injusticias del país. Escuela pública, seguridad social, reforma agraria, divorcio, aborto, derechos sindicales, reforma del ejército, reconocimiento de la plurinacionalidad... no hay duda de que semejante proyecto convertiría en enemigos encarnizados a los poderes fácticos que llevaban siglos dominando el país. Por eso, como explica Vicenç Navarro en "El subdesarrollo social de España", los terratenientes, el clero, la banca, el ejército o la burguesía conservadora respaldaron en todo momento la tentación golpista. 

La Dictadura de Franco fue un régimen atroz. Se caracterizó por la institucionalización del terror, un cotidiano y colosal ejercicio propagandístico y una gestión nefasta que convirtió a España en el furgón de cola de Europa. Yo viví sus últimos estertores, conocí algo de su violencia, de sus abusos, incluso de su mal estilo, su profunda fealdad, que explica ese monumentalismo kitsch tan horripilante del monumento que aún reverencian. 

Hay una tendencia a ponerle sordina al horror. La encontramos en el entorno ideológico del PP y Ciudadanos y en los medios de comunicación que trabajan a su servicio. Se alimenta del principio de la equidistancia, según el cual los dos bandos fueron igualmente crueles. (Es curioso que quienes lo creen suelen ponerse histéricos cuando desde el País Vasco se plantea la hipótesis de la equidistancia respecto al conflicto vasco). Yo no soy equidistante, creo que el carácter de la conducta del ejército franquista era criminal por definición, como luego terminó de demostrarse en la represión de posguerra, mientras que en el bando republicano la propensión a violar los derechos humanos era parcial e incontrolada. En cualquier caso, deberíamos preguntarnos cómo juzgaríamos determinadas acciones del ejército aliado -desde los feroces bombardeos sobre la Alemania derrotada hasta las bombas nucleares sobre un igualmente inofensivo Japón- si no fuera verdad eso de que la historia la escriben los ganadores. Y sin embargo aceptamos sin grandes remilgos que, felizmente, la democracia derrotó al fascismo en la Segunda Guerra Mundial.

En próximas fechas el Parlamento español, es decir, el poder legislativo -que no es sólo Pedro Sánchez, por si alguien lo ignora- procederá a la exhumación de los restos de Francisco Franco e iniciará el proceso de reconversión del Valle de los Caídos en Museo de la Memoria Histórica. Deseo firmemente que así sea. Y deseo, sobre todo, que en este país haya, al fin, una democracia digna a todos los efectos de tal nombre.  


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