Paso habitualmente en silencio el mes de agosto. Me tomo vacaciones de escritura y opinión en público porque, además de temer que mis amigos se cansen de mí, creo que es sano contener temporalmente la inclinación a pontificar y leer con atención lo que piensan otros, empezando por aquellos que están lejos de mis posiciones. Asisto con preocupación a manifestaciones que corresponden a sensibilidades que rozan a menudo la paranoia, prestan oídos a quienes predican el odio y estrangulan cualquier posibilidad de diálogo, posibilidad que requiere un mínimo: aceptar que el interlocutor puede aportarme algo de lo que yo carezco.
Me siento obligado por todo ello a manifestarme respecto a algunas cuestiones que se han vuelto especialmente inflamables y en las que, creo, nos jugamos la viabilidad de la convivencia. Voy a decir lo que pienso. No pretendo ganar amigos ni sentirme en posesión de la verdad. Pero me veo en la exigencia de posicionarme porque creo que es la única manera de que la violencia y la intolerancia no sigan ganando posiciones. Yo, al menos, sé que mi motivo no es la pretensión de eliminar o silenciar a quienes se me oponen, mi motivo es la necesidad de discrepar enérgicamente. Me pronuncio a continuación sobre cuatro cuestiones candentes: la herencia del General Franco, el feminismo, la inmigración y la secesión catalana.
1. Los últimos ecos de los regímenes autoritarios ya se apagaron hace tiempo en Europa. Su lógica ha sido barrida de la historia por las mismas razones que lo fueron el feudalismo o las monarquías absolutas. Por eso tiene un aspecto tan cutre, casi tan friqui, la resistencia de un sector muy amplio de la sociedad española a romper con el franquismo.
Importa bien poco si en el alma de los que insisten en exhumar fosas anidan el revanchismo o el oportunismo político. Lo que realmente debe preocuparnos es la justicia y el sentido de la ley. Francisco Franco es el nombre de uno de los mayores asesinos del siglo XX. La victoria del bando fascista en la contienda, la eliminación física o moral de todos sus hostiles, la política del terror y el ejercicio cotidiano y a machamartillo de adoctrinamiento sobre varias generaciones de españoles explican que lo más monstruoso termine revistiéndose en las conciencias con los trazos de la normalidad. La guerra que lideró fue producto de un levantamiento militar efectuado con las armas que la legitimidad institucional otorgó a señores como él para que defendieran a la ciudadanía. Sus múltiples crímenes durante el Régimen son inexcusables, pero no pueden compararse a la barbarie de las represalias de posguerra, cuando el oponente ya estaba cautivo y desarmado, sin más expectativa que la de salvar la vida huyendo a donde fuera. (Sí, ya sé que el otro bando también mató, no soy idiota, pero no hablamos de la República, hablamos del Valle de los Caídos, los rojos ya pagaron todos sus pecados con creces)
La cuestión no es por qué el Gobierno Sánchez quiere sacar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos. La cuestión es por qué la democracia española ha tardado tanto en cumplir sus propias leyes, y por qué ciertos partidos hacen patéticos malabarismos para que no se note demasiado que lo que están apoyando es el fascismo. Me gustaría preguntarles a algunas personas por qué hiere su susceptibilidad que el nombre del mayor enemigo de la democracia que ha conocido la Europa Occidental en el siglo XX deje de tener el reconocimiento y los honores de un país que lleva ya cuarenta años viviendo en la cultura de los Derechos Humanos. Es esa actitud la que mantiene abiertas las heridas, es esa resistencia a romper con la barbarie lo que mantiene la anomalía española por la cual en Europa continúan pensando que este país is different.
2. Hay bastantes ideas y actitudes del movimiento Me Too que no comparto. Algunas de las personas más crueles y desalmadas con que he tenido la desgracia de toparme decían ser feministas y me han increpado en facebook mujeres sólo por exhibir discrepancias mínimas y razonables. Si me sigo mostrando ilusionado con esta revolución cultural que estamos viviendo en pro de la emancipación de la mujer y la equiparación de los géneros es porque creo que el feminismo tiene razón en lo sustancial, y que las feministas son en su mayoría personas sensatas y librepensadoras. Más allá de algunos excesos, más allá de ciertas bobadas que parecen ideadas para que el enemigo haga chistes, las reivindicaciones fundamentales del feminismo surgen de la cotidiana vulneración en nuestra sociedad de derechos humanos básicos.
Podemos discutir sobre las leyes de cuotas, sobre el lenguaje inclusivo, sobre la gestación subrogada... de eso se trata en democracia, creo. Pero hay fenómenos que constituyen verdaderas patologías sociales y que, si no luchamos -todos- contra ellas, perpetuaremos la injusticia porque seremos de alguna forma cómplices de ella. Violencia de género, abuso sexual, discriminación salarial, feminización de la pobreza, conciliación familiar...
Me parece imprescindible, en relación a este asunto, la referencia al movimiento homosexual. La evidencia de que muchas cosas han cambiado en nuestro país -en el marco legislativo y en la práctica cotidiana- para que la condición gay, lésbica o transgenérica empiece a ser desestigmatizada por la sociedad me parece un ejemplo de lo que un gran movimiento social puede conseguir para que tengamos una sociedad más justa y habitable.
Entiendo que para muchas personas las grandes transformaciones sociales resulten inquietantes. Si conseguimos que ciertas paranoias no nos vuelvan mezquinos, descubriremos que en esta batalla, como en tantas otras, lo que está en juego es la consecución de un mundo menos inhóspito para todos.
3. No hay duda, nos hayamos ante una de las cuestiones más inflamables y preocupantes a las que se enfrentan las sociedades del siglo XXI. En un planeta superpoblado y donde la información y las posibilidades de desplazarse han crecido exponencialmente, debemos asumir que los desplazamientos de grandes multitudes constituyen un fenómeno no solo irremediable sino además necesario. No soy yo quién está en condiciones de indicar qué se debe hacer con la inmigración, pero sí entiendo que si los gobiernos no controlan los flujos, lo cual es algo muy distinto a prohibirlos, será la arbitrariedad de las mafias o el capricho de la fortuna o la violencia la que mande sobre los destinos de millones de personas.
A España han llegado muchos extranjeros en las últimas décadas, fenómeno por cierto similar al que experimentaron países europeos que recibieron hace décadas a millones de españoles que aspiraban a una vida mejor, sin olvidar que el fenómeno se repite hoy con muchos de nuestros jóvenes más preparados. La lógica inquietud que experimentan los nativos cuando ven que multitudes con aspecto, lengua y costumbres exóticas ocupan los espacios donde antes sólo estaban ellos, no conduce necesariamente a la xenofobia o el éxito de demagogos de corte neonazi. Las pirámides demográficas ofrecen datos inequívocos: envejecemos a la carrera, necesitamos gente joven, y si no la producimos habremos de exportarla. Puede usted discrepar con mi convicción de que las concertinas en la valla de Melilla son un rasgo de barbarie o que no se puede abandonar a su suerte a una patera llena de niños, pero el de la inmigración -metámonoslo en la cabeza- no es un asunto de caridad ni de compartir nada, es una cuestión de supervivencia.
Van a seguir viniendo. Y lo hacen por qué países como el nuestro les hace concebir la ilusión de una vida mejor. Deberíamos, en cierto modo, estar agradecidos.
4. Soy un unionista pacífico y, como alguna vez he dicho, un patriota de baja intensidad. Creo que deberíamos seguir juntos, pero para que el deseo tenga alguna consistencia necesito poder pensar que el proyecto de convivencia que llamamos España merece la pena.
Me preocupa la facilidad con la que se habla de "presos políticos", por más que deseo fervientemente que personas de las que estoy muy lejos, pero que me parecen bien dispuestas al diálogo como Oriol Junqueras, salgan de la cárcel cuanto antes. El llamado Procés, tal y como se ha ido desarrollando, me parece inaceptable porque conculca los derechos de muchísimos ciudadanos que quedan fuera de eso a lo que se llama el derecho a decidir. Quienes afirman -y esto me lo ha dicho a gritos algún allegado simpatizante del Procés- que "esta es la única manera de que despertéis" dan legitimidad a quienes, por despertarse de un tortazo, exigen salir de la cama devolviendo el tortazo con creces.
Ahora bien, que yo no comulgue con las ansias independentistas no significa ni por un instante que me crea en condiciones de ignorarlas. Hacer como si el problema no existiera, especialidad del ex-Presidente Rajoy, no es suficiente para solucionarlo, solo sirve para dejar que crezca, haciéndolo explosionar de forma absolutamente irresponsable cuando, como sucedió el día del ilegal referéndum, envía uno a las fuerzas del orden para sacar a la gente a porrazos de los colegios electorales. No es verdad que el sentimiento indepe sea mayoritario, pero sí lo es la exigencia de una consulta popular en condiciones justas, exigencia que creció de forma incontrolada el día en que el Gobierno Rajoy cometió aquella monstruosidad.
Lo mejor que ha podido ocurrir con este asunto es que Pedro Sánchez acceda a la Moncloa, y lo peor es que los partidos que se benefician del frentismo continúen convirtiendo en beneficio electoral la pretensión de aplastar por la fuerza cualquier pretensión separatista. Ha bastado que un estadista con dos dedos de frente y sin fobias con olor a rancio llegue al Gobierno del Estado para que la popularidad del independentismo más unilateralista y menos dialogante deje de crecer.
No quiero que Catalunya se vaya. Parece que en esto coincido con algunos de los nacionalistas españoles más inflamados de patria que conozco. Pero me gustaría hacerles una pregunta: ¿creen ustedes que se equivocan los ciudadanos del Principado que piensan que en España se les odia? Yo creo que no se equivocan, y mientras no entendamos que una cosa es el unionismo y otra el anticatalanismo, o rechacemos la pretensión de que sólo hay una manera de entender la condición de "españoles", es decir, la que propone la gente como Rivera o Casado, entonces la pulsión separatista se hará más fuerte. Y lo que es peor, crecerá su legitimidad.
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