Thursday, February 24, 2022

LA SANGRE LLEGÓ AL RÍO


  1. No creo haber detestado a una figura política tanto como a Rita Barberà. Era la encarnación de todo aquello que siento que hace más inhóspito este mundo. Desagradable, grotesca, populista, no tenía ni puta gracia... Siempre pensé, lo sigo pensando, que era mala, profundamente cruel, vengativa, despótica y falta de escrúpulos. Pues bien, llegué a reconocer alguna grandeza en su caída. Era como esas leonas desdentadas a las que las hienas rodean en el Sherengueti cuando descubren que la vieja depredadora es ahora una presa fácil a batir. Me la imagino en la habitación del hotel... sola y cirrótica, pidiendo un último whisky. Murió al mismo hierro al que mató a todos aquellos que alguna vez le importunaron, pero no lo disfruté. 


Hoy, en las exequias de Casado, me asalta una sensación similar. Pablo es uno de los líderes más insignificantes con que ha contado la política española. En su labor opositora no solo ha sido ineficaz, sino además abyecto. No ha innovado: la secuencia de atrocidades de las que el PP acusó al Gobierno de Zp estableció records de abyección que Casado ha pugnado por igualar. Ahora bien, precisamente porque no ha sido distinto a sus predecesores y no ha hecho sino obedecer, lo que cabe preguntarse es si en su hundimiento hay algo más que pura mercadotecnia. Vamos, que el tipo no tenía tirón electoral y ha sido una suerte para los intereses del partido que diera un paso en falso para tener una excusa y cargárselo. 

Hipócritas, saduceos, sepulcros blanqueados... Si fueran tan religiosos como dicen dirimirían con el confesor si le aplaudían por su trabajo, como pretenden hacer o ver, pues yo sospecho que más bien le aplaudían por marcharse. 

Estamos en las antípodas, Pablo, pero me gustó verte salir con los únicos dos -una mujer y un hombre- que te han sido fieles de principio a fin. Por primera vez advertí en tu porte cierta épica, acaso cierta distinción. 


El electorado está contento. Pero deben saber que la misma carroña que lisonjeaba al líder muerto se alineará ahora con el nuevo. Cuídese de sus amigos, señor Feijoó, que a sus enemigos siempre los verá venir. 




2. Consigo al fin ver "Madres paralelas". Volví por casualidad hace unos años a Almodóvar, después de haberme peleado con él porque su cine empezaba a antojárseme cómodo y repetitivo, como sucede con esos genios demasiado rodeado de aduladores que ya han dejado de dudar sobre sí mismos. Vi sin muchas ganas "Julieta" una noche de verano y me sorprendí a mí mismo recuperando la fe. Sin entusiasmo desbordado, pero me pareció buen cine, como tres años después me lo pareció también "Dolor y gloria". Con la última vuelvo a ver distancia entre Pedro y yo. No sé si es una mala película. Almodóvar siempre ofrece pinceladas brillantes y un estilo perfectamente identificable. Pero su cine vuelve a parecerme fácil. 

Hay sin embargo algo que seguir agradeciéndole. Cinematográficamente, el trasfondo reivindicativo que supuestamente activa la trama, las fosas del franquismo, chirría por todas partes porque está metido con calzador. Y aquí viene el pero. Si los mas prestigiosos historiadores del planeta se reunieran para cuestionar la intolerable anomalía de la democracia española en su histórica relación con el fascismo, no tendrían ni la mitad de éxito que tiene la aparición de las víctimas agraviadas por el Estado en una peli de Pedro. Por torpe que resulte esa imagen final de los descendientes ante los huesos exhumados, el manchego ha tenido el coraje de tenderles la mano ante la opinión pública mundial. Y el valor de difusión que esto tiene es incalculable. Gracias. Pese a todo, gracias. 




3. Ana, una alumna de origen ucraniano, nos revela en el aula la angustia que siente por sus familiares de Kiev. No estoy seguro de que Putin sea el único responsable de este desastre, aunque sin duda es quien lo ha desencadenado, entre otras cosas porque jamás creyó demasiado en el valor de las vidas humanas. Me parecen ridículas, no obstante, las declaraciones de Gabriel Rufián: "Él es un sátrapa, pero tampoco me gusta la beligerancia de la OTAN". Qué fácil es a veces quedar bien sin mojarse porque uno no tiene que tomar decisiones. Qué barato sale a veces dárselas de progre y pacifista. Explícaselo a Ana, Rufián. 


  


Thursday, February 17, 2022

ESTO NOS FALTABA POR VER



No soy capaz de decir nada impactante ni original de la crisis del Partido Popular. "Es lo que nos faltaba por ver en la política", afirma un locutor radiofónico. A mí me recuerda a esa imagen de un equipo de fútbol cuyos jugadores, en pleno partido la emprenden a golpes entre ellos, mientras son el árbitro y los futbolistas del equipo rival los que intentan separarlos. No sé si nos faltaba esto, pero a mí no me escandaliza ni me sorprende. Es una más de tantas intrigas palaciegas -llámenlo "juego de tronos"- de las que tenemos noticia. (Debe haber muchas más de las que, por suerte, no nos enteramos, claro) 


La espectacular dimensión que este turbio asunto alcanza tiene que ver con la debilidad de una dirección que vuelve poco menos que legendarios los tiempos de Aznar o de Rajoy... por no hablar de los de Fraga. Como dijo Marx -le cito por chinchar-, "hoy todo lo que era sólido se desvanece en el aire". Alianza Popular, después Partido Popular, ha sido una organización casi granítica durante cuatro décadas. Yo he dicho muchas veces que una cosa que tenemos que aprender de ellos en la izquierda es cierta disciplina. No digo que haya que actuar a toque de corneta, como suelen hacer ellos, pues la diversidad de creencias y el libre pensamiento define a la izquierda misma. Lo que sí digo es que para ellos la cohesión es esencial, y eso les proporciona victorias. El problema es que cuando pierden la disciplina ya no les queda nada. De ahí la imagen tan patética que en estas horas nos ofrecen. 


Una vez más, el PP y la corrupción. Dada la extracción social de sus líderes, que se corresponde -sospecho- con unas ambiciones desmedidas, es posible que a Ayuso los doscientos y pico mil euros que se embolchacó su hermano le parezcan una minucia. También puede ser que compare esa cifra con las de Gurtel, las Black y otros bonitos manejos que adornan la historia del Partido, en cuyo caso no me extraña que le suene a poca cosa. El pequeño problema es que a mí, como ciudadano, me empieza a parecer que el PP de Madrid, como el de mi tierra, es antes que ninguna otra cosa una organización dedicada al saqueo. "Son casos minoritarios"... Claro, se ve desde hace años que es poquita cosa. 




Verán. Yo creo que la democracia cristiana tiene algo muy bueno: el modelo económico dominante, y por tanto, el orden social, es el correspondiente a su ideología. Ser el partido pro-sistema por excelencia te convierte en un simple gestor institucional cuando los ciudadanos te llaman a tomar el gobierno, lo cual es muy confortable. Nadie ha entendido esa ventaja con tanta lucidez y tan pocos aspavientos como Angela Merkel. Pero los tories de todo Occidente también tienen un problema muy serio: en el fondo no creen en la política. Inquietante contradicción si tenemos en cuenta que lo que toca a un gobernante es hacer política. Es esta la razón por la cual el Nobel Paul Krugman acusa a los republicanos de los EEUU de ser mala gente, es decir, un hatajo de cínicos que intentan arrimarse al Estado precisamente para desmantelarlo. 


No quiero ser tramposo, estoy seguro de que muchos políticos de derechas han tenido y tienen un cierto sentido institucional. Lo tuvieron Areilza o Suárez, lo tenía Herrero de Miñón y, ya en nuestro tiempo, lo ha tenido Soraya Saenz de Santamaría, a la que defenestraron ellos mismos miserablemente. Creo, por cierto, que lo tiene Feijoo, pero sospecho que le temen más de lo que le admiran.

 

El problema de la inmensa mayoría de conservadores que conozco, lo diré de una vez, es que aún no han aprendido de qué va esto de la democracia. Lo entienden, algunos muy bien, en cuanto a las formas, pero no lo entienden en profundidad. No aman la democracia, creen que es una mediación más o menos molesta para conseguir fines como el poder y el dinero, pero no van más allá. Por eso el PP se ha llenado de indeseables. Si en la derecha española se hubiera implantado una auténtica fe en las libertades y en las virtudes de la deliberación, el partido que los representa habría perseguido a sus corruptos por sí mismo. Igualmente habría evitado prácticas tan repugnantes como las que desencadenó el diario El Mundo cuando lanzó sospechas de connivencia con el terrorismo tras las elecciones que ganó Zapatero.  En la actualidad habrían marcado nítidamente las diferencias con la ultraderecha. Pero el problema de la derecha es que no ha emergido desde la resistencia a la Dictadura, sino desde la connivencia con ella. Fue el Caudillo quien dijo aquella genialidad de "haga como yo, no se meta en política". Suena a sarcasmo, aunque él lo dijo completamente en serio. No estoy seguro de que hayan salido de esa lógica que considera la política un fastidio. Son demócratas a la fuerza y con condiciones. Ese es su agujero negro y, cuarenta y cinco años después de la muerte del Dictador, siguen sin asumirlo.

 

Mientras los votantes de derechas no entiendan que la corrupción es execrable o que un tipo que dice estar en política para forrarse es un indeseable, esperpentos como el de las últimas horas seguirán siendo habituales. 



Y mientras Vox se frota las manos. No voy a derramar una lágrima por el desastre hacia el que se encamina el partido de Fraga y Aznar. La izquierda se ha buscado muchos de sus fracasos. La derecha también.  


Thursday, February 10, 2022

EL MONO MALDITO



Pregunto a mis alumnos de la ESO por la célebre frase de Thomas Hobbes: "El hombre es un lobo para el hombre". Se deduce que, en  estado natural, la condición ferozmente egoísta y depredadora del ser humano conduce a la guerra de todos contra todos, o, lo que viene a ser lo mismo, a la destrucción de la especie. Difícil no coincidir entonces con el pensador escocés en la necesidad de un gobierno despótico, un "Leviathan" -como él lo llama- destinado a imponer el terror para salvarnos de nosotros mismos. Tiendo la trampa en el aula y caen como moscas: "necesitamos" -me contestan algunos- "el miedo al castigo para no robar, agredir o violar". Les pregunto entonces qué mueve a tantos y tantos seres humanos a indignarse por el hambre en el mundo, a abuchear a los políticos corruptos o a gritar en público contra las guerras. Y entonces llegan las dudas, que es exactamente lo que pretendo: impedir que se acomoden en el escepticismo absoluto, que me parece una salida facilona. Tanto  como ingenuo sería creer que no necesitamos leyes ni jueces ni cárceles. 


Vuelvo una y otra vez a "El caballo de Turín", del húngaro Bela Tarr. Ningún film me ha estremecido tanto en muchos años. Supuesto trasunto de Nietzsche, un vecino llega a la casa de los protagonistas, un viejo y su hija, prisioneros de una tormenta espantosa y que viven una existencia gris y miserable. Dice haberse quedado sin palinka, un licor por lo visto común entre aquellos desdichados. Aprovecha para mortificar al viejo con un discurso al que su hija asiste en un intrigante silencio. No hay esperanza para la raza humana, afirma. Una estirpe de lobos codiciosos y sin escrúpulos han dominado el mundo desde siempre. No hay dioses, ellos lo saben. Por eso se han apoderado del mundo terrenal -el único disponible-, y han contado para ello con la aquiescencia de todos los demás, que lo hemos tolerado por pura cobardía. "Así fue siempre", concluye, "y así seguirá hasta que nos extingamos". 



¿Tiene razón el tipo que desaparece en medio de la tempestad mientras regresa a su casa para emborracharse?


Sé algo sobre mi propia maldad, sé de lo que soy capaz. Pero he salido al mundo, y a menudo me he sorprendido con la evidencia de que en crueldad solo soy un amateur. Además con el tiempo he desarrollado una pereza para hacer daño que amenaza con convertirme incluso en un tipo previsible y aburrido. Pregunto a mis alumnos que harían si consiguieran volverse invisibles. Yo les digo que no le tocaría las tetas a las mujeres ni robaría en las tiendas del barrio ni empujaría escaleras abajo a los vecinos que me caen mal o a los alumnos que no se comportan en clase. Intento hacerles ver que incluso en un tipo tan insignificante como yo hay alguna suerte de fibra moral, algún principio de virtud que me inclina a no ceder a las más bajos instintos aunque me asistiera la impunidad más absoluta. Intento defender el supuesto de que ellos, y la mayoría de las personas que conozco, poseen también esa fibra, la llamada de la conciencia que impide a la mayoría sumarse a la legión de los desalmados. 

Quizá me esté equivocando. La vida no acostumbra a ponerme en la tesitura de tener que chafarle el cuello a nadie por comer o dormir bajo techo. ¿Sería igual si tuviera que batirme por necesidades esenciales? Mi padre me ha contado cosas sobre los bombardeos franquistas de Valencia o sobre la hambruna de posguerra. Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo. Cuando estalló el covid, vi a dos tipos hechos y derechos pelearse en el mercadona por llevarse el último paquete de papel higiénico. Una trabajadora, cuando pasó lo peor, me confesó que regresó muchas noches llorando a casa porque la actitud de muchos clientes en aquellos días parecía propia de una situación catastrófica... Y, joder, sólo era el covid.

Escucho a personas de mi edad decir que ya han dejado de creer en sus congéneres. Acaso tengan razón, acaso somos una especie de simio maldecido por los dioses, que le han dotado de luces para ser la bestia que habrá de provocar su propia extinción, sin que esté claro que no vaya a provocar de paso la de todo el planeta. 


Quizá debamos abrir esta noche una botella de palinka y emborracharnos hasta olvidarnos por unas horas de nuestra propia inmundicia. 


Y sin embargo... y este "sin embargo" abarca un espacio inagotable.    

Friday, February 04, 2022

AQUEL HOMBRE


Cometo el error de aceptar el consejo de un amigo sobre el documental que Netflix emite sobre la dictadura franquista. Mi amigo es catalán y simpatiza con el Procés. Le respeto porque, pese a que discrepo de él, defiende su criterio con discreción y sin sobreactuaciones. Pero hay algo que distancia nuestras respectivas sensibilidades: yo solo tengo a España, o, para ser más exacto, yo solo tengo la Segunda República. No hay utopía disponible para mí, como sí la hay para los nacionalistas del Principado, que apoyan su sentimiento patriótico en la reivindicación de un estado. Suena incluso bien, pero, lo siento, la República que proclamó Puigdemont no tiene nada que ver con la que se defendió con cientos de miles de muertos en el 36. Lo diré de una vez: para el meu amic España ya dejó hace mucho de ser la camisa blanca de ninguna esperanza. Para quienes piensan como yo, la República es lo único que tenemos, o en todo caso, lo único que tuvimos, el relato trágico de una larga desesperanza.

Creo que él ha visto el documental, "La dura verdad sobre la Dictadura de Franco", con cierto confort. La peripecia vital del Dictador, al cual Netflix presenta como un monstruo atroz, es la confirmación de que España es eso de lo que hay que huir. Se puede huir hacia la Catalunya lliure, o, como Goytisolo, al Mahgreb... Yo no puedo huir, no estoy a tiempo, o, en todo caso, ya solo puedo huir hacia el pasado.

Me asiste cierta desazón después del primer capítulo de la serie. No es solo eso que ya sé de mí: siempre me invade una profunda melancolía cada vez que regreso a la catástrofe que para esta península occidental de Europa supuso la Guerra. Pero hay algo más. Por momentos llega a incomodarme la tendenciosidad del relato, por más que mis primeros instintos me invitan a darles la razón: aquel enano lleno de rencor y carente de más fibra moral que la de un psicópata, sería el mayor asesino del siglo XX si hubiera llegado a tener el poder de Hitler o de Stalin. Ante nuestros ojos se seleccionan, sospecho que con cierto sesgo tramposo, breves intervenciones de historiadores tan reputados como Beevor y Gibson. Hablamos del protagonista de una película de terror. Quizá lo fue.

Llama la atención que, durante el conflicto local, sus aliados alemanes e italianos se sorprendieran de la crueldad con la que era capaz de emplearse con sus enemigos. Con respecto a los Rojos no hay ni un detalle de elegancia ni de magnanimidad. No me asombra lo que muestra el documental a ese respecto. Era un señor de la guerra sin entrañas. Él y su entorno de sádicos, torturadores, ignorantes y fanáticos producen ahora cierta hilaridad con su mal estilo y sus vivas a la muerte, pero dominaron España a sangre, fuego y hambruna durante cuatro décadas. Somos en gran medida hijos de aquel desastre. El fango medieval al que regresamos en el 39 con la derrota por obra y gracia del victorioso general parece tener algo de irreversible: nunca terminaremos de pagarlo, nunca dejaré de presentir los residuos de aquella miseria de casi medio siglo en tantos tipos detestables con los que nos toca convivir en este país que parece estar todavía por civilizar.

¿Fue Francisco Franco el íncubo de Lucifer que Netflix presenta? Se me hace un poco bola porque quizá tengo demasiado asumido que, después de todo, la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt encuentra en el gallego de voz aflautada su encarnación más perfecta. Vamos, que siempre me pareció un pobre diablo, no puedo evitarlo. No sé si en el Caudillo había más del paleto que salía en la tele diciendo rimbombantes gansadas sobre Dios, el Imperio y las santas cruzadas. Tampoco importa ya demasiado.

Se me ocurren un par de cosas.

La primera es que ha hecho falta una multinacional mediática para que llegue a los españoles un documental donde se describa al fin al Caudillo como lo que fue, un émulo de Mussolini que, al contrario que éste o que Hitler, se escapó por la gatera para seguir cuarenta años dirigiendo el cementerio en el que había convertido la nación. De haber sido realizado este documental por el Ente Público o incluso por la Sexta, los alaridos de indignación se habrían escuchado en la Polinesia. Lo inimaginable en Alemania es aquí la norma, los conservadores españoles son incapaces de romper con el franquismo. Tampoco es extraño, siempre es duro matar al padre.

La segunda es que, después de todo, no me preocupa demasiado si en el dictador hay astuta perversidad o simple barbarie. Lo que de verdad me entristece, lo que jamás debemos perdonar, es que lo que alianza entre la Iglesia, los militares y los oligarcas de la vieja España consiguió fue eliminar a todas las cabezas y los corazones válidos de la España de los años treinta. Asesinados, exiliados, silenciados, aterrorizados... los millones de españoles que construyeron la República y que estaban destinados a sacar definitivamente al país de la miseria moral, social y económica que arrastrábamos fueron eliminados. España perdió lo mejor de su capital humano.

Tras su rastro en las cunetas solo queda el desierto. Como dijo Gil de Biedma, "la de España es la historia más triste, porque siempre acaba mal".