Friday, November 25, 2011









1. PÍRRICA VICTORIA. Parece cosa de puro resentimiento de caballo perdedor decir esto, pero nunca una victoria electoral tan concluyente me pareció tan gris, tan poco ilusionante para todos y, en especial, para los que han logrado. No es cierto que haya una mayoría conservadora emergente en España; en ese caso, y como apuntaba un amable contertulio aquí esta semana, podríamos pensar en un impulso modernizador y en pro de la prosperidad asociado al aplastante triunfo de Rajoy. Mucho me temo que esto no lo sostienen seriamente ni quienes, como el hatajo de infelices que fueron con banderas azules a bailar el waka waka en Calle Génova, dicen creérselo firmemente. Otra cosa es que las ideas más o menos facilonas que se asocian a la derecha -unidad nacional, acoso a los inmigrantes, reducción del gasto público y en especial del número de funcionarios...- tengan mejor acogida en tiempos de incertidumbre, pero esto, que sirve para explicar una concluyente victoria, parece precario si de lo que se trata es de infundirnos optimismo. Tiene por esto mucho sentido la afluencia en los últimos días de chistes como el de que nos vayamos a la playa o a jugar al dominó para aprovechar nuestros últimos días de ocio porque mañana Mariano nos va a conseguir trabajo a todos.




Les confieso un secreto: me encantaría que tuvieran razón. Las calificadoras de la prima de riesgo dirían que por fin el mundo puede confiar en nosotros porque -al contrario que la mayoría de mis amigos, dejen que meta la puyita- tenemos pinta de devolver lo que debamos. Además no habría que cobrar impuestos a los ricos, de manera que, como van a ganar tanto dinero, nos van a subir graciosamente a su carro triunfal, de manera que es cuestión de tiempo que, como ellos, podamos comprar un apartamento en Torrevieja y, si la cosa se pone muy bien, hasta meter dinero en Suiza. Es lo que siempre hemos dicho en estos años ¿no?: que como Zp tiene la culpa de todo, muerto el perro se acabo la rabia, nos lo quitamos de enmedio y en tres patadas el país vuelve a florecer. Además, es posible que esta vez no tengamos ni siquiera que meternos en algún avispero del Medio Oriente, pues ni parece que Mariano esté tan loco como José Mari, ni que Obama -debe ser porque es un negro- ande con especiales ganas de montarle guerras a moros irredentos.Vamos, que si nos va mejor a todos, casi que voy a aceptar tragarme a González Pons de ministro. A fin de cuentas, sobreviví a Acebes y a Zaplana y, no se engañen, tampoco es que me llenara de felicidad ver a Pepe Blanco y Leire Pajín dirigiendo los destinos de la patria. Ya ven que soy muy deportivo.

El pequeño problema es que no van a solucionar nada. Y la razón es bien sencilla: no es que sean malas personas ni que su ideología conservadora les haga insolidarios ni nada de todo eso... No, lo que pasa es simplemente que el poder de acción política real ahora mismo de un gobierno europeo periférico es simplemente ridículo. Iñaki Gabilondo hablaba estos días del regreso de la ortodoxia con el gobierno del PP. Ni un socialdemócrata tan convencido como él es capaz de garantizar que, de gobernar el PSOE, las directrices hubieran sido muy diferentes a la de esa ortodoxia consistente en obedecer las instrucciones que llegan del Busdeschbank, Merkel, los dichosos mercados y las agencias aseguradoras de riesgos. ¿Se va a notar pues en algo que gobierna la derecha? Fíjense, Rajoy es tan grisáceo, que si no le aprietan mucho los ultramontanos es capaz hasta de dejar que los gays sigan casándose.

No me malinterpreten, no digo que todo vaya a ir bien a partir de ahora. Muy al contrario, creo que la cosa se está poniendo muy puta y que vamos a tener que apretarnos mucho los machos para aguantar una tempestad que amenaza con dejarnos malparados para siempre. Lo que no creo es que la posibilidad de acabar con esa tempestad, ni tan siquiera la de ponernos razonablemente a cubierto de ella, tenga que ver con lo que hemos votado.




2. LA POLÍTICA CONVERTIDA EN TEATRO. Coincidimos en que no es tiempo para grandes gestos, que la mayoría de subidas de tono tienen aire de cinismo y que los líderes que ganan son espantosamente aburridos. Pero el tono gris no hace más real lo que de ya de por sí pasó hace largo tiempo a la condición de simulacro. Es una teatralidad soporífera -como tantas piezas dramáticas insoportables-, pero tiene el mismo valor que si, como pasó por ejemplo con Obama en las últimas presidenciales americanas, la estrella consigue impactar fuertemente a los espectadores y es vitoreado al inicio de la obra.

Pero no son los políticos los culpables, somos en realidad los ciudadanos los que les exigimos que encarnen ese papel de estadistas cuyo fin es convencernos de que todavía existe la Política, de que todavía hay gobernanza e instituciones operativas. Creemos ser una Nación, nos hemos dotado de una historia gloriosa que habla de una resistencia en la clandestinidad, una transición frágil y heroica, unos guardia civiles golpistas... La realidad es que la iniciativa institucional está completamente secuestrada por los agentes económicos; o entendemos esto de una vez o seguiremos viviendo engañados y creyendo que será el siguiente candidato el que nos saque del atolladero. Mantenme engañado, para eso te pago, hazme creer que la culpa es toda del que gobierna, dime que todo cambiara cuando estés tú. Sé que no lo hará, pero te votaré si me generas esa ilusión cuando te vea por el telediario.




Fíjense por ejemplo en el actual PSOE. A la mayoría -como me he hecho mayor, soy más malo y mezquino- he terminado por notarles escandalosamente que lo que pretenden es vivir de la política, cosa comprensible, pues hay mucho paro y las pensiones por haber ocupado algún cargo son cojonudas, por no hablar de las amistades con futuro tan estupenda que se pueden hacer durante el ejercicio de los cargos de influencia. Les sorprenderá mi sospecha de que, por ejemplo, los actuales dirigentes del socialismo valenciano no quieren ganar. Si el PS del País Valenciano se empeñará de verdad en crear un proyecto para arrebatar el poder al PP en la Generalitat y en los principales ayuntamientos, podría notarse demasiado la mediocridad de los que actualmente lo dirigen, o acaso pudiera ser que acabaran ganando, con lo que les tocaría la complicada misión de decirles a sus votantes que no saben muy bien qué significa eso que tanto han dicho de un "gobierno de izquierdas". Quite, quite, menudo marronazo, que gobiernen ellos mientras nosotros les criticamos un poquito de vez en cuando y conservamos el puestecito, nos sea que nos toque volver a la mina.

Es odioso y deprimente, sí, pero no son ellos los culpables, a fin de cuentas son humanos. Es el pueblo valenciano el que ha dado mayoritariamente su confianza a un partido que ha convertido la corrupción en un estilo de vida. Por otra parte, no podemos extrañarnos de que las instituciones hayan perdido gran parte de su condición de agentes sociales. Decimos que están en manos de los mercados, como si los mercados fueran una fuerza ajena y misteriosa, una secta de conspiradores poderosísimos como esos que salen en Los Simpsons: unos tipos enmascarados que se celebran reuniones secretas donde deciden el futuro de la humanidad. El pequeño problema llega luego, cuando Homer descubre que quienes se ocultan tras las máscaras son todos los tipos del pueblo que ya conoce en la gris existencia cotidiana de Springfield. Pues bien, eso no es del todo falso. Madoff será un especulador y todo lo que ustedes quieran, y los banqueros, y los ejecutivos que se ponen pensiones indecentes...

De acuerdo, pero armémonos de sinceridad. El llamado "pensamiento único", entendido como el modelo ideológico que reniega de la administración cuando fiscaliza las cuentas y pone sanciones, y que, por defender la libre empresa, nos ilusiona con convertirnos a todos en eso a lo que se llama "agentes económicos", no es un invento para Botín o para Moody´s. Pienso en cosas que he visto hacer a mis allegados unos años atrás. Miren, yo he visto a allegados míos, tan escasos de conocimientos financieros como yo, haciendo cábalas impresionantes sobre cómo forrarse especulando en bolsa; he oído a amigos y familiares con el cuento de la lechera -de esto hace menos de un lustro- sobre cómo iban a pasar a la condición de multimillonarios gracias a un terrenito de mierda que iban a vender a precio de oro a no sé qué empresa constructora en la casucha de sus abuelos naranjeros; tengo vecinos muy majos que se han metido en unas hipotecas terroríficas porque creían tener derecho a un piso nuevo y en propiedad, y que con el extra del préstamo se han comprado un cochazo al que, por supuesto, también creían tener derecho... ¿Quieren que siga? No, no les hace falta porque ustedes también saben muy bien de qué les estoy hablando.


¿Saben por qué no pienso deprimirme con esta derrota electoral tan bestial? Porque nos la hemos merecido, y de lo que se trata es que dejemos de merecérnosla. Hemos otorgado a los partidos políticos la venia para que sigan presentándose como desfibriladores de este gran colapso en medio del cual nos hallamos sin saber hacia dónde tirar. Alguien dijo que "esto sólo lo solucionamos entre todos". Dejemos de exigir a la política que sea mejor que lo que somos nosotros. Dejemos de pensar de una puñetera vez que vamos a hacernos ricos sin pegar un palo al agua y recordemos que la libertad y la prosperidad son frágiles ecosistemas permanentemente amenazados. Quizá entonces empecemos tener derecho a esperar un futuro más digno que este sobresalto diario con la mierda de la prima de riesgo y los cuatro hijos de puta que nos atacan desde eso que llaman "los mercados". A fin de cuentas, no han parado de decirlo los dos candidatos durante las elecciones: "somos un gran país".

Saturday, November 19, 2011





VOTAR O NO VOTAR

1. Votar a la izquierda y saber por qué: ésta es la cuestión. Y no es exactamente la misma que ser de izquierdas, como ingenuamente cree mucha gente. Que la gente conservadora vota -más bien ser diría que ficha- disciplinadamente a la derecha cada cuatro años es algo que no ofrece dudas. Lo hacen aunque, como ahora es el caso, no les guste el candidato.


Quienes contemplan con melancolía la historia de las izquierdas españolas como un largo trayecto de desencuentros, luchas intestinas y hasta tiros por la espalda, reconocen en privado que ese sentido de la disciplina es lo único que merece la pena envidiar de la derecha. Se equivocan, no entienden que eso a lo que llaman "disciplina" es justamente lo que define a las derechas y no un simple atributo. Yo lo entiendo de otra forma: falta de sentido crítico hacia sus líderes, o para ser más preciso, de determinación para hacer efectiva dicha crítica. La izquierda, por contra, vive en una permanente tensión hacia quienes dicen representarla: el líder está permanentemente cuestionado porque es el principio de representación el que -como afirma una de las consignas más célebres del 15 M- vive siempre bajo sospecha.




Este fenómeno origina una fuerte heterogeneidad de intenciones y decisiones electorales entre quienes se consideran de izquierda, ciudadanos que, por lo general, tienden a dar un sentido ético a su actividad política. Eso explica que personas que participan en movimientos de reivindicación de derechos civiles o están adscritas a organizaciones solidarias esquiven los comicios y adopten el abstencionismo como un modo de protesta: simplemente no se sienten representadas. Otras muchas optan por votar a partidos que no sólo no tienen ninguna posibilidad de formar parte de un gobierno, sino que ni siquiera van a ser capaces de generar una presión opositora consistente. Las hay también que optan por expresar su inconformismo inclinándose por partidos que se presentan como nacionalistas y de izquierdas, un estrambótico cóctel que en España asumimos con naturalidad, como si la exaltación identitaria, la tradición, la sangre, la tierra y el separatismo fueran valores progresistas.

De todo este galimatías parece que sólo puede esperarse una consecuencia: la derrota. Temo que a partir de ahora -en realidad a partir de las primeras elecciones que ganó la derecha en España- los triunfos electorales de la izquierda vayan a ser una absoluta anomalía. Habrá de pasar algo para que gane la izquierda, y cuando digo algo me refiero a asuntos como el del 13-M, un monumental resbalón del Gobierno Aznar que consiguió poner en pie de guerra a toda esa masa heterogénea y disgregada de las izquierdas para sacar a su partido del poder y poner en su lugar al primero que pasara por allí.


2. No me interesan nada las razones del electorado de derecha, no porque no existan tales razones, sino porque llevo demasiado tiempo comprobando que no suelen proceder de un análisis crítico. No digo que para ser de derechas haya que ser idiota -aunque viendo ciertos canales de televisión, escuchando ciertas cadenas de radio o leyendo ciertos periódicos le entra a uno la tentación de decirlo-; lo que digo es que la inmensa mayoría de los electores de derecha votan atendiendo a emociones muy básicas y a principios escasamente elaborados. Puede sorprender que a estas alturas de democracia todavía tengan pegada clishés como el de la unidad nacional, la primacía cultural de la religión católica, la familia patriarcal o la desconfianza hacia la inmigración, pero el hecho es que la tienen, y no es algo de lo que debiéramos sorprendernos: quien parezca estar más cerca de dichos valores tendrá cautivado ese voto masivo, y es muy difícil que eso lo consiga alguien que casa homosexuales, otorga papeles a los inmigrantes o hasta se alegra de las victorias del Barça.

Resulta bastante más complicado entender qué significa ser de izquierdas. El candidato socialista ha identificado estos días a la derecha con el principio del "sálvese quién pueda", lo cual implica que lo que define a las izquierdas es su naturaleza solidaria. Me gusta más como lo dijo Norberto Bobbio, según el cual, las izquierdas promueven su iniciativa política en la dirección de atenuar los factores de la desigualdad, mientras que las derechas declaran a esta ineliminable, declaración que en realidad esconde el firme deseo de que las desigualdades subsistan. En los últimos días he leído una aún mejor. Antonio Gramsci, en sus escritos desde la prisión donde le confinó durante años el fascismo, diferenció derecha e izquierda en función de su actitud ante el sarcasmo. Unos y otros dicen estar a favor de los valores que la modernidad asocia a la emancipación del ser humano; ahora bien, mientras la izquierda enuncia su sarcasmo con melancolía cuando descubre que libertad, igualdad y fraternidad son promesas permanentemente anunciadas pero incumplidas, la derecha -que en esto es más hipócrita que sarcástica- se complace secretamente con dicho incumplimiento.





3- Durante la mayor parte de mi vida fui un convencido abstencionista. Me caí del caballo una noche que identifico con el final de mi juventud. Sucedió hace ocho años, en vísperas de los comicios quedarían contra todo pronóstico el gobierno a Rodríguez Zapatero. Alguno de mis compañeros de mesa lanzó una soflama en contra de los políticos, de las instituciones y del capitalismo para terminar por declararse anarquista y negarse a participar en el juego corrupto de las elecciones. Aquellas palabras me sonaron en ese momento a demasiado oídas, de manera que, un poco a modo de tentativa de provocación, me dio por decir que estaba valorando la posibilidad de votar al Partido Socialista. En ese momento, el anfitrión de aquella cena, un tipo muy próspero y que había asistido incluso con cierta sonrisa complaciente a la anterior exhibición de jacobinismo irredento, montó en cólera conmigo y me exigió, levantándome la voz, que le ofreciera las razones de tamaña felonía. Se me ocurrió decirle que no pensaba concederle al aznarismo otros cuatro años de poder omnímodo, ante lo cual el tipo me insultó llamándome "miserable", lo cual, aparte de demostrar el profundo talante democrático y el respeto a la discrepancia tan característico de los fachas con los que suelo toparme, me incitó a una reflexión muy obvia: si la derecha le ríe las gracias a los supuestos radicales y se pone enferma con un tipo tan moderado como Zp es que algo no encajaba en mi visión del mundo.

Ocho años después, aquel simpático caballero tiene -lo supongo, porque yo trato con discrepantes pero evito a los maleducados- menos dudas de las que tenía entonces, si es que tenía alguna, y yo, por contra, tengo muchas más. Tantas como que no estoy nada seguro de que otorgar la responsabilidad de gobernar al equipo de R.Zapatero durante estos ocho años haya sido un acierto. Dejo a la torpeza del enemigo considerar que mis dudas son prueba de mi error, son ellos los que aspiran a vivir sin cuestionarse lo que les cuentan sus líderes.

La pregunta surge de inmediato y hay que saber muy bien lo que significa "izquierda" para tener las agallas de planteársela: votar de nuevo al PSOE, ¿no supone caer en los mismos errores anteriores? ¿No será que estamos legitimando una futura práctica de gobierno que, como ya ha sucedido anteriormente, terminará por pactar con el gran capital, evitará conflictos con la Iglesia y recortará dócilmente derechos de los débiles en cuanto los mercados se lo pidan?

Es ésta la pregunta que nos hacemos, la pregunta que hemos de hacernos. Se me ocurre una propuesta de solución, siquiera eventual: votemos a la izquierda, ayudemos a estos políticos que con frecuencia nos decepcionan a plantarle cara a una derecha que amenaza con alcanzar un poder omnímodo. Van a pasarse una larga temporada en la oposición; quizá les sirva para meditar y, quizá, como tantas veces le ha sucedido a la izquierda, hacer oposición les sirva para definir verdaderamente su identidad ideológica y saber qué tipo de sociedad pretenden construir o, cuanto menos, cómo es la que no desean. Pero démosles al menos la posibilidad de que puedan llevar a cabo esa oposición.




Lo demás es un poder absoluto e incontestado de la derecha. A poco que hagamos un poquito de memoria podemos pensar en lo que ha hecho la derecha española -sus políticos, su entorno mediático, sus afines en el mundo financiero o en los obispados- durante estos ocho años en que no ha gobernado el Estado. Serán estos los que gobiernen, y lo van a hacer sin contrapesos si no lo evitamos. En el País Valenciano, por ejemplo, hemos tenido una larga pasada por la mayoría absoluta del PP... si quieren les cuento mis impresiones al respecto.


Votemos, votemos sin olvidar ni por un momento que la iniciativa política no se acaba, ni tan siquiera empieza el día de las elecciones. No pienso concederles a los políticos tal prerrogativa, pero tampoco voy a cargarles con la exigencia de hacer todo lo que no se puede hacer sin el apoyo -o sin la presión- de la gente.

Saturday, November 12, 2011









¿ES SÓLO ROCK´N ROLL?




1. Lo pasé muy bien el miércoles por la tarde en la mesa redonda que organizó el Vicedecanato de la Facultat de Geografia e Història de la Universitat de València. Pertenece al ciclo de jornadas abiertas que -con el título de Bandas sonoras: los jóvenes, la música y la revolución cultural- se va a llevar a cabo de aquí hasta el 21 de diciembre, siempre con el rock -su lenguaje, sus gestos, los sentidos que ha sido históricamente capaz de hacer emerger, su potencial ideológico- como trasfondo de los sucesivos debate.


Tuve el honor de acompañar en la sesión de apertura a Mónica Granell y Justo Serna, con un coloquio titulado Los jóvenes, cultura de masas y contracultura. Tenía planificada una sesuda conferencia en la que pretendía hablar del concepto de hegemonía cultural en Antonio Gramsci y Raymond Williams y del paralelismo histórico entre la trayectoria de las vanguardias artísticas y la de los grandes rupturistas del rock´n roll. Cuando participo en un acto de este tipo, y sobre todo si no soy el primero en intervenir, deambulan por los territorios más oscuros de mi mente deseos de lo más sucio y mezquino: siempre tengo la esperanza de que mis acompañantes parezcan más tontos que yo... No sé, que se pongan nerviosos, que resbalen y se les caigan los papeles, que estén borrachos, que salga un friki del público y la líe... Todo con idea de que la gente, al escucharme, diga: "bueno, un tipo medio normal al fin", y hasta terminen aplaudiéndome. Como no fue así el miércoles, y como a medida que hablaban mis magníficos predecesores me fui convenciendo de que en el papel de empollón no iba a dar la talla, opté por lo que vengo optando desde hace décadas cada vez que no sé muy bien cómo salir de algún entuerto: hacerme el gracioso. Y creo que no quedé mal del todo. Además me lo pasé en grande contando algunas cosas que forman parte irremediable de mi biografía sentimental, por ejemplo de mi tío Rafa, que abrió la primera discoteca que hubo en Valencia, o de los años que pasé en Radio Klara, o de mis alumnos del instituto... (De estos la verdad es que hablo siempre, no hay material humano más sincero y directo en qué inspirarse) Tuve la impresión de conseguir arrancar algunas sonrisas, me felicito pues.

Durante las próximas jornadas, siempre en la sala Joan Fuster de la facultad citada, las charlas se sucederán con la proyección de algunos films que, a vueltas con el tema de la evolución de lo juvenil en la segunda mitad del siglo XX, parecen poder ilustrar tan extenso material para el intercambio de ideas y la disensión. Tómenlo como un consejo, un buen consejo. Toda la información se puede obtener en este link y en el blog de Justo Serna.



2. Mi condición de inmigrante digital me hace vivir en un estado de permanente perplejidad: nunca deja de sorprenderme la facilidad con la que accedo a núcleos de información a los que en tiempos no lejanos uno se acercaba sólo después de largas y tortuosas travesías. Durante años escuché interminables veces una cinta-casette que recopilaba los temas más célebres de la historia del rock. Junto a My generation de los Who o Hey, Joe de Jimi Hendrix, escuchaba una versión en directo de Sympathy for devil, uno de los temas más influyentes de los Rolling Stones. Gracias a la Red, y más en concreto a youtube, he sabido con el tiempo mucho más de aquella actuación de lo que podría haber imaginado cuando en aquella cinta escuchaba a Mick Jagger decirle al público del concierto que se calmara. Lo he entendido mucho después.

En 1969, parece que siguiendo los deseos del propio Jagger -cuya banda no participó en el Festival de Woodstock, celebrado tres meses antes- se organizó en la localidad de Altamont un festival de rock que fue presentado como "el Woodstock de la Costa Oeste". Por iniciativa del propio Mick o de los organizadores, alguien tuvo la luminosa idea de encargar la seguridad del festival a los Ángeles del Infierno, esa encantadora turba de tipos que armados de sus Harleys, deambulaban atronadoramente por los USA con ganas de romperle las encías al primero que les sostuviera la mirada. Por lo visto eran baratos, y el bueno de Mick debió suponer que con el recinto lleno de hippies habría poca inclinación a montar gresca.

Fue un desastre, un desastre absoluto, hasta el punto de que Altamont ha pasado a la historia negra del rock, de igual manera que Woodstock es considerado el momento dulce y culminante de ese gran proyecto de transformación de la sociedad que reconocemos bajo el nombre de contracultura. En Altamont, que registró la muerte de un joven negro por herida de bala a manos de dos ángeles del infierno, el rock confirmó a ojos de sus detractores la especie de que se trataba de una corriente encaminada a disgregar moralmente la comunidad, un movimiento de naturaleza violenta cuyos ritmos y mensajes expresaban un profundo nihilismo destructor y promovían en los jóvenes el odio a sus padres, la molicie y el consumo de narcóticos.

¿Tenían razón? Sí y no. Altamont fue un festival mál organizado y oportunista del que se hicieron cargo señores que, como siempre sucede en estos casos, tenían menos escrúpulos que olfato para detectar dónde se podía obtener un dinero abudante, fácil y rápido. El problema es que eso también ocurrió en Woodstock. La diferencia es que aquí, milagrosamente, la organización absolutamente desbordada no desembocó en violencia ni en catástrofe: intoxicada por una misteriosa nube de marihuana y protegida por el conjuro de algún gurú hindú, la multitud de Woodstock decidio ser feliz sin malos rollos y limitarse a escuchar música, fumar porros y amarse. En Altamont, con otra conjunción de planetas y una predisposición diferente en los asistentes, pasó lo que nos ha pasado a todos los que hemos convivido alguna vez en una comunidad de jóvenes, que a los momentos más idílicos suele suceder el bajón. En este sentido Woodstock fue un gigantesco corte de rollo originado por los sospechosos habituales: la mezquindad, la codicia, la agresividad...

Pero no es el fracaso de Altamont lo que me inclina a regresar una y otra vez al vídeo de youtube que recoge aquella actuación formidable de los Stones en el infortunado festival. Miren detenidamente los nueve minutos que dura, observen cada uno de sus momentos: los disturbios en las primeras filas, los guardianes infernales ordenando parar la música a Keith Richards, las distintas actitudes de cada uno de los asistentes, el perro que atraviesa el escenario vaya usted a saber por qué, la cara que uno de los Hell´s Angels le pone a Jagger mientras éste se convulsiona al ritmo de la música -"si serás mariconazo"-, la mujer desnuda que se abre paso a golpes para ganar el escenario... Altamont fue un desastre, sí, pero, al igual que Woodstock, su peripecia corresponde a un instante crucial para la historia de la cultura juvenil. En aquellos momentos todavía emergentes para el rock, un concierto propiciaba que pasaran cosas.

Decían los Stones it´s only rock´n roll but it like me. En realidad es lo que ellos deseaban porque, reconozcámoslo incluso quienes sentimos debilidad por esta banda legendaria, estos chicos han sido siempre unos magníficos vendedores de diversión antes que los ideólogos del mal y la subversión que se quiso ver en ellos. Y sin embargo, siempre he tenido claro que no es sólo rock´n roll, con independencia de si nos gusta como si no. El rock es la banda sonora de una era como la de los años sesenta, que quedará ya irremediablemente como la más reivindicativa y liberadora de la historia contemporánea. En Woodstock y en Altamont pasaron cosas, buenas o malas, pero pasaron. No pretendo extender consignas nostálgicas, pero algo ha tenido que cambiar mucho desde aquello para que, ahora, las noticias que produce el mundo del rock se asocien a la última mamarrachada que se le ha ocurrido a la tonta del culo de Lady Gaga o si resulta que Madonna nos ha provocado mucho porque ha contado que sodomiza a su último novio con una polla de plástico.


No sé si el rock es un lenguaje agotado. Sé que durante décadas fue capaz de producir significados de ruptura y que los suyos no fueron los gestos de la complacencia. Convertidos sus signos en simulacros de provocación, el rock se queda sin colmillos y se convierte en una mercancía más, un juego inofensivo de rebeldía destilada en dosis homeopáticas que ya no expresa las tensiones que impulsaron su aparición. No es cierto eso que se dice de que el rock siempre volverá. Eso no podemos saberlo. Lo que sí tenemos derecho a esperar es que la cultura popular siga dando lugar a formas expresivas capaces de configurar espíritus críticos e inspirar la resistencia.

De esto va el ciclo en el que participé el pasado miércoles, de esto y de otras muchas cosas. No se trata de simple nostalgia, eso es seguro.

Friday, November 04, 2011







POR QUÉ NO LEO A JOSÉ MARÍA IZQUIERDO





Si han visitado ustedes la isla de Lanzarote, probablemente hayan tenido la oportunidad de visitar la Cueva de los Verdes. De no ser por los carteles que la anuncian como reclamo turístico, uno pasaría por delante del agujero que le da entrada y se quedaría sin saber que se trata poco menos que de una ciudad subterránea. De ella en mi visita no llegué a ver el final, pese a la larga caminata por los angostos tubos volcánicos que componen el laberinto. Yo -pese a lo que pueda hacer pensar el nombre de este blog- no soy muy de cavernas, de manera que mientras el guía nos explicaba que los habitantes de la isla se escondían -todos juntitos- en aquel antro cada vez que avistaban barcos de piratas y buscadores de esclavos, yo me inspiraba en el lugar para acordarme del célebre mito que Platón traslada por boca de Sócrates en el Libro VII de La República.

Como es sabido, el mito en cuestión refiere la historia de unos prisioneros que, atados y cara al muro de la caverna desde su mismo nacimiento, son engañados por unos titiriteros, los cuales, ayudados por la luz de una antorcha que ilumina artificialmente la estancia, les hacen creer que las sombras que arteramente proyectan sobre la pared son seres reales. En algún momento, uno de los prisioneros escapa de sus ligaduras y emprende la subida a la escarpada cuesta que da salida a la caverna. Cuando los ojos se le acostumbran al mundo exterior, la vida que acaba de abandonar se le revela como el reino del engaño y la ignorancia, una siniestra comunidad dominada por fabricantes de sombras que, suscitando falsas opiniones en los habitantes, consiguen mantenerlos en la esclavitud y ser para siempre los amos de una caverna para la cual no parece existir alternativa. Apenado por el engaño del que son víctimas sus compañeros, el liberado, pese a que le sería más grato no regresar y limitarse a gozar de su nueva vida, opta por regresar a su antigua morada para convencerles de que están siendo engañados y que deben abandonar aquel reino de las sombras para salir a la luz. Obviamente fracasa: tras reírse de él por considerarlo un loco, los esclavos terminan asesinándole, pues, en el fondo, no pueden soportar el temor que les causa reconocer que toda su vida es una farsa.



Este mito suele recordarme también a lo que hace un par de décadas se llamó la Batalla de Valencia, alimentada por el supuesto propósito de Catalunya de apoderarse de las tierras del Sur. El diario Las Provincias, que informaba diariamente sobre las aviesas intenciones de Jordi Pujol de robarnos la receta de la paella y encaquestarle una barretina a la Mare de Deu, se convirtió en el laboratorio ideológico de un partido político, Unió Valenciana, dique de contención frente a una invasión que, gracias a su heroica labor, nunca llegó a producirse. Con mucho acierto, todo aquel conglomerado de prensa ultramontana, políticos estridentes y aldeanos y tías marías que gritaban a favor de la cultura autóctona sin haberse leído un libro en su puñetera vida, fue denominado así: la Caverna.


No es nuevo pues todo este asunto del fanatismo de la derecha que ha vuelto tan popular entre la clientela de los medios de Prisa al periodista José María Izquierdo. El suyo no es necesariamente un currículum brillante si hablamos de talento e ingenio, pero sí es el de un hombre con poder, no hay más que ver la lista de cargos que ha ejercido dentro del grupo editorial. En su blog y en sus intervenciones matinales en la Ser, Izquierdo se presenta como "Catavenenos", es decir, como aquél que, habiendo acostumbrado su cuerpo a pequeñas dosis de las sustancias más tóxicas, sobrevive a su diaria ingesta, avisándonos de los males que pueden ocasionar a los que no tenemos el cuerpo habituado a tales consumos. Izquierdo ha acuñado ya un par de etiquetas ciertamente afortunadas para denominar al ejército mediático que se dedica diariamente a demonizar a la izquierda y cantar las virtudes del PP, FAES, la Iglesia vaticana, y, en ocasiones, hasta del franquismo, la pena de muerte y todas esas lindezas que en mi casa nos lo hacían pasar bomba a mí y a mis hermanos cuando se las oíamos defender a voz en grito a mi abuela, que resulta que simpatizaba con la Falange y era partidaria de canonizar al Caudillo. Les llama "Cornetas del Apocalipsis" y "Chicos del Coro", que no se aleja demasiado de aquello de la Caverna.

Además de las colaboraciones referidas, el periodista tiene ya tres libros publicados a vueltas con el uso de la demagogia, el tono panfletario y la técnica del insulto, la calumnia y la descalificación que se han convertido en una constante en la prensa reaccionaria de nuestro país.
Pues bien, resulta que no sigo al Catavenenos, no compro sus libros, no acudo a sus mesas redondas y he optado por apagar la radio cuando él aparece. No lo he contado hasta ahora por qué, seguramente por una cobarde comodidad, no he querido molestar a personas que me son caras y que sí le siguen, pero creo que el proceder que ha hecho popular a Izquierdo contiene riesgos considerables, y me parece oportuno dar cuenta de ellos.



El primero que asume tales riesgos es, por supuesto, el propio Izquierdo. Y tiene razón en una cosa: el material con el que dirime su ejercicio periodístico es sumamente tóxico. Así, sus libros, su blog y sus apariciones en la radio son una recopilación de frases extraídas de los medios cavernarios y que por lo común hacen ostentación de dogmatismo, homofobia, sexismo, intolerancia... Basta leer un par de las que selecciona del día anterior y uno ya sabe que o le da por reírse de lo imbécil que puede llegar a ser un facha o le entran ganas de vomitar. Yo no me imagino el infierno con fuegos eternos, sino en una celda donde no puedo ver salir el sol ni escuchar a los pájaros, pero estoy rodeado de El Mundo y La Razón, en la tele ponen todo el día Intereconomía, y por la radio salen César Vidal y Federico Jiménez Losantos. No se trata de que yo discrepe de tales medios; discrepo de Daniel Bell y de Vargas Llosa, pero les leo con frecuencia y sin fastidio. Hay personas de derechas que me han hecho ver puntos de vista de los que yo carecía y que, en algunos casos, incluso he adoptado. De igual manera, circulan por todas partes opiniones etiquetadas "de izquierda" sobre el terrorismo, Palestina, la política exterior de los USA, el liberalismo o la cultura de masas que, de no ser adecuadamente contestadas por perspectivas supuestamente conservadoras, volverían cojo e infructuoso cualquier debate. No, no es éste mi problema con la Caverna española, no me preocupa que haya quien piense distinto a mí -más bien me preocuparía lo contrario-, mi problema es que todo lo que tiene que ver con ese ejército está movido por el odio y huele a rencor y a violencia.

Da igual que algunos se expresen a base de gritos e insultos y otros adopten sonrisa flemática: todos forman parte -utilizo la expresión de Izquierdo- de un coro destinado a convencernos de que cada día que pase con la izquierda en el poder avanzaremos un paso más hacia el apocalipsis. Su objetivo no es entrar en diálogo ni convencer, sino adoctrinar. No sería difícil buscar el origen sociológico de toda esta trama cuyos integrantes parecen competir por ver quién encarna la verdadera "línea dura" de la derecha española. Este país está lleno de personas que jamás han leído un libro y que necesitan algún tipo que hable con convicción y les ilustre respecto a los verdaderos culpables de sus fracasos en la vida. Rodríguez Zapatero, del que me separan muchas cosas, ha sido un chivo expiatorio perfecto para esta estrategia. ¿Tiene el gobierno socialista la culpa de que las cosas vayan mal? Creo que tiene una parte, pero es inútil detenerse en la microcirugía de detectar las claves de esa culpabilidad, pues enseguida viene por detrás el que matará moscas a cañonazos y decidirá que Zp tiene la culpa de la crisis mundial, de que llueva, de que pierda el Madrid y de que nuestra novia nos deje por un cantante de rap. No me angustia gran cosa que el segundo presidente socialista de la democracia española haya sido tratado injustamente, lo que de verdad me inquieta es que el mayor de los nutrientes de la democracia deliberativa, el diálogo, ve envenenados muchos de sus pozos cuando entra en escena toda esta legión de fascistas.




Hablemos claro: el dichoso Coro está formado por historiadores de pacotilla, opinantes cuyas interpretaciones están gobernadas por el odio, cínicos que aprenden a decir exactamente lo que su público desea escuchar, rojos arrepentidos que van a las teles de los fachas porque en la izquierda ya no se les hace caso, beatos feos y regordetes que parecen echarle la culpa al PSOE de lo poco que han follado y de lo plastas que son las novelas que publican... Izquierdo refleja la producción intelectual de todo este hatajo de fanáticos y resentidos en sus libros. ¿Vale de algo? Miren, en el bloque donde vivo, en mi trabajo, incluso en mi familia, he de convivir con personas con las que ya hace mucho que llegué a la conclusión de que es inútil intentar entrar en diálogo. A un allegado que ve Intereconomía y pone en el móvil el sonsonete del Cara al sol yo puedo intentar explicarle amistosamente por qué creo que el franquismo es uno de los regímenes más criminales de la historia del siglo XX, pero si él se niega a escuchar, no digo ya a ser convencido, entonces la presunción de que podemos entendernos es una ingenuidad. La posibilidad del diálogo -en esto tiene razón Jurgen Habermas- requiere un delicado amueblamiento que cuesta trabajo conseguir y que hay que esforzarse en preservar. Si no se dan las condiciones adecuadas no hay diálogo, ni siquiera aunque la gente hable; en ese caso no hay deliberación, sólo hay poder y el habla el sustitutivo de las armas. Llevo toda mi vida soportando a personas que no entienden de que va todo esto de la discrepancia. Me he cansado, estoy harto.

No me interesa nada perder el tiempo en esta caverna, no le veo ningún sentido a emplear un solo segundo repasando el veneno que han destilado hoy los chicos del coro contra la socialdemocracia, las feministas, los homosexuales, los inmigrantes o los marginados. Intento convencer a mis alumnos de que lean a Daniel Defoe y a Mary Shelley y de que, como decía aquella canción tan gitana de Rosario, vayan "por la vida sin odio ni rencor". Yo no lo he conseguido del todo, siento odio con más frecuencia de la que desearía. Por eso no quiero más venenos, ya tengo bastantes.