Friday, March 30, 2018

RAZONES PARA LEER A STIGLITZ (Y II)

Ni Keynes -pater familias de la socialdemocracia- ni mucho menos Roosevelt -creador del New Deal- fueron enemigos del capitalismo. Si algún recalcitrante liberal especialmente obtuso quiere seguir jugando a acusarlos de "marxistas", podemos nombrar también a tipos tan poco dudosos como el macroempresario Henry Ford o el Presidente Richard Nixon... Todos fueron capitalistas mucho más listos que los actuales, pues entendieron que la manera de proteger el sistema no era extremar sus mecanismos más crueles y mortíferos. No eran moderados ni blandengues, eran simplemente tipos cautelosos, como creían en el capitalismo idearon formas de proteger su prestigio y, por tanto, su supervivencia. 

Eso ha faltado en este siglo XXI, por ello seguimos en la lógica de la depresión económica. Mientras la sensación de injusticia crece entre la ciudadanía occidental, estudios de organismos tan insiders como el FMI dan a entender que a los países más igualitarios les va mejor. Al contrario que los Estados Unidos de América, no practican la segregación educativa ni apartan de la protección sanitaria a una gran parte de sus ciudadanos. Y, sin embargo, fue la revolución burguesa norteamericana la que proclamó la igualdad de oportunidades como factor diferencial de la calidad democrática. 

Afirman los neoliberales que la educación y la sanidad públicas no son rentables, pero la escuela segregada asfixia el talento, lo que es nefasto para la nación, y los conciertos con las farmacéuticas y otros servicios médicos producen alzas de precios que alejan a muchos -no sólo a los más pobres- de tratamientos eficaces, lo que provoca que los enfermos no sanen, lo que a su vez termina resultando mucho más caro. En los EEUU hay pocas oportunidades para los pobres, por ejemplo para acceder a la universidad... debemos preguntarnos si eso tiene algo que ver con el gasto increíblemente inflado en prisiones o en la industria de la seguridad y las armas. 

Pese a todo los apologetas del capitalismo financiero siguen sosteniendo la teoría del goteo, según la cual si bajamos los impuestos a los ricos y evitamos las regulaciones laborales, los beneficios que obtendrán terminarán redundando en el conjunto de la comunidad en forma de grandes inversiones. Lo que está ocurriendo con la globalización, sin embargo, es que los Estados luchan entre sí suprimiendo derechos y regulaciones para atraer los negocios, lo cual sólo interesa al 1 por cien más rico. La realidad es que los ricos no gastan más que una pequeña cantidad del dinero que ganan, la mayoría se destina a la especulación para aumentar rentas, la adquisición y conservación de patrimonio inmueble y -al fin lo decimos- a los paraísos fiscales, ese sumidero de la economía por el que nuestras sociedades están arruinándose. 

La tendencia a la desregulación que ha caracterizado al capitalismo desde el reagan-thatcherismo ha desplazado el peso de la economía productiva en favor de su financiarización, lo que provoca esta situación tan extraña a la que nos hemos acostumbrado por la cual las cifras macroeconómicas no obtienen reflejo en la economía real, es decir, la de las personas. Hemos asistido durante años a procedimientos abusivos por parte del sector bancario. Manipulan los mercados, efectúan préstamos predatorios y contratos de tarjetas de crédito con comisiones impresentables, venden activos tóxicos a sabiendas aprovechándose de la desinformación de sus clientes... No sólo han abusado, además han sido incompetentes, y cuando el castillo de naipes se ha desmoronado hemos tenido que salvarles entre todos, con la consiguiente ruina social. 

¿Cómo hemos consentido esta estafa? Según Joseph Stiglitz responde a una distorsión cognitiva muy extendida entre los norteamericanos, que tienden -o tendían- a creer que Wall Street está poblado de tipos que saben qué nos conviene a todos. Sólo así se explica que aún no hayamos entendido que el problema con los partidos está en las donaciones que reciben de las grandes fortunas, las cuales debemos asociar a las célebres puertas giratorias, por las cuales los gestores institucionales saben que si se portan bien con los oligopolios tendrán puestos ejecutivos cuando los ciudadanos dejen de votarles. Los políticos han salvado a los bancos con nuestro dinero... y saben muy bien por qué lo han hecho.

¿Hay solución? Siempre podemos cortarnos las venas o prepararnos para asaltar a sangre y fuego el Palacio de Invierno, pero la cuestión es si pretendemos de verdad solucionar problemas y apagar incendios, o lo que es lo mismo, si deseamos obtener progreso social y no conformarnos con despotricar y deprimirnos. Stiglitz es en esta lógica una lectura especialmente recomendable. 

Debemos empezar por exigir a los gobernantes que obliguen a los bancos a abandonar la actividad especulativa y volver a la misión para la que fueron creados, conceder préstamos para financiar la actividad productiva. Como se viene diciendo desde hace tiempo es necesario establecer gravámenes para la actividad financiera, algo que, por increíble que parezca, no ocurre en los USA, donde la rentabilidad de las operaciones especulativas está menos sometida a la fiscalidad que las puramente productivas o, por supuesto, las del trabajo. Sigo: debemos perseguir la contaminación sancionando con dureza a las empresas que ensucian, de tal manera que deje de serles más rentables pagar pequeñas multas -como en el mejor de los casos sucede hasta ahora- que dejar de ensuciar. Es necesario perseguir duramente la evasión fiscal, para lo cual habrá que prohibir prácticas astutas relacionadas con la domicialización fiscal a la que tan aficionadas son las multinacionales... Por supuesto, hay que acabar con los paraísos fiscales. 

Una conclusión, debemos acabar con la idea de que la Administración debe sostenerse básicamente con las rentas del trabajo, una función esencial para los instituciones democráticas es, de una vez, por todas, atreverse de verdad a gravar las rentas. 

¿Comunismo? No, en absoluto, Stiglitz puede parecer radical en sus denuncias, pero es simplemente sensato en sus propuestas.

 ...Claro que el Comité de Actividades Antiamericanas le habría perseguido a muerte en los años cincuenta, pero, por fortuna, ya no estamos en el macartismo. 


SUSPENSOS

Estoy absolutamente seguro de que la señora Cifuentes cree firmemente que en todo este pifostio que se ha creado en torno a su figura no hay más interés que el de destruir su brillante carrera política, de lo cual seguro que culpabiliza no sólo a los oponentes políticos y a las víboras de la prensa sino también a algunos de sus compañeros de partido, que le tienen mucha rabia. El problema de Cifuentes, y de otros muchos, incluso algunos que se lo están pasando bomba con su drama, es que no acaban de entender la gravedad del problema. La pregunta no es ¿quién no ha hecho trampas para aprobar un examen?, la pregunta es si valoramos el trabajo docente y, por ende, si la sociedad otorga algún papel realmente trascendente a los establecimientos educativos. 

En los últimos dos finales de curso en el centro donde trabajo hemos asistido a una situación que no por repetida deja de parecerme atroz. Tengo un compañero que es especialmente estricto y exigente a la hora de evaluar. No es un sádico, es duro, duro pero justo, y los alumnos lo saben. Deben estudiar mucho su asignatura para aprobarla. Al contrario que otros compañeros, cuando acaba el curso, si su asignatura es la única suspendida, el profesor deja el alumno con ella pendiente, que es exactamente lo que marca la normativa. En los dos últimos años el profesor en cuestión ha sido reiteradamente desautorizado por la inspección de zona, que atendió la reclamación de sendos alumnos suspendidos para obligar al profesor y a los restantes miembros de la junta de evaluación correspondiente a variar la nota y aprobarles. De toda esta historia tan repugnante se deduce una evidencia: las autoridades competentes no reconocen la autoridad de los expertos docentes para decidir si un estudiante está en condiciones de recibir una titulación tan seria y decisiva para su futuro como es la de bachiller. 


Verán, el diario en lengua española más prestigioso, El País, lleva meses dedicando una sección entera al asunto educativo. Intervienen toda suerte de pedagogos, neurólogos y gurús del mindfullness y otros negocios por el estilo. Todos tienen innovadoras propuestas que hacer para salvarnos de la lóbrega oscuridad en que, según ellos, vivimos los docentes en nuestras aulas. Sospecho que algunos dejan deslizar más o menos disimuladamente la conveniencia de exterminarnos -que es con lo que siempre, con razón, han soñado nuestros "clientes", los alumnos-, y que otros ocultan tras sus consejos la intención de forrarse vendiendo algún aparatejo, libro pedagógico, software o gadget para que nuestros niños se conviertan en unos superdotados. 

Muy edificante, sí. No sé por cierto si han notado que se han acallado las tormentas en torno a la Lomce, esa ley educativa genial del simpar Ministro Wert cuyo máximo objetivo era beneficiar a la escuela privada-concertada y volver a implantar a saco la asignatura de Religión. Se nos dijo que habría un gran acuerdo político para acabar de una vez por todas con la volatilidad legislativa en las escuelas, pero a día de hoy ni hay acuerdo ni hay propósito de consenso ni hay nada de nada, algo que en el fondo le viene muy bien a la derecha, cuyo propósito oculto siempre ha sido dejar que la red pública de educación se colapse y quede sumida en la confusión y en la ineficacia. Será la manera de justificar que hay que gastar menos dinero en ella y proteger más a la privada, que esa sí que mola y además es de los curas. 

Déjenme ser pedagógico y un poco cafre. Ya sé que el paradigma del consumo y el fetichismo tecnológico domina nuestras sociedades. También sé que hay ejércitos de tecnócratas y supuestos sabios de la innovación educativa -con sus empresas frotándose las manos- esperando para invadir las escuelas, cosa que ya están consiguiendo con la complicidad de la derecha y, en ocasiones, con la obtusidad de los sectores más ingenuos de la izquierda. Pero, verán, los centros educativos no son El Corte Inglés, su motivación no es la satisfacción del cliente. Desde la Asamblea Nacional creada por la Revolución de 1789, los Estados democráticos están obligados a asumir una responsabilidad muy seria con respecto a la instrucción de sus ciudadanos, a los que debe primero civilizar suministrándoles un relato común sobre su misión como miembros de la comunidad. Este propósito ha sido olvidado porque nuestras sociedades -y por tanto nuestros jóvenes- ya no saben qué fines tiene la escuela. Como dijo Neil Postman, ya no son "centros de atención" sino de "reclusión". En ese contexto el aburrimiento y la indiferencia lo envenenan todo. Y eso no van a solucionarlo cuatro tecnócratas papanatas vendiéndonos programas de software para "gamificar" la dinámica del aula. 

Los profesores no suspendemos a los alumnos para fastidiarles, sino porque cuando juramos la Constitución entendimos que el Estado democrático nos había elegido para educar a sus jóvenes. Eso incluye, así lo entendimos, exigirles esfuerzo y dedicación. Es cierto que algunos alumnos se esfuerzan con menos éxito que otros. Por eso se les conceden segundas opciones. Quiero que mis sobresalientes respondan al reconocimiento de un gran mérito, y quiero que el que aprueba sienta que ha hecho algo más que el que simplemente se ha tocado las pelotas. Puedo aprobar también a este si la inspectora se empeña, pero estaré maltratando al que ha hecho méritos, y el resultado será que su título no valdrá nada. Y habrá algo peor. Podemos extender este criterio a los estudios más especializados, ¿por qué no? Así, un día un cirujano inepto, al que hayan aprobado por nada, me tendrá que trasplantar el hígado y yo moriré desangrado como un cerdo sobre la camilla. O también ocurrirá que mis seres queridos mueran tras caer sobre el puente mal construido por un ingeniero al que le dieron el título porque algún inspector se empeñó. 


Desgraciadamente, una de las panoplias que últimamente escuchó más entre los gurús -esos que por lo general jamás han olido un aula- es que la repetición de curso es una medida equivocada y a extinguir. También estamos cada vez más cerca de eliminar definitivamente las notas numéricas y calificar -como ellos dicen- "por competencias". Quizá con todo eso se acabe con el fracaso escolar: ya que suspenden mucho, la solución es que les aprobemos a todos por el morro, eso ya lo sabía yo antes de leer a los genios que salen en El País. El único pequeño problema es que con esa medida nos cargamos definitivamente el aula, pero como eso lo voy a sufrir yo y no ellos, asunto solucionado. 

Por favor, déjennos trabajar en paz. No podemos evitar que nuestros alumnos -a los que queremos más de lo que la gente piensa- vayan encaminados a una sociedad inhóspita y despiadada donde no hay trabajo formal ni vivienda ni seguridad social... Pero al menos déjennos que les invitemos a esforzarse y a no caer en el cinismo y en la corrupción moral.

... Claro que siempre pueden hacer como Cifuentes. Acaso les vaya mejor.  

Saturday, March 24, 2018

RAZONES PARA LEER A STIGLITZ

Van apareciendo últimamente algunos textos en defensa del liberalismo. El más destacado es La llamada de la tribu, nada menos que de Vargas-Llosa, quien dice haberse decidido a lanzar este escrito ante el aluvión de calumnias que viene recibiendo el pensamiento liberal. Se me ocurre en primer lugar que si el liberalismo, o para ser más exacto, el neoliberalismo, se ha desacreditado en nuestros días -después de más tres décadas de incontestable hegemonía ideológica y de haber inspirado la agenda de la globalización- quizá sea porque se lo merece. Si me aceptan un consejo, no pierdan el tiempo con los escritos políticos de don Mario, por lo general son bastante cutres, por lo general no van mucho más allá de intentar convencernos de lo malos que son los comunistas, lo cual me suena a ganas de apuñalar a un cadáver. Dado que dedica su ensayo a una serie de prestigiosos autores que "le abrieron los ojos", permitanme que les recomiende leer directamente a dos de ellos, Isaiah Berlin y Raymond Aron. 

Les doy otro consejo, lean a un señor al que seguro que el novio de la Preysler no conoce: Joseph Stiglitz, Nobel de Economía en 2001. 

Debemos empezar por preguntarnos por qué, además de desacreditar a los herederos del neoliberalismo de Hayek y Friedman, la Gran Recesión ha desencadenado el interés por autores de raíz socialdemócrata o keynesiana como el citado Stiglitz, Paul Krugman -Nobel en 2008- o Thomas Piketty. Joseph Stiglitz, que cuenta ahora setenta y cinco años, inspiró el eslogan central del movimiento Occupy Wall Street, que tomó en 2011 las calles de la sede financiera de Nueva York: "Somos el 99%"

Nació en Gary, una localidad industrial de Indiana donde, en contra del prejuicio de los treinta años gloriosos, si uno pertenecía como él a un sector social poco acomodado había que trabajar muy duro para abandonar la pobreza. Para Stiglitz es esencial ese matiz, pues considera que fue la educación pública la que le permitió salir adelante. Este dato biográfico no es anecdótico. Stiglitz cree que la desigualdad creciente en el nuevo siglo rompe con el sueño americano del que él -¿por qué no reconocerlo?- se considera beneficiario: prosperar hoy desde la pobreza se está volviendo imposible. 

Cuando empezó a dedicarse a la investigación Stiglitz descubrió que la economía académica caía usualmente en un error básico: no consideraba que la desigualdad fuera "su" tema. El economista se preguntaba siempre cómo aumentar la tarta, no como distribuirla, lo que según Stiglitz obedece al viejo prejuicio tecnocrático según el cual la economía y la política son realidades que podemos tomar por separado. 

Los diagnósticos de partida respecto a la evolución de la economía globalizada son rotundos: la desregulación de los mercados operada desde el reagan-thatcherismo y la financiarización de la actividad económica han causado la colosal crisis que, como recordamos, arranca de los EEUU. Las medidas paliativas no han funcionado porque fueron diseñadas por el 1% con el único objetivo de beneficiarse a sí mismos, provocando un nuevo traslado de riqueza desde las clases bajas y sobre todo medias hacia las élites. Desde aquellas medidas se recomendaba exigir a los bancos que recuperaran la inversión en economía productiva y abandonaran la especulativa, cosa que no han hecho. El resultado de este proceso, en los EEUU y en gran parte del resto del mundo, es que la situación del 99% se ha estancado porque rescatar a unos bancos depredadores nos ha arruinado.  

No es casualidad que los ensayos más populares de Stiglitz versen sobre la desigualdad. Más que neoliberal, lo que tenemos es "capitalismo de pacotilla", forma económica cuyo objetivo, por surrealista que parezca, no es crear riqueza. Podemos resumirlo en la célebre fórmula: "privatización de las ganancias, socialización de las pérdidas". Es llamativo que frente al autorrelato glorioso del capitalismo y pese a la explosión tecnológico-productiva, las desigualdades no hayan menguado en el último cuarto de siglo. En sociedades tradicionalmente desarrolladas como las occidentales las desigualdades han aumentado, lo cual erosiona el principio de igualdad de oportunidades y, para mal de todos, malgasta el talento de muchos ciudadanos. Son, frente al relato neoliberal, síntomas diáfanos de ineficacia, como lo son el poder omnímodo de los lobbies y los monopolios. 

Pero, ¿por qué es tan mala la desigualdad? No digo que lo sea, como es obvio, para los losers, lo es en realidad para el conjunto de la sociedad. Cuando la concentración de riqueza es mayor, menor es la demanda agregada, lo cual genera paro y, por tanto, en una forma típica de círculo vicioso, baja todavía más la demanda. Las burbujas tecnológica o inmobiliaria son malas fórmulas paliativas, pues a la larga no hacen sino agravar la enfermedad. El verdadero problema es que los grandes agentes económicos viven entregados en países como EEUU a la captación de rentas, es decir, a la especulación financiera, lo que va en detrimento de la actividad productiva y el rendimiento social. Quizá los nuevos ídolos de la informática o la bio-tecnología sean un problema, pero no son "el problema", quienes verdaderamente han intoxicado la economía son los rentistas-especuladores...

...CONTINUO MAÑANA CON STIGLITZ SI LES APETECE

Saturday, March 17, 2018

AFORISMOS PARA FASTIDIAR. EL ODIO.

1. Quienes me odian porque les he dado motivos... qué tediosos y previsibles resultan en su rencor. Por contra, aquellos que me odian sin motivo... que misteriosa fascinación ejercen a mis ojos. Repudian lo que soy, lo que represento... experimentan aversión ante cualquier cosa que hago, incluso cuando respiro. Algunos -estos son los mejores- a duras penas  alcanzan a disimular su rechazo. En su hostil vigilancia cuidan de mí con un mimo y una dedicación que dudaría en exigir a mis allegados.  

2. Cuando leí mi tesina en la Universidad intervinieron dos catedráticos. Una hizo todo lo posible por destruirme, intentó ridiculizarme, porfió reiteradamente en su intervención para convencerme de lo pequeño e insignificante que yo era. El otro, un tipo de enorme talento y con un prestigio que nadie se atrevía a cuestionar, adoptó ante mí una actitud condescendiente y me perdonó la vida... Incluso elogió algunos aspectos de mi trabajo que le parecían valiosos. Qué aristocrática distinción la de aquel hombre: simplemente él no me temía. 

3. ¿Quieres que nadie te odie? Prueba a cortarte las dos piernas y sal a la calle en silla de ruedas. 

4. Los curas de mi colegio eran por lo general odiosos y mezquinos. Un día llegó uno de las misiones -se llamaba Vicente-  que tenía el poder hipnótico de los santos. Las clases de Religión de Vicente son lo más cerca que he estado de creer en Dios. Le amábamos y, en los pocos meses que pasó con nosotros, dejó una huella indeleble. Sin embargo uno de mis amigos manifestó reiteradamente su aversión por Vicente: "No lo trago", decía a menudo. Deberíamos extraer conclusiones de aquello. Hagas lo que hagas, aunque como un mártir te entregaras con todo el alma a las más nobles proezas, jamás podrás gustar a todo el mundo. 

5. "¿Por qué no le quieres?", preguntaba a menudo mi madre con profunda frustración a mi abuela refiriéndose a su marido, es decir, a mi padre. Mi abuela nunca supo qué contestar. Era como preguntarle a un escorpión por qué odia a las mangostas. 

6. Algunos tipos perspicaces, cuando regresan de un viaje por el Medio Oeste de los Estados Unidos dicen que en las praderas desiertas se presiente, como un ejército de fantasmas, a la raza que los invasores blancos aniquilaron en un lapso de tiempo de espeluznante brevedad. Dijo Bauman que la modernidad empezó el día en que un Príncipe creyó que era posible extirpar el Mal de la faz de la Tierra exterminando a las colectividades que le molestaban. Pero no se extermina impunemente, el hueco que deja una tribu suprimida deja una atmósfera cargada de hechizos. 

7. Ningún sentimiento más bíblico, más ancestral que la venganza. No soy ajeno a él, pero sé que no se sobrevive a su consumación impunemente. La venganza es el mayor veneno inventado por el hombre.  

8. Me deja tan perplejo que la Tierra no haya decidido aún librarse del mono raro que somos... ¿No lo merecemos más que los saurios? A veces me pregunto si nos prepara una extinción humillante y dolorosa.

9. Imposible para nosotros leer la Biblia sin espantarse ante sus ruindades, venganzas y sangrientas arbitrariedades. Los Evangelios, por contra, inclinados a la superioridad moral... qué irritante ladrillo.

10.  Los grandes relatos sobre el odio, la venganza y la crueldad sólo son posibles a costa de asumir que la existencia humana es un trágico sinsentido. Piensen en Edmundo Dantés contra quienes le delataron falsamente en El Conde de Montecristo, Ethan Edwards contra Cicatriz en The searchers de John Ford, Ripley contra el alienígena en las distintas entregas de Alien... Lo relevante de tan sombrías historias no es la justicia del ritual sangriento que llevan a cabo, ni la endemoniada malignidad del enemigo... Lo que realmente les otorga grandeza -y esto lo entendió Shakespeare como nadie- es que el odio y su poder destructivo contaminan de tal manera a quienes lo ejercen que sólo completarán su venganza a costa de quedar envenenados para siempre.  





Friday, March 09, 2018

MOVIMIENTOS DE MASAS

Siempre hemos sabido que son los movimientos de masas los que cambian el mundo. ¿Cómo distinguirlos del academicismo estéril, la corrección política o el simulacro cool del marketing? Pensemos en el proceso que conduce a la gigantesca movilización del pasado jueves. Una sombra de indignación ante la evidencia de una larga serie de injusticias y humillaciones va ganando peso hasta que se desencadena una gran tormenta, después de la cual ya nada vuelve a ser lo mismo, y uno no puede oponerse sin quedar retratado. Mal retratado, por supuesto.  

"Después se olvidará todo, habrá como mucho cambios cosméticos y la derecha sociológica volverá a imponerse". El hecho de que esto tenga algo de verdad no cambia lo esencial: las multitudes, cuando son capaces de unirse en torno a una idea básica, producen terremotos. Y, ante ello, incluso los mandarines se ven obligados a posicionarse, aunque sea sólo para ponerse a cubierto o para mentir arguyendo que ellos también están con la causa. 

La rectificación del Presidente Rajoy en los últimos días obedece a esta lógica. Cuando en la radio le preguntaron por algo tan tangible como la discriminación salarial por razón de género, contestó rechazando la sola posibilidad de dar instrucciones a los empresarios sobre qué sueldos deben pagar. Con ello, dentro del estilo tan cutre que le caracteriza, Mariano definió la esencia del neoliberalismo: olvidar que la obligación de un gobernante es precisamente legislar para combatir los abusos. Unos días después cambiaba de opinión, y el jueves incluso le vimos con el lazo azul, lo cual demuestra que hasta los más reaccionarios, los que siempre se oponen por sistema a cualquier cambio que cuestione privilegios asentados, se ven obligados a disfrazarse cuando el viento arrecia. 

Más allá del muro reaccionario, entiendo que pueda generar cierta confusión el carácter tan novedoso de una movilización como ésta. Ya pasó con el 11-M. Las sociedades están tranformándose a una gran velocidad, por todas partes aparecen nuevas formas de trabajo y de ocio, nuevos lenguajes, nuevas formas de explotación y de comunitarismo...quien espere para sumarse a una protesta a que las viejas formas de la Revolución asomen va a tener que quedarse en casa. Ese carácter multiforme de las formas de resistencia va a ir ya definitivamente asociado a cualquier reivindicación que merezca la pena defender. Debemos asumir la radical disparidad de las formas de sujetivación, o, por no ponerme demasiado foucaultiano, las sociedades contemporáneas han convertido en innegociable la autonomía moral y la singularidad de los individuos. 

En cualquier caso hemos de salir del aislamiento. Sostengo que es la evidencia de la dominación y la injusticia lo que puede unir a tantas y tantas fuerzas fragmentarias. 

Movimientos como el del día ocho plantean a nivel global el gran desafío al que nos enfrentamos quienes seguimos creyendo que la democracia y el bienestar están permanentemente amenazadas. Feminismo, movimientos como el LGTB, organizaciones globales que defienden los derechos humanos, ecologismo, precariado, foros alterglobalización... Creer que la fragmentación de la resistencia es un mal a evitar es no entender la complejidad de la realidad social en que nos movemos. No se trata de uniformizar ni a sujetos ni a colectivos, ya sólo los dogmáticos pueden soñar con eso. El reto es encontrar los nexos que puedan vincular los distintos territorios de lucha en movimientos que, sin estrangular la especificidad de cada uno, afronten proyectos comunes. 

Incluso quienes no somos mujeres hemos aprendido algo importante estas últimas semanas: no es verdad el "No hay alternativa" proclamado hace décadas por aquel ser odioso llamado Margaret Thatcher. Aquello inspira el "No se puede" con el que nos intoxicaron durante los años del austericidio y los recortes. Ahora sabemos que eso es más bien lo que los reaccionarios querían que pensásemos, es decir, que renunciemos a la política y, por tanto, a la ciudadanía.  

Sí se puede, desde luego, pero llega el momento de hacer que lo que ocurrió el ocho de marzo no se quede ahí.  

Friday, March 02, 2018

HUELGA DE MUJERES

Tengo en 4º de ESO una alumna -María- a la que adoro y que ayer replicó a mis razones alegando que yo pensaba así porque soy un "varón, blanco y heteropatriarcal". Ella aseveró que a la manifestación del 8 de marzo sólo debían acudir mujeres. "Entiendo", le dije "que las que están convocadas sean mujeres, y entiendo que ellas formen la parte más visible de la manifestación, pero es un error rechazar adhesiones, entre otras cosas porque los hombres, que sin duda somos parte esencial del problema, tenemos derecho a formar parte de la solución". 

No me preocupa el improperio que María me dirigió, es una joven con amplia preocupación social y expectativas de apasionada militancia, lo cual me parece infinitamente mejor que la indiferencia política que reina entre sus compañeros. Me preocupan también otras cosas. 


Por ejemplo. Ayer por la mañana mi hija me dijo que a veces le pegaban en el cole. Ante mi enojo, trató de tranquilizarme alegando que ya se "había acostumbrado". Sin comentarios. 

Por la tarde traté de convencer a una señora mayor de la necesidad de la huelga de mujeres del 8 de marzo. Defendí con apasionamiento la idea de que han sido movimientos de protesta con intenciones progresistas -muy especialmente el feminismo- los que han conquistado derechos tan trascendentales como el sufragio universal, la emancipación laboral de la mujer, el divorcio, el aborto, los derechos por maternidad... La situación de las mujeres en nuestro país no es la ideal, pero, como afirma una allegada, "prefiero ser mujer aquí que en Somalia o Yemen, y prefiero ser mujer ahora que en el siglo XVII". Pese a esa y otras muchas razones que ofrecí a favor del principio de que derechos y libertad se conquistan desde la lucha social, no conseguí convencer a mi interlocutora, que se aferraba a la idea de que "no vamos a poder cambiar nada". No me desanimó su impermeabilidad, el hecho mismo de que dialogáramos durante un buen rato me parece una razón más en favor del fenomenal pifostio que se está montando con la huelga del día ocho. 


Al salir del local en el que pasé la tarde me encontré a un antiguo alumno. Me dijo que había abandonado el piso de alquiler que compartía con otros dos chicos porque temía coger una infección, dado que el apartamento jamás se limpiaba. Todos sus ocupantes, varones con huevos colganderos y voz de trueno, consideraban que no era su misión en la vida limpiar su propia mierda. De ello se deduce lo obvio: muchas familias siguen educando a sus hijos varones -y supongo que también a las féminas-en las pautas más rancias y obsoletas del patriarcalismo.

Miren, yo creo que la idea de esta huelga tan innovadora es magnífica y que está generando una movilización colosal, quizá por encima de lo que ella misma planeaba. Vayan o no muchas a la huelga, el proyecto está teniendo éxito porque ha conseguido generar el clima de controversia que hace que merezca la pena formar parte de eso a lo que se llama la sociedad civil. Mal que le pese a quienes afirman que no hay alternativas -seguramente porque no quieren que las haya- son este tipo de situaciones las que conciencian, educan y cohesionan a las comunidades. 

 Respecto a la causa feminista las claves de reivindicativas son muy claras: feminización de la pobreza, impunidad del maltrato, esclavitud sexual, desigualdad en los derechos laborales, ausencia o inoperancia de las leyes de conciliación familiar... Podemos seguir, pero eso se lo dejo a otros, o mejor a otras. 

 Permítanme, para concluir, una apostilla. 

Todo movimiento, hasta el más honesto y necesario, ha registrado siempre "líneas duras", radicalismos obtusos y versiones ortodoxas e inquisitoriales. La ferocidad no es un síntoma de pureza y coherencia, sino de fanatismo y zafiedad. No estoy reclamando titubeos ni concesiones, se debe ser contundente en la defensa de principios básicos de justicia, pero la descalificación ad hominem de cualquier forma de discrepancia es una forma de autorrefutarse. Es bueno ser apasionado, pero todo discurso debe fundamentarse en la autocrítica, porque de lo contrario sólo es un conjunto de ladridos cuya única expectativa es imponerse por la fuerza. 

Hay feministas intolerantes y las hay particularmente idiotas. En los últimos días he leído algún que otro escrito publicado en medios de gran repercusión que da a pensar que a veces se suben al carro los más lerdos. Esto es exactamente lo mismo que podría decir de los socialdemócratas, los ecologistas o los defensores de los derechos de los niños... todas ellas opciones estupendas pero que albergan ciertas actitudes mezquinas y dan refugio a algunas personas abominables. He conocido feministas odiosas de igual manera que leninistas o veganos odiosos.


Muy bien, ¿y qué? ¿Merece la pena esta causa a pesar de sus imperfecciones?  Yo creo que sí, aunque, como dice María, soy un varón blanco y heteropatriarcal hasta cuando apoyo al feminismo. Como dijo Billy Wilder: "nadie es perfecto".