Monday, September 29, 2008











CÓMICOS


Apenas unas horas después de la muerte de Paul Newman ya los periódicos de la mañana dominical se habían llenado de llantos, exequias y apologías fúnebres. "Guapo a morir”, dirá con evidente ingenio Maruja Torres en El País, “grandioso actor”, rezan los expertos cinéfilos, empeñados en demostrarnos que una interpretación como la de El buscavidas no se consigue solo con unos bonitos ojos azules… nos encontramos incluso con un joven y bello actor español quien no parece tener recato en insinuar su empatía espiritual con el recién finado. Curioso: los mismos que soltamos alguna lagrimita por la muerte del anciano nos hemos indignado unas horas antes leyendo –también en El País Semanal, claro, hay quien lo llama la Biblia- una entrevista en la cual alguna estrella nacional de mediana edad nos recuerda que su única pasión es actuar y que no todo es ser guapa y joven sino íntegra y buena profesional… todo ello mientras posa con aire de diosa olímpica y nos muestra sus nuevos dientes, su rostro de photo shop sin arrugas y la certeza de que puede seguir haciendo de guapa en las películas sin despertar demasiadas sospechas.




Yo apostaría por la coherencia. La razón por la que ciertos jóvenes de ambos sexos llegan a la fama es que los escogen por guapos. Que se pasen el resto de la vida negándolo solo demuestra el mucho interés que tienen en que no pensemos que son unos mierdas, aunque yo aún espero encontrar a alguno lo suficientemente honesto como para espetarme a la cara “mira, aquí estoy, por mi cara bonita, no como tú, así es la vida”. Ciertamente ser guapo ofrece grandes ventajas en la vida, bastantes más de las que ofrece ser feo. De Paul Newman hablamos como una leyenda del cine, pero él llegó de la misma manera que tantos de esos imberbes guaperas que tanto nos fastidian ahora. Los hay como él que, a base de esfuerzo y amor a la profesión –aquí podríamos compararlo salvando las distancias con Coronado o Banderas- han conseguido llegar a ser dignos actores… dignos, nada más, no han hecho nada que no hubiera hecho con su fea cara cualquier otro actorcillo de algún teatro de mala muerte… Lo que sucede es que si hubieran llamado para Marcado por el odio a un tipo malcarado no habría ido tanta gente a ver la película. Podemos hablar si ustedes quieren de David Beckam, un mediocre futbolista con una poder de arrastre mediático que no se explica por su enorme inteligencia o su inconmovible integridad moral.




Claro que, de entre toda esta especie de afortunados que se empeñan en convencernos de lo que lo suyo no es azar sino talento, mis preferidos son los enchufados por nepotismo, en otras palabras, los que son “hijos, nietos o hermanos de…” Todos les debemos mucho a nuestros padres, no solo la vida, pero me llaman la atención aquellos que, como Bardem, han conseguido hacer creer a todo el mundo que son geniales por derecho propio. A uno puede gustarle por ejemplo la interpretación de Ramón Sampedro que hizo este actor en Mar adentro… a mí, la verdad, la película me pareció un tostón más de ese director tan pillo y oportunista que es Amenazar… en cuanto a Bardem, hizo lo que, con similar esfuerzo, hubiera podido hacer cualquier actor sin su fama ni sus oportunidades.



La suerte determina muchos de los asuntos humanos. Yo, por ejemplo, creo que he tenido suerte en la vida. Lo sé porque tengo la buena costumbre de mirar a mi alrededor y darme cuenta de que el azar ha deparado a la mayoría de mis vecinos fortunas mucho más deprimentes que la mía. Ante el prematuro cáncer sin culpa de mi vecino de arriba y la depresión endémica del de abajo, he llegado a la conclusión de que haber tenido una abuela loca como una puta cabra y dar cifras alarmantes de triglicéridos en sangre no es como para dejarse morir llorando en un rincón.



Quizá por eso, si yo fuera Javier Bardem, no habría dedicado mi premio en San Sebastián a “los cómicos”. Eso está muy bien la primera vez, uno da las gracias a sus padres y recuerda que sus abuelos las pasaron canutas helándose de frío por caminos pedregosos para llegar a una aldea a hacer comedia. De acuerdo, Javier, pero TÚ, querido, NO ERES ESO. Tú eres simplemente un tipo con suerte, la suerte de que te contrate Woody Allen o de que las mujeres de este país se hayan empeñado en que es el tipo ideal para pegar un “polvo salvaje”, lo cual demuestra que sois tan tontas como los tipos que, como mi amigo Cabuto, tienen la habitación llena de posters de Pamela Anderson y Angelina Jolie…



Eso sí, Bardem, has aprendido perfectamente la lección. La élite del cine español, esa que nos aburre cada año con los Goya, esta llena de listos que repiten las mismas frases de mierda y les encanta mirarse el ombligo. ¿Cómicos? Sí, por ejemplo los que aparecen en El viaje a ninguna parte, de Fernán-Gómez... porque ser cómico consiste justamente en arrastrarse por caminos polvorientos y pasarlas canutas... consiste en saber que el mejor premio es que un lugareño no te abra la cabeza de un jamonazo por haber hecho chistes sobre la Virgen local. Un cómico es cierta ex-alumna que viaja por España con un grupo circense y tan pronto aprende a andar sobre zancos como canta una canción para cautivar a los niños... Cómicos son esos grupos de payasos que acuden a los departamentos de oncología infantil para hacer reir a críos a los que Dios ha abandonado nadie sabe por qué...cómico era un tipo alcohólico que acudía al solar de mi colegio para enseñarnos trucos de magia y luego vendernos una bagatela que según él volvía invisibles los objetos... cómico es Rafael Alvárez, el Brujo, que no acude a las entregas de premios que le dan y no se olvida ni por un momento que lo que tiene delante sentado son personas... cómicos son los mimos de la calle que se las ingenian para que les aflojes medio euro...





Termina resultando irritante toda esta élite de los David Trueba, Bardems, Almodóvars y Amenabar tan estupendos, tan cool y tan El País Semanal, tan oligarquía y tan mafia como tantos cotos cerrados en los que la divisa esencial es poner los codos para que no pasen los que no forman parte de la familia. Yo de Bardem hubiera cambiado la dedicatoria. Me habría acordado no de los cómicos ni de lo bonito que es actuar ni de lo rebeldes que son los del teatro...sino de los espectadores, verdadera infantería cuya ingenuidad -pagar siete euros para satisfacer la vanidad de este hatajo de listos- sostiene el entramado farandulero. Esos grupos de funcionarias divorciadas y a punto de jubilarse que van a los cines VOS y se compran la Cartelera Turia, que soportan a las legiones ruidosas de espectadores bárbaros y palomiteros a los que les suena el móvil en mitad de la película...gente crédula pero heroica, gente que quiere ver arte en las pajas mentales de Julio Medem, esa gente es la que de verdad se merece una Concha de Oro de Donosti.




La lealtad de todas esas personas... eso sí que es una suerte.








Friday, September 26, 2008







JODIDO ESTRÉS













Casi siempre son la ingenuidad y la inexperiencia –y ya tiene delito a mi edad- las que me inclinan a complicarme la vida con empresas que a usted le pueden parecer menores pero que a mí terminan resultándome hercúleas. No fue el coraje el que me llevó a la osadía de subir al Dragón Khan, esa montaña rusa que alcanza velocidades increíbles y te pone seis veces boca abajo en una pequeña barcaza que a cada segundo parece a punto de saltar por los aires… fue la imprevisión. Alguien dijo “sube” y yo, que soy gilipollas, subí, tan fácil como si te dicen que te tires por la ventana y va y tú te tiras. Que después pasé los tres minutos más largos de mi vida, que mi corazón no se infartó de puro milagro y que por primera vez en mi vida noté ya en el suelo que las piernas me temblaban como si yo fuera un flan dhul… sí, es lo que tiene esa especie de estúpida vocación de Capitán Trueno que le lleva a uno a meterse en pantanos de lo que no sabe como va a salir después.


Nadie me obligó a meterme en obras, ninguna ley determinaba que debía pasarme el verano preparándome para acceder a tal o cuál plaza de la Universidad donde, bien pensado, tampoco se me ha perdido nada. ¿Qué profunda tara mental nos hace creer que seremos más felices viviendo en una casa más bonita? ¿Qué nos hace pensar que si nos contratan en la universidad es porque somos estupendos y nos sentiremos realizados espiritualmente explicándoles Kant a unos jóvenes a los que les interesará tan poco como a los adolescentes del instituto? Y finalmente, y aún asumiendo que a lo mejor a nuestro alrededor nos quieren un poquito más si de vez en cuando nos metemos en uno de esos fregados para “ser mejores, crecer espiritualmente” y todas esas fruslerías, ¿qué nos hace pensar que la estima de los demás merece tantos esfuerzos?










El resultado del Dragón Khan fue el vértigo, el de la reforma ha sido la desaparición de mis ahorros, y el de la Universidad que probablemente escojan a otro –y además harán bien-… pero el poso que a mí me queda es una misteriosa propensión al estrés. Mi padre me dijo una vez –ya en la fase experta de su vida- que mirando hacia atrás lo que le parecía más grato de su biografía no eran sus grandes logros, las aventuras, los emocionantes momentos de entrega a toda suerte de riesgos… sino más bien aquellos en que pudo estar tranquilo. “Los domingos pintando, leyendo el periódico, pasear por la playa con tu madre, la siesta bajo las palmeras… nada fue tan memorable y a la vez tan precario, ninguna felicidad estaba más en peligro… siempre, sobre aquellos momentos tan dulces de despreocupación, se levantaban las nubes amenazantes de algún desastre, siempre el destino me tenía alguna jugarreta preparada… y todo terminaba saltando por los aires.” Si a medida que voy cumpliendo años me va dando la impresión de que tenía razón, ¿por qué entonces tanta ambición? ¿de dónde vino este demonio que nos devora por dentro y nos empuja a buscar y a buscar lo que, de todas maneras, tampoco podrá calmarnos? Dijo Cioran que la pereza le dominaba de forma tan enfermiza que para decidirse a bajar a por el pan tenía antes que prepararse leyendo la biografía de Alejandro Magno.





Alejandro, Marco Polo, Magallanes…. esos nombres que infectaron dulcemente mi adolescencia me resultan ahora más incomprensibles que nunca… ¿qué buscaban? ¿qué querían encontrar tras los procelosos océanos?






Pero mi verdadero temor no habita esa tendencia a la pereza que a fin de cuentas no es cosa de la edad, pues me acompaña desde niño, y no me ha impedido en cualquier caso visitar medio mundo y subirme a las montañas más lejanas. Mi verdadero temor es el stréss. El stréss es una reacción del sistema nervioso ante el miedo a no poder seguir a la caravana y quedarnos atrás… marginados, abandonados, convertidos en parias o excluidos.... Desde que adquirimos uso de razón, nuestro entorno nos acostumbra a una serie de pautas y hábitos de conducta ordenados, una lógica disciplinar que la sociedad exige de nosotros para su propia supervivencia tanto como la nuestra. Quienes tienen facilidad para asimilar esa lógica tienden a sufrir menos y se adaptan mejor… quienes por la razón que sea –desde la falta de atención hasta la pereza o la pura estupidez- fracasan en su proceso de socialización terminan siendo alcohólicos o simples desechos de la vida o terminan volviéndose “aceptables” a cambio del esfuerzo inmenso claudicar en su indisciplina, no sin dejarse el alma llena de cicatrices y la sonrisa franca de la infancia dañada para siempre.
De mi mala socialización me han quedado algunas taras: un misterioso temblor ante la presencia de cualquiera que no forme parte de mi entorno más inmediato –y eso es decir dos o tres personas-, cierta propensión a la cólera que me hace cerrar los puños con rabia todas las mañanas hasta que consigo controlarla con el primer café y un inusual estilo de insomnio que se me va a apoderando con la edad.

Esto último viene preocupándome últimamente. Voy a la cama y concilio el sueño con pasmosa facilidad, pero dos y tres horas antes de que suene el despertador –que empieza ya a no servirme para nada- algún Espíritu de las Navidades Pasadas viene a recordarme que ese día he de madrugar para no llegar tarde al trabajo. Cuando era crío me quedé dormido una vez y llegué muy tarde a clase… No pasó nada, no me pegaron ni me castigaron ni los compañeros se rieron de mí, pero aquella falta de impuntualidad me creó un trauma. Sin darme cuenta, había claudicado, me había socializado… exactamente igual que unos años antes, cuando dejé de ir como me gustaba, es decir, en pelotas por el mundo, y asumí que tenía que vestirme y no ir por ahí mostrándole mi pequeño pene a las señoras. Así vamos interiorizando la obediencia que nos convierte en seres civilizados. Desde entonces ya no duermo tranquilo. Siempre una obligación que cumplir, alguien que puede molestarse o reñirnos por nuestra inobservancia, un inspector con pinta de Padre freudiano esperando reloj en mano nuestra llegada para reñirnos





Tuve una novia a la que irritaba la desidia con la que evitaba leer la mayoría de facturas o acudir al banco a revisar las cuentas. Le contestaba que, dado que soy propenso al stréss, temía que, como sucede a los hipocondríacos, el disponer de información terminaría privándome del sueño. Ella me reprochaba una y otra vez que aquello no era más que una excusa… pobre, nunca entendiste nada… Atribuimos a los demás una fortaleza de hierro que consideramos perdonable en nosotros, y cuando descubrimos que tienen debilidades, como la de no poder dormir por miedo a todo o como la de amarnos más de lo que pensábamos… entonces nos damos cuenta de que su sufrimiento era tan insoportable como el nuestro...



“Yo sobreviví al Dragon Khan”. Tengo una camiseta que lo dice. Tengo otra de “sobreviví a mi ex” y ahora voy a hacerme la de “sobreviví a una reforma”. Creo que mi salud cardiológica es buena… pero ando algo somnoliento por las mañanas. Ustedes me entienden.

Tuesday, September 16, 2008









SOY UN ASTERISCO


Ya hace mucho que fui un asterisco. Cuando aprobé las oposiciones, algún Mal de Ojo hizo que yo y unos cuantos cientos de desgraciados como yo tuviéramos que lanzarnos a batallar durante años y años en la calle, los periódicos y los tribunales para que se reconociera por fin la legitimidad de nuestra condición laboral. Cuando fuimos nombrados, un político concibió la genial idea de acompañar de un asterisco el nombre de cada uno de nosotros en la publicación oficial correspondiente. El asterisco establece siempre un matiz, una condición, muestra el carácter precario e inseguro de aquello que afirma. Aquel asterisco junto a mis apellidos hacía depender la validez futura de mi nombramiento como funcionario docente de cierta sentencia judicial que habría de producirse en el futuro, sentencia que –según creyó aquel político- terminaría invalidando nuestro nombramiento. En otras palabras: lo que aquel asterisco significaba era “este nombramiento es por imperativo legal, pero quien lleva el asterisco será cesado diez minutos después de que un juez decida en su contra”. Aquello no sucedió, para desgracia de los muchos enemigos que tuvimos, pero en aquel momento muchos creímos sentirnos cerca de aquellos judíos de Europa Central cuyas puertas y ventanas eran señaladas por los nazis para que todo el mundo supiera que eran una raza maldita y que su destino llevaba el nombre de un campo de exterminio.

Mi condición de funcionario dejó ya en el camino aquel signo insultante, y quien me lo puso ha sido ya olvidado por todos. Sin embargo, el paso del tiempo me ha hecho entender que mi existencia sigue llevando un asterisco. “Todos estamos viviendo con tiempo prestado”, dice el mercenario interpretado por Michael Caine en aquel tenebroso film llamado El último valle, que nos muestra el paisaje de la Europa del XVII, devastada por las interminables guerras entre príncipes caprichosos y sus desastres asociados: pestilencia, violencia, hambre… Nadie como ese Ángel de la Muerte para saber hasta qué punto la precariedad domina nuestras vidas.

En cierto templo me encontré con la estatua sonriente de un Buda gordinflón y sonriente…si mirabas un poco más allá descubrías que el oscuro pasillo te iba llevando hasta otra imagen, en este caso de una calavera. La misma postura, las mismas ropas vistiendo lo que ahora ya no era un cuerpo rosado y tripudo… se trataba en realidad del mismo Buda, solo que ahora ya era un muerto… Tan solo unos metros, apenas unos segundos de pasillo separaban la vida de la muerte, de la nada, del polvo. “Si nos miramos en profundidad descubrimos el cadáver que se prepara en cada uno de nosotros”, dice Cioran. Es una obviedad que moriremos, sí, de acuerdo, pero la inmensa mayoría de personas que conozco no parecen ser conscientes de ello, no han experimentado la muerte ni siquiera cuando creen que lo han hecho.

Pero no es el de la muerte el asterisco que me preocupa. En una entrevista realizada al final de su vida, Fernando Fernán-Gómez, escrutada su memoria a vista de pájaro, concluía que, en realidad, nada de aquello que hacíamos para “prepararnos” servía para nada. Todo era inútil, estudiar una carrera, ahorrar, mostrarnos insistentemente generosos a través del tiempo con aquellos a los que amamos… ninguna de todas esas inversiones “de futuro” tenía más valor que el del placer o la confianza que nos suministraban en el presente, cuando creíamos estar actuando acertadamente. Todo estaba destinado a saltar por los aires. Antes o después un político caprichoso como aquellos del siglo XVII decide que todo lo que ahorró nuestra madre para obtener la propiedad de una casa se ha de ir a la mierda porque han de tirarla para construir un aparcamiento o meter a la familia de un militar. Tampoco hacen falta príncipes, cualquiera de nosotros –usted también no lo dude- puede ser dejado en la estacada en cualquier momento por aquel al que han estado cuidando y mimando durante años. El día en que menos lo esperas, eres bajado de un coche y ahí te quedas, en medio de la carretera, con la misma cara de perro pachón que aquel San Bernardo ponía en el anuncio con el slogan de “No le abandones, él nunca lo haría”. Habría que añadir que precisamente por eso, porque al perro le sobran cojones y no va a abandonarte, va a tener que ser el otro el que lo abandone a él.

No sabemos nada de lo que va a ocurrirnos, no tenemos ni puta idea. Ignoramos que nuestros planes van probablemente a saltar por los aires. La publicidad –los bancos, las casas de seguros, el Estado- nos incita a vigilar nuestra seguridad. La seguridad, esa expectativa que terminamos convirtiendo en neurosis, hace que nos creamos en condiciones de garantizar nuestras certezas durante años. Los dioses deberían partirnos de un rayo irritados ante tanta insolencia, que deja en muy poquita cosa la soberbia castigada de quienes pretendieron llegar a los cielos con la Torre de Babel.

Llevo semanas temiendo que mi casa va a hundirse, lo cual no solo podría destruirme a mí, sino también a mis vecinos de abajo, que no tienen bastante con soportar mis obras de reforma para que encima yo les caiga una noche en la cabeza junto a los escombros y vestido con unos calzoncillos. Mi casa no caerá, creo, pero cuando en uno de estos trances uno ve las entrañas de una casa, los suelos abiertos, las paredes con sus viejos tubos y sus cañerías oxidadas, descubre que el paraíso que creemos habernos construido en honor al Dios Seguridad no es tan estable como creemos.

Lo he visto tantas veces… alguien que cree poder dominar el conjunto de su existencia y la de sus seres queridos se encuentra en cuestión de minutos con que todo ha saltado por los aires… y que sin brújula ha de ponerse a caminar hacia no se sabe dónde por un desierto inmenso. En estos casos uno se queda tan helado, le parece tan falsa la película que se desarrolla ante sus ojos, que algunos llegan a confundir con entereza y sangre fría lo que solo es incredulidad, pura incapacidad para reaccionar.
Se me ocurre lo que supone haber nacido catorce kilómetros más allá o más acá del Estrecho. En esa diferencia tan insignificante se trama la distancia inmensa entre ser un europeo civilizado, opulento y con la boca llena de derechos, y ser un africano, con todo lo que ello implica. Simple azar. Los hilos desde los que se sujeta todo son delgados… y me temo que Dios no tiene nada previsto para cuando se rompen. De pequeño me decían que si volvía rápido la vista quizá llegara a ver furtivamente a mi ángel de la guarda. Prueben… y acaso lo que se encuentren sea su asterisco. Y ¿saben?... la cosa después de todo tiene su gracia. No sé si es instinto de jugador, pero hay algo en esa sistematización de la vida humana a la que nos acostumbra nuestro neurótico entorno que resulta insoportable. Juguemos.


Saturday, September 06, 2008

SI HITLER
HUBIERA GANADO LA GUERRA


Leí en Zerópolis, de Bruce Bégout, que si los nazis hubieran ganado la Segunda Gran Guerra Las Vegas sería el epítome de su nuevo mundo. Ya instalada la pax del Fuhrer, todos tranquilos y ya consumado el plan de exterminio de judíos, gitanos y otros insurgentes, bastarían unos años de confort productivo para convencer a la gente de que el verdadero objetivo final de la vida son el consumo y la diversión, que la política es mejor dejarla a los expertos, y que la cultura no está para ilustrar a nadie en las bibliotecas y escuelas, sino que ha de ser un gigantesco espectáculo con fuertes promesas de negocio.
Sigo.
Empieza a ser difícil no ver a la ciudad de Valencia enredada en algún tipo de acontecimiento fastuoso. Es lo que yo denomino la estrategia del pressing. Consiste en que los cerebros del consistorio tienen permanentemente en jaque a ciudadanos, oposición, prensa y gobierno central, de manera que siempre hay un motivo para llamar la atención sobre "las cosas tan importantes que nos ocurren y que nos sitúan a la cabeza de no sé qué ranking". La consecuencia es que se tiene que invertir sobre la ciudad, las empresas privadas que no lo hacen no saben la oportunidad que se pierden y el gobierno es culpable de no entender que somos el futuro y la madre que nos parió. No es la ciudad de la inefable alcaldesa Rita Barberá la única que apuesta por apuntarse a la celebración de una expo, feria del suelo de terrazo, festival de cine porno u olimpiada de a ver quien la tiene más grande, pero hay que reconocerle a la señora Barberá y sus ideólogos que su audacia y su creatividad no tienen límites.

Así, desde que el insigne arquitecto Calatrava llenó con sus ridículas osamentas la capital del Turia, nos hemos encontrado nada menos que con un nuevo estadio -el mejor de Europa, dicen- para el Valencia-, un puerto deportivo entregado a la celebración de eventos increíbles, unos imponentes rascacielos para viviendas de lujo y alta actividad empresarial en la salida noroeste... sin olvidarnos ni por un momento de la supervisita papal. Valencia ha dejado de ser aquella ciudad paleta de la pequeña burguesía hortelana para convertirse en un emporio urbano moderno y emergente, la perla del Mediterráneo, "el secreto mejor guardado del sur de Europa", como dijo Bernie Ecclestone después de pasar un día de paella y negocios muy estupendo con Doña Rita. Hubo un tiempo en que todo lo más, los valencianos entraban a la Lonja para cambiar cromos de futbol o monedas, ahora las maravillas de la ciudad son objeto de la atracción de los turistas, que hacen con mi casa las mismas estupideces que hago yo cuando voy de turismo por el mundo con la gorra de Piensos Sanders en la cabeza, es decir, fotografiar tortillas de patatas, pasear mirándolo todo con cara de gilipollas y dejar que algún lugareño espabilado me saque los cuartos y quedarme pensando que aún soy yo el que le ha engañado.

Creo que esta ciudad contiene cosas admirables y otras que hacen sonrojar a los que la amamos, pero eso pasa con cualquier lugar. Rita Barberá podría ser una de esos parientes tontos y vastos que uno saca a hacer monerías para que la familia se ría y esconde después cuando vienen las visitas. El problema es que ella quien gobierna los destinos de esta ciudad, y lo que es peor, la mayoría de los votantes la respaldan. ¿Qué sucede en el alma de los valencianos para confiar tanto en un personaje tan odioso, capaz de salir en la portada de un diario aullando de satisfacción como un jabalí sudoroso después de ganarle un recurso a los vecinos del barrio del Cabanyal que pleiteaban para evitar que sus viviendas fueran derribadas?

Afirmar que mis vecinos no son conscientes de que entre tanto fasto, despilfarro y homenajes al mal gusto, lo que tenemos es una ciudad cada vez más inhóspita, implica suponer que son idiotas. Valencia es la ciudad más ruidosa de Europa. El tráfico, con la consiguiente contaminación acústica y ambiental, es el dueño impune de un espacio que, al contrario que el de otras grandes capitales, parece felizmente diseñado para el hombre de a pie y no para el vehículo. Todo es más caro de lo que ha sido nunca, empezando por la vivienda, que durante muchos años se libró de la presión especulativa que endeudó brutalmente a las familias en otras grandes capitales españolas. La ciudad es sucia, las zonas verdes son una anomalía, los transportes públicos son objeto de una gestión lamentable, la escuela pública es objeto desde hace una eternidad de un desprecio tan grande que uno se pregunta si no hay un proyecto deliberado para destruirla. Claro que, de entre todas, nuestras queridas instituciones, nada como la televisión local, Canal 9, obra maestra de los mandarines autonómicos. Canal 9 hace con el mayor de los descaros lo mismo que Franco: servirse del erario público para articular un modelo de propaganda política tan inmoral y totalitario que uno, mientras siente ganas de vomitar con cada telediario, piensa si Goebbels y su maquinaria mediática para someter Alemania a la voluntad del Fuhrer no era bastante más sofisticado y prudente.
¿Qué hay en el transfondo de toda esta demagogia cutre? ¿A quien le interesa un circuito urbano de Fórmula Uno y una regata de veleros para niños pijos? Recientemente un conocido de tierras lejanas me dijo que nunca como ahora Valencia había "sonado tanto". Esto es, pensé, tanto aspaviento de premios y festejos sirve para crear eso que los expertos en marketing llaman una "imagen de marca", algo así como un concepto comercial capaz por su influencia de hacer que todos sus productos asociados se vuelvan vendibles. Esta es la versión oficial, lo que los políticos quieren que creamos, tanto para reivindicar su gestión como para disimular que todo esto sirve para que unos cuantos oligarcas espabilados se forren de millones. Pero creo que hay algo más... Hay que conocer a los valencianos... en realidad, es un asunto de autoestima el que está en juego. La ciudad no va a ser mejor con este presunto crecimiento, va a ser peor, va a ser más desagradable, cara e insufrible, va a perder la mayoría de los encantos que antes tenía... y además el consistorio va a arruinarse, aunque siempre puede echarle la culpa al gobierno de Madrid, que al parecer odia a los valencianos. Lo que verdaderamente lo explica todo es la necesidad de los valencianos de que les hagan creer que en Madrid o en Barcelona nos envidian, que Ecclestone diga que tenemos un caballo de carreras y no un jamelgo como siempre creímos, que los guiris caminen por la calle mirando a todas partes interesados como si se tratara de Florencia ("Valencia tè coses molt boniques, jo sempre ho he dit", dicen algunos yayos mientras cotillean las bodas de la Basílica) Cualquier psicólogo conoce bien esta técnica: si hago creer a los padres que su gris hija es una superdotada, seguirán confiando en mí... Cuando descubran que era falso yo ya estaré lejos, y en cualquier caso recordarán lo felices que fueron pensándolo.

Algún día les explicaré por qué creo que Valencia, pese a todo, tiene poder de seducción, algo misterioso, un poco árabe y difícil de poner en palabras, pero dudo mucho que tenga que ver con las mamarrachadas de Calatrava, el vestido rojo de Rita Barberá, el moreno rayos uva de Camps o los yates fondeados en el puerto. Por cierto, si se acercan por aquí, las paellas de muestra de la Plaza de Zaragoza son de plástico y las ha hecho un japonés muy habilidoso. Y en cualquier caso no la pidan a las ocho de la tarde... queda muy cutre.