Saturday, April 28, 2018

SHOW MUST GO ON

¿Y si la democracia se nos estuviera escapando por donde menos lo esperamos?

Rechazamos la corrupción que infecta las instituciones, celebramos que ahora -en esta era de la transparencia y la sobreinformación- la prensa saca a la luz las ruindades de los mandarines. Son, al parecer, los periodistas quienes nos salvan de las nuevas dictaduras al iluminar los pasillos entre bastidores.

"Al fin vuelve la política"... "Ocúpense de los problemas de los ciudadanos"... Pero la política no regresa porque ya se escapó por el desagüe cuando no mirábamos. Y claro que sigue existiendo la dominación, claro que se toman decisiones, se exterminan poblaciones o se arruinan países enteros. Pero, como en un truco de prestigitador, el público mira hacia la mano que distrae y no a la que maneja los ases. 

Sobrecogidos por la información al instante, queremos creer que ocurren cosas de vital trascendencia y que tienen la galantería de hacerlo ante nuestros ojos. El 23-F o el 11-S nos han hecho creer que podemos asistir en directo y desde el sofá al desarrollo de la historia... pero no vivimos ya en la lógica de lo historiográfico, sino en la del espectáculo. 

¿Cómo hemos llegado a tamaña falsificación? En realidad, la sociedad del espectáculo es el aparato puesto en funcionamiento por el capitalismo financiero enloquecido y descontrolado que gobierna la globalización. Estranguladas por la hegemonía de lo mercantil, las instituciones en que se sustanciaba la democracia -el ágora, las bases de los partidos, las asambleas obreras- quedan liquidadas por la omnipotencia de lo mediático. 

Ante la ubicuidad de la pantalla, se desfonda el discurso ilustrado, según el cual los ciudadanos podemos criticar y transformar la sociedad. Según Guy Debord, padre del concepto de la sociedad del espectáculo, no llegamos a esto "por la aparición de nuevos argumentos, sino porque los argumentos se han vuelto inútiles."

La irracionalidad se apodera de todo en la sociedad del espectáculo. Adiós a la lógica, si esta consiste en diferenciar lo relevante de la fruslería. Los amos del mundo duermen tranquilos porque tras el espectáculo no quedan focos para detectar sus movimientos.

Podemos creer que el nuestro es un país singularmente circense. Y lo es, somos una banda, y el esperpento del último mes en el Gobierno de Madrid, concluido con lo que parece una noticia de El Mundo Today, no es ni mucho menos la clausura del festín. Pese a algún atisbo de cordura por parte de Podemos, no podemos evitar la evidencia más cutre: los electores de Cifuentes pueden aguantar la corrupción del Caso Lezo o el máster falsificado, pero robar dos cremas en el super...demasiado humano, demasiado cerca de cualquiera de nosotros como para seguir teniéndole respeto. 

Ferreras, tan pelma y tan seguro de sí mismo como su señora esposa, han dado el último paso para terminar de convertir la información política en espectáculo. A cada momento consigue que creamos que nuestro futuro está dirimiéndose en la siguiente "noticia de alcance" que va a saltar en unos minutos, después de la publicidad... Y nos darán cuenta de ella como en el carrusel deportivo. Dicen que es un rojo y que está con estos o los otros, pero Ferreras sólo está del lado de la noticia: periodismo de verdad.

Cifuentes será en los próximos días sustituida. Seguirá el espectáculo, no volverá la política, los fieles del PP seguirán votándole aunque digan ahora que prefieren a Ciudadanos. Todos seguiremos dando vueltas en la rueda de la jaula... Eso sí, con la tele encendida. Show must go on. 

Friday, April 20, 2018

ILUSTRACIÓN O ROMANTICISMO

Ante la desidia habitual se celebró hace unos días el 14 de abril, día de la Segunda República. Déjenme que presente una pequeña aportación al octogésimo séptimo aniversario. Me baso en un artículo, Realidad y ficción en política,  publicado en la revista Pasajes por el veterano filósofo Manuel Jiménez, a quien tuve el honor de hacer formar parte en la lectura de mi tesis, hace ya quince años. 

Se refiere Jiménez al trascendente pensador Carl Schmitt, el cual sembró dudas respecto al autoconcepto de la democracia como el régimen en el cual el poder político se gestiona como consenso y los ciudadanos se convierten en legisladores. Esa visión gloriosa constituye en la crítica de Schmitt una ficción. 

Pese a que el Estado moderno surge con la Paz de Westfalia, que en 1648 pone fin a las guerras de religión que asolaron Europa, para Carl Schmitt el terreno político no deja nunca de construirse desde la confrontación amigo-enemigo. Por otro lado, el liberalismo económico conduce irremediablemente a la exclusión de muchos, lo que alimenta el eterno conflicto de clases. Finalmente, y no dejamos a Schmitt, el orden abstracto de los Estados demoliberales contará siempre con la nostalgia de "lo telúrico", es decir, todo ese conglomerado tribal de la tierra, la sangre, las tradiciones y la patria. Ante ese rumor oscuro de lo comunitario -por más que se diseñe a menudo en forma mítica- el Estado moderno será siempre experimentado como una presencia monstruosa y gélida, un cuerpo ajeno e impuesto contra los deseos de la colectividad. 

La primera constitución liberal española es, como sabemos, de 1812. Nació obligada a coexistir precariamente con estructuras premodernas aún muy consistentes. A medida que se va imponiendo el orden burgués en Occidente, emergen los tres grandes nacionalismos albergados por el Estado español. Inspirado por Donoso Cortés, nos encontramos el nacionalismo español. El segundo, basado en el discurso del obispo Torras, según el cual el liberalismo pretende la negación de Dios, sería el catalán. Finalmente, añadiendo el componente racista de Arana, tendríamos el nacionalismo vasco. Los tres guardan afinidades esenciales: perpetúan el espíritu de la Contrarreforma, son clericales y sospechan de la modernidad. 

En 1931 se proclama la constitución de la Segunda República, que se enfrenta en términos demócrata-liberales a los tres elementos perturbadores a los que se refiere Carl Schmitt: el poder religioso, el conflicto entre clases sociales y las singularidades cantonales. 

La República del 31 representa la llegada a una estación largamente deseada por los progresistas y heterodoxos españoles desde tiempos del erasmismo. Desgraciadamente ese lugar ya no existía: la República nace en medio de una colosal crisis de civilización que vería resquebrajarse el modelo liberal en Europa mientras colisionaban el universalismo proletario soviético y el fascismo liderado por Hitler y Mussolini. España no pudo evitar que esa cruenta batalla se nos cobrara como víctimas, de ahí que, sobre todo a partir del 34, el de por sí débil orden liberal fuera silenciado en el fragor del conflicto entre el impulso revolucionario y el donosismo nacional-católico. 

Jiménez declara ilusoria la pretensión de que el bando republicano defendiera el orden constitucional liberal durante la Guerra contra el fascismo. Abundan los discursos que en plena guerra, y contra el criterio de personajes como Manuel Azaña, entendían que la conflagración era la gran oportunidad para un proceso de revolución proletaria. Las potencias democráticas extranjeras tomaron nota y dieron por liquidado el liberalismo español, de ahí que, tras la derrota de Hitler, y ante el miedo a que el estalinismo pudiera introducirse por esta orilla del Mediterráneo, obviaron a España en la hoja de ruta de la normalización demo-liberal. En otras palabras, EEUU y sus aliados decidieron que lo más prudente era aceptar el resultado del conflicto español, lo que supuso más de tres décadas de una atroz dictadura apenas contestada. 

En 1978 se proclama una nueva constitución democrática. Nadie en el país quería una nueva guerra y existía un consenso masivo respecto a la conveniencia de encontrar acomodo entre las democracias europeas. 

El sentimiento generalizado que otorgó la máxima legitimidad a este nuevo proceso histórico entra en crisis -explica Jiménez- con la Gran Recesión que estalla en 2007, crisis de alcance mundial pero que toma derroteros especialmente dramáticos dentro de nuestras fronteras. 

Vuelve a emerger el malestar hispano en la modernidad política...

El Régimen del 78, como lo denominan los rupturistas, ha tenido la suerte que no tuvo el del 31, que cayó porque tras sus fronteras se hundían los liberalismos. Hoy son potencias extranjeras las que sostiene la democracia española:

Si no, hubiera caído ya, o la estaríamos viendo caer, e incluso ha caído ya para muchos.

Me gustaría pensar que son las nuevas fuerzas de izquierda, los
movimientos civiles como el 15-M o los colectivos de parados, deshauciados y excluidos de todo tipo los que han puesto en crisis las instituciones demo-liberales heredadas de los pactos de la Transición. No soy un radical, no tengo ningún deseo de que todo salte por los aires, pero me parece que estamos ante una encrucijada y que debemos hacernos preguntas muy serias sobre la viabilidad y el futuro de nuestras instituciones. 

En cualquier caso, me temo que quien de verdad está poniendo en peligro el statu quo es el independentismo catalán. Uno de sus agentes decisivos, la CUP, aplica su fino sentido de la solidaridad con los pueblos vecinos planteando que la independencia del Països Catalans inicia el desmontaje del gran opresor común, el Estado Español. Gracias. Ésta no sería sino la primera fase de una subversión aún más liberadora, la de Unión Europea, fatal imperio que quedaría disuelto ante la verdad atávica y sagrada de las "auténticas" comunidades del viejo continente. Gracias otra vez. 

Es posible que después de presentarles el texto de Manolo Jiménez, que suscribo casi en plenitud, haya quien, por problemas de vocabulario me denomine "nacionalista español". Puestos a aceptar algún insulto típico de reaccionarios, preferiría que me llamaran "afrancesado". Lo asumo gustoso. La Republique, desde 1789, proclama el Estado como una totalidad abstracta, o lo que es lo mismo, la entidad que reconocemos como contrato entre ciudadanos hace abstracción de la patria, la religión, las tradiciones o la ideología a la que cada uno siente que pertenece. 


Me quedé en el siglo XVIII, qué vamos a hacerle. Pero, ¿saben? cada vez que el XIX y sus ridículos romanticismos se imponen al setecientos, yo me pongo a temblar.  




Sunday, April 15, 2018

SIN ESCRÚPULOS

En vísperas de las elecciones generales que acabaron con el zapaterismo y llevaron al poder a Mariano Rajoy, el estrambótico -pero a menudo certero- crítico de cine Carlos Boyero hizo una aseveración que regresa diariamente a mi memoria: "se van los tontos y vienen los malos". 

A ver, este tipo de afirmaciones suenan a simplistas y pueriles. El PP está lleno de indeseables, conocemos a infinidad de ellos, pero ya saben que no suelo ser indulgente cuando se trata de rojos corruptos, mezquinos, mafiosos o aficionados a las derivas autoritarias. "El verdadero mal es la profesión política", podría decir alguno... Y es verdad en parte, la profesión política es como el Grand National de la hípica: uno va saltando obstáculos mientras ve cómo los demás van cayendo... Lo peculiar es que en la carrera política los bienintencionados y los idealistas, esos que honestamente creen que la política sirve para construir una mejor comunidad, son los que muerden el polvo, mientras que los cínicos, los interesados, los ambiciosos y los que no cargan con el fastidioso fardo de los escrúpulos llegan a lo más alto del podio. 

Es verdad, pero sólo en parte, porque, con independencia de los criterios que gestionan el poder interno en los Partidos, hay algo mucho más relevante, que es la voluntad ciudadana. Lo diré de una vez: el electorado razonable no soportaría mucho tiempo a una Presidenta de Madrid como Cristina Cifuentes... y no soportaría ni un segundo un portavoz como Rafael Hernando. 

Yo no sé si Cifuentes ha sido o no una buena Presidenta para Madrid. Ciertas actitudes que invitan a la moderación y la autocrítica en el PP me hubieran hecho pensar que Cifuentes era algo menos mala que sus predecesores en la presidencia madrileña, Ignacio González, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, tres personajes a los que no confiaría ni mi caja de rotuladores y que parecen formar parte de una estirpe política emponzoñada y abominable. Si la todavía Presidenta tuviera un gesto de honestidad, abandonara la ridícula paranoia y reconociera lo que ya ninguno dudamos, que su currículum ha sido falsificado, al menos se ganaría mi respeto. 

"No he llegado hasta aquí con todos los cadáveres que he dejado por el camino para que ahora me crucifiquen por esta mierda"... Sí, es lo que sin duda dice en la intimidad. Y plantea una cuestión inmediata, si los ciudadanos pueden confiar en alguien que hace trampas en cosas tan serias para dirigir los asuntos públicos. Pero hay en el trasfondo algo mucho más grave y que conviene explicarle a quienes piensan seguir votando al Partido más preñado de corrupción de la historia de la democracia mundial: el PP ha convertido una universidad en su chiringuito. Cuidado, no es una alta escuela de negocios de élite que pagan los potentados, es una universidad a la que va todo tipo de gente y que pagamos los ciudadanos. Me lo paso bomba cada vez que gente tan experta en quedarse el dinero del Estado se siga llamando "liberal", qué cosas. 

Permítanme hablar de Hernando brevemente. Recientemente el siempre agudo y sarcástico -o eso pretende él- portavoz del Gobierno salió al paso de la campaña Armas Bajo Control, llevada a cabo por cuatro ONGS tan prestigiosas e influyentes como Amnistía Internacional, Greenpeace, Intermon Oxfam y la catalana FundiPau. Esta campaña denuncia el contrato de construcción de cuatro barcos de guerra por la empresa española Navatia para Arabia Saudí. Al margen de lo dudoso que resulta comerciar con una satrapía como la saudí, donde los derechos humanos son poco más que una broma, los informes de las organizaciones firmantes prevén que se trata de equipamiento militar para seguir atacando el Yemen. La documentación es demoledora, España viene vendiendo armas durante años a países que los usan para cometer atrocidades y violar sistemáticamente los derechos humanos, y las citadas organizaciones declaran que se está haciendo en secreto y violando la propia legislación española, aparte de la internacional. 

Esto no es culpa del PP, también el PSOE o Ciudadanos han sido conniventes con esta trama repugnante que denuncian las ONGs. El atrevimiento intolerable llega cuando el señor Hernando declaró que esperaba que las ONGs -financiadas con los impuestos- darán trabajo a los empleados de Navatia que irán al paro si se hace lo que las citadas organizaciones pretenden. 

Me cuesta entender que a alguien le haga gracia Hernando, cuyo sentido del humor queda algo grueso para mi gusto. En cualquier caso sería bueno explicarle algunas cosas para que las entienda, por aquello de que a lo mejor sus títulos académicos son algo dudosos. 

Greenpeace, Amnistía Internacional y FundiPau se financian con donaciones y cuotas de socios. La razón fundamental es que nacieron con la pretensión de no tener que depender de tipos como Hernando para llevar a cabo su misión. Intermon Oxfam está vinculada a organizaciones religiosas. Es curioso, yo tengo que aguantar que caballeros como éste me obliguen a financiar a la Iglesia Católica, cosa que detesto, y cuando hacen algo que realmente me parece correcto y acorde con una ética evangélica, va y resulta que a Hernando no le parece bien. 

Los fanáticos de gente como Aguirre o Hernando, es decir, quienes se informan de lo que pasa en el mundo a través de La Razón, el As y Forocoches, son felices pensando que las ONGs se dedican a sacarle el dinero a los incautos para vivir sin trabajar o tirarse a negritas de Haití. 

Tengo una cierta idea de por qué existen estas organizaciones: hace cuatro décadas alguien se percató de que en el laberinto de la política internacional sólo era posible afrontar retos decisivos para la humanidad desde organizaciones surgidas de las sociedades civiles sin distinción de fronteras y capaces de actuar al margen de los intereses de los Estados-Nación. El mundo sería un lugar mucho más siniestro y menos democrático si Amnistía Internacional no denunciara prácticas de tortura, maltrato sexual y formas abusivas de toda índole a lo largo y ancho del planeta, incluyendo los Estados que más presumen de su opulencia y libertades. Greenpeace es la cabeza de una auténtica revolución cultural que se inicia en los años setenta y que ha ayudado a detener o al menos ralentizar prácticas de deterioro ambiental que amenazan con exterminarnos... Intermón lucha contra el hambre en el mundo y aplica al pie de la letra aquella idea del pez y la caña, Médicos sin Fronteras, Save the children, Cruz Roja, Human Right Watch...

Yo no sé si alguna persona que pueda leerme es votante del PP. No consientan esto, por Dios. En este momento hay personas que desinteresadamente está jugándose la vida para salvar a seres humanos de las aguas del Mediterráneo en las que pueden ahogarse en cuanto la patera zozobre. Hay médicos que se arriesgan a contraer el ébola y soportan escenas terribles y tienen que hacer acopio de lo mejor de sí mismos para resistir. Hay quien se arriesga a ser secuestrado y degollado por fanático por seguir tramitando la llegada de medicamentos y comida para miles y miles de refugiados cuyas vidas se marchitan en insalubres campamentos en medio del desierto. 

Hay cuestiones que son de ética mínima... Podemos discutir sobre el lugar de las organizaciones humanitarias, sobre el papel de las instituciones, sobre la legislación internacional... Lo que no podemos es dejar que tipos sin escrúpulos dirijan el país.  

Saturday, April 07, 2018

ICETA Y LAS TRINCHERAS

Leo a Daniel Innerarity porque necesito darme de vez en cuando un baño de realidad. Cuando la determinación de no caer en la melancolía del iluso o el maximalista no desemboca en su otro extremo, el cinismo, entonces empezamos a formar parte de las soluciones y no de los problemas. El mayor riesgo que uno corre entonces es que se le insulte llamándole "moderado" o "neutral", cuando no "cobarde" o "colaboracionista". 

Creo haberlo contado ya alguna vez. Al inicio del "Procés", cuando formulé mis dudas a un compañero independentista respecto a la unilateralidad de la estrategia de la "desconnexió", recibí por respuesta la afirmación indignada y en elevado tono de voz de que "si no es desde la fuerza y la ilegalidad, España no entiende nada". Por la noche, tuve en facebook una conversación en valencià con mi amigo Pakuel en el muro de Alejandro Lillo. Un caballero, por lo visto catedrático de alguna universidad de la España profunda, me acusó de ser un independentista radical cuando reconocí a Pakuel que había que entender que en Catalunya se estaba extendiendo el antiespañolismo. Ni al holligan de la mañana ni al de la noche les dio su apasionamiento y su arrebato de dignidad para escuchar mis explicaciones. El primero no me dejó decirle nada y el segundo simplemente no tuvo la educación suficiente para contestarme. Ya ven, bastonazos por ser blanco, bastonazos por ser negro, qué cosas. 

Vivimos en un entorno muy forofo. La gente lee ciertas publicaciones porque le dicen lo que quiere escuchar, le hacen sentir que su enfado es justo y que los antagonistas son malvados. A mí me parece que todo esto no tiene que ver con el momento supuestamente crítico que vivimos, sino con la falta de pedagogía democrática. No queremos entender que la democracia es por definición decepcionante: su destino es desilusionar a quienes creen que se inventó para diseñar una sociedad a la medida de sus deseos. El resultado suele ser la desafección. 

Dice Innerarity: "los políticos son como los entrenadores de fútbol, los chivos expiatorios o los fusibles: cumplen la función de que podamos echar a alguien la culpa de nuestros fracasos en vez de disolver el equipo o disolver la sociedad". Y añade: "No es que ellos sean incompetentes (o no sólo, o no siempre), es que los problemas que les hemos encomendado son irresolubles mediante una competencia profesional; se exponen a que descubramos su incompetencia porque hemos delegado en ellos los problemas en los que se encuentra la mayor incertidumbre". Más adelante añade:  "los políticos son gente que toma decisiones a pesar de que las informaciones son insuficientes y hay inseguridad en relación con el futuro". 

Y continúo con Innerarity, ya verán a dónde quiero ir a parar: "Todas las decisiones políticas, salvo que uno viva en el delirio de la omnipotencia, sin constricciones ni contrapesos, implican, aunque sea en una pequeña medida, una cierta forma de claudicación". Y concluyo donde empecé: "La democracia es un sistema político que genera decepción, especialmente cuando se hace bien". 

Brillante exposición de una paradoja, la paradoja de un contrato social que no se permite la melancolía de la dictadura, aquel tiempo en que los políticos no se pasaban el día peleándose -eso que ahora nos molesta tanto- y las infinitas corruptelas se ocultaban. 

Bien. Mientras leía La política en tiempos de indignación me venía a la mente insistentemente la imagen de un político: Miquel Iceta. Nadie parece tomarle en cuenta, quizá sea porque es pequeño y feote, quizá porque todos hemos asumido que el PSC empezó su lenta extinción con la desaparición de Maragall. Sea como sea, a mí me pareció una obra maestra de la historia parlamentaria su intervención en el día de la proclamación de la República Catalana por el President Puigdemont. Les aconsejaría revisarla. Péguenle también una miradita a alguna intervención televisiva. Hay por ejemplo una en que un presentador de TV3 le lanzó a la arena para lidiar con Pilar Rahola, uno de los talk showers más esperpénticos de la actual televisión. Mientras Rahola soltaba impertinencias y baladronadas con una dignidad vacua, histérica y maleducada, Iceta defendía su posición con esa mezcla de mesura y pasión que le hace -al menos a mis ojos- tan atractivo.  

En estos días Iceta ha propuesto un gobierno de concentración para sacar a Catalunya del atasco. Nadie le ha hecho caso, nadie ha tomado en cuenta ni por un momento esa posibilidad, incluyendo al PSOE. "Yo con estos, ¡jamás!"... y lo que cada uno de los que dice esto hinchando el pecho no sabe es que es exactamente lo mismo que dice aquel al que detestan. 

Yo no sé si Iceta ha dado con la solución. Lo que sé es que los ciudadanos vivimos muy felices exigiendo a los políticos de nuestra cuerda que no cedan, que no sean pactistas, que adopten la línea dura, que al enemigo ni agua... y todas las demás coletillas inflamadas que tanto gustan a quien no tiene que tomar decisiones. 

Me hago mayor. Cada vez estoy más convencido que lo que de verdad hace admirable a un ser humano no son sus ideales sino la capacidad que tiene para llegar a compromisos. Estos siempre parecen una claudicación. Iceta no es un moderado ni un neutral, su posición es para mí muy clara y sus razones admiten pocas ambigüedades, lo cual está muy lejos de lo que algunos le achacan. No son los tipos razonables los que resultan beneficiados de que las situaciones se enconen. La polarización que vivimos, no sólo en Catalunya, daña la popularidad de quienes no creen que la única solución sea exterminar a los antagonistas. La paradoja es que el resultado es una suma cero con efectos de círculo vicioso, pues resulta que las instituciones llevan meses paralizadas, de lo cual los más dañados no serán los líderes del litigio, sino los ciudadanos. 

Tengo amigos en Catalunya, sé por qué lo digo.