Tuesday, July 04, 2023

CARTA A MI AMIGO NACHO










Mortifico a menudo a mi compañero Nacho acusándole de ser un "pro-sistema". Nacho suele ser comprensivo e indulgente con el poder establecido. Disculpa las debilidades del equipo directivo del Centro en el que trabajamos, entiende que a menudo  el poder político tome decisiones "impopulares", perdona ciertas corruptelas por considerarlas "residuales" y niega que tras los errores de los árbitros de fútbol haya un plan preconcebido para beneficiar a los grandes ... Sospecho, además, que vota al Psoe, al que yo defino como el partido español de centro por excelencia.

Bien, yo quiero a Nacho, pero, aunque lo digo para fastidiarle, creo sinceramente que es un pro-sistema. El problema es si yo, por decirlo, me creo con derecho a declararme anti-sistema. 

La respuesta es no.

El descreimiento con el que asisto a un proceso electoral, mi supuesto radicalismo, la convicción con la que proclamo que son las multitudes y su rebeldía las que vuelven el mundo un poquito menos inhóspito y selvático... Nada de todo eso me salva del mismo "insulto" que dedico a Nacho entre cerveza y cerveza. Ni siquiera la grandilocuencia bolchevique con la que afirmo que nuestros alumnos tienen razones de peso para no creerse el relato de la democracia española.

Soy pro-sistema, me guste o no, porque cada vez que me indigno con alguna negligencia, corruptela, o, simplemente, con la estulticia de los millones de ciudadanos que secundan a mamarrachos como Berlusconi, Trump o Ayuso, me acuerdo inmediatamente de la suerte que tenemos de vivir en la España del siglo XXI y no en la del XVII, o en el actual Afganistán... especialmente si tienes la mala suerte de ser mujer. 

Este mundo es manifiestamente mejorable, pero, reconozcámoslo sin hipocresías ni jeremiadas: tenemos el plato en la mesa, sale agua del grifo, podemos ir por la calle y ejercer nuestro trabajo sin sufrir mordidas de la policía ni ser extorsionados por la mafia local... Vamos con el móvil por la calle sin temor a que nos lo roben y además nos den una paliza, la escuela y la sanidad pública nos protegen, cada vez que un gobierno la empastra tenemos la posibilidad de cambiarlo sin que haya ruido de sables ni venga un cacique a dirigir nuestro voto. 

No es solo que yo piense así, quien más claro tiene todo esto es el señor africano que se sube a la valla de Melilla y ve, a lo lejos, un campo de golf. Proclamarme "antisistema" ante la mirada de ese joven desesperado es una ridícula impostura. 

"¿Y por qué entonces te burlas del conformismo de Nacho?" podrían preguntarme para acabar. Se lo voy a contestar: porque tengo miedo. 

Verán. Está incorporándose al poder político un grupo de gente cuyo target de mercado es el odio. No es que odien a Podemos o a tipos como yo: odian a los inmigrantes, a los maricas, a las feministas... se diría que odian incluso a los políticos, como si los señores de Vox a los que apoyan no lo fueran. 

Este país ha conseguido grandes cosas en no demasiado tiempo. Siempre se pudo hacer mejor, pero la razón por la que aceptamos un status quo con abundantes grietas es que, en general, la mayoría de los españoles hemos entendido que nos va mejor así. Nada que ver con tiempos pasados, cuando éramos una península atrasada, ineficaz y por la que la revolución burguesa y la modernidad habían pasado con muy poquita convicción, como no creyéndoselo mucho. 

Verán, no pretendo decir que Vox sea la razón para volvernos radicales. Al contrario, quizá sea incluso el mejor motivo para ser civilizados y razonables. No, lo que yo digo es que vamos por un camino equivocado, de lo cual el éxito mundial de los ultrarreaccionarios solo es un síntoma. 

El verdadero problema se llama capitalismo. Soy por muchas razones prudente a la hora de afirmar que hay que destruirlo. Eso no es óbice, sin embargo, para sostener que el camino que ha elegido el capitalismo globalizado es sumamente peligroso. A mí me da mucha vergüenza que en este país tan moderno uno de cada tres niños viva en riesgo de exclusión social. Similar sensación me asalta cuando advierto que los ricos son más ricos de lo que han sido nunca. Que se reproduzcan mecanismos de violencia institucional y precarización de grandes sectores de población en un momento tecnológicamente tan brillante me invita a pensar que algo no funciona en nuestra sociedad. 

No soy radical en mis ataques al sistema porque me apetezca jugar a jacobino. Soy radical porque la única forma de producir las transformaciones que necesitamos para no alcanzar situaciones intolerables de abuso y descohesión comunitaria es instalarse de lleno en la cultura de la protesta y el pensamiento antagónico. 

No soy comunista y me dan mucho miedo las masas cuando se enfurecen, entre otras cosas porque tengo familia y un trabajo digno. Sin embargo no es la moderación ni mucho menos la indiferencia política lo que va a hacer que, por ejemplo, las potencias mundiales asuman de una vez que el capitalismo que tenemos es un destroyer tanto para la sostenibilidad ecológica como para la armonía de las naciones. 

Deberíamos pensarlo, me parece a mí. 


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