Friday, August 29, 2008








EL MAL DE CAÍN
Referirse a la envidia supone incursionar en los cenagosos territorios de la sospecha. Cuando acuso a los envidiosos de haber escampado desde su padre Caín la semilla del mal por el mundo, presiento el riesgo del error -creer que los demás me envidian, es decir, creer que me consideran importante- y el de impostura -presentarme ante los demás como libre de tan feo vicio-. "Las lenguas envidiosas sean fritas", dice hace siglos el francés F. Villon insistentemente en el más famoso de sus poemas. "La envidia, deporte nacional", dice de sí mismo el español, tan aficionado
a autofustigarse como a considerarse ajeno a las vilezas que critica.
Es sensato pues desconfiar de las imputaciones de envidia, aunque solo sea por la prudencia intelectual de aceptar que no todo ataque a un personaje exitoso viene determinada por la pasión cainita. Recuerdo, por ejemplo, cuantas veces se insultó -en ocasiones de forma preventiva, antes de que nos pronunciáramos- a todos los que no considerábamos a Cela merecedor del Nobel, los cuales éramos no solo envidiosos sino además "malos españoles". Por lo visto, felicitarse de que un ilustre pelmazo, por no hablar de la repugnancia ética que a algunos nos merecían algunas de sus intervenciones públicas, era más meritorio que desear el premio para un escritor infinitamente más interesante que hubiera nacido en las selvas de Borneo... pero nadie ha dicho que el patrioterismo barato acabara cuando murió Franco y dejaron de emitir el No-Do.
Recelado por la auto-advertencia, me deslizo más confortado hacia la diatriba: creo que la envidia es el peor de los males. No me siento especialmente afectado sin embargo por su veneno, creo que porque mis insomnios no están especialmente poblados por sus demonios, o acaso también porque como la gente piensa que estoy un poco loco no soy objeto de excesivos rencores por mis riquezas materiales o espirituales, las cuales son por cierto más bien magras. Y sin embargo, he visto demasiadas veces a la envidia pasearse por las aceras de la vida como una emperatriz... y el daño es inimaginable. La ira de la bruja ante el espejo que le recuerda que Blancanieves es más bella... ¿cuánto mal habrá hecho?
Un sencillo ejemplo tomado de la vida real y que viví de cerca. Una joven trabajadora sin ese lujo que se llama contrato ejerce su labor de manera entregada y admirable. Se le van encomendando faenas cada vez más sofisticadas y, ante la sorpresa de la jefa, que hasta entonces la consideraba una pobre niña tonta, demuestra estar a la altura una y otra vez. Un mal día, la bruja conoce al novio de la joven y comprueba que él es mucho más de lo que ella ha tenido nunca... observa entonces que la joven es popular por su simpatía entre sus compañeros... Es entonces cuando se desencadena la furia destructora de la envidiosa. Llega el acoso, las acusaciones falsas de inoperancia y falta de destreza, el trato vejatorio... Una mañana la joven advierte que la bruja repugnante incluso compra la misma ropa que ella... No hay duda, se trata de destruir a aquel al que los dioses han entregado dones que la bruja cree merecer para sí. Un soldado llega un día a la oficina con el corazón de la joven dentro de un cofre. Esta ha abandonado el lugar porque no quiso tragarse más humillaciones a cambio de un sueldo miserable. El respeto a sí misma, a su propia dignidad, se convierte en virtud más envidiable que la belleza o la juventud.
Deberíamos temer mucho más la venganza del rencoroso cuando obtenemos un éxito -que a él en nada tendría por qué afectar- que cuando le hemos atacado directamente dejándole la cara marcada de un zarpazo. El triunfo es más escandaloso e intolerable...la propia mediocridad la soporta el envidioso solo al precio de que en sus alrededores nadie salga del barro. Recuerdo el caso de una joven bellísima a la que algunas de sus amigas amedrentaban continuamente, manteniéndola en silencio, sin derecho a opinar ni a manifestar sus sentimientos... solo así podría tolerarse su hermosura.
Conozco personas que se han criado juntas. Cuando uno del grupo empezó a respirar el aire del triunfo, los demás entregaron su vida al deseo de verlo morder el polvo. Cuando esto al fin sucedió, cuando vieron al exitoso caer de bruces a tierra, elevaban el puño al cielo, canallas miserables, agradeciendo al destino que les hubiera concedido tan sublime placer. Pírrica victoria, pues el derrotado mantenía la frente alta, digno también ante el fracaso... de manera que era, una vez más, el envidioso el que mostraba a los dioses que no se habían equivocado con ninguno de los dos.
Envidia - in video- la mirada del envidiosoes torcida y aviesa... profunda, sí, pero dañina. No es extraño que la más antigua de las maldiciones -el Mal de Ojo- sea provocado precisamente por un juego de miradas. Sí creo pese a todo en la posibilidad de la mirada no dañina. Un pintor me confesó una vez que durante toda su vida había odiado los cuadros de Velázquez... hasta que descubrió que lo que no soportaba era la genialidad de aquel pincel inspirado por los ángeles que a él jamás le asistirían tan generosamente. Admirable honestidad la de este envidioso. Yo, por mi parte, he aprendido a entender que el mundo podrá pasarse sin mí más fácilmente que sin Velázquez, por no hablar de Rafael, no el pintor de Urbino, sino el presidente de mi comunidad de vecinos, o del enfermero que atendió a mi hermana durante meses en el hospital... Envidio su coraje, su talento, su resistencia... Quizá después de todo la envidia pueda ser la antesala de la admiración. Vayan siempre que puedan a la sala Velázquez del Museo del Prado, morirán de envidia, hijos de la estirpe maldita de Caín.

Saturday, August 23, 2008









EL HORROR

“El horror, el horror…”, repite Kurz al final de Apocalypse now, ese fresco cinematográfico ciclópeo de la locura de la guerra contemporánea. Ese film tiene el poder hipnótico de algo que es mucho más oscuro e indiscernible que la simple maestría fotográfica, ese film refleja la locura porque se chamusca con ella, es el lenguaje entrecortado y angustioso de la locura misma el que se escucha tras sus imágenes.

No hay informativo capaz de transmitir el horror de la muerte masiva; no hay lenguaje para los gritos, el pánico, la claustrofobia, el olor a muerte… Pero es obligatorio para los medio informar y nosotros parece que no solo tenemos la obligación moral de dejar que lo hagan, sino incluso de trabajarnos la información. “Lean varios periódicos de orientación ideológica diferente”, recomendó un famoso locutor de radio a los estudiantes de Periodismo. Con ello gana la democracia, o eso al menos lo que quieren que pensemos.

Hay que ser muy ingenuo para seguir pensando que los hechos se hacen transparentes a la mirada en tanto que hay muchos más medios ofreciendónoslos… y además al instante, no como a los desgraciados habitantes de otros tiempos, que se enteraban al cabo de una semana de lo que había ocurrido en el pueblo vecino, pobrecitos. Hace como unos diez años era cosa de nivel, de yuppie bien informado, comprarse por la noche en el Vip´s los diarios del día siguiente. Uno sentía que tomaba ventaja… la obsesión de competir por apoderarse de la información, lo cual equivale a obtenerla por anticipado, tan característica de nuestro tiempo. Ahora, con Internet, uno sabe al segundo que Osetia del Norte está siendo atacada, que Madonna ha escandalizado a los católicos con el presuntamente tórrido clip de su último disco o que una ballena ha confundido un barco con su madre junto al Puerto de Gandía

El pequeño problema es que los medios se llaman así justamente para disimular que son parte –parte esencial acaso- del contenido que transmiten. Sabemos desde Marshall Mac Luhan que “El medio es el mensaje”, lo cual significa que no es solo que el sesgo introducido sobre la noticia por el informante distorsione la literalidad de los hechos, sino que la verdad misma resulta de una construcción cuyo origen no hay que buscarlo sobre el terreno sino en la sala de máquinas de los servicios informativos, los cuales se pasan el día decidiendo a cada instante qué es relevante y qué insignificante, cuál es la fuente de información fiable en cada sector, qué normas no solo jurídicas sino también deontológicas o del libro de estilo están hechas para cumplirse a rajatababla y cuáles no…

¿Cómo se legitima moralmente la profusión de imágenes del horror en los últimos días, después del accidente? De toda guerra, de toda gran tragedia, llegan semanas o meses después imágenes de autor que retratan magistralmente el dolor más desgarrado o la laceración de la angustia… tales trabajos, en la frialdad, del tiempo ya pasado acceden con justicia a exposiciones y premios. Pero la competencia de las cadenas por presentarnos a los familiares… mientras un hipócrita speaker premia su entereza y su contención, sin recatarse en mostrar los momentos de la desesperación por la falta de noticias, las explosiones de llanto…hay algo muy sucio y muy poco informativo en todo ello. Y así, un programa tras otro, la alternativa perfecta al tedio olímpico, roto solo por las lágrimas de alguna gimnasta eliminada.

La tragedia es el perfecto reality show. ¿Para qué pagar a algún ideólogo hijo de perra por convertir en espectáculo los avatares más inconfesables y más personales si tenemos la Realidad? Como en la pornografía, porque hay mucho de pornografía en esta historia, se nos ofrece lo más real que lo real. Las escenas de genitales en primer plano son el resultado de la exigencia de Realidad Extreme en la misma medida en que lo son las de los familiares llorosos, y eso sin que lleguemos a disimular el enfado porque no hay imágenes del accidente como tal. Barajas debería, con la excusa de la seguridad y la información, instalar cámaras en todas sus terminales para que esto no vuelva a ocurrir, es decir, para que la próxima vez que haya una catástrofe podamos horrorizarnos a gusto contemplándola tal cual… Esto lo entendió perfectamente Bin Laden: dio tiempo el 11-S a que se iniciaran los informativos especiales con lo de la primera torre y entonces les brindó a los media la segunda colisión en vivo y en directo.

En otros tiempos, y no pretendo parecer nostálgico, se habría dado noticia de la tragedia, los espacios emotivos habrían quedado arrinconados a las horas inhóspitas del día, “La Clave” habría montado un debate sobre la seguridad en nuestros aeropuertos… Ahora todo se mezcla, los telediarios se saturan de carga emocional… pero no se olvidan de recordarnos una y otra vez, la importancia de los equipos de psicólogos que atienden a los familiares. Obligados a mostrar su cicatriz aún fresca, los damnificados son el equivalente de la era catódica a los ajusticiados del siglo XVII o a los leprosos del Medioevo. Son objeto obligatorio de la contemplación general, parte esencial del mayor espectáculo del mundo, que ya no necesita acróbatas ni magos ni payasos, sino seres de carne y hueso exhibiendo contra su voluntad su calvario. El reality no es un invento, es la lógica misma de la televisión del siglo XXI, quien menos tarde en perder cualquier escrúpulo para convertirlo todo, absolutamente todo, en espectáculo, antes tendrá derecho a sentirse como comunicólogo de éxito. Ese mismo será el primero que asuma que los concursos de Gran Hermano, Te buscamos Novio porque eres Fea o Realiza tu Sueño Machacando a los que Odias… son tan solo la punta del iceberg, que la entrega del ideal informativo al de las vísceras y el morbo es el modelo que ha de imponerse y con el que van a criarse nuestros niños actuales.

“¿Y qué propone usted que tanto critica?”, me adelanto a esa pregunta. Desde luego, no me atrevo a proponer nada a los medios… o entendemos que su único fin es lucrativo y que tienen que abaratar costes y fidelizar clientela como cualquier Carrefour que se precie, o nos daremos de bruces contra el más infranqueable de sus muros, que es el de su absoluta hipocresía: ninguna gran empresa mediática tiene el más mínimo interés en ser ética; en todo caso, y los medios del Grupo Prisa son paradigmáticos al respecto, querrá dotarse de un atrezzo ético y políticamente correcto para resultar más cool en un tiempo en que sale barato presentarse como ecológico y pacifista. Para quienes no construimos información, el reclamo es resistirse, obviamente.

El enemigo es la obscenidad. No tolerar que salga gratis el convertir en espectáculo aquello a lo que le es característico desde siempre el secreto y la intimidad. No aceptar que las víctimas relaten su experiencia, no dejar que se les pregunte, apagar el televisor. No se trata de “mirar hacia otro lado”, que es por cierto lo que irremediablemente hacemos con el horror semanal de los muertos en las carreteras o la carnicería cotidiana de Iraq, quienes no reciben la misma atención mediática porque no mueren todos juntos o porque ya nos han aburrido de tanto matarse. Dijo Ludwig Wittgenstein en el Tractatus: “de lo que no se puede hablar, más vale callarse”. No se indignen, o al menos, no muestren su indignación, no griten horrorizados, no hagan ostentación de su empatía con las víctimas…

No hay acontecimiento más extremo, más radical y, por ello, más personal e incomunicable que la muerte, la nuestra o la de nuestros allegados, salvo quizá el parto. No llorar, negarse a las treinta monedas de la plañidera…quedarse en el oscuro rumor del ritual privado, en el rezo silencioso e inaccesible a las miradas curiosas. El silencio, nada más. Llámenme místico si quieren.

Monday, August 18, 2008






OJITOS


Empuñando un rifle con su temblorosa mano de vejestorio, Charlton Heston dijo poco antes de morir que “la corrección política va a destruir América”. Ciertamente, se trata de un invento de los USA que, como tantos otros, ha ido siendo inoculado en las culturas europeas. Surgió en los años setenta en las universidades yanquis, donde había demasiada gente que, tras haberse construido su mitología personal a golpe de revoluciones sociales, se sentía confortada por su plaza estable ya conquistada, pero algo aburrida porque ya no era cosa de seguir haciendo pintadas en la calle, desnudarse en los festivales de música y correr delante de la policía defendiendo los derechos de los amigos negros. Añadamos la necesidad de algunos sectores académicos interesados en hacer prosperar nuevos modelos de investigación, desde la revisión de las minorías silenciadas de la historia hasta la deconstrucción del patriarcado y sus símbolos, y ya tenemos la escena montada para el surgimiento de una especie de policía de los usos lingüísticos machistas y las gestualidades discriminatorias.

El origen de todo este marasmo de la corrección política es, pese a todo, perfectamente razonable. No están lejos los tiempos en que en el parlamento español una mujer accedía a su silla de diputada y en los aledaños empezaban los cuchicheos y los codazos. Es bueno que ya nadie se atreva a descalificar los argumentos de alguien en base a que “tiene la regla”, “le suben las hormonas”, “está nerviosa porque tiene que cuidar a sus hijos”, “es una histérica”… y demás imbecilidades. Es bueno que nadie se atreva… aunque lo piense, porque me consta que hay muchos para los cuales ser mujer, negro, gitano o gay es una traba para pensar correctamente. Autoobligarnos a no pronunciarnos en tales términos, sobre todo públicamente, es la mejor manera de que la sociedad se acostumbre a la idea –por lo visto tan difícil- de que tal y como reza la Constitución, todos tenemos los mismos derechos y somos iguales de partida.

A partir de aquí, todo este asunto parece haberse inflado sospechosamente. Recuerdo una asociación a la que estuve vinculado durante cuatro años en mis tiempos mozos y que abandoné, entre otras cosas porque en ella se hizo fuerte un grupo de feministas radicales cuyo discurso en contra del lenguaje machista era tan insistente, tan obsesivo, que uno tenía la impresión de que era como en el colegio, aún con el dictador en su poltrona, cuando decías “hostia” y el cura te soltaba una idem. En una ocasión, a alguien se le ocurrió decir “qué guapa que nos ha venido Marisa esta mañana”… y no pueden imaginarse la que le armaron días después al “acosador” en la reunión de la semana. Lo que no sabían era que Marisa había contestado al susodicho “pues tú también estás bien guapo hoy”. Ante semejante intercambio de despreciables consignas de mercantilización capitalista del cuerpo, yo –que soy el más reaccionario- solo pude quedarme frustrado pensando que a mí Marisa no me dijo lo bueno que estaba y el polvo que tenía. Durante el absurdo debate que aquello suscitó, las radicales llegaron a decir que todo hombre “era un violador en potencia” y que el coito era siempre “un acto de violencia sobre la mujer”. Marisa y un compañero gay contestaron al unísono que a ellos les encantaba ser penetrados y que ya era bastante difícil encontrar un hombre que mereciera la pena para encima ir poniendo tan estúpidas trabas.

Este tipo de conductas, cuando se vuelven abusivas y neuróticas, tienden a extenderse por lo planos y facilones que resultan los discursos que las legitiman, lo que no es poca cosa en un tiempo de evidente desorientación ideológica. A quienes son lo suficientemente ineducados como para entender lo laberíntico del pensamiento, este tipo de hábitos policiales tan ramplones les permite instalarse en una especie de superioridad moral que les otorga permanente situación de ventaja ante cualquier diálogo, o eso creen ellos.

Pero hay algo mucho más peligroso en el transfondo. La nuestra es la época de la corrección política porque éste es el tiempo en que, sometidos a la cultura del consumo y el reinado de las marcas globales, los signos proliferan y son intercambiados a bajo precio de forma que, desposeídos del peso de su contenido, han alcanzado la ingravidez absoluta. Así, hay “empresas éticas” que contaminan y explotan a sus trabajadores como todas, pero han conseguido que el consumidor piense que son muy ecológicas y solidarias porque han firmado no sé qué protocolo que, obviamente, no hace falta cumplir, y porque en sus etiquetas pone “Stop Racism”. Me viene a la memoria un presidente de Comunidad Autónoma absolutamente estúpido e insolidario que nunca olvida en sus discursos decir “los ciudadanos y las ciudadanas”. Yo tuve un jefe que recalcaba que cuando hubiera más de un cincuenta por ciento de mujeres delante diría “vosotras”, pues “la Real Academia lo permite”… Yo me sentía un poco raro cuando nos decía “hola, chicas”… luego, cuando nos estafó el sueldo del segundo mes tampoco hizo discriminación de sexo, nos tangó “a todas”, el muy hijo de puta (perdón, pero es lo que era). En la mayoría de los usos se trata pues de ocultar prácticas de dominio, así de sencillo. Hay lugares donde se abusa de los trabajadores y las formas protocolarias se respetan escrupulosamente. Hay maridos que maltratan a sus mujeres pero ante el mundo aparecen como ciudadanos perfectamente concienciados. Debemos sospechar especialmente cuando dichos hábitos se instauran entre quienes más poder tienen.

En los últimos días estamos teniendo una buena muestra de toda esta ceremonia del ridículo. Como saben, se está exigiendo a los jugadores de la selección española de baloncesto, en especial a Pau Gasol, que pidan perdón públicamente por una foto promocional en la que, con el eslogan “estamos preparados para China”, aparecen estirándose los ojos para parecerse a las personas de aquel país. Convertir tal insignificancia en un tema periodísticamente relevante, hasta el punto de que algunos periodistas norteamericanos hablen de España como país sospechoso de racismo, o que se diga que Gasol ha ofendido gravemente a la comunidad asiática de Los Ángeles, merece cuanto menos una reflexión.

En primer lugar, dudo mucho que la comunidad asiática norteamericana no tenga mayores problemas de los que preocuparse. Me pregunto si los habitantes de Pekín, (hay que decir Bejing, perdón, que si dices “los pekineses” parece que los confundas con perros, aunque a lo mejor se me echan encima los de la Asociación para la Liberación Animal), en concreto los que han visto destruidas sus viviendas por necesidades de los Juegos están ahora mismo bajo el impacto del escándalo por el insulto sufrido por los baloncestistas españoles. En cuanto a los ejecutados por la pena de muerte en aquel país, me pregunto si no habría que cambiarles el nombre y llamarles “sometidos a retiro”, o si los periodistas norteamericanos que acosan a Gasol no nos obligarán a llamar a los presos de Guantánamo “internos en proceso de investigación” o alguna mamarrachada por el estilo.

Ojalá toda esta especie de alergia que reacciona histéricamente ante el mínimo signo de ofensa –muchas veces de personas ajenas al problema que salen cual Capitán América en defensa de “las víctimas”- revelara que, al fin, vivimos en un mundo justo e igualitario donde cualquiera tiene el derecho a que se preserve su dignidad y su honor, sean quien sea, de la raza que sea o del país donde le parieron. El problema es que el cuidado de los usos lingüísticos crece en forma inversamente proporcional, me temo, a la pobreza y la violación de los derechos humanos en el mundo. A lo mejor es que no tenemos cojones –o lo que sea- para afrontar los verdaderos problemas y nos conformamos cobardemente con rascar en la superficie, a ver si así al menos se nos tranquiliza la conciencia.

Monday, August 11, 2008




VERANO








¿Qué tal el verano? Yo, de pena, la verdad es que me estoy aburriendo más que el rinoceronte del museo de animales salvajes disecados de Onda (Castellón). La razón es que se me ha ocurrido la marcianada de meter obreros en mi casa para que medio la adecenten. Vienen mañana y, por lo visto, amenazan con quedarse, hasta el punto de que no sé si pedirles un alquiler. Este tipo de situaciones configuran un panorama de futuro fatalmente previsible: polvo, escombros, mamporros del mazo de Thor contra el tabique, desorden, la cara de tonto que a uno se le pone mientras se pregunta por qué han hecho aquí esta regata o cuando se secará el enlucido de la pared. "¿Y la ilusión que te dará después cuando la casa esté terminada?" Sí, tanta como la de ver los números rojos de mi cuenta de ahorro o que se les olvidó a última hora tirar el altillo ese tan feo del pasillo... y entonces a ver quien les encuentra.











Les cuento todo esto para alegrarles un poco el caluroso día. Siempre he pensado que la manera más directa de obtener el cariño de nuestros congéneres no es ser guapo ni vestir elegantemente ni invitarles a subir a tu nuevo coche, sino sufrir algún tipo de desgracia. Quizá ustedes se han quedado en su puta casa sin vacaciones, o quizá están ahora en medio de un atasco infernal o aguantando a sus odiosos niños en una playa atestada... pero eso no es nada comparado con los hastíos hacia los que mi vida se encamina en este mes de agosto. ¿Que usted trabaja en agosto?, pues sí, pero al menos no tiene la casa como Berlín tras el bombardeo de los aliados, puede ver la tele por las noches y la comida no le sabe a polvo ni le huele a pintura acrílica.






¿Mi peor verano? No, los ha habido que han resultado peores. El verdadero problema es la pérdida de la ilusión, palabra que por cierto prefiero a esperanza. La proximidad del verano, en esos momentos del año en que los días empiezan a alargar, es la promesa más pura de la felicidad: el aire puro de las montañas, los cuerpos agitándose sobre las frías aguas del río, la emocionante impaciencia de las maletas y los detectores de los aeropuertos, las conversaciones nocturnas de los hoteles en lenguas inconcebibles, los girasoles al borde la carretera, las familias árabes de vuelta a Tánger... Quizá con el verano ocurra lo mismo que con el amor o con Florencia... no es la realidad, la cosa en sí, lo que nos conmueve, sino la idea. Esto me sucede a mí con este verano, que sé que no viajaré, que no sentiré esa inquietud del avión o el tren a punto de partir, que no habrá fotos de espesos bosques ni lágrimas en la despedida... que todo lo más invitaré a Benito y Manolo a alguna cerveza cuando acaben de levantar paredes y trazar regatas.







Acaso, después de todo, el verano no es otra cosa que literatura. No me gusta mentir, sin embargo. Tuve un amigo en la adolescencia, Braun, que era un verdadero prodigio inventándose goces y avatares que convertían la vida del Sultán Seik en un tostón al lado de sus aventuras. Con diecisiete años se pasó la noche "follando con la tía más buena del instituto, ya sé que no me vais a creer", se veía a escondidas con la novia del matón del barrio, era camello de hachís y "de cosas más fuertes" y trabajaba para una discoteca de "Relaciones". Un día, alguien menos paciente que yo, le cogió del cuello y le amenazó con rompérselo si seguía contando mentiras... a lo que Braun contestó que a veces "no soy consciente de mentir, seguramente es que me creo yo mis propias fantasías". Me gustaría vivir en una novela... quizá en cierto modo todos nos hemos montado nuestra propia novela y es eso lo que nos hace la vida soportable, pero no me veo en la situación de perder la lucidez con tanta facilidad como Braun. Podría por tanto decirles que he pasado el verano llorando bajo la lluvia en la Plaza de San Marcos o durmiendo en lo alto de una duna del Sáhara, pero me temo que éstas son aventuras del pasado. Si yo mintiera sobre mi fortuna, mi belleza o mi verano, me sentiría como un deficiente que vive arriba de mi casa y que en ocasiones le entra a la supermacizorra del piso octavo -valor no le falta- intentando impresionarla con el cuento de que se pasa el fin de semana en las discotecas de la ruta esnifando cocaína y pinchando discos porque trabaja de DJ.


Bien pensado, todo tiene su reverso. En ocasiones he dicho "qué bien voy a pasármelo" cinco minutos antes de empezar un recorrido por las estancias más grises del aburrimiento más horroroso. Quizá después de todo aún pueda encontrarle el gusto a este verano de papeleos, obreros, noches largas y calles solitarias... "Sólo se descubre un sabor a los días cuando se escapa a la obligación de tener un destino", dice Cioran. Es cierto, algunas de las mejores cosas de mi vida han pasado cuando menos previsibles resultaban, cuando a uno no se le ocurría planificar la diversión -que es por definición no planificable, como la emoción-... cuando he esperado trenes durante horas interminables, he observado el deambular de los insectos o he tenido los minutos necesarios para observar como declinaba el sol tras las montañas.





La estrella ausente, de Gianni Amelio, explora genialmente ese misterio de los momentos muertos, esos entreactos de la vida en los cuales decidimos al fin hablarle al vecino invisible, esos semáforos en rojo donde nos pasamos horas interminables y durante los cuales, a veces, descubrimos el amor más sincero del mundo en una anciana que lleva a su hijo a la piscina. Vean La estrella ausente, quizá entiendan mejor ese timing de los chinos que tanto nos desconcierta y del que tanto oímos hablar estos días con eso de las Olimpiadas.



Me aburro... Bueno, quizá no, quizá soy infinitamente feliz y solo me dé cuenta dentro de unos años, cuando sea más viejo y no sea mi casa sino mi cuerpo el que esté en obras. Mañana vienen los obreros, ¿quien me mandaría a mí...?

Thursday, August 07, 2008

















RAQUEL Y SU HIJO

Raquel, cajera de un conocido hipermercado, acaba de ganarle un juicio a la empresa. La manera que sus empleadores tienen de entender eso tan bonito de la flexibilidad en los horarios equivale en la práctica a aquello de “tú vienes hoy de madrugada, mañana por la noche y, al día siguiente, cuando me salga a mí de los cojones”… en suma, que la flexibilidad, presentada por los apologetas del nuevo capitalismo postmoderno como la manera de que el empleado adapte el trabajo a su vida y no su vida al trabajo, es en realidad una excusa para convertirnos a todos en siervos entregados al máximo de rentabilidad. Sospecho que la razón por la que Raquel aparece cargada de razón en los medios informativos –y acaso la razón por la que un juez ha sentenciado en su favor- es la imposibilidad material de atender a su pequeño hijo, entre otras cosas por la imposibilidad obvia de adaptar el horario de la guardería al de su "flexible" puesto de trabajo, con contrato indefinido. Es cuestión de preguntarse si se hubiera visto con la misma simpatía a Raquel si hubiera basado su denuncia en algo menos cristiano que tener familia, por ejemplo en querer disfrutar de su tiempo libre sin estar continuamente a expensas de las abusivas exigencias de la empresa.

Creo que cualquier persona bien nacida entiende que los derechos de Raquel estaban siendo conculcados, y que por tanto lo están siendo también los de miles o millones de españoles para los cuales tener un hijo es al parecer una osadía altamente punible, un irresponsable capricho que, lejos de beneficiar a la empresa, no deja de crearle inconvenientes. Perdonen el cinismo, pero es imaginable la postura del empleador: primero el embarazo y sus consiguientes “disfunciones” físicas y psicológicas –por si no fuera bastante la merma de rendimiento que según estudios internos de la empresa produce mensualmente el síndrome premenstrual-, después el parto y la lactancia… y el resto de la vida las obligaciones del cuidado y manutención… Si por las empresas del turbocapitalismo fuera se prohibiría la maternidad.

Este es un planteamiento que no se habrían hecho las viejas industrias del fordismo, conscientes de que la creación institucionalizada de la familia estabilizaba la vida del trabajador y le hacía por tanto más productivo, y que la aparición de la prole constituía la promesa de sucesión en la ocupación del puesto desempeñado por abuelo y padre en la mina o la fábrica. ¿No hace falta sucesión generacional ahora? Quizá más que nunca, con unas naciones europeas que envejecen a la carrera en la lógica del crecimiento cero, pero vivimos en una cultura del “ready-made” en la que, siendo la rentabilidad inmediata la única lógica dominante, la posibilidad de pensar a largos plazos es poco menos que la impostura de un loco.

Ahí lo tenemos: quedarse embarazada, con lo que le cuesta la gestación al mamífero que somos, y tener después al niñorro –atadura para toda la vida- es una locura. ¿Que nos quedaremos sin gente si no protegemos a la familia? Sí, pero eso es como lo de la ecología: para cuando los desechos nos maten ya estaremos muertos. Además, para eso están los inmigrantes… ¿qué creíamos?, nadie está más a favor de la inmigración que la clase empresarial… mano de obra dócil y barata… la mayoría de las veces sin tener que hacer contrato ni seguros…qué bien. ¿Son personas muy de derechas las que después acusan a los ecuatorianos y compañía de colapsar la Seguridad Social? Sí, pero nadie ha dicho que ser reaccionario, racista e intolerante equivalga a ser consecuente. Otra curiosidad en ese sentido: en donde yo trabajo, suelen ser los que más “defienden” a la familia quienes sistemáticamente esquirolean las huelgas, incluso aquellas que reivindican derechos de maternidad… por lo visto prefieren manifestarse los domingos con los obispos contra el matrimonio gay o el aborto.

No nos dejemos engañar. En Inglaterra se está llevando a cabo una campaña para prestigiar la imagen de los en USA llamados “mac jobs”, empleos altamente precarios normalmente vinculados a la comida rápida y que por tierras británicas son denominados sin ingenuidades como empleos-basura. Sospecho que el gobierno británico debe haberse rodeado a tal efecto de psicólogos conductistas, es decir, expertos en ciencias del comportamiento cuyo principio básico es que todos somos imbéciles menos ellos, y que cualquier opinión o deseo es susceptible de implantarse en nuestras mentes si se aplica el adiestramiento adecuado. Temo que lo van a tener tan difícil con el prestigio de los mac jobs como lo tendrían con el de Hitler, las minas anti-persona o el cáncer de páncreas. Cualquiera conoce a alguien que ha aceptado un empleo en un lugar de este tipo –da igual Inglaterra, los USA o España-: lo peculiar de esos modelos empresariales es que son “globales” en toda la extensión del concepto, es decir, aplican un modus operandi absolutamente idéntico en todos los contextos… y cualquiera sabe, por tanto, que tales trabajos tienen sentido durante un corto espacio de tiempo. ¿Por qué? No porque sean “empleos juveniles”, ideales como suele decirse para compatibilizarlos con estudios o disfrutar del ocio, sino porque son empleos cutres. Este tipo de lugares gozan de cierta imagen de familiaridad entre los jóvenes porque los han adiestrado como clientes desde niños… pero en el momento en que aceptan ser empleados por ellos, es cuestión de horas que se den cuenta de que lo último que desean en la vida es quedarse allí para siempre.

Esta lógica de la transitoriedad y de la no implicación “espiritual” en el trabajo oculta un transfondo cuya toxicidad no es percibida fácilmente por el joven trabajador. Su condición como empleado está completamente atomizada, no puede exigir ni reclamar mejoras ni en muchos casos siquiera pensar en sindicarse. La certidumbre que le acompaña desde que lleva pocos días en el sitio, aquello de “en cuanto pueda, me voy”, está perfectamente amortizada por la empresa, que sabe que siempre va a disponer de otros jóvenes o inmigrantes frescos para el relevo y dispuestos a aceptar un trabajo “temporal”, es decir, un trabajo de mala calidad.

El sociólogo alemán Ulrich Beck habla de la “brasileñización del trabajo”; el americano Eric Schlosser ha popularizado el concepto de “macdonalización de la sociedad”. En ambos casos se advierte del peligro de que los mac jobs hayan sido en las últimas décadas no tanto un espacio cerrado de empleo juvenil, como un laboratorio de las nuevas relaciones laborales, las cuales habrían ido extendiéndose por capilaridad a los restantes ámbitos del mundo del trabajo. Lo precario, lo desinstitucionalizado, lo desregulado, la desprotección pública del trabajador, la asimetría sin contrapesos del empleado frente al capital…podría no ser el estadio tercermundista que dejamos atrás, como solemos creer quienes nos hemos educado en la lógica del Estado del Bienestar, sino más bien el horizonte hacia el que nos encaminamos.

Quizá sea demagógico recordar que las grandes fortunas del mundo crecen exponencialmente y que cada vez hay más pobreza por todas partes. Pero acaso sea una buena manera de acordarse de que el empleo no es un lujo ni un regalo que se nos hace y que hemos de agradecer incondicionalmente, que la riqueza desmesurada sólo se mantiene al precio del deterioro ecológico y de la pobreza de los más, y que los paraísos fiscales, los negocios de armas, drogas o prostitución o la pura especulación son productoras de muerte y miseria tan potentes como aquellos jinetes del apocalipsis que poblaban las pesadillas del hombre medieval.

Y quizá sea bueno, sobre todo, en honor a Raquel, que tuvo agallas para defenderse del cíclope, plantearse que las empresas no son “éticas”: son rentables o no. Si algunas asumen discursos éticos es porque tal estrategia puramente simulacional mejora su imagen y resulta por tanto rentable… pero explotan tanto a sus trabajadores como las que presentan descarnadamente su falta de principios. Son las instituciones quienes deben obligar a las empresas a no convertir en una mierda la vida de sus trabajadores. Y somos los ciudadanos quienes fortaleceremos las instituciones. Si no nos damos cuenta del peligro que corremos de que se precarice no solo el empleo sino también la vida, cuando queramos reaccionar será demasiado tarde.

Enhorabuena, Raquel.