Sunday, January 28, 2007


BÁRBAROS
DE LAS CALLES
Podría explicarles las razones por las cuales aquella tarde me sentía especialmente relajado, pero no voy a hacerlo porque -¿saben?- creo que deberíamos hacer todos un esfuerzo para experimentar el placer inmenso de estar vivos, sentir sobre la cara el viento húmedo de la libertad y abrir las narices aunque sea -Félix Grande dixit- "pólvora lo que pueda olerse"... y todo ello sin necesitar excusas ni sentirnos obligados a dar explicaciones. Estaba en paz con Dios y punto, conque, abstraído en mis pensamientos, caminaba por la acera al ritmo de mi alma y no al de las calles. Ese fue el pecado que desencadenó el conflicto. El empujón de un tipo de unos veintitantos años al que, por su amargor, llamaré "Pomelito", me hizo bajar abruptamente de las alturas espirituales en que me hallaba. Llamé educadamente su atención unos segundos después, cuando empecé a hacerme a la idea de lo que había pasado. La respuesta de Pomelito no tiene desperdicio: "Si tú no tienes prisa, puedes ir lento, pero otros sí la tenemos", ante lo cual contesté que era un maleducado, quedando el tema zanjado cuando me devolvió la increpación con un insulto. Nunca sabrá Pomelito lo cerca que, mientras se alejaba a toda prisa por la avenida, estuvo en ese momento de tener un problema realmente serio, y no voy a engañarles a ustedes haciéndoles creer que soy un tipo de natural pacífico. El que acabara aquel incidente pensando que había actuado correctamente no sometiéndome en silencio, como tantas veces hacemos, a la agresión de un bárbaro, pero no perdiendo los papeles ante la insistencia en la agresión, devolvió la paz a mi alma y la lentitud a mis pasos.
¿Se han dado cuenta de que los maleducados tienen siempre la respuesta preparada? Hay quien entra en el Metro antes de que salgan los pasajeros y, cuando es increpado, se inventa que "mientras vosotros salís por la izquierda, nosotros entramos por la derecha". Tengo alumnos que, tras sonarles el móvil en clase, se indignan ante mi afearles la conducta arguyendo que "para urgencias sí deben dejar que nos suene el móvil", lo que conduce naturalmente a una farragosa discusión sobre el concepto de "urgencia". Recuerdo -déjenme seguir con estos tan edificantes ejemplos- que en una ocasión fui literalmente atropellado por un conductor, quien me golpeó con el morro de su coche y que, cuando le hice ver lo incorrecto de su acción, me espetó que yo no había pasado "por donde empieza el paso de cebra", lo cual sospecho que me ponía en situación de agradecerle que tras atropellarme no hubiera pasado por encima de mi cuerpo como sin duda hubiera hecho su probable ídolo, el personaje de Un día de furia, encarnado por Michael Douglas, quien asumió perfectamente el papel de un energúmeno urbano, burgués perfectamente integrado y bien vestido que, una mañana, tras un atasco, enloquece hasta sacar todos los instintos de animal resentido del armario y empezar a disparar con una recortada contra todo aquel que le moleste, sea un vendedor que no sabe dar el cambio, una esposa que no te pone la cena o un peatón que no pasa por donde debe. Curioso: la mayoría de maltratadores de las calles con los que me he topado no eran skinheads ni punkis ni inmigrantes ni yonquis ni prostitutas llegadas en patera... eran gente como Dios manda.
Me molesta la agresividad de la gente, agresividad creciente en nuestras ciudades, y que, si hacemos caso de incidentes como el de Pomelito, amenazan con trasladarse de las calzadas -donde reina por doquier- a las aceras, que empiezan a establecer ya la jerarquía entre los que van a algún sitio, tienen prisa, están ocupados, y quienes van al paso que les da la gana y no al que les impone una sociedad enferma e histérica. Obviamente, los primeros son mejores, pues de lo contrario no se sentirían con derecho a echar a la cuneta a los otros y después insultarles. Es más o menos lo mismo que esos fascistas de autopista que a doscientos por hora te lanzan las luces largas porque, con tu automóvil a la velocidad reglamentaria, te conviertes automáticamente en un estorbo. No me parece muy lejos esa mentalidad de la llamada neoliberal, que detesta pagar los servicios públicos precisamente porque sufraga -"con mi dinero"- a los viejos, los enfermos, los deficientes y demás estorbadores profesionales.
Ya no necesitamos mazmorras ni policías de gris pegando con la porra, ya no hacen falta leyes de vagos y maleantes, vivimos encerrados en cárceles de prisa, sometidos a la necesidad compulsiva de sentir que vamos en todo momento a alguna parte, que estamos ocupados, que aprovechamos el tiempo... Odiamos el silencio, los espacios vacíos, los domingos sin tiendas... no imaginamos hasta qué punto nos tiene cogidos del cuello nuestra hipoteca, hasta qué punto somos más siervos de los dueños del mundo de lo que lo hemos sido nunca. Resístanse, no dejen que Pomelito mande en las aceras de la vida.