Sunday, February 07, 2021

HIGIENE DEMOCRÁTICA


Asisto con interés, pero también -por qué no decirlo- con cierta preocupación, al debate que se ha montado en torno a la "Ley Trans" que prepara el gobierno de coalición. 


De entrada a mí me cae muy bien que un ejecutivo entre con determinación a construir tejido jurídico sobre una cuestión con presencia creciente, y yo diría que socialmente explosiva, como es la de la identidad de género. Una de las trampas del discurso neoliberal consiste precisamente en proyectar sospechas sobre cualquier iniciativa gubernamental que afecte a la "vida privada", como si crear regulaciones hubiera de equivaler siempre a planear formas de control y represión. Yo creo que se trata precisamente de lo contrario: hacer posible que la diversidad y el derecho a gozar de una existencia autodeterminada se instalen naturalmente entre nosotros. Se trata de propiciar el desarrollo de formas de convivencia más pacíficas, saludables y acordes con un tiempo tan complejo, y acaso tan apasionante, como el que nos toca vivir. 


En el caso que nos ocupa, el propósito expreso, la despatologización de las personas trans, parece irreprochable desde un enfoque progresista. De otro lado, conviene no olvidar que las fuentes de esta iniciativa son las mismas que ya han lanzado la Ley de Libertades Sexuales, cuyo más que loable objetivo es perseguir una lacra tan omnipresente como es la de la violencia sexual.


Llevo días hablando con allegadas sobre el asunto, alguna le ve serios problemas al proyecto. He leído en la prensa y en facebook las suficientes críticas  como para no dar por hecho que por ser rechazada por la derecha y por orientarse a la defensa de las reivindicaciones de las organizaciones LGTBI, con las cuales simpatizo, ya es necesariamente digno de apoyo. No soy ajeno a la posibilidad de que legislaciones aparentemente progresistas tengan efectos -y a veces incluso intenciones ocultas y de fondo- peligrosamente reaccionarios. No digo que sea el caso de esta ley, pero lo he vivido en el sector educativo y soy, lo siento, vaquilla resabiada. 


Tras ver una entrevista con Boti García Rodrigo, en la actualidad asesora del Gobierno para Diversidad Sexual y a la que reconozco como una de las grandes heroínas del activismo LGTBI en nuestro país, debo confesar que me cuesta creer que realmente estemos ante una "ley repugnante", un golpe de gracia a la historia de la emancipación de la mujer o la "tumba de este gobierno"... y todas estas cosas las he leído en las últimas semanas. 



Pues bien, creo que ahora les voy a sorprender: tienen razón las feministas. Es la conclusión a la que he llegado en las últimas horas. Daré mis razones cuando las haya madurado, pero el objetivo de este escrito no es entrar en un debate sobre el que me siento poco capacitado, más allá de que tengo amigos transexuales -ya sé que no es lo mismo que transgénero, ya lo sé, demonios- y presumo que les voy a decepcionar si leen esto. 


Yo voy por otro lado, y aquí sí me siento fuerte, porque llevó toda la vida trabajando para "sanear" opiniones, debates y querellas. Mucho me temo que este debate se está intoxicando de entrada y creo que una parte del sector que lanza los tóxicos al aire es el que sospecho que tiene razón, lo cual es una manera de quitársela o, por lo menos, de desalentar a quienes estamos sinceramente interesados en escuchar ideas. 


Lo diré de una vez: hay una tradición muy acrisolada en algunos sectores del feminismo de desacreditar de entrada las opiniones ajenas, aunque no sean necesariamente opuestas. Si me sueltan un "estufit", como decimos en valencià, solo por preguntar en facebook los motivos de una intervención, no quiero imaginar lo que puede pasarme si se me ocurre discrepar enérgicamente, derecho por cierto inalienable en democracia. 


Lo vuelvo a decir: creo que las feministas -o un determinado sector del movimiento de liberación de la mujer en España- tienen razón y que esta ley debe ser devuelta y replanteada. No he dado mis motivos y no los voy a dar de momento aunque se me soliciten. Lo que sí estoy dispuesto a fundamentar es mi crítica a algunas actitudes que veo proliferar a vueltas con este debate y que provocan sistemáticas descalificaciones, menosprecios, sarcasmos y, en definitiva, mucha mala hostia. Bajen el tono, por favor, aunque la razón esté de su lado, aunque a lo largo de sus vidas no hayan parado de sufrir discriminaciones y atropellos de todo tipo. Soy profesor de Filosofía y Ética, si no hubiera desarrollado la virtud de la paciencia ya estaría en un manicomio. Hay que intentar convencer; soltarle de entrada dentelladas al que presenta una mínima objeción es la manera más directa de asfixiar un debate que es absolutamente necesario. 


Me gustaría no acabar este escrito pensando que no voy a arrepentirme de haberlo publicado. Soy vaquilla resabiada, ya lo he dicho antes.  

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