Wednesday, May 30, 2007

INMIGRANTES Y TODÓLOGOS

Sumamente interesante resultó la comparecencia de Carlos Taibo el pasado jueves 24 de abril en el Colegio Mayor Luis Vives, como parte de un ciclo sobre la problemática de la inmigración, El conferenciante estuvo bien, francamente bien, conciso, mordiente, irónico..., ante un público atento que, en algún caso, fue capaz de incidir sobre las zonas más sombreadas del discurso de Taibo. Y debo complacerme además de que, en contra de lo habitual en este tipo de actos, no apareció alguno de los habituales carcamales que, sintiéndose en su salsa ante un auditorio "de izquierdas", aprovechan el momento para lanzar toda suerte de imprecaciones demagógicas contra Bush, la derechona, los curas y demás referentes facilones para este tipo de freakys que, como se resisten a morir sin asumir su mediocridad, se empeñan en que todos carguemos con ella. Temo francamente el momento en que aparecen estos energúmenos en los foros del pensamiento -los foros físicos y los internáuticos- para reventar cualquier debate casi con tanta eficacia como los fachas reventaban las asambleas sindicales en tiempos difíciles. Por suerte no fue así.


Esto nos lleva directamente a hacernos la madre de todas las preguntas, la cuestión que hace de transfondo, sin que a menudo nos demos cuenta, de todo este desagradable asunto del agrandamiento de la brecha mundial entre ricos y pobres: ¿es realmente incuestionable la filosofía económica del crecimiento y la competitividad? Olvidamos en nuestra cotidianeidad que el consumo necesita reproducirse a sí mismo a velocidad uniformemente acelerada -ya veremos qué día alcanza ritmo de caída libre- y que el adanismo de niño caprichoso y cebón con la que nos lanzamos a comprar cosas que no necesitamos permite hacer nuestra economía más competitiva al mismo tiempo que, como en la liga de futbol, produce la pérdida de recursos de competidores más débiles o que pelean en inferioridad de condiciones, lo que reproduce el problema del que luego nos quejamos, que hay gente por todas partes esperando a gozar de nuestras riquezas o, al menos, no morirse de hambre en sus aldeas miserables a donde llega el eco de la opulencia del Norte.

La irresponsable incapacidad para asumir las consecuencias de esta forma de vida nos salta a la cara cuando menos lo esperamos. La actitud de cierto alto ejecutivo de una de tantas empresas contaminantes -"lo del cambio climático es una mentira de cuatro ecologistas, no hay nada de eso..."- es clarificadora para Taibo: muestra la incapacidad del capitalismo para regularse a sí mismo y controlar o mitigar las consecuencias de su lógica depredadora. Puro negacionismo, sí, pero quizá sea mejor -porque nos incita a reaccionar ya ante la catástrofe- que la hipocresía de gobiernos como el español que, más florentinos en las artes diplomáticas que el prepotente norteamericano, optó por firmar el Protocolo de Kyoto con la intención de no cumplirlo.


¿Y el voto? Taibo dejó que nos deslizaramos hacia la sospecha de que el PSOE es un fraude. En estos días en que la izquierda oficial no ha parado de repetirnos la obligación ética de votar, con pocos más argumentos que los del miedo a la derecha, conviene volver a preguntarse si realmente tienen algo que ofrecer. ¿Dispone el señor Zapatero de alguna receta para mitigar los efectos de la precarización de los modelos laborales? ¿Sabe como meter en cintura a las grandes corporaciones para que paguen impuestos y no vivan en el permanente paraíso fiscal en que se encuentran ante la impotencia de los Estados? ¿Tiene alguna idea respecto a qué hacer con los inmigrantes que llegan en oleadas aparte de suplicar socorro a Europa? ¿Hasta qué punto está dispuesto a arriesgar para que empiece a haber menos desigualdades sociales?

Un último apunte. Taibo se refirió con ironía a los tertulianos radiofónicos -también por cierto a los de PRISA-, expertos en todo, capaces como el sabiondo de bar del "yo puedo hablar de cualquier cosa", inician cada intervención excusándose -"yo en este tema soy lego,pero..."- y a continuación demuestran que, efectivamente, no tenían ni idea del asunto. Recuperar el compromiso, la capacidad para documentarse honradamente, saber escuchar a las partes con atención, no fiarse de agencias y segundas y terceras voces... por lo visto anda cara la vieja moral del reportero.

Me queda un "pero" que poner a la conferencia de Carlos Taibo. "¿Qué política aplicaría usted respecto a la inmigración?" Fue oportuna la pregunta de un asistente, directa a la yugular pero con finura. Taibo no supo contestar, así de sencillo. Deberíamos reflexionar: ¿podemos permitirnos el lujo de ser tan críticos con el poder si ni nosotros mismos sabemos decir cómo deben actuar? Pensemos en ello.



Tuesday, May 15, 2007





















VOTE QUIMBY


Como buen profesional el alcalde Quimby sólo tiene una pretensión, que es servir a la ciudad, lo cual traducido al lenguaje de una inteligencia medianeja significa hacer-todo-lo-posible-para-conseguir-que-me-voten. Quimby nos quiere, nos trata con cariño, mantiene su sonrisa incluso cuando menos pinta tenemos de acabar depositando la dichosa papeleta con su nombre... a fin de cuentas, para qué sulfurarse por el desagradecimiento de algunos ciudadanos que no valoran su indomable vocación de servicio si a lo mejor cambian de opinión en las próximas elecciones... a las que por supuesto el bueno de Quimby piensa volver a presentarse. Inolvidable aquel momento de Los Simpson en que es sorprendido en la habitación de un motel con dos prostitutas: su primera reacción -"esto es fatal para mi imagen pública y ¿qué dirá la Señora Quimby?"- le empuja a huir despavorido, pero eso no le impide volver a abrir la puerta y mostrarnos su sonrisa porcina mientras nos recuerda el inevitable remoquete: "Vote Quimby"
La de Quimby es la imagen que se asoma a mi mente con insistencia cada vez que me topo en estos días con un cartel electoral o veo el telediario. ¿Generalización injusta? Sí, seguramente, hay políticos esperpénticos como Quimby, y hay otros que siendo tan nefastos como él ni siquiera tienen gracia. Hubo un tiempo, hablando de esperpentos, en que personajes como Jesús Gil o Ruiz Mateos ayudaban a los "políticos de profesión" a vendernos la panoplia de que algunas figuras rocambolescas amenazaban con rebajar la calidad de los parlamentos. En realidad, ya no hacen falta, no hay más que fijarse en la alcaldesa de Valencia, que amenaza con arrasar en los comicios del consistorio una vez más, arrastrando el voto de los viejos a los que besa en las fotos, de las marujas del Mercat que le dicen lo "rebonica que has eixit en les afotos", de los que odian a los catalanes y a los maricones, de los que creen que la Copa América y el circuito urbano de Fórmula Uno van a convertir la ciudad en el Mónaco del Mediterráneo... Entre los candidatos -y bajo la sombra del "¿seguro que no habéis encontrado uno mejor?"- nos encontramos irresponsables que dan la murga con la opresión del gobierno central, zotes que gozan de una influencia enorme en la vida del país -totalmente desproporcionada en relación a su talento personal-, bucaneros lanzados a la rapiña inmobiliaria como tiburones hambrientos... Y eso sin necesidad de irnos a Italia para tropezarnos con el Mamachicho Berlusconi.
Hay pese a todo gente que merece la pena en la política. Por ejemplo, durante los años en que la Señora Del Castillo gobernó la educación, cada una de las tropelías que llevaba a cabo -ensartadas en un proyecto genocida para con la Escuela Pública- era valerosa y certeramente contestada por una joven y prometedora socialista, Carme Chacón. El día en que, tras el vuelco electoral del 14-M, Rodríguez Zapatero anunció la designación de nuevos altos cargos, cuál sería mi sorpresa cuando apareció con la cartera de Educación una veterana profesora universitaria mientras Chacón pasaba a la honorífica y anodina vicepresidencia parlamentaria. Desde Del Castillo hasta ahora, apenas se han visto cambios realmente sustanciales en el desorden educativo, simulacros legales, querellas superficiales con el tema de la Religión como estrella... Es un simple ejemplo, y podríamos hablar también de Pedro Zerolo, orador emergente y arrollador que probablemente no pase de concejal de los gays, de Ernest Lluch, demasiado honesto como para que no lo asesinaran, de Herrero de Miñón o Hernández Mancha, demasiado aficionados a la democracia como para liderar la derecha española... al final, da la impresión de que ser virtuoso cotiza a la baja en el mundo de la política, siempre y cuando no se trate de las virtudes florentinas que deben adornar al político de Maquiavelo, ese que intriga más arteramente que sus rivales, que sabe deshacerse con taimadas artes de ellos en el momento oportuno, que resiste más de lo humanamente tolerable con tal de satisfacer sus ambiciones... Al final, suelen ser estos los que aparecen ufanos en los carteles.

Conozco bien a los políticos profesionales, sé cómo se gestan. Cuando éramos estudiantes ya se advertía quiénes tenían madera para esa vida. Eran de una mediocridad intelectual, y sobre todo moral, apabullante, tenían el espíritu inquebrantable y servil de los trepas, y no conocían ni a su padre si se veían en riesgo de desaparecer de la escena. Tomaban la palabra en las asambleas, se presentaban siempre a candidatos, manejaban conceptos ideológicos de una simplicidad desértica. Años después, he comprobado como los peores de entre mis alumnos -y no me refiero necesariamente a los que sacaban malas notas, aunque tampoco destacaban desde luego por su brillantez intelectual- son los que justamente han ido incorporándose a las listas de los ayuntamientos. Los hay que ya son concejales, algunos darán un día el salto a los cuadros de mando de las capitales autonómicas. No me quito de la cabeza la imagen de un viejo compañero de pupitre. Era lo que ahora llamaríamos un freaky: amoral, enemigo de cualquier esfuerzo que no fuera el de los pasillos y las intrigas, no creía ni en el honor ni en la amistad ni en ninguna otra de las emociones por las que cobra algún sentido la presencia del hombre en el Planeta Tierra. (Además le olían espantosamente los pies y parecía que le peinaban los enemigos) Hace semanas sufrí un ataque de risa, risa escéptica, cuando navegando por Internet me encontré su imagen trajeada, presidiendo una importante institución autonómica. Por sus rasgos había pasado el tiempo, más arrugas, pero la misma cara de sinvergüenza.

Fíjense en la imagen del tripartito el día en que, tras duras negociaciones -"esto para tí, esto para mí"- formaron su segundo gobierno en Catalunya. Analicen las caras, las miradas, si viviéramos en tiempos de los Borgia ya se habrían envenenado unos a otros. Ya están viendo a todas horas a tipos como estos en los carteles, en los telediarios, en los espacios electorales de las distintas cadenas, en los gritos de los speakers de las caravanas electorales... Todo un espectáculo, y la agria sensación de que no tienen la intención de solucionar uno sólo de nuestros problemas realmente importantes. O quizá es que no saben cómo hacerlo, lo cual justifica la visión de Jean Baudrillard de que hace tiempo de que la política sólo es un simulacro, un juego de signos donde cualquier idea, cualquier principio moral, cualquier gesto, cualquier abrazo, cualquier profesión de fe, se han abaratado tanto, están tan lejos de su contenido, que pueden proliferar promiscuamente por todas partes, navegar como pecios flotantes para ser usados como una prostituta por quien los necesite.
Ya hace tiempo que dejé de soñar con el amotinamiento de la sociedad civil contra todo este hatajo de farsantes. Pero he terminado conformándome con explicar a mis alumnos por qué Sócrates insistía en la necesidad de que los gobernantes fueran, por encima de todo, hombres virtuosos, que acudieran a los cargos como una obligación de servicio a la polis, casi con un cierto fastidio personal, y en ningún caso con el sofoco provocado por quienes corren hacia el poder ansiosos de fama y fortuna. Acaso la falta de virtud de nuestros políticos me ayuden a acostumbrarme a la idea de que soy yo -yo, asociado sin duda a otros ciudadanos- quien debe hacer una polis más digna y habitable para nuestros hijos.
Mientras tanto, diviértase. Y no lo olvide, vote a Quimby.