CINCO DÍAS EN ROMA (Y II)
1. Ante una gran leyenda -y la de Roma lo es por antonomasia-, irremediable que surjan los desmitificadores. Frente a ese impulso tan ilustrado y racional, siempre queda la pregunta que nos hacemos tras contemplar una hermosa escultura como las que la città nos regala en sus fuentes o en la Galería Borghese: ¿y no será mejor hacer como si la leyenda fuera verdadera? Uno apenas necesita rastrear Roma en busca de Bernini, sale al paso por todas partes para intentar -se diría que obsesivamente- deslumbrarnos. Bernini fue un megalómano, más aún que Miguel Ángel, quizá porque el espíritu del Barroco propiciaba el que un artista se internara más y más en la delirante espiral del genio creativo. Dioses enfurecidos que se llevan a saco a la mujer cuya belleza no es soportable si no es poseída, misterioso equilibrio de figuras que se sostienen -diríase que en el aire- dolorosamente agitadas por sus pasiones. Roma es, ante todo, una leyenda, y ya sabemos que las leyendas son mentira, pero... no cualquiera es digno de leyenda, no cualquier ciudad ni cualquier escultor proyecta una sombra tan alargada como para que su mentira parezca digna de ser creída.
2. Quizá por eso no entiendo la obsesión de algunos historiógrafos por recordarnos -una y otra vez- que no debemos creer todo lo que nos han dicho. Sí, de acuerdo, el agua corriente solo llegaba a los pisos bajos de las insulae -literalmente, grandes bloques de viviendas con los que la urbe aprendió a convivir con su propia falta de espacio-... De acuerdo, la ciudad estaba sucia, los mercados eran caóticos, el sistema de alcantarillado no funcionaba como era debido, de manera que las calles olían mal... Para colmo, los cristianos no se refugiaban de Nerón en las Catacumbas, que es lo primero que le oyes decir al guía cuando dejas la Via Appia y entras por cualquiera de los accesos de la necrópolis. Acabo de leer La vida cotidiana en Roma en el apogeo del imperio, de Jérome Carcopino. Me irrita esa costumbre de intentar bajarnos la moral a los cazadores de sueños, sin cuya ingenuidad probablemente Roma no sería visitada. Y sin embargo, a poco que abandonas la pequeña decepción inicial te das cuenta de que el efecto seductor de Roma es cualquier cosa menos un fraude. ¿Saben ustedes que la Cloaca Máxima sigue siendo utilizada como arteria clave del sistema de desagües de la capital? El agua corriente no llegaba a todos los romanos, ¿saben que en el pueblo de Alicante donde trabajé durante una década el sistema de agua corriente de las viviendas no se instaló hasta los años sesenta? Las desmitificadas catacumbas, el material del que están construidas era vulnerable y había frecuentes derrumbamientos... pero ahí están, miles de años después. La via appia sigue, por supuesto, siendo utilizada...Algo debió de tener la Ciudad de los Césares cuando de ella emanan los primeros decretos destinados a limitar los efectos de la patria potestas, o lo que es lo mismo, construir como figura jurídica y de derecho a la mujer y a los niños.
3. Leyendo a Carcopino uno no puede evitar sonreírse por la actualidad de Roma. Los constructores de insulae hacían trampas con los materiales para ahorrar costes, de ahí que el primer temor de un romano fuera -después de morir abrasado en un incendio durante la noche- que su hogar se derrumbase. A medida que el imperio se extendía, crecía por la ciudad -como reflejan los escritos satíricos de Marcial o Juvenal- la idea de que era posible vivir sin trabajar. Aparecieron los especuladores inmobiliarios, astutos inversores que, cuando un territorio extranjero era definitivamente civilizado, encontraban allí la oportunidad perfecta para forrarse de sestercios. Proyectos urbanísticos sumamente ambiciosos -como el de Julio César con las aceras- que no llegaban a realizarse por encontrar resistencias de todo tipo. Tráfico infernal en las mañanas de mercado. Maridos y mujeres espantosamente aburridos los unos de los otros... ¿Les suena todo esto de algo?
4. Roma siempre estuvo llena de vagabundos... siempre los atrajo, siempre los produjo...Pero el mal gusto en el vestir, que encuentra su reflejo en el estilo de ostentación hortera de los automóviles, ese síntoma es de otra malatia. Un empleado de La Alhambra me dijo una vez que Granada era tan bella que dedicaba todos sus esfuerzos a proteger lo que tenía y había olvidado el interés por ofrecer cosas nuevas. Roma quizá no llega ni a eso... Roma es tan incomparablemente bella, que, como esas mujeres hermosas que resultan maleducadas e incluso se lavan poco, parece haber perdido las ganas de hacer esfuerzos para gustar, se diría que no le hace falta.
5. Mi fe, o mejor dicho, mi falta de ella, es puesta a prueba en la Basílica del Vaticano ante la Pietà de Miguel Ángel. Incluso Bernini palidece ante esa obra que no parece construida por manos mortales. Unos minutos después, enfurecido porque otros peregrinos igual de tontos que yo no me dejan estar solo y en silencio ante ella, salgo a una ventana y me vuelvo a topar de bruces con la comedia humana: entre las estatuas exteriores de la Iglesia de San Pedro, centro mundial de la Cristiandad, aparece la horrenda estatua de un señor sonriente y con gafas que juega con los niños... ¿adivinan? San José María Escrivà de Balaguer, fundador del Opus Dei y aliado de alta confianza de su Eminencia. Estar allí de pétreo cuerpo presente no le va a servir de nada en el Más Allá, porque si Dios existe hay que pensar que no es idiota... pero esto las cabezas pensantes de la Iglesia lo saben perfectamente, por eso pretenden el éxito orbi et orbe en el único lugar en el que siempre han creído: el reino de este mundo. (En realidad, siempre tuve la impresión de que los curas con los que traté en mi niñez, que no me parecen por cierto nada tontos, eran los primeros en saber que Dios no existe. El día en que nos percatemos de lo que eso implica, entenderemos mucho mejor el sentido de su Empresa)
6. Conmueve la imagen de la Escalera Santa. Creo que fue Dickens quien la condenó: "nunca he visto nada tan espantoso". Presuntamente es la escalera del Templo que Constantino hizo traer de Jerusalén, pues pertenecía al templo de Poncio Pilatos y por ella subió Cristo el Viernes Santo a ser juzgado. Docenas de fieles suben arrodillados todos y cada uno de sus peldaños hasta llegar al relicario donde se encuentran los objetos de Jesus niño. No comparto el desprecio de Dickens, y de hecho, tuve la misma tentación de subir la Scala de rodillas que tuve hace un año de postrarme ante Ala al grito del Almuecín en la Mezquita Azul de Estambul, la misma que de vestirme de penitente en una de las procesiones de la Semana Santa Marinera de los distritos marítimos de Valencia. Hombres humildes e ignorantes, tan equivocados como para subir de rodillas una escalera tan larga solo por honrar la memoria de un hombre al que consideran admirable, merecen un respeto que no merecen quienes, disfrazados de Servidor de Dios, continúan ejerciendo como Mercaderes del Templo.
7. Intentan volver mediática la imagen del Nuevo Papa, pero Ratzinger es un estadista, no una estrella como Wojtyla; Ratzinger es un intelectual y un burócrata, no un polaco iluminado como su antecesor. Las imágenes del alemán intentando sonreír son siniestras... hay que tener muy mala fe para comprarse el calendario de Benedicto XVI del 2009. Por cierto, ha hecho muy bien en hacerse llamar así y romper de una vez por todas con los últimos residuos de Juan XXIII y el espíritu del Concilio Vaticano II: el proyecto de modernización y democratización de la Iglesia ha fracasado, ¿para qué engañarse? Cada cual tenemos lo que nos merecemos, bien lo sabe Dios.
8. El secreto de una pizza es la sencillez. ¿De qué son las pizzas? No llevan "nada", propiamente dicho, ni piña, ni salchichas de Francfurt ni trufas ni marisco... apenas el tomate, el queso, la cebolla... Sisini en el Trastevere puede hacerte feliz con una margherita al taglio por dos euros. La sencillez con la que la anciana madre de la pastelería Valzani mira sonriente desde una silla a las clientas mientras devoran un canoli tiene algo que no acierto a explicar... Hay una corriente de afecto entre personas, algo que es muy Trastévere y muy italiano y que tira por tierra todo lo que he dicho contra los romanos desde que llegué de Roma. Entre la gente italiana termina siempre asomando algo de aquella espontaneidad irónica de las películas de Fellini, algo con lo que no acaba ninguna invasión bárbara, ni siquiera la de los Mac Donald´s o los Cafés Starbucks.
9. No fui a Cinecittà. En verdad ya solo es un recuerdo. El mapa emocional del Neorrealismo que dio lugar a joyas como Ladrón de bicicletas ya no está. Ya no hay una conciencia colectiva luchando a duras penas por salir adelante, cada uno por su cuenta -no puede ser menos en Italia- pero todos de alguna manera juntos levantando un país devastado por la Gran Guerra. Rocco y sus hermanos, de Visconti, podría ser el gran epígono de todo ese mundo italiano que yo ya solo ví en la sonrisa de la anciana pasticcera Valzani y en algunos rincones del Trastévere. Creo que William Wyler intentaba reactivar Cinecittà con Vacaciones en Roma, pero acaso incluso entonces ya era tarde.
10. Roma es eterna en más sentidos de los que pensamos. Antes de salir acabé La carretera, de Cormac McCarthy... estremecedor relato sobre el fin del mundo. Caminando por las colinas más patricias e imperiales de la ciudad se me ocurre que cuando llegue la gran catástrofe, los supervivientes escogeran lugares como el Coliseo, el Foro, las Termas o -otra vez, sea o no leyenda- las catacumbas para refugiarse del frío y huir de las bandas de caníbales. Pero esa, ya es otra historia.