Friday, July 29, 2011








ESA EXTRAÑA AFICIÓN
A MALTRATAR A LA GENTE




1. La escena que les describo transcurre hace ahora exactamente un año en la lectura de una tesis doctoral de Filosofía a la que fui invitado a asistir en el distrito universitario de Castellón. Una de las miembros del Tribunal que debe evaluar la lectura de la tesis llega de forma considerablemente impuntual al acto. Desconozco las razones y si llegó a excusarse. Durante su intervención, exageradamente larga, durante la cual no mira ni una vez a los ojos al tesinando, lo fríe a críticas de toda índole, le exige que aclare expresiones y opiniones que ella ya ha sentenciado -a veces con sorna- como intolerables. Declara una y otra vez que no le gusta ser obsesiva con las cuestiones formales, pero pone pegas interminables a la forma de citar, a supuestas incongruencias sintácticas, al estilo de las citas, qué sé yo. El ataque es tan inmisericorde e insistente, que supera todas las líneas rojas del ensañamiento y la inquina personal.


Se puede y se debe criticar la labor del aspirante a doctor, para eso se convoca a un tribunal a un acto académico por el que debemos sentir un respeto absoluto. Se puede incluso demandar que la tesis no se apruebe -como me cuentan que pidió esta profesora- , aunque tal cosa es extrañísima y puede dar lugar a un casus belli entre profesores o departamentos. Lo que no entiendo es el placer por destrozar a alguien que, en ese momento, es el más débil. Curiosamente, la interfecta abandona la sala por algún tipo de urgencia justo en el momento en que acaban sus intervenciones los miembros del tribunal y corresponde al tesinando -como manda el reglamento- responder a todas las críticas y observaciones que se le han hecho. De esta manera deja claro a éste el poco interés que le produce lo que pueda contestarle. La presidenta del tribunal -que ya anteriormente le ha reído alguna gracia a su compañera, siempre a costa de la supuesta debilidad de la investigación presentada- apremia al aspirante desde el principio, otorgándole un escaso tiempo de respuesta, algo que no ha hecho con los intervinientes, a los que ha dejado explayarse a sus anchas. Eso sí, durante una de las intervenciones ha recordado con gravedad al tesinando que nodebe interrumpir bajo ningún concepto a los miembros del Tribunal.






Finalmente, el Tribunal delibera, aprueba la propuesta de Doctorado con una nota particularmente triste y todos se van a comer, por supuesto a cuenta del joven aspirante, el cual se tiene que gastar -siguiendo una ley no escrita y particularmente estúpida e innecesaria- una fortuna en el ágape con el que agasajar a quienes acaban de convertirle en Doctor. Me imagino que les preocupa bien poco si está en el paro o si sus finanzas desaconsejan un esfuerzo de esta índole. También me malicio si durante la comida le dirían que el vino era una mierda. Después se fueron a casa, durmieron con la conciencia tranquila y siguieron publicando artículos y dando lecciones magistrales sobre feminismo, sobre la explotación capitalista de las clases oprimidas o sobre los fundamentos teóricos del autoritarismo académico. Qué desfachatez.




2. No me subleva que se le diga a alguien que no está acertado o que lo que hace contiene importantes defectos. Es duro que echen por tierra el trabajo de uno y hay que estar hecho de hierro para que no te afecte. Todos le hemos dicho "No" a alguien que nos presentaba el resultado de su esfuerzo o que nos ofrecía muy convencido su opinión sobre algo. Mal vamos si, por una mal entendida diplomacia dejamos que otros, en especial si son amigos o allegados, empantanen su vida porque no quisimos avisarles a tiempo de que elegían caminos equivocados.



Lo que no soporto es el maltrato. El catálogo de mis defectos es extenso, pero soy una persona amable. Tengo -como humano que soy- malos momentos y soy vulnerable al estrés, pero suelo saber rectificar y pedir excusas si he tratado a alguien de manera inmerecidamente hosca. En algún caso, por fortuna ya lejano en el tiempo, la brutalidad con la que me he conducido hacia alguien me persigue para siempre como uno de esos fantasmas que a uno se le aparecen por las noches. Esta convicción en favor del buen trato no convierte mi alma en más ni en menos digna del infierno que la de cualquier otro, sobre todo porque el que mis formas pretendan ser corteses no significa que no tenga negra el alma. Pero esa no es la cuestión. Lo que yo creo es que en un tiempo de desorientación como el que corre, las pautas básicas de la relación entre las personas se hacen más valiosas, y mayor ha de ser por tanto el esfuerzo por cultivarlas y protegerlas.

Por eso un ejercicio de escarnio tan horroroso y gratuito como el que presencié hace ahora un verano por parte de algunas personas muy autosatisfechas con su curriculum y su académica circunspección me viene hoy a la memoria.





Preguntado respecto al sentido de su fe, el Dalai Lama, que es un tipo muy socorrido para eso de
las frases célebres, contestó que "mi religión es la amabilidad". No creo que hagan falta grandes dosis de budismo para entender según qué cosas, basta con no ser un bárbaro.

Friday, July 22, 2011






CAMPS EN FREEDONIA




1. La escena política nos otorga siempre la posibilidad de darle una vuelta de tuerca más a nuestro cinismo. Francisco Camps, Paco para quienes se autoproclaman sus amigos, presentó el miércoles su abandono del sillón presidencial como un "sacrificio". Técnicamente hablando, "sacrificarse" significa renunciar a un bien propio en favor de uno ajeno, lo cual supone que el que se sacrifica se aproxima de alguna forma a la santidad. ¿A quien pretende salvar Camps con su arrebato de heroísmo? ¿A Rajoy? ¿Al partido? ¿A España? ¿A todos nosotros?


2. Por lo general, no encuentro nunca tanta bajeza moral como en los espacios que se han creado con la supuesta intención de preservar el reinado del Bien, léase las sacristías o las salas de máquinas de los partidos políticos. En las más lóbregas estancias del poder político se suele decidir quién está out y quién se queda un trozo de la tarta. Se es práctico, frío y amoral por la misma razón que en los negocios, con la diferencia de que en este último terreno el objetivo de la rentabilidad es transparente, mientras que en la política se vuelve inconfesable. Todos sabemos que las organizaciones partidocráticas emplean la mayor parte de su tiempo en calcular de qué manera van a subir en la calle sus acciones. Lo sorprendente es que ese crédito que reciben de los ciudadanos -al alza o a la baja según mercado- se nutre teóricamente de valores éticos. Esta es la paradoja dentro de la cual vive la política, dentro de la cual vivimos todos en tanto que espectadores de una función cuya carácter de farsa sospechamos hace tiempo.





¿Un sacrificio? Tendría su lado entrañable esta presunción de martirio autoinfligido de no ser porque -como pudimos comprobar el miércoles en la esperpéntica comparecencia pública del dimisionario- viene envuelta en las bilis y los humores pútridos del ataque y la descalificación de los oponentes, cuya vileza es por lo visto la única causante de todo este via crucis. ¡Qué espantosa soberbia la de este pobre mortal que, como un elegido al estilo de Job, se agiganta desde la desmesura de su herida sangrante! Demasiada pretensión para quien -conviene no olvidarlo
- tan solo es un olvidable jefecillo de un cantón de la periferia europea. Recordaremos a Camps por esa exhibición de soberbia en la caída, o aquella en que contestó a preguntas de la oposición diciendo envolverse "en la senyera de todos los valencianos". Hagan un esfuerzo, imaginen por un segundo la escena, el cuerpo desnudo del President envuelto en la cuatribarrada con el imprescindible blau que evita confusiones... Con frecuencia, en cuanto un líder político empieza a descomponerse por verse acorralado, todo a su alrededor recuerda a aquel gobierno de Freedonia en Sopa de ganso, de los Hermanos Marx, donde a poco que te descuides ya te has perdido un chiste. Y no hay más remedio que reírse, por más que los gobiernos se ocupan de cosas tan serias como declarar guerras, detener hambrunas en Somalia o cerrar hospitales públicos.



3. Conocí a Camps en persona. No explicaré las circunstancias, pero fueron tensas y supusieron que me encontrara junto a un grupo de compañeros a centímetros del entonces conseller de Educación de la Generalitat Valenciana. Me pareció un tipo astuto y aplomado, exactamente igual que en aquella otra ocasión en que -entonces ya era honorable president- un joven le gritó en la calle que era un corrupto y él acudió a exigirle explicaciones. Aquella mañana intuí que aquel hombre acabaría llegando muy lejos. Tenía otra cualidad que ni podía ni creo que quería ocultar ante aquel grupo de profesores encolerizados porque estábamos a punto de perder nuestro puesto de trabajo: era horrorosamente prepotente. No es la bonhomía que le atribuye Rita Barberà la que ha destruido la carrera política de Camps, es la soberbia.


4. El campsismo quedará para siempre en mi memoria asociado a estilos y métodos que detesto particularmente. Es posible que el fantasma de la corrupción revolotee en el aire que respira cualquier partido político, pero parece difícil creer en un escenario más propicio para el enriquecimiento ilícito a partir de la política como el que ha creado el gobierno autonómico del PP, con el cual el territorio entero parece haber quedado en almoneda, de manera que nunca parece haber suficientes recalificaciones de terrenos, nunca suficientes empresas públicas por entregar a manos privadas, nunca suficientes fastos encomendados a empresas surgidas bajo el manto protector de quien gobierna. Parece difícil perdonar tantas trabas a la aplicación de la Ley de Dependencia, eso que tantos sufrimientos crea a personas que tratan cada día con desastres cotidianos muy ajenos a la vela y a la Fórmula 1. O el deterioro de la educación pública. O Canal Nou, ay, Canal Nou... Si Gobbels resucitara admiraría la eficacia de semejante campo de exterminio de la libertad de expresión y la pluralidad informativa, una infamia cotidiana que, por cierto, se lleva a cabo con mi dinero.

Muy bien, pero todas estas quejas dejan sin resolver una pregunta que la mayoría de grandes analistas llevan días evitando: ¿por qué ganó Camps por mayoría absoluta?




4. No me detendré en análisis sobre la crisis de identidad del oponente socialista, la desunión de la izquierda o el descrédito social de las organizaciones políticas, que sin duda castiga mucho más las expectativas electorales del PSOE que las del PP, lo cual para muchos parece explica suficientemente la debacle de las últimas elecciones, supuesta antesala de la que sobrevendrá en las generales si el llamado efecto-Rubalcaba no lo evita.



Me atrevo a postular una hipótesis que traslada la cuestión a un espacio del que los analistas políticos hablan poco. Hay algo muy doméstico, algo que está en la estructura profunda de la sociedad valenciana que le hace confiar en personajes como Rita Barberà, Francisco Camps, Eduardo Zaplana, Ricardo Costa, Alfonso Rus o Carlos Fabra. Ese algo es la autoestima, y no está muy lejos de las razones por las que los italianos han secundado durante años el berlusconismo, aún a sabiendas -porque la gente no es idiota ni aquí ni en Italia- que bajo su manto se edificaba un modelo depredador y corrupto.


Desde siempre los héroes de Occidente han sido grandes "productores", es decir tipos que creaban empresas, que inventaban, que desarrollaban una actividad desde la cual se construía la prosperidad colectiva... Hay otro tipo de héroes que podríamos identificar con una sociedad consumista y, si quieren, postmoderna: los "gastadores". Miren a su alrededor, las personas a las que hoy adora la tribu no son las que trabajan y calladamente ahorran, son las que pueden comprar lo que les plazca: mercancías, lujo, personas... Ya no valoramos a quien trabaja y produce, sino a quien invierte y gasta. Ese es el verdadero hombre ejemplar en la sociedad del crédito y el consumo, el que nos incita a endeudarnos y a no pensar en que los préstamos deben devolverse, una traba que sólo estorba en las cabezas de los perdedores y los cobardes.






¿Saben por qué Florentino Pérez gana arrasando las elecciones del Real Madrid cada vez que se presenta, pese a que con él el equipo siempre pierde? Es sencillo, Florentino Pérez "compra", y nada genera tanta ilusión hoy en las masas como el atrevimiento de quien adquiere productos de lujo sin reparar en los gastos. Fichando futbolistas galácticos, Florentino compra lo único que de verdad moviliza masivamente las voluntades: ilusión. Pues bien, esto es en Valencia la Fórmula Uno, o Terra Mítica, o los ostentosos edificios de Calatrava, o la Copa América. Algunos venden la panoplia de que nunca -gracias a tales fastos- ha gozado Valencia de tan buena proyección exterior, como si sospecháramos que el hatajo de pijos que vienen a ver los barcos o los bólidos fueran la avanzadilla de un maná empresarial que nos hará cresos a todos. Pero esto es completamente falso, y de no serlo -como a fin de cuentas se trata de "imagen"- salta por los aires en cuanto un presidente es imputado por corrupción. No, en realidad, y por paradójico que parezca, el efecto de estos fastos que se exhiben al exterior es la autoestima local, que es con lo que a fin de cuentas se ganan unas elecciones.

Se me ocurre pensar en esos monolitos de pueblos salvajes que se edificaban para ser contemplados por unos dioses complacidos. Luego vienen los intereses de la deuda, las recesiones y las cajas de ahorros intervenidas... Pero, claro, eso no venía en el programa electoral. Y en todo caso siempre podemos echarle la culpa a Zapatero. O a Rubalcaba.

Friday, July 15, 2011








YO ESTOY AQUÍ PARA DAR IDEAS.




Mi psicoanalista es buena persona, pero cuando llega julio le entra muy mala idea, creo que porque me ve de vacaciones y tiene envidia. El otro día intenté convencerle de que en sus películas Woody Allen se burlaba del psicoanálisis y que, en cualquier caso, era un magistral cineasta, a lo que él contestó que Allen se tomaba muy en serio su terapia y que, en cualquier caso, sus películas eran una mierda. Fue tan contundente en llevarme la contraria que pasé cierto rubor antes de contarle el sueño que había tenido esta semana, no sea que me espetara lo que creo que está siempre a punto de soltarte cualquier psicoanalista, es decir, que tus sueños no le interesan nada y que lo que revelan no es que estás enamorado de tu madre, sino que eres medio gilipollas y que en vez de psicoanalizarte lo que deberías hacer es arrojarte a un abismo. El caso es que empecé a contarle que me perseguía un monstruo con cuerpo de dinosaurio y cabeza de roedor y no tardó en interrumpirme.

-"Mire, David, voy a ser claro con usted, su verdadero problema es que está lleno de odio y de rencor. Váyase a casa y concéntrese en pensar que sucesos de su pasado le provocan tanta ira. En cuanto se haga consciente de ellos verá cómo le resulta más fácil controlar su atormentado estado mental"

Opté por seguir su consejo y hurgué largamente en el baúl de mis recuerdos y apunté durante las siguientes mañanas cuáles son las situaciones y personajes de mi pasado que aparecen más frecuentemente en mi torturada memoria suscitando el deseo retroactivo de estrangularles... ¿Resultado? El tipo de personaje que más me aparece es uno que dice frases como ésta: "yo estoy aquí para dar ideas".






Explicado al psicoanalista, su diagnóstico es el siguiente. A lo largo de mi vida he tenido conflictos de toda índole con mis padres, mis hermanos, mis compañeros de colegio, los profes, las mujeres e incluso con algunos columnistas de El Mundo, lo cual me ha generado ciertas disfunciones sentimentales, sexuales, intelectuales y morales, pero a fuer de ser justos, no he recibido más hostias de las que yo he propinado, por lo que -siempre según el señor que se sienta al otro lado del diván- no tengo derecho a reclamar un lugar de honor en el equipo de las víctimas, lo cual es una lástima, pues es un placer inmenso ir por la vida mostrando cicatrices y contando que de crío te sodomizó un cura en la sacristía. El único verdadero trauma que -según mi loquero- no he superado es el de haber tratado demasiado a menudo desde niño con lo que podríamos llamar "tíos listos".


Veamos. Un tío listo es un caballero -suele ser varón- que consigue convencer a su entorno de que tiene un enorme talento y que puede resolver cuántos problemas le plantea la vida a golpe de genio. Estos señores exhiben tal autoconfianza y aparentan tanta determinación a la hora de enfrentarse a los desafíos de su vida que llegas a creer que a su sombra nada malo puede pasarte. Y es justamente éste el gran error, pues desde ese mismo momento no dejan de sobrevenirte desgracias. Debido a mi natural ingenuo los excesos de confianza respecto a estos individuos han complicado extraordinariamente mi vida, de manera que, para que ustedes no sufran lo que yo he sufrido, voy a advertirles de algunas de las pautas de acción características de un tío listo.




-Suele tener muchas ideas, organiza negocios geniales o eventos que pueden congregar a un nutrido público, pero nunca se presenta en el momento de la realización ejecutiva de las mismas. Es a ti, el pringado, al que le toca después cargar con el marronazo de sacarlo adelante.

-Se irrita si en alguna ocasión criticas sus poemas, películas, fotografías o conquistas femeninas, pero no dudará en ningunear y despreciar despiadadamente cualquier cosa que tú hagas, o incluso el simple hecho de que hagas algo. Que tengas iniciativa le molesta mucho, pues supone romper con el rol de gregario que el tío listo te ha asignado.

-Te pide dinero prestado y luego no te lo devuelve, o en todo caso te lo devuelve con cuentagotas y como haciéndote un favor. No se siente culpable porque cree que si tú tienes un trabajo digno es porque te han enchufado o has tenido suerte; no como él, que sufre una persecución debida, obviamente, a su talento. "Es la dictadura del mediocre", dice a menudo, sin duda implicándote a ti en la conjura. Si tienes dinero y se lo prestas piensa, además, que si no te lo has gastado es que eres un imbécil y que mereces el sablazo que él -que sí sabe vivir- te está pegando.

-Si cometes la imprudencia de meterte en algún negocio con él, observarás que te exige con suficiencia desafiante un alto grado de compromiso y formalidad. Será después él, por supuesto, quien se salte a la torera dichas exigencias, aunque no dudará en aprovecharse de que tú si las cumplas.

-Va siempre rumiando la posibilidad de tirarse a tu novia, posibilidad que a la recíproca -que tú te tires a la suya- no llega a contemplar ni por asomo. La razón es que sospecha que tu novia sale contigo porque en realidad de quien está secretamente enamorada es de él.


Y ahora, para acabar, viene la mejor de todas, la que identifica a un tío listo sin temor a error. En una reunión siempre ofrece una idea supuestamente genial, pero jamás se vincula a su realización. ¿Cuántas veces habré visto esto? Por ejemplo, hace años, cuando yo era aún tierno y no estaba lleno de rencor como ahora, en una asamblea de la radio libertaria de la que yo formaba parte, un tío listo dio toda una lección a la concurrencia sobre lo que había que hacer para salvar la emisora. Cuando le preguntamos cómo pensaba llevar a cabo tan genial idea se limitó a contestar: "Y yo qué sé, yo estoy aquí para dar ideas".








Un cantamañanas de lo más patético, vaya que sí, pero he presenciado esta escena demasiadas veces como para creer que es un mal poco extendido. Tipos que nos dicen a las mentes vulgares lo que hemos de hacer con la finca en una reunión de vecinos y que en el momento de decidir cómo implementar sus medidas se largan porque tienen prisa; tipos que en una reunión de trabajo asignan funciones a todos menos a ellos mismos; tipos que se postulan a voz en grito y con el puño levantado para liderar una asociación reivindicativa y que al día siguiente resulta que han pegado la espantada; tipos que hacen continua ostentación pública de su integridad moral hasta que un día descubres que no son más que unos pobres diablos, capaces de gastarse tu dinero y tu confianza en putas, en la maquinita de las frutas o en restaurantes de presumir... Son legión, y sólo hay un antídoto: olvidarles.




Tuesday, July 05, 2011












EL DISCUTIBLE ENCANTO DEL MAFIOSO








En Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Woody Allen parodia de manera especialmente encarnizada el cine de mafiosos italianos, que parecía una moda más o menos pasajera en aquellos años setenta en que apareció el libro de Allen, pero que ha terminado por convertirse en género, en el mismo sentido en que lo es el western.



El género es por definición una mistificación de un espacio histórico o social que, a partir de una base real, configura un imaginario cuyas claves se vuelven recurrentes hasta el punto de adiestrar al espectador, que las reconoce como si no constituyeran un artificio narrativo, como si fueran de alguna forma naturales. Pasa en las películas del Oeste con los duelos a tiros o con los ataques de los indios sobre las caravanas en círculo, y pasa en las películas de mafiosos, tan aficionadas a propagar una imagen ritualizada de las relaciones entre iniciados y a dejarse llevar por las hipérboles de una supuesta poética de la violencia donde llega un punto en que a uno le extraña que el italoamericano de turno no se líe a tiros con los espectadores de la sala. "Mendy secuestró a Gaetano, el hermano de Santucci, y se lo devolvió después en veintisiete potes de mermelada. Esta fue la señal para el inicio de un baño de sangre"... Así es el cine de mafiosos según la parodia de Woody Allen.







No es difícil encontrar las raíces culturales de este misterioso atractivo, especialmente en una sociedad como la norteamericana, constituida a partir de la hegemonía anglosajona y protestante. Los mafiosos parecen vivir atrapados en un lenguaje atávico, ese "vago rumor de la familia" en el que Hegel situaba el conflicto de Antígona y el inicio del drama de Occidente, cuyo discurrir histórico se gestará en la tensión entre los secretos intraducibles de lo privado y la luminosa publicidad de la ciudad. La Cosa Nostra atrae porque la rigurosa observancia del ritual por parte de los iniciados es irreductible a la lógica operacional de lo mercantil y lo burocrático, ese espacio gélido de la eficacia por el que transcurre tristemente la gris vida de cualquiera de tantos oficinistas, maestros o bedeles de hospital que, por las noches, soñamos con ser Vito Corleone.











Se explica muy bien en esa otra obra maestra del género, Uno de los nuestros, menos trágica y shakespeareana que la saga de El Padrino pero más dada a inmiscuirse en las profundidades del alma mafiosa. Henry Hill, protagonista interpretado por Ray Liotta, descubre desde muy pequeño que trabajar para los hampones del barrio es marcar la diferencia entre ser un tío listo y ser un perdedor y un fracasado, es decir, lo que son todos esos tipos que tienen que guardar cola en la panadería o mendigar un subsidio de paro. Lo que nos atrae de la vida que Henry adopta es que consigue aquello que, acaso sin darnos cuenta, todos deseamos: saltarnos las mediaciones. La vida de cualquiera de nosotros es una red infernal de trabas a la realización de lo que fantasea nuestro cerebro. No tememos que nuestros deseos no se realicen, eso somos capaces de soportarlo porque hace ya mucho que descubrimos que no somos dioses; lo que de verdad hace temblar nuestra integridad y nos precipita al abismo de la depresión es toda esa serie de trámites por los que habremos de pasar para gestionar correctamente nuestro bienestar. No se engañen, besos en la mejilla y juramentos de sangre siciliana aparte, lo que de verdad nos atrae de los mafiosos es que pueden saltarse las colas, los trámites y las excusas. El precio es que a veces aparecen en un congelador de carne colgados de un gancho o que van a la cárcel unos cuantos añitos. Es lo que tiene tomar atajos.









Viene a cuento la reflexión porque estoy acabando la primera temporada de Los soprano. No albergo ninguna duda respecto a la enorme calidad de la serie y, muy en especial, el carisma del logradísimo personaje central, Tony Soprano, magistralmente encarnado por James Gandolfini. La serie tiene el buen criterio de no dejarse llevar por ciertos toques de grandilocuencia -mal digeridos en muchas producciones debido a la obsesión por El Padrino-, hasta el punto de que por momentos uno diría que está más bien viendo un capítulo de Los Simpson. ¿La mejor producción televisiva de la historia? No, no lo creo, y además me pillan los fanáticos irredentos del sopranismo en mal momento porque he pasado los últimos meses con las cuatro temporadas de Mad men, y qué quieren que les diga, el mundo de Don Draper me parece más complejo, misterioso y sutil que el de Tony y su tumultuosa familia.



No acabo de saber en cualquier caso por qué el mundo de la mafia goza de tanto prestigio. Tengo un amigo que, sistemáticamente, desprecia cualquier película que no se centre en el mundo del crimen organizado, ya sean los italianos de Scorsese, los yakuza de Kitano o todo ese hatajo de psicópatas y frikis histéricos que llenan las películas de Tarantino. Lo que intento decir es que me hartan ya un poco este tipo de espectáculos del sadismo donde la vida parece que vale bien poquito. Uno tiene un mal día, le pega un tiro en las sienes al camarero porque no le ha servido el gin-tonic a su gusto, y todos a partirse de risa.







No sé, debe ser un trauma de la infancia, pero siempre me han molestado los que viven de explotar el miedo ajeno, que es a fin de cuentas de lo que viven estos tipos. Por otra parte, no estoy tan seguro de que los mafiosos del mundo real tengan el glamour que se les otorga en el cine. Los que yo he conocido son más de pegarle patadas entre varios a un tipo en el suelo que de asumir audaces desafíos solitarios. Se me ocurre entonces que podríamos desprender de una vez por todas a los mafiosos de la aureola de Marlon Brando e imbecilizarlos un poquito. Propogno una definición técnica para el asunto: mafiosa es toda forma de relación económica entre humanos que se salta los pasos previstos por la ley y usurpa al Estado el monopolio de la violencia. A partir de aquí juzguen ustedes cuántos mafiosos tienen en su entorno y probablemente se convenzan de que son numerosos, no se parecen en nada a Al Pacino y, por lo general, ni siquiera tienen gracia.


Friday, July 01, 2011








¿BANCA ÉTICA?




1. Junta de accionistas del Banco Santander. Tres indignados intervienen. Quiero pensar que si han podido entrar en la Junta y les dejan intervenir es porque disponen de alguna acción... hábil maniobra para montar el cirio. Dicen unas pocas verdades como puños respecto al daño que hacen a la sociedad las prácticas bancarias comunes. El señor Botín en persona -cuánto honor- les obliga a callar con la excusa de que sus intervenciones salen del orden del día. Finalmente les niega el sonido de micro y unos señores muy simpáticos le invitan a salir. Es una ingenuidad pensar que una empresa es otra cosa que un entramado de poder vertical, por más que celebren juntas con cierto aire de asamblea. Es fácil explicarlo: la democracia ha llegado a la sociedad, pero no al capitalismo. Ahora bien, convendría que no olvidáramos que lo que hacen las empresas repercute en el conjunto de la sociedad, por la calle tiene todo el derecho en vigilar y denunciar sus prácticas si, además de hacer ricos a unos cuantos caballeros, empobrecen al conjunto de los ciudadanos. Y es este el verdadero gran problema, aunque a Botín se le haya olvidado ponerlo en el orden del día.




2. Buenafuente entrevistó el pasado 20 de junio a Joan Antoni Melé, al que presentaba como un “banquero sin puro ni chistera”. De entrada tiene poco tirón el personaje por la sencilla razón de que casi nadie sabe quien es. Se trata, en realidad, del subdirector de la delegación española de Triodos Bank. Al finalizar, el presentador, que parece especialmente orgulloso por la entrevista que acaba de realizar, reconoce que el hecho de que su programa de La Sexta se encuentre en fase terminal le permite hacer ese tipo de cosas que uno hace cuando ya no tiene nada que perder, en este caso porque han dejado de preocuparle los índices de audiencia. Lo curioso es que, después, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad -como lo son mayoritariamente, no sé si los seguidores de La Sexta, pero sí desde luego los de Buenafuente- disfruta extraordinariamente con la entrevista.





¿Puede haber una banca ética? En torno a esa cuestión gira el diálogo. Y no es cualquier cosa, porque desde una visión estrecha de la lógica bancaria, parece un oxímoron. La imagen de un banquero varía de izquierda a derecha en pequeños matices. Para unos, se trata de un usurero despiadado sin más, una figura tumoral que alcanza su apoteosis histórica con el capitalismo financiero y especulativo, y que se caracteriza por pasar las horas diseñando los procedimientos más sofisticados para extorsionar un poquito más a los incautos que han tenido la candidez de confiarle sus ahorros. Para los otros, esta imagen se suaviza un poquito porque han visto películas de Frank Capra, de manera que, además de pasarse el día planeando cómo obtener más dinero, de vez en cuando tiene un detalle generoso, salva del desahucio a una familia y se comporta como un tipo entrañable. Claro que ya sabemos que las películas de Capra son bastante ñoñas. Además, resulta bastante difícil creer que los propósitos de un banquero son honestos, habida cuenta de que son ellos mismos los que, en cuanto se relajan un poquito, te espetan con todo cinismo que “la función de un banco ya sabe usted que es robarle”. (Les juro que esto me lo soltó el director de una sucursal del Banco de Valencia cuando me disponía yo, hace doce años, a sucumbir a esa forma de esclavismo voluntario que tanto nos gusta a los españoles y a la que llamamos préstamo hipoecario)

Pues bien, la hipótesis de este anómalo banquero es la de que hay un interés oculto en implantar esta imagen en la gente, es decir, que no tenemos más remedio que someternos a la lógica de la rapiña que nos imponen porque no hay otro capitalismo que el que tenemos, y que, de igual manera, no se puede hacer banca ni administrar el dinero de la gente más que especulando.





Pero el problema, y es aquí donde la filosofía de Triodos me empieza a parecer especialmente atractiva, no está en la iniquidad moral de los banqueros, por más que no haya duda de que ha sido su insaciable codicia la que ha desencadenado la actual recesión. La realidad es que las causas de la crisis son colectivas. “Todos estábamos dormidos”, dice Melé, “nadie preguntaba qué estaban haciendo los bancos con nuestro dinero. Nos decían que pusiéramos nuestros ahorros aquí porque ganaríamos más, y la mayoría les obedecía sin hacerse más preguntas.” La conclusión de Melé es rotunda: “hemos estado dormidos durante mucho tiempo y la convulsión social del 15-M es un primer despertar”. Yo añadiría que es la realidad misma la que, a base de jarras de agua helada, nos ha despertado a todos.


Hablando del 15-M, respecto al cual experimento los mismos sentimientos que Melé, es decir, absoluta empatía cuando se trata de indignarse por las prácticas del actual capitalismo que tienden a multiplicar la injusticia, y un cierto escepticismo que intento trocar en voluntad pedagógica cuando se insiste demasiado desde los campamentos indignados en simplificar los problemas y convertirlos en películas de buenos y malos. ¿Ven dónde quiero ir a parar?: cuidado, por ejemplo, con el concepto de “mercado”, porque empieza a usarse con demasiada facilidad y con una elaboración a todas luces escasa. Y tan tendencioso resulta santificarlo acríticamente, en el sentido en que lo suelen hacer los ortodoxos del neoliberalismo, como torpe y simplista es limitarse a demonizarlo.


De lo contrario, habríamos de empezar por sospechar de Triodos, y es este prejuicio el que me propongo desactivar. La idea no es renunciar a ganar, es transformar el concepto de ganancia, y para ello, hay que empezar por abolir ese prejuicio –tan católico e hipócrita en el fondo- que ve en el dinero algo sucio por definición. Se trata, en suma, de ganar para que todos ganemos, y para ello hay que invertir el orden de prioridades, es decir, primero las personas, después la salud global –o si quieren, el planeta-, y en tercer lugar los beneficios económicos.


Este orden sólo funciona con una praxis entregada a la transparencia. Así, Triodos cuelga en su web todas sus actividades inversoras, y se ha dotado de una fundación que garantiza la veracidad de esta información, la cual no consiste en otra cosa que en dar cuentas de qué es lo que se hace con el dinero de la gente. Y ¿qué se hace? Triodos se desplaza por tres caminos: la cultura, el medio ambiente y los sectores sociales. Son precisamente los espacios que la banca tiende a desatender. La razón es bien sencilla: su rentabilidad es marginal, siempre y cuando no aprendamos a aplicar al de rentabilidad lo relativo al beneficio humano. Esto no supone que se proscriba la posibilidad de ganar dinero, pero, como dice Melé: “no espero de mí un diez por cien de beneficio sobre su inversión, no puedo dárselo”. Si el impulso que guía al que invierte su dinero en Triodos es la codicia, no hay duda de que se ha equivocado de entidad.

Dentro de esta praxis está absolutamente proscrita la alternativa de invertir en Bolsa, algo que provocaría hilaridad si se plantease en otras entidades bancarias. Además los directivos no tienen bonos, de hecho José Antonio Melé vive de un sueldo, lo cual significa que su actividad profesional no se rige por el principio de que si vendes más ganas más. Esta filosofía desactiva el prejuicio de que todo es beneficio. En otras palabras: aporta en tu trabajo lo mejor que tengas, pregúntate qué es lo que como ser humano te gustaría dar y lo demás llegará sólo.






3. Dos grandes maestros, George Simmel y Karl Marx, nos enseñaron hace mucho que el intercambio del capital es, antes de nada, un intercambio social. Con el capitalismo, los viejos valores personales y sentimentales son reemplazados por el cálculo abstracto, lo cual nos libra de importantes ataduras, pero nos abre también al riesgo de un mundo gélido y desangelado. Lejos del conglomerado ideológico que otorga al capital el valor de mero objeto, una creación que sólo transitoriamente sustituye a las mercancías, el dinero incorpora toda una metafísica, crea valores que determinan el sentido de las relaciones entre humanos, o lo que es lo mismo, el de la forma de vida.


Es un error pensar que el capitalismo se está acabando, pero sí empezamos a advertir con absoluta nitidez que el mal a combatir se refleja en frases como ésta del especulador George Soros: "No importa si tienes razón, sino cuánto ganas cuando aciertas y cuánto pierdes cuando te equivocas". Nos equivocamos si aceptamos la lógica que deja impunemente el espacio de las relaciones financieras en manos de unos desaprensivos a los que el poder político ya no se atreve a atacar por múltiples razones. Acabemos con ese prejuicio católico -muy extendido entre sectores sociales formados en la izquierda- que ve en el dinero por definición algo sucio y corrupto. El dinero que tenemos es ético porque nos ha costado obtenerlo y porque deseamos emplearlo en dignificar nuestras vidas y las de las personas a las que amamos: el desafío es alinearlo con nuestros valores y nuestra forma de pensar.


José Antonio Melé y los demás directivos de Triodos provienen de bancos convencionales de los cuales se cansaron. Hay señores de cincuenta y cinco años, algunos absolutamente forrados, que trabajan con altos cargos en bancos y cuentan los días que les faltan para jubilarse porque su trabajo les parece desagradable y estresante. Me gusta pensar que alguien puede sentirse orgulloso y digno por trabajar en un banco, aunque sea sin bonos. Triodos tiene ya cuarenta años desde que se fundó en los Países Bajos. Ha demostrado que la banca ética es viable.