Todos hemos visto "The tale of the handmaid", o, en todo caso, hemos tenido que decidir no verla o abandonarla una vez empezada. Nos hallamos, no hay duda, ante un fenómeno televisivo multitudinario. No llega a los índices de audiencia de "Juego de tronos", pero sospecho que su repercusión en la cultura tiene más profundidad y recorrido.
Es difícil encontrar grandes objeciones a un producto de tan elevada factura. La puesta en escena es impecable, hace falta virtuosismo para configurar un paisaje tan hipnótico. Es tan poderosa su iconografía que no sorprende nada que, como ya sucedió en "V de vendetta", haya trasladado el uniforme de las "Marthas" a manifestaciones feministas del mundo real. Esa imagen de Defred y sus compañeras con el vestido rojo y la cofia blanca, pasivas y silenciosas en espacios que tanto recuerdan a la pintura de Vermeer... no es extraño que hayan llegado a convertirse en símbolo de la dominación machista en los últimos meses. Tal es el poder de una serie de la HBO en este globalizado siglo XXI.
Podemos hablar de los intérpretes, especialmente de las actrices, y por encima de todos, el trabajo colosal de Elisabeth Moss, cuya creación de Peggy Olson en Mad Men ya amábamos muchos. O la técnica narrativa. Esa fluida alternancia entre la humillación presente y el insistente asalto a la memoria de un pasado que ahora se descubre como el paraíso perdido... Con ello no sólo descubre el espectador cómo llegamos al desastre, también advertimos las dimensiones del dolor por lo que perdimos. No olvido ese momento de los primeros compases de la serie, cuando las protagonistas -mujeres empoderadas y universitarias- son insultadas impunemente por el nuevo camarero de la cantina unos segundos antes de que descubran que el acceso a las cuentas bancarias ha sido cancelado para ellas y para el resto de mujeres de la nueva nación, la República de Gilead.
No sigo, no soy experto en "El cuento de la criada", que sean otros los que glosen con detalle los incuestionables méritos del producto.
No tengo dudas respecto al valor que tiene Handmaid como inspiración para afrontar las grandes controversias políticas del momento: "¿Por qué os horrorizáis, reaccionarios? ¿No es esto lo que reclamabais?"... Es una pregunta que yo dirigiría a algunos de mis allegados con afición a impacientarse con la democracia. Estáis hartos de ver a las mujeres instalarse cada vez con más determinación en los puestos de poder que antes eran dominio exclusivo de los varones. No soportáis la "normalización" de ciertas formas de libertinaje, como la homosexualidad. Los jueces no se atreven a ser duros con los delincuentes... decís a menudo. Padres y educadores ya no son capaces de mantener su autoridad ante los niños... La gente blasfema impunemente mientras los árabes vienen aquí a poner sus mezquitas y encima no puedes decirles nada que se ofenden...
... Pues bien, aquí tenéis la respuesta a vuestros rezos: se llama Gilead. De momento sólo es ficción, aunque, como dice Woody Allen, no se puede tener todo. El pequeño problema es que cuando veis la serie, sólo si sois unos putos psicópatas podéis encontrar en el orden social que presenta algo mínimamente deseable. Es un cuadro de pesadilla, una distopía en toda la extensión del concepto: las mujeres díscolas con su nueva condición de esclavas son torturadas y asesinadas, se vigila exhaustivamente cada movimiento a través de una red de delación que habría enviado el mismísimo Goebbels, se ahorca o lapida en público ritual a todo aquel que tenga la insolencia de disentir.
Muy pocos, digan lo que digan, quieren hoy una dictadura, más si es como Gilead: un Estado integrista cristiano cuya práctica cotidiana consiste en un ejercicio sistemático y atroz de la violencia y la intimidación. ¿Los Amish al poder? Un poco sí, porque se han quedado en el siglo XVII, pero los Amish no creen en la violencia, luego es algo así como un estalinismo pasado por la máquina del tiempo. Puro delirio, vamos. Es virtud de Handmaid mostrarnos ese horror, recordarnos que los "desórdenes" propios de las sociedades abiertas son siempre preferibles a la ferocidad represiva del autoritarismo.
¿Una gran serie de la HBO? Sí, quizás lo sea. Maneja con habilidad algunas de las corrientes ideológicas más inquietantes de nuestro tiempo para diseñar una paisaje de futuro a corto plazo con el que uno debe desasosegarse y recordar lo valiosas que son algunas instituciones y derechos que ha costado mucho conseguir y que continúan teniendo detractores.
¿Por qué entonces no me horroriza "El cuento de la criada"? ¿Por qué, aún a riesgo de molestar a quienes entregan sin ambages su entusiasmo a la serie, no consigo emocionarme?
Denme un rato, debo explicarme.
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