Thursday, November 28, 2019

PRESENCIÉ...



1. Presencié la escena hace un cuarto de siglo. Reunión en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Valencia para decidir horarios de los cursos de doctorado. Yo tenía en frente al octogenario catedrático profesor emérito Fernando Montero, un maestro en todos los sentidos en que a alguien pueda aplicársele el término. Cada uno de los docentes que intervenían imponía sus condiciones, a veces draconianas, para temporalizar las sesiones que habrían de dirigir. Cuando le llegó el turno, Montero fue tan cordial como siempre con sus alumnos y, sobre todo, conciso: "cuando queráis y donde queráis". Es curioso que la virtud de la humildad adorne a menudo a las cabezas más brillantes. 

Cuando escucho a José María Aznar y a Felipe González escupir sus jeremiadas sobre la situación política del país me viene a la memoria aquel anciano venerable. Los dos nos advierten con una prepotencia insultante de lo mal que nos va sin ellos. Como gobernantes son responsables de algunos de los episodios más infames de la historia de la democracia. Juzguen ustedes si fueron buenos presidentes del gobierno, pero no negocio mi opinión a otro respecto: son los peores ex-presidentes imaginables... No han dejado de dar malos consejos a sus sucesores, han vivido a la sombra de las élites financieras que son el cáncer de este país y se han forrado de pasta sin pegar un palo al agua. Ojalá no envejezca yo como ellos y sí como Fernando Montero.  


2. Cada vez que me topo en mi vida cotidiana con un votante de Vox lo que detecto, por encima de cualquier otra cosa, es mucho odio, mucho fracaso, muchos deseos de echar la culpa de su frustración al primer desdichado que pase por delante. Siempre he sabido que existían millones de españoles así; ahora tienen, al fin, quienes desde el Parlamento que no tienen por qué avergonzarse de su resentimiento, de su violencia, de su mal estilo... Sobre todo eso, mal estilo, hay algo desagradable, hay algo desaseado y con mal aspecto en los que viven en el rencor y la intolerancia. Es esa inelegancia lo que refleja la no mirada de Ortega Smith a la mujer que le exigía explicaciones el otro día sobre la silla de ruedas. 


3. Creo que Javier Cercas no es muy consciente de ello, lo cual en cierto modo le ennoblece, pero la categoría de sus novelas le sitúa entre los grandes de las letras españolas. En todas sus entrevistas, por más que no creo que le guste demasiado hablar del tema, detecto que el Procés le ha traumatizado. Si alguien, siendo catalán, desecha la alegría de sentirse orgulloso de Javier Cercas o de Eduardo Mendoza, será un idiota del mismo tamaño que un valenciano que repudiara a Blasco Ibáñez por haber escrito en castellano. Dado que sigo haciendo denodados esfuerzos por entender a los independentistas, les recordaría aquella frase que se atribuye a los cuáqueros: "Un enemigo es alguien cuya historia no hemos escuchado." Voy a leer "Terra Alta", faltaría más. 

4. Veo un documental sobre William Friedkin, quien, pese a la relevancia que en su momento tuvo su anterior película, "French connection", ha pasado a la historia del cine con mayúsculas por la mítica "El exorcista". No soy fanático del film, pero la influencia que sobre la cultura de masas ha tenido es incuestionable. Me encanta ese momento en que la madre revela al sensato Padre Karras su temor de que la niña sea objeto de una posesión diabólica.

-"¿Qué podemos hacer, Padre?
-"Por lo pronto, coger la máquina del tiempo y regresar al siglo XVII". 

La aparición del exorcista, un glorioso Max Von Sydow en el papel del Padre Merrin, ya avanzada la película, adquiere una plasticidad inigualable. No sé si soy el único, pero es ese Merrin al que el demonio convoca para una batalla en la cumbre quien de verdad me aterroriza. 

En el documental, un ya anciano y retirado Friedkin, habla de Cristo y Hitler como los dos personajes más fascinantes de la historia. Uno fue capaz de llevar a sus semejantes hacia los cielos, el otro hacia los infiernos... los dos eran perfectamente comparables en su poder. Dentro de cada uno de nosotros hay un Cristo y un Hitler, quizá tenga razón. 


5. Concluyo el único libro de Francisco Umbral unánimemente respetado por la crítica literaria, "Mortal y rosa". Nunca simpaticé con él, siempre me dejaron un regusto extraño sus artículos, que me parecían astutos pero inútiles. Su envaramiento, que parecía imitado de Cela, le situaba a mis ojos como un tipo tan pagado de sí mismo, tan insoportable y en el fondo tan falto de humanidad como  su protector. "Mortal y rosa", impulsado por la tragedia que supuso la muerte por leucemia de su hijo de seis años, ha dinamitado mi percepción de Umbral como un escritor irrelevante. Al contrario que otros muchos de sus escritos, concebidos como crónicas la mayoría, "Mortal y rosa" no es un texto de ocasión y no parece tener la más mínima pretensión de ser masivamente leído. En un libro feroz, inmisericorde. El dolor se destila por cada una de las páginas con una belleza y una precisión ante la que resulta imposible no conmoverse. Más si uno ha sido padre. 

Pobre Umbral, los cuáqueros tienen razón: me faltaba escuchar su historia.  



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