Tuesday, May 28, 2019

POR QUÉ NO AMO JUEGO DE TRONOS

No perderé ni un instante en cuestionar la evidencia: "Game of thrones" es una gran serie, o mejor, es un magnífico producto televisivo. Su manufactura es impecable, hay cine de alto nivel hasta en sus episodios más anodinos... No es extraño que algunas de sus consignas más célebres -como la ya mítica "winter is coming"- se hayan convertido en mantras del Occidente globalizado. 

Pese a la extensa literatura analítica que ya ha desencadenado, y la que está por venir, no deja de parecerme un divertimento ligero. No tengo nada contra los divertimentos ligeros, sobre todo cuando, como creo que es el caso, son auténticamente divertidos. Para que te atrape con más intensidad de lo que me ha atrapado a mí, que me ha entretenido sin llegar a conmoverme, hace falta, supongo, ser admirador del universo Tolkien o haberse criado con "Dragones y mazmorras"... Quizá incluso con "Star Wars", que huele a Medioevo trasladado a las galaxias. Yo soy hijo del Capitán Trueno y los personajes de Charlton Heston,  y mi Edad Media es la de Harold Foster o la de Umberto Eco, qué vamos a hacerle, son cuestiones generacionales. 


De entre las muchas tramas esparcidas a lo ancho de Westeros desde la indudable competencia narrativa de George R.R.Martin, alcanza el máximo vigor la construcción de un doble héroe, Jon Snow y Arya Stark, que desde mi perspectiva vienen a ser uno sólo. Jon es un bastardo y su destino no es regio pero, como sucede en todo relato inteligente con los bastardos, son ellos quienes en realidad guardan lo más noble de la esencia del linaje... En ello consiste su tragedia. En cuanto a Arya, su condición femenina y el hecho de empezar la serie siendo una niña le convierte en el gran tapado del relato, que consiste en gran medida en una larga venganza por parte de la familia Stark. A Arya le toca hacer el trabajo sucio... 

El contrapunto de Jon-Arya es la reina Targaryan, Daenerys de la Tormenta. Su historia de amor con Snow está condenada porque, tras superar toda serie de adversidades, llegará a un punto sin retorno en el cual interiorizará la especie de que el poder lo justifica todo, lo cual le terminará convirtiendo en una loca y despiadada genocida... eso que tanto a enfurecido a los fans y que a mí me parece perfectamente lógico dada la trayectoria biográfica del personaje. Está en toda la historia de la literatura desde los relatos bíblicos: la inestabilidad que desencadena el drama sólo será superada con el sacrificio de un hermano enloquecido. 


Entiendo que molestase a muchos la muerte de la Madre de Dragones, pero estaban avisados desde la primera temporada, cuando Ned Stark es asesinado por el niñato Rey Joffrey. El juego no perdona -"ganar o morir"-... y a fin de cuentas nunca he dicho que Game of Thrones fuera Disney. Ahora bien, no por alejarse de la hipócrita beatería de Disney se arrima uno a Shakespeare, como pretenden los acérrimos de la saga. No cuestiono la brillantez de algunos diálogos, pero no fastidiemos: yo veo a Dickens y a Kafka en "The Wire", veo a Conan Doyle en "House", a Shakespeare en "Breaking bad" y a toda la mejor literatura en que queramos pensar en "Los Soprano", en la primera entrega de "True Detective" y  en "Mad Men"... En Juego de Tronos, lo siento, lo que veo es a Tolkien. 

Les diré de una vez por qué no amo la serie. Por más que Poniente sea un reino inventado, lo cual es por cierto muy tramposo, el escenario que dibuja es inequívocamente medieval. Las espadas, el vasallaje y los códigos de honor no faltan, pero hay algo imprescindible que nos es escamoteado: la religión. ¿Dónde está el Dios omnipotente sin el cual es imposible entender el alma medieval? No hay sombra de los templos, no encontramos la cultura del monacato. Ni siquiera presentimos el temor de Dios que otorga al Medioevo esa oscuridad que con tanta maestría lo penetraba todo en "El nombre de la rosa", de Umberto Eco, o en los mejores textos de Amin Maloouf. No me puedo creer la Edad Media sin Dios... Sin apologetas de lo sagrado ni Santos ni profetas apocalípticos ni procesiones penitentes la presencia de lo mágico se vuelve arbitraria y pueril. No hay un gran criterio con pretensión universal que distinga el Bien y el Mal, la virtud del pecado... No hay fundamento moral en Poniente, por eso a veces los buenos se vuelven malos y viceversa sin que subsistan más motivos dramáticos que la ambición y la venganza. 


Esa falta de un aire espiritualmente denso arrastra todas las demás debilidades del relato. Khalessi se hace poderosa como criadora de dragones, pero, ¿por qué dragones? ¿y por qué escupen fuego como quien lanza bombas atómicas? ¿Puede legitimarse en el Trono de Hierro una señora cuyo poder se basa en que a la voz de "Dakarys" nos puede chamuscar a todos? Me pasa lo mismo que con los zombis, Caminantes Blancos o como demonios se llamen. En una de esas ocurrencias de sobreinterpretación que están tan de moda se nos indica que son una metáfora del cambio climático. Seguro que hay una explicación intrínseca a la narración misma, pero, qué quieren, a mí me parecen un deus ex machina como una catedral. Tan ridículo como que el tipo ese tan feo, el Rey de la Noche, que los va a congelar a todos y que levanta a los muertos termina en nada -derretido, como toda su hueste infernal- porque Arya le apuñala con acero valyrio. Venga, hombre, vamos a ser serios. 


Un par de últimos detalles, y no pienso bromear con lo que viene a continuación ni quiero ponerme mojigato. Puestos a hablar de divertimentos ligeros me gustan más "Vikingos" o "Walking dead", pero, de igual manera que he criticado la propensión al sadismo de estas teleficciones, debo decir que no me seduce nada la banalización de la violencia que se impone en Thrones. El espectáculo de la sangre y las secuencias interminables de torturas y violaciones termina echándome atrás. Si por algo me molestó la masacre perpetrada por Daenerys en el penúltimo capítulo fue por esto: cientos de miles de personas inocentes son destruidas por una loca enfurecida. Qué barata es a veces la muerte. La violencia y la guerra forman parte de la vida, no soy ingenuo, pero cuando el derramamiento de sangre se vuelve incontinente, como si las vidas inocentes no valieran nada, no me acuerdo de Shakespeare, más bien me entran ganas de apagar la tele.   

... Debe ser que me hago viejo. 

Wednesday, May 22, 2019

FINAL

Tenía la intención de escribir hoy sobre "Juego de tronos", básicamente para vituperarla y fastidiar así un poco a su multitudinaria legión de adeptos, pero lo dejo para próximas fechas. Ha surgido en los últimos días un asunto que desata mi curiosidad: a estas horas debe acercarse ya al millón el número de firmantes de la petición recogida por change.org para obligar a HBO a rehacer el final de la serie. Por lo visto es toda la temporada séptima -última de la serie- la que los indignados consideran que debe invalidarse. Sospecho que si habláramos de Telecinco no se lo pensarían, sería un negociazo... Tratándose de HBO, que no se ha ganado el prestigio en una tómbola, supongo que la petición está abocada al fracaso. Será como cuando un crío le dice a su madre que las chuches que le ha comprado no le gustan y que quiere otras, a lo que la madre contesta, muy razonablemente, con un rotundo "¡No!"

Tengo entendido que en el ámbito procesal existe la figura del "error judicial", que en situaciones excepcionales puede obligar a repetir un juicio. En territorio menos serio, el fútbol, sabemos de partidos que hubieron de repetirse por distintas causas. Incluso la Iglesia Católica es capaz, si uno tiene paciencia y bastante pasta, de anular un matrimonio. Ahora bien, en series televisivas, una propuesta de capítulo o temporada invalidada, con la consiguiente exigencia de repetición... joder, esto sí es novedoso. 

En el Londres del siglo XVII el público recibió con gran pesar la muerte de John Falstaff en "Enrique V". Era tal la atracción por aquel personaje, que hacía llorar de risa a las masas agolpadas en el Teatro del Globo, que Shakespeare se vio prácticamente obligado a resucitarlo, convirtiéndole en protagonista de una comedia posterior y satisfaciendo con ello a sus desconsolados fans. Lo que no creo es que nadie se atreviera a decirle al de Stratford que se había equivocado con el desenlace de la obra; simplemente añoraban a Sir John y le suplicaron que le volviese a dar vida. Sin salir de la literatura, es notorio que la historia de la novela está repleta de finales discutibles. No puede ser de otra manera, porque el final de un relato es como la entrada a matar de un torero, puede arruinar una faena formidable. 

En la crónica del horror a los finales amargos cobra especial significación el caso del cine clásico americano. El célebre Código Hays, que vigiló la "corrección moral" de las películas durante tres décadas, obligaba indirectamente a los autores a encaminar la peripecia hacia el "happy ending". Tratándose de un medio de masas tan influyente, la derrota de "los buenos" podía esparcir el desaliento y la disolución de las costumbres. Hasta qué punto aquellas restricciones perjudicaron al cine de la época es debatible; lo que hay que entender es que se trataba de una imposición autoritaria surgida de unas instituciones que, con la Depresión y los totalitarismos, velaban por la unidad de una nación cuya supervivencia veían seriamente amenazada.

Lo de ahora, obviamente, es otra cosa. Se ha vuelto tan frecuente que teleficciones "maelstrom" desencadenen oleadas de quejas que lo difícil es encontrar una gran serie que haya dejado satisfechos a sus seguidores con el desenlace. Acuérdense del final de "Perdidos" -que a algunos en España comparan con el esperpéntico cierre de  "Los Serrano"-, del abrupto fundido en negro final de "Los Soprano" o de la muerte fingida del protagonista en "House". 

Ya saben que me gusta llevar la contraria. Para empezar, me pregunto por qué en vez de pasar el tiempo enfadándonos por finales que nos disgustan no nos dedicamos a elogiar pequeñas maravillas como el sublime cierre de "A dos metros bajo tierra" o el igualmente magistral último instante de "Mad Men"... lo digo por aquello del vaso medio lleno. Además, qué quieren, ni me pareció mal acabada "Los Soprano" ni era ya posible otro cierre para "Perdidos". En cuanto a "Juego de tronos"... pues ya ven, yo creo que han hecho lo que tocaba. 

En cualquier caso no es el final de Poniente lo que me trae aquí, es más bien el fenómeno sociológico tan fascinante que ha desencadenado en estos siete años y que alcanza ahora el paroxismo con las reacciones a la clausura de la serie.

Sabemos desde McLuhan que un medio es siempre algo más que un medio. Internet no hace más rápido o mejor lo que ya hacíamos, internet hace otra cosa. La repercusión que obtienen iniciativas tan ridículas como la de change.org no se entendería sin la Red... es más no sería siquiera posible sin ella. Y lo inquietante es el estado de ánimo que revela. 

¿Entendemos lo que significa democracia? Hay series que ya han tratado abiertamente de construir finales a la medida de los gustos de los telespectadores. Por aquello de la confusión entre la realidad y la ficción, que es lo que caracteriza a los esquizofrénicos, podríamos también exigir que nuestras historias de amor terminaran bien, que la oposición a Cátedras en la que participo se resolviera en mi favor o que mi abuelo hubiera superado la enfermedad que le llevó a la tumba. Ya puestos, y como me temo que el Valencia va a perder la final del sábado contra Leo Messi, podríamos exigir a la Federación que sólo contemplara un final posible, es decir, el que a mí me molaría. El pequeño problema es que mi felicidad supone a menudo la desdicha de otros, lo cual, además de poco cristiano, parece poco democrático. Además, si todo hubiera de salir tal y como queremos, la vida sería un infierno de aburrimiento y creo que no tardaríamos en suicidarnos. 

Podemos considerar que el final de "Juego de tronos" es equivocado, y de igual manera los acérrimos de la serie deberían aceptar que algunos la consideremos un producto sobrevalorado. Lo que no cabe es decirle a los guionistas del relato qué deben escribir, pues en ese caso lo que yo sugeriría a los firmantes de la petición es que se dedicarán al noble oficio de guionista televisivo. Además, no estoy nada seguro de que el cabreo sobrevenga porque sea un mal final, sino porque ese final destruye a algún favorito del público. Vamos, que lo se reclama es un happy ending. Pero, ya ven, y sin entrar en spoilers, es la coherencia del relato lo que deben proteger los autores, no las preferencias de los admiradores de tal o cual personaje. 


... ¿Por qué sigo con esta sensación de que el Valencia pierde el sábado la final de la Copa? Por favor, Arya Stark, acaba con Messi.   

Saturday, May 18, 2019

ASSANGE Y LA VERDAD

De aquello hará como un cuarto de siglo. Por inimaginable que ahora nos resulte, Internet aún no estaba entre nosotros. Un grupo de universitarios discutíamos sobre la apasionante incertidumbre de aquel tiempo, cuando, con la difusión masiva de la informática de consumo, se adivinaban transformaciones de alcance revolucionario. El más osado de entre nosotros, mientras sostenía una pipa de hachís y el fondo musical era Police, prometía una "Arcadia cibernética". Sostenía la posibilidad de que la ciudadanía aprovechara el nuevo potencial tecnológico para democratizar la difusión y el acceso a la información hasta niveles dignos de una eufórica utopía. Otro, más escéptico, le apuntaba que, pese a todo, vivimos entre relaciones de poder, y que corporaciones feudalizadas secuestrarían la información. Por más que la tecnología cibernética creara ciclópeas autopistas comunicativas, decía, habría élites que controlarían el saber, y por tanto la riqueza, en una sociedad del conocimiento como es la tardoindustrial. 

El caso de Daniel Assange me recuerda aquella controversia de mi juventud. Les confieso una inquietud: ¿por qué no ha desatado mi indignación? Si yo fuera un adulto insider y con sentido de la responsabilidad, me limitaría a afirmar que Assange en un hacker peligroso y que los Estados hacen bien en poner a salvo sus secretos de semejante incontrolado, entre otras cosas porque la vulnerabilidad de ciertas informaciones afecta a la seguridad de todos. Queda uno mejor si adopta la postura crítica de tipos como Zizek, quien presenta la persecución al creador de wikileaks como un ejemplo del despotismo liberticida de los amos del mundo. El Caso Assange sería, para quienes así piensan, una versión actual, y por tanto adaptada a la Galaxia Internet, de otros como el Watergate o los Papeles del Pentágono, en los cuales colisionaron directamente el establishment político y la prensa libre, convertida entonces en genuina defensora de los valores democráticos. 

Toca entonar el mea culpa y reconocer con Zizek que nuestro silencio en torno a lo ocurrido en la embajada donde se refugió durante años Daniel Assange es bochornoso. 

¿Seguro? 

... A ver. Yo no tengo ninguna duda que el asunto de wikileaks y sus filtraciones, y todo lo ocurrido posteriormente con su creador pone en cuestión la calidad democrática de los gestores de las grandes naciones, empezando por los norteamericanos. Es cierto que las filtraciones han sacado a la luz documentos y conversaciones secretas que evidencian comportamientos indecorosos, corruptos e incluso criminales por parte de Estados con un enorme peso en el orden mundial. Habrá quien me recuerde las sombras de Assange, su condición de supuesto abusador sexual, la irresponsabilidad de muchas de sus revelaciones -que le definen antes como un hacker y un gamberro que como un defensor de las libertades-... Me recordarán también el papel que jugó en las elecciones norteamericanas, con las revelaciones de los mails que arruinaron la campaña a Hillary Clinton...

No estoy nada seguro que las revelaciones sean tan escandalosas, salvo que pensemos que los Estados y las megacorporaciones están siempre del lado de la legalidad, lo que nos delataría como deficientes mentales. Muchas de ellas podrían acabar con gobiernos y enviar a prisión a significados mandarines. En un primer nivel de análisis uno se ve tentado a converger con Zizek: la democracia está en peligro porque las élites nos manipulan, nos mienten y nos vigilan... Assange es nuestro héroe, el francotirador que, junto a otros partisanos y outsiders, nos está defendiendo mientras consentimos que lo saquen a rastras de la embajada para encarcelarlo, silenciarlo y, si lo permitimos, asesinarlo. 

¿Por qué no termino de creerme lo que digo? O mejor, ¿no será que el de la información y la transparencia es el último gran mito? Yo no estoy nada seguro de que acceder a ciertos secretos, como pretenden quienes han convertido a Assange en héroe de la contestación global, sea lo que necesitamos para derrocar a los malos. No estimula demasiado mi confianza que Putin y en algún momento Trump -no ahora, obviamente- hayan expresado sus simpatías por el personaje. 

¿Recuerdan "La carta robada", aquel inolvidable relato de Poe? Un espía ha robado una carta a un ministro. La policía localiza la casa donde vive el espía y se le ordena que encuentre la carta, de lo cual depende la seguridad del Estado. Tras una investigación sofisticada y minuciosa hasta el delirio la carta no aparece, a pesar de que todo indica que se halla en la casa. El detective Dupin termina encontrándola. Simplemente no estaba escondida, era un papel con pinta de insignificante que se hallaba a la vista de todos... Nadie en la procelosa investigación había reparado en él, nadie pensó que tan avezado espía lo hubiera puesto tan fácil... pero ese fue su acierto. 

¿Ven dónde voy a parar? ¿De verdad necesitamos a Assange? A mí todo este asunto me suena muy a Ferreras y Pastor, muy a Club Bildenberg, muy a reality show... La información convertida en espectáculo de sí misma, los media más agresivos convenciéndonos, mientras tomamos el café en el sofá, de que gracias a ellos lo vamos a saber todo, especialmente aquello que nos quieren ocultar. Hollywood va a hacer pelis superdivertidas con este asunto, no me cabe duda... Y acuérdense de darle un papel a Tom Hanks y otro a Meryl Streep.

Nos gusta pensar que nos mienten, y sin duda lo hacen. Pero, verán, yo he visto en un diario tan stablishment como El País informes sobre cosas que suceden en África que resultan estremecedores. No hace falta wikileaks para saber que en regiones ricas en coltán y otros materiales estratégicos las naciones más poderosas fomentan guerras terribles, sin olvidar de las armas que les vendemos, por ejemplo, desde empresas españolas. Yo no necesito a Assange para saber que la precarización laboral está recuperando condiciones laborales propias del siglo XIX, que los gobiernos impiden a las ONG luchar para que no se ahoguen miles de inmigrantes en el Mediterráneo, que no hemos cumplido lo pactado sobre los refugiados de Siria, que Guantánamo es el sumidero por el que se desliza la legitimidad de la democracia, que el caso palestino o el saharahui nos desacreditan a todos o que el asunto climático va totalmente en serio. 


Dijo Cristo que "la verdad os hará libres". Se equivocaba. En una sociedad ultraindividualizada como la nuestra, la verdadera dictadura no es la de los secretos, sino la de la indiferencia, y su consecuencia es la impotencia política ciudadana. Ya había suficiente verdad antes de Assange. No es él quien va a venir a salvarnos.   

Thursday, May 09, 2019

TOMÁNDONOS A ZIZEK EN SERIO (II)

.Y ahora sí me pongo serio, entre otras cosas porque gracia, lo que se dice gracia, el asunto tiene poca. Sin ambages, Zizek califica al ISIS como "islamofascista" y califica sus actos como monstruosos. Pero el análisis debe ser profundo y mostrar capacidad de sospecha: las grandes potencias mundiales fingen combatir al ISIS cuando en realidad forma parte de una partida de ajedrez de dimensiones geoestratégicas. En otras palabras, se usa al ISIS para dañar al rival. 
..

Otra cuestión que debemos plantearnos es la de nuestra supuesta exposición al terrorismo. Esporádicamente la población occidental es atacada y ello genera pánico, pero olvidamos que en otros muchos lugares el terror y toda suerte de abusos forman parte de la vida cotidiana, a veces por cierto con complicidad occidental. 

No hallamos en este análisis elogio oculto alguno a los fanáticos. Para empezar Zizek nos previene contra el miedo a la acusación de "islamofobia" que sobreviene, sobretodo en la izquierda, cuando se pronuncian condenas morales inequívocas. En el islamofascismo, dice, no hay sino impotencia y resentimiento que se transforman en furia destructiva. En esa línea, y hablando de la izquierda, es aconsejable también mantener cierta cautela respecto a la presunción de que la inmigración podría convertirse en algo así como el nuevo proletariado o clase revolucionaria, pues quienes tal cosa afirman entusiastas parecen no considerar que nadie asume la ideología hegemónica de la globalización capitalista y consumista tan fervientemente como quienes sueñan con vivir en Alemania o EEUU. 

Este razonamiento nos lleva a la disyunción ideológica en medio de la cual nos hallamos nosotros: la izquierda grita que es inmoral dejar morir a los inmigrantes en el Mediterráneo, la derecha demanda que acoracemos nuestro modo de vida y que en el sur se las apañen solos. 

No sabemos si es mejor pensar que las dos posturas son desechables o que ambas tienen una parte de razón. Zizek propone salir del bucle asumiendo que el verdadero mal está en la lógica que ha impuesto el capitalismo globalizado y que ha destruido mucha más riqueza y ha generado infinitamente más desperfectos que la inmigración. Podemos creer que el incremento de la pobreza o la proliferación de nuevas formas de esclavitud son accidentales o transitorias, pero para Zizek son estructurales, el capitalismo las genera necesariamente. Las élites necesitan libertad para mover el capital financiero sin barreras y "libertad" de movimientos para las masas de mano de obra que usarán. Ahí se acaban las libertades y los derechos; lo demás que piden, curiosamente, es un Estado policial y autoritario. En el momento en que grandes multitudes interiorizan  ese discurso tenemos a Trump...

La pregunta surge de inmediato: ¿hay alternativa al capitalismo?  La afirmación de que "hay que reiventar el comunismo" es clave para atisbar los derroteros por los que nos conduce la obra de Zizek. Se trata, y el título del ensayo lo dice todo, de sostener la primacía del más determinante de los conceptos marxianos, la lucha de clases, que exige ser redefinido en un tiempo tan complejo como el nuestro, donde se cruzan antagonismos de tantos tipos, que pretender que todos terminen yendo a parar a la misma clave interpretativa que en la revolución industrial hizo valer Karl Marx resulta cuanto menos arriesgado. 

Llegados a ese punto, todos hacemos la misma pregunta al esloveno: ¿nos sentamos a esperar que la dialéctica de las clases madure en el tiempo para producir una resultante revolucionaria de características impredecibles? Zizek contesta que necesitamos un proyecto universal y que nuestra obligación es luchar por él. Debemos entender que las luchas parciales, desde la ecológica hasta el feminismo, pasando por wikileaks, los palestinos o Charlie Hebdo, forman parte de la misma batalla. 

¿Es esto el "comunismo" hoy en día? Una de las ideas más interesantes y habitualmente oídas de Zizek es la de que "comunista" no significa cargar con cierto mecanicismo histórico que haría desembocar la lucha de clases en el socialismo, sino entender que nuestro verdadero gran problema es qué hacemos respecto a lo que es "común" entre nosotros en un tiempo donde la tendencia es privatizarlo absolutamente todo. De ese proceso al que algunos llaman neoliberalismo se deriva la progresiva proletarización de la inmensa mayoría de nosotros. Por suerte o por desgracia ya no hay un final de la historia paradisiaco o acaso infernal, no olvidemos al camarada Stalin- esperándonos al final de la batalla. Sólo sabemos que desde la solidaridad con los excluidos y sin más sostén que nuestra propia voluntad tenemos alguna posibilidad de evitar la catástrofe hacia el que la deriva brutal del capitalismo nos lleva en estas primeras décadas del siglo XXI. 

... Quizá en esto consista la nueva utopía: creer que nada está escrito y que todo depende de si estamos dispuestos de verdad a transformar un mundo que amenaza con hacérsenos pedazos.   

TOMÁNDONOS A ZIZEK EN SERIO

Les hablo de Slavoj Zizek porque, puesto a hablar de un filósofo actual, si les hablara de Jurgen Habermas no entenderían nada, y si les hablara de Michel Onfray sería para decirles que me parece un listillo, y si les hablara de Beachot... ay... Beuchot -Mauricio Hardie de bautismo-, me gustaría tanto presentarles un análisis completo sobre su extensa e influyente obra, pero la verdad es que no tengo ni idea de quién cojones es. Sólo sé, por si les sirve para sentirse disuadidos, que en cierta web lo presentan como el primero de los grandes filósofos actuales y que "propone la hermenéutica analógica como una estructura intermedia entre la univocidad y la equivocidad"... Luego dicen que los filósofos no tenemos nada útil que aportar a la sociedad. 

¿Y Zizek? Bueno, hay que reconocer que es divertido, aunque el ensayo de tinte lacaniano que le hizo célebre -"El sublime objeto de la ideología"- es más bien abstruso. Sus entrevistas, sus conferencias -encontrarán sin dificultad algunas subtituladas en youtube- y otros muchos de sus escritos, por ejemplo "Bienvenidos a tiempos interesantes", alcanzan una simpática brillantez. Como todo aquel que tiene éxito, Zizek cuenta con numerosos "haters"... He llegado a encontrar una página en la Red donde se suplica a los editores que no publiquen más libros del pájaro. Si la cuestión es que el mundo académico te tome en serio, no es buena política hablar de Batman en la misma página donde has explicado a Hegel. Tampoco lo es que se te haya llegado a considerar el "filósofo de los hipsters", una fórmula que hizo fortuna hace unos años y que aún no he logrado explicarme. Ahora bien, si se trata de que te ocurra lo que no nos ocurre nunca a los filósofos, es decir, que la gente nos haga algo de caso, entonces el esloveno es un crack. Además, reconozcámoslo, el tío, además de poseer un bagaje intelectual arrollador, es listo como un zorro y cordial en las distancias cortas. Para colmo, parecer un energúmeno feo y lleno de tics, por lo anómalo que resulta en el gremio, termina de alejarle de la indiferencia. 

A mí me gusta, me lo paso bien con él, otra cosa es que me convenza. En este sentido comparto las críticas formuladas en "La razón populista" por Ernesto Laclau, quien le acusa -con una ironía muy zizekiana- de que tras leerle uno habría de quedarse "esperando a los extraterrestres". La idea es que Zizek está peligrosamente obsesionado por preservar el viejo concepto marxiano de la lucha de clases como el trasfondo de todos los conflictos que agitan nuestro tiempo. Cuando el propio Zizek admite que el marco productivo tardoindustrial es laberíntico, frente a la sencillez de la dialéctica burgués-proletario que conocieron Marx y Engels en el ochocientos, el resultado es una absoluta incapacidad para definir al actual sujeto revolucionario. Entre Lacan y Hegel, dos autores para Laclau incompatibles, la retórica de Zizek deambula entre el chiste y una impostada radicalidad que lleva a un callejón sin salida... Se diría, después de leer a Zizek, que no hay nada que podamos hacer, que la voluntad de transformar el mundo es completamente estéril y que quienes se manifiestan contra el machismo, el deterioro ecológico o cualquier otro foco parcial de conflicto no hacen sino reforzar las pautas ocultas de un sistema capitalista en el que, en el fondo, nos sentimos menos a disgusto de lo que queremos pensar. 

Duro ataque el de Laclau, ¿verdad? Y, sin embargo, hay momentos en que me sigue interesando leer a Zizek. Me ha pasado con el breve ensayo titulado "La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror", publicado en español hace un par de años por Anagrama. Voy siempre algo prevenido con Zizek, pero suelo volver a él a menudo. Y en este caso, al menos, ha conseguido que me lo tome en serio. 

El escrito es en realidad un "a propósito" de los atentados del Bataclán, en París, donde murieron ochenta y nueve personas, a los que se unieron otras víctimas en distintos ataques del Isis por la capital francesa en la misma noche.     

Wednesday, May 01, 2019

POR QUÉ LE CREEMOS

Digo "creemos", presuponiendo un nosotros del que participo, sin que ello suponga necesariamente que yo le haya votado. Voto sin entusiasmo porque, más por cautela que por anarquismo, he aprendido a no esperar gran cosa de la política. También porque, al contrario que algunos de mis allegados, jamás me he vinculado ni de hecho ni emocionalmente a ningún partido. Voto aquello que creo que es más conveniente para mí y para la mayoría, y si gobiernan aquellos a los que he apoyado me preparo para que me decepcionen unas cuantas veces por semana sin que ello me empozoñe el alma ni me convierta en cínico. Sé que la misión del gobernante es, al menos en parte, tomar decisiones impopulares, y que sólo quien se atreve a tomar el timón del barco en que todos vamos carga sobre sus espaldas con la responsabilidad del error. 

Mi razonamiento es muy sencillo: si en las listas electorales hay hombres buenos, debemos ayudarles; si son bandidos o miserables, como tantas veces hemos visto, no debemos dejar en sus manos la posibilidad de decidir lo que va a ser de nosotros. 

¿Es el que ha ganado las elecciones el hombre que necesitamos? Es poco probable. No soy ingenuo, el poder está hoy muy lejos de los órganos de representación, lo cual explica en términos muy sencillos la crisis de legitimidad democrática que define actualmente la situación de gran parte del planeta. "Sí se puede" es una bonita consigna, pero pretender que dependen del gobierno -y más del de una nación no central como la nuestra- factores como la precariedad, el paro, la presión migratoria o la especulación financiera, viene muy si lo que queremos es buscar culpables y vivir permanentemente enfadados, pero no estaremos entendiendo nada. 


Aún así hemos creído en él. Pedro tiene un relato, y eso hoy en día es tener mucho. Le hemos creído porque -ríanse si quieren- es un superhéroe... en el sentido más marveliano de la palabra. Como Batman, es un aristócrata que descendió a los infiernos porque los malos, empezando por los envejecidos mandarines de su partido, decidieron hacerle desaparecer. Cuando regresó de entre los muertos ya era tarde. Ante la general sorpresa, resultó imparable. ¿Talento? ¿Carisma? ¿Fortuna? No entendemos nada, no es el propio Pedro quien se ha vestido de murciélago, es la gente, empezando por las bases del mismo PSOE la que le ha llevado al trono. 

Cebrián, González, Guerra, Díaz, Zapatero... Si hay algo más dañino que los proyectiles del otro bando es el "fuego amigo". Hagan memoria: las bochornosas portadas de El País, las declaraciones de un Felipe cada vez más desenmascarado, las manos que se frotaban en el IBEX a la espera de ver caer de maduro al caballero del "no es no, señor Rajoy"... El PSOE se hacía pedazos, condenado a la irrelevancia, y sus viejos próceres asistían a la quema mientras salvaban sus culos. Sánchez saltó por encima de toda esa mugre porque la gente quiso que lo hiciera. 

Y ese relato no envejece, Vox le ha hecho esta vez el trabajo. Más allá de lo que Sánchez representa, creo entender que emergen -muy poco a poco, a duras penas- ciertas tendencias esperanzadoras entre la ciudadanía, al menos en el sur de Europa... Son corrientes que se solapan o directamente colisionan contra otras que provienen de lo más oscuro y mezquino del alma y que solamente son capaces de enrabietarse ante la evidencia de que el mundo está cambiando y que ya nada va a ser como fue en aspectos tan básicos para nuestras tramas vitales como las relaciones entre los sexos o las identidades nacionales. ¿Izquierda y derecha? Quizá sea así como se expresa cuando hay urnas, pero yo prefiero pensar en términos de la vieja disyunción excluyente: ilustración o barbarie. 


Me gusta pensar, y me asalta más la convicción desde el 15M, que la mayoría de la gente es cada vez más sabia, está más informada, viaja más y confía menos en los salvapatrias. Claro que acaso me ciega el optimismo que me produce ver que a los malos no les ha salido bien esta vez. Dijo el independentista Tardà, después de unas elecciones generales: "Ya lo veis, España no tiene remedio". 

A lo mejor sí lo tiene. Veremos.