Friday, April 26, 2013



FACEBOOK

Recientemente me abrí una cuenta en Facebook. Antes de eso podía presumir de dos cosas en la vida, no pertenecer a ninguna red social y no tener teléfono móvil. Es una fanfarronada irresponsable, en nada tendría por qué empeorar mi vida disponer de un móvil y dudo mucho que a estas alturas yo pudiera convertirme en uno de tantos millones de zombis que van por la calle sin levantar ni la vista ni los dedos del dichoso aparatito. En cuanto a facebook, me apunté por qué al estar dado de alta podía acceder a algunas fuentes de información que me interesaban. Como el uso que inclina a la mayoría de la gente a entrar en Facebook -exhibir su vida privada a otras personas- no me excita gran cosa, decidí abrir la cuenta con mi nombre sin foto ni datos de ningún tipo, pues, sinceramente, no creo que a nadie le interesen ni mis grupos predilectos, ni mis imágenes en la piscina, ni la cara de imbécil que se nos pone a mí y a mis amigotes cuando estamos borrachos, ni lo mucho que odio a los tipos soberbias y a las tipas que van de duras... en fin, todas esas cositas que parece que la gente pone en el "Muro" diseñado por Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y considerado como el billonario más joven del mundo.

Lo que sé de Zuckerberg proviene de La red social, el film donde se nos relatan las circunstancias del inicio de este fenómeno de masas que parece haber desencadenado la mutación en la Red que hemos terminado conociendo como Web 2.0. Lo que por lo visto supone esta mutación es el paso de un entorno internáutico pasivo, donde nos limitamos a visitar la información que alguien decide colgar en la Red para obtener difusión, a otro donde lo decisivo es el llamado "software social", es decir, la aportación colectiva. El cambio respecto a la gestión de contenidos es brutal, pues la unilateralidad de la Web 1.0 deja lugar a un modelo donde parece consumarse el sueño fundacional de internet, es decir, la interoperabilidad, o, lo que es lo mismo, la creación de una verdadera comunidad virtual.

Todo esto está muy bien, no tengo ninguna duda de ello pese a la fama que me estoy buscando de analfabeto tecnológico. Internet le ha otorgado posibilidades a mi vida que de ninguna manera habría encontrado si ésta no existiera, y conviene recordar que hablamos de un invento reciente, hace apenas veinte años que llegó a España, y no mucho más de doce que se extendió su uso en los hogares. No deja sin embargo de inquietarme la falta de debate con la que se universaliza el uso de una determinada tecnología, como si Facebook sólo tuviera consecuencias positivas, como si fenómenos tan exitosos no estuvieran destinados a marcar la evolución de las mentalidades y las costumbres. Durante décadas leí insistentes informes sociológicos sobre los peligros de la televisión, un medio con un poder colosal y que ya presidía el comedor de mi casa cuando yo vine al mundo. Me cuesta hablar de cómo nos ha cambiado la tele porque ya nací con ella, pero internet sí que irrumpió en mi vida, y lo hizo cuando mi mapa cognitivo y moral ya estaba razonablemente configurado. Soy, como ahora se dice, un inmigrante digital, y, por tanto, creo que no es mala idea exponer, en especial a los nativos digitales, algunas impresiones sobre esta especie de tsunami que nos golpea con sus oleadas de manera tan veloz y contundente que se diría que lo que no tenemos es tiempo para pensar.

Pensemos. De entrada me preocupa poco si lo que cuenta La red social se ajusta o no a la historia real. No me extraña que el propio Zuckerberg rechazase el film, pues no queda nada bien parado. Pero, insisto, no me preocupa tanto si todo ocurrió tal cual, porque más que a un personaje real, lo que pretendo juzgar es la naturaleza del territorio hacia el cual parece que van deslizándose las relaciones humanas. Dado que no dispongo de espacio para una digresión fuerte al respecto, me limitaré a exponer, sin orden y a modo de tentativa, mis notas del visionado de la película. Helas.

1. "Tu problema con las chicas no es que seas un friki, es que eres un gilipollas". Esto es lo que una bella joven de Harvard le dice a Zuckerberg después de que, en la primera escena del film, comprobemos que, efectivamente, el joven, en su relación con la gente en general y con las mujeres en general, es paranoide, egoísta, delirante, acomplejado y cínico. "Gilipollas" significa eso para la chica, pero yo aportaría otra luz: es un joven sin duda avispado pero sin experiencia que no conoce a las demás personas tal y como él cree conocerlas; en otras palabras, no se ha ganado el derecho a ser cínico. Él, desde luego, cree saberlo todo, pero acaso es solo un listo sobreinformado con muy pocas horas de calle y muchas de ordenador en las mazmorras del autoaislamiento, que son por cierto las más lóbregas que existen. 

2.  Un hacker, es en gran medida, un cobarde. Si algunos lo convierten en héroe juvenil de nuestro tiempo es porque, probablemente, también son unos cobardes.  ¿Saben cómo apareció Facebook? Rabioso porque la chica antes aludida le desprecia, Mark se infiltra en las webs de los estudiantes de Harvard para robar las fotos y la información de las chicas, creando a continuación una página en la que la gente que entra ha de decidir quién es "la más calentorra de todas éstas", o se compara con algún animal a cada una de las que aparecen. Es una broma profundamente dañina y que algunos que se aburren consideran graciosa, la realidad es que responde a una venganza de Zuckerberg contra una mujer, contra las mujeres en general y contra el mundo.

3. Hay millones de tipos como Zuckerberg en el mundo, igual de resentidos, igual de miserables, igual de amorales, igual de convencidos de que saben mucho más de todo que sus congéneres. La diferencia es que él inventó Facebook y se ha hecho rico, por eso es billonario y le dedican una película. 

4. El héroe de los tiempos que corren es mentalmente rápido e insolente. En el juicio al que le somete la dirección de una institución tan formal y prestigiosa como Harvard exhibe su desprecio a los códigos normativos que esta universidad proclama sagrados. No estoy seguro, sin embargo, de que sea la actitud de un hombre valiente, es más bien un chulo exitoso, de esos sobre los que se rueda un biopic, olvidando la masividad de chulos fracasados. Sinceramente, no veo la épica en la historia de Zuckerberg; tampoco encuentro un trasunto dramático, no hay conflicto de identidad, no hay un profundo dolor del alma ni un corazón atormentado. Zuckerberg no es un Albert Einstein, genio que revolucionó la mirada científica y que fracasó en la escuela, tampoco un Galileo capaz de enfrentarse al Poder. Zuckerberg es una criatura de un tiempo hecho a la medida de tipos audaces y espabilados como él. 

5. Cuidado, Zuckerberg es un indeseable, pero los hermanos Winklevoss que litigan con él por la autoría de Facebook no son mejores que él, por más que se presenten como "caballeros de Harvard", estudiantes a la vieja usanza, respetuosos del emblema y las tradiciones y que insisten en que hay cosas que en Harvard no se deben hacer, por ejemplo ir a juicio contra otro estudiante por pasta. Zuckerberg presenta su conflicto con los gemelos Winklevoss como una lucha de clases: "estos dos hijos de papá me denuncian porque por primera vez en su vida algo no les ha salido bien".  Los ve como unos hipócritas, enemigos de la libertad que quieren mantener viejos privilegios y estrangular la igualdad de oportunidades; una vez más el sueño americano para excusar conductas indecentes. Para ellos, Mark sólo es un arribista, un bárbaro sin modales que sólo quiere dinero. Los dos bandos tienen razón en lo que achacan al otro, ambos son nefastos. 

6. Lo que está pasando con internet es inaudito incluso dentro de la historia del propio capitalismo. Mientras los gerifaltes de Harvard juzgan al joven estudiante, éste se atreve a decir que en ese mismo momento podría comprar Harvard entero si le apeteciera. Parece ignorar que algunas cosas no se compran porque no pueden ser vendidas, ¿o sí puede venderse Harvard? Lo cierto es que un adolescente puede hacerse rico en semanas y revolver el tapete con una facilidad asombrosa. En cierto modo, se está conquistando el Oeste. Cualquier atrevido que llegue antes puede colonizar y apropiarse de territorios inmensos, y la ley tarda siempre demasiado en llegar. Pero hay una diferencia: el territorio no existía antes de que los pioneros llegaran, no estaba habitado por indios a los que exterminar, todo es virtual, todo es inventado, cualquier cosa es posible, lo cual si lo pensamos detenidamente es tan ilusionante como aterrador. Los jóvenes imitadores de la gente como Zuckerberg, cuyos antecesores directos son Jobbs o Gates, ha asumido que en el nuevo capitalismo ya no se trata de encontrar un empleo, sino de crearlo. Sugerente, sí, pero no deberíamos olvidar que esa convicción forma parte de la misma corriente que ha precarizado el mundo laboral, ha enviado al garete derechos que conquistaron los trabajadores a costa de mucha sangre durante décadas y ha vuelto nuestras vidas más inseguras y nuestras biografías -esas que colgamos en el Muro de Facebook- más incontrolables e inciertas. 

7. Un amigo pide información a Mark sobre una chica, lo cual pone a éste sobre la pista buena: el dichoso algoritmo tiene el poder de traducir el mundo de la vida a datos digitales. Esto es por supuesto una mentira, pero la pesadilla consiguiente puede hacerse real si interiorizamos el juego y somos nosotros mismos los que convertimos la experiencia en información convertible al modelo Facebook. A fin de cuentas, sólo se trata de saber si la chica es guapa, si tiene novio, si lo busca, si me la puedo follar... Facebook es definida por uno de los protagonistas del film como "la auténtica digitalización de la vida real". Vas a una fiesta y luego tus amigos la pueden ver on line: "vivíamos en granjas, después en ciudades y ahora vamos a vivir todos en internet". 

8. "Has venido a California por fin, Mark, has tomado la decisión correcta". El Oeste es el capitalismo sin delicadeza, allá va uno a hacerse obscenamente rico. Difícil no acordarse del California dream de los hippies de los años sesenta o de aquella Tierra Prometida para los pioneros. En California está Sillicon Valley, que recibe un tercio del "capital de riesgo" que se invierte en los USA. 
Allá en California se configuraron los códigos del Muro de Facebook. Eran un grupo de jóvenes que trabajaban 36 horas seguidas sin dormir, en un ambiente extrañamente informal y festivo, como en una francachela adolescente que recuerda a aquellas fiestas de alcohol y drogas de los años sesenta. Nada que ver con la circunspección calvinista en la que suponemos que se tramó el capitalismo contemporáneo. 


9. La Red Social acaba cuando Erica Albright, entonces abogada en el caso de los derechos de propiedad, vuelve a despreciar a Zuckerberg. Al regresar a casa, Mark busca su perfil en Facebook. No la agrega como amiga. 

10. Todos los días me llegan docenas de peticiones de amistad por Facebook. No lo entiendo, soy un tipo más bien antipático y algo cobarde para la amistad, no entiendo que algo tan laberíntico como el afecto se resuelva tocando una tecla, pero ya les he dicho que soy un emigrante digital, sospecho que es una terrible limitación.  

Friday, April 19, 2013



ESCRACHES

Una caja aparece "escrachada" en medio de la calle en un relato de Cortázar. El participio invita a pensar que la caja no simplemente ha sido abierta: está arañada, desvalijada. El uso actual del término tiene sin embargo su origen inmediato en las expediciones que los familiares de los desaparecidos de la dictadura argentina realizaban a los domicilios de los torturadores y asesinos cuya esperanza, una vez restaurada la democracia, era poder quedar en el anonimato. El escrache es entonces una forma de delación pública, y sucede porque personas que han cometido faltas terribles no están siendo perseguidas por las autoridades competentes. 

Tengo mis dudas de que este caso pueda trasladarse a nuestro contexto, en unos días en los cuales el uso del término en cuestión se ha hecho tan insistente que, acaso el escrache dé nombre en los futuros libros de historia a los días que vivimos, de igual manera que, pongamos por caso, otros días fueron los del estraperlo. Desde la semántica será o no correcto hablar de escrache -no creo que esto haya de preocuparnos demasiado- pero lo que designa, aunque también corresponda a una estrategia de delación, debe ser diferenciado de lo que designaba para el caso argentino. 

No he hablado demasiado de este asunto, seguramente porque cuando lo haces tiendes a crear inmediatamente lo que en la Lógica se llama un "hombre de paja", pues, dado el enconamiento de las posturas, si criticas esta práctica, estás ignorando la profunda maldad de políticos y banqueros que dejan en la calle a personas que no pueden pagar unas hipotecas abusivas, y si dices algo a favor, entonces has abandonado automáticamente la vía de la democracia y corres el riesgo de que Cospedal o algún genio de la TDT Party te acuse de nazi o de etarra. 

No me gusta esta iniciativa, no estaría dispuesto a participar en ella si alguien me lo solicitara. Es preciso recordar a menudo que cuando se rebasan las fronteras ya no de la legalidad sino de la legitimidad democrática, estamos creando un precedente de cuyas implicaciones no podemos desentendernos, salvo que pretendamos que las trampas y los atajos sólo son inaceptables cuando los usa el enemigo, el cual, ya se sabe, siempre persigue intereses malignos. 

Soy profesor en un Instituto, sé lo que supone que alguien proyecte intimidarte y condicionar tus decisiones mediante la intromisión en tu espacio privado, que es un espacio de supervivencia. He criticado durante años ese repugnante espectáculo de los paparazzi que acosaban durante días enteros a un torero o una tonadillera, apostados como buitres a la puerta de su casa para fotografiar a menores o provocar un momento de violencia que multiplicara el precio de la noticia; he denostado sin ambages las maniobras de intimidación que los amigos de los terroristas llevaban a cabo sobre personas que no compartían sus ideas u objetivos. No veo por qué ahora hemos de aplicar otro rasero: políticos, banqueros, árbitros de fútbol, médicos, periodistas, profesores o lo que demonios sea uno, todos estamos expuestos a que se cuestione nuestro trabajo, incluso a recibir presiones poco razonables, pero el ámbito de la privacidad debe ser sagrado para todos, y resulta tanto más preocupante el acoso domiciliario cuando hay niños de por medio. 


Este razonamiento vale también para algunos a los que ahora se les erizan los pelos de indignación pero nada decían de quienes, desde grupos que se autoproclaman defensores de la vida, acudían en masa a las clínicas para vigilar, gritar, insultar y aterrorizar a médicos y a mujeres.  

Ahora bien, que albergue fuertes reservas respecto a este tipo de estrategias reivindicativas no significa que desvalorice los dramas  que las han desencadenado. Los desahucios que en estos últimos meses se vienen produciendo masivamente son en muchos casos verdaderas atrocidades que sólo pueden encontrar su lógica dentro de un sistema corrompido. Puedo negarme elegantemente a no acudir a un escrache, pero, ¿qué haría si fuera yo el desahuciado? ¿Qué barbaridades no sería capaz de urdir y llevar a cabo si mi familia y yo diéramos con nuestros huesos en la calle? Tertulianos y miembros del gobierno llaman "nazis" a los escrachadores y no recuerdan ni por un momento la tragedia de los afectados, se me ocurre que seguramente jamás han tenido un problema serio en su vida. 

Con estas actitudes no es extraño que aparezcan encuestas en las que una mayoría conteste que al país le iría mejor sin partidos políticos, una actitud preocupante porque desliza hacia un escepticismo propio de minorías nihilistas a sectores masivos de la población española. Esta recurso desesperado al cinismo tiene algo de "síndrome Titanic", es decir, la gente presiente que los poderosos   están preparando los escasos botes que hay para salvarse ellos mientras las puertas de las bodegas permanecen cerradas porque los pobres van a hundirse con el barco. 

¿Es "nazismo" el escrache? Dudo mucho que Dolores de Cospedal -muy fecunda en los últimos días a la hora de poner adjetivos a los que le fastidian- tenga ni la más pajolera idea de lo que fue el nazismo para quienes lo sufrieron de verdad, y, de la misma forma, dudo que entienda nada de la humillación de quedarse sin trabajo y sin casa. En cuanto al desahuciado, tiene derecho a sentir odio y volverse cínico. Los partidos, en especial el que gobierna, están envenenados por la corrupción; el susodicho gobierno, tan patriota él, parece haber aceptado sumisamente que España ya no se gobierne a sí misma y que aquello de la soberanía nacional es cosa del pasado; las ganancias están privatizadas, pero las pérdidas se colectivizan; los recortes de derechos constituyen una humillación cotidiana... ¿Quieren que siga?


Hace unos pocos años, cuando llegó la crisis, cualquiera profetizaba que o se tomaban medidas o estallaría una fuerte conflictividad social. ¿Qué esperábamos? ¿Creíamos que esto sería un remanso de paz mientras a la gente le va cada vez peor? Rajoy dijo en una entrevista, ante la evidencia de que la crisis tenía más recorrido del que se creyó, que "algunas personas se están impacientando", preferiré no calificar el valor de esta intervención, pero insisto en la pregunta: ¿qué nos creíamos? Podemos seguir viviendo en los mundos de Yupy y pensar que un veinticinco por cien de paro y el deterioro de las instituciones de protección que han traído los recortes van a ser contestados con un silencio pasivo y obediente o, en todo caso, con cartas de queja a los periódicos. 

Mucho me temo que el 15M o los escraches terminen siendo poca cosa para la violencia que puede estar aguardándonos si el Titánic sigue haciendo aguas. 

Saturday, April 13, 2013


CUATRO NECROLÓGICAS

1. Me produce cierto pudor la celebración de la muerte de un enemigo. En parte porque no ignoro que la desaparición del otro es siempre una pírrica victoria, pues el destino fatal está esperándonos a todos; en parte porque, en este caso, el mal está hecho mucho antes y su legado ya es irreversible. En cualquier caso, lo que hoy conmemoran los hijos de los argentinos muertos en la Guerra de las Malvinas o los de los mineros británicos despedidos en la despiadada reconversión industrial lanzada hace dos décadas por  Margaret Thatcher es sólo una parte de la historia negra de uno de los gobernantes más dañinos de la segunda mitad del siglo XX. 

Thatcher y Reagan encarnan la puesta en práctica de la deriva ideológica que ha conducido a la catástrofe en la que nos encontramos. En Thatcher no encontramos siquiera esa hipocresía ridícula del "capitalismo compasivo" en la que Bush jr encontraba la solución para los momentos de mala conciencia que sobrevienen a los bien hacendados ante la evidencia de que rendir las instituciones al mundo de los negocios y el gran capital genera miseria y violencia. Frente a la debilidad de quienes aún sospechan que su prosperidad origina sufrimientos, que la desigualdad es un mal necesario, la postura de Thatcher era inéquivoca y estaba libre de complejos de culpa: la brecha social y, en definitiva, la pauperización de grandes masas de población es buena en sí misma porque genera suculentas oportunidades para los negocios, y porque el fracaso es un indicio de la pequeñez de un hombre en tanta medida como el éxito lo sería de su talento. 

Sería no obstante ingenuo ignorar que el liderazgo de Thatcher en la derecha del hemisferio norte, cuya influencia  alarga su sombra mucho más allá de sus varias legislaturas en Inglaterra, no resulta de un contubernio ideado por las élites. Es el producto de un estado de ánimo que llevó a amplísimos sectores de la clase obrera a intentar blindar el excelente estatus que habían conseguido exigiendo que se les redujeran los impuestos. Rendidas sin condiciones las instituciones al mercado, devastados los mecanismos que garantizan el ejercicio de la cosa pública bajo la excusa de la corrupción de los políticos y el carácter deficitario de las empresas públicas, los ingleses apoyaron la "Revolución Conservadora" porque los tories les convencieron de que ni los burócratas del país ni los de Europa volverían a robarles su dinero. Paradójicamente, ese estatus envidiable del que gozaba en aquellos años la inmensa mayoría de la población de la Europa del Oeste, el mejor que jamás se ha conocido en ningún lugar del mundo, fue producto de políticas justamente contrarias a las que el thatcherismo auspiciaba. Lo más turbio del reflujo de aquella política de desregulación y privatización llega hoy con la Gran Recesión, a esto nos ha conducido un modelo ideológico como el de Hayek o Friedman, cuyo mantra es que el mal es el Estado. 

"La sociedad no existe, sólo existen los individuos y sus familias", es  la más clarificadora de las aseveraciones hechas en público por este gurú de la insolidaridad y el capitalismo más despiadado. Toda una declaración de principios; su puesta en obra consiste en un ambicioso programa político cuyo objetivo esencial es que la oligarquía pueda entregarse a la búsqueda del beneficio sin la pesada obligación de soportar la carga de la solidaridad. Thatcherismo supone entonces la destrucción del gran pacto destinado a la cohesión social que ha sostenido la era más justa, pacífica y próspera que ha conocido el viejo continente. Thatcher es el ángel de la muerte del Estado del Bienestar. 

Los muertos de Malvinas, los mineros despedidos, la represión policial, la destrucción del sindicalismo...No es nada extraño que sus émulos más cercanos a nosotros sean personajes como Aznar o Aguirre. Le llamaron "La Dama de Hierro" para calificar su resolución y firmeza, para mí el apodo define el carácter despiadado de uno de los personajes más nefastos de la democracia contemporánea. 


2. Lo que algunas personas adoraban en Sara Montiel era el eco de una era gloriosa para el mundo del espectáculo, los únicos tiempos que merecen la etiqueta del glamour, el sueño del Hollywood clásico. Como la vieja loca que protagoniza la inigualable Sunset Bulevard, de Billy Wilder, imaginamos a Sara abandonada, en una jaula de oro, enterrando a su chimpancé con honores, atendida por un criado que dejó de cobrar hace décadas porque sólo él es verdaderamente fiel a la diva. Era una estrella en estado puro, porque eso es justamente la celebridad en la sociedad de masas: una parodia, un juego artificioso de signos, un velo puesto por la cámara para disimular la edad. Conozco a algunos gays que lloran hoy por las esquinas, porque Sara era la encarnación del mito del eterno femenino, esa gigantesca ficción, esa liturgia tan teatralizada de los signos que nos seduce a todos desde siempre, gays o no. Adiós, Norma Desmond. 



3. José Luis Sampedro es visto por algunos como un vejete cariñoso y venerable, un abuelo que protestaba porque los niños pasan hambre y frío. No es cierto, Sampedro era un rojo, detestaba a los poderosos y trataba firmemente de convencer a los jóvenes de que se rebelaran contra el capitalismo inmisericorde hacia el que camina el mundo. 

4. No llegué nunca a comulgar con la peculiar mirada de Bigas Luna. No me molestaba su vocación voyeurista, pero me cuesta sentirme invadido de erotismo por unas tetas que saben a jamón, un tipo que se toca los huevos para demostrar su virilidad u otro que se tira pedos con los que su novia explota la llama de un encendedor en un circo. Quizá toca ser comprensivo con una generación que creció obsesionada con el sexo y sus alrededores precisamente porque todo, absolutamente todo, estaba prohibido por la dictadura en la que se formaron; jamás los franquistas pudieron imaginar hasta que punto su insistencia en la censura prestigió cosas como el sexo o los comunistas que, acaso, no merecían tanta gloria. 


Pero sí me gustaba esa desfachatez festiva con la que celebraba la alegría de amar y beber, de enseñar las tetas y gritar obscenidades desde una montaña antes de que tu novia te pida que la folles. Frente a tanto amargado, Bigas Luna fue capaz de hacer emerger una tendencia hedonista y lujuriosa... tan mediterránea, tan alejada de ese trascendentalismo a las que nos han habituado los cineastas españoles. Quiso a su manera ser Berlanga, un Berlanga puesto al día de los nuevos tiempos.. No lo consiguió, pero no me deja de parecer un noble intento. 

Saturday, April 06, 2013

 

LOS MALOS

Desde siempre, el cine de masas, el No-Do y los libros de texto que pasaban los filtros de la censura nos dejaron bien clara la diferencia entre los buenos y los malos. No hacía falta cavilar ni reptar como serpientes por los laberintos de la ambigüedad, tal y como sucede en la vida o en lo que Umberto Eco llama las "narraciones problemáticas", esas que -como sucede en la novela de Balzac o en el cine de Welles- hacen cargar al público con la fastidiosa tarea de decidir por sí mismo. 

Mi abuela, de quien ya les he hablado, no albergaba dudas: "Santiago Carrillo es un demonio y La Pasionaria una puta". Claro que mi abuela, además de un ser entrañable y cordial, era una fascista de pro, no una española franquista por la pura inercia, como tantos otros, sino fascista con ganas, vocacional, incluso con tendencias extremistas, como se advertía cuando reprochaba a sus amigos sacerdotes ser poco observantes respecto a sus obligaciones, en especial la del celibato, o a los prebostes del Régimen por la debilidad que se apoderaba de sus viejas convicciones joseantonianas. Creo que le molestaba más La Pasionaria, pues no sólo era mala, sino además era mujer; en cualquier caso, nunca sabemos hasta qué punto una mujer de derechas odia a otra mujer, pues siempre les lanzan idéntica acusación de fulanismo. En cuanto a Carrillo, aseveraba sobre su responsabilidad central en los asesinatos de Paracuellos con la convicción propia de alguien que hubiera estado allí y lo hubiera visto absolutamente todo. 

Paul Preston acaba de sacar un libro que se anuncia como una "desmitificación" de Santiago Carrillo. El título está muy bien traído: El zorro rojo. Ya he hablado en alguna otra ocasión de este asunto. Lo hago con cierta desgana, pues el personaje no termina nunca de despertarme ni profundas complicidades ni sarpullidos de aversión. Creo que Carrillo fue un "político", en toda la extensión de la palabra. Los políticos -en tiempos de paz como los que conocemos- son ambiciosos, astutos, camaleónicos, oportunistas y, a menudo, deshonestos. Surgido de la ortodoxia del comunismo en una época tempestuosa, liderando corrientes sumamente activas desde que era casi un adolescente, Carrillo se vio metido de lleno en una guerra terrible para la que probablemente no estaba preparado. ¿Y quién lo estaba? ¿No es a fin de cuentas aquella guerra la horrorosa consecuencia de la inmadurez de una nación?

No sé qué hizo Carrillo en Paracuellos. La versión que ofrece Preston me parece sensata. No careció de responsabilidad, pero es ridículo pretender que ésta fue máxima. La vida me ha demostrado que las mayores atrocidades suelen cometerse en momentos de máxima tensión, esos en los cuales los seres humanos tememos por nuestras vidas y no sabemos estar a la altura que nuestros héroes infantiles de los tebeos acuden a reclamar a nuestra conciencia. No pretendo ser comprensivo, Paracuellos fue una monstruosidad, fueran quienes fueran los responsables primeros y últimos. 

Pero miren, hay algo en este asunto que me huele a chamusquina. No tengo mayores problemas con Paul Preston: creo que ha sabido formar parte del sector de historiadores rigurosos que, entre otras cosas, ha preferido la pulcritud metodológica a la manipulación de demagogos que escriben como supuestos historiadores sólo para decirles a lectores descontentos que lo que en realidad ocurrió es lo que ellos desean que ocurriera. En este sentido valoro su desmarque sin ambages respecto a la panoplia de la "equivalencia del mal", principio muy de la historiografía neofranquista y que propone que los dos bandos eran igual de malvados porque los dos asesinaron a mucha gente.

Y, sin embargo, El zorro rojo es, por lo visto, un libro contra Santiago Carrillo. No puedo opinar porque no lo he leído, pero sí he sido espectador desde mi más tierna infancia de una larga tradición según la cual la culpa de todos los males del mundo las tienen los comunistas. Quizá Carrillo fuera el arribista ladino y falto de escrúpulos que Preston al parecer presenta en su libro. Acaso por pereza, tengo tendencia a pensar que fue un señor inteligente y con una admirable capacidad para la supervivencia. Fue alguien poderoso dentro de corrientes que siempre terminaron derrotadas, incluyendo el partido eurocomunista que lideró durante la Transición y que quizá colaboró decisivamente a destruir. 

Algunas personas se encuentran a menudo en situaciones en las que deben tomar decisiones. En esos momentos es más cómodo apartarse, y no hablo de Paracuellos ni de torturas a disidentes ni de ninguna de las atrocidades que al parecer se asocian a Carrillo en el libro de Preston. Me refiero más bien a esos momentos en los que uno debe decidir qué es mejor para él y para otra mucha gente y no hay manera de librarse de las consecuencias negativas de lo que decida: éstas caen a plomo sobre ese hombre de forma inmisericorde.  

Algunos de esos personajes son grandes criminales, no sé si Carrillo lo fue, no me importa demasiado. Pero ¿y yo? Con frecuencia debo decidir. Por fortuna, no he de salvar un partido político ni decidir respecto a grupos de prisioneros mientras el enemigo invade la capital. Pero sí me encuentro en trances que para mí no son pequeños, pues afectan a personas cercanas, y que me exigen estar a la altura de las circunstancias. ¿Lo estoy? 

Paul Preston es seguramente un experto hispanista y un meritorio historiógrafo. Sabe que escribir contra Carrillo le va a dar muchos lectores, lo cual no está nada mal. Desde su casa de la lejana campiña inglesa toma el té mientras ve caer poéticamente la lluvia sobre las verdes praderas. Me gustaría tener tan claro como él, o como mi abuela, quiénes son los malos de esta guerra.