Tuesday, March 29, 2022

LA CULPA

Hace muchos años una alumna me regaló un poemario cuya autora era su madre, que había fallecido inesperadamente algún tiempo antes. Al final del libro aquella mujer había dejado una anotación escrita a mano: "Todos podemos hacer más". Me persigue el eco de esa aseveración, quizá uno de los últimos pensamientos que cruzó su mente antes de desaparecer de forma tan trágica y precoz. 

Podemos hacer más, seguramente. Pero a menudo me pregunto si no es un poco como lo que en Valencia llamamos "garbellar aigua", que por más que uno se esfuerce, ni ves el final ni tienes la sensación de avanzar en lo más mínimo. Es razonable pensar que uno nunca debe dejar de esforzarse, sobre todo si cree, sinceramente, que sus desvelos pueden introducir alguna mejora en la vida de la gente. Pero esa convicción tan sensata amenaza con volverse peligrosa y dañina cuando nos arrimamos al contexto bíblico, tan secretamente influyente sobre nosotros, los judeocristianos. El concepto, que Nietzsche no dejó de fustigar, se llama culpa. 

"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". Yo me espantaba de repetir semejante atrocidad, cercana al masoquismo, cuando para tomar la Comunión hube de aprenderme ese catálogo de horrores que es el Credo. ¿Y cuál es mi culpa?, me preguntaba entonces. El cura podría haberme contestado que heredamos el pecado de Adán, pero es una puerilidad demasiado grande como para soltarla sin reírse. También podría haberme recordado los padecimientos del nazareno en el Gólgota, pero ese confuso asunto está muy bien resuelto por Patti Smith, quien afirma que "Cristo murió por los pecados de alguien, pero no por los míos."




Mi biografía es, sin duda, una sucesión de inobservancias y cobardías. Lo hubiera podido hacer mucho mejor, desde luego. Pero, verán, llegados a cierto punto, se me ocurre pensar que sí, puedo hacer más, pero también puedo hacer menos. A menudo he encontrado, entre quienes más insisten en avergonzar a sus prójimos recordándoles su condición pecadora, una profunda egolatría, una ambición personal sin límites, e incluso cierto sadismo. Curiosamente, quienes de verdad han logrado desatar mi admiración por su valentía y la determinación con la que defendían sus ideales de justicia, son personas que raramente me han acosado ni han pretendido perturbar mi paz para hacerme sentir como una mierda. Cuando han querido algo de mí, me lo han pedido, han dicho gracias, y me han dejado en paz. En ellos no advertí la más mínima voluntad de herirme; ningún indicio de que, en realidad, lo que pretendían es llenarme de pesadumbre, tristeza e infelicidad. Eran buenos, buenos en toda la extensión del palabra. 


He visto ya demasiadas vidas destruidas por la culpa como para creer que el asunto es baladí. Muchos allegados, y sobre todo allegadas -para empezar mi madre- han vivido de principio a fin estragadas por el sentimiento de que lo que hacían por otras personas nunca era suficiente. Ya se encargaba alguna otra de esas personas, con un egoísmo feroz, de recordarle a machamartillo que su deber era cuidarla y servirla. Educadas en la deuda infinita, el más dañino de los mitos teológicos, infinidad de mujeres han vivido en un permanente y horroroso conflicto de conciencia por la culpa, en muchos casos inyectado desde niñas por sus madres. 

¿Saben? No sé qué hacer para frenar las barbaridades de Putin en Ucrania. Me gustaría pensar que formar parte de eso a lo que llaman la opinión pública mundial sirve para algo, pero mi sentimiento más intenso cuando pongo un telediario es el de una profunda impotencia. Puedo llenarme de indignación y de cólera cuando un majadero con poder dice no ver a los pobres de Madrid, cuando el gobierno apela a la realpolitik para dejar a los saharauis abandonados a su suerte, o cuando se otorga una consideración a Ucrania que jamás valió para Palestina. Pero sí, lo que viene después es la gelidez de mi minusvalía moral... aunque supongo que siempre podemos hacer más. 


En uno de sus mejores gags, Woody Allen pregunta a un alienígena qué sentido puede tener la vida si, al final, todo desaparecerá en el olvido. "Nada tiene sentido", le contesta, "lo único que puedes hacer es contar mejores chistes". 

No es una conclusión satisfactoria, pero es la única que tengo. Cuenten mejores chistes, cuiden de sus allegados, protejan a su familia, exhiban su indignación aunque no sirva para nada. Yo, por mi parte, intentaré seguir con todo ello y, además, trataré de dar mañana buenas clases. Como todos, o casi todos, los días, trataré de ser cordial y afectuoso, escucharé con atención y trataré de no hacer daño. Seguramente puedo hacer más, pero ahora mismo no se me ocurre nada mejor. 

   


 

 

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