Apenas unas horas después de la muerte de Paul Newman ya los periódicos de la mañana dominical se habían llenado de llantos, exequias y apologías fúnebres. "Guapo a morir”, dirá con evidente ingenio Maruja Torres en El País, “grandioso actor”, rezan los expertos cinéfilos, empeñados en demostrarnos que una interpretación como la de El buscavidas no se consigue solo con unos bonitos ojos azules… nos encontramos incluso con un joven y bello actor español quien no parece tener recato en insinuar su empatía espiritual con el recién finado. Curioso: los mismos que soltamos alguna lagrimita por la muerte del anciano nos hemos indignado unas horas antes leyendo –también en El País Semanal, claro, hay quien lo llama la Biblia- una entrevista en la cual alguna estrella nacional de mediana edad nos recuerda que su única pasión es actuar y que no todo es ser guapa y joven sino íntegra y buena profesional… todo ello mientras posa con aire de diosa olímpica y nos muestra sus nuevos dientes, su rostro de photo shop sin arrugas y la certeza de que puede seguir haciendo de guapa en las películas sin despertar demasiadas sospechas.
Yo apostaría por la coherencia. La razón por la que ciertos jóvenes de ambos sexos llegan a la fama es que los escogen por guapos. Que se pasen el resto de la vida negándolo solo demuestra el mucho interés que tienen en que no pensemos que son unos mierdas, aunque yo aún espero encontrar a alguno lo suficientemente honesto como para espetarme a la cara “mira, aquí estoy, por mi cara bonita, no como tú, así es la vida”. Ciertamente ser guapo ofrece grandes ventajas en la vida, bastantes más de las que ofrece ser feo. De Paul Newman hablamos como una leyenda del cine, pero él llegó de la misma manera que tantos de esos imberbes guaperas que tanto nos fastidian ahora. Los hay como él que, a base de esfuerzo y amor a la profesión –aquí podríamos compararlo salvando las distancias con Coronado o Banderas- han conseguido llegar a ser dignos actores… dignos, nada más, no han hecho nada que no hubiera hecho con su fea cara cualquier otro actorcillo de algún teatro de mala muerte… Lo que sucede es que si hubieran llamado para Marcado por el odio a un tipo malcarado no habría ido tanta gente a ver la película. Podemos hablar si ustedes quieren de David Beckam, un mediocre futbolista con una poder de arrastre mediático que no se explica por su enorme inteligencia o su inconmovible integridad moral.
Claro que, de entre toda esta especie de afortunados que se empeñan en convencernos de lo que lo suyo no es azar sino talento, mis preferidos son los enchufados por nepotismo, en otras palabras, los que son “hijos, nietos o hermanos de…” Todos les debemos mucho a nuestros padres, no solo la vida, pero me llaman la atención aquellos que, como Bardem, han conseguido hacer creer a todo el mundo que son geniales por derecho propio. A uno puede gustarle por ejemplo la interpretación de Ramón Sampedro que hizo este actor en Mar adentro… a mí, la verdad, la película me pareció un tostón más de ese director tan pillo y oportunista que es Amenazar… en cuanto a Bardem, hizo lo que, con similar esfuerzo, hubiera podido hacer cualquier actor sin su fama ni sus oportunidades.
La suerte determina muchos de los asuntos humanos. Yo, por ejemplo, creo que he tenido suerte en la vida. Lo sé porque tengo la buena costumbre de mirar a mi alrededor y darme cuenta de que el azar ha deparado a la mayoría de mis vecinos fortunas mucho más deprimentes que la mía. Ante el prematuro cáncer sin culpa de mi vecino de arriba y la depresión endémica del de abajo, he llegado a la conclusión de que haber tenido una abuela loca como una puta cabra y dar cifras alarmantes de triglicéridos en sangre no es como para dejarse morir llorando en un rincón.
Quizá por eso, si yo fuera Javier Bardem, no habría dedicado mi premio en San Sebastián a “los cómicos”. Eso está muy bien la primera vez, uno da las gracias a sus padres y recuerda que sus abuelos las pasaron canutas helándose de frío por caminos pedregosos para llegar a una aldea a hacer comedia. De acuerdo, Javier, pero TÚ, querido, NO ERES ESO. Tú eres simplemente un tipo con suerte, la suerte de que te contrate Woody Allen o de que las mujeres de este país se hayan empeñado en que es el tipo ideal para pegar un “polvo salvaje”, lo cual demuestra que sois tan tontas como los tipos que, como mi amigo Cabuto, tienen la habitación llena de posters de Pamela Anderson y Angelina Jolie…
Eso sí, Bardem, has aprendido perfectamente la lección. La élite del cine español, esa que nos aburre cada año con los Goya, esta llena de listos que repiten las mismas frases de mierda y les encanta mirarse el ombligo. ¿Cómicos? Sí, por ejemplo los que aparecen en El viaje a ninguna parte, de Fernán-Gómez... porque ser cómico consiste justamente en arrastrarse por caminos polvorientos y pasarlas canutas... consiste en saber que el mejor premio es que un lugareño no te abra la cabeza de un jamonazo por haber hecho chistes sobre la Virgen local. Un cómico es cierta ex-alumna que viaja por España con un grupo circense y tan pronto aprende a andar sobre zancos como canta una canción para cautivar a los niños... Cómicos son esos grupos de payasos que acuden a los departamentos de oncología infantil para hacer reir a críos a los que Dios ha abandonado nadie sabe por qué...cómico era un tipo alcohólico que acudía al solar de mi colegio para enseñarnos trucos de magia y luego vendernos una bagatela que según él volvía invisibles los objetos... cómico es Rafael Alvárez, el Brujo, que no acude a las entregas de premios que le dan y no se olvida ni por un momento que lo que tiene delante sentado son personas... cómicos son los mimos de la calle que se las ingenian para que les aflojes medio euro...
Termina resultando irritante toda esta élite de los David Trueba, Bardems, Almodóvars y Amenabar tan estupendos, tan cool y tan El País Semanal, tan oligarquía y tan mafia como tantos cotos cerrados en los que la divisa esencial es poner los codos para que no pasen los que no forman parte de la familia. Yo de Bardem hubiera cambiado la dedicatoria. Me habría acordado no de los cómicos ni de lo bonito que es actuar ni de lo rebeldes que son los del teatro...sino de los espectadores, verdadera infantería cuya ingenuidad -pagar siete euros para satisfacer la vanidad de este hatajo de listos- sostiene el entramado farandulero. Esos grupos de funcionarias divorciadas y a punto de jubilarse que van a los cines VOS y se compran la Cartelera Turia, que soportan a las legiones ruidosas de espectadores bárbaros y palomiteros a los que les suena el móvil en mitad de la película...gente crédula pero heroica, gente que quiere ver arte en las pajas mentales de Julio Medem, esa gente es la que de verdad se merece una Concha de Oro de Donosti.