Thursday, December 27, 2007





POBRES
CRIATURAS





Pocas celebraciones me tienen más a distancia que la del 28 de diciembre. Me quedaría con ese jolgorio infantil de las mentiras impresentables y los monigotes de papel clavados en la espalda de no ser porque la pretensión de beatificar la idiotez sólo puede ser propia de bárbaros. Esta perversa costumbre, tan católica ella, de invertir el orden natural de la virtud nos viene siendo suministrado a machamartillo desde hace milenios, lo cual explica que hasta sus mayores monstruosidades nos resulten aceptables. Por ejemplo, mientras en aras de la corrección política la izquierda aburrida exige al Vaticano que pida perdón por haberle chamuscado el culete a Galileo, nos pasan inadvertidos detalles como el de que el más famoso Inocente que ocupó el trono de Pedro era el hijo de perra que lanzó la llamada Cruzada Albigense, higiénica operación a favor de la ortodoxia -lucha contra el Relativismo lo llamaría hoy Ratzinger- que hizo correr a mares la sangre de los cátaros. Sus funcionarios armados entraron a sangre y fuego en tierras del Languedoc, pasaron a cuchillo a todo el que se encontraron y cumplieron con placer la instrucción papal de quedarse con las tierras y haciendas de los infieles mientras allá en lo alto Dios y los ángeles les hacían la ola.




Inocencio III fue, por tanto, lo contrario de lo que su nombre indica, pero tampoco estoy por reivindicar la sincera bondad, que es lo que haría uno de esos curas con barba que tocaban la guitarra y cantaban Viva la gente en las excursiones. La inocencia me parece en realidad tan sospechosa como la culpabilidad, esa presencia obsesiva en los monoteísmos semíticos y que, en el cristianismo, equivale a la triquiñuela del "me sacrifico yo para pagar por los demás, pero así quedáis todos en deuda conmigo para siempre". Me quedo con aquello del héroe trágico de la antigüedad, ajeno a la inocencia por la vía del honor, y a su equivalente negativo, la culpa, por la vía de la vergüenza.




Claro que esto de la secularización de las comunidades contemporáneas tiene sus riesgos. Derrotada la teocracia en las sociedades ilustradas, estamos tan lejos como Nietzsche profetizó de librarnos de sus efectos tóxicos. De igual manera que el terrón de azucar muere por disolución, infectando el conjunto, la religión en nuestras sociedades va retirando sus imágenes más imponentes a cambio de dejar sus venenos por los recovecos del alma, esa que presume de haber dejado de necesitar a los sacerdotes. La inocencia pasa a convertirse entonces en paradigma de la sociedad. Por todas partes se reivindica la inocencia, es decir, la condición de víctima, la culpabilidad de Otro... Proliferan en los libros de autoayuda y en los mensajes new age las llamadas al niño que llevamos dentro, esto es, al hijo de puta egoísta, torturador de lagartijas e indigente moral que fuimos... Prospera la cultura de la queja, una de las más destructivas consecuencias de la mala educación democrática que nos empeñamos en abrazar como quien se abraza a los dulces facilones y empalagosos y a los programas basura de la televisión.




Un par de anécdotas me vienen a la memoria. Recuerdo el caso de un tipo que arruinó a sus familiares y allegados -en que me desvalijen por exceso de confianza suelo estar de los primeros en la fila- y acudió a los Juzgados con un informe psiquiátrico en el que se le declaraba enfermo por ludopatía y adicción a la compra compulsiva. Otro caso simpático: mi amigo Cabuto tuvo una novia que le dejó tirado en el arcén después de largos años de aguantarle todas sus memeces y se largó con otro -probablemente, que ya es difícil, aún más tonto que Cabuto-; pero ¿por qué me haces esto?, le preguntó estúpida e insistentemente: "pues porque me viene bien y me importa una mierda lo que te pase a tí", debería haberle contestado... pues no, era una idiota moral de tal calibre -no por dejar a Cabuto, en eso acertó- si no por la impresentable razón con la que creyó poder excusarse: "es la naturaleza... la sociedad nos impone unas normas que la naturaleza no puede cumplir..." y se fue tan campante mientras él, tiritando, quedó preguntándose si los verdaderos subnormales están en el cotolengo.





La inocencia invade el mundo; debería ser un derecho, "soy inocente", incluso cuando soy culpable. Es un recurso que utilizan hasta quienes con mayor naturalidad se alían con el mal. Por ejemplo, unos chicos, cuando murió Rudolf Hess en Spandau hace veinte años, llenaron muros con pintadas del tipo "Hess, martir por la paz". O sea, que algunos no simpatizan con los nazis por matar judíos o por invadir naciones étnicamente contaminadas, si no porque, muy al contrario, Auschwitz era un hotel donde arrullaban a los clientes por las noches y el Tercer Reich tan solo fue de visita por el Corredor de Dantzig. ¿Qué es eso del negacionismo sino un proyecto desculpabilizador, un esfuerzo por deshacerse de las responsalidades contraídas?




El mundo de la política ha brindado infinidad de situaciones rocambolescas respecto a la elusión de la responsabilidad y el compromiso. No sé si recuerdan el caso del ínclito Roca Junyent, probo padre de la Constitución, quien lideró a todos los efectos el Partido Reformista y, tras el colosal batacazo en las elecciones, dijo pies para qué os quiero retornando a la diestra de Dios Padre -Pujol- y dijo ofrecer su apoyo "a mis amigos los reformistas". Manda huevos. O acuérdense del igualmente ínclito Mariano Rubio, condenado finalmente por delitos contra la hacienda pública en su condición de mandatario del Banco de España y que, ante la pregunta del juez de si había utilizado información privilegiada para el lucro personal, dijo "no tener conciencia de haber hecho tal cosa". Sin comentarios.





Médicos que nos previenen contra nuestra propia gula, psiquiatras que nos ayudarán a no convertirnos en asesinos en serie, pedagogos que nos dirán que nuestro hijo no es un maltratador sino que maniesta su ansiedad y necesidad de afecto repartiendo hostias a diestro y siniestro, políticos a los que echar la culpa de no poder vender nuestro terrenito, los señuelos del patriarcado o el racismo para explicar por qué uno ha fracasado en la vida... la democracia entendida como sistema general de victimización es un chollo para los débiles y los cobardes, para ese miserable que llevamos todos dentro: nos permite eludir la mayor de las exigencias del hombre moderno, la de la autonomía moral -ese grito en favor de la emancipación proferido valerosamente por el viejo Kant hace más de doscientos años- arrinconando nuestra voluntad en la guarida de quien prefiere ser eternamente hijo, discípulo o siervo.
Todo ese querer ser niños para siempre, esa cultura de parque temático y palacios coloristas en que quieren convertir nuestras ciudades, esa resistencia contra toda forma de autoridad como la de los padres, los profesores o los sabios, ese "divertirse hasta morir" que nos venden en la publicidad... ¿no ocultará acaso formas de dominación nuevas y mucho más sutiles? ¿No habrán encontrado los mandarines la forma de, por fin, haber neutralizado cualquier poder de insurrección imbecilizándonos a todos sin recurrir al castigo y la prohibición como en los tiempos de Kant?

No me confundan con Herodes, amo a los niños... pero, cuidado, detesto el infantilismo. Lean a Bruckner:

"...el infantilismo en Occidente nada tiene que ver con el amor por la infancia sino con la búsqueda de un estado fuera del tiempo en el que se esgrimen todos los símbolos de esta edad para embriagarse y aturdirse con ellos. Se trata de una imitación, de una usurpación exagerada, y descalifica la infancia tanto como pisotea la madurez y prolonga una confusión perjudicial entre lo infantil y la travesura. El bebé se convierte en el porvenir del hombre cuando el hombre ya no quiere responder del mundo ni de sí mismo." (Bruckner, pp.100)
Feliz año y, por si le da por hacer promesas de nueva vida, recuerde: el grifo no tiene la culpa de que usted se beba el barril.


Saturday, December 15, 2007





LA ESCUELA DEVASTADA (II)



Ha hecho fortuna entre los docentes españoles la especie según la cual la LOGSE tiene la culpa de todo. No es extraño que haya circulado con tanto éxito el Panfleto antipedagógico, donde el profesor Moreno Castillo lanza una enmienda a la totalidad, no solo contra aquella reforma educativa tramada por el gobierno de Felipe González en los ochenta, sino contra los nuevos aires que en general han ido soplando en el mundo escolar desde hace tres o cuatro décadas. El texto es ciertamente recomendable, pero yerra en una cuestión básica: no entiende que la educación ha cambiado porque ha cambiado la sociedad, una sociedad que ya no demanda modelos de transmisión de conocimientos como los que yo viví de niño, por más que muchos malos profesores se sientan confortados cuando alguien como Moreno -que no deja de ser un colegón gremial de los de palmada de ánimo en el hombro- les dice que un profe es un "especialista en una determinada materia que imparte unos contenidos curriculares y luego pone unos exámenes donde juzga si el alumno ha aprendido o no dichos contenidos". Estaría bien que consistiera en eso lo de trabajar en una escuela o instituto, o en todo caso sería más cómodo. Pero resulta que ni es tan sencillo ni estamos ya a tiempo de que lo sea. Siempre podemos secundar a Moreno y pedir que la educación obligatoria se restrinja a los doce años, y no a los dieciséis como sucede ahora. Esta "solución final", que cerraría la puerta de los centros educativos a miles y miles de niños, sería bien acogida por muchos profesores, pues trasladaría de la escuela a la calle el problema de los miles y miles de niños conflictivos que no han entrado en edad laboral, lo cual supone asumir de partida que el trabajo sobre un adolescente problemático (nueve de cada diez adolescentes son problemáticos, dicho sea de paso) es más especialidad de un policía o de los servicios sociales del ayuntamiento que de un experto en educación. Es algo así como devolverle a la sociedad la pelota de tenis: con la Secundaria Obligatoria nos metieron en la escuela a los niños disruptivos de 14 a 16 años, con Moreno Castillo les abrimos la puerta para que el problema se lo coma el pueblo. Y como decía mi abuela: "así uno se avía mejor".



Que nadie vea en esta crítica sombra alguna de defensa de los reglamentos educativos vigentes en España. Todos sin excepción han fracasado, y ningún fracaso ha sido tan colosal y dañino como el de la LOGSE, por lo que no podemos extrañarnos de que figuras como Álvaro Marchesi -influyente psicopedagogo y presunto cerebro gris de la empresa reformista de los ministros Solana y Maravall- sea probablemente el personaje más odiado en los claustros de las escuelas e institutos españoles. No estaría mal, de entrada, que quienes suscriben el discurso que atribuye a los malos hábitos del profesorado los resultados del Informe Pisa, por ejemplo en lecto-escritura, se planteen si el modelo de sociedad en que hacemos crecer a nuestros niños da al profesor de literatura grandes facilidades para hacer que el alumno se sienta seducido por la posibilidad de leer el Lazarillo. Quizá algunos entiendan entonces hasta qué punto es injusto insistir en esa imbecilidad -tan escuchada a expertos en pedagogía en los últimos días- de que el problema está en que los profesores de dichas materias convierten en obligación y no en placer dichas lecturas. Así de atrevida es la ignorancia, porque ignorante es aquel que, por más títulos que ostente, diagnostica al enfermo desde una biblioteca o un despacho. Son quienes menos saben a qué huele un aula los que más seguros de sí mismos hablan de ella... debe otorgar mucha sabiduría por lo visto haberse leído a Piaget. ¿Creen ustedes de verdad que los profesores españoles de Lengua y Literatura no están interesados en que sus alumnos disfruten leyendo? El problema es más bien que pedirles que lean Anna Karenina es para sus alumnos -expertos en todo tipo de videojuegos y realitys de la tele- un acto de sadismo tal que sería para ellos más ético que el mamotreto de Tolstoi se lo tiraran directamente a la cabeza antes que hacerles leerlo.


Fueron este tipo de especialistas en aprendizaje los que parieron la LOGSE. Y así nos ha ido. Frente a los seguidores del Panfleto pedagógico, creo que la regresión a etapas educativas anteriores supone quedarse en el bucle melancólico del reaccionario. No sólo no es posible volver a la enseñanza del franquismo, es que además me parece indeseable, y lo que es peor, me huelen a reaccionarios por todas partes quienes con tanta alegría olvidan lo que suponía aquello de la letra con sangre entra, el arrinconamiento de los débiles o los apuntes amarillentos de tanto repetir el mismo rollo del profesor de Historia que nos hacía aprender la lista de los Reyes Godos. Ahora bien, incluso ese olor rancio a represión y calzoncillos cagados puede hacerse deseable para algunos con una escuela tan caótica como la que hemos creado. Hablando de la LOGSE y su refinado y tecnocrático ideario, no hay más que ver en que ha quedado el proyecto democratizador articulado a través de los Consejos Escolares -pura burocracia, puro aburrimiento-, el de la participación estudiantil, el reciclaje docente, las ratios reducidas, la dotación de centros...etc, etc... y quizá, en vez de rechazar el impulso de reforma nos empecemos a plantear que la necesidad real de una revolución en los sistemas educativos ha sido la excusa para cargarse la escuela, más en concreto la escuela pública.


No es ajeno a todo esto la difusión de un modelo ideológico mercantilista de la educación que, asumido sin las adecuadas reservas, puede convertirse en uno de esos virus que hace estragos, especialmente si se trata de sistemas inmunodeficientes como la escuela actual. En la última contienda electoral que viví para el nombramiento de director de centro, me sorprendió que, aparte de ser al final la administración y no los docentes o alumnos -habitantes del instituto- los que decidiéramos, los dos candidatos utilizaran en su programa el nombre de "clientes" para referirse a los alumnos y sus familias. Como en El Corte Inglés, la misión del profesor es la de satisfacer a su clientela, que, como ya sabemos, siempre tiene la razón: yo creía que era otra cosa eso del funcionario como servidor público, pero se ve que me quedé en la Revolución con Robespierre o en el ágora antigua con Sócrates. El resultado está a la vista: la escuela pública se va convirtiendo en un reducto infradotado para los débiles, los inmigrantes y los fracasados, mientras la privada -ahora llamada "concertada" porque también es sufragada con dinero de todos"- se ocupa del alumno deseable, cuyos padres dan gracias a curas y monjitas por haber aceptado a su hijito en sus aulas.
Hay otras dificultades de transfondo, más abstractas si se quiere, pero más decisivas. Vivimos ciertamente en un momento de crisis de autoridad, y sospecho que no sólo se trata de la autoridad de los profesores. La evidencia de la dimisión educacional de los padres, que o no tienen tiempo o no tienen ganas ni vocación de educadores, es sólo una metonimia de un problema que se puede extender capilarmente a toda la sociedad: es la tribu la que educaba y es la tribu la que ha dejado de hacerlo. Ya nadie reprueba a los niños en la calle ni en los restaurantes ni en los bares... todos asumimos que hay especialistas para cada cosa, y por la misma razón que atribuimos a la policía la obligación de evitar el delito, otorgamos a los profesores la de enseñar a los niños hasta a como limpiarse el culo. Eso sí, cuidado con decir que el niño es agresivo o indolente porque entonces puede aparecer el energúmeno de su padre como simio dominante a montar el numerito al malvado profesor que reprendió a su hijo por fumar en el water o llamar "gitano" al último alumno que ha llegado de Rumanía.


No hay duda, los modelos normativos de relación social están transformándose a una velocidad brutal, llegando a dar la sensación de que están descomponiéndose sin más. Es de ingenuos no darse cuenta de que tales procesos han de tener un impacto difícil de digerir sobre la escuela. Es lo mismo que puede decirse sobre la revolución en las formas de acceso a la información, que está obligándonos a un reciclaje muy duro en las maneras de asumir el concepto de la autoridad académica y, en consecuencia, de la relación con el educando y el lugar del profesor en el proceso de aprendizaje. (Esto, los acérrimos del Panfleto antipedagógico también creen que es un invento de Marchesi y los psicopedagogos). El síndrome de Naranja mecánica que algunos ven como consecuencia de toda esta indigestión: apatía académica, desidida respecto a la participación, rebrotes de fascismo y racismo, violencia contra los débiles...no es del todo una invención de viejos profes paranoicos. No es ciertamente la asignatura de Educación para la ciudadanía lo que va a sacarnos de este laberinto en el que estamos, entre otras cosas porque pedirle a los políticos arreglen la sociedad mediante leyes es atribuirles un poder del que carecen y, me temo, animarles a empastrar todavía más las cosas. No hay más que fijarse en ese movimiento pendular de leyes y contra-leyes con las que PSOE y PP, a través de la reglamentación educativa, han convertido la escuela en rehén de su mezquino empeño en disputarse el poder a costa de los ciudadanos.

¿Soluciones? Hablemos de ellas.

Friday, December 07, 2007







LA
EDUCACIÓN
DEVASTADA

(I)




Si algo tiene de bueno la costumbre de cifrar cuantificacionalmente la cualidad de un aspecto de la vida, es que datos como los del Informe PISA dan un motivo a la ciudadanía para preocuparse. Dura poco, claro, hay temas más suculentos a los que prestar ojos en la prensa, pero al menos se asienta la convicción de que algo no funciona como debía. Y les aseguro que no sólo es un problema de lectoescritura, como deducen algunos. Que nuestros alumnos hayan perdido tanto en capacidad comprensiva en tan poco tiempo merece una reflexión, pero es que los datos negativos, a poco que uno mire con detenimiento, se extienden a todo el edificio educativo, de manera que esta España, que tanto presume de prosperidad y madurez democrática con engolamiento de nuevo rico, anda a la cola de la OCDE en materia educacional. Y no es cosa momentánea: nos hemos instalado en el fracaso y nos hemos acostumbrado a él de tal manera que hemos decidido vivir con ello. ¿Que no es edificante tener la escuela devastada? No claro, pero siempre le cabe a uno la solución de mirar hacia otro lado. Consecuencia del éxito de dicha actitud es la gran paradoja de que la ciudadanía dice atribuir una enorme importancia a la educación, la reconoce sin ambages como la causa de los bienes y los males de la convivencia y, sin embargo, acepta que tal cosa no obtenga ninguna transitividad, ninguna plasmación política. Una legislatura tras otra -tanto a nivel estatal como autonómico- se permite a los gobernantes que restrinjan los recursos -con un castigo especialmente duro sobre la enseñanza pública- y se acepta sin resistencias que la atención mediática a la escuela recaiga sobre los casos de violencia -mejor si los autores la graban en un móvil-, el racismo, la precocidad sexual y otros espectáculos televisivamente rentables. Si los niños aprenden o no en las aulas a ser más sabios y mejores personas es algo que no parece interesar a nadie.



Los parámetros de fondo desde los que analizar el marasmo educativo español no tendrían por qué conducirnos necesariamente al pesimismo. En cien años, la escuela ha pasado en este país de modernización tan problemática desde el elitismo casi medieval hasta la universalización absoluta, incluyendo por el camino el éxito de los programas de alfabetización del tardofranquismo, la integración de la mujer o el desarrollo de las infraestructuras. En esa línea, el elefantiásico plan de reforma articulado con los socialistas a través de la LOGSE podría asumir con dignidad el efecto colateral de una cierta merma en cuanto a la calidad de los contenidos educativos, pues en la medida en que la ESO (Educación Secundaria Obligatoria) ya no permite cortar a los alumnos hasta que son prácticamente adultos (16 años), se priorizan factores como la integración en detrimento de otros como el alto rendimiento o la excelencia. El problema es que no se ha asumido con dignidad: el modelo de integración ha fracasado y sus efectos colaterales, al no emplearse adecuadamente los contrapesos que pudieran aligerarlos, se han convertido en el modus vivendi de la escuela, hasta el punto de convertirse la falta de calidad en rasgo constitutivo de la escuela. Así, no es sorprendente que profesores que accedieron por primera vez al aula creyendo preguntándose si sabrían explicar cómo hacer una derivada o por qué se combatía en la Guerra Civil, se encuentran con que muchos de sus alumnos no saben ni multiplicar ni leer, por no hablar del que no sabe español porque acaba de llegar de Bielorrusia, el que no sabe que hay que ducharse de vez en cuando o el que ha decidido que su fracaso escolar puede socializarse, es decir, que como él no va a aprobar se va a encargar de que sus compañeros tampoco aprendan nada, lo cual implica reventar una y otra vez las clases.

Esta problemática nos lleva directamente al asunto de la escuela pública. No hace falta que un gobierno de derechas trace un proyecto más o menos maquiavélico para devastar la escuela pública: basta desprotegerla. No tengo ninguna duda de que el Partido Popular pretende que la escuela pública se convierta en reducto de clases poco pudientes y de inmigrantes. Lo que habría que preguntarse es porque el Partido Socialista ha ido allanando el terreno desde tiempos de Felipe González para que tal cosa fuera posible. La diabólica conjunción de una Reforma tan ambiciosa como mal aplicada y la implantación del modelo de concertación, que otorga a la enseñanza privada -escuelas religiosas en un noventa por cien de los casos- el chollo de financiarse con dinero de todos sin dejar de aplicar criterios de selección de su clientela, ha llevado a la enseñanza pública a un deterioro tal, que nunca hemos estado tan lejos de aquel sueño de la izquierda antifranquista de construir la democracia justamente a partir de la escuela. La enseñanza es hoy en día más segregacionista y más proclive a alimentar la brecha social de lo que nunca hubiéramos imaginado.


Claro que, como suele suceder, no todo es culpa de los políticos. Los españoles han abrazado con espíritu de próspero sobrevenido la situación, alimentando la aspiración de sacar a sus hijos de las escuelas llenas de inmigrantes y llevarlos a las de la Iglesia, cuya condición de poder fáctico en nuestro país goza en nuestros días de ateísmo de una salud de hierro. Los datos de una gran ciudad como Valencia son muy claros: el impacto de una inmigración que llega a gran velocidad recae sobre la escuela pública, que es obviamente incapaz de digerirla, las ratios legalmente establecidas desde la LOGSE se incumplen de forma sistemática, los terrenos para constuir nuevos centros educativos no terminan nunca de licitarse, sospechas de gestión incompetente e incluso corrupta sobre las empresas subcontratadas... En suma, los políticos aplican la lógica del "sálvese quien pueda" porque los ciudadanos se lo permiten. La enseñanza pública se deteriora y lo va a hacer todavía más.

...CONTINÚA EN UN PAR DE DÍAS