Wednesday, November 20, 2019

VILLACAÑAS Y EL IMPERIO

Llevo meses con la idea de escribir sobre "Imperiofilia", el ensayo que Jose Luis Villacañas dedicó al último -y ciertamente exitoso- intento de revitalizar el ideario nacional católico: "Imperiofobia", de Elvira Roca Barea. No lo he hecho porque, finalmente, no he sido capaz de leer el libro de Roca Barea, y sospecho que no lo voy a hacer nunca. Lo he intentado, lo juro, pero me parece un ladrillo insoportable. 

¿Por qué entonces veintitantas ediciones?, se preguntarán entonces. Pues miren, deben ser las mismas razones, me temo, por las que se leyó tanto en su momento a Pío Moa. Hay muchos que se acercan a la historiografía, o a los impostores que dicen ejercerla, con la misma mentalidad con la que un hooligan lee la prensa forofista, esa en la cual te dicen lo que quieres leer, aunque sea mentira. Don Pío dijo, adoptando pose de circunspecto historiador, que Franco nos salvó del caos comunista; doña Elvira dedica su tocho a demostrar que el Imperio español era chupendi lerendi y los creadores de la Leyenda Negra un hatajo de envidiosos. El resultado es que muchos españoles se han sentido confortados al ver confirmadas todas las verdades que les transmitieron, junto a la lista de los Reyes Godos, en las escuelas de la Dictadura, ese próspero y pacífico periodo tan injustamente tratado por la "historiografía académica".  

Este panorama no es solo dañino para la ciencia historiográfica. Lo es para todos, pues en lo que entendemos por identidad colectiva nos jugamos muchas de nuestras posibilidades de convivir pacífica y respetuosamente en el futuro. 

No expondré pues mis impresiones del ensayo de Villacañas, que he leído detenida -y diría que apasionadamente-, pues su objeto es un libro que no he leído. Pero como sí sé lo que piensa la autora, como he leído su contestación a Villacañas y como sé lo que en distintos medios se ha comentado respecto al texto en cuestión, al menos me permitirán ustedes algunas valoraciones que prefiguran mi posición en la polémica que, con gran oportunidad, ha abierto "Imperiofilia". (O habría que decir que la ha reactivado, pues, no sé si lo han adivinado, estamos una vez más ante la grieta que divide a las dos Españas)

En primer lugar, el comentario que hace Javier Santamaría en ABC sobre el particular, definiendo el libro de Villacañas como "libelo",  falta a la verdad. Libelo, según la RAE, no es como él afirma un escrito breve consistente en criticar o difamar a otro autor. La definición de la RAE habla de "denigrar" o "difamar", pero no de "críticar", pues en ese caso casi cualquier ensayo caería bajo la calificación de libelo. Por cierto, el escrito de ABC, pese a su brevedad, sí consiste en denigrar al autor, en este caso Villacañas, cuyo libro me malicio que ha sido leído por el redactor del ABC tanto como el de Roca Barea por mí. Esto es por cierto lo mismo que hace la susodicha en su escrito de respuesta a "Imperiofilia", es decir, basa su defensa en presentar a Villacañas como un ignorante, además de un oportunista que intenta cobrar fama a costa de subírsele a ella a la chepa. 

Lo de la pequeñez intelectual de Villacañas tiene mucha gracia para alguien que, como es mi caso, sabe desde hace décadas de la reputación del personaje en los círculos universitarios, donde se le puede considerar sin hipérbole alguna como un auténtico coloso. Como ustedes son, supongo, ajenos al mundo de la filosofía académica, permítanme una sugerencia antes de seguir. Consulten -basta acudir a Wikipedia- el currículum de Roca Barea y, a continuación, échenle un ojo al de Villacañas. No pretendo que la brillante trayectoria universitaria y editorial de Villacañas sea suficiente para darle la razón. De igual manera, tampoco la evidente medianía de Roca Barea desacredita sus planteamientos. Ahora bien, si la trayectoria de doña Elvira es más o menos igual de cutre que la mía (con la particularidad de que a mí no me apoya Vox), lo que se me antoja como una osadía es replicar a Villacañas alegando que "es un ignorante" o que "busca notoriedad". 

Sin entrar en la polémica concreta entre los dos ensayos me permito unas cuantas consideraciones de pura higiene, aunque solo sea para marcar las distancias con todas estas celebridades del renacimiento nacional-católico, encargadas de suministrar inyecciones de autoestima patria a quienes son lo bastante obtusos como para no entender que aquello de "Una, grande y libre" era una majadería impuesta por un hatajo de patéticos émulos de Hitler . 

1. El nacionalismo español es un planteamiento reaccionario y excluyente. El aserto franquista -"Por el Imperio hacia Dios"- resulta cómico, pero su trasfondo es un esfuerzo insistente y siniestro a lo largo de la historia por estrangular las singularidades, la heterodoxia y el libre pensamiento. Quizá los nacionalismos periféricos vivan enclaustrados en el mito y el agravio permanentes, pero si hay un mito y una historia manipulada por excelencia en la península ibérica esa es la que los reaccionarios han forjado para España. No hay que alejarse de ella por antiespañolismo, sino porque es mentira. 

2. La Leyenda Negra está sin duda exagerada y responde a propósitos tendenciosos por parte de naciones que se forjaron en conflicto con el Imperio Español. Ahora bien, podemos creer si nos place que Fray Bartolomé de las Casas mentía cuando afirmaba que los colonizadores estaban devastando a las poblaciones indígenas en América, que los tercios de Flandes estaban repletos de heroicos Alatristes y no eran bandas de asesinos, o que este país no ha quedado marginado de la modernidad por culpa de la venalidad y la vagancia de las élites feudales y clericales. 

Podemos también ofendernos por ser considerados en la Europa del Norte como el país de la inoperancia (hacer las cosas "a la española" en Francia y otros lugares es hacerlas mal), o negarnos a aceptar que los cuarenta años de franquismo son la certificación definitiva de un fracaso histórico brutal. Quien tenga problemas de vocabulario puede llamarme anti-español, pero, tranquilos, me llaman lo contrario los secesionistas cuando digo estar orgulloso de los comuneros, de Lazarillo y el Quijote, de los erasmistas, de los ilustrados, de la Segunda República o del exilio español en México. 

3. (Tranquilos, que acabo... no me abandonen aún, que el asunto es importante). Villacañas es a menudo asociado a la defensa del luteranismo. Yo creo que lo poco de la modernidad que fue penetrando en nuestro país proviene de fuerzas como el protestantismo, el erasmismo o la Ilustración. A trancas y barrancas hemos alcanzado una democracia de la que no debemos avergonzarnos, lo cual no significa que no haya que cambiarla incluso en aspectos esenciales. Es posible que ser español no sea gran cosa, pero lo prefiero a ser yemení. Y no porque tenga algo contra los yemenís, es solo que prefiero no vivir en la Edad Media ni expuesto a los Señores de la Guerra. Son los esfuerzos de todos aquellos a los que los lectores de Roca Barea desprecian los que han servido para que esto deje de ser el país de "Los santos inocentes". 

Claro que acaso sea esa la España por cuya extinción gimotean los ideólogos de la ultraderecha, esa península extrema y pre-africana en la cual la frase recurrente de la mayoría de españoles era aquella de "a mandar, señorito, que para eso estamos".   








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