Friday, July 26, 2019

SOBREVIVIRÉ

"El que por profesión se ha convertido en esclavo de los detalles triviales es la víctima de la burocracia" Antonio Gramsci.


Me viene a la memoria un viejo amigo de la universidad... En cuanto alguna controversia política duraba más allá de un cuarto de hora, solía abandonarnos aduciendo que lo que "a mí me gusta es oír jazz". Este pasotismo convertía al tipo en un "idiotés", es decir, uno de esos ciudadanos repudiados en la Atenas del siglo V que se refugiaba en la pequeñez de sus asuntos privados, eludiendo la exigencia democrática de participar en las deliberaciones del ágora que, a fin de cuentas, habrían de afectar seriamente a su vida. Claro que también podemos interpretar sus espantadas en otro sentido. Acaso el problema no estaba en él, sino en quienes nos sumergíamos apasionadamente en el debate, pues a menudo confundíamos "política" con "partidos" o con "doctrinas". Quizá lo que a aquel fanático de Miles Davis molestaba era que cuando pretendíamos discutir de política en realidad ignorábamos que la política profesional es el territorio donde se extenúa la voluntad política de las multitudes. 

Durante mi juventud, y pese a que yo no me iba a casa a oír jazz a la primera controversia, asumí que si uno no se consideraba representado por quienes han decidido vivir de la política, lo más coherente que puede hacer cuando llegan elecciones es entregarse a la abstención. Es la coherencia y -quiero pensar- la madurez, lo que me hizo cambiar de opinión y regresar a las urnas cuando era convocado: no tiene mucho sentido abstenerse para luego mirar en la tele los resultados y desear que gane una izquierda a la que no he ayudado o, lo que es lo mismo, pierda una derecha a la que temo y detesto. Les aseguro que sé de lo que hablo: he vivido más de dos décadas bajo el dominio incontestable del PP en la ciudad de Valencia y en la comunidad autónoma de la que es capital... sé muy bien cómo es la derecha española.

Los últimos acontecimientos, sin embargo, me invitan a repensar  los motivos de mi antigua fobia a las urnas. Jesús Maraña, director de Infolibre, propone un ejercicio de responsabilidad recordando a los líderes de la izquierda que aún es posible el pacto y que el Parlamento queda de guardia en agosto para que, pese a todos los desencuentros de julio, todavía podamos tener gobierno de coalición. Mi paciencia y mi fe tienen menos recorrido que la de Maraña: simplemente he dejado de creer. Y he dejado de creer porque, como suele pasar en los estados depresivos, ya no me limito a la melancolía por lo que pudo ser y no fue... la realidad es que creo que de haberse firmado el pacto, el gobierno resultante habría sido un fracaso.

No hay matrimonio más rotundamente abocado al fracaso que aquel que se acuerda a regañadientes, ese en el cual se da el sí de mala gana porque los firmantes sienten, y se les nota en la cara, que están haciendo algo que no desean hacer. Sospecho que en este asunto el PSOE ha fingido mucho más que UP. Por distintas razones, algunas de ellas no confesables, Sánchez ha jugado reiteradamente a poner excusas que, una tras otra, se le iban desmontando, como el asunto catalán y el célebre "escollo" ad hominem con el líder morado. Pedro siempre soñó con una rendición, creyó seriamente que la amenaza de la repetición electoral asfixiaría la resistencia del interlocutor. 

En cuanto a éste, me resulta difícil entender que, al final, haya renunciado a aceptar una oferta que, después de todo, era mucho mejor que el desastre que, creo, supone para UP una repetición electoral ahora prácticamente irreversible. Es en cualquier caso sintomático que, mientras UP dice estar todavía abierto a recuperar la senda negociadora, la ministra Calvo ya haya anunciado que, definitivamente, esta no será retomada. ¿Ni aunque Podemos rebajara notablemente sus pretensiones? ¿Ni aunque, pongamos por caso, dimitiera toda la junta de negociación de UP, empezando por Iglesias? Para querer tanto la coalición, como con rictus lacrimoso dijo la diputada Lastra, tienen una manera singular de demostrarlo. 

Sí, señores, si vieron el debate observarán que merodeo por la línea argumental del siempre imprevisible Gabriel Rufián, quien reprochó con toda la razón a la izquierda española su inoperancia. Mientras el par de machos alfa miraban el móvil, les espetó que se arrepentirán de lo ocurrido en estas horas... Todos habremos de arrepentirnos mientras las derechas "aplauden con las orejas". Que los representantes de los partidos que no creen en España sean los que, finalmente, muestran un mayor sentido de Estado -y lo digo también por el PNV- da a pensar que vivimos en medio de una comedia de los Marx. 

La hemos jodido. Mejor dicho: la han jodido. Los ciudadanos hemos hecho lo que tocaba, son ustedes los que, no teniendo el coraje ni la humildad para aliarse, han demostrado que tampoco están en condiciones de gobernar. Me nace decir que solo valen para servir a sus intereses partidarios, pero bien pensado tampoco esto es cierto. Tenían a la derecha en su peor momento y le han dado todo el aire que necesitaba. Dimitan ustedes. Yo no les voté para este bochornoso juego de vanidades. Váyanse, ustedes no me sirven.

Nos esperan, y si no al tiempo, largos años de gobierno de derecha. Es lo que me temo y no quiero que ocurra. Pero dijeron los manifestantes del 15M aquello de "No nos representan" y ustedes es evidente que no lo han entendido, pues sus intereses partidarios han prevalecido sobre la voluntad ciudadana, esa a la que dicen  que sirven y en la cual se han ciscado como tantas otras veces. 

No es cierto que no necesitemos a los partidos políticos, pero si no podemos contar con ellos habremos de seguir luchando sin ellos. Las multitudes crean poder su esfuerzo diario, la gente pelea y crea formas institucionales que ejercen presión sobre quienes, en última instancia, deben generar el tejido legal que cree sociedades más avanzadas y respirables. Habremos de seguir peleando en las aulas, en las asociaciones, en los sindicatos, en las fábricas, en las casas... No está permitida la melancolía. Y sobreviviremos, ya lo verán. 

"La emancipación es práctica política efectiva de resistencia y creación cooperativa." Toni Negri   

Me voy a escuchar a Miles Davis, feliz verano, amigos.

Friday, July 19, 2019

ALGUNAS DUDAS RAZONABLES

La emergencia de un partido político se hace posible desde dos condiciones: la existencia de la política misma y la viabilidad de la representación.

Más allá de mi vicio -tan filosófico- de ponerlo todo en duda, no deberíamos dar por hecho ninguno de los dos factores. Lo político supone la capacidad para organizar libremente lo que es común. Si hacemos valer esta definición, los regímenes autoritarios no son estrictamente políticos, pues se basan en la dominación y, sea cual sea el volumen de aceptación que alcanzan, requieren siempre el ejercicio del terror. Lo que debemos preguntarnos automáticamente es si podemos asegurar que no vivimos en alguna forma de régimen autoritario. Respecto a la segunda condición, la representación, temo que tendemos a dar por hecho que los mecanismos institucionales que la articulan tienen la facultad de garantizarla. 

El optimismo democrático tiende a desatender estos interrogantes. Asume que la contienda partidaria institucionalizada a través de un marco constitucional es suficiente para gestionar la convivencia desde una cautelosa y responsable traducción de la voluntad ciudadana. No se asumen aquí las críticas del marxismo tradicional respecto al carácter formal, y por tanto inane, de la democracia en regímenes capitalistas. Tampoco la versión posmoderna de la alta política como simulacro, es decir como teatralización sobreactuada de una representación que, precisamente porque no existe, necesita invadir todos los territorios de la información y convertirse en espectáculo del Poder para hipnotizar a las masas. Como afirmaba Baudrillard, el gobernante se sienta ante una máquina cuyos mandos no responden. 

No afirmo que en tales sospechas anide la verdad, es más, sospecho que ambas arrastran derivas nihilistas sumamente peligrosas, algunas de las cuales conducen a la pura pasividad y otras, las más repelentes, a Vox. Lo que sí digo es que tenemos derecho a preguntarnos por el nivel de calidad de nuestra democracia. Su historia en cualquier nación, y desde luego, en la nuestra, está atravesada de engaños, promesas incumplidas, corruptelas y mezquinas batallas de intereses. 

Podríamos pensar que el trayecto cotidiano de la política española ha consistido durante décadas en mantener la "pax augusta" del bipartidismo. La escenificación de batallas supuestamente descarnadas entre las dos grandes organizaciones, PP y PSOE, con episodios de juego sucio especialmente infames, habrían mantenido la sugestión de que realmente existía la política. La dificultad que tenemos para distinguir entre el ideario llevado a cabo desde las carteras de Economía por parte de Rato y el de Solchaga o Solbes da a entender que en España, país periférico en el seno de Europa, no se ha ejercido auténtico poder político, sólo ha habido gestión de las instrucciones de la Troika. 

Algunos acontecimientos imprevistos y propiciados por el desorden creado por la crisis han alterado este paisaje. Dado que difícilmente podría ilusionarme con el secesionismo catalán o con la emergencia parlamentaria de la ultraderecha (de Ciudadanos no hablo, pobrecitos), habré de referirme a dos que llegaron a parecerme muy significativos. 

El primero fue la exitosa irrupción de Podemos, partido que consiguió capturar el espíritu reivindicativo del 15M para llevar a cabo el gran desafío de los detractores a los Indignados: "si queréis hacer política abandonad los campamentos e ingresad en el Parlamento". El segundo fue la resurrección del cadáver político de Pedro Sánchez. Tras encastillarse en el no a Rajoy frente al "fuego amigo" del aparato del Partido, Sánchez cautivó desde la nada a las bases para hacer saltar por los aires toda la lógica burocrática y jerarquizada de una organización que fue capaz de poner boca arriba. 

Yo nunca creí seriamente en que Podemos hubiera llegado a los salones del poder para hacernos asaltar los cielos, como con una mezcla de petulancia y oportunismo publicitario nos vendieron Iglesias y su séquito. Tampoco me sentí en condiciones de asegurar que el milagro producido en Ferraz, que se tradujo en una renovación colosal del apoyo social al Partido Socialista, trasladara al gobierno de la nación una gestión digna de llamarse "de izquierdas"... Siempre supe que todo podía tener mucho de espectáculo, que podía no ir mucho más allá del simulacro. 

Pero permítanme una última digresión. Leo últimamente a gente a la que respeto referirse a "las élites" o al Ibex 35 como el nuevo mantra de la izquierda que sustituye a aquello de la "casta". Me gustaría pensar que es una estupidez conspiranoica del señor de la coleta, una receta para movilizar en su favor al adolescente con ínfulas de bolchevique que llevamos dentro. Me gustaría pensar que no hay gente muy poderosa en el mundo financiero presionando a Sánchez para que la bicha, es decir, Unidas Podemos, no entre en el gobierno de España. No se si ven a dónde voy a parar y qué sospechas me asaltan. 

Me importa un rábano que se lleven bien o mal Sánchez e Iglesias o que se miren con el rabillo del ojo en los consejos de ministros del gobierno coaligado. Me da completamente igual si con el pacto ceden un milímetro más o menos en sus intereses partidarios. Pacten de una vez. Si no tienen agallas para ello o los poderes fácticos se lo prohíben háganse a un lado, dedíquense a otra cosa y no me hagan perder más el tiempo. Por lo que es yo, no pienso votarles más. No es el gobierno de los próximos cuatro años lo que está en juego, es la credibilidad de la política. Piénsenlo.       


Thursday, July 11, 2019

CHERNÓBYL

Cuando últimamente todo el mundo habla de una serie de televisión, la primera reacción razonable es desconfiar, evitar cualquier urgencia: "sí, sí, ya la veré cuando pueda". Así fue con "Juego de tronos" y nunca me he arrepentido, a pesar de que hubo momentos en que no seguir la serie me ponía en la misma situación de "nerd" impresentable en la que me sentí el día que una compañera me fotografió cuando me vio llamando desde una cabina telefónica. (Les aclaro que no uso móvil y, por si no se habían dado cuenta, que aún existen las cabinas, algunas de las cuales por cierto funcionan, basta echarles unas moneditas) 

Aquella noche no tenía yo mucho que hacer, sólo ver un partido de fútbol playa en teledeporte . Como no jugaba Amarele, el único talento futbolístico en estado puro que he visto en esta última década, decidí esquivar mis prejuicios y ponerme el primer capítulo de "Chernóbyl", esa serie de la que todo el mundo habla. Apenas unos días después ya había visto los cinco capítulos y leído el libro en el que se inspiró: "Voces de Chernóbil", de Svetlana Alexievich, que recibió el Premio Nóbel por el mismo. 

Empecemos -y ahora me pongo muy serio- por desechar dos reticencias habituales en estos casos. La primera es que "Chernóbyl" no es una teleficción al uso, es una película larga... que la veamos por la tele no cambia eso. La segunda tiene que ver con el horror que algunas personas me han confesado que les aleja de la serie cuando les he trasladado mi entusiasmo por ella. Dado que en "Juego de tronos" y similares, por no hablar de las interminables pelis de catástrofes, nos han acostumbrado a atrocidades de lo más retorcido, ya puedo tranquilizarles adelantándoles que no hay sadismo ni regodeo en la sangre en "Chernóbil"... El problema está en que lo que cuenta es "real". Y, sobre todo, sospecho que pone ante nuestros ojos un pánico que en el fondo inconsciente del sujeto contemporáneo desata mucha más angustia que alienígenas, zombis o caminantes del hielo: un enemigo invisible y diseñado por el ser humano cuyo poder destructivo -que es para lo que fundamentalmente se creó- alcanza dimensiones de armagedón. 

Lo terrorífico y, en cierto modo, lo banal, lo estúpido de ese enemigo invisible es que no tiene nada que ver con los enemigos mortales de la humanidad de tiempos anteriores. Primero las autoridades soviéticas dicen en aquel momento que no pasa nada, que sólo es un incendio que apagarán los bomberos. Después envían un ejército de liquidadores a los que engañan haciéndoles creer que unas pocas precauciones les librarán de todo riesgo. Es impagable esa escena en que los mineros del carbón enviados a hacer un agujero bajo el reactor aparecen desnudos en el trabajo, debido a que la autoridad competente no les pone ni siquiera un ventilador pese al calor asfixiante del túnel. "Deberían vestirse"... "¿Por qué?", le pregunta el minero al burócrata enviado por Moscú. "Bueno... están demasiado desprotegidos"... "Si nos ponemos ropa, ¿nos salvaremos de la radiación?". No hay respuesta, no puede haberla. Y los mineros siguen trabajando en pelotas. 

Hoy sabemos que esos mineros, como los liquidadores, como los que hicieron las primeras maniobras de limpieza, como los tres voluntarios que entraron al reactor para vaciar los depósitos de agua, evitando con ello una explosión en cadena de los otros tres reactores, salvaron la vida de sus compatriotas a cambio de la suya propia. Probablemente salvaron incluso la nuestra, pues de no haber intervenido entonces, acaso ahora Europa sería toda ella una "zona de exclusión", un continente definitivamente devastado y abandonado, un gigantesco cementerio. 

Es curioso. Hoy el entorno de Chernóbil tiene las características de una reserva natural. Osos, lobos, zorros, gamos y una vegetación agreste y admirable habitan el territorio, asimilando la radioactividad pero libres del peor de sus enemigos, la presencia humana. La naturaleza nos considera una plaga tal, que prefiere convivir con el más mortífero de nuestros desechos a hacerlo con nosotros. 

Y pese a todo, la zona no ha sido completamente abandonada por los seres humanos. Siguen colándose merodeadores y saqueadores, muy habituales por cierto en los primeros meses, cuando el ejército ordenó evacuar a todo el mundo y matar a tiros a todos los animales, empezando por las mascotas, convertidos en bombas de radioactividad... Como la ropa, como las cebollas y las patatas, como los cuerpos de los bomberos que fueron enviados la primera noche a apagar un fuego que era mucho más que un fuego...Aquellos cuerpos fueron enterrados bajo planchas de hormigón porque después de muertos eran un peligro para la supervivencia de los que quedaban.  

Queda para la historia de la literatura y de la televisión el momento en que un soldado intenta obligar a una anciana que ordeña una vaca a abandonar su casa y acompañarle. Repito de memoria: "Joven: depusieron al zar los bolcheviques, hubo una guerra. Después Stalin nos envió la hambruna. Más tarde llegaron los nazis. No he dejado de ver morir vecinos, amigos, familiares... Nunca me fui. ¿Crees de verdad que voy a marcharme ahora por un enemigo al que ni siquiera puedo ver?"

Svetlana Alexiévich merece ser leída porque consiguió aquello que desde siempre ha distinguido a los grandes escritores: tras un suceso del que oímos hablar como si estuviera muy lejos, como si apenas nos afectara, nos encontramos con seres humanos de verdad, cuerpos destruidos, miedo, heroísmo... Todo lo peor y lo mejor de la condición humana aparece en carne viva en medio de una tragedia que pone a prueba a aquellos sobre los que, mereciéndolo tan poco como cualquiera de nosotros, ha caído con todo su poder devastador. 

Dicen que con Chernóbil empezó a descomponerse el imperio soviético. Yo creo que con aquella catástrofe empieza una nueva era para nuestra especie. "Chernóbil" -dice Alexievich-  "es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI. Un desafío para nuestro tiempo".  

Friday, July 05, 2019

MARICÓN EL ÚLTIMO

"Maricón el último", me espeta mi compañero Victor cuando, bastante hastiados, abandonamos el aula donde acaba de concluir una de esas pesadísimas reuniones de profesores. Le miro con sorna porque es gay, y la frase me recuerda a esas  que en el colegio religioso  -varones only- donde me crié se utilizaban para estigmatizar a los afeminados. Que recayera sobre ti la más mínima sospecha respecto a tu hombría era lo peor que podía pasarte. Recuerdo lo que uno de los más machotes de la clase me dijo un día ante un póster de Ornella Mutti: "si no te gusta ésta es que eres maricón". 

Yo descubrí mi tediosa heterosexualidad con siete u ocho años, en casa de mis primos, ya adolescentes. Guardaban, con la inaudita aquiescencia de sus mayores, algunas fotografías de mujeres desnudas. Provenían de publicaciones de Inglaterra, a donde habían viajado, imbuyéndose de un espíritu democrático que me hizo pensar que más allá de los Pirineos existía el paraíso. Yo admiraba aquellos cuerpos con una devoción religiosa, despertando emociones y promesas que mi inmadurez infantil no era capaz de asimilar. ¿Qué hubiera sentido si esa emoción la hubieran despertado cuerpos masculinos? Supongo que lo habría ocultado celosamente, habría entendido qué es eso de la reclusión en el armario. Pero mi sexualidad era la correcta, o eso pensaba entonces, cuando podías darte el lujo de formar parte del ejército que maltrataba y acosaba a los maricas. 

Hemos aprendido mucho desde entonces. Se me ocurre una maldad: he conocido tantos hijos de perra, he visto actitudes tan repelentes en gente con gustos sexuales "normales", que si guardara alguna reserva contra quienes practican la homosexualidad, tendría que ponerles muy abajo en mi lista de detestables, pues siempre he pensado que  hay cosas mucho peores que irse a la cama con quien la Madre Iglesia dice que no es adecuado. En cualquier caso, no tengo esa reserva. Es más, ya hace mucho que entendí que me habría ido mejor en la vida siendo gay, pero, como dijo el gran Billy Wilder: "nadie es perfecto". 

Este fin de semana se celebra el Día del Orgullo LGTB. Es una jornada reivindicativa, un acto político en toda la extensión de la palabra... no en vano su fecha conmemora los disturbios de 1969 en Nueva York, cuando la comunidad gay se rebeló por primera vez contra la intolerable persecución policial que sufrían. A menudo he escuchado críticas hacia el componente espectacularizado y algo hiperbólico del desfile. Se equivocan: el Orgullo, sobre todo el madrileño, vinculado a la liberalidad del barrio de Chueca, atrae a mucha gente porque es divertido. Proclamar a los cuatro vientos que uno se siente bien siendo lo que es, exhibirlo de forma incluso impúdica, es la mejor manera de escapar a la condición de víctima... Hay en las carrozas y el jolgorio un componente de autoparodia que me parece sano, nada te hace más fuerte que abandonar la circunspección y saber reírte un poco de ti mismo. No soy homosexual, al menos no lo soy a día de hoy, pero siempre me he sentido bienvenido al Orgullo, y eso sólo merece agradecimiento. 

De algunos incidentes de los últimos meses podríamos inferir que, pese a todo, no aprendemos nada. La barbarie del animal que amedrentaba el otro día -"en defensa de los niños", decía el tipo- a un chico gay en un McDonald´s no es más escandalosa que la incorporación de un partido neofascista como Vox a las instituciones. De igual manera, sonroja un episodio tan ridículo como el arrinconamiento de la bandera arcoiris en el ayuntamiento madrileño bajo el pretexto de que la bandera de España "es más inclusiva".

...Nadie dijo que esto fuera a ser fácil, pero, no nos engañemos, los avances han sido inmensos, seguramente impensables hace sólo tres décadas, cuando España se quitaba la caspa de una dictadura que enviaba a la Brigada Social a dar palizas a los "pervertidos" con las leyes de "peligrosidad social" o de "vagos y maleantes" en la mano. Lo primero que debemos entender es que las actitudes violentas que en ciertos momentos parecen recrudecerse responden al miedo de quien empieza a entender que el movimiento de emancipación homosexual -y es exactamente lo mismo que pasa con el feminismo- ya se ha hecho imparable, de ahí que los homos y trans vayan por ahí como quien no tiene nada que ocultar, como quien -incluso- se siente orgulloso de ser quien es... no me extraña que moleste a algunos obtusos. Entiendo que la emergencia de Vox resulte inquietante, pero debemos advertir que su éxito es precisamente consecuencia de un fracaso de proporciones históricas: el de quienes pretenden seguir "normalizando" ciertos privilegios intolerables en democracia y las conductas abusivas que propiciaban, los cuales no tienen ya otro fundamento que el haber durado miles de años.

Se me ocurre otro aspecto desde el que poner en valor la orgullosa reivindicación que viviremos mañana. Muchos intelectuales, creo que algunos con buen tino, se dedican en los últimos tiempos a lamentar insistentemente la descomposición de las viejas certezas, el desplome y la banalización de todo lo que era sólido y valía la pena del viejo mundo. El capitalismo de los tiempos de la globalización, no lo dudo, es una fuerza devastadora que amenaza con uniformizarnos a todos, lo cual constituye una forma de dominación quien sabe si aún más peligrosa que el antiguo autoritarismo. Ahora bien, que ejército, iglesia o patria, instituciones gloriosas del modelo patriarcal y victoriano, se hayan deslegitimado en nuestro tiempo, me parece más una oportunidad que una pérdida. La deconstrucción de la familia patriarcal que han llevado a cabo los jóvenes, las mujeres o los gays, movimiento sísmico que encuentra su epicentro en los años sesenta, constituye a mi entender el campo abierto para la construcción de nuevas formas de subjetividad, de familia, de relaciones afectivas... la posibilidad en suma de construir la propia biografía desde una libertad que acaso hace décadas sólo podía imaginarse como utópica.

Y sí, estoy hablando de política... La vida privada es política, los cuerpos son política... Eso el Poder lo supo siempre, como tan magistralmente nos explicó Michel Foucault en la senda de Nietzsche, por eso es importante que lo asumamos todos. 

Mañana habrá mucha gente en Madrid divirtiéndose y, acaso sin saberlo, luchando contra el fascismo y la intolerancia. Maricón el último.