Wednesday, July 05, 2023

JOSÉ MARÍA GARCÍA









Debe verse la serie documental que termina de emitir Movistar sobre la figura de José María García. Olvídense de si les gusta el fútbol o si el tipo les parece repelente. Como el producto -articulado en tres entregas- tiene buena manufactura y el personaje, para bien o para mal, fue relevante, lo inteligente es visionarlo, pues ofrece segundas lecturas nada despreciables sobre su época, en especial los años setenta y ochenta, es decir, las dos primeras décadas con democracia en España.

 García y su éxito inmenso son ahora fácilmente identificables como el producto de una nación sin referentes sólidos. Los españoles habíamos soñado con la libertad, pero no conocíamos su verdadera sabor. La larga noche ya había concluido, y el 23F, al que acudió el propio García para relatarlo como si se tratara de un partido de fútbol, no pasó de ser una mascarada. El nuevo Régimen estaba consolidado, y ahora se trataba de vivirlo, el problema es que faltaba manual de instrucciones. 

García conmocionaba las noches de los españoles. Nos ponía porque atacaba, insultaba y amenazaba a tipos que en realidad no conocíamos -¿a quién demonios le importaba Pablo Porta?-, pero que asociábamos al patriciado franquista. Porta y los demás, a veces un delegado arbitral de Asturias, a veces el secretario de la federación de badminton, eran escarnecidos a diario sin piedad desde el supuesto de que había que depurar el deporte español, al parecer una gran empresa evangelizadora con la que este pequeño lunático de aires quijotescos pretendía salvar al país. 

Pero las claves de su éxito, como suele pasar, eran otras. Las noches de Supergarcía eran la ración de pornografía radiofónica que necesitaban españoles que, como mi padre, habían pasado cuarenta años sin poder fustigar a los mandarines más que en las conversaciones privadas -a poquita voz- y en los chistes. Era pequeño y audaz, de manera que al ciudadano medio le resultaba fácil identificarse con él. Parecía un tribuno de la plebe. Pero cuando la lógica del éxito le convirtió en una de esos Citizen Kane que ha dado la radio española, asimiló todas, absolutamente todas las pautas del poder opresor al que supuestamente cuestionaba. 

García imprecaba, amenazaba y despreciaba en directo a sus empleados. Pasó de intimidar a sus rivales a pretender decirle a los gestores qué debían hacer, convirtiendo en enemigo a cualquiera que se negara a obedecer.  "Atacarme a mí es querer matar al mensajero. "Solo soy un notario de la actualidad". Nunca ha estado tan claro que se afirma exactamente aquello de lo que se carece. García basaba su discurso en los supuestos del "periodismo de investigación" y la independencia informativa. Ambas cosas eran verdad, otra cosa es a costa de qué.   

Debería acabar aquí esta descripción. Pero si fuera así no habría llegado a escribir este texto. García fue un bicho y lo mejor sería olvidarlo... Tanto como a Sardà, JJ Vázquez o Jiménez Losantos, todos ellos pornógrafos que han hecho mucho dinero a costa de explotar el odio, un odio a menudo difuso y mal encauzado, como corresponde a una nación poco formada. 

La figura de García me produce un profundo rechazo personal. Y, sin embargo...

Todos vivimos atrapados dentro de un relato que atraviesa la modernidad, al menos en Occidente. Nos gusta creer que la extensión del conocimiento y las libertades ha de terminar generando prosperidad y progreso moral. El mito de García y su ocaso aparecerían entonces como un residuo de la Dictadura, la deuda que se cobró durante dos décadas la efusión salvaje de una libertad de expresión que costó de digerir. García fue derrotado por otros estilos de periodismo deportivo y habría de ser olvidado tanto como el destape de la Transición, ahora visto como un curioso fenómeno de inmadurez democrática. 

Y ahora viene la adversativa: como con tantas otras cosas, la democracia española ha superado viejos fantasmas para caer en nuevas formas de censura. Hoy García sería impensable. Y sin embargo el periodismo parece estar más maniatado que nunca. En el deportivo tenemos el Chiringuito y es casi imposible encontrar a quien se atreva a investigar de verdad los manejos de Florentino Pérez y otros por el estilo. En el político, el hooliganismo, eso tan futbolístico, parece haber sustituido aquello de la independencia de lo que García tanto presumía. 

García es un bicho, insisto, un mal bicho además. Pero no estoy tan seguro de que hayamos mejorado desde que José Ramón de la Morena le derrotó. 


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