Saturday, May 30, 2015

CALMA

Llevo días sometido a un régimen de silencio digno de una penitencia cuaresmal. Mis primeros instintos me inclinan insistentemente a reaccionar, a elevar la voz y llenar el aire de imprecaciones y desafíos, también a expresar jolgorio y a carcajearme como un vikingo borracho mientras asisto al espectáculo de la degradación humana de algunos cuyo poder creían inmortal, pues el populacho les jaleaba en los mercados y la prensa afecta les convencía de que tras ellos sólo estaba el caos. Son sin embargo ya demasiados años de filosofía como para no darme cuenta que el peligro de la sobrerreacción es que terminas pareciéndote a gente como Esperanza Aguirre, una yonqui del poder capaz de soltar todo tipo de atrocidades por no saber aceptar elegantemente la evidencia de que su tiempo ha pasado. 

Vivimos una época en la que la reflexión, que requiere espacio y sosiego, queda una y otra vez postergada sine die ante el atropello de una actualidad vertiginosa. Las cosas ocurren a tal velocidad, la información nos desborda de tal manera que si nos detenemos unos segundos a pensar nos entra el vértigo, como si nos bajáramos de un tren enloquecido al que ya no pudiéramos regresar. En estos días esa sensación se intensifica. Elecciones, cálculos, pactos, desalojos, reacciones insospechadas, nuevas detenciones por corrupción, respuesta de los mercados financieros... 

En realidad, no hablo mucho porque no sé muy bien qué decir. No es que no me susciten ideas los acontecimientos, quizá el problema es que me suscitan demasiadas, por eso creo que es mejor adoptar postura de meditación y no dejarse llevar por la histeria del correteo en todas direcciones que advierto a mi alrededor. Como hay bastante de adiestramiento estoico en mi consejo, déjenme que concluya con alguna advertencia similar a la que un Séneca o un Marco Aurelio podrían formularnos si aún estuvieran entre nosotros. 

La primera y principal: a la derecha la han derrotado los movimientos sociales. Los artífices de Podemos pueden atribuirse en exclusiva ese mérito si quieren, pero su éxito sólo es un síntoma más de algo que está pasando a niveles sociológicamente profundos y que no es -como acaso sí lo sea Podemos- flor de un día. De igual manera, los líderes recién encumbrados se miran al espejo jactándose de su enorme capacidad de seducción. Pero quienes han ganado son quienes se organizaron para protestar contra la barbarie de los desahucios, quienes formaron las mareas que han ocupado las calles en Galicia o aquellas multitudes que, en contra de toda lógica, decidieron no irse a casa y colonizar las plazas en el 15M. 

Disculpen la soberbia, pero, antes que Mónica Oltra, quienes hemos ganado somos nosotros. En mi trabajo, por ejemplo, somos muchos los miembros de la comunidad educativa que venimos peleando contra un gobierno autonómico delirante desde hace muchos años. Hace una eternidad que vengo insistiendo en que la derecha tiene un proyecto para destruir la escuela pública, y si el encargo de devastarla con el que Wert llegó al Ministerio no se ha completado es porque de alguna manera hemos convencido a la gente de que el problema era un problema de todos. 

Si insisto mucho últimamente en que no deberíamos esperar demasiado de la política es porque intuyo que el poder de transformación que actualmente poseen las instituciones es estrecho y precario, sometido a condiciones asfixiantes y encarnado por seres tan humanos -demasiado humanos- como cualquiera de nosotros. Pero la política es mucho más que unas elecciones. Es bien sencillo y conviene que nos lo grabemos a fuego en la memoria si queremos que lo que ha pasado -es decir, que hemos echado a los malos- no quede en agua de borrajas: si queremos escuelas y hospitales, calles limpias y no repletas de bárbaros, condiciones de trabajo dignas o corruptos encarcelados, tendremos que ganarnos el derecho a exigírselo a nuestros representantes. 


Y eso, no se consigue sólo por depositar una papeleta en una urna. No hemos ganado la batalla, en realidad ésta no ha hecho sino empezar. 

Friday, May 22, 2015

ELECCIONES (II)

Hasta hace poco más de una década yo era un abstencionista irredento. Asumía el ideario clásico del anarquismo -no estoy seguro de haberme desprendido completamente de él- y entendía que participar de la trama electoral me convertía en connivente con un sistema envenenado de raíz. Los procesos electorales y la partidocracia me generaban una profunda desafección entonces y me la siguen creando ahora. La irrupción de asociaciones políticas que proclaman a voz en grito su intención de transformar drásticamente el sistema representativo y de acabar con la Casta no me saca de la gelidez. 

Quizá tenga razón aquel contumaz que fui, después de todo.  

Pero déjenme contarles algo. Una noche, entre varias personas y después de alguna que otra copa. proclamé mi intención de votar contra el Partido Popular. Estaba sinceramente harto de ellos y había llegado a la conclusión de que era una cuestión de higiene acabar con el aznarismo. Ni yo mismo estaba seguro de cumplir la intención en aquel momento manifestada. 

Pero entonces surgió, con una voz tronante, víctima de un enojo incontrolado, un compañero de cenáculo que tuvo el atrevimiento de llamarme "miserable". Con mis miserias -que son más de las que me gusta reconocer en público- he aprendido a llevarme moderadamente bien. Lo que pienso de aquel tipo me lo guardo para mí. Pero su iracunda intervención me encendió una luz que permanecía apagada desde hacía décadas: a aquel tipo le ponía enfermo que alguien votara a cualquier partido que pudiera disputarle el poder a José María Aznar, que él juzgaba como "un gran estadista". 

Curiosamente, cuando unos minutos antes otro contertulio expresó su intención de no votar, amparándose en motivos del libertarismo más radical, el tipo en cuestión le miró incluso con cierta condescendencia y no se alteró lo más mínimo. 
Aquella noche me fui a casa sabiendo que unos días después votaría a la izquierda. Desde entonces no he dejado de hacerlo. 

No voto a la izquierda para que no gane la derecha, voto porque creo firmemente que lo que necesita el mundo no es un capitalismo sin controles, ni más privilegios para la Iglesia, ni más corrupción, ni más Calatravas, ni más Adelsons... Lo que necesitamos es instituciones solidarias y comunidades más justas y cohesionadas. 

Seguramente voy a equivocarme el domingo, la izquierda es especialista en decepcionarnos. Pero, amigos, llevamos dos décadas de gobierno sin trabas de la derecha en el País Valenciano y en el Ayuntamiento de Valencia. Los resultados están a la vista. Quizá me equivoque en el voto, pero me voy a sentir bastante peor si los malos siguen al mando de la nave y yo no he hecho nada contra ellos. Entonces sí me sentiré miserable. 

Friday, May 15, 2015

ELECCIONES

En unos días los ciudadanos de esta nación llamada España saldremos a los colegios electorales para ejercer lo que la etimología de la palabra "democracia" indica que es nuestra obligación, es decir, emitir instrucciones para la gobernanza. Sí, ya sé, suena a asambleario, a genuino e inquietante poder popular, pero es que si nos pronunciamos mediante una papeleta es porque entendemos que lo que el grupo de señores que en ella figuran van a hacer cuando gobiernen es lo que han prometido que harían; en eso consisten las instrucciones, en instarles a cumplir lo que anunciaron. Cualquier otra cosa es fraudulenta; si esa otra cosa se ha convertido en usual es que somos víctimas de una enfermedad muy seria.

Estamos ante unos comicios dominados por la incertidumbre. "Hay partido", se dice, vaya si lo hay: no sabemos quién va a ganar en cada gran ayuntamiento o en cada parlamento autonómico, y mucho menos sabemos quién va a gobernar, con la perspectiva de que sean pactos electorales los que decidan, una operación sometida a un laberíntico juego de estrategias en los partidos, como advertimos estos días en Andalucía. Voy a permitirme el lujo de lanzar algunas advertencias previas al match. No sirve de nada hacérselas a los políticos, de cuya sincera disposición a escuchar descreo bastante; se las lanzo a cualquier conciudadano, y, especialmente, me las lanzo a mí mismo, a ver si al menos acudo a la urna con la mente libre. 

1. Como dijo recientemente Daniel Innerarity,  deberíamos aprender a no esperar demasiado de la política. Es imprescindible que existan gestores para la cosa pública, pero exigirles que lo resuelvan todo y después decepcionarse es como cuando los seguidores de un equipo medianejo exigen ganar la Champions y luego cargan contra el entrenador que tan sólo consigue la permanencia. Los políticos son personas hechas de la misma pasta que nosotros. Quizá lo peor de cada casa se dedique a la política, pero por cada indeseable que aparece en una lista hay cien que se quedan en casa esperando que los demás tomen decisiones para después dedicarse a despotricar. Prefiero participar y dejar de quejarme de que no hay cauces o de que estos son insuficientes; lo inteligente es aprovechar los que hay y pelear para mejorarlos y para crear otros nuevos. 

2. Soy agnóstico respecto a la partidocracia. Nunca voto con entusiasmo y hace ya mucho que no me permito cargarme de ilusión antes de unas elecciones. Votaré a aquellas opciones que crea que pueden beneficiar a la mayor cantidad de gente, pero me niego a sucumbir a planteamientos simplistas. La vida en común es terriblemente complicada y gestionar la convivencia en un mundo tan imprevisible como el que nos rodea convierte la gobernanza en una laberinto. Por eso quien me vende soluciones facilonas me provoca una absoluta desconfianza. 

3. Si algo debemos haber aprendido ya es que hemos de triturar las bases sobre las que se asienta la tolerancia a la corrupción. Que nuestros vecinos voten a un corrupto es un fracaso colectivo, síntoma de que la pedagogía democrática de estos últimos cuarenta años ha fracasado; que yo mismo no sea lo suficientemente beligerante frente a la corrupción es un fracaso de mi propio mapa moral.

4. Debemos perder el miedo a los cambios, por ejemplo en relación al bipartidismo. Algunos parecen últimamente muy angustiados por el auge de los llamados partidos emergentes, acaso sea porque temen perder su trabajo o porque no les apetece en lo más mínimo tener que negociarlo absolutamente todo. Pero es que en eso consiste justamente la política, en que te digan que no y tú hayas de convencer o dejar que te convenzan. Bienvenidos señores gobernantes al mundo en el que vivimos todos los demás.  


5. El abstencionismo me parece un error, por muy santas que sean sus intenciones. Voy a poner un ejemplo. En la Comunitat Valenciana hay dos partidos -Compromís y Esquerra Unida, especialmente estos últimos- que, con fuerzas parlamentarias muy limitadas, han pasado los últimos años denunciando conductas corruptas y gestiones negligentes por parte de un gobierno que lleva dos décadas al cargo de la Generalitat, convencido de ser impune y de que la ciudadanía tolera y comparte su miseria moral. Probablemente acabemos siendo decepcionados, supongo que es el destino de la democracia, pero prefiero entregar mi confianza a hombres que parecen buenos que a un hatajo de bandidos. 

Saturday, May 09, 2015

COPPOLA

 COPPOLA ha sido galardonado con el premio Princesa de Asturias, que a veces se concede a tipos insignificantes y a veces, como es el caso, recae sobre personajes con un peso colosal en el mundo de la ciencia, las artes, las letra, la política o cualquier otro espacio que la razón humana haya abierto para hacer un mundo más digno, hermoso y habitable. 

Francis Ford Coppola no es un cualquiera. Si juzgáramos su trabajo por  la dirección de films como El padrino III, Drácula o Life without Zoe,  no tendría yo motivos ni tan siquiera para dedicarle este post. Podría añadir su labor produciendo a autores tan insignes como George Lucas, Akira Kurosawa o Tim Burton, sin olvidarme de la maestría que sin duda ha ejercido sobre su hija Sofia Coppola, responsable de algunos productos tan interesantes como Lost in traslation. Sí, pero tampoco sirve ni de lejos para considerar a Coppola como el mayor genio que ha dado el cine en los últimos cuarenta año, por no hablar de quienes, como es mi caso, no le perdonaremos jamás que haya lanzado la carrera de su insufrible sobrino, el actor Nicholas Cage. 

Ya saben, estoy pensando en las dos primeras de la saga de El Padrino y en Apocalypse now. No tengo palabras para calificar estos dos films, y no es simple metáforas, necesito un gran esfuerzo para comentarlas tal y como lo hace un espectador o un crítico cualquiera. No son obras normales que a uno le gustan más o menos, son películas hipnóticas, estamos ante trabajos realizados en el momento más fecundo de un genio emergente, un tipo capaz no sólo de dominar magistralmente la empresa de guión y dirección, sino además de rodearse del equipo perfecto. Hay algo irrepetible en el mundo creativo que rodea el nombre de Coppola en aquellos años, quizá por eso resulte tan difícil encontrar en Corazonada o Peggy Sue se casó la misma enigmática grandeza de Corleone o de Kurz. 

No voy a analizarlas, es demasiado para este artículo y seguramente para mí. No sé qué puedo añadir a lo dicho sobre las interpretaciones de Marlon Brando, Robert Duvall o Al Pacino; tampoco sé cómo explicar el alcance de la colisión emocional que me produjo aquel piloto colgado en su helicóptero sobre el río Perfume, la nuca de Kurz esperando la ejecución que él mismo había preparado o el rostro de ángel de la muerte con el que Mike observa el destino fatal que ha decretado para todos los enemigos de la familia Corleone, incluyendo su infortunado hermano Fredo. 

Dijo Wittgenstein que algunas cosas no pueden decirse, sólo pueden mostrarse. Déjenme pues encender una pequeña linterna. Hay algo en estos films, y muy en especial en Apocalypse now, que me hace entender que los relatos contemporáneos están condenados a ser problemáticos, a constituirse dentro de la paradoja del "caos organizado" que atraviesa la lógica surreal de la civilización que habitamos. Si el Vietnam fue la locura -y de eso ya nos dijo mucho Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas-, su relato debe hablar ese mismo lenguaje trastornado, instalarse en su delirio... no es posible dar cuenta del monstruo si no se habla desde sus fauces, si el narrador y sus personajes no huelen igual que las miasmas y las bestias que pueblan el río de fuego por el que nos aventuramos para llegar hasta el mismísimo centro del infierno. Allí nos espera el ángel caído, ese proyecto de héroe civilizado que extrañamente enloquece y termina construyendo en las selvas más impenetrables el reino de las sombras, es decir, la otra cara de ese supuesto imperio de la razón que esconde la dominación y el genocidio tras la supuesta voluntad civilizadora. 

Sí, caballeros, las palabras de Nietzsche resuenan con todo su maléfico poder sobre nosotros ante la imponente figura del Kurz encarnado por Brando. Con la misma intensidad presentimos el eco de la tragedia shakespeareana tras la aventura terrible en la que, sin poder remediarlo, como un destino que cae a plomo sobre el personaje, nos topamos con Michael Corleone.    

Friday, May 01, 2015

BALTIMORE




Sé lo que está pasando en Baltimore. Y disculpen la petulancia, pero no hace falta leerse la crónica de todos los episodios de violencia callejera que han alterado la vida en la ciudad para entender el problema, es mejor haber visto The wire, esa "ficción" televisiva que ahora, cuando los barrios están en llamas, se agranda aún más en mi memoria.  

Si nos limitamos a surfear por los titulares periodísticos, podemos conformarnos con lamentar los abusos policiales, por lo visto muy comunes en esa nación donde la violencia no es una anomalía, sino más bien un lenguaje común. Añadamos el componente racista y el círculo explicativo parece cerrado. Otra óptica, también muy exitosa, asume la intervención del Presidente Obama -de quien no habríamos de olvidar su condición racial-, el cual ha repudiado el vandalismo sin sentido de quienes queman coches, lanzan piedras a las fuerzas del orden o saquean comercios, lo que de ninguna forma se puede confundir con una iniciativa razonable de protesta. 

Como tampoco simpatizo en lo más mínimo con el vandalismo, me tienta darle la razón al actual ocupante de la Casa Blanca. Pero entonces me asalta una duda: si la muerte del joven negro detenido por la policía hubiera sido contestada con simples manifestaciones pacíficas en las calles, ¿estaría el mundo entero pendiente ahora mismo de los problemas de la ciudad? ¿Les habría hecho caso alguien? ¿Se hubiera convertido en una prioridad gubernamental la lucha contra los excesos de las fuerzas del orden, por no hablar del problema general de la discriminación racial en Norteamérica?

Cada vez que hablo en clase sobre Nelson Mandela y el final del Apartheid sudafricano, tengo que puntualizar a mis jóvenes alumnos que el racismo no deja de ser un problema cuando ya no tiene un reflejo explícito en las leyes. En otras palabras, que los negros no han empezado a ser como los blancos en Sudáfrica porque acabara aquella atrocidad del apartheid. De igual manera, el famoso sueño que tuvo Martin Luther King no se cumplió porque Rosa Parks pudiera al fin sentarse en el autobús.

¿Quieren que les explique lo que sé gracias a The wire? Verán. Baltimore es la veinteava ciudad más poblada de los EEUU y la mayor del Estado de Maryland, en la Costa Este. El desmantelamiento de la industria manufacturera se añade a la condición de vecino olvidado de Washington. Para terminar de arreglarlo, la capitalidad del Estado entregada a Annapolis determina que las inversiones públicas no se orienten hacia Baltimore. Es sencillo: las instituciones públicas no llegan a Baltimore, o para ser más preciso, no llegan a los barrios negros de la ciudad, lo cual, teniendo en cuenta que en el núcleo metropolitano el porcentaje de afroamericanos supera el sesenta por cien, da una idea de la problemática a la que nos enfrentamos. La realidad social de la gente de color ofrece un paisaje desesperanzado de paro, economía sumergida, narcotráfico, desescolarización y violencia. 

A lo largo de los sesenta capítulos de The wire asistimos a los denodados esfuerzos de un departamento de investigación de la policía por descabezar las redes de narcotráfico que se han enseñoreado de los barrios duros. Los corners, como los llaman los agentes, son el reino nada oculto de los jóvenes -a veces adolescentes- que venden drogas, defendiendo con uñas y dientes su territorio de otras bandas, y que huyen de una policía mal dirigida y hastiada cuyos agentes saben que en cualquier mal paso les pueden sacar una pipa y matarlos. No es fácil ser un negro en Baltimore. Si quieres ser honrado, como quiere la madre de ese crío al que ayer sacó a patadas de una algarada, corres el riesgo de que te apalicen por pringado o chivato, si optas por caer bajo la protección de los narcos, tu destino es morir de un tiro o pasar a una de las superpobladas penitenciarías del Estado. Es difícil ser un negro en Baltimore, pero también lo es ser un policía. Y conviene saber que el porcentaje de agentes afroamericanos es también muy alto, se trata de salir de la miseria. 


¿Necesitamos más explicaciones? La muerte de Freddie Gray durante su detención es el detonante de un motín que, por cierto, ha tenido eco en otras ciudades del país, pero las causas son más profundas, van mucho más allá de una circunstancia puntual. 

Se asocia al neoliberalismo triunfante desde los tiempos de Reagan la idea de que nunca los ricos son suficientemente ricos ni los pobres suficientemente pobres. En Baltimore encontramos en estas horas algunas de las consecuencias de semejante abominación ideológica.