Thursday, March 03, 2022

PUTIN, PESADILLA HOBBESIANA



Acompaño a la clínica a un allegado. Mis ojos distraídos se enfocan en una niña de unos cinco años que se arrima tras sus padres a la cola de Información. Desconfiada ante un espacio inequívocamente adulto, se aferra a la muñeca que acuna en sus pequeños brazos. Es el momento justo en que mi cabeza identifica con nitidez lo que supone lanzar una guerra para destruir a miles de inocentes. 

La complejidad del problema desatado en Ucrania no desplaza ni un ápice la convicción de que Putin es un psicópata que ha convertido a Rusia en una de esas naciones deplorables que solo parecen hallar su lugar en el mundo envenenando las vidas de sus vecinos. Ya sé, faltaría más, que no todos los rusos son como su presidente. Lo que me pregunto es si saben a qué especie de criminal están jaleando muchos de ellos. 


Siempre pueden replicarme que el Estado Ucraniano, dirigido por Zelensky, tampoco es inocente. Y hablaríamos de la matanza insistente del Donbás, de las mafias, de los neonazis, de las promesas incumplidas por las naciones occidentales desde que se firmaron los Acuerdos de Minsk. Yo puedo entender sin grandes apuros que el Kremlin no quiera tener a unos metros de su frontera un arsenal de cabezas nucleares apuntándole. O que la Alianza Atlántica o, para no andarnos con remilgos, EEUU, mintió a Putin porque siempre entró en sus planes rodear a Rusia, a la que nunca han dejado de ver como el enemigo euroasiático. Mentir... eso es a fin de cuentas lo que hizo Bush jr -respaldado por el premier español- para justificar una atrocidad como la de la Guerra de Iraq, cuya malignidad es perfectamente comparable a la ahora perpetrada por Putin, por más que al señor Aznar le vemos ir por ahí dando lecciones de moral a todo cristo.


Y sí, estamos ante una decisión política, es decir, perfectamente evitable, y el único culpable es quien la toma. Sabemos hace mucho que el mundo estaría mejor sin el sátrapa estepario, antes dedicado a sembrar el terror desde los lóbregos laboratorios del KGB. Tras la barbaridad de la invasión, la necesidad de acabar con el personaje se vuelve apremiante. 



Podemos pensar que Putin es una criatura nacida de una extraña fusión entre totalitarismo soviético y ese capitalismo hobbesiano al que lanzaron a la ciudadanía rusa de la forma más feroz y despiadada tras la disolución del Imperio Soviético. Ahora bien, ni siquiera las taras psiquiátricas del perturbado que ha creado esta tragedia lo explican todo. Tampoco es suficiente apelar a la violencia endémica de una nación "demasiado asiática", demasiado dañada por siglos de invasiones tártaras, demasiado amante del alcohol, demasiado dada a deambular sin intermedios entre el más triste de los silencios obedientes y el más desmadejado de los excesos orgiásticos.

Permítanme remedar la célebre frase que Vargas-Llosa dirigió al Perú: ¿cuándo se jodió Rusia?

No iré muy atrás. Con la Perestroika, Mikhail Gorbachov activó un dispositivo de democratización de la URSS cuyo modelo eran las naciones escandinavas. La descomposición del antiguo imperio y la debilidad de un Presidente más estimado en el exterior que, por razones obvias, en el apparitchik del régimen aún viviente, ayudaron a que el plan Gorbachov no funcionara. Pero el problema no es solo ruso. 


Veamos, cuando todos nos ilusionamos con los efectos de la Caída del Muro, los EEUU enviaron asesores a distintas naciones del antiguo Telón de Acero para aportar lecciones sobre el cambio de sistema. Creo que les sonará cierto sarcasmo: "Nos decían en la Unión Soviética que el comunismo era bueno y el capitalismo malo. Nos mintieron en lo primero, ahora sabemos que en lo segundo decían la verdad". ¿Qué pasó entre medias? ¿Cómo es posible que la consecución de las tan anheladas libertades saliera tan mal como para que muchos sintieran nostalgia de un régimen tan despiadado, corrupto, liberticida y falto de bienes básicos como el soviético?


Explica en "La doctrina del shock" Naomi Klein que los estados son la última frontera colonial que ha encontrado el capitalismo. Derrota del comunismo, fin de la historia, pensamiento único, Consenso de Washington, globalización neoliberal... Llámenlo como quieran, pero desde que los ideólogos neoliberales de Chicago impusieron su agenda al mundo a partir de la Revolución Conservadora de Reagan y Thatcher, las élites asumieron que la mejor manera de ampliar sus beneficios era esquilmar a los antiguos estados. En las repúblicas post-soviéticas, esa agenda consistió en vender los estados a trozos para, a costa del empobrecimiento de la ciudadanía que los sostuvo, alentar una feroz desigualdad. Se desarrolló una obscena cultura de nuevos milmillonarios,  destruyéndose las esperanzas de libertad y bienestar de una inmensa mayoría de personas para las cuales el final del periodo dictatorial había sido un alivio. Desde entonces han volado cantidades ingentes de dinero desde el este de Europa hacia los paraísos fiscales. 

Durante dos décadas, Rusia fue el paradigma de lo que podríamos llamar el "cleptocapitalismo", donde la confusión entre poder político, corporaciones empresariales y delincuencia organizada determinó el deterioro de las condiciones de vida de millones de personas. La experiencia, muchas veces relatada, de unos servicios públicos ruinosos e ineficaces, una salvaje inseguridad ciudadana, y una pobreza intolerable, fue el durísimo precio que los rusos pagaron por acabar con los últimos rescoldos del estalinismo.


El sueño de Gorbachov, esa figura tan maltratada por la historia, consistía en construir un estado de derecho razonable. Desdichadamente se convirtió en pesadilla por obra y gracia de un capitalismo descontrolado que las élites financieras del mundo y el antiguo enemigo atlantista saludaron como una oportunidad de no solo ver hundirse al rival, sino además de enriquecerse a costa del sufrimiento de su gente. 


Se dice que, en los últimos diez años, Putin, gracias sobre todo a la venta de combustibles fósiles y de armamento, ha puesto orden en un país que parece haber superado sus peores momentos. A mí me sigue pareciendo una pesadilla hobbesiana. Los ucranianos lo han aprendido en estos días de horror. 


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