Friday, November 03, 2006



HÉROES Y RELATOS (II)

Según Woody Allen ir al cine a ver una de los Hermanos Marx -a ser posible por la mañana y con tu sobrina- es la mejor manera de no sucumbir a los primeros síntomas de una depresión. Yo los he padecido en las últimas horas como consecuencia de la indigestión de elecciones catalanas, concurso que consistía en ver quien era más políticamente correcto y quien menos explosivo para la salud de la patria. Mi antídoto ha sido una película de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance.Como en todo buen relato, la verdad que parece ir desvelándose a lo largo del film sólo encuentra su sentido en la última escena, cuando el empleado del tren que da lumbre al Senador le recuerda lo orgulloso que está de encontrarse al lado de "el hombre que mató a Liberty Valance".

Esta bellísima y sombría historia empieza cuando el Senador Ranse Stoddard y su esposa acuden a la pequeña localidad de Shinbone a los funerales por un desconocido, un viejo que ha muerto anónimamente: Tom Doniphon. El Senador aprovecha el momento para contar a los periodistas que ese hombre olvidado por todos salvó su vida y, en cierto modo, la de Shinbone. Cuando el Oeste era todavía demasiado joven y salvaje, un cuatrero envalentonado, Liberty Valance, conseguía tener aterrorizado a todo el mundo en aquel lugar. Sólo un hombre, Doniphon, que presumía de ser el más duro antes que Valance en la región, se atrevía a plantarle cara. Ese misterioso equilibrio de fuerzas entre pistoleros en medio del cual vive Shinbone empieza a romperse el día en que un joven leguleyo llamado Ranse Stoddard llega a la ciudad. Maltrecho por la paliza que Valance le ha propinado en el camino, decide luchar con las armas de la ley y la justicia contra el imperio de las armas y la brutalidad. Nadie es más escéptico ante ello que Doniphon, quien se burla llamándole "Pilgrim" (peregrino) y le recuerda que sólo con agallas y una buena pistola se puede acabar con Valance. Pero la tenacidad y la fe de Stoddard van impregnando a los que le rodean, incluyendo a la joven Hallie, con la que Doniphon pretende casarse.La noche en que Stoddard decide contra sus propios deseos ir a enfrentarse pistola en mano con Valance, sucede lo que nadie cree posible: el pacífico peregrino vence al forajido, Liberty Valance muere de un tiro certero y su tiranía desaparece de Shimbone para siempre. El giro en los acontecimientos encuentra una segunda vuelta de tuerca: mientras Hallie atiende a Ransone de una herida en la mano, Doniphon los observa y descubre que la mujer a la que ama ya nunca será suya: Hallie se ha enamorado de Stoddard. Un día, cuando su carrera política en la región ya es imparable, un Doniphon medio borracho y con barba de semanas le revelará entre el humo de un pitillo que aquella noche no fue el propio Stoddard sino él quien, desde las sombras, acertó en el corazón de Valance para salvar al leguleyo de una muerte segura. Tom nunca habría matado a Valance de esa forma tan vil de no haber sido porque Hallie quería a Ranse con vida. Esa es la última vez que se vean los dos. La siguiente será muchos años después y entonces Stoddard ya sólo encontrará el cadaver
de un viejo al que algún truhán ha desprovisto de sus botas. Es entonces cuando se decidirá a relatar a los periodistas la historia verdadera, entre otras la del origen del periodismo americano en el Oeste, cuyos albores fueron tan sangrientos como todo parece serlo en aquella tierra desértica que los hombres como Stoddard han sabido domesticar. La frase final del interlocutor, que declara su intención de olvidar el relato que acaban de referirle -"si la verdad no supera a la leyenda, mejor imprimir la leyenda"-, se hace extensiva a la última escena, bellísima y terrible, como todo lo que es grande en el mundo, cuando el empleado en el tren le recuerda a Stoddard que su leyenda no es la verdadera, la del hombre que trajo la ley y la razón a aquellas tierras de salvajes, sino la falsa, la del "hombre que mató a Liberty Valance". Ni él ni Hallie, quien de alguna manera sigue amando a Tom Doniphon, porque se puede -y se debe- amar a dos hombres cuando representan las dos caras imprescindibles de una moneda, levantarán la vista del suelo al escuchar esa frase tremenda que el empleado pronuncia con banal jovialidad.

Nada ha significado la vertebración de la identidad colectiva americana tanto como el western. España vivió su particular conquista del Oeste con la llegada de la democracia. Aquellos tiempos peligrosos tuvieron sus héroes, muchos de ellos anónimos, pero se ha preferido alimentar para la historia la imagen de un proceso normalizado y casi burocrático, como si no hubiera hecho falta que algunos se jugaran el cuello ante la bestia que no se resistía a pegar los últimos coletazos. Creo que Baltasar Garzón es la figura más relevante que ha dado la democracia española. Este Tom Doniphon no es anónimo, aunque cuenta con un ejército de ninguneadores que parecen haber entregado su vida a desacreditarle, y -paradójicamente- es, como Stoddard, un hombre de leyes. Es sospechosa la sonrisa irónica de quien pretende despreciar a Garzón imputándole ansia de protagonismo. Una de las personas que más me ha insistido en esa crítica es el mismo débil y resentido que acusaba de "megalomanía y prepotencia" a un vecino de su barrio porque se dejaba interminables horas de su vida -sin cobrar nada por ello- organizando obras de teatro protagonizadas por niños conflictivos. Es posible que haya en el alma de Garzón cierta deriva mesiánica, pero vivir en la humildad requiere demasiada disciplina y contención mental como para exigírsela a un hombre de natural desmesurado. Deberíamos pensar que a Garzón le odian desde trincheras radicalmente contrarias entre sí. Y ello sólo tiene una explicación: en su libro "Un mundo sin miedo" explica que el fin de sus desvelos no es otro que el de luchar contra la impunidad, esa inercia terrible y pastosa que llena secretamente de miedo y conformismo nuestras vidas ante la violencia de los poderosos. Así, el pilgrim ha luchado desde su despacho contra el terrorismo de Estado, contra los terroristas -y,sobre todo, contra quienes impunemente les financiaban y jaleaban- contra el narcotráfico a gran escala, contra los dictadores torturadores, contra la manipulación mediática, contra la evasión de impuestos bancaria... Garzón es tan grande que se han publicado libros sólo para desacreditarle, como hizo el ínclito Pepe Rei. Es curioso que quienes, como Pedro J.Ramírez y su ejército, le hicieron santo con el caso Gal, le hayan defenestrado después, cuando no cedió al burdo y repugnante montaje mediático para incriminar al gobierno en el 11-M.

"¿De qué lado está usted?" Le preguntan algunos. "Del mío", contestaría Garzón si fuera John Wayne, pero el lado de los hombres excepcionales es siempre el de la Justicia. El relato de la tribu se va construyendo -en su verdad y en su leyenda- desde el esfuerzo de los valientes, como esos desconocidos que acuden a sofocar los incendios, plantan cara a los matones o alivian el dolor de los enfermos en lúgubres pasillos de hospital. Acordémonos también de ellos.