Sunday, March 13, 2022

ALGUNAS APORÍAS HUMANAS, DEMASIADO HUMANAS



Exige Cioran el derecho a la santidad, pues los canonizados, dice, "se esforzaron tanto por superar sus contradicciones como yo por preservar las mías".

 

También las hay en mí, por supuesto. Y dejan heridas profundas y, a veces, nauseabundas. He de apañármelas para vivir con ellas, a la espera de superarlas. 

 

¿O no? 

 

¿Y si resulta que, después de todo, el destino de mis contradicciones no es ser resueltas sino más bien, de alguna manera extraña, protegerme de la locura y de la muerte? Acaso la esperanza de encontrar algún día la salida al laberinto que habito solo oculta que, tras esa puerta, solo están el horror del desierto y la depresión. 

 

Dejo para otro día mis aporías, que después de todo tan solo a mí me interesan -y cada día menos, por cierto- y hablemos de las de ustedes. No sé si ya se lo ha dicho alguien, pero son bastante hijos de perra. No más que yo, pero tampoco menos, entérense. Voy por eso a atormentarles con unas cuantas preguntas inocentes. Sospecho que no van a ser capaces de contestarme o que, en todo caso, sus respuestas serán insatisfactorias, aunque a ustedes les dejen la mar de confortados. La razón de mi escepticismo es que ya he averiguado -de algo me ha de servir llevar cinco décadas en este planeta- que la vida de cada sujeto no se explica por la misión de resolver sus contradicciones. Si todo este cambalache tiene algún sentido es precisamente porque esas misteriosas hendiduras que supuran por siempre constituyen la subjetividad misma. 

No sé si entiendo a Jacques Lacan, ese al que muchos han tachado de absoluto charlatán, pero tengo la sospecha a partir de este pensador freudiano de que eso tan pomposo del "yo" solo surge desde alguna suerte de naufragio. O, si lo prefieren, una ausencia, un rechazo, un dolor, una derrota... Es ese misterioso vacío de haber sido dañados o excluidos lo que configura una autoconciencia. Todo "yo" es entonces una herida, o una cicatriz; toda memoria lo es de una expulsión o de una afrenta. En ese sentido somos todos seres traumatizados, o mejor, somos precisamente nuestros traumas. 

Concédanme, si continúan leyendo, la insolencia de lanzarles algunas preguntas. Es solo por si no lo habían pensado y, sobre todo, por fastidiarles y divertirme así un rato. 



¿Por qué hacen turismo? 


Quizá no lo hayan pensado nunca, o acaso han preferido no hacerlo, que así uno vive mejor. Pero el turismo habita una paradoja que me parece irreductible: en el lugar y las gentes más o menos exóticas que visitamos pretendemos encontrar precisamente aquello que ya no tienen. Acudimos aturdidos por la emoción y ávidos de experiencias culturalmente excitantes a los cascos viejos de las ciudades para encontrarnos con su "esencia", con lo que siempre fueron. Así, esperamos encontrar la Roma del neorrealismo, el Londres de Sherlock Holmes o el París revolucionario... Buscamos la vida, la "realidad" más profunda de esos lugares míticos, pero solo encontramos su fetiche, su simulacro. Se convierten en atracción turística justamente porque esas verdades profundas ya no están. Y si estuvieran, el turista terminaría de cargárselas o simplemente sería incapaz de verlas. El turismo es una mentira, y esa mentira es justamente lo que lo hace posible como lo que es, una mercancía. 


-¿Por qué consumen? 


Cuando compran un anillo de bodas piensan que están homenajeando al amor eterno, pero en realidad solo lo están "consumiendo". Si la eternidad se vende, como sucede en las bodas, entonces es porque no es eterna. La gente se divorcia a mansalva porque la monogamia es casi siempre un imposible y una decepción, algo insufrible en tiempos cada vez menos patriarcales donde los viejos roles se están disolviendo -por suerte- a gran velocidad. El mundo se parece, sin saberlo, a esa mini-ciudad temática de Japón en la que están todos los grandes monumentos del planeta. O a Las Vegas, donde aparecen simulados los canales de Venecia, la Torre Eiffel y las Pirámides. Convertidas la vida y la experiencia en objeto de consumo, dejan de ser vida y experiencia. Así, nos venden naturaleza porque el mismo mercado ya la ha devastado. Consumimos sexo porque este ya no es singular e intransferible, que es lo único que de verdad lo hace interesante. Compramos amigos y paisajes cuando son cosas imposibles de intercambiarse como mercancías...

 

¿Por qué les atrae tanto la maldad? 


Repudiamos, con toda razón, a los criminales, pero nunca tantos jóvenes se han lanzado a estudiar la carrera de Criminología. Nos aterran los asesinos en serie y los maltratadores, pero atendemos hipnotizados a los noticiarios y a las películas que insistentemente emiten sobre ellos. Decimos que Hitler es el mal absoluto, pero el monstruo del bigote aparece insistentemente en las portadas del kiosco.  Nos dijeron que respetáramos la vida privada, pero consumimos las miserias de todo el que, pornográficamente, hace gala de ellas a cambio de dinero en Telecinco...



¿Por qué insisten en ser "objeto"? 


El feminismo tiene razón en todo lo que reivindica, pero nunca las mujeres se han objetualizado tan masivamente como ahora, con instagram y similares. Ya no hace falta la portada de interviú, adolescentes de todos los sexos exhiben sus cuerpos con miradas lúbricas como en un mercado de carne. Como si, a fuerza de oír que cosificar a los cuerpos es opresión patriarcal, la tentación de ser objeto de contemplación se hubiera vuelto más irresistible que nunca. 


Ustedes verán. Yo no les entiendo. Y dado que acostumbro a ser duro conmigo mismo, permitan que lo sea un poquito con ustedes. Contradictorios como son. Igual que yo, ni más ni menos.  



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