Friday, May 25, 2012




ARISTARAIN

1. La Asociación de Filosofía Aquí y allá. Pensamiento nómada me ha invitado a formar parte del programa-coloquio titulado Filosofía y cine de la resistencia, que se celebrará en el local de Ca Revolta (Valencia) entre este sábado 26 y el lunes 28. Presentaré mi conferencia (llamémosla así) el domingo a la cinco, con el título El factor humano en el cine de Adolfo Aristarain. El programa resulta atractivo por más y mejores razones que mi presencia, incluyendo el visionado de films que tendrán lugar en la sala de actos después de las intervenciones. Todo lo referente al programa lo tenéis en la siguiente dirección http://aquiyallapensamientonomada.blogspot.com.es/2012/03/programa-coloquio-de-filosofia-y-cine.html
Entre hoy y mañana les explico algunas claves de mi interés por este director argentino, cuyas mejores películas es muy posible que conozcan.

2. No estoy seguro de que el propio Adolfo Aristarain diera por buena la inclusión de su obra en un curso rotulado como "cine de resistencia". Parece que pega más poner a Michael Winterbottom, Ken Loach o algún habitual de los documentales sobre los refugiados saharahuis o la reclusión de los palestinos en la Franja de Gaza. En los relatos de Aristarain no está tan claro como en los de, por ejemplo, Iciar Bollaín que haya una firme polaridad entre víctimas y verdugos, entre vencedores y derrotados. En todo caso, hay tormentas que se abaten violentamente sobre el alma cuando, por mor de la supervivencia o el bienestar, sus personajes deciden claudicar y pactar con los mandarines.

Pensemos en Hans (José Sacristán), el geólogo que en Un lugar en el mundo es enviado por la multinacional Tulsaco a la comarca de San Luis para determinar si el subsuelo es adecuado para la construcción de una gran presa. Hans terminará uniéndose irreflexivamente a la causa de los pequeños ganaderos contra el terrateniente Anglada, pero no dejará de reconocer en su memoria la biografía de un tipo mezquino y vendido al capital, un mierda que ha prostituido sus ideales de juventud por llevar una vida confortable, de ahí que trabaje para desaprensivos como Anglada. Cuando Mario Dominicci (Federico Luppi), líder de la cooperativa de pequeños ganaderos, le pregunte entonces por qué se acaba de pelear con su jefe y se ha unido a su causa -hermosa, pero destinada a la derrota-, éste le contestará con ironía que incluso un vendido vocacional como él puede "tener un mal día".

De la misma pasta que Hans está hecho Martín Echenique, el director de cine argentino instalado en España que nos encontramos en Martín Hache, en el que adivinamos un claro trasunto del propio Aristarain. Echenique es, como tantos otros que cruzaron el océano, un argentino que dejó su patria cuando, siendo aún un pibe, tuvo la lucidez suficiente para darse cuenta de que su país no tenía arreglo. "Ya no hay más Argentina, ya no hay patria a la que volver ni nada por lo que luchar allí. Ser argentino es creer que tu país tiene remedio, después descubres -demasiado tarde- que no es así y eso te hace mierda. Ya no hay más tu país, tu país ha sido saqueado y depredado, siempre por los mismos o cada vez por otros, da lo mismo, pero así va a seguir siendo siempre." Este tipo de razonamiento descorazonador -más desolador y más terriblemente convincente en tanto que es pronunciado por un actor tan brutal como Federico Luppi- es rastreable varias veces a lo largo de la filmografía reciente de Aristarain.  Me viene a la cabeza aquella escena en el aeropuerto de Madrid, a punto de regresar a Buenos Aires, en que Fernando Robles se disculpa ante su hijo, exitosamente instalado en España, después de haberle acusado la noche anterior de haber traicionado a su patria. "Anoche no dije más que boludeces: ya no hay Argentina a la que volver, está saqueada, no debes volver". Pero lo que le dijo la noche anterior debe ser atendido, pues tiene algo de profético, ya que Lugares comunes es de 2002. "No te engañes, aquí  no te quieren, sólo eres un puto sudaca. Cuando venga una crisis serás el primero al que den la patada". El argumento vale para los argentinos de España, pero vale también para los españoles mismos, pues esa patria depredada y sin solución, con su relato de liberación y prosperidad abruptamente concluido con la Gran Recesión, podría muy bien ser lo que ahora ven nuestros jóvenes compatriotas que abandonan el país para buscar fortuna en otras tierras, convencidos de que aquí ya no hay futuro... Se lo apropiaron los especuladores y los políticos, convirtieron el porvenir de todos los españoles en terrenos recalificados, empresas públicas privatizadas, bonos basura y activos tóxicos.

Hay algo en el cine de Adolfo Aristarain que atrapa. No es la fotografía, es más bien la palabra, estamos ante un autor de cine al que no da miedo que la gente hable, más bien vive del diálogo. Como en el cine de John Ford y otros grandes del western o el cine negro, los personajes son observados por nosotros mientras dicen lo que supuestamente piensan y sienten, aunque son más bien sus caras y sus gestos -eso a lo que llaman el "lenguaje no verbal"- lo que nos hace intuir, si sabemos estar atentos a esos sistemas de señales, lo que verdaderamente está pensando.

Es algo que tiene mucha densidad, una atmósfera que a veces llega a ser irrespirable, pues envenena a sus personajes, los cuales quedan condenados a dar vueltas en torno a su propia neurosis sin poder salir del círculo vicioso. Hay personas que desconfían de todo lo que llega de Argentina porque sospechan de un engaño tras toda esa verborrea con acento porteño que imitamos para contar chistes de psicoanalistas, o quizá es por ese mestizaje tan sui generis de influencias culturales que van desde el tango al jazz, desde París a Hollywood, pasando por los pedantes que habitan los pasillos de las librerías de Buenos Aires. Sin embargo, yo creo que hay una profunda honestidad en las películas de Adolfo Aristarain, una voluntad decidida de posicionarse, de emitir opiniones y cargar con las consecuencias. Hay mucho dolor, pero también mucho amor en sus relatos, los cuales son ante todo historia de personajes, aventuras de seres humanos que -en soledad o acompañados por los que les son fieles- se atrevieron a desafiar el orden normal de las cosas para poder encontrar su lugar en el mundo.


 Podría hablarles también del "asesino difuso", una presencia misteriosa que encontramos en distintos momentos de las últimas películas. Es éste el título de las memorias que el ex-profesor Robles está escribiendo y que su mujer descubre sin permiso; es también el nombre de la novela que, siendo joven, entrega el escritor Góñez a la editorial en busca de fortuna como novelista. De todo esto voy a hablar mañana en Ca Revolta...

Sunday, May 20, 2012










EL 15M Y SUS ENEMIGOS

Es fácil entender la aversión que el 15M genera en la derecha española. Ya sabemos cómo suena esta música: perro-flautas, antisistema, grupúsculos violentos...Cuando desde este segmento ideológico no se dispone de las claves intelectuales y éticas para interpretar adecuadamente un fenómeno social, se echa mano de los tópicos más simplistas; si alguien anda corto de existencias, siempre puede reciclarse con un ratito de Intereconomía o La Razón y problema resuelto. Además, y gracias a sus brillantes analistas, si no hay bastante con asociar el 15M con enmascarados con rastas que queman contenedores y lanzan piedras a la policía, siempre podemos decir que tras los Indignados está Rubalcaba, el cual, por lo visto, viene organizando desde la sombra todas las algaradas callejeras contra el PP desde las bombas de Atocha.

El problema de la derecha es que simplemente no está preparada para asumir lo que está ocurriendo, de ahí que ningunee a los Indignados, pues sostiene la secreta esperanza de que esta corriente que tanto le inquieta se vaya diluyendo hasta desaparecer por completo y ser olvidada para siempre. Los referentes de derecha no sirven para explicar por qué atravesamos por la mayor crisis económica en más de medio siglo y, por tanto, tampoco permiten alumbrar la lógica de las protestas que la misma genera. Todo sería más confortable si se le pudiera seguir echando la culpa de todo a Zapatero, pero el poder de fuego de ese arma se ha desactivado sobremanera desde que, tras la toma del poder por Rajoy, se nos vendió la especie de que el Gobierno socialista había mentido respecto al estado de las cuentas públicas. Fuera o no verdad, no tengo ninguna duda de que esto iba a decirse en cualquier caso, ya que se trataba de no cargar con el peso de todas las medidas de recortes en derechos y servicios básicos que pensaba tomar.

Por otra parte, y cuando desde los medios ultra se insiste aún ahora en que la gestión de ZP está en el origen de la crisis -en lo que ésta tenga de producto local-, se advierte demasiado pronto la incongruencia ante casos como el valenciano, donde la ecuación que asocia especulación inmobiliaria, derroche en fastos, corrupción y gobierno de derechas asoma con meridianos contornos.

La derecha, en suma, no entiendo nada del 15M porque jamás aceptará que todos los logros que históricamente han ido configurando unas sociedades más habitables han resultado de movimientos populares. Gobernadas o no por los sabios, son las masas las que han sustituido las antiguas satrapías por estados de derecho, el vasallaje por la ciudadanía, y los caciques por instituciones. Son movimientos como el de los Indignados los que habrán de convencer al mundo de que el modelo de globalización que se está imponiendo es insostenible, de igual manera que han sido corrientes de protesta y reivindicación las que conquistaron la emancipación de la mujer, el sufragio universal, el divorcio, la escolarización universal, el final de la militarización obligatoria o las bodas gays. Los reaccionarios que difamaron insistentemente a sus defensores gozan hoy -ellos o sus hijos- de todos estos logros.

Tengo más dificultades para lidiar con algunas críticas hacia los Indignados que provienen de la izquierda. Sospecho que hay un poso inconsciente muy aburguesado en esos sectores de la progresía bienpensante que se revuelve contra quien ha trasladado el debate de ideas desde los parlamentos, las guaridas académicas o los periódicos hasta las plazas y las calles. He escuchado a personas a las que respeto aprovechar la mínima oportunidad -por ejemplo que cuatro idiotas habían quemado un contenedor- para anunciar su "ruptura espiritual" con el 15M, con el cual en realidad no habían comulgado en ningún momento. Han proliferado calificativos como "inconcreción de propuestas", "utopismo", "falta de organización", "pobre fundamentación ideológica"... Tiene su gracia que esto lo digan personas que creen que votando cada cuatro años se sostiene el orden de libertades. Como si no hubiera que empezar por cuestionar la lógica electoral vigente, como si los partidos fueran instituciones sanamente democráticas, como si los gobiernos nacionales y locales no estuvieran infectados por una corrupción endémica y estructural, como si la prensa fuera independiente... ¿Quieren que siga?

Miren, yo he visto a octogenarios que vivieron los bombardeos de las tropas de Franco sentarse a duras penas en el suelo para participar en una asamblea del 15M porque, desde la legalización del PC o los momentos más activo del movimiento asambleario vecinal de los años de la Transición, no habían tenido tanto la sensación de que la democracia tuviera algo que ver con lo que soñaron durante la interminable noche del tirano.




Nos hemos pasado la vida acusando a los jóvenes de indeferentes, pasivos y consumistas. Siempre me acuerdo de cierto profesor de la Facultad que nos espetó irritado aquello de "tenéis una revolución pendiente". (Sospecho que, mientras sus coetáneos corrían delante de los grises, él andaba por casa, bien calentito en sus zapatillas, tratando de desentrañar las claves de El Capital, una labor por cierto particularmente inútil, pues no hay quien se trague dicho libro, y menos si lo intenta con ayuda de la pelma de Marta Harnecker) Los campamentos han sido un aprendizaje, tienen un valor formativo cuyas consecuencias sólo podrán evaluarse con el tiempo. Quizá parezca una experiencia fugaz, pero, sin olvidar las condiciones locales de España, esta movimiento se integra en una tradición de reivindicación social a nivel mundial que, desde las protestas de Davos, Seattle y Porto Alegre contra la globalización económica, está vertebrando la cultura de resistencia contra las nuevas formas de dominio de la era de Internet.

Que la reacción sospeche de los campamentos de Indignados es normal, pues ser de derechas consiste en aceptar que el dolor y la desigualdad son un precio justo a pagar por la prosperidad y el lujo de determinadas minorías. Si se habla tanto de grupúsculos violentos y perroflautas es porque a la gente de derechas le pone muy nerviosa ver a la gente reunida en asambleas masivas intercambiando ideas. Que eso mismo sea visto con recelo desde la izquierda, eso sí me deja perplejo.

Asumámoslo de una vez: el 15M es el punto de inflexión que da fin a la era de la indiferencia. Los jóvenes se han dado cuenta de que la sociedad que estamos construyendo para ellos tiene toda la pinta de ser una estafa gigantesca. ¿Inconcreción? ¿Utopía? Utópico es creer que se puede sostener una democracia con sueldos de quinientos euros y unos servicios públicos devastados. "Lo llaman democracia y no lo es". Tienen razón, si no queremos verlo tenemos un problema.

Saturday, May 12, 2012



1. La revista Ojos de papel acaba de publicarme una reseña sobre el ensayo La conquista de lo cool. (El negocio de la la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno). Su autor es Thomas Frank y, pese a que el original tiene más de una década, es ahora cuando, debido a su larga repercusión, ha sido editado en castellano. Estoy contento por la reseña y, sobre todo, porque su encargo me ha dado la oportunidad de disfrutar un texto que considero de imprescindible lectura. Pueden acceder a éste y a los demás contenidos -les aseguro que merecen la pena- del último número de Ojos de papel a través del link que acompañará ya para siempre este blog.


Me pregunto si lo que terminó de convencer a Alpha Decay para la publicación fue el éxito de la serie Mad men, cuyo protagonista estelar, el creativo publicitario Don Draper, parece directamente inspirado en algunos de los personajes, en absoluto ficcionales, que pululan por las páginas en que el ensayo analiza lo que ocurre en la Avenida Madison de Nueva York, poblada por las agencias de publicidad más agresivas y eficaces de la nación más próspera del mundo a principios de la década de los sesenta. Según Frank, el fenómeno que conocemos como "contracultura" no nació en las carreteras por las que los hippies seguían la estela de los beatniks, ni en los bajos fondos de las grandes urbes, ni en los tugurios del jazz y el hachís... No, la contracultura fue diseñada por tipos muy fríos y astutos que entendieron en los albores de la década de los sesenta que la sociedad estaba madura para abrazar valores mucho menos victorianos, ascéticos y represivos, y mucho más inspirados en el hedonismo, el individualismo y el carpe diem. El espíritu de rebeldía que, con muy poca profundidad de mirada y cierta ingenuidad, asociamos con la sociedad de los sesenta, es en realidad un efecto publicitario, un espejismo hábilmente urdido que, en el fondo, no refleja una genuina transformación revolucionaria de las mentalidades  y los modos de convivencia, sino una mutación esencial en el seno de la corporación capitalista, la cual pasa en aquel tiempo de un modelo jerárquico y disciplinario a otro mucho más flexible y abierto a la innovación. Esta mutación no es, siempre según Frank, resultado de un progreso moral, como se nos ha dicho,  sino el efecto de la necesidad del capital de transitar desde el modelo productivo clásico o fordista hacia el consumista o postindustrial.

Esta visión es sugerente y está seriamente argumentada, pero discrepo de ella en aspectos esenciales. Creo que les gustará leer la reseña. Y el libro, claro. De momento, una perlita en relación a ese milagro televisivo que es Mad men. Una cliente de la agencia -indignada por el cinismo que se respira en esas oficinas de la Avenida Madison- trata de recordar a Draper de que las personas no son simples receptores pasivos de mensajes de marketing, y que hay una cosa que se llama amor: "El amor", contesta Don, "lo hemos inventado tipos como yo para vender medias".






2. Rafael Alvárez El Brujo es una anomalía en el mundo del teatro. Se diría que su propuesta, basada en la austeridad brutal de un escenario donde apenas hay objetos, con una interpretación del texto en clave de monólogo, debe asociarse a la vanguardia. Y, sin embargo, El Brujo parece un actor del siglo XVII, un farsante de corral de comedias, un cómico en toda la extensión de la palabra. En los medios más cool aparecen siempre tipos muy pagados de sí mismos que presumen de pertenecer a esa estirpe, pero se equivocan respecto a sí mismos. Muchos son pijos ridículos que no han sufrido un problema en su vida, sueñan con los premios y se han beneficiado de la suerte de ser guapos o tener amigos que les han enchufado. Al cómico de raza le huele el jubón al polvo del camino, se alimenta como un vampiro de la risa del público -incluso que aquellas que son desatadas por el chiste más grueso-, y su alma está atravesada a partes iguales por la corriente cálida de la ilusión por el aplauso y la fría de la soledad, el cansancio y la ira contra los poderosos.

Sobre la escena, El Brujo hace lo que le da la gana, estira los textos, los reinterpreta, se permite el lujo de decir que Shakespeare también tenía sonetos horrorosos o que Hamlet es un pelma. En Mujeres de Shakespeare apenas se detiene con los textos que la obra promete. Canta, baila, se sienta en el sillón desde el que se duermen los directores de escena, olvida el guión, se burla de una espectadora a la que le suena el móvil, improvisa sobre el ruido horroroso que produce un acople... Esa danza de los gestos, esa sonrisa burlona de Arlequín, el juego de equívocos que da sentido a la comedia. Y, sobre todo, esa voz. Qué fácil es seducirme a mí con esa voz.








3. Rodrigo Rato me pareció alguna vez un buen economista, lo cual no significa necesariamente un buen ministro de finanzas. Siempre me costó entender las diferencias entre sus criterios para gobernar la economía y los de su particular Moriarty, Pedro Solbes. Quizá por eso llegué a pensar que daba igual conservador que laborista. Sigo sin estar muy seguro de muchas cosas, pero hoy Rato se me aparece sin ambigüedades como un personaje pequeño y manifiestamente olvidable. Difícil cubrirse tanto de ridículo como cuando, ya dirigiendo el FMI, predijo que la burbuja del ladrillo no estallaría nunca. Un crack. Después paseó su talento por Bankia, donde ha terminado por convencer al mundo de que si le tocara administrar su junta de vecinos probablemente la casa se caería. Qué manera más triste de retirarse del mundanal ruido. Ahora ya sólo tiene dinero. Y lo peor es que, probablemente, es lo único a lo que ha aspirado siempre, pobre hombre.







JUEVES. Vuelvo a ver un viejo episodio de Los Simpsons. Qué maravilla. Hubo un tiempo en que asistía con tanta admiración a esta obra maestra de la televisión de las dos últimas décadas que no podía evitar ver el mundo simpsonizado. Sí, sí, como se lo digo. La recuperación de aquel viejo capítulo me ha hecho recuperar este delirio, y me ha hecho recordar lo cercanos que están a la realidad personajes como el multimillonario Mr Burns o el alcalde Quimby. En los últimos días, en nuestra Springfield particular -hablo de Valencia- nuestra alcaldesa Quimby ha decidido vallar la zona peatonal de la Plaça del Ajuntament, adelantando sin aparente motivo la celebración de cierta mascletá. El objetivo, claro, es evitar que el 15-M vuelvan los acampados del 15-M. Se sospecha que estos grupos de radicales planean volver a montar asambleas y a cuestionar la política del gobierno, los recortes contra los servicios públicos, los contratos basura, el paro juvenil, la brutalidad policial. Qué gentuza, estos perroflautas, ya lo dicen La Razón, Intereconomía y los demás medios informativos de Springfield.

Saturday, May 05, 2012






ENFERMOS SIN PAPELES

En medio de la sucesión de leyes de extranjería grupos de africanos llegaban de muy al sur en patera o intentaban saltar la valla de Melilla. Una gaditana que vivía en el campo fue denunciada por prestar refugio en su casa a unos ilegales que venían huyendo de la policía. El alma de aquella mujer está hecha de la misma pasta que la del médico que rehusará cumplir las nuevas leyes, las cuales sentencian al dolor y la muerte a los enfermos sin papeles, entendido que "sin papeles" quiere decir sin condición humana reconocida, más o menos como los perros, con la diferencia de que a estos al menos sí se les reconoce la condición de perros y les atienden los veterinarios. Algunos galenos cargarán con el juramento hipocrático que un día hicieron y vendarán un dedo sangrante que, según la ley, no deberían vendar; otros estirarán hasta lo imprudente el espíritu deontológico de la medicina y desafiarán a los tiranos falseando historiales clínicos, de modo que una mujer de Ecuador o de Guinea seguirá recibiendo quimioterapia para no morirse. Y no morirse será entonces una manera de desafiar al poder, una violenta conducta como las de los antisistema que queman contenedores... Salvar la vida será entonces cosa clandestina, como ser demócrata lo era durante el franquismo.




Son circunstancias así las que determinan qué es lo que a cada uno nos corre por las venas. En la frontera de California o Texas, probos ciudadanos tienen instalados junto a la bandera del país unas cámaras de vigilancia muy sofisticadas. Gracias a ellas pueden advertir a los federales que un miserable mexicano llega arrastrándose por el desierto con la intención reflejada en la cara de robar a los yanquis algo de la prosperidad que creen haberse merecido. A veces oímos algo sobre un médico de urgencias que se ha negado a prestar auxilio a un accidentado moribundo porque el tipo acababa de completar su jornada o porque el doliente se retorcía a doscientos metros de no sé qué perímetro de intervención.

¿Sigo? El Obispo de Ciudad Real ha declarado que la Reforma Laboral es una inmoralidad, pues maltrata como siempre a los asalariados y a los pobres en beneficio de los mandarines. Es éste el mismo impulso de quienes destruyen su salud en misiones insalubres por tierras de hambruna, guerrilla y paludismo. Otros, la mayoría de los que mandan en esa misma institución, no piensan sino en poner su culo a salvo, por eso se solazan declarando servilismo eterno a Ratzinger y se alían -como siempre han hecho- con los intereses de las capas más acomodadas de la sociedad española. Las luces que parpadean en los cerebros de estos últimos son tan tristes como las del mamarracho que estos días declara enfermos a los homosexuales. (Pero, amigo, ¿tú te has visto?)

Desde siempre la vida nos ha situado ante estas tesituras. Por eso, cuando escarbamos en el alma de un ser humano, empezando por los que nos gobiernan, podemos encontrarnos cualquier cosa. Es lo que pasa con eso de la libertad. La serie de mezquindades con las que el Gobierno -Rajoy las llama "reformas"- nos obsequia cada semana corresponden a una oligarquía de políticos cuya pequeñez les hace candidatos al olvido de la historia. Pero no debemos engañarnos: perseguir implacablemente a inmigrantes ilegales -como reírles las gracias a los obispos que convierten la salvación en una repugnante simonía, destruir la enseñanza pública o ser indulgente con los corruptos si son de alta alcurnia- forma parte del ideario de la derecha española, con lo que se le quitan a uno las ganas de achacárselo a quienes fueron elegidos para llevarla a cabo.



Quiero pensar que algunas personas de bien que les votaron empiezan a darse cuenta de que alguien que nos convierte en delincuentes por cumplir con deberes humanos básicos no merece el poder que se le ha otorgado. No es cuestión de votar a los otros, es cuestión de saber en qué tipo de país queremos vivir. Y en éste hay buen sol, tonadilleras y tortillas de patatas, pero todo puede empezar a oler un poco a rancio y a cobarde y a miseria si no paramos toda esta oleada de fascismo que -como históricamente hizo siempre el fascismo- se excusa en la crisis para triturar nuestras conciencias.