Thursday, December 25, 2014

ALGUNAS MUJERES

 

 


1. El horrendo crimen de la escuela de Peshawar no ha conmovido al mundo, como se refleja en los titulares de la noticia de la que huimos con celeridad buscando otras secciones del periódico. Si semejante monstruosidad hubiera ocurrido en Estados Unidos o en algún otro país occidental -imaginen, ciento treinta niños asesinados- estaríamos ahora probablemente en guerra, pero ha ocurrido en Pakistán. "Están locos", dice algún allegado sin localizar con demasiada precisión el lugar del suceso, simplemente son tierras de Mahoma, y "donde hay moros hay conflictos", le oigo decir. 

Una noche María Angels Barceló se rodea en la SER de personas muy bien elegidas para intentar explicarnos qué está ocurriendo en Pakistán, qué pasa con los talibanes, cómo una mente humana puede urdir semejante espanto. En el momento oportuno lanza la pregunta clave a la especialista en esa zona caliente del planeta: "¿sufren las madres pakistanís?". La pregunta, impensable en un periodista del montón, vale oro si intuimos de inmediato su carga de amarga ironía. Hay un bárbaro ignorante dentro de nosotros que se conforta pensando que cuando a un "exótico" le llueven las plagas de langostas o le incendian su vida los relámpagos, en realidad no sufre como lo haríamos "nosotros". Se me ocurre pensar en Bush y su guerra de Iraq, secundada por dos estadistas europeos a los que maldecirá para siempre la historia. "Están locos, por eso se matan, luego tampoco pasa nada si los matamos nosotros", debieron pensar.

2. En "Coto vedado", libro de carácter autobiográfico y cuya lectura consigue definitivamente atraparme, Juan Goytisolo habla con pesar y una lacerante culpabilidad de un recuerdo infantil. La María, que cuidó durante años de los hermanos y de su padre, enfermo y prematuramente viudo, simpatizó activamente con la causa republicana. Se le acusaba incluso de convertirse en barragana del ejército rojo, aportando su cuerpo a la causa revolucionaria para esparcimiento de los milicianos. 

Tras la rendición, en Viladrau, pueblo de Girona donde la familia pasó la Guerra para escapar a los bombardeos sobre Barcelona (en uno de ellos murió la madre de los Goytisolo), el padre acreditó su filofascismo ante los gerifaltes victoriosos despidiendo a la María. Mientras cenaban lo que ella había cocinado con la misma lealtad de siempre, la María hizo la maleta y abandonó la casa para siempre... En silencio, partiendo en la noche oscura de un país alegremente entregado a la servidumbre y donde se siguió aniquilando a los vencidos durante años, la María desapareció para de la vida de aquellos niños para no regresar. ¿Qué sería de ella en aquella España de hidalgos y sacristanes donde todo le habría de ser hostil? 

Creo que la María es un epítome de la tragedia española, una nación que sólo se pudo entender a sí misma desde la persecución y la exclusión de cristianos nuevos, herejes, afrancesados y libre pensadores de toda ralea. Peor si, para colmo, eras mujer. Entonces, además, seguro que te estigmatizaban como puta.

3. He escrito muchísimo en este blog en los casi nueve años que han pasado desde que lo inicié. No creo haber nombrado jamás a Sonia Castedo. ¿Saben por qué? Porque creo que sólo es una más  chapoteando a gusto en el mismo lodazal que habita su partido desde hace muchísimo. Algún día, esta rubia oxigenada tan mona y tan patéticamente engreída desaparecerá y será olvidada para siempre, no seré yo quien la recuerde ni un instante. Que Alicante haya tenido a esa alcaldesa, que esté siendo tan difícil desalojar a esta banda de las instituciones que ocupan con mayorías absolutas desde hace dos décadas, invita a pensar que nuestra California del Mediterráneo tiene lo que se merece. Castedo dimite por facebook el día de su cumpleaños. Dicen que el gesto es marca de la casa. Pues a mí no me hace ni puta gracia, seco que es uno.

Thursday, December 18, 2014

DIVORCIOS


Noticia de agencia: aumenta un doce y medio por cien la cantidad de divorcios. En el subtítulo, como quien no quiere la cosa, encontramos la explicación: la crisis económica empieza a remitir.

Es un razonamiento digno de las páginas salmón de los diarios: explica un fenómeno asociándolo al juego psicológico que desencadenan las leyes del mercado. Como las expectativas económicas de la gente van siendo menos desoladoras, la onerosa inversión que supone un divorcio incorpora nuevos interesados. En esta lógica, lo habrán observado ustedes, hablamos de rupturas matrimoniales en los términos en que nos referiríamos al incremento en la producción de automóviles o la salida a bolsa de un grupo empresarial especializado en rodamientos a bolas. 

Bien pensado no es ninguna estupidez. Un divorcio es caro. Cuando dos personas cooperan, el rendimiento de la empresa común que llamamos matrimonio es superior al que obtienen los miembros por separado; mucho más cuando, como suele pasar, la ruptura incorpora venganzas o deja niños a los que ahora será mucho más farragoso atender adecuadamente. Hay algo mucho peor: la mayoría de los divorcios dejan una hipoteca pendiente. Un amigo que no acababa de verle futuro a su matrimonio, cuando le pregunté por qué no se divorciaba, me contesto "no imaginas lo que puede unir una hipoteca". 

De acuerdo, pero queda un resabio de gelidez en este paisaje que reclama un momento de reflexión. Se me ocurre pensar que si la gente no consuma su deseo oculto de abandonar a su cónyuge por motivos económicos, habrían de ser igualmente económicos los motivos para anteriormente haber subido al altar.  Inquietante, al menos para mí, que como cándido vocacional, sigo creyendo en el amor. Ya sé, el amor es una ficción, aunque, como diría Woody Allen, no se puede tener todo, es decir, no podemos a amar a alguien y aspirar encima a que ese alguien sea de verdad. En cualquier caso es que yo siempre he amado la ficción, y ésta -la del amor- ha tenido demasiados efectos de verdad a lo largo de la historia -pregunten si no a los infortunados troyanos- como para tomárnosla a chirigota. 


Son malos tiempos para la lírica, como cantó con aquella melancolía inconfundible Germán Coppini. El problema no es que la gente se divorcie. Gracias a Dios, o a Francisco Fernández Ordóñez, la gente puede liberarse de sus cadenas cuando lo considere oportuno, y eso, en especial para las mujeres, marca en este país tan lindo el final de atávicas servidumbres. El problema, en contra de lo que creen los fanáticos religiosos, no es que la gente haga uso de su libertad, sino que los motivos para no hacerlo sean que no puedan pagarse esa libertad. Tan desasosegante revelación invita a pensar cuantas manos se mantienen entrelazadas en los paseos dominicales en contra de la voluntad de sus dueños. Obliga en consecuencia a preguntarnos si quienes parecen amarnos seguirán entregándonos su sonrisa en la madrugada cuando descubran que ya no es rentable. 

Me asalta en medio de esta zozobra un eco de esperanza. Acaso tras esta trama tan prosaica se esconda una lírica digna de nuevos trobadores: nunca como ahora fue tan imprevisible, tan apasionante, tan aventurero el desafío del amor. Las biografías sentimentales, antaño tan fiscalizadas por el entorno represivo y los roles patriarcales, entran ahora en un ciclo de incertidumbre radical donde nada, ni siquiera la economía, ni siquiera la conveniencia social, valdrá como coartada. Encontrar una pareja no sirve técnicamente hablando para nada, luego de alguna forma nuestro corazón ha quedado definitivamente liberado. 

Es para pensarlo.     

Thursday, December 11, 2014




FIVE DAYS TO DANCE

Estoy enamorado. Lo habrán notado por el repentino fulgor que asoma en mis mejillas. Lo estoy desde que, certeramente aconsejado, vi Five days to dance. "El buen cine es el que te hace pensar", nos decían de críos para que no nos limitásemos a pelis de pistoleros que tiroteaban a los indios o de chinos que repartían hostias como panes. Pues bien, pasé la sesión con el cerebro hirviendo, no dejaba de preguntarme cómo aplicar a mi profesión y a mi vida lo que el film me mostraba. Pensé, incluso, en si razón por la que no termino de sentirme completamente feliz en mi trabajo pueda ser mi falta de audacia. 

Verán. Five days... es un documental, lo que cuenta no es una ficción, ocurre de verdad. Este aviso en materia de documentales suele asociarse a exhibición de injusticias y tragedias, pero no, este documental no va de guerras olvidadas, niños-soldado, mujeres maltratadas o prostitución infantil. Pretende remover conciencias -con la mía les aseguro que lo consiguió- pero su arma no es la crudeza ni el retrato descarnado del dolor y la violencia. 

Una pareja de coreógrafos, él holandes y ella vasca, ofrecen a los centros de enseñanza secundaria de Europa un proyecto que se llama como la película. Quien acepta se compromete a detener completamente el proceder rutinario de clases y exámenes, quedando todo el personal a las órdenes de los responsables del taller. Reunido el alumnado en el gimnasio, recibirá las clases de danza correspondientes a cinco días lectivos. Tras la última sesión actuará en el salón de actos para los padres. Lo que el film ofrece es el relato de los cinco días que pasan en un colegio de Donostia. 

¿Bailar? Quizá no sea exactamente eso. Muchos padres llevan a sus hijos -preferentemente hijas- a clases de ballet, puede que en algunos casos soñando con tener en casa una Isadora Duncan. Aquí se trata más bien de enseñar a los alumnos a expresarse a través de su cuerpo, a sentirse partícipes de una aventura que requiere abandonar la timidez que les empuja a ocultar sus  emociones, a esconder cada uno de ellos al ser humano que realmente son. Y es una aventura colectiva, de manera que incluso los más aislacionistas y los menos dados a la solidaridad deben aprender a formar parte de un esfuerzo colectivo, como en esa imagen inolvidable en que hasta diez alumnos unen sus cuerpos para simular el deambular de un ciempiés.

La nuestra es una civilización cartesiana, es decir, mentalista. En eso consiste la maldición platónica a la que Nietzsche achacaba el infortunio que al tiempo que convirtió a los europeos en prósperos y eficaces les hizo olvidarse de la felicidad. En otras palabras, hemos aprendido a dirigirnos conceptualmente a la realidad, pero al precio de olvidarnos de que tenemos un cuerpo, de manera que el universo de las emociones y los sentidos queda relegado. 

La antropología demuestra que entre las tribus "salvajes" el trajín cotidiano está vinculado al canto y a la danza. Yo lo he aprendido conviviendo con niños. El acto mismo de dormir, orinar o comer se acompaña de canciones que, para el crío, hacen posible el acto y le dan un valor simbólico. Cuando los niños danzan creemos que lo hacen para divertirnos, como si fueran monitos, pero la expresión corporal es en ellos la vida misma. Aún no han alcanzado, por suerte, la madurez, en la cual la dimensión pensante se pone definitivamente a distancia de la liturgia del canto y la danza, cuya magia desaparece al arrinconarse en el ocio y tolerarse sólo en los profesionales o en los locos. 

Cinco días para bailar, cinco días donde la vida fluye en un colegio como quizá jamás lo hizo. Me pregunto si no es una compulsión neurótica la que nos hace a los profesores vivir obsesionados con el temario y los exámenes. Cinco días lejos de la excusa de la rutina. Al reticente siempre le quedará el consuelo de que los coreógrafos se van tras cinco días de caos. Eso sí, las vidas de muchos de los chicos habrán cambiado para siempre.    


Saturday, December 06, 2014



VIGILA LOS DEMONIOS DE TU ESTÓMAGO

El viernes cinco de diciembre concluyó el ciclo de cine que, bajo la dirección de Javier Bosch Azcona y con el agua como tema de fondo, se ha llevado a cabo durante las últimas semanas en el valenciano edificio de Los Baños del Almirante. El último film emitido, El Balneario de Battle Creek (1994), cuenta con la inolvidable interpretación del personaje de John Harvey Kellog por parte de Anthony Hopkins. 

Estamos ante una historia real, por más que se nos ofrezca en la forma de una comedia delirante, casi una farsa. Conocido por su histórica invención de los cereales para el desayuno -hoy curiosamente mal considerados entre los nutricionistas- Kellogg creó un balneario en Michigan que presentaba al mundo como un recinto sagrado en estado de cruzada permanente contra los gérmenes, las infecciones y los vicios alimentarios. Vicios carnales, habría que decir, pues Kellogg defendía un furibundo vegetarianismo y condenaba la actividad sexual, un desperdicio de fluidos que acercaba al hombre a la tumba, más veloz si ese hombre muestra inclinaciones hacia la masturbación, el Mal de Onán y el síntoma más evidente de la degeneración moral y fisiológica del ser humano. 

Conviene no olvidar que los sucesos que relata la película nos remiten a 1914, unos años después de la tragedia del Titanic y con la Gran Guerra a las puertas. El higienismo de Kellogg, acaso muy imbuido del acrítico cientificismo de los intelectuales decimonónicos, desborda los límites de la compulsión neurótica. La legión de seguidores que acudían regularmente a su establecimiento reproducían sumisamente las delirantes consignas del líder, cuyo estilo autoritario se acerca, acaso en forma de parodia, a los caudillos totalitarios que un par de décadas más tarde completarían la tarea de devastar Europa que las naciones comenzaron en el 14. Una apostilla maliciosa: como Kellogg, Hitler era un celoso vegetariano. 

Es sin duda un relato divertido, hilarante por momentos, pero no estamos ante un film cándido. Yo diría que contiene una potente carga corrosiva cuyas implicaciones pueden muy bien extenderse hasta nuestros días, cuando tan lejos queremos sentirnos del fanatismo por la limpieza de sangre y la contención sexual tan propio de aquel tiempo aún tan victoriano. 

Nuestras sociedades tardoindustriales viven una situación contradictoria: se habla más que nunca de la salud, se le otorga un tratamiento digno de una religión, pero al tiempo se desmantelan los servicios públicos de salud, se suprimen las ayudas a la dependencia y se saturan las urgencias. Se nos exige vigilar nuestra salud, convirtiéndonos en inquisidores de cualquier síntoma que apunte al envejecimiento de nuestras células o al contagio de cualquiera de los virus que nos acechan por todas partes. Como no damos abasto, los mercaderes se encargan de cuidar de nosotros por un módico precio. El resultado es una espiral medicalizadora de la que no sabemos cómo salir. Si no soportamos a nuestros compañeros de trabajo, en vez de hacerles frente nos vamos a la farmacia para adquirir un ansiolítico. "Vigila los demonios de tu estómago", reza una de las consignas con las que se empapelan las paredes del Balneario de Battle Creek. Quizá deberíamos pensar primero en vigilar los demonios de nuestro cerebro.

¿Conocen ustedes algún muerto por la epidemia de las Vacas Locas? Sin embargo aquello -como la gripe aviar, como ahora el ébola, que por cierto sí es devastador en África, cosa que no parece preocuparnos en exceso- tomó un protagonismo deslumbrante en el centro de nuestras preocupaciones. De un lado estamos expuestos a peligros que, como el terrorismo, llegan de lugares remotos y son incontrolables; del otro somos culpables de no haber invertido más tiempo y dinero en evitar que alimentos confeccionados por el Maligno embocen nuestras arterias. También se nos recrimina por tolerar que la vejez vaya haciendo impunentemente estragos a lo largo de nuestra fisionomía, por no estar en forma como para correr la media maratón y "definir" mejor nuestros músculos con horas de gimnasio, por no ser guapos... Cada instante en que nos permitimos el lujo de relajar la vigilancia nos acercamos más aceleradamente hacia la muerte, y lo que es mucho peor, nos alejamos del éxito social. 

Recientemente la simpar página de noticias del servidor Yahoo informaba de que "los científicos" -me pregunto siempre a quienes exactamente designa esta etiqueta- estaban a punto de inventar una pastilla que nos permitiría hacer desaparecer de nuestra memoria los malos recuerdos. Ciertamente hay algunos episodios de mi vida que me gustaría olvidar, pero jamás se me hubiera ocurrido pedirle al médico una pastillita para olvidar el rotundo no que me dio Patricia L. la mañana en que le pedí de salir, dejándome allí con la flor como un gilipollas. Yo les sugeriría que, ya puestos a hacer el ganso, inventarán una pastilla para volvernos definitivamente gilipollas a todos.