Sunday, February 17, 2008











EL RECOGEPELOTAS





La escena transcurre en los minutos iniciales del encuentro de futbol que el Real Zaragoza y el FC Barcelona disputaron el sábado en terreno zaragocista. Hay un contragolpe del equipo visitante, lo cual, debido a la presencia de cracks como Henry o Messi en el bando blaugrana genera una corriente de terror en el graderío. El guardameta César logra cortarlo al salir del área y despejar el balón a los cielos. La jugada debe morir ahí, pero –sorprendentemente- el recogepelotas entrega rápidamente un balón al centrocampista visitante, lo que le permite reactivar el contragolpe sin tiempo para que el sistema defensivo del Zaragoza se recomponga a tiempo, de manera que la jugada termina resultando sumamente peligrosa. Sobre el infortunado recogepelotas cae una primera bronca general desde la grada, similar a la que suele regalar los oídos del árbitro o del defensa más duro del equipo rival. A continuación, un empleado del estadio se acerca al joven para decirle que abandone su zona de trabajo. Cuando llega a la zona del túnel de vestuarios, el delegado jefe del Zaragoza le comunica que han decidido prescindir de sus servicios.

El joven recogepelotas vive su segundo momento de gloria al ser entrevistado tras el encuentro por una televisión. Expresa su temor a ser definitivamente despedido y dejar de cobrar la astronómica cifra –diez euros, creo recordar- que percibe a cambio de su trabajo. Hace firme propósito de enmienda y proclama ante el mundo aquello de “no volverá a suceder”.

Salvo que el Barça opte por contratarlo para el Nou Camp, lo que confirmaría las sospechas de que se trata de un quintacolumnista culé en tierras de la Pilarica, presumo que no tendrá opción de demostrar su aprendizaje, pues ya tiene bastante el Zaragoza con las lesiones de Pablo Aimar, la deslealtad de D´Alessandro y la impericia de sus entrenadores como para, además, permitirse que un recogepelotas despistado le facilite un gol al rival. Quien sabe si a la próxima no le pondrá una zancadilla en la banda a Oliveira cuando se zafe de un defensa o anime al juez de línea a pitar un fuera de juego a Gabi Milito.



Yo creo pese a todo que nadie es irrecuperable. Sugiero a los gestores del club que apliquen una terapia conductista dura de reeducación al recogepelotas, similar a la que ustedes sin duda recuerdan de “La naranja mecánica”. Se le podrían administrar reiteradamente imágenes de lo que realmente se debe hacer en un estadio. Por ejemplo, la de aquel seguidor del Barça que, cuando el guardameta del Madrid intentó recoger un balón para sacar rápido, le asestó varios puñetazos con saña en la espalda. Tampoco está mal el caso de los recogepelotas del Betis, que han sido aleccionados por el club hasta el punto de convertirse en maestros en retener o desplazar el balón cuando el Betis gana y conviene perder tiempo, o en acelerar hasta la locura cuando el equipo pierde y tiene prisa. No estaría mal también ponerle el video de un partido de Tercera División en no sé qué localidad donde un remate que iba fuera pegado al poste fue desviado con maradonesco disimulo por un empleado situado junto a la portería para acabar en gol. Podrían incluso darle ideas innovadoras. Por ejemplo, imaginen que un delantero rival se dispone a enfilar la puerta vacía del Zaragoza para empujar el balón a placer… en ese momento sale nuestro amigo y se cruza providencialmente para enviar a corner. ¿Qué hace el árbitro, aparte de mirar con cara de tonto? Pues dar bote neutral, ya que no se puede conceder un gol que no se ha producido. El recogepelotas maldito convertido en gran héroe y saliendo en hombros de La Romareda.

De todo corazón, y como educador que soy, gracias a todos los aficionados al fútbol. Gracias por enseñar a nuestro joven personaje que hacer bien su trabajo, es decir, entregar cumplidamente el balón al futbolista que te lo pide, merece el linchamiento… que en la vida es mejor hacer trampas… que cualquier triquiñuela para ganar es válida…Gracias de verdad, nos ayudáis mucho. Pobre chaval.

Saturday, February 09, 2008








FALACIAS

Descubrí en mi tierna niñez la diferencia entre mentira y falacia el día en que el tutor de 5º de EGB -empleado de los curas y por tanto siervo de los despotas, pero dotado en su trato con los alumnos de cierta vis amistosa, lo que hoy llamaríamos talante- presentó con gran boato la buena nueva de que había llegado la libertad, de manera que la escuela, en cada uno de sus detalles cotidianos, iba a democratizarse. Así que, puesto a blanquear el pasado dictatorial, se propuso revisar aquella misma tarde el itinerario de la excursión que teníamos marcada para un par de días después. El tipo había decidido que sería a las cuevas de no sé qué trogloditas… pero, seguro como estaba de su ascendiente espiritual sobre los alumnos, optó por someterlo a plebiscito, sin dudar ni por un momento que iríamos a las dichosas cuevas tal y como él tenía pensado. Por si las moscas, se ocupó de hacer campaña electoral, insistiendo en lo bien que lo pasaríamos en aquel lugar… pero no pudo evitar que un subversivo tomara la palabra y propusiera el nombre de otro lugar. No sabíamos si era un sitio adecuado, pero una corriente de inteligencia insurrecta corrió a la velocidad de la luz de pupitre en pupitre y, ante la evidente irritación aquel profesor tonto del culo, su propuesta resultó derrotada. Un acusica especialmente detestado en clase le hizo saber que alguno de los subversivos habíamos votado a destiempo, lo que permitió al tutor restarnos algunos votos. No fue suficiente dado lo aplastante de su derrota. Acabó aquella clase visiblemente enojado y nos empapuzó de deberes, venganza contra el pueblo tras descubrir que no estábamos preparados para entender que la democracia no era sino el despotismo por otros medios. No se perdió mucho aquella tarde, pues, de todas formas acábamos de excursión en las cuevas mirando pinturas troglodíticas.




Conclusión, mentir es faltar a la verdad, es decir, presentar como falso lo verdadero, o como verdadero lo falso. La falacia responde más bien a la categoría lógica de incorrección, se inscribe en el orden de los procedimientos inadecuados. El mentiroso niega los hechos ciertos, el falaz manipula nuestra creencia respecto a ellos. Y mi añorado tutor, antes que mentiroso, era falaz.

Estos meses son ideales para qué los profesores de Filosofía abordemos en bachiller el temario de Lógica, y en especial, el apartado de las falacias, pues nadie como los políticos, ni siquiera los expertos en marketing –suponiendo que no son la misma cosa-, para ofrecernos catálogo de ejercicios prácticos.

Me nace decir que los líderes del Partido Popular son las estrellas indiscutibles de este show. No es extraño teniendo en cuenta que su antiguo líder apoyó –con los pies en la mesa- la invasión y consiguiente destrucción de un país con la intención de pacificar el mundo, o lo que es lo mismo, atacó a los terroristas donde se sabía que no estaban. Claro que el partido con el que rivalizan también ha navegado con pericia en aguas de la paradoja. No hay más que rebobinar unos años más y recordar aquello de “OTAN, de entrada no”, uno de los ejercicios de ambigüedad y manipulación de las masas más arteros en la historia de las democracias europeas. En esa línea, asistimos con frecuencia a ejercicios de contradicción, algunos tan repetidos a lo largo de esta legislatura, que a uno le da por pensar que ya hemos atravesado el espejo de Alicia y nos encontramos en el maravilloso país de Vale Todo, donde algo puede ser blanco y negro al mismo tiempo sin que nos volvamos todos locos. Así, no he parado de oír como los mismos que acusaban a Zapatero de zorro, mentiroso, astuto y manipulador, le acusan a continuación de ingenuo, melífluo, bambi y buenista… a veces, por increíble que parezca, en el mismo artículo de periódico.






Sumo y sigo. El argumento circular, también llamado falacia tautológica. ¿Se han dado cuenta ya ustedes de que los economistas no saben por qué estallan las crisis? Pues bien, tan pronto escuchamos a la oposición argumentar que el gobierno es responsable de dicha recesión –como si fuera un problema “nacional”, como si todavía existieran “economías locales”- que nos gritan que el verdadero problema es que Zapatero no sabe gestionar adecuadamente dicha crisis. “¿Por qué tengo menos dinero para llegar a fin de mes?, pregunta el ciudadano”. Se le dice que ha dejado de consumir y con ello ha provocado una contracción económica… “Pero gasto menos porque tengo menos, ¿no dice usted que hay crisis?” Y al final uno no sabe si la crisis la provoca la paranoia del consumidor o si es más bien la crisis la que le convierte en un consumidor rácano. En cualquier caso –lean esto en voz alta imitando a Ángel Acebes- la culpa de todo la tiene Zapatero.

El argumento ad hominem y sus interesantes secuelas… muy frecuente, casi hasta el hastío. Consiste en eludir la obligación de contraargumentar limitándose a descreditar al discrepante, es decir, no reconociendo su estatus como interlocutor. En otras palabras, que Otegui dice que la bomba no la puso ETA… y entonces seguro que sí la puso porque Otegui es malo y miente siempre. Analogamente, “no es usted quien para darnos lecciones de moral teniendo en cuenta lo del caso X en que usted fue salpicado”… y topicazos por el estilo. El tu quoque es una variedad sumamente interesante del hominen. Recuerden aquello a lo que jugábamos de críos: “espejito, espejito, todo lo que digan les rebota”. “Usted negocia con terroristas”, “Sí, exactamente lo mismo que hizo usted”. No hacen falta políticos, basta escuchar cualquier bronca entre casados, compañeros de alquiler o hermanos. Aunque ya puestos, es justo reconocer que resulta muy goloso caer en el tu quoque. Por ejemplo, el ínclito locutor Jiménez Losantos, uno de los mayores fanáticos de la joven democracia española, insiste con frecuencia en el entreguismo partidista de Iñaki Gabilondo, Gemma Nierga y demás empleados de la SER. No como él ni sus correligionarios de la cadena Cope o El Mundo, modelos periodísticos de objetividad y servicio desinteresado a la verdad.




Una de mis preferidas: la falacia del hombre de paja. Consiste en construirse una imagen simplificada, sesgada y caricaturesca de la idelogía del oponente para, a continuación, despacharse a gusto contra dicha caricatura, y no contra la verdadera opinión del otro. Recuerdo haber sido víctima de un procedimiento de este tipo en un foro internáutico: como no compartía ciertas peticiones de un grupo nacionalista, yo ya era profundamente españolista, anticatalán y defensor de la consigna franquista de “Una, Grande, Libre”, que algunos de ustedes recordarán de las monedas de a peseta. El problema no era mío, obviamente, sino de quien –más aficionado a escucharse que a escuchar- decidió poner en mi boca lo que yo de ninguna manera había dicho. Muy cercana a esta es la de la pendiente resbaladiza, variedad peculiar de la reducción al absurdo. Recuerdo que en la facultad, defendí alguna de las posturas de cierto grupo nacionalista –fíjense qué cosas- ante lo cual se me contestó que sí pensaba como por ejemplo los batasunos, lo que tenía que hacer era defender mis posturas como lo hacen ellos, es decir, poniendo bombas… Es similar a aquello de “si usted defiende el aborto, entonces también querrá la eutanasia para todos los enfermos o la matanza de minusválidos”.

Hay muchísimos tipos de argumento falaz. Verdaderos edificios filosóficos se han erguido, por ejemplo, sobre la falacia naturalista, según la cual, si las cosas son de tal manera, es porque “deben” ser así… Muy bonito por ejemplo después de que fueran asesinados ante las narices del mundo millones de personas en los Balcanes o en las innumerables guerras africanas. Se queda uno más cómodo pensando que era inevitable, que tenía que ocurrir como ocurrió… y los muertos ya no se levantarán para recordarnos lo contrario. Tampoco está mal el ad baculum, que se utiliza para convencer al interlocutor de que algo es verdadero porque de lo contrario se nos puede venir encima una buena. El baculum se usó mucho en el siglo XIX para fastidiar a los evolucionistas. “Mejor que Darwin no tenga razón, ¿quién desea ser nieto de un mono asqueroso?” Más directo, más baculum, es uno que se utiliza mucho en política. Explica por qué los numerarios de un partido defienden con frecuencia causas que no comparten: mejor que apoyes las tesis del líder si quieres aparecer en las listas en próximos comicios. Cosas de la partitocracia. Muy democrático es el argumento ad populum, que podemos relacionar con aquello de que “un millón de moscas no pueden estar equivocadas.”. Es muy cara esta falacia a quienes gobiernan en mayoría absoluta: como han sido elegidos por diez millones de españoles, pueden hacer todas las marranadas que les venga en gana, “la gente cree en nosotros.”



Acabo con uno que me topé tan solo hace un par de días, el ad verecundiam, o argumento de autoridad. A Galileo, por ejemplo, casi le queman por su culpa, consecuencia de haber contrariado con sus teorías las enseñanzas del único libro que puede jactarse de contener la Verdad Absoluta: la Biblia. Giordano Bruno se puso más burro y decidió ser martir contra el ad verecundiam, piedra angular de toda religión monoteísta y de cualquier dogmatismo. Durante el recreo, un grupo de chicas observaba algo en el suelo. Me acerqué, era una variedad, creo que no muy habitual, de saltamontes. Verde, patilargo y hermoso, pensé que era lo más interesante que podría ver en aquel recinto lleno de niños mocosos que pegan chillidos y lanzan el bocadillo por encima de la valla del centro. Quedé vigilante, porque la historia del genocidio al que los niños vienen sometiendo a los insectos desde hace milenios no daba motivo para la tranquilidad. Un grito aquí o allá, un balón que se escapa, diez segundos de descuido, el ruido de un pisotón y… lo han adivinado: el bellísimo insecto yacía aplastado en el suelo por la bota de uno de esos psicópatas a quien alguna mujer sin lucidez llama probablemente “mi niño”. Le busqué con la misma ira y resolución con la que Simon Wiesenthal se pasó cincuenta años husmeando las huellas de nazis fugitivos por el mundo. Hasta que lo pillé:

-“¿Por qué lo has matado?”, pregunté enfurecido…
-Pues, porque me lo ha dicho Jessica…, contestó.

Desconozco las razones por las que la tal Jessica ejerce tanto liderazgo espiritual sobre sus compañeros. En todo caso el suyo es un reinado falaz.