Friday, December 29, 2006


INOCENTES

No discuto la santificación de aquellos niños de Belén que fueron pasados a cuchillo por los sicarios de un Rey paranoico y enfurecido por las pupas de una terrible enfermedad. Claro que, después de todo, ser el bueno o el malo en las historias evangélicas suele ser cosa de suerte, y hay a quien le pasa por la cabeza de vez en cuando exigir a los burócratas vaticanos tramitar la santificación de Herodes ante la evidencia de que a la inmensa mayoría de nuestros niños los estamos convirtiendo en monstruos odiosos. Hablando de niños, no alabo el gusto de quienes consideran "Inocencio" un nombre digno para su vástago. Me parece tan insano como llamar a tu hija "María Virtudes", sobre todo teniendo en cuenta las virtudes de las que se trata en el universo cultural católico, más afecto a la sumisión y el recato que a cualquiera de las "perversiones" que han hecho que, desde hace milenios, valga la pena habitar este polvoriento planeta. Mi sugerencia sería la de bautizar a su próximo hijo como "María Vicios" o "Caín", pero como ustedes, amigos lectores, son un hatajo de cobardes, estoy seguro de que preferirán a "Marcos", "Martina" y mariconadas similares.

El 28 de diciembre suele crear una tensión psicológica particular: uno pasa el día pensando "aquí me la meten". Pero he llegado a la conclusión de que se han acabado ya los buenos tiempos para los bromistas. Me sucedió durante el telediario algo inaudito. El circunspecto y trajeado presentador nos anunciaba al ganador de un concurso mundial de skate-board a mano. Allí aparecía sonriente el freaky de turno realizando todo tipo de virguerías manuales con un diminuto monopatín. Supuse que era justamente esa la inocentada del telediario: "muy bien, ya no me pillan". Pero, de pronto, las dudas... Bien pensado, no había nada en aquella imbecilidad que no apareciera como noticia completamente seria en días no de Inocentes. Apenas un par de semanas atrás había visto a un cantante con peluquín llamado Dantés presentar su último disco. La aparente convicción con la que cantaba y bailaba el personaje no le restaba punta de broma al asunto, y sin embargo no era una inocentada. ¿Por qué entonces habría de serlo del monopatín manual?

De entre las bromas que no terminan de pasar como tales me quedo con el negacionismo. Los defensores de esta estrafalaria escuela de pensamiento niegan la realidad del holocausto, gigantesca mentira urdida por la conspiración judía internacional, cuyos líderes en la sombra serían los sabios de Sión, ahora guarecidos bajo el paraguas del lobby hebreo de Nueva York. La cosa podría quedar muy bien como inocentada, y recuerda incluso a cierto compañero de clase que tuve que decía que desde que se enteró de que los Reyes eras los padres no dejaba de pensar que toda la realidad era un sueño, lo cual no le impedía apartar la cara cada vez que Don Gregorio le soltaba una hostia en clase o gritarme ¡jódete, cabrón! cada vez que me metía uno de sus imaginarios goles. Lo inquietante es que tal impostura tenga repercusión, hasta el punto de que no sólo los cuatro descerebrados de turno con brazo en alto se tragan el discursito de marras sino que además surgen estrambóticas leyes en distintos países europeos contra quienes niegan el holocausto. Puestos a seguir en tal línea de corrección política, la cual es especialmente aficionada a las leyes mordaza contra la libertad de expresión, podrían ustedes salir a la calle gritando que Colón nunca existió y se le podría acusar de negar el genocidio cometido por los españoles contra los indios, a pesar de que para estos, los pobres, ya es demasiado tarde tal acto de justicia.

Por estos lares el negacionismo ha pegado llamativos coletazos. Hay quien dice que Franco fue un santo y Azaña un asesino de masas, que en el bombardeo de Gernika sólo murieron cuatro personas -sospecho que del susto- y que la Guerra Civil la empezaron los republicanos, que es más o menos lo mismo que cuando en Seguros Mapfre el accidentado manifiesta que "la farola se lanzó contra su coche", algo que luego da mucha risa pero que el interesado suelta a ver si cuela. No es sorprendente que el negacionismo, si se trata de ensalzar a Franco y demonizar a los rojos, triunfe en nuestro querido país. A fin de cuentas, Pedro Jota Ramírez está evitando la extinción de su diario gracias a la milonga del 11-M, una de las inocentadas más hilarantes del momento de no ser por lo repugnante que resulta jugar de esa manera con los muertos. Dice Canetti que hay un momento del camino en que uno corre el riesgo de dejar de saber qué es la verdad y qué la mentira. Es entonces cuando cualquier infamia, si sirve para destruir a nuestros enemigos, se da por buena, y cuando el más necio de los necios se cree con derecho a que le hagamos caso. Dejémosles el día de los Inocentes y olvidémosles el resto del año. Feliz 2007.

Thursday, December 07, 2006





NUEVOS EDENES






Visito a un primo lejano en su casa de la urbanización Nuevo Edén, lugar ideal para familias jóvenes, alejadas del tráfago hostil de las grandes concentraciones urbanas, situado en medio de un hermoso paraje natural y dotado con todo lo que usted y su familia pueden desear para una vida feliz. Me ha indicado cómo llegar, pero me pierdo, pues resulta que no hay un puñetero cartel que reconozca siquiera la existencia del lugar. "¿Por favor, buen hombre, Residencial Nuevo Edén, calle Los Fresnos?", pero el buen hombre, el único al que he encontrado deambulando a pie por los alrededores, también desconoce el emplazamiento. Horas después descubro que he estado dando vueltas en torno suyo, y que incluso he pasado por delante de casa de mi primo varias veces, pero ni siquiera a la entrada del paraíso en cuestión hay un cartel que indique que hemos llegado. ¿Por qué Calle Los Fresnos, si no veo más que diminutos naranjos para delimitar las plazas de parking? Supongo que alguien proyectó su existencia pero se les olvidó encargarlos cuando hicieron la calle. Claro que otros nombres hubieran caído probablemente en idéntica impostura.

El nombre de la Calle de La Paz en Valencia tiene sentido, es el producto del drama y de la historia, sus moradores han visto correr tanta sangre durante siglos que los adoquines saben que ese nombre significa algo, aunque sólo sea la proyección insensata de un deseo. Diré lo mismo de la Calle de las Barcas, por donde se trasladaban las embarcaciones que se dirigían a pescar a la Albufera, o la Calle del Gigante, o Comedias, donde la imaginación puede volar a cualquier gesta del pasado en busca de una explicación. Más difícil es saber como Nuevos Edenes se ha ganado el mérito de tener una Calle de las Libertades para designar al mayor de sus tentáculos, repleto a uno y otro lado de casas preciosas e idénticas, con su jardín y su casa del perro, todo repitiéndose sin fin como en las pesadillas.

La casa es muy mona, los interiores en rústica siguiendo las últimas líneas en decoración, a juego con el uniforme del colegio inglés al que van las niñas. "Las vistas al Montgó son preciosas, lo que tenemos delante está declarado parque natural", sí, pero las únicas pizcas de romanticismo las percibo al salir, cuando descubro que la Calle Los Fresnos está inconclusa y no parece llevar en medio de la noche más que a las tinieblas y a una espantosa soledad, hermosa torre de marfil accesible sólo en automóvil. Mi primo ha construido en ese lugar su paraíso. Es el señor de un castillo preservado de los males mundanos custodiado por un cerbero que muerde. Me pregunto qué sería de ese edén si de pronto, una mañana, se encontrara una nota pegada a la nevera: "me he enamorado de otro hombre, me marcho con los niñas, no trates de buscarme"

Tengo amigos a los que han acusado de locos por irse a vivir al centro de las ciudades. Hoy, para la burguesía, los barrios viejos son el lugar rebosante de residuos humanos del que conviene huir. El zoco inquieta porque es el corazón de la vida urbana, donde se cruzan todas las voces y los extraños acentos formando una algarabía sudorosa de la que nada se cuenta en las bibliotecas de los monasterios. Paseando por el Mercado Central, uno de los lugares más viejos de la ciudad, me viene a la memoria lo que me dijo una de esas personas respecto al secreto de su elegante vestir: "siempre llevo ropa de marca porque la compro en tiendas de segunda mano". Mi primera impresión fue de rechazo, pensé en lo poco que me apetecía ponerme los vaqueros de un yonqui. Rosa, que así se llama, me explicó que necesitaba sentir que aquella ropa no había empezado con ella, que tenía una historia, un poder misterioso que caminaría con ella desde que se la calzase. Quizá tenga razón, no sé a qué viene tanta obsesión por lo nuevo, por estrenarlo todo, como si pudiéramos deshacernos tan fácilmente del pasado, como si fuera tan sencillo blanquear la historia, como si apenas sin esfuerzo fuéramos capaces de esquivar los errores y las cobardías de quienes se criaron en estas calles antes que nosotros.

Parece fácil huir del tumulto de la urbe al que sólo se regresa los sábados del Corte Inglés y la dichosa Milla de Oro, mientras nos sorprendemos de que los inmigrantes, quienes aún reconocen el valor de los espacios de encuentro, se "apoderan" de los autobuses, los parques y las plazas, como si nos hubieran echado de allí, como si antes no hubiéramos abandonado nosotros esos lugares, declarando inhóspito lo que en otro tiempo fue el centro de la comunidad. Pero el automóvil lo justifica todo. Puedo estrenar casa si acepto vivir a 20 kilómetros de la ciudad. Con ello alimentaré la especulación inmobiliaria, las críticas al gobierno porque no construye más carreteras -todavía más-, las subidas de la gasolina, el deterioro medioambiental, la producción desaforada de automóviles...Entretanto, seguiremos alimentando las utopías sobre las que se construyen los nuevos edenes.

Friday, November 03, 2006



HÉROES Y RELATOS (II)

Según Woody Allen ir al cine a ver una de los Hermanos Marx -a ser posible por la mañana y con tu sobrina- es la mejor manera de no sucumbir a los primeros síntomas de una depresión. Yo los he padecido en las últimas horas como consecuencia de la indigestión de elecciones catalanas, concurso que consistía en ver quien era más políticamente correcto y quien menos explosivo para la salud de la patria. Mi antídoto ha sido una película de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance.Como en todo buen relato, la verdad que parece ir desvelándose a lo largo del film sólo encuentra su sentido en la última escena, cuando el empleado del tren que da lumbre al Senador le recuerda lo orgulloso que está de encontrarse al lado de "el hombre que mató a Liberty Valance".

Esta bellísima y sombría historia empieza cuando el Senador Ranse Stoddard y su esposa acuden a la pequeña localidad de Shinbone a los funerales por un desconocido, un viejo que ha muerto anónimamente: Tom Doniphon. El Senador aprovecha el momento para contar a los periodistas que ese hombre olvidado por todos salvó su vida y, en cierto modo, la de Shinbone. Cuando el Oeste era todavía demasiado joven y salvaje, un cuatrero envalentonado, Liberty Valance, conseguía tener aterrorizado a todo el mundo en aquel lugar. Sólo un hombre, Doniphon, que presumía de ser el más duro antes que Valance en la región, se atrevía a plantarle cara. Ese misterioso equilibrio de fuerzas entre pistoleros en medio del cual vive Shinbone empieza a romperse el día en que un joven leguleyo llamado Ranse Stoddard llega a la ciudad. Maltrecho por la paliza que Valance le ha propinado en el camino, decide luchar con las armas de la ley y la justicia contra el imperio de las armas y la brutalidad. Nadie es más escéptico ante ello que Doniphon, quien se burla llamándole "Pilgrim" (peregrino) y le recuerda que sólo con agallas y una buena pistola se puede acabar con Valance. Pero la tenacidad y la fe de Stoddard van impregnando a los que le rodean, incluyendo a la joven Hallie, con la que Doniphon pretende casarse.La noche en que Stoddard decide contra sus propios deseos ir a enfrentarse pistola en mano con Valance, sucede lo que nadie cree posible: el pacífico peregrino vence al forajido, Liberty Valance muere de un tiro certero y su tiranía desaparece de Shimbone para siempre. El giro en los acontecimientos encuentra una segunda vuelta de tuerca: mientras Hallie atiende a Ransone de una herida en la mano, Doniphon los observa y descubre que la mujer a la que ama ya nunca será suya: Hallie se ha enamorado de Stoddard. Un día, cuando su carrera política en la región ya es imparable, un Doniphon medio borracho y con barba de semanas le revelará entre el humo de un pitillo que aquella noche no fue el propio Stoddard sino él quien, desde las sombras, acertó en el corazón de Valance para salvar al leguleyo de una muerte segura. Tom nunca habría matado a Valance de esa forma tan vil de no haber sido porque Hallie quería a Ranse con vida. Esa es la última vez que se vean los dos. La siguiente será muchos años después y entonces Stoddard ya sólo encontrará el cadaver
de un viejo al que algún truhán ha desprovisto de sus botas. Es entonces cuando se decidirá a relatar a los periodistas la historia verdadera, entre otras la del origen del periodismo americano en el Oeste, cuyos albores fueron tan sangrientos como todo parece serlo en aquella tierra desértica que los hombres como Stoddard han sabido domesticar. La frase final del interlocutor, que declara su intención de olvidar el relato que acaban de referirle -"si la verdad no supera a la leyenda, mejor imprimir la leyenda"-, se hace extensiva a la última escena, bellísima y terrible, como todo lo que es grande en el mundo, cuando el empleado en el tren le recuerda a Stoddard que su leyenda no es la verdadera, la del hombre que trajo la ley y la razón a aquellas tierras de salvajes, sino la falsa, la del "hombre que mató a Liberty Valance". Ni él ni Hallie, quien de alguna manera sigue amando a Tom Doniphon, porque se puede -y se debe- amar a dos hombres cuando representan las dos caras imprescindibles de una moneda, levantarán la vista del suelo al escuchar esa frase tremenda que el empleado pronuncia con banal jovialidad.

Nada ha significado la vertebración de la identidad colectiva americana tanto como el western. España vivió su particular conquista del Oeste con la llegada de la democracia. Aquellos tiempos peligrosos tuvieron sus héroes, muchos de ellos anónimos, pero se ha preferido alimentar para la historia la imagen de un proceso normalizado y casi burocrático, como si no hubiera hecho falta que algunos se jugaran el cuello ante la bestia que no se resistía a pegar los últimos coletazos. Creo que Baltasar Garzón es la figura más relevante que ha dado la democracia española. Este Tom Doniphon no es anónimo, aunque cuenta con un ejército de ninguneadores que parecen haber entregado su vida a desacreditarle, y -paradójicamente- es, como Stoddard, un hombre de leyes. Es sospechosa la sonrisa irónica de quien pretende despreciar a Garzón imputándole ansia de protagonismo. Una de las personas que más me ha insistido en esa crítica es el mismo débil y resentido que acusaba de "megalomanía y prepotencia" a un vecino de su barrio porque se dejaba interminables horas de su vida -sin cobrar nada por ello- organizando obras de teatro protagonizadas por niños conflictivos. Es posible que haya en el alma de Garzón cierta deriva mesiánica, pero vivir en la humildad requiere demasiada disciplina y contención mental como para exigírsela a un hombre de natural desmesurado. Deberíamos pensar que a Garzón le odian desde trincheras radicalmente contrarias entre sí. Y ello sólo tiene una explicación: en su libro "Un mundo sin miedo" explica que el fin de sus desvelos no es otro que el de luchar contra la impunidad, esa inercia terrible y pastosa que llena secretamente de miedo y conformismo nuestras vidas ante la violencia de los poderosos. Así, el pilgrim ha luchado desde su despacho contra el terrorismo de Estado, contra los terroristas -y,sobre todo, contra quienes impunemente les financiaban y jaleaban- contra el narcotráfico a gran escala, contra los dictadores torturadores, contra la manipulación mediática, contra la evasión de impuestos bancaria... Garzón es tan grande que se han publicado libros sólo para desacreditarle, como hizo el ínclito Pepe Rei. Es curioso que quienes, como Pedro J.Ramírez y su ejército, le hicieron santo con el caso Gal, le hayan defenestrado después, cuando no cedió al burdo y repugnante montaje mediático para incriminar al gobierno en el 11-M.

"¿De qué lado está usted?" Le preguntan algunos. "Del mío", contestaría Garzón si fuera John Wayne, pero el lado de los hombres excepcionales es siempre el de la Justicia. El relato de la tribu se va construyendo -en su verdad y en su leyenda- desde el esfuerzo de los valientes, como esos desconocidos que acuden a sofocar los incendios, plantan cara a los matones o alivian el dolor de los enfermos en lúgubres pasillos de hospital. Acordémonos también de ellos.

Sunday, October 15, 2006






HÉROES Y RELATOS










Una interpretación incorrecta del racionalismo de los Ilustrados del XVIII llevó a algunos autores del siglo siguiente a confundir el fin de los viejos fantasmas de la superstición con la desaparición del culto a los héroes. August Comte, fundador del Positivismo, proclama la superación del estadio teológico, al que denomina infancia de la humanidad, y del metafísico, al que identifica con nuestra pubertad, en favor del estadio positivo, donde el triunfo de la ciencia se asocia a la madurez de la especie y encamina el ideal del ordre et progrès. Ciertamente, se divisa con toda claridad un hilo conductor en Occidente que asocia modernización y secularización, o lo que es lo mismo, que une la conquista de un modelo racionalizado del saber y la tecnología con lo que se ha denominado secularización o retirada de las viejas imágenes del mundo. Bien, quizá ya no necesitemos a los dioses, pero continuamos necesitando a los héroes. Aquel sistema de valores que no apueste por la excelencia humana en cualquiera de sus múltiples formas es mezquino, quien no está dispuesto a conmoverse ante los gestos del héroe es un miserable.
En estos días se ha conocido la muerte a balazos en un ascensor moscovita de Anna Polikótvskaya. "Rusia está horrorosa últimamente", oigo decir. Y es cierto, pero ni la pobreza ni el abuso del vodka ni siquiera el mal olor que desprenden las cañerías -de eso hablan mucho quienes visitan la ciudad del Kremlin- son peor que el miedo, un miedo que impera por doquier. El trabajo incasable de esta valerosa periodista ha puesto ante los ojos del mundo lo que el mundo parece no querer ver, que una nueva forma de dictadura del terror, a medio camino entre la realidad histórica del estalinismo y la ficción de Orwell, se ha impuesto en el confín este de Europa. Anna no es un héroe por haber sido asesinada, pues en ese caso habríamos de otorgar carácter probatorio al sacrificio, un espantajo ideológico que fanáticos religiosos y fundamentalistas de toda ralea han hecho valer desde siempre; más bien la asesinaron por ser un héroe. Levantar la voz cuando todos los dedos índices del miedo reclaman el punto en boca, relatar allá donde la narración pretende quedar silenciada, atreverse a mirar allá donde se han hecho las tinieblas... por todo ello mataron a Polikótvskaya, cuya imagen micrófono en mano entre las nieves de la torturada Chechenia deben ir a parar al mismo lugar que las del chino que cortó el paso a los tanques en Tiananmen.













Tuesday, September 26, 2006


LA PIOJOSA VENGADORA

Soy un resentido de las salas cinematográficas. Y el caso es que hay pocas cosas más gratificantes que entrar en una de esas salas oscuras donde huele mal o bien, pero de una manera tan reconocible, tan fácil de asociar a todo tipo de situaciones del pasado, que a uno le parece que se encienden todas las luces de los recovecos de la memoria. Renunciar a ir al cine es como dejar de ir a la playa, de beber vino o de besar con lengua, es como volver del médico cuando a uno le han dicho que tiene que dejar de fumar y hasta de follar sin condón, y sin embargo, son ya varios los enamorados del cine, o mejor, de ir al cine, que me reconocen haberse quitado.

Escenas como las que voy a relatarles me han ocurrido demasiadas veces como para no sentirme a punto de claudicar ante los bárbaros y limitarme a ver películas por la tele, que es más o menos lo mismo que fumarse un habano sin oler el humo. Emiten Alatriste en uno de tantos multicines de centro comercial. Mi pareja y yo elegimos un lugar tranquilo y centrado, dispuestos a presenciar un espectáculo que merezca la pena. Justo delante nuestro hay dos señoras de unos cuarenta que se cuentan su vida amorosa -lo sé porque no hablaban bajito- y no paran un sólo momento, hasta que, pasados veinte minutos de tregua en los que ponen a prueba mi paciencia, decido hacer uso de todo el tacto florentino del que soy capaz: "señoritas, disculpen, ¿pueden guardar silencio?". La frase significa en realidad "callad la sucia boca, par de guarras", pero una de ellas, acostumbrada sin duda al bestialismo del homer simpson que debe tener por marido, me mira con cierto respeto y decide guardar silencio. Con su amiga -guarra irreductible- no tengo éxito, sigue graznando el resto de la película. Bien, a la derecha se sientan dos ancianos. La mujer me ha hecho sentirme acompañado cuando, ante mi petición a las guarras, opta por ponerse de mi lado con un: "es que no callan esas dos". Tiene razón, el pequeño problema es que ella y su marido se pasaron la segunda mitad de la película explicándose uno a otro -cual críticos de la Turia- su valoración del film. Si Vigo Mortenssen le raja el cuello a un holandés: " qué bestia y qué asesino"; si Elena Anaya enseña las tetitas, entonces empieza el viejo: "hala, ja estan follant", a lo que la esposa contesta que los antiguos también "hacían el amor". La sensación de estar rodeados de enemigos como los Tercios de Flandes se completa cuando empieza la conversación un matrimonio de unos cincuenta años, sin duda impaciente por la extensión de la cinta. Hay un momento en que, hacia el final del film, hacemos esfuerzos denodados por seguir la acción mientras tres parejas en un radio de poquísimos metros parlotean a la vez como loros. Al salir, mi mujer confunde públicamente el día del espectador con el "día en que sueltan a todos los tontos a la vez", hipótesis que, por el gesto que diviso mientras las luces vuelven a encenderse, llena de indignación a la señora del matrimonio cincuentón.

La vida me ha tratado bien, no quiero parecer victimista, pero como espectador de cine tengo el cuerpo y el alma repleto de cicatrices. A un metro de mí, ha habido niñatos jugando a la play o pegando alaridos estremecedores, tipejos a los que les sonaba el móvil y contestaban contando al otro de qué iba la película... He aguantado a viejos que insultaban al malo y a viejas que me miraban con odio cuando había una escena de cama, como si yo fuera el guionista de la película... En una ocasión una pareja de descerebrados empezaron encendiéndose un cigarro, hablaron con varios amigos por el móvil y terminaron indignados porque no habían entendido la película. Llegué a pensar que era una broma de cámara oculta y me imaginé a todo el país riéndose al día siguiente viendo mi cara de asombro ante tanta miseria moral.

Nos están ganando. Es una batalla que estamos perdiendo ante los bárbaros, reconozcámoslo y asumamos, que probablemente, la retirada hacia los cuarteles de invierno del domicilio es una cobardía. Hay que tener mucho de héroe, no obstante, para obligar a la plebe en los lugares públicos a mantener la mínima compostura, pues vivimos un tiempo en que todo el mundo cree tener derecho a hacer lo que dé la real gana, desde mear en la calle hasta poner la radio del coche a tope de madrugada, sin que nadie tenga derecho a afearles la conducta. Por todo esto quiero homenajear a una heroína anónima.

Presencié incrédulo la situación hace unos meses en una sala del centro. Una vieja y sus dos jóvenes nietas, de unos veinte, muy monas, perfumadas y bien vestidas ellas, empezaron a cuchichear durante la película. Pedí a Dios que les lanzara un rayo, y por una vez, hizo caso a mis oraciones. Una mujer de aspecto algo inquietante que estaba unas filas más adelante se cambió de lugar y se sentó justo al lado de la vieja. Cada vez que la vieja decía algo, mi heroína pegaba su cabeza a la vieja y hacía el gesto de quitarse piojos y lanzárselos. Así se pasaron toda la película. "Uy, pero si me está tirando los piojos la loca ésta", dijo varias veces toda digna ante la evidente cobardía de sus nietas, silenciosas como serpientes y aliviadas porque la escenita les quedaba un poco más lejos. ¿Saben? Nunca recordaré qué película ví aquel día. Viví con verdadera felicidad aquella batalla de piojos y ello justifica la entrada más que si hubieran puesto Ciudadano Kane. Me sentí aliviado, con el honor a salvo gracias a la intervención de una justiciera. Como dice Umberto Eco, "nunca supe su nombre", pero aquella desconocida figura tiene ya la camiseta retirada en lo alto del panteón de mis heroes

Thursday, August 31, 2006



NOTAS DESDE BERLÍN ( yII)

1. Ursi tenía siete años y su hermana ocho cuando los aliados bombardearon Kassel, su ciudad natal. Su padre las metió en un tren para llevarlas con unos familiares, en otro punto de Alemania, pero resultó que allá también bombardearon, de manera que hubo de viajar hasta allá en bicicleta y traérselas de vuelta. Atravesaron a pie todo el país durante diez días, sin apenas comida y con la bici en una mano y las niñas agarradas a la otra. Regresaron de un infierno para caer en otro. Kassel era un centro neurálgico de la industria pesada del Reich, y los aliados la devastaron sin miramientos. Ursi habla de un tramo inicial de una hora y media en la que perfectamente pudieron morir quince mil de sus conciudadanos. Dice que aquello le pareció el apocalipsis del que le había hablado en clase de religión un cura aficionado a martirios, destrucciones y penitencias. Cincuenta años después, su marido alicantino le llevó a conocer su tierra. Era la fiesta de les Fogueres de Sant Joan en la ciudad del Benacantil. Cuando empezó la mascletá sufrió un ataque de nervios. He oído hablar de una situación parecida en un colegio de Valencia donde se atiende a niños saharauis refugiados. Cuando a principios de marzo llegó la -para ellos inesperada- primera mascletá, corrieron aterrorizados a ocultarse bajo las mesas. Algunos vienen de El Aayún, y muchos de Tinduf, el campamento provisional pero eterno donde se pudren las esperanzas del Sahara.

En estos días los diarios -los sensacionalistas y los serios- hablan incesantemente del oscuro pasado adolescente de Günter Grass. El autor de El tambor de hojalata ha conseguido el psicoanálisis perfecto: medio universo preocupado con el estado de salud de su conciencia. Nos hemos pasado la vida cazando nazis, rastreando sucesos biográficos inconfesables y buscando signos que preludiaran Mein Kampf en los textos de Heidegger. Mientras Israel continúa arrasando el Líbano con material bélico suministrado por todo Occidente -no sólo por los americanos-, pedimos que se juzgue a los negacionistas -autores que niegan el genocidio de los judíos en la Alemania nazi- y nos olvidamos de como se han ninguneado los genocidios de Dresden o la propia Berlín. Preguntamos a los viejos aquello de "¿y usted no sabía lo que estaba pasando en Auschwitz o en Dachau? ¿no pensaba que los judíos que abandonaban el edificio eran deportados hacia el exterminio?"... pero no nos acordamos de como se le hizo pagar a los alemanes con cientos de miles de muertos innecesarios -tan innecesarios como los atomizados de Hiroshima- su apoyo al Maligno. Pero la historia la escriben los vencedores, aquí sabemos bien de eso, y los únicos malos son los otros.

2. Hay que ser muy necio para acusar de blando El hundimiento, donde Bruno Ganz realiza la recreación de la figura de Adolf Hitler más genial desde Chaplin. Muchos parecen esperar a Hannibal Lecter, un sádico frío y desalmado ideando a cada momento nuevas torturas. No, Hitler era un tipo educado que trataba con cariño a sus empleados, y también un resentido y un loco obsesionado por purificar el mundo a quien nadie supo parar los pies a tiempo. Conozco algunos como él -los hay que incluso hablan en la radio y tienen muchos oyentes-, y son tan patéticos como lo era Adolfo en la derrota, cuando ya todo estaba perdido y fue capaz de decir que "si Alemania no es capaz de resistir, entonces es que merece ser destruida". Lo que les separa de aquel monstruo es que, por fortuna, no tienen el poder que él alcanzó.

3. En el Ku´Damm hay una exposición de fotografías donde aparece la ciudad antes, durante y después de los bombardeos aliados. En la penúltima foto se ve a dos ancianas, dos berlinesas con cierto aspecto señorial, deambulando por una ciudad hecha pedazos, probablemente sin hogar, en busca de comida tras sobrevivir a la orgía de fuego. En la última, titulada "El final", ya no aparecen edificios agujereados por los obuses. En medio de la nieve, se levantan dos paredes sin sentido, restos miserables de una capital devastada. La mirada se detiene unos segundos sobre una nada tan absoluta, tan redonda, tan desesperanzada...

4. Hay razones para pensar que la historia se reencuentra hoy con Berlín. Paradójicamente, es bastante más pobre que los gigantes del norte industrial del país, tiene más alcohólicos, más ghettos problemáticos... Algo hay en sus edificios con patios comunitarios sombríos y bellísimos, algo en sus viejos cabarets, en sus bares, en sus viviendas de precios asequibles, que la hace atractiva para todas las heterodoxias, las simuladas y las desesperadas, las trendy y las demodé, los niños bien que quieren ser enrollados y los homosexuales que huyen de opresiones aldeanas... Si París fue hasta el canto del cisne de Mayo del 68 la capital cultural de Europa, y Londres la sustituyó durante más de dos décadas -con su Liverpool sound, sus punks y sus modernos y afters- ahora son las calles y los bares del Mittel y los nuevos gigantes de acero y cristal de Postdamer Platz los que parecen asomarse a la condición de vanguardia de tendencias en la vieja Europa. Veremos si sobrevive también a ello esta ciudad magnífica.


Friday, August 25, 2006


NOTAS DESDE BERLÍN (I)

1. "Todo el mundo está loco hoy en día". Pasa esta frase por la cabeza cuando pido una crepe en un pequeño puesto del metro en Alexander Platz. La joven extremo-oriental que lo sirve habla sola (como siempre hacían los locos y los borrachos en el barrio donde me crié) antes, durante y después de atenderme. Es rápida y eficaz, pero no entiendo nada de lo que me dice, hasta que me percato de que está hablando con un "manos libres". Pasa del chino en que habla con su amiga invisible al alemán y, cuando ve que no le entiendo, inicia conmigo un inglés de supervivencia en pura gestualidad prehistórica. Para colmo se equivoca con las monedas porque está excesivamente pendiente de la conversación con terceros; creo que me habla a mí y no al fantasma cuando me mira y me hace una señal con dos dedos, pero yo le digo que no quiero "two crepes", y ella insiste, hasta que descubro que me pide dos euros, pero es que -señorita que habla sóla- le he dejado monedas por ese valor... así hasta que las cuenta bien y me da la razón, sin acritud, con una sonrisa que es muy confucionista pero también muy berlinesa. Trabaja como un burro, pero no se le nota, parece feliz con el móvil, creo que es más feliz en ese minúsculo puesto humeante del Berliner U-Bahn que aplastada en su casa por la familia, las normas y la tradición. La crepe está buena porque es de Nutella.

2. Tras la Puerta de Brandenburgo llegamos con el coche a la rotonda donde se levanta el Ángel de la Victoria. Damos varias vueltas mientras, inútilmente, trato de ver a Bruno Ganz encaramado al hombro del gigante y observando impotente el dolor de los berlineses. Conmueve el ruido sordo que se escucha cada vez que las ruedas cruzan la delgadísima línea de adoquines que resta del Muro. Ya no es posible creer que unos centímetros separan al mundo libre, ya no es posible ilusionarse como ahora los africanos que llegan en pateras al paraíso. El ángel alza el vuelo llorando por los justos y por los equivocados.
3. El turista habitual entra en la ciudad desde sus lugares emblemáticos, por eso cae en el peor de los errores, que es el de creer entender sin entender. Atrapar la esencia de Berlín en cuatro monumentos y dos bares es un imposible. Por fortuna. No es sólo que Berlín sea algo más que el Reichstag, el check-point Charlie o los nuevos cíclopes arquitectónicos de Postdamer Platz, es eso y todos los demás fetiches, pero lo es de forma torcida, como pasa en realidad con todas las ciudades interesantes. Sólo es posible encontrar el sentido a todo esto desde la paradoja: Berlín es la menos alemana de las capitales de la nación, pero su manera de renunciar a serlo es tremendamente alemana, más que las salchichas de Turingia o las reuniones nocturnas de jóvenes aficionados al esoterismo en los profundos bosques de Baviera. Lo son los alcohólicos en creciente número que atraviesan bamboleándose las oscuras calles de los suburbios, lo es la estación de Tempelhoff tan extrañamente incrustada en el corazón de la metrópoli, lo son las placas de metal en el patio de las viejos edificios del centro que testimonian el horror de la deportación hacia la muerte de familias enteras de judíos, lo es la chinita que habla con fanstasmas mientras hace crepes...

Friday, August 04, 2006


HISTORIA DE UN CONSUMIDOR IDIOTA

Quedan lejos las apasionadas soflamas de los ilustrados del siglo XVIII en favor del ciudadano, figura sobre la que convergían todas las esperanzas de un mundo moderno y liberado, al fin, de las viejas ataduras de la servidumbre, el teocentrismo y la ignorancia. Doscientos cincuenta años después, la democracia con la que soñaban Rousseau o Montesquieu parece extenderse sin enemigos naturales por el mundo, pero lo hace con tal facilidad que resulta sospechoso, acaso porque la democracia -como cualquier otra cosa- se ha convertido en mercancía, en el nombre de un producto vendible, dotado de un valor de cambio que fluctúa en la dirección que registra el mercado. Y temo que la tendencia es la de abaratarse, de manera que quizá no tardemos en encontrar democracia en los Todo a Cien o Transiciones a Monarquía Parlamentaria pirateadas de Internet.


Banalizada la vida política, no hay obstáculo para banalizar al individuo, al cual se le recuerda su condición de ciudadano -con la habitual demanda de participación: "infórmese", "asociese", "vote"- sólo cuando las temporadas y sus consiguientes ciclos de saldos y rebajas lo requieren. Para algunos, la conversión del ciudadano en consumidor es la apoteosis de la libertad. Probablemente lo sea para quien llega en una patera proveniente de un mundo donde el stress lo provoca no saber si uno va a poder comer al día siguiente. Sin embargo, tengo bastantes dudas sobre la promesa de la libertad de opción que caracteriza a la llamada sociedad de consumo.
No sé si valgo demasiado como ciudadano, pero como consumidor soy un absoluto incompetente o, como mínimo, suelo sentirme en situación de indefensión.
Permítanme un pequeño ejemplo. Utilizo en casa un teléfono supletorio en vez de un fijo normal. Cuando compré hace apenas un año el modelo correspondiente me maravillé de la cantidad de funciones estrambóticas que incorporaba el aparatejo, incluyendo una garantía in eternum para robos, roturas y mordiscos de niño. No detecté un pequeño y simpático detalle -¿lo adivinaron?-:la batería. Se trata de un módulo de dos pilas presuntamente estandard y sin mayor sofisticación. Me dirigí al centro comercial correspondiente donde el amable encargado me miró como si yo estuviera loco: "¿baterías de dos pilas?, no, no..., me contestó mirándome como con cierta aprensión". Me encontré situaciones similares en otras tiendas, a pesar de que en varias pude comprobar que el supletorio de marras -por supuesto dotados de una batería como la mía- continuaba vendiéndose. A la desesperada, despanzurré uno para robar la batería, pero, los muy pillos de la tienda vaciaban de pilas los modelos expuestos, incorporándolas sólo si comprabas el aparato en cuestión. Nunca es descartable en estos casos la visita al mercado negro, en concreto un cuchitril del barrio viejo con un dependiente freaky que, al menos, tuvo el sentimiento cristiano de acompañarme en mi dolor: "venden teléfonos con baterías que luego retiran muy pronto del mercado para que te veas obligado a comprar uno nuevo, son muy cabrones, je, je, je."
Y entonces... me vine definitivamente abajo. Claudiqué, me acostumbré a aceptar la idea de que no podía derrotar a Darth Vader y desde entonces soy más feliz. A veces, en noches de pesadilla, me asiste la idea de que las empresas de telefonía conspiran juntas para cambiar continuamente los modelos de baterías y hacerlas todas incompatibles, de manera que así nos tienen cogidos del cuello a todos. Después, con el primer café, se me pasa la paranoia y recuerdo que vivimos en el paraíso de la libertad. Más tranquilo y más tonto, bajo a comprar el periódico.

Tuesday, July 18, 2006

LA TRIBU MENOTTISTA


Se acabó el Mundial, gracias a Dios, pero no por el mal fútbol que -dicen- hemos contemplado, sino porque al fin descansamos de las mamarrachadas del tiki taka y, sobre todo, de la letanía del jogo bonito con la que nos ha martilleado con patológica insistencia. Estratégicamente distribuidos por las tertulias televisivas y radiofónicas, los amigos y discípulos de Menotti han convertido en hegemónico un discurso absolutamente falaz. Mientras Cappa y Lillo cantaban las bondades del fútbol-espectáculo en la Sexta, con algunas breves pero celestiales apariciones de su avalista Jorge Valdano, su íntimo amigo Santi Segurola lideraba el Sanedrín de amigotes que en la SER se dedicaban a vender euforia con los jugones de Luis Aragonés y se burlaban de Gattuso y Albelda. Brillante retórica para un contenido equivocado y, lo que es peor, perverso. Unos y otros me recuerdan al dilecto padre de Zipi y Zape, Don Pantunflo Zapatilla, que disertaba con florida elocuencia desde su autoproclamada superioridad moral, mientras el mundo, con sonrisa de burla, se le escapaba irremediablemente de las manos. Paradójicamente, este Mundial puede ser el canto del cisne para la tribu de Menotti. Valdano, Cappa y Lillo, como el propio Menotti, son sólo un grupo de entrenadores fracasados que viven de hacer bolos en tertulias a las que acceden debido a su facilidad para hacer amigos influyentes. En cuanto a Segurola, anuncia su retirada del fútbol y su paso al periodismo cultural -dirección del suplemento Babelia en El País- después de haber afirmado con tonos apocalípticos que el fútbol de hoy en día es un asco y que la selección campeona del mundo, Italia, es una "porquería de equipo".

Es hora ya de que desmitifiquemos a este hatajo de farsantes. No discutiré si el fútbol de hoy es bueno o malo, o si merece la pena sentarse a ver partidos donde priman las defensas sobre las delanteras. Creo que hay motivos, como el modelo de competición basado en la muerte súbita o el agotamiento físico de unos futbolistas exprimidos, que explican cómo a partir de octavos de final el juego se vuelve cauto y escasean el riesgo y los goles, por no hablar de la lógica acomodaticia de unos arbitrajes que pitan peligro en cuanto a alguno se le ocurre pisar con decisión área enemiga. En cualquier caso, lo que me parece de todo punto rechazable es esa hipocresía de quien, escudándose en su amor al fútbol de inspiración, maltrata a aquellos equipos que, a base de trabajo y de espíritu competitivo, terminan haciéndose merecedores del triunfo. Francia, Italia o Alemania no tienen estrellas rutilantes como Brasil, pero es nefasto el mensaje que menosprecia las virtudes que les han hecho grandes: la solidaridad, el esfuerzo y ese misterioso sentido de la oportunidad -al saber le llaman suerte- que les permite salir ilesos de las situaciones más adversas. Resistencia a la derrota: ésta es la clave. Mientras Gattuso, Vieira o Maniche se preparaban para luchar por la gloria, la tribu convencía a Luis Aragonés de que debía llenar el equipo de artistas livianos y con buen toque, con Raúl como amo del carro y Albelda -artífice de dos ligas con un equipo menor- como gran marginado. Curiosamente, Valdano, convertido en multimillonario tras hacer de correveidile de Florentino Pérez, presume de izquierdista. La defensa que él y su tribu hacen del star system y los contratos multimillonarios, tan al gusto de los magnates del fútbol, constituye un desastre pedagógico, un discurso contra el que debemos prevenir a los niños, a los que debemos formar en los valores del esfuerzo y no en los del dinero fácil y la flojera del carácter.