Friday, December 30, 2011


1. PARECE UN CHISTE DE CHUMY CHÚMEZ, quien entendió perfectamente que el humor sólo es verdaderamente consecuente cuando es humor negro. Hombres hechos y derechos compitiendo por exhibir un llanto más histérico y convulso. Se me ocurre si, durante las exequias en medio de la nieve, es el frío -que se adivina tremebundo- el que desata la orgía de lágrimas. Ya lo ven: un país entero entregado al oficio de la plañidera. No ha mucho que en nuestro país se reconocía todavía como oficio el de la llorona de entierros. Es un poco como esas estúpidas risas enlatadas de las sit com de la tele, que nos indican cuando hemos de reírnos, pero a la inversa. El problema es que en Corea del Norte, por lo visto, se llora estos días sin interrupciones y sin derecho a objetar. Cada fiel miembro del Partido -me pregunto si hay algún norcoreano que no pertenezca al Partido- tiene que pegarse un baño de lágrimas espectacular en cuanto aparecen las cámaras de la televisión, manera muy posmoderna que el régimen elige para convencer al mundo exterior de que a todos les da mucha pena que se muera "El Querido Líder".

En La República equipara Platón al tirano con el más desgraciado de los hombres. La cárcel que habita es el mayor infortunio, pues vivirá permanentemente atemorizado ante la perspectiva de ser asesinado por cualquiera de los que mantiene esclavizados. No dejará de envidiar la vida del más humilde de sus siervos, el cual sí puede deambular sin miedo por el mundo. Qué triste sería obligar a alguien a llorar por mí. Pero ¿y durante la vida? ¿Es sincera la sonrisa de quien me sirve el té? Sospechar que no hay amor en las palabras de amor, sino miedo, el miedo que se presiente incluso en mis propios hijos. ¿Y el orgasmo de la amante? ¿No habrá sido también fingido?

No deja de sonrojarme la aparición en estos días de cierto ciudadano español llamado Alejandro Cao de Benós, que trabaja desde hace años para el régimen norcoreano. El caballero desmiente cada una de las evidencias que le muestran sobre los crímenes más atroces de Kim Jong, al que sin ningún rubor llama también "Nuestro Querido Líder". Dice haberse sumado al proyecto revolucionario norcoreano debido a sus profundas convicciones marxistas, y denuncia la perversidad de la propaganda capitalista, que inventa toda suerte de mentiras sobre el régimen para desacreditarlo ante el mundo. No acabo de saber muy bien por qué les preocupa tanto, pues parece importarles un comino lo que piensen de ellos. Se me ocurre si el tipo podría ser un parado que decidió hacerse súbdito del Querido Líder para salir de la miseria y vivir dignamente. Pero no, me temo que lo que dice se lo cree de verdad.

Esto hace que el chiste sea más malo, qué vamos a hacerle.

2. Lo peor que tiene la ortodoxia comunista es que uno, o se convierte en una especie de papanatas como el tal Cao de Benós, o se instala para siempre en la melancolía, convencido de que la especie humana no está -pobrecita- madura para asumir su propia redención. A mí no haber estado nunca demasiado convencido de nada, me ha corregido la miopía de quien, por defender las bondades de una ideología, decide pasar por encima de todo tipo de atrocidades. La cuestión es asumir, de una vez por todas, que la Revolución ni se ha realizado ya, ni ha fracasado, ni podemos declarar solemnes que "es un imposible". Lo que sucede es que, simplemente, no sabemos qué es la Revolución, no hay gurú político ni Nostradamus que pueda dar cuenta a priori de cómo hacen las masas para librarse de sus cadenas o para regresar a ellas.

Mientras tanto, sabiendo reconocer que la Revolución no sucede ni dónde pensábamos, ni cómo pensábamos, ni cuando pensábamos, se me ocurre pensar que el año que termina deberá ser recordado por la historia como el del 15-M y, muy especialmente, como el de la Primavera Árabe. La degollina cuyas noticias llegan diariamente de Siria no debe confundir el diagnóstico: los pueblos árabes, y muy en especial los jóvenes árabes, le están dando una lección de valor y solidaridad a una Europa paralizada por el terror a la pobreza y la incapacidad para rebelarse contra los mandarines.

3. Suelo ser muy crítico con el consumismo y todo eso de la superficialidad pequeño burguesa que nos obliga a adquirir mercancías y bla, bla, bla, bla... Para colmo detesto la oficialización de los afectos, los besos impostados, los decretos que nos obligan a divertirnos... Me cuesta sin embargo compartir este estado de ánimo tan extendido por el cual parece que lo mejor que podríamos hacer con la Navidad es suprimirla del calendario. Tradicionalmente me han sobrevenido todo tipo de desastres personales y familiares en estas fiestas. Ustedes pensarán que eso es más a favor de la anterior opinión... Pues no, lo que yo deseo, un año tras otro, es que mi madre vuelva a hornear el cordero, que haya regalos, que pongan ¡Qué bello es vivir!, y que mañana, con la resaca de año nuevo, los tipos trajeados de la Ópera de Viena batan palmas al compás de la Marcha Radetzky un rato después de que unos señores con mono amarillo den saltos de esquí. Así soy de convencional, ¿qué se pensaban?


4. La cara hinchada de Iker Casillas en el partido de la fundación benéfica que dirige es el gesto navideño con el cual decido quedarme. Una reacción alérgica producida por algún alimento ingerido le puso la jeta como un cromo.Cualquiera de esas estrellitas que salen al mundo maquillados como una puerta y con el peinado impecable se habrían quedado encerrados rumiando su mala suerte y rezando para que los mofletes volvieran al sitio. (Sí, malvados, estoy pensando en el tontarras de Cristiano Ronaldo, pero no sólo en él) Iker sabía que no podía faltar a ese su partido, era demasiado imprescindible. Bromeó sobre su careto inflado y salió a jugar. Así es este tío.

5-En los próximos días aparecerá una nueva colaboración mía en la revista virtual Ojos de papel. ( http://www.ojosdepapel.com/ )Ya les informé sobre el tema -los zombis- que debatimos recientemente en dicha revista. En esta ocasión hablaremos sobre el impacto de las series de televisión americanas en la actualidad. Les aseguro que merece la pena. A mí me toca comentar el libro Teleshakespeare, de Jorge Carrión. Feliz año, amigos.

Friday, December 23, 2011






LA LOTERÍA

1. Uno de los relatos más intrigantes de ese gran embaucador que es Jorge Luis Borges, La lotería en Babilonia (Ficciones), da por hecho la existencia de una misteriosa Compañía encargada de reglamentar una serie de juegos de azar que determinarán fortunas de todo tipo, desde el enriquecimiento de un individuo hasta su absoluta ruina, desde la realización del más lúbrico de sus deseos, hasta su castigo más feroz, por ejemplo ser mutilado. Los boletos positivos pueden hacer feliz a cualquier babilonio, pero también los hay negativos, que pueden arrastrarle hacia el desastre. Se sortean acontecimientos trascendentes, pero también insignificantes, como añadir un grano de arena a la playa. (Habría que decir que insignificantes solo en apariencia, pues hay resultados de los sorteos que, aplicados pertinazmente durante años, terminan generando revoluciones completamente imprevistas en el orden social de Babilonia)

Como tantas otras veces, el cuentacuentos ciego nos toma el pelo, o acaso habría de decir ese hombre al que Borges se refiere y que se apresura a concluir para nosotros el relato breve sobre la lotería en Babilonia, pues le anuncian mediado el manuscrito que su barco está a punto de zarpar. La lotería ha condicionado la vida de los babilonios desde tiempos inmemoriales, pero sólo a partir de un cierto momento surgió la misteriosa Compañía, cuya misión era garantizar, fiscalizar y organizar los procesos de azar, un azar que no lo es del todo, ya que se desarrolla sometido a reglamentos que los babilonios definen sin dudar como escrupulosos e intrincados, por más que les esté vedado su conocimiento. Como suele suceder con Borges -por eso suma tantos adoradores como hostiles- al final del relato tenemos la sensación de no haber avanzado ni un palmo: todo está donde empezamos, o quizá incluso más atrás. Y, sin embargo -y por eso no he abandonado sus textos, a pesar de que hace mucho ya que descubrí que no había que tomárselo demasiado en serio- creemos saber algo que no sabíamos cuando empezamos a leer. Todo es falso o, al menos, dudoso y equívoco. Con seguridad la Compañía no es exactamente lo que uno piensa, quizá es tan solo una leyenda y no existiera nunca, como algunos herejes insinúan. En ese caso, lo verdaderamente babilónico no es el sometimiento al azar de las cosas de la vida -en esto habríamos de ser todos babilonios- sino la convicción colectiva de que una fuerza perfectamente organizada pero invisible controla el proceso que reparte las fortunas y los dolos.

Ya lo ven, todo el relato gira en torno a una institución cuyos procedimientos se describen exhaustivamente para terminar declarando su precariedad y aún su inexistencia. En aquellos rectángulos numerados que repartían inicialmente los mercaderes y que terminaron arruinándolos, pero que instauró para siempre entre los babilonios la costumbre de regirse por el juego, se contiene una verdad terrible, cuya insoportable evidencia determina el nacimiento de las religiones: el azar determina nuestras vidas.

2. Mi relación con la lotería de Navidad es más estrecha de lo que creen quienes año tras año me ofrecen un boleto y advierten la aparente indiferencia de mi rechazo. No participo porque no crea en la fortuna, más bien es que creo demasiado: temo a la fortuna, por eso, como sucede con aquellos que prefieren morar a las puertas del cielo antes que atravesar resueltamente sus puertas, no sea que ofendieran a los dioses, prefiero asistir al juego evitando resultar demasiado afectado. Es una vana ilusión, porque no se puede vivir de espaldas a la lotería, dado que ya les he advertido que no hemos abandonado Babilonia, pero mi actitud pasiva ante ese juego me permite, siquiera en mi ensoñación, conjurar la peor de mis supersticiones: siempre he temido que la pretensión de que el azar hubiera de elegirme a mí para la gloria ofendía a los caporales de la Compañía, los cuales, sucumbiendo a los primeros impulsos de la irritación contra mí, podrían muy bien vengarse enviandome cualquier calamidad.

Soy, pues, un cobarde, pero mi cobardía me preserva de uno de los peores vicios que asocio a la lotería, en especial a la de Navidad. Secretamente -digo esto porque creo que la gente se niega a reconocer un sentimiento tan intenso y ubicuo- se compra una papeleta por razones opuestas a las que supuestamente impulsan todo el movimiento de la lotería: no queremos que nos toque, pues de ser así compraríamos privada y secretamente cualquier papeleta que nos vendiera un viejo sordomudo en un rincón oscuro, lo que queremos en realidad es que no le toque a nuestros acompañantes sin que nos toque también a nosotros. Por eso la gente juega a la lotería de su empresa o del colegio de sus hijos. No te imaginas a ti mismo llorando de emoción por la fortuna recién alcanzada, te imaginas trágicamente silencioso, simulando alegrarte por la gloria de un compañero o vecino que nunca fue mejor que tú en nada, pero que esa mañana cree poder sentarse a la mesa de los dioses mientras tú sigues marchitándote en el fango.

No amamos al azar pues, en realidad le tememos. A través de la lotería no es tanto que intentemos fomentarlo como que más bien lo confinamos a un día determinado para, de alguna misteriosa manera, exorcizar sus peligros. Por eso todo el célebre ritual que le acompaña: ese runrún de la gente que pregunta si ya salió el Gordo entre los compañeros de la fábrica o la oficina, las tópicas bromas que circulan, los viejos frikis que acuden disfrazados al salón de sorteos... A mí me pasa como con muchas otras cosas, que no me interesa su contenido -ese deseo, en el fondo tan irresponsable, de hacerse rico- sino más bien su música, su liturgia, esa banda sonora de los gritos de los niños de San Ildefonso, esas caras esperanzadas y la cordialidad con la que te sonríen ante la proximidad de la Navidad.

No juego en el Sorteo Extraordinario de Navidad, en realidad no juego a ninguna lotería y hace como veinte años que no hago quinielas. Mi abuela me traía siempre un boleto para que lo rellenara por ella con la pretensión de que se haría rica y lo compartiría conmigo. Veía que yo ponía ganador al Madrid y me decía que no, que rellenara la quiniela a lo loco, pues había oído que cuando de verdad tocaba era cuando ibas contra todo lo lógico y lo previsible. Aquello era falso, pero contenía un fondo decisivo de verdad: el Madrid gana casi siempre, pero solo si le das perdedor, es decir, si eriges el poder de lo improbable contra la lógica, tienes la posibilidad de encontrar la fortuna. Nunca nos tocó, nunca he valorado en exceso la posibilidad de hacerme multimillonario con un golpe de fortuna. Sospecho que no sabría qué hacer si me topara con un gran tesoro y que probablemente se me indigestaría. Pensaría de inmediato en el peligro de ser secuestrado, en la cantidad de tediosas e interminables gestiones que tendría que hacer para poner el dinero a buen recaudo y protegerme de todo tipo de acosos... Yo no sabría, saldría mal. En realidad, creo que me gustaba hacer quinielas para mi abuela por ese vértigo tan fascinante de jugar a prever lo que ha de ocurrir. Hay una impostura muy especial en ello, algo que puede esperarse sólo de un mamífero tan insolente e incapaz de someterse a las leyes de la naturaleza y de la lógica como es el sapiens.




3. Pese a todo me atrae la expectativa del juego, no soy escéptico ante los sorteos de estos días por esa estupidez, en el fondo tan hipócrita, de que "no hay mejor lotería que el trabajo de cada día", una mentira cuya secreto designio adivino que se halla en la voluntad de mantener la sumisión de las masas. No discuto que es nuestra voluntad la que forja el grueso de nuestras vidas, pero es ingenuo ignorar la fatalidad, el disparate incontrolado que se oculta en los orígenes de cualquiera de los devenires en que nos embarcamos. Si quieren, a vueltas con el efecto del azar en nuestras biografías, les hablo de una frase que dije una mañana a un cura del colegio y que ha determinado el resto de mi vida, o un pequeño certificado que se traspapeló el momento crucial y que no tuve la tranquilidad para encontrar en aquel momento ante un funcionario, o de algo que hice sin pensar aquella tarde y que probablemente no habría ocurrido si lo hubiera pensado sólo dos minutos más, con lo que mi peripecia vital habría cambiado para siempre...

Borges tiene razón, la Compañía está detrás de todo, aún en el caso de que su existencia sea sólo una vieja leyenda. En cualquier caso voy a seguir sin jugar al Sorteo de Navidad. Hace unos años, con motivo de un viaje de verano al pueblo de Sort ("suerte", en catalán), cumplí para numerosos familiares y amigos el encargo de comprar lotería en la célebre delegación que -supuestamente gracias a los conjuros de "La Bruixa d´Or"- ha conseguido crearse la aureola de especialmente afortunada. Recuerdo a miles de personas pasando para comprar cualquier cosa relacionada con sorteos que aquel lugar vendiera, cómo pasaban estúpidamente la mano por la nariz del ridículo monigote de la bruja, la cara mezquina del lotero, ese tipo podrido de dinero que factura millones de euros cada día a cuenta de la credulidad humana y que dicen que planea pagarse una excursión por el espacio con la NASA. (No se preocupen, me fijé bien en su cara, ese hombre no es feliz, no sabe qué hacer con su dinero, y, al mismo tiempo, sería incapaz de renunciar a él, el pobre no tiene otra cosa). La gente no parece saber que Sort, o Doña Manolita o, cualquiera de los chamanes de la ignorancia contemporánea tientan a la suerte con procedimientos tan poco mágicos como el de extender ad infinitum su oferta a las compras por internet -supongo que habrá una bruja virtual por la que, también virtualmente, pasará el boleto que compramos-, lo cual supone que si toca el Gordo o algún premio importante en su estafeta es porque, en realidad, el caballero compra una enorme cantidad de la lotería que luego venderá a miles y miles de incautos.

Recuerdo que aquella mañana, tras salir hastiado del lugar, subí una montaña y contemple desde su cima los Pirineos. Después bajé al pueblo, tomé una cerveza mientras escuchaba el rumor del río de la Noguera Pallaresa donde jugaban los niños con sus barcas... Y pensé en la enorme fortuna de estar vivos.

Friday, December 16, 2011








EL AGORA




1.Los atenienses del Siglo de Pericles se reunían en el ágora, una gran plaza abierta que constituía el centro de la vida comercial y política de la polis. No conviene dejarse marear por el empeño de los seguidores de Sócrates en desacreditar a la Ecclesia, primer régimen de gobierno democrático de la historia, y al que declaraban envenenado por la demagogia de los sofistas y el caos de los múltiples intereses particulares. Platón tenía sus razones para odiar a la Asamblea, cuyos mayoría aprobó la condena a muerte a Sócrates. El suyo fue un momento políticamente convulso, seguramente propenso a este tipo de barbaridades, y nadie ha dicho nunca que los pueblos no se equivoquen. Demasiado a menudo aquellos griegos prestaban oídos a halagadores y corruptos que aprovechaban el turno de palabra para engatusarles con el poder persuasor de su elocuencia.

Tampoco es gratuito el reproche de que aquella democracia contenía lo que, desde nuestra perspectiva moderna, constituye una profunda contradicción: la sociedad helénica era esclavista, como lo fue insistentemente el mundo antiguo hasta que el mensaje cristiano tuvo la fuerza suficiente como para convertirse en referencia ética fundamental de esta pequeña península de las estepas asiáticas que conocemos como Europa. Ciertamente la Asamblea gobernaba de manera directa, con espíritu de referendum vinculante, y se cuidaba con reglamentos muy escrupulosos de que a ningún ateniense le tentara apoderarse de las instituciones y arrogarse una representación que nadie habría de concederle. Sin embargo el principio del gobierno inmediato por las masas, traducido en la celebre consigna -"un hombre, un voto"- no oculta ante nuestros ojos la evidencia de que la categoría de ciudadano sólo se atribuía a un sector relativamente pequeño de la población total de Atenas, de manera que quedaban excluidos de la Asamblea las mujeres, los metecos (nacidos en el extrajero) y, por supuesto, esa absoluta mayoría silenciosa constituida por los esclavos.

La gran pregunta que nos plantean hoy el 15-M y otros movimientos con espíritu de reivindicación popular y participación no mediada en la gestión de los asuntos públicos -como la Primavera Árabe o los Indignados de Wall Street- es si resulta posible trasladar a la actualidad el espíritu del ágora antigua, entendiendo que, en este caso, el carácter "abierto" de la Asamblea implica su universalidad, eso de lo que precisamente careció la democracia fundacional en la polis.

Algunas personas piensan que Internet podría hacer posible este viejo sueño. Empatizo profundamente con esta expectativa, pero creo que la gran reflexión colectiva en medio de la que nos hallamos está todavía por madurar. No me preocupan todavía en exceso las indudables dificultades técnicas de un procedimiento asambleario donde la apertura del ágora fuera sustituida por una virtualidad desespacializada que podría muy bien simular la participación ciudadana en vez de potenciarla. Y ya sabemos de qué manera tan obscena se resuelve la lógica de las mayorías en internet, donde la apoteosis de la democracia es el número de entradas que tiene la última gilipollez de Lady Gaga o los resultados de un sondeo sobre si Zp tiene la culpa de la crisis. Lo que verdaderamente me interesa es concretar por qué hemos dejado de creer en la representación, que es lo que realmente está en juego en todo este asunto.


Los griegos jamás habrían aceptado que otro gobernara por ellos; de hecho estaba muy mal vista la costumbre de rehusar la asistencia a la Asamblea, una actitud propia de gente mezquina y que prefería entregarse a cualquier causa privada antes que pronunciarse sobre los asuntos que afectaban a la convivencia y a la salud de la ciudad. La democracia contemporánea se sostiene sobre la hipótesis de que podemos ser representados, es decir, que debemos confiar en personas expertas en la administración de la res pública a los que votamos cada periodo, descargando sobre sus espaldas la responsabilidad de decidir lo que habrá de ser de todos. Son poderosas las razones por las que hoy muchas personas, en especial personas jóvenes, dudan de que las instituciones partidarias dedicadas a obtener la representación para gobernar sean -como proclaman serlo- herramientas de una voluntad colectiva. Sin embargo, creo que determinadas consignas -muy populares durante los momentos más intensos de la movilización que vivimos antes del verano- dan por hecho imprudentemente que podemos vivir sin partidos ni sindicatos, instituciones mediadoras que, con acierto o sin él, configuran un sistema de mediaciones sin los cuales, las masas podrían quedar peligrosamente desamparadas ante riesgos como el de las tiranías y los populismos.


En cualquier caso, con o sin políticos profesionales, lo que pone sobre la mesa este nuevo movimiento social, que no estaba contemplado en el programa de nuestra aún joven democracia, es que tenemos la obligación de ejercer presión sobre los poderosos -los que gobiernan desde las instuciones, pero también, o sobre todo, los que lo hacen desde el capital-, obligarles a que se nos escuche y pronunciarnos enérgicamente ante los desmanes que tan frecuentemente cometen.

2. Me causa una profunda repugnancia la campaña publicitaria con la cual una importante empresa de telefonía se inspira en el 15-M para crear una atmósfera de "buenrollismo" en torno a la mercancía que vende, cuyo mercado es fundamentalmente juvenil. Discrepo sin embargo de alguna opinión que ya he visto circular por la Red, según la cual la campaña parodia el movimiento de los Indignados.


El del marketing es un mundo sumamente complejo, tanto como el que rodea la conflictiva personalidad de Don Draper, protagonista de la fabulosa serie televisiva Mad men, que gira en torno a una empresa de publicistas de la Avenida Madison de Nueva York en los años sesenta. Mad men debe ser vista por cualquiera que quiera interesarse por un relato televisivo que, además de brillante e inspirado, acredita una factura escrupulosamente respetuosa con el espectador, al que, al contrario de lo recurrente en cuestiones televisivas, deja de considerar como un ente pasivo, adicto y fácilmente manipulable. Pero, sobre todo, debe verse -y se me ocurre que debería ser de visionado obligatorio en institutos y universidades- si lo que se pretende es entender las claves del capitalismo contemporáneo. Recuerdo el modus operandi de Draper -todo un cool hunter de hace casi medio siglo, cuando tal concepto ni siquiera existía- y se me ocurre que lo que pretende la campaña citada, lejos de burlarse de los Indignados, es capturar su reflujo, seguir las buenas vibraciones de su estela para provocar la empatía de una potencial clientela que es sobre todo juvenil. El problema es que no les ha salido, seguramente porque una cosa es ir de cazador de tendencias por el mundo y otra es ser, de verdad, como Don Draper, es decir, publicista de talento.

Analicen cada uno de los anuncios que constituyen la ambiciosa campaña. Son asambleas populares que deciden cómo ha de configurar su oferta de telefonía móvil la empresa en cuestión. Se diría que crean una presión popular sobre los ejecutivos de la empresa, a los que uno imagina como unos tipos más bien oscuros que se remueven dentro de sus trajes, ansiosos de que la gente les diga exactamente lo que deben hacer para satisfacerla. Democracia en estado puro. Se nos intenta insuflar la idea de que, en tanto que consumidores, podemos obligar al capitalismo a plegarse a nuestros deseos. En la medida en que seamos muchos, a éste le será más difícil resistirse, un principio que ha hecho mucha fortuna en el mundo de las telecomunicaciones de consumo, pues se asume que en la medida en que se multiplican los usuarios de una determinada red, el coste de la misma se abarata.

Los spots recogen vagamente algo de la atmósfera que se respiraba en los campamentos, pero lo hacen con bastante torpeza. Alguien propone en tono de ciudadano exigente una oferta de precios por llamada, hay quien le apoya y quien exhibe su discrepancia, un viejales suelta una gracia que la gente ríe, una señora de mediana edad aprovecha la coyuntura para hacer una insinuación sexual hacia un vecino más joven que ella, la masa asamblearia vitorea y aplaude... El mundo del gran capital ha sido derrotado, pues la maquinaria productiva queda sometida al empuje de la voluntad popular. El pequeño problema es que lo que han conseguido no es un buen remedo de las asambleas del 15-M, más bien se parece a la serie Aida, una comedia de situación particularmente cutre y particularmente exitosa de Tele Cinco que tiene esa virtud tan sainetera de provocar hilaridad de la gruesa a partir de la supuesta sabiduría de las clases populares.

Las asambleas ciudadanas promovidas por los Indignados son otra cosa, desde luego. De ellas, esta campaña publicitaria sólo es un torpe simulacro, casi una parodia, aunque no sea esa su intención. Me parece más cercana al espíritu de aquellas asambleas la contracampaña que circula últimamente por la Red. No se la pierdan, sabrán algo más sobre la potente empresa de telefonía que nos va a hacer a todos más libres y felices vendiéndonos sus aparatitos.
http://www.youtube.com/watch?v=z9fagh8RA70

Friday, December 09, 2011









CÓMO PERDER
TONTAMENTE LA MAÑANA.



1.Una noche, mientras tomaba pacíficamente un agua de Valencia en una terraza, se me acercó un tipo que, sin solicitar mi permiso, se sentó a mi mesa. Aparte de que tengo un imán para los pelmas -es culpa de mi madre, que me educó para ser amable-, y de que el interfecto estaba borracho y más loco que una cabra, el encuentro tuvo sus aspectos positivos. Me enteré de que en Holanda, país de origen de Hans, que así dijo llamarse, cuando alguien plantea de forma recurrente problemas en el trabajo por razones como desarreglos psíquicos o alcoholismo, se lo piensan poco antes de concederle una baja y una pensión que puede perfectamente durar hasta el resto de su vida. Hans, obviamente, estaba gozando de tal situación, de ahí que pudiera permitirse el lujo de vagabundear por tierras mediterráneas dándole a la gente la tabarra. A mí, y así se lo hice saber, que un país jubile a sus locos y borrachos me parece una muestra de entrañable espíritu civilizado. A él no, me dijo que no era por razones humanitarias, sino de puro pragmatismo: "Holanda es un país de judíos", dijo, "calculan que un tipo como yo les va a hacer perder más dinero si sigue estorbando en el trabajo, de manera que prefieren retirarlo y darle una pensión para que no moleste."


Obviamente no insistí en mi réplica, pero la verdad es que ni siquiera las patadas que De Jong le dio a Xabi Alonso en la final del Mundial me han alejado de la idea que concebí aquella noche de que Holanda es un pequeño paraíso. Hans, por cierto, añadió otra cosa: "Me encanta España, aquí puedes hablar con la gente, no es como allí, que las personas se meten en sus casas y se evitan, no hay trato humano en Holanda." Era por lo visto una razón suficiente para que Hans se gastara su pensión de minusvalía viviendo entre nosotros, que somos muy simpáticos, si bien sospecho que aquel infeliz no había caído en que de haber sido español nunca le habrían dado la oportunidad de vivir sin trabajar por la fruslería de estar un poco tocadito del perolo. Se me ocurre pensar también que, quizá, a los legisladores de la Celtiberia no se les ha ocurrido nunca retirar con sus correspondientes pensiones a los sujetos problemáticos por razones tan calculadas como las de los holandeses: en ese caso andamios, oficinas y cuarteles estarían tan llenos de tipos simulando estar locos que la prima de riesgo para la inversión extranjera estaría más o menos al nivel de la de Tanganica.

Déjenme que les hable de otro personaje que conocí: Serafín. Resulta que Serafín es otro desocupado nacido en Europa y que viene a nuestro bonito país con cierta frecuencia. Es hijo de un emigrante español que prosperó mucho en Suiza, de manera que Serafín nació y ha vivido siempre en Zurich, pero dice estar muy a gusto cuando pasa temporadas en la patria de su progenitor. Su diagnóstico sobre nosotros era similar al de Hans, pero creo que bastante más lúcido y mejor fundamentado: "Me he preguntado muchas veces por qué España funciona peor que Suiza o que otras naciones europeas. He descubierto, tratando mucho con ustedes, que los españoles no son poco inteligentes, ni siquiera vagos como a veces se piensa. Lo que creo es que tienen un serio problema de organización. Ustedes funcionan mal porque pierden tiempo y enormes energías en la administración de sus asuntos."


2 Ayer pasé la mañana en un departamento de la administración educativa valenciana. El Registro estaba colapsado, en este caso porque, según pude saber, se agotaba el plazo del concurso de traslados para docentes de Primaria y Secundaria. Da lo mismo, en cualquier otro momento hay otra razón para que el Registro se colapse. Lo razonable cuando uno acude a ese lugar es asumir que va a perder la mañana. Es algo que está calculado, salvo que te den alguno de los primerísimos números: la organización de la oficina ya tiene previsto que la cantidad de empleados que van a estar atendiendo a la gente va a ser precaria durante toda la mañana, excepto, en todo caso, en el último tramo del turno, por aquello de que antes de ir a comer habrán de quedar atendidos todos los que han recibido el número hasta una cierta hora. Ello, paradójicamente, premia a los que llegan tarde, pues si usted consigue el número a las nueve y media, es posible que no haya sido atendido hasta la una, pero si llega a la una, es posible que haya podido concluir antes de las dos. Se me ocurre pensar, en atención a la teoría holandesa, si es rentable para un país que tantas personas estén desatendiendo sus trabajos durante tantas horas por una gestión simple que podrían resolver en cuestión de minutos.

Este tipo de esperas, tan comunes en nuestro país, dan para mucho. Yo acudí con mi bebé y la madre de mi bebé. Mientras le hacía carantoñas -a la niña, la madre no estaba de humor para mariconadas- y la paseaba por las dependencias del lugar, ella tomó la resolución de cagarse. No entraré demasiado en detalles -ustedes son así de delicados-, pero los lactantes cagan muy líquido, de manera que, salvo que el pañal esté ajustado como un torniquete, corre uno el riesgo de que su joven vástaga se llene de caca hasta lugares inimaginables de su anatomía. Es muy vodevilesca la resolución de este tipo de enredos. Mientras te preguntas si se te pasará el turno - ése por el que llevas tanto tiempo esperando- y tras tener que saludar a un viejo compañero al que despides rápido sin explicarle demasiado bien la causa de tu urgencia, entras al WC y, como no está pensado para este tipo de gestiones, tumbas a la niña sobre tu chaqueta y, finalmente, consigues limpiarla con unas toallitas y cambiarle el pañal. La niña queda impoluta, no así tu chaqueta, cuyo reverso se llena de porquería del suelo, tanto como el anverso se llena de cacas de la niña. En cualquier caso, tú eres feliz, sobre todo si no te ha pasado el turno.


No sé si detectan en mi relato -completamente verídico, lo juro- cierta rabia interior muy recocida por los años. De joven yo creía tener un problema patológico con las cuestiones burocráticas. Me molestan tantos los papeleos, las ventanillas, los duplicados y las instancias que he llegado a sufrir un amago de depresión la noche antes de tener que acudir a la mañana siguiente a alguno de estos encantadores lugares. Pero no, resulta que, bien observado el asunto, lo que me pasa a mí es lo que le pasa a casi todo el mundo. Hay quien no llega a ponerse histérico y gritarle a uno que abusa de su tiempo en la cola de las fotocopias, como ayer puede presenciar, y hay quien directamente se pone enfermo ante estos trances, pero a todo el mundo le molesta sobremanera este asunto y todos están de acuerdo en que hay que cambiarlo. El caso es que, en cuanto acaba el proceso y los papeles están entregados, salimos a escape del lugar y tratamos de olvidarlo cuanto antes... Hasta la próxima tortura, claro.

No me engaño, no tengo esperanzas de que esto cambie, no me hago ilusiones de que este país funcione bien algún día. He viajado bastante y he visto reinos donde las cosas se hacían rematadamente mal, pero, ¿saben?, se llaman Egipto, Cuba o Marruecos... Y eso que no he visitado Tanganica. España, desde aquel arreón de querer racionalizar la cosa pública que tuvo el primer gobierno socialista, casi ha conseguido dejar de parecerse a estos países llamados tercermundistas. Ahora bien, cuando, antes de la crisis, se extendió por la nación la idea de que nos estábamos convirtiendo en poco menos que un ejemplo para el mundo, creo que se nos olvidó un pequeño detalle: un país mal organizado es un país lento y destinado a que se bloqueen y malogren sus mejores inspiraciones.

¿Quién tiene la culpa? Verán, soy empleado público y sé cómo funciona la administración. La inmensa mayoría de los que trabajan en ella son personas responsables y razonablemente eficaces. Ahora bien, basta que en un equipo de diez nos encontremos un inepto más un caradura para que todo empiece a complicarse. La cosa se puede sobrellevar si queda en eso, pues siempre hay quien hace más de lo que le toca, solucionando los desaguisados que hacen estos dos personajes... La catástrofe llega cuando, como por desgracia sucede mucho en España, uno de estos dos ostenta un cargo con responsabilidad en el departamento en cuestión. En España no se fiscaliza, no se controla ni se vigila ni se le piden cuentas a este tipo de caballeros, de tal manera que pueden escaquearse de sus funciones sin que les pase nada, y sintiendo además que son mucho más listos que los tontos que, pese a que tampoco son fiscalizados -ni tampoco premiados, claro- se dedican a hacer el trabajo que no hace el desvergonzado de su jefe.


3. El nuevo Presidente del Gobierno encarna para muchos la decidida voluntad de reducir el grosor de la supuestamente hipertrofiada administración española. "Mariano", murmuran, "es un tipo con agallas para echar a miles de funcionarios, es decir, de vagos". Ya ha empezado a hacerlo en las comunidades donde gobierna su partido, sin olvidarnos de la catalana, gobernada por la derecha más dura de todo el Estado, por más que los nacionalistas tienen una extraña habilidad para que creamos que sólo son reaccionarios los españolistas. Temo que el sector de la función pública que va a ir a parar a la cola del paro o que va a ver más endurecidas sus condiciones laborales es el que menos puede presumir de los privilegios de ejercer la función pública. ¿Ven a dónde quiero ir a parar? No tengo ninguna duda de que la cosa pública debe ser objeto de una profunda racionalización, lo cual debe suponer considerables esfuerzos de organización. Ahora bien, si creemos que se trata de echar gente a la calle, entonces no solucionaremos el peor de nuestros problemas, lo empeoraremos.

Una vez oí a alguien decir que desde que había más policías había también más crímenes. Le contesté que entonces la cosa era muy sencilla: disminuimos los policías y disminuirá la delincuencia. Teatro del absurdo, sí, pero este razonamiento digno del Barón de Munchaussen es el que hacen millones de españoles cuando, tras quejarse por el mal funcionamiento de la administración, creen encontrar en los empleados públicos la cabeza de turco perfecta con la que cebarse. Claro, luego las cosas van a peor, se pierden más mañanas tontamente, se ralentiza la Justicia, desaparecen derechos como el de la ayuda a la dependencia, los colegios dejan de tener personal de atención para alumnos discapacitados o no llegan las ayudas para los damnificados por un terremoto, por citar unos pocos ejemplos de situaciones que a todos -excepto a los que son tan ricos que pueden solucionar cualquier contratiempo a golpe de talonario- les parecen indeseables en un estado civilizado y moderno.

La administración no debe ser adelgazada porque no está gorda, debe ser reorganizada, que es una cosa muy distinta. Si la hacemos más débil sólo tendremos más lentitud y más injusticia. Conviene pensarlo. Aunque la derecha haya arrasado en las elecciones.

Friday, December 02, 2011





MÁS SOBRE

LOS DICHOSOS ZOMBIS


Participo en el festín zombi que se celebra en las páginas de la admirable revista Ojos de papel www.ojosdepapel.com, cuyo director, Rogelio López Blanco, ha tenido la amabilidad de publicar mi reseña sobre el ensayo Filosofía zombi, de Jorge Fernández Gonzalo, sobre el cual ya hablé en estas páginas recientemente y con motivo del regreso a la cadena Fox de la serie The walking dead. Nos llevamos sobre el particular una polémica creo que interesante unos cuantos devoradores de cadáveres, a saber Justo Serna, Alejandro Lillo, Juan Planas, Rogelio López Blanco y servidor... Todos los detalles y sus correspondientes vínculos -así es este asunto tan mareante del hipertexto- los pueden encontrar en el blog de Justo Serna. Por cierto, el autor del ensayo está participando en la tertulia, y les aseguro que merece mucho la pena leerle. Son suficientes razones para que se den un par de garbeos por allí, y eso aún en el caso de que los zombis no les interesen lo más mínimo. http://justoserna.wordpress.com/

Por mi parte nunca, hasta que leí el libro, tuve ningún especial fijación con esta viscosa materia. Ni siquiera ahora mismo estoy seguro de que me interesen unos bichos cuya cualidad más definitoria es que dan asco. No es una fobia personal, como la que tienen algunas personas con las arañas -que a mí me parecen animales hermosísimos-, las serpientes o hasta los botones -hay gente que le tiene fobia a los botones, ya ven qué cosas-: cualquiera con una sensibilidad humana normal siente repugnancia por un tipo que se encuentra en plena descomposición pero que, en vez de quedarse tranquilamente en su tumba recibiendo flores en noviembre como manda el libro de estilo de los muertos, opta por ir por ahí echándonos el aliento y emitiendo gruñidos, el tío cochino. Vamos, que no me va especialmente el gore, ese estilo cinematográfico que triunfó en los ochenta y que tiene la extraña habilidad de convertir el terror en una parodia sin presentarse exactamente como tal.

Es fácil entender por qué el miedo puede ser seductor. En las dosis homeopáticas en que lo sirven los grandes narradores del cine o la novela, el terror desencadena un universo de emociones que van desde la inquietud de la asechanza o la seducción perversa y lujuriosa de un sigiloso depredador hasta el sobresalto y los escalofríos por la aparición imponente y espectral que declara su intención de mordernos, devorarnos o aniquilarnos. No hay que internarse en las profundidades del psicoanálisis y detectar pulsiones masoquistas para aceptar que el miedo puede ser placentero. Sin embargo con el asco tengo bastante más reservas. No le veo la erótica a todo eso de las escoriaciones, los olores pútridos, los pellejos descolgados y los humores internos que se desparraman...Le encuentro tan poca gracia como a los vómitos que tengo que sortear cuando salgo de casa a buscar el periódico los domingos por la mañana.


En estas convicciones trajinaba yo mis días y mis noches cuando, hace como un par de años, llegó a mis manos el cómic The walking dead, editado en España como Los muertos vivientes, con guión de Robert Kirkman y grafismo de Tony Moore. Ni me interesaba nada a priori el asunto zombi ni terminaban de atraerme a primera vista las imágenes en blanco y negro de esta publicación que, por lo que tengo entendido, tiene tirada mensual. Lo cogí y, a las pocas páginas, y contra todo pronóstico, me enganchó. ¿Por qué?



Como creo que ustedes deben a estas horas estar ya familiarizados con la versión televisiva de esta ficción, me referiré más bien a ella, es decir, a la serie The walking dead. Se trata de una narración televisiva ideada inicialmente para media docena de capítulos que, en vista del éxito masivo, decidió prolongarse, sumiendo a sus seguidores en una tensa espera de meses, mientras el equipo de la serie trabajaba contrarreloj para satisfacer la demanda de la Fox, que reclama nuevas dosis de la droga con impaciencia. Ya he explicado en este blog o en el de Serna las razones que, a mi entender, explican este éxito: adecuada tensión narrativa, hábil sistema de contrapesos en el cuadro de protagonistas para una serie que -pese al protagonismo de Rick Grimes- tiene claro carácter coral, situaciones límite especialmente impactantes, manejo a veces inspirado y no abusivo del suspense...

No soy fanático de Walking dead. He nombrado algunas virtudes, pero si me refiriera a sus contradicciones, insuficiencias y vulgaridades, por no hablar del considerable y obviamente discutible tizne ideológico, ustedes encontrarían tantas razones para engancharse a la serie como para cambiar de canal y ver alguna de esas tediosas series de policías empollones que se pusieron de moda hace unos años. Yo creo que hay algo mas difuso e inidentificable, pero también más intenso, en esta saga, algo que conecta con formas de sentir un relato que tienden a ir diluyéndose en nosotros a medida que escapamos a la adolescencia. Es algo muy básico, no sé, la chica es de Rick y no de Shane, es decir, la chica es mía y no del otro; los niños son lo primero que hay que proteger aunque nos cueste la muerte; la comunidad debe reforzar sus lazos ante los grandes peligros; los héroes se sacrifican por el grupo; los líderes toman decisiones terribles cuando todos quedan paralizados... ¿Sigo con el catálogo de tópicos? Yo me críe con el Capitán Trueno, no sé qué se pensaban.



Y, sin embargo, hay algo muy poderoso en toda esta vulgaridad. Yo creo que hay un sector de público, no solo televisivo, muy considerable que está harto de supuestas sofisticaciones. Pienso en películas como Avatar, en novelas como El código Da Vinci o en series televisivas como Lost o CSI, siempre refiriéndome a productos de la cultura de masas. Se ha hecho célebre un modelo de ficción supuestamente complejo que hace sentir a los espectadores que necesitan reflexión e inteligencia para entenderlos adecuadamente. Ésta es, a veces, la peor de las manipulaciones, acompañada en muchas ocasiones por toda suerte de efectismos que alimentan una profunda deshonestidad creativa. El relato de Walking dead es honesto porque es brutal, básico, pueril si se quiere, lo cual no significa necesariamente torpe. No llevaríamos tanto tiempo discutiendo sobre este producto televisivo si fuera simplemente una cutrez.

En cuanto al texto de Fernández Gonzalo, lean por favor mi colaboración en Ojos de papel, quizá les suscite el interés de leerlo, que es a fin de cuentas de lo que se trata con una reseña, al menos si es una reseña favorable. En contra de alguna crítica que ya he escuchado, no creo, salvo algunas asociaciones que podrían antojársenos algo caprichosas o forzadas, que el texto caiga en la sobreinterpretación, entendida como el procedimiento por el cual se manipula la interpretación de los elementos del material cultural elegido para obligarles a significar no lo que significan, sino lo que nosotros queremos que signifiquen.

¿Tiene la horda zombi el valor de metáfora de la masa consumista y política pasiva que se arracima en los centros comerciales para devorar las mercancías que le obligan a desear quienes manipulan su voluntad? ¿Advertimos en el zombi el secreto temor a caer en la indistinción de la masa informe y hambrienta? ¿Es el zombi la parodia del sujeto moralmente autónomo y dueño de su propia voluntad que constituye el texto sagrado de la modernidad?...

No sé, creo, como poco, que cada época tiene sus monstruos predilectos. Me atrevería decir, remedando cierta célebre fórmula de la filosofía de Hegel ("un filósofo es su tiempo en conceptos") que cada tiempo expresa sus temores a través de un monstruo distinto, sin perjuicio de que los monstruos ya creados quedan instituidos para siempre y se superponen a los que van llegando. Hace un siglo tuvimos al Conde Drácula o a los monstruos de Lovecraft, los años treinta tenían a King Kong, los cincuentas se autoamenazaban con los alienígenas, los setenta nos metieron el miedo en el cuerpo con el tiburón de Spielberg... La horda zombi que amenaza a esa comunidad superviviente de Rick Grimes, sobre la que pretende refundarse la civilización, tiene algo que la hace especialmente acomodada a este mundo globalizado y recesivo, este momento histórico donde la gran pregunta es si la colectividad tiene todavía algún poder sobre la gestión de la polis o si, por el contrario, hemos entrado ya en una era postdemocrática donde las fuerzas que determinan los ciclos de la vida y de la muerte están completamente fuera del control de nuestras voluntades.


Llámenlo "sobreinterpretación", "metáfora abusiva" o como les apetezca, pero yo no paro de ver zombis... en la finca donde vivo, en el Carrefour, en la calle, en mi trabajo...

Friday, November 25, 2011









1. PÍRRICA VICTORIA. Parece cosa de puro resentimiento de caballo perdedor decir esto, pero nunca una victoria electoral tan concluyente me pareció tan gris, tan poco ilusionante para todos y, en especial, para los que han logrado. No es cierto que haya una mayoría conservadora emergente en España; en ese caso, y como apuntaba un amable contertulio aquí esta semana, podríamos pensar en un impulso modernizador y en pro de la prosperidad asociado al aplastante triunfo de Rajoy. Mucho me temo que esto no lo sostienen seriamente ni quienes, como el hatajo de infelices que fueron con banderas azules a bailar el waka waka en Calle Génova, dicen creérselo firmemente. Otra cosa es que las ideas más o menos facilonas que se asocian a la derecha -unidad nacional, acoso a los inmigrantes, reducción del gasto público y en especial del número de funcionarios...- tengan mejor acogida en tiempos de incertidumbre, pero esto, que sirve para explicar una concluyente victoria, parece precario si de lo que se trata es de infundirnos optimismo. Tiene por esto mucho sentido la afluencia en los últimos días de chistes como el de que nos vayamos a la playa o a jugar al dominó para aprovechar nuestros últimos días de ocio porque mañana Mariano nos va a conseguir trabajo a todos.




Les confieso un secreto: me encantaría que tuvieran razón. Las calificadoras de la prima de riesgo dirían que por fin el mundo puede confiar en nosotros porque -al contrario que la mayoría de mis amigos, dejen que meta la puyita- tenemos pinta de devolver lo que debamos. Además no habría que cobrar impuestos a los ricos, de manera que, como van a ganar tanto dinero, nos van a subir graciosamente a su carro triunfal, de manera que es cuestión de tiempo que, como ellos, podamos comprar un apartamento en Torrevieja y, si la cosa se pone muy bien, hasta meter dinero en Suiza. Es lo que siempre hemos dicho en estos años ¿no?: que como Zp tiene la culpa de todo, muerto el perro se acabo la rabia, nos lo quitamos de enmedio y en tres patadas el país vuelve a florecer. Además, es posible que esta vez no tengamos ni siquiera que meternos en algún avispero del Medio Oriente, pues ni parece que Mariano esté tan loco como José Mari, ni que Obama -debe ser porque es un negro- ande con especiales ganas de montarle guerras a moros irredentos.Vamos, que si nos va mejor a todos, casi que voy a aceptar tragarme a González Pons de ministro. A fin de cuentas, sobreviví a Acebes y a Zaplana y, no se engañen, tampoco es que me llenara de felicidad ver a Pepe Blanco y Leire Pajín dirigiendo los destinos de la patria. Ya ven que soy muy deportivo.

El pequeño problema es que no van a solucionar nada. Y la razón es bien sencilla: no es que sean malas personas ni que su ideología conservadora les haga insolidarios ni nada de todo eso... No, lo que pasa es simplemente que el poder de acción política real ahora mismo de un gobierno europeo periférico es simplemente ridículo. Iñaki Gabilondo hablaba estos días del regreso de la ortodoxia con el gobierno del PP. Ni un socialdemócrata tan convencido como él es capaz de garantizar que, de gobernar el PSOE, las directrices hubieran sido muy diferentes a la de esa ortodoxia consistente en obedecer las instrucciones que llegan del Busdeschbank, Merkel, los dichosos mercados y las agencias aseguradoras de riesgos. ¿Se va a notar pues en algo que gobierna la derecha? Fíjense, Rajoy es tan grisáceo, que si no le aprietan mucho los ultramontanos es capaz hasta de dejar que los gays sigan casándose.

No me malinterpreten, no digo que todo vaya a ir bien a partir de ahora. Muy al contrario, creo que la cosa se está poniendo muy puta y que vamos a tener que apretarnos mucho los machos para aguantar una tempestad que amenaza con dejarnos malparados para siempre. Lo que no creo es que la posibilidad de acabar con esa tempestad, ni tan siquiera la de ponernos razonablemente a cubierto de ella, tenga que ver con lo que hemos votado.




2. LA POLÍTICA CONVERTIDA EN TEATRO. Coincidimos en que no es tiempo para grandes gestos, que la mayoría de subidas de tono tienen aire de cinismo y que los líderes que ganan son espantosamente aburridos. Pero el tono gris no hace más real lo que de ya de por sí pasó hace largo tiempo a la condición de simulacro. Es una teatralidad soporífera -como tantas piezas dramáticas insoportables-, pero tiene el mismo valor que si, como pasó por ejemplo con Obama en las últimas presidenciales americanas, la estrella consigue impactar fuertemente a los espectadores y es vitoreado al inicio de la obra.

Pero no son los políticos los culpables, somos en realidad los ciudadanos los que les exigimos que encarnen ese papel de estadistas cuyo fin es convencernos de que todavía existe la Política, de que todavía hay gobernanza e instituciones operativas. Creemos ser una Nación, nos hemos dotado de una historia gloriosa que habla de una resistencia en la clandestinidad, una transición frágil y heroica, unos guardia civiles golpistas... La realidad es que la iniciativa institucional está completamente secuestrada por los agentes económicos; o entendemos esto de una vez o seguiremos viviendo engañados y creyendo que será el siguiente candidato el que nos saque del atolladero. Mantenme engañado, para eso te pago, hazme creer que la culpa es toda del que gobierna, dime que todo cambiara cuando estés tú. Sé que no lo hará, pero te votaré si me generas esa ilusión cuando te vea por el telediario.




Fíjense por ejemplo en el actual PSOE. A la mayoría -como me he hecho mayor, soy más malo y mezquino- he terminado por notarles escandalosamente que lo que pretenden es vivir de la política, cosa comprensible, pues hay mucho paro y las pensiones por haber ocupado algún cargo son cojonudas, por no hablar de las amistades con futuro tan estupenda que se pueden hacer durante el ejercicio de los cargos de influencia. Les sorprenderá mi sospecha de que, por ejemplo, los actuales dirigentes del socialismo valenciano no quieren ganar. Si el PS del País Valenciano se empeñará de verdad en crear un proyecto para arrebatar el poder al PP en la Generalitat y en los principales ayuntamientos, podría notarse demasiado la mediocridad de los que actualmente lo dirigen, o acaso pudiera ser que acabaran ganando, con lo que les tocaría la complicada misión de decirles a sus votantes que no saben muy bien qué significa eso que tanto han dicho de un "gobierno de izquierdas". Quite, quite, menudo marronazo, que gobiernen ellos mientras nosotros les criticamos un poquito de vez en cuando y conservamos el puestecito, nos sea que nos toque volver a la mina.

Es odioso y deprimente, sí, pero no son ellos los culpables, a fin de cuentas son humanos. Es el pueblo valenciano el que ha dado mayoritariamente su confianza a un partido que ha convertido la corrupción en un estilo de vida. Por otra parte, no podemos extrañarnos de que las instituciones hayan perdido gran parte de su condición de agentes sociales. Decimos que están en manos de los mercados, como si los mercados fueran una fuerza ajena y misteriosa, una secta de conspiradores poderosísimos como esos que salen en Los Simpsons: unos tipos enmascarados que se celebran reuniones secretas donde deciden el futuro de la humanidad. El pequeño problema llega luego, cuando Homer descubre que quienes se ocultan tras las máscaras son todos los tipos del pueblo que ya conoce en la gris existencia cotidiana de Springfield. Pues bien, eso no es del todo falso. Madoff será un especulador y todo lo que ustedes quieran, y los banqueros, y los ejecutivos que se ponen pensiones indecentes...

De acuerdo, pero armémonos de sinceridad. El llamado "pensamiento único", entendido como el modelo ideológico que reniega de la administración cuando fiscaliza las cuentas y pone sanciones, y que, por defender la libre empresa, nos ilusiona con convertirnos a todos en eso a lo que se llama "agentes económicos", no es un invento para Botín o para Moody´s. Pienso en cosas que he visto hacer a mis allegados unos años atrás. Miren, yo he visto a allegados míos, tan escasos de conocimientos financieros como yo, haciendo cábalas impresionantes sobre cómo forrarse especulando en bolsa; he oído a amigos y familiares con el cuento de la lechera -de esto hace menos de un lustro- sobre cómo iban a pasar a la condición de multimillonarios gracias a un terrenito de mierda que iban a vender a precio de oro a no sé qué empresa constructora en la casucha de sus abuelos naranjeros; tengo vecinos muy majos que se han metido en unas hipotecas terroríficas porque creían tener derecho a un piso nuevo y en propiedad, y que con el extra del préstamo se han comprado un cochazo al que, por supuesto, también creían tener derecho... ¿Quieren que siga? No, no les hace falta porque ustedes también saben muy bien de qué les estoy hablando.


¿Saben por qué no pienso deprimirme con esta derrota electoral tan bestial? Porque nos la hemos merecido, y de lo que se trata es que dejemos de merecérnosla. Hemos otorgado a los partidos políticos la venia para que sigan presentándose como desfibriladores de este gran colapso en medio del cual nos hallamos sin saber hacia dónde tirar. Alguien dijo que "esto sólo lo solucionamos entre todos". Dejemos de exigir a la política que sea mejor que lo que somos nosotros. Dejemos de pensar de una puñetera vez que vamos a hacernos ricos sin pegar un palo al agua y recordemos que la libertad y la prosperidad son frágiles ecosistemas permanentemente amenazados. Quizá entonces empecemos tener derecho a esperar un futuro más digno que este sobresalto diario con la mierda de la prima de riesgo y los cuatro hijos de puta que nos atacan desde eso que llaman "los mercados". A fin de cuentas, no han parado de decirlo los dos candidatos durante las elecciones: "somos un gran país".

Saturday, November 19, 2011





VOTAR O NO VOTAR

1. Votar a la izquierda y saber por qué: ésta es la cuestión. Y no es exactamente la misma que ser de izquierdas, como ingenuamente cree mucha gente. Que la gente conservadora vota -más bien ser diría que ficha- disciplinadamente a la derecha cada cuatro años es algo que no ofrece dudas. Lo hacen aunque, como ahora es el caso, no les guste el candidato.


Quienes contemplan con melancolía la historia de las izquierdas españolas como un largo trayecto de desencuentros, luchas intestinas y hasta tiros por la espalda, reconocen en privado que ese sentido de la disciplina es lo único que merece la pena envidiar de la derecha. Se equivocan, no entienden que eso a lo que llaman "disciplina" es justamente lo que define a las derechas y no un simple atributo. Yo lo entiendo de otra forma: falta de sentido crítico hacia sus líderes, o para ser más preciso, de determinación para hacer efectiva dicha crítica. La izquierda, por contra, vive en una permanente tensión hacia quienes dicen representarla: el líder está permanentemente cuestionado porque es el principio de representación el que -como afirma una de las consignas más célebres del 15 M- vive siempre bajo sospecha.




Este fenómeno origina una fuerte heterogeneidad de intenciones y decisiones electorales entre quienes se consideran de izquierda, ciudadanos que, por lo general, tienden a dar un sentido ético a su actividad política. Eso explica que personas que participan en movimientos de reivindicación de derechos civiles o están adscritas a organizaciones solidarias esquiven los comicios y adopten el abstencionismo como un modo de protesta: simplemente no se sienten representadas. Otras muchas optan por votar a partidos que no sólo no tienen ninguna posibilidad de formar parte de un gobierno, sino que ni siquiera van a ser capaces de generar una presión opositora consistente. Las hay también que optan por expresar su inconformismo inclinándose por partidos que se presentan como nacionalistas y de izquierdas, un estrambótico cóctel que en España asumimos con naturalidad, como si la exaltación identitaria, la tradición, la sangre, la tierra y el separatismo fueran valores progresistas.

De todo este galimatías parece que sólo puede esperarse una consecuencia: la derrota. Temo que a partir de ahora -en realidad a partir de las primeras elecciones que ganó la derecha en España- los triunfos electorales de la izquierda vayan a ser una absoluta anomalía. Habrá de pasar algo para que gane la izquierda, y cuando digo algo me refiero a asuntos como el del 13-M, un monumental resbalón del Gobierno Aznar que consiguió poner en pie de guerra a toda esa masa heterogénea y disgregada de las izquierdas para sacar a su partido del poder y poner en su lugar al primero que pasara por allí.


2. No me interesan nada las razones del electorado de derecha, no porque no existan tales razones, sino porque llevo demasiado tiempo comprobando que no suelen proceder de un análisis crítico. No digo que para ser de derechas haya que ser idiota -aunque viendo ciertos canales de televisión, escuchando ciertas cadenas de radio o leyendo ciertos periódicos le entra a uno la tentación de decirlo-; lo que digo es que la inmensa mayoría de los electores de derecha votan atendiendo a emociones muy básicas y a principios escasamente elaborados. Puede sorprender que a estas alturas de democracia todavía tengan pegada clishés como el de la unidad nacional, la primacía cultural de la religión católica, la familia patriarcal o la desconfianza hacia la inmigración, pero el hecho es que la tienen, y no es algo de lo que debiéramos sorprendernos: quien parezca estar más cerca de dichos valores tendrá cautivado ese voto masivo, y es muy difícil que eso lo consiga alguien que casa homosexuales, otorga papeles a los inmigrantes o hasta se alegra de las victorias del Barça.

Resulta bastante más complicado entender qué significa ser de izquierdas. El candidato socialista ha identificado estos días a la derecha con el principio del "sálvese quién pueda", lo cual implica que lo que define a las izquierdas es su naturaleza solidaria. Me gusta más como lo dijo Norberto Bobbio, según el cual, las izquierdas promueven su iniciativa política en la dirección de atenuar los factores de la desigualdad, mientras que las derechas declaran a esta ineliminable, declaración que en realidad esconde el firme deseo de que las desigualdades subsistan. En los últimos días he leído una aún mejor. Antonio Gramsci, en sus escritos desde la prisión donde le confinó durante años el fascismo, diferenció derecha e izquierda en función de su actitud ante el sarcasmo. Unos y otros dicen estar a favor de los valores que la modernidad asocia a la emancipación del ser humano; ahora bien, mientras la izquierda enuncia su sarcasmo con melancolía cuando descubre que libertad, igualdad y fraternidad son promesas permanentemente anunciadas pero incumplidas, la derecha -que en esto es más hipócrita que sarcástica- se complace secretamente con dicho incumplimiento.





3- Durante la mayor parte de mi vida fui un convencido abstencionista. Me caí del caballo una noche que identifico con el final de mi juventud. Sucedió hace ocho años, en vísperas de los comicios quedarían contra todo pronóstico el gobierno a Rodríguez Zapatero. Alguno de mis compañeros de mesa lanzó una soflama en contra de los políticos, de las instituciones y del capitalismo para terminar por declararse anarquista y negarse a participar en el juego corrupto de las elecciones. Aquellas palabras me sonaron en ese momento a demasiado oídas, de manera que, un poco a modo de tentativa de provocación, me dio por decir que estaba valorando la posibilidad de votar al Partido Socialista. En ese momento, el anfitrión de aquella cena, un tipo muy próspero y que había asistido incluso con cierta sonrisa complaciente a la anterior exhibición de jacobinismo irredento, montó en cólera conmigo y me exigió, levantándome la voz, que le ofreciera las razones de tamaña felonía. Se me ocurrió decirle que no pensaba concederle al aznarismo otros cuatro años de poder omnímodo, ante lo cual el tipo me insultó llamándome "miserable", lo cual, aparte de demostrar el profundo talante democrático y el respeto a la discrepancia tan característico de los fachas con los que suelo toparme, me incitó a una reflexión muy obvia: si la derecha le ríe las gracias a los supuestos radicales y se pone enferma con un tipo tan moderado como Zp es que algo no encajaba en mi visión del mundo.

Ocho años después, aquel simpático caballero tiene -lo supongo, porque yo trato con discrepantes pero evito a los maleducados- menos dudas de las que tenía entonces, si es que tenía alguna, y yo, por contra, tengo muchas más. Tantas como que no estoy nada seguro de que otorgar la responsabilidad de gobernar al equipo de R.Zapatero durante estos ocho años haya sido un acierto. Dejo a la torpeza del enemigo considerar que mis dudas son prueba de mi error, son ellos los que aspiran a vivir sin cuestionarse lo que les cuentan sus líderes.

La pregunta surge de inmediato y hay que saber muy bien lo que significa "izquierda" para tener las agallas de planteársela: votar de nuevo al PSOE, ¿no supone caer en los mismos errores anteriores? ¿No será que estamos legitimando una futura práctica de gobierno que, como ya ha sucedido anteriormente, terminará por pactar con el gran capital, evitará conflictos con la Iglesia y recortará dócilmente derechos de los débiles en cuanto los mercados se lo pidan?

Es ésta la pregunta que nos hacemos, la pregunta que hemos de hacernos. Se me ocurre una propuesta de solución, siquiera eventual: votemos a la izquierda, ayudemos a estos políticos que con frecuencia nos decepcionan a plantarle cara a una derecha que amenaza con alcanzar un poder omnímodo. Van a pasarse una larga temporada en la oposición; quizá les sirva para meditar y, quizá, como tantas veces le ha sucedido a la izquierda, hacer oposición les sirva para definir verdaderamente su identidad ideológica y saber qué tipo de sociedad pretenden construir o, cuanto menos, cómo es la que no desean. Pero démosles al menos la posibilidad de que puedan llevar a cabo esa oposición.




Lo demás es un poder absoluto e incontestado de la derecha. A poco que hagamos un poquito de memoria podemos pensar en lo que ha hecho la derecha española -sus políticos, su entorno mediático, sus afines en el mundo financiero o en los obispados- durante estos ocho años en que no ha gobernado el Estado. Serán estos los que gobiernen, y lo van a hacer sin contrapesos si no lo evitamos. En el País Valenciano, por ejemplo, hemos tenido una larga pasada por la mayoría absoluta del PP... si quieren les cuento mis impresiones al respecto.


Votemos, votemos sin olvidar ni por un momento que la iniciativa política no se acaba, ni tan siquiera empieza el día de las elecciones. No pienso concederles a los políticos tal prerrogativa, pero tampoco voy a cargarles con la exigencia de hacer todo lo que no se puede hacer sin el apoyo -o sin la presión- de la gente.

Saturday, November 12, 2011









¿ES SÓLO ROCK´N ROLL?




1. Lo pasé muy bien el miércoles por la tarde en la mesa redonda que organizó el Vicedecanato de la Facultat de Geografia e Història de la Universitat de València. Pertenece al ciclo de jornadas abiertas que -con el título de Bandas sonoras: los jóvenes, la música y la revolución cultural- se va a llevar a cabo de aquí hasta el 21 de diciembre, siempre con el rock -su lenguaje, sus gestos, los sentidos que ha sido históricamente capaz de hacer emerger, su potencial ideológico- como trasfondo de los sucesivos debate.


Tuve el honor de acompañar en la sesión de apertura a Mónica Granell y Justo Serna, con un coloquio titulado Los jóvenes, cultura de masas y contracultura. Tenía planificada una sesuda conferencia en la que pretendía hablar del concepto de hegemonía cultural en Antonio Gramsci y Raymond Williams y del paralelismo histórico entre la trayectoria de las vanguardias artísticas y la de los grandes rupturistas del rock´n roll. Cuando participo en un acto de este tipo, y sobre todo si no soy el primero en intervenir, deambulan por los territorios más oscuros de mi mente deseos de lo más sucio y mezquino: siempre tengo la esperanza de que mis acompañantes parezcan más tontos que yo... No sé, que se pongan nerviosos, que resbalen y se les caigan los papeles, que estén borrachos, que salga un friki del público y la líe... Todo con idea de que la gente, al escucharme, diga: "bueno, un tipo medio normal al fin", y hasta terminen aplaudiéndome. Como no fue así el miércoles, y como a medida que hablaban mis magníficos predecesores me fui convenciendo de que en el papel de empollón no iba a dar la talla, opté por lo que vengo optando desde hace décadas cada vez que no sé muy bien cómo salir de algún entuerto: hacerme el gracioso. Y creo que no quedé mal del todo. Además me lo pasé en grande contando algunas cosas que forman parte irremediable de mi biografía sentimental, por ejemplo de mi tío Rafa, que abrió la primera discoteca que hubo en Valencia, o de los años que pasé en Radio Klara, o de mis alumnos del instituto... (De estos la verdad es que hablo siempre, no hay material humano más sincero y directo en qué inspirarse) Tuve la impresión de conseguir arrancar algunas sonrisas, me felicito pues.

Durante las próximas jornadas, siempre en la sala Joan Fuster de la facultad citada, las charlas se sucederán con la proyección de algunos films que, a vueltas con el tema de la evolución de lo juvenil en la segunda mitad del siglo XX, parecen poder ilustrar tan extenso material para el intercambio de ideas y la disensión. Tómenlo como un consejo, un buen consejo. Toda la información se puede obtener en este link y en el blog de Justo Serna.



2. Mi condición de inmigrante digital me hace vivir en un estado de permanente perplejidad: nunca deja de sorprenderme la facilidad con la que accedo a núcleos de información a los que en tiempos no lejanos uno se acercaba sólo después de largas y tortuosas travesías. Durante años escuché interminables veces una cinta-casette que recopilaba los temas más célebres de la historia del rock. Junto a My generation de los Who o Hey, Joe de Jimi Hendrix, escuchaba una versión en directo de Sympathy for devil, uno de los temas más influyentes de los Rolling Stones. Gracias a la Red, y más en concreto a youtube, he sabido con el tiempo mucho más de aquella actuación de lo que podría haber imaginado cuando en aquella cinta escuchaba a Mick Jagger decirle al público del concierto que se calmara. Lo he entendido mucho después.

En 1969, parece que siguiendo los deseos del propio Jagger -cuya banda no participó en el Festival de Woodstock, celebrado tres meses antes- se organizó en la localidad de Altamont un festival de rock que fue presentado como "el Woodstock de la Costa Oeste". Por iniciativa del propio Mick o de los organizadores, alguien tuvo la luminosa idea de encargar la seguridad del festival a los Ángeles del Infierno, esa encantadora turba de tipos que armados de sus Harleys, deambulaban atronadoramente por los USA con ganas de romperle las encías al primero que les sostuviera la mirada. Por lo visto eran baratos, y el bueno de Mick debió suponer que con el recinto lleno de hippies habría poca inclinación a montar gresca.

Fue un desastre, un desastre absoluto, hasta el punto de que Altamont ha pasado a la historia negra del rock, de igual manera que Woodstock es considerado el momento dulce y culminante de ese gran proyecto de transformación de la sociedad que reconocemos bajo el nombre de contracultura. En Altamont, que registró la muerte de un joven negro por herida de bala a manos de dos ángeles del infierno, el rock confirmó a ojos de sus detractores la especie de que se trataba de una corriente encaminada a disgregar moralmente la comunidad, un movimiento de naturaleza violenta cuyos ritmos y mensajes expresaban un profundo nihilismo destructor y promovían en los jóvenes el odio a sus padres, la molicie y el consumo de narcóticos.

¿Tenían razón? Sí y no. Altamont fue un festival mál organizado y oportunista del que se hicieron cargo señores que, como siempre sucede en estos casos, tenían menos escrúpulos que olfato para detectar dónde se podía obtener un dinero abudante, fácil y rápido. El problema es que eso también ocurrió en Woodstock. La diferencia es que aquí, milagrosamente, la organización absolutamente desbordada no desembocó en violencia ni en catástrofe: intoxicada por una misteriosa nube de marihuana y protegida por el conjuro de algún gurú hindú, la multitud de Woodstock decidio ser feliz sin malos rollos y limitarse a escuchar música, fumar porros y amarse. En Altamont, con otra conjunción de planetas y una predisposición diferente en los asistentes, pasó lo que nos ha pasado a todos los que hemos convivido alguna vez en una comunidad de jóvenes, que a los momentos más idílicos suele suceder el bajón. En este sentido Woodstock fue un gigantesco corte de rollo originado por los sospechosos habituales: la mezquindad, la codicia, la agresividad...

Pero no es el fracaso de Altamont lo que me inclina a regresar una y otra vez al vídeo de youtube que recoge aquella actuación formidable de los Stones en el infortunado festival. Miren detenidamente los nueve minutos que dura, observen cada uno de sus momentos: los disturbios en las primeras filas, los guardianes infernales ordenando parar la música a Keith Richards, las distintas actitudes de cada uno de los asistentes, el perro que atraviesa el escenario vaya usted a saber por qué, la cara que uno de los Hell´s Angels le pone a Jagger mientras éste se convulsiona al ritmo de la música -"si serás mariconazo"-, la mujer desnuda que se abre paso a golpes para ganar el escenario... Altamont fue un desastre, sí, pero, al igual que Woodstock, su peripecia corresponde a un instante crucial para la historia de la cultura juvenil. En aquellos momentos todavía emergentes para el rock, un concierto propiciaba que pasaran cosas.

Decían los Stones it´s only rock´n roll but it like me. En realidad es lo que ellos deseaban porque, reconozcámoslo incluso quienes sentimos debilidad por esta banda legendaria, estos chicos han sido siempre unos magníficos vendedores de diversión antes que los ideólogos del mal y la subversión que se quiso ver en ellos. Y sin embargo, siempre he tenido claro que no es sólo rock´n roll, con independencia de si nos gusta como si no. El rock es la banda sonora de una era como la de los años sesenta, que quedará ya irremediablemente como la más reivindicativa y liberadora de la historia contemporánea. En Woodstock y en Altamont pasaron cosas, buenas o malas, pero pasaron. No pretendo extender consignas nostálgicas, pero algo ha tenido que cambiar mucho desde aquello para que, ahora, las noticias que produce el mundo del rock se asocien a la última mamarrachada que se le ha ocurrido a la tonta del culo de Lady Gaga o si resulta que Madonna nos ha provocado mucho porque ha contado que sodomiza a su último novio con una polla de plástico.


No sé si el rock es un lenguaje agotado. Sé que durante décadas fue capaz de producir significados de ruptura y que los suyos no fueron los gestos de la complacencia. Convertidos sus signos en simulacros de provocación, el rock se queda sin colmillos y se convierte en una mercancía más, un juego inofensivo de rebeldía destilada en dosis homeopáticas que ya no expresa las tensiones que impulsaron su aparición. No es cierto eso que se dice de que el rock siempre volverá. Eso no podemos saberlo. Lo que sí tenemos derecho a esperar es que la cultura popular siga dando lugar a formas expresivas capaces de configurar espíritus críticos e inspirar la resistencia.

De esto va el ciclo en el que participé el pasado miércoles, de esto y de otras muchas cosas. No se trata de simple nostalgia, eso es seguro.

Friday, November 04, 2011







POR QUÉ NO LEO A JOSÉ MARÍA IZQUIERDO





Si han visitado ustedes la isla de Lanzarote, probablemente hayan tenido la oportunidad de visitar la Cueva de los Verdes. De no ser por los carteles que la anuncian como reclamo turístico, uno pasaría por delante del agujero que le da entrada y se quedaría sin saber que se trata poco menos que de una ciudad subterránea. De ella en mi visita no llegué a ver el final, pese a la larga caminata por los angostos tubos volcánicos que componen el laberinto. Yo -pese a lo que pueda hacer pensar el nombre de este blog- no soy muy de cavernas, de manera que mientras el guía nos explicaba que los habitantes de la isla se escondían -todos juntitos- en aquel antro cada vez que avistaban barcos de piratas y buscadores de esclavos, yo me inspiraba en el lugar para acordarme del célebre mito que Platón traslada por boca de Sócrates en el Libro VII de La República.

Como es sabido, el mito en cuestión refiere la historia de unos prisioneros que, atados y cara al muro de la caverna desde su mismo nacimiento, son engañados por unos titiriteros, los cuales, ayudados por la luz de una antorcha que ilumina artificialmente la estancia, les hacen creer que las sombras que arteramente proyectan sobre la pared son seres reales. En algún momento, uno de los prisioneros escapa de sus ligaduras y emprende la subida a la escarpada cuesta que da salida a la caverna. Cuando los ojos se le acostumbran al mundo exterior, la vida que acaba de abandonar se le revela como el reino del engaño y la ignorancia, una siniestra comunidad dominada por fabricantes de sombras que, suscitando falsas opiniones en los habitantes, consiguen mantenerlos en la esclavitud y ser para siempre los amos de una caverna para la cual no parece existir alternativa. Apenado por el engaño del que son víctimas sus compañeros, el liberado, pese a que le sería más grato no regresar y limitarse a gozar de su nueva vida, opta por regresar a su antigua morada para convencerles de que están siendo engañados y que deben abandonar aquel reino de las sombras para salir a la luz. Obviamente fracasa: tras reírse de él por considerarlo un loco, los esclavos terminan asesinándole, pues, en el fondo, no pueden soportar el temor que les causa reconocer que toda su vida es una farsa.



Este mito suele recordarme también a lo que hace un par de décadas se llamó la Batalla de Valencia, alimentada por el supuesto propósito de Catalunya de apoderarse de las tierras del Sur. El diario Las Provincias, que informaba diariamente sobre las aviesas intenciones de Jordi Pujol de robarnos la receta de la paella y encaquestarle una barretina a la Mare de Deu, se convirtió en el laboratorio ideológico de un partido político, Unió Valenciana, dique de contención frente a una invasión que, gracias a su heroica labor, nunca llegó a producirse. Con mucho acierto, todo aquel conglomerado de prensa ultramontana, políticos estridentes y aldeanos y tías marías que gritaban a favor de la cultura autóctona sin haberse leído un libro en su puñetera vida, fue denominado así: la Caverna.


No es nuevo pues todo este asunto del fanatismo de la derecha que ha vuelto tan popular entre la clientela de los medios de Prisa al periodista José María Izquierdo. El suyo no es necesariamente un currículum brillante si hablamos de talento e ingenio, pero sí es el de un hombre con poder, no hay más que ver la lista de cargos que ha ejercido dentro del grupo editorial. En su blog y en sus intervenciones matinales en la Ser, Izquierdo se presenta como "Catavenenos", es decir, como aquél que, habiendo acostumbrado su cuerpo a pequeñas dosis de las sustancias más tóxicas, sobrevive a su diaria ingesta, avisándonos de los males que pueden ocasionar a los que no tenemos el cuerpo habituado a tales consumos. Izquierdo ha acuñado ya un par de etiquetas ciertamente afortunadas para denominar al ejército mediático que se dedica diariamente a demonizar a la izquierda y cantar las virtudes del PP, FAES, la Iglesia vaticana, y, en ocasiones, hasta del franquismo, la pena de muerte y todas esas lindezas que en mi casa nos lo hacían pasar bomba a mí y a mis hermanos cuando se las oíamos defender a voz en grito a mi abuela, que resulta que simpatizaba con la Falange y era partidaria de canonizar al Caudillo. Les llama "Cornetas del Apocalipsis" y "Chicos del Coro", que no se aleja demasiado de aquello de la Caverna.

Además de las colaboraciones referidas, el periodista tiene ya tres libros publicados a vueltas con el uso de la demagogia, el tono panfletario y la técnica del insulto, la calumnia y la descalificación que se han convertido en una constante en la prensa reaccionaria de nuestro país.
Pues bien, resulta que no sigo al Catavenenos, no compro sus libros, no acudo a sus mesas redondas y he optado por apagar la radio cuando él aparece. No lo he contado hasta ahora por qué, seguramente por una cobarde comodidad, no he querido molestar a personas que me son caras y que sí le siguen, pero creo que el proceder que ha hecho popular a Izquierdo contiene riesgos considerables, y me parece oportuno dar cuenta de ellos.



El primero que asume tales riesgos es, por supuesto, el propio Izquierdo. Y tiene razón en una cosa: el material con el que dirime su ejercicio periodístico es sumamente tóxico. Así, sus libros, su blog y sus apariciones en la radio son una recopilación de frases extraídas de los medios cavernarios y que por lo común hacen ostentación de dogmatismo, homofobia, sexismo, intolerancia... Basta leer un par de las que selecciona del día anterior y uno ya sabe que o le da por reírse de lo imbécil que puede llegar a ser un facha o le entran ganas de vomitar. Yo no me imagino el infierno con fuegos eternos, sino en una celda donde no puedo ver salir el sol ni escuchar a los pájaros, pero estoy rodeado de El Mundo y La Razón, en la tele ponen todo el día Intereconomía, y por la radio salen César Vidal y Federico Jiménez Losantos. No se trata de que yo discrepe de tales medios; discrepo de Daniel Bell y de Vargas Llosa, pero les leo con frecuencia y sin fastidio. Hay personas de derechas que me han hecho ver puntos de vista de los que yo carecía y que, en algunos casos, incluso he adoptado. De igual manera, circulan por todas partes opiniones etiquetadas "de izquierda" sobre el terrorismo, Palestina, la política exterior de los USA, el liberalismo o la cultura de masas que, de no ser adecuadamente contestadas por perspectivas supuestamente conservadoras, volverían cojo e infructuoso cualquier debate. No, no es éste mi problema con la Caverna española, no me preocupa que haya quien piense distinto a mí -más bien me preocuparía lo contrario-, mi problema es que todo lo que tiene que ver con ese ejército está movido por el odio y huele a rencor y a violencia.

Da igual que algunos se expresen a base de gritos e insultos y otros adopten sonrisa flemática: todos forman parte -utilizo la expresión de Izquierdo- de un coro destinado a convencernos de que cada día que pase con la izquierda en el poder avanzaremos un paso más hacia el apocalipsis. Su objetivo no es entrar en diálogo ni convencer, sino adoctrinar. No sería difícil buscar el origen sociológico de toda esta trama cuyos integrantes parecen competir por ver quién encarna la verdadera "línea dura" de la derecha española. Este país está lleno de personas que jamás han leído un libro y que necesitan algún tipo que hable con convicción y les ilustre respecto a los verdaderos culpables de sus fracasos en la vida. Rodríguez Zapatero, del que me separan muchas cosas, ha sido un chivo expiatorio perfecto para esta estrategia. ¿Tiene el gobierno socialista la culpa de que las cosas vayan mal? Creo que tiene una parte, pero es inútil detenerse en la microcirugía de detectar las claves de esa culpabilidad, pues enseguida viene por detrás el que matará moscas a cañonazos y decidirá que Zp tiene la culpa de la crisis mundial, de que llueva, de que pierda el Madrid y de que nuestra novia nos deje por un cantante de rap. No me angustia gran cosa que el segundo presidente socialista de la democracia española haya sido tratado injustamente, lo que de verdad me inquieta es que el mayor de los nutrientes de la democracia deliberativa, el diálogo, ve envenenados muchos de sus pozos cuando entra en escena toda esta legión de fascistas.




Hablemos claro: el dichoso Coro está formado por historiadores de pacotilla, opinantes cuyas interpretaciones están gobernadas por el odio, cínicos que aprenden a decir exactamente lo que su público desea escuchar, rojos arrepentidos que van a las teles de los fachas porque en la izquierda ya no se les hace caso, beatos feos y regordetes que parecen echarle la culpa al PSOE de lo poco que han follado y de lo plastas que son las novelas que publican... Izquierdo refleja la producción intelectual de todo este hatajo de fanáticos y resentidos en sus libros. ¿Vale de algo? Miren, en el bloque donde vivo, en mi trabajo, incluso en mi familia, he de convivir con personas con las que ya hace mucho que llegué a la conclusión de que es inútil intentar entrar en diálogo. A un allegado que ve Intereconomía y pone en el móvil el sonsonete del Cara al sol yo puedo intentar explicarle amistosamente por qué creo que el franquismo es uno de los regímenes más criminales de la historia del siglo XX, pero si él se niega a escuchar, no digo ya a ser convencido, entonces la presunción de que podemos entendernos es una ingenuidad. La posibilidad del diálogo -en esto tiene razón Jurgen Habermas- requiere un delicado amueblamiento que cuesta trabajo conseguir y que hay que esforzarse en preservar. Si no se dan las condiciones adecuadas no hay diálogo, ni siquiera aunque la gente hable; en ese caso no hay deliberación, sólo hay poder y el habla el sustitutivo de las armas. Llevo toda mi vida soportando a personas que no entienden de que va todo esto de la discrepancia. Me he cansado, estoy harto.

No me interesa nada perder el tiempo en esta caverna, no le veo ningún sentido a emplear un solo segundo repasando el veneno que han destilado hoy los chicos del coro contra la socialdemocracia, las feministas, los homosexuales, los inmigrantes o los marginados. Intento convencer a mis alumnos de que lean a Daniel Defoe y a Mary Shelley y de que, como decía aquella canción tan gitana de Rosario, vayan "por la vida sin odio ni rencor". Yo no lo he conseguido del todo, siento odio con más frecuencia de la que desearía. Por eso no quiero más venenos, ya tengo bastantes.