Saturday, February 25, 2017

LA TIERRA ES PLANA

1. El base de los Cleveland Cavalliers, Kirye Irving, manifestó en vísperas del All Star que la Tierra es plana. Por lo visto, otros jugadores de su equipo están de acuerdo con su capitán y se muestran dispuestos a apoyarle incondicionalmente en su cruzada contra lo que Irving define como una conspiración de los poderosos del mundo para mantenernos engañados. Mi abuelo paterno, por ejemplo, afirmaba que el cielo era un manto tras el cual resplandecía la luminosidad del paraíso. De éste tenemos noticia durante la noche por las estrellas, que en realidad son pequeños descosidos abiertos en el manto. No es porque sea mi abuelo, pero la teoría mola bastante, sin embargo no se le deparó nunca gran atención mediática, de hecho creó que sólo la comunicó a sus más allegados. Irving y los demás jugadores de los Cavs son, obviamente, un hatajo de majaderos que ni siquiera tienen gracia, pero no me parece baladí la cuestión de por qué hoy los medios se hacen eco de cualquier soplapollez que se le ocurra soltar a una celebritie.

Pensemos por ejemplo en el daño que pueden estar haciendo quienes niegan el cambio climático, personas en muchos casos poderosas y con un sospechoso interés en proyectar sombras de incertidumbre sobre un asunto que puede destruirnos en cuestión de cien años. Supongo que esas sombras tienen para algunos débiles de espíritu el gancho de la vieja falacia ad baculum: "prefiero no creerlo porque es demasiado doloroso para aceptarlo." Un negacionista climático acaba de ser elegido Presidente de los USA: es cuestión de semanas que caigan también el evolucionismo, la gravitación universal y, por descontado, la esfericidad de la Tierra.

2. Pongo "Rebelde sin causa" en una clase de 3º de ESO. "Es aburrida", me dicen al cabo de un rato. Les persigue la sensación de estar viendo una antigualla, algo que de ninguna manera tiene que ver con ellos. Les insisto en que los protagonistas son chicos jóvenes como ellos, chavales de instituto que no saben muy bien qué hacer con su tiempo y que experimentan un vacío espantoso cuando intentan entender el mundo que van a heredar de sus padres. Me siento como el profe del Literatura que les hace leer la Odisea: yo sé que en cada frase, en cada gesto, en cada suceso se expresa nuestro origen: somos hijos de Bud y Jim, de Platón y de Judy, al menos en igual medida que lo somos de Odiseo... ¿Cómo hacérselo entender? ¿Como explicarles que están ahí las respuestas que buscamos? Cuando aprobé la oposición parecía todo fácil, pero no lo es, no lo es en absoluto.

3. Melania Trump está evidentemente secuestrada. Sus gestos son los de una joven presa del pánico que nos suplica socorro. Pero no es su esposo quien la mantiene cautiva, no exactamente. Educada para ser un florero, casada a conciencia con un hombre rico al que jamás amó, Melania aceptó ser un figurante más dentro de una escena en la que todos los espejos reflejan al Gran Hombre, tal y como le sucedía a Charles Foster Kane en Xanadú. Kane decidió que obligaría al mundo a vitorear los graznidos de su esposa en la ópera; de igual manera, Trump ha decidido fabricarse una Primera Dama a la medida. Ella no lo entiende, no sabe qué debe hacer ni cómo ha de pensar. Hoy a una First Lady se le exige tener criterios propios, emprender, influir... Melania está bloqueada porque no ha hecho otra cosa en la vida que mostrarse como adorno. Socorro.

Saturday, February 18, 2017

EN LO QUE TIENE RAZÓN JAVIER MARÍAS

Son ya muchos años los que lleva Javier Marías ocupando con su espacio La zona fantasma la última página de El País Semanal. Leo puntualmente su artículo cada domingo. A veces empatizo con sus sensaciones sobre la deriva del mundo, a veces me admiro de su clarividencia y su enorme bagaje cultural, y casi siempre consigue atraerme con una prosa intransferible. Otras veces su indignación, que puedo llegar a compartir en muchos aspectos, me hastía y termina por abotargarme porque me suena a la cerrazón de un viejo cascarrabias, el que yo me siento tentado a ser a medida que envejezco y me esfuerzo por no serlo. Marías ha renunciado a ese esfuerzo, ha convertido su enfado permanente en una seña de identidad, un rasgo de estilo, una manera de estar en el mundo en la cual se siente cómodo. Recuerdo haberme irritado en más de una ocasión leyéndole, pero, seamos justos, le sigo leyendo, y eso porque la mayoría de las veces sus enojos me parecen fundados. 

En contra de lo que se deduce de la lectura de La desfachatez intelectual, donde Ignacio Sánchez-Cuenca coloca al Marías articulista al lado de otros "figurones", "machos discursivos" o "energúmenos" de la Celtiberia como Jon Juaristi, Arturo Pérez-Reverte, Gustavo Bueno, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Fernando Savater o Antonio Muñoz Molina -así los denomina, en mi opinión con desigual precisión-, yo estimo que Marías es un excelente articulista. 

Acepto que a menudo es demasiado pródigo en calificativos y en ocasiones la eficacia de sus críticas se pierde en el fulgor de ciertas generalizaciones poco precisas. Si nos limitamos arteramente, como Sánchez-Cuenca, a extrapolar ciertos pasajes supuestamente enrabietados y poco rigurosos, podemos enviar al cesto de los papeles a Marías y considerarlo uno más de esa oligarquía de amiguetes -sigo citando el ensayo de ISC- que protagonizan el tóxico "opinionismo" nacional. Pero el caso es que yo he leído demasiadas veces La zona fantasma para conformarme con un reduccionismo tan tramposo. 

Miren, yo creo que hace falta un Javier Marías que fustigue ciertos vicios de la época que amenazan con castrar el pensamiento y que muy pocos opinadores se atreven a denunciar desde la prensa no reaccionaria, seguramente porque temen ser asimilados a lo reaccionario y lo carpetovetónico, cuando no directamente al fascismo. Aquellos vicios que nos intoxican se resumen en un concepto: la corrección política. 

Vivimos en una sociedad peligrosamente tendente a la sobreactuación y a la histeria. Cualquier cosa que diga contra tal o cual colectivo un ponente público corre el riesgo de hacer estallar la susceptibilidad de minorías de todo tipo. Sánchez-Cuenca dirá, supongo, que la culpa es de quienes, como Marías, practican el energumenismo con afirmaciones gruesas y sin fundamento. Yo más bien creo que lo que tenemos es la piel muy fina. Mi vida es a menudo lastimada por algunos amos de perros, algunos ciclistas, algunos alumnos, algunas feministas, algunos políticos supuestamente progresistas o algunos castellonenses sin que, por criticarlos en público, tenga que pedir perdón a continuación a todos los amos de perros, ciclistas, alumnos, feministas, políticos progresistas o castellonenses. No me preocupa demasiado si Marías es a veces poco cuidadoso, ya se apañará él y ya dejaré de leerlo yo si descubro que no es más que un pelmazo, pero es esa susceptibilidad a flor de piel tan generalizada lo que debería preocuparnos, porque creo que obedece a un mal social mucho más nocivo. 

La pasada semana Marías publicó un artículo en defensa propia después de haber sido atacado por uno anterior en el que criticaba con dureza ciertas versiones de obras shakespeareanas, las cuales, según el escritor, destrozan, prostituyen, pervierten o ridiculizan los textos del maestro de Stratford. Lo ejemplificaba citando esa costumbre, muy común respecto a las obras del inglés, de incluir a actrices desempeñando papeles masculinos. Argumentaba su disgusto ante ese tipo de operaciones incidiendo en lo poco creíble que le resultaba el príncipe Hamlet interpretado por una fémina... No afirmaba que hubiera que prohibir esas prácticas, simplemente no le gustan, no pensaba acudir a una representación así. 

Tras leer el artículo pensé que Marías tenía una parte de razón, pero que en general su argumentación era feble y fácilmente rebatible. Lo que no se me ocurrió es que estuviéramos ante un caso de execrable machismo. Pues bien, este tipo de rifi-rafes son una constante, cada escrito de Marías provoca una cola semanal de ofendidos... qué quieren que les diga, a mí toda esa gente que se pasa el día pensando cómo arreglárselas para aparecer como víctima me parece bastante más atorrante que el propio escritor, por contumaz que el tipo se ponga. 

Creo que mañana también voy a leer el artículo de Javier Marías en la última página de EPS. Probablemente discrepe de él y hasta me irrite un poco... Y tan amigos. 


Saturday, February 11, 2017

A VUELTAS CON "LA DESFACHATEZ INTELECTUAL", DE SÁNCHEZ-CUENCA

Leo con mucho interés el ensayo que publicó el pasado año Ignacio Sánchez-Cuenca, La desfachatez intelectual, sobre el cual Justo Serna escribió un artículo que ahora recupero y que a su vez fue contestado por el autor. Conviene leerlos ambos, como creo que también es aconsejable leer el libro, aunque parece que un año después haya cesado ya el rebombori que creó en su momento y que, sospecho, hizo que Sánchez-Cuenca se ganara múltiples enemigos entre la casta de los intelectuales. Me viene ahora a la memoria aquello que decía Woody Allen de que los intelectuales son como los mafiosos, sólo se matan entre ellos. 

Siempre he creído en la necesidad imperiosa de la crítica cultural, entendida como denuncia de los excesos y las imposturas, de los abusos de la razón y de la sinrazón, de la pretenciosidad de los consagrados y la autocomplacencia de los "todólogos", esos que creen poder opinar sobre cualquier cosa sin más aval que el de su supuesto prestigio. Hay matonismo entre los intelectuales españoles más célebres, los cuales son retribuidos generosísimamente por despotricar contra la pérdida de los tradicionales valores ciudadanos, la devastación de la patria, la venalidad de los políticos o el deterioro de la educación. 

La tesis que sostiene el ensayo cuestiona de raíz los supuestos que determinan el crédito intelectual. Nación atrasada -él no lo dice, pero lo deduzco yo de sus argumentaciones-, España jalea el modelo escritural "holístico" y desprecia el "analítico". En otras palabras, los celtíberos dejamos que nuestras creencias sean gobernadas por impostores provenientes en su mayoría de la profesión novelística, falsos sabios que firman semanalmente columnas o tribunas en las que, sin fundamento ni documentación ni mínimo rigor pontifican sobre cualquier cosa, desde el referéndum catalán hasta la subida del precio de la luz, los juicios de la Gurtel o la ordinariez de las masas que llenan los estadios, ven reality-shows en la tele o cantan canciones de Shakira en el karaoke.

Bien. Sigo leyendo el ensayo. Me va asaltando cierta incomodidad y no acabo de saber por qué. Advierto que Sánchez-Cuenca nos tira de las orejas, refunfuña, nos invoca a recuperar el oremus porque hemos prestado ojos y oídos a fulanos a los que -por más que lo niegue una y otra vez- dibuja como auténticos impresentables. 

No creo que mi engorro se deba a que el libro achaca toda suerte de añagazas y supercherías a escritores a los que atiendo e incluso deparo afecto, como son Javier Cercas o Antonio Muñoz Molina. A fin de cuentas cualquiera dice alguna inconveniencia de vez en cuando, y si Sánchez-Cuenca hace una selección concienzuda y descontextualizada de sus artículos, seguro que aparecen pasajes algo arbitrarios o escasamente valiosos. La cosa se compensa cuando me hace reír al poner a parir a los capitostes del "machismo discursivo", Arturo Pérez Reverte, Félix de Azúa o Juan Manuel de Prada. No se olvida de Fernando Savater y tiene el buen gusto de desenmascarar la solemne pobreza de los artículos políticos de Mario Vargas-Llosa, contra cuyas pavadas reaccionarias no se atreven a meterse -esto siempre me ha sorprendido- ni los más conspicuos influencers  de la izquierda española. 

En cualquier caso, y trato de ser honesto, da igual que se meta con los que a mí me caen bien o con los que me fastidian... sigo incomodado mientras avanzo en la lectura de La desfachatez intelectual. 

Yo no soy criticado en el libro porque a mí sólo me leen mis amigos. Pero a efectos morales da lo mismo: ¿debería limitarme a hablar sólo de Kant o Descartes, dado que soy doctor en Filosofía? Tuve un amigo en la Facultad al que envié a pastar cuando me harté de que se irritara hasta las trancas cada vez que un compañero emitía una opinión sobre cualquier cosa. Ante su continuo fastidio no quedaba sino escuchar a los clásicos y a los expertos, guardando un silencio monacal, claro. ¿Y soy yo experto en algo? ¿Estoy según aquel amargado o según Sánchez-Cuenca para hablar de algo o debo sencillamente refugiarme en el silencio? Sería lo más cómodo, desde luego. ¿Puedo escribir sobre la paternidad, sobre el perro que no para de ladrar en el piso de arriba, sobre mis alumnos más pelmas, sobre el ruido de las Fallas, sobre la dicha de leer a Poe, sobre la privatización de los servicios hospitalarios? Y, por otra parte, ¿debo dejar de leer a autores cuyos artículos me interesan, me aportan cosas que no sabía, me divierten, me emocionan?

Yo creo que el libro de Sánchez-Cuenca tiene valor como lenitivo, es casi un acto de higiene leerlo, y la higiene es siempre un comportamiento de seres civilizados, no de energúmenos. Comparto la especie de que debemos recurrir al análisis riguroso de quienes realmente conocen el terreno para saber qué ocurre en determinados ámbitos especializados. Yo, por ejemplo, no leería a Savater hablando sobre las causas del incendio de una fábrica de Paterna, pongamos por caso. Ahora bien, que por ser novelista ya haya que desconfiar de la opinión política de un articulista me parece un consejo poco constructivo. Los lectores son adultos y deben entregar su crédito a quien lo merezca. Yo no leo nunca a Pérez Reverte, no le creo. Sí leo a Muñoz-Molina porque, pese a que a menudo discrepo de él, no me parece un impostor, y creo que a sus casi sesenta años está capacitado para hacer diagnósticos sobre los males del país. 

Y, por cierto, Todo lo que era sólido es un libro que conviene leer. Yo lo hice con enorme placer, discrepo de él en algunos puntos, no en otros... Diría que contiene algunos errores considerables, lo que no creo es que su autor no esté cualificado para hablar sobre la corrupción, la herencia del 92, la especulación inmobiliaria o la pervivencia de la anomalía religiosa del país.

Seguiré leyendo a Muñoz-Molina, seguiré leyendo incluso a Sánchez-Cuenca. 

Saturday, February 04, 2017

BORGEN Y LA PANTOJA

No conozco mejor inductor al sueño vespertino que Telecinco: uno sabe que no van a poner nada que reclame su atención. Tras la cabezadita -con la sesera aún entumecida- mis ojos entreabiertos se topan con una hiena que despotrica contra Isabel Pantoja. La telebasura es el refugio que los impotentes y los resentidos encuentran para vengarse de quienes sí han tenido las agallas de hacer algo en la vida, dicho sea sin olvidar que, antes que de la tonadillera, fui siempre incondicional de Paquirrín. 

Unos minutos antes la cadena de los italianos había hecho lo mismo que -no me engaño- habían hecho las demás, incluyendo la simpar cadena de Milikito, es decir sopesarle las gónadas a Florentino Pérez anunciando a los fans de Cristiano Ronaldo la noticia de que ha decidido hacerse un tatuaje en el fistro. 

Todo esto en realidad no estaría tan mal si tuviéramos clara la diferencia entre la información seria y la amarilla, entre la información y el reality show, entre la crítica y el espectáculo, entre el cerebro y las vísceras, entre el diálogo y el alboroto. Podría bastar con apagar la tele -sólo hay que darle a un botoncito-, pero no estoy seguro de que en los demás medios no nos topemos con la misma confusión... Estamos ante una crisis periodística, y ésta no es a su vez sino un síntoma más de una crisis en el régimen de verdad.  

Me asaltan estos días por las mañanas las peripecias de Donald Trump y, por las noches, las de Birgitte Nyborg. Ambos son políticos, la diferencia está en que aquél es de verdad, mientras que ésta, protagonista de la estupenda serie sueca Borgen, es de ficción. Curiosamente me asalta a menudo la impresión de que Donald es un personaje de comedia barata, incluso un chiste de culos y pis, mientras que en Borgen las esencias ocultas del mundo se revelan con admirable pulcritud ante nuestros ojos. 

No teman, el spoiler no va a ser gran cosa. Birgitte Nyborg se convierte en Primera Ministra de Dinamarca por el Partido de los Moderados de forma completamente imprevista y casi casual. Desde ese momento, y durante treinta capítulos correspondientes a tres temporadas, sabremos de la dificultad de compatibilizar la vida privada y la vida pública para una mujer demasiado dotada de talento como para renunciar al enorme poder que su carisma promete otorgarle. También advertimos la tensión, a veces insoportable, en que se dirimen cotidianamente las relaciones entre la política, el dinero y la prensa. La serie es muchas más cosas, pero creo poder expresarlo en una fórmula sencilla: Borgen trata sobre lo embarazoso que resulta tener que tomar decisiones... En otras palabras, con Nyborg aprendemos que la política, con todas sus miserias, consiste en saber que cualquier medida que toma un representante político, por virtuosa que sea, trae desperfectos y desdichas a muchas personas. 

¿Y la prensa? Es la segunda gran columna sobre la que se sustenta el relato que constituye Borgen. Les cuento algo. El director de los informativos de TV1, Torben Friis, es un periodista político acreditado por la seriedad de los informativos que dirige y lo certero de sus análisis y opiniones. Un día, a consecuencia de un bajón de share, la cadena pone por encima de Torben a un joven yuppie llamado Alex que le insiste hasta el aburrimiento en la necesidad de hacer lo que sea para "incrementar la audiencia". Ni él ni su equipo asumen que haya que sacrificar la credibilidad en favor del sensacionalismo y la horterada. Al llegar elecciones, Alex ordena a Torben crear un ridículo y chillón escenario con azafatas sexy y aires de festival de Eurovisión para celebrar el debate entre los candidatos. 


Sé lo que haría un obediente empleado de Telecinco en ese caso, pero... ¿quieren saber lo que hace Torben Friis? Se fastidian, vean Borgen.