Thursday, November 29, 2018

LUCES DEL YOGA

Durante dos años practiqué tai-chi. Hubiera continuado, pero el grupo se disolvió -la dimensión colectiva es básica en el taichi- de manera que, tras algunas idas y venidas, opté por cambiar de práctica y dedicar unos cuantos días de mi semana al yoga, una especialidad bastante más extendida y en la que resulta fácil encontrar instructores actualmente en España. 

Mi intención siempre es la misma: dado que tengo dificultades para controlar mi sistema nervioso, la disciplina corporal -sobre todo la relativa a la conciencia respiratoria- sobre la que inciden las técnicas orientales de ejercicio y meditación, se convierte para mí en una terapia en el sentido más clínico del término. Soy, como sospecho que muchos de ustedes -aunque quizá no se lo hayan planteado-, un "cartesiano", es decir, un tipo que vive habitualmente sólo en su mente. Ello me condena, al menos mientras no combato enérgicamente el problema, a deambular por la vida peleado con mi cuerpo, a ignorarlo, a vivir como si no existiera, como si fuera poco más que una molestia. Hablamos a menudo del estrés en que se tramitan nuestras vidas, de la neurosis como pandemia... todos esos males, que no son -les aseguro- un invento de cuatro gurús con ganas de sacarnos la pasta, aunque ciertamente hay en el mundillo de las filosofías orientales mucho farsante, por supuesto. 

De momento constato dos diferencias que se podría entender precipitadamente que van a favor del taichi. La primera es su delicada belleza, la segunda, su dimensión colectiva. El yoga, aunque se practique junto a otras personas, es más individualista. Se diría que hay un yoga para cada persona. Esta impresión puede tener que ver con el origen respectivamente chino e indio de las disciplinas. 

Añadiré otro factor. Sería un esquematismo ridículo afirmar que la civilización china es violenta y la india pacífica. Sin embargo, pese a que el taichi es esencialmente rítmico, algo así como una danza ritual, no conviene olvidar que su origen es bélico. Rodeado por pueblos agrestes obsesionados con conquistarla, China ha preparado desde milenios a sus niños para la batalla, cada movimiento de taichi es la ralentización ritualizada de un ejercicio para defenderse o atacar a un feroz enemigo. El yoga es justo lo contrario, no estoy seguro de saber explicar por qué, pero desde que empiezas a practicarlo adviertes que en el yoga la paz es el único camino... Diría que la paz está en las entrañas últimas del yoga porque su sentido primero y último es estar en paz con uno mismo. Lo diré de una vez: no pretendo ser feliz ni adelgazar ni conocer gente nueva ni aprender filosofías asiáticas,  hago yoga porque quiero estar en paz conmigo mismo. 

Todo esto no es nuevo en Occidente, por supuesto. Se ha asentado la asociación entre la revolución pacífica -también llamada "resistencia pasiva"- y la figura del indio Mahatma Gandhi, sin duda un personaje fascinante y con una influencia colosal. Hace ya más de medio siglo que los beatniks de los cincuenta y los hippies de los sesenta empezaron a dar la murga con el karma, los ascetas hindúes, la deidad Krishna, los viajes a Benarés o los placeres del kama-sutra. Hablamos de formas milenarias de sabiduría, por lo que no sorprende la delirante confusión que en una sociedad sobreinformada, consumista e histérica como la nuestra produce la penetración asilvestrada de todos estos conceptos. Que en el Mercadona se vendan una cajitas muy bonitas de "infusión ayurvédica" es un buen síntoma de lo que digo.

En mi caso, la dimensión pacifista del yoga, sobre la que nuestra instructora insiste sin descanso, encuentra alguna traba considerable. Siempre, creo que desde que leí el Mio Cid, empecé a ver películas del Oeste o simplemente entendí que en el patio del cole había que defenderse a guantazos, he sabido de mi predilección por la épica, que es, no lo olvidemos, la forma poetizada del culto a la guerra. No soy un tipo cruel, ni un maltratador, ni un sádico... pero hay algo muy dentro de mí que me predispone a la pelea y que me hace sentir, como afirmó hace dos mil quinientos años Heráclito, que detrás de todo orden habitable está el "polemós", y que siempre hay -aunque seamos tan cándidos que queramos ignorarlo- quien trama destruirnos. 

Pese a todo, tengo ya edad suficiente para entender que la guerra es una puta mierda, un timo repugnante y una colección de mentiras urdidas por algunos muy listos para que los tontos nos matemos entre nosotros en defensa de un trozo de trapo que tan solo oculta los intereses de unos pocos. La épica está bien para ver películas de Kurosawa o para templar un alma lo bastante ardorosa como para enfrentarse a la injusticia. No soy ingenuo, debemos luchar, pero, cuidado, deberíamos exigirnos una desconfianza extrema cada vez que oímos tambores de guerra... Y el caso es que últimamente oímos demasiados. Por todas partes presiento miedo de un tiempo a esta parte, y el miedo vuelve locos -y criminales- a los hombres. Por eso tienen éxito tipos como Trump, Bolsonaro, Maduro o Putin. "Si vis pacem para bellum", dijo Vegecio. Pero es una patraña odiosa propia de un pueblo que construyó un imperio a sangre y fuego. Si queremos la paz no nos queda otra que preparar la paz. Eso implica aliarse indefectiblemente con los derechos humanos, con la deliberación... con el comercio incluso. 


Estoy diciendo muchas obviedades, ya lo sé. Pero permítanme un argumento creo que un poquito más afilado. Durante mi juventud fui un tipo bastante más agresivo, impaciente e intolerante que ahora. Mucha gente me caía mal, creía ver enemigos en todas partes y me sentía bien proclamándolo. Que hay gente odiosa y que el planeta estaría bien sin ciertos tipos, quién lo duda. Pero observo en retrospectiva mi trayecto biográfico desde todo lo que ahora sé... y, qué quieren, cada vez tengo menos ganas de poner a parir a mis vecinos, a mi familia, a los que discrepan de mí... A diario veo a gente que sufre, personas deprimidas por experiencias terribles que sobreviven a la adversidad y salen de la cama cada día para proteger a sus hijos...  Hay quien ha perdido el sentido del humor porque una enfermedad crónica le genera un dolor cotidiano y atroz, o quien ocupa dieciocho horas en cuidar a un viejo con alzheimer, o quien es diariamente humillado por un trabajo indigno y mal pagado... El mundo está lleno de tipos que son mejores que yo y a los que he creído en algún momento poder menospreciar.  

La otra noche salí de clase de yoga pensando que a veces el odio o el desprecio son el resultado de la ignorancia. No sabemos a menudo por lo que ha pasado ese del que decimos con suficiencia que "es un gilipollas". 

Namasté, amigos. 

Tuesday, November 20, 2018

TODOROV Y EL SIGLO TOTALITARIO

Ya hace mucho que dejamos de oír hablar del Gulag, las revueltas checa o húngara, los disidentes, el KGB, las tiendas desabastecidas o los desdichados que intentaban saltar el Muro y eran ametrallados. 

Cuando estuve en Berlín, una ciudad ya "liberada" y de cuyo Muro apenas quedaban restos a modo de atracción turística, observé con curiosidad que prosperaba un mercado de souvenirs de la etapa comunista: fetiches como sombreros militares o carnets del Partido Comunista o la Stasi. 

El bloque del Este se desplomó súbitamente sin apenas hacer ruido... Como dijo Baudrillard con evidente ironía, se diría que "las libertades se han descongelado al microondas". El entusiasmo y la esperanza con que recibimos la Caída del Muro se convirtió en desconfianza y xenofobia cuando empezaron a llegar ciudadanos del antiguo Telón de Acero. Ahora ya no eran refugiados políticos a los que recibíamos como heroicos símbolos de la perversidad marxista, ahora eran migrantes tan viscosos e inquietantes como los que llegaban del sur del mundo. Convendría analizar con detenimiento las circunstancias de cada uno de esos países que en su momento, devastados por la guerra y sin pedirles opinión, cayeron bajo la negra sombra del Camarada Stalin. Ese análisis ha de singularizar de igual manera la evolución que cada una de esas naciones ha experimentado en el último cuarto de siglo, es decir, desde el final del comunismo en Europa, sin olvidar la feroz conversión china al capitalismo. El proceso rumano, el polaco, la tragedia balcánica, la descomposición del imperio soviético y sus inquietantes consecuencias, que siguen amenazando la estabilidad y la paz mundiales... Es un laberinto, sí. 

Me asalta una profunda desazón cuando recaigo en la lectura del indispensable ensayo del disidente búlgaro Tzvetan Todorov, quien debo puntualizar que no se ha mordido la lengua en los últimos tiempos a la hora de criticar el sesgo neoliberal del proceso globalizador. Todorov es inmisericorde en su relato de la experiencia del totalitarismo, que describe como una atroz y sistemática persecución de las libertades y los derechos humanos. El comunismo "real" fracasó porque convirtieron los países del Telón de Acero en gigantescos campos de prisioneros donde la delación y el terror formaban parte sustancial del sistema. La corrupción y la existencia de castas de privilegiados en un régimen basado en la violencia no eran anomalías o desviaciones, ni siquiera patologías del sistema, eran su clave constitutiva. La vida cotidiana de un joven búlgaro consistía en no dar pasos en falso que pudieran hacerte caer en desgracia ante la burocracia del Partido o en someterse a la profunda iniquidad mortal que te podía ayudar a disfrutar de las ventajas de la casta. 

El comunismo empezó a caer antes de que el Muro fuera derribado, antes incluso de Gorbachov, ese "hermoso vencido" de la Historia contemporánea al que con tanta mezquindad parece que nos hemos empeñado en olvidar. El comunismo fue derrotado porque en algún momento empezó a hacerse insostenible la esquizofrenia entre la representación doctrinal y entusiasta del colectivismo difundida por la nomenklatura y la realidad vivida por los millones de ciudadanos que despotricaban en privado. El estalinismo se marchitó y terminó desplomándose, avergonzado de sí mismo, ridículo, patético, porque destruyó la fe en las instituciones públicas tanto como destruyó a los individuos. 

Recupero la lectura de Todorov en las mismas semanas en que leo "Correr", de Jean Echenoz, biografía novelada del mítico fondista checo Emil Zatopek. El relato contiene muchas revelaciones interesantes sobre la vida de quien, sin duda, fue un sincero comunista. En una ocasión, y con motivo de una competición en
París, un periodista de un diario orgánico praguense le hizo una entrevista sobre sus sensaciones respecto a la capital francesa. Zatopek dijo que había sentido "curiosidad" y una mezcla de morbo y desazón ante el colorido de las calles de Pigalle o con la abundancia de tiendas de lujo en las barriadas céntricas. Las opiniones que después publicó el diario ponían en boca del héroe nacional de los checoslovacos la denuncia indignada por el inmoral libertinaje de la prostitución o el vergonzoso consumismo de la burguesía de Occidente. Unos meses después, se le hizo idéntica solicitud a propósito de una competición en Brasil. Ya resabiado y esforzándose en evitar malentendidos, manifestó sin ambages que le parecía un gran país y los brasileños una gente encantadora que le había acogido con formidable simpatía. Dio igual, el periódico en cuestión puso en boca de Zatopek críticas atroces hacia el país, su gobierno y sus ciudadanos. Emil habría pensado que era una situación kafkiana... Si la lectura del novelista judío -por cierto, checo- no la hubiera prohibido el Partido por "reaccionaria", claro. 

El otro incentivo para regresar a Todorov se llama Pavel Pawlikowski, Oscar en 2013 por "Ida". A punto de ordenarse monja y renunciar definitivamente a las vanidades mundanas, la novicia Ida es convocada por su tía, una jueza de pasado antifascista y que ha caído en desgracia ante los altos burócratas del Partido Comunista de Polonia, probablemente por no haber contemplado suficientemente en sus sentencias la pureza doctrinal. Este desgarrado personaje, tras hacerle saber que es judía y que sus padres fueron asesinados por los nazis, acompañará a Ida en busca de los restos y le ayudará a conocer la verdad sobre su trágico final. 


Un lustro después de este film de una delicadeza majestuosa, el ya sobradamente experimentado Pawlikowski estrena otra obra maestra "Cold War", una historia de amor a través de tiempos y paisajes que desafía con una contumacia digna del más honroso romanticismo la gélida prosa de los burócratas, las doctrinas y tantas y tantas trabas como las delirantes construcciones totalitarias del siglo XX han opuesto a la libertad de los seres humanos. La sombría dulzura de este film lo convierten a mis ojos en una joya comparable a "Ida". Su final es uno de los más hermosos que he visto jamás. 

"¿Por qué nos abandonasteis?" Temo que Todorov seguirá con esta pregunta en los labios hasta la muerte. Jamás entendió por qué los Sartre, Montand y tantos otros izquierdistas a los que admiraba despreciaron e incluso persiguieron a los disidentes, a aquellos que, como Todorov y tantos otros, tuvieron el coraje de resistirse a siniestros mandarines empeñados en deshumanizar a medio mundo. 

... Porque de eso se trata, de seres humanos, de individuos con sus contradicciones, sus gestas, sus sufrimientos, su intransferible capacidad para sentir y obrar en libertad. Si no entendemos esto no merece la pena seguir leyendo novelas ni viendo películas... me parece a mí, vamos. 


Thursday, November 15, 2018

MÓNICA SMURF

El pasado sábado por la tarde deambulaba yo por una céntrica calle de Valencia rumbo a un cine donde proyectaban Cold war, de Pavel Pawlikowski, quien ya me deslumbró recientemente cuando al fin me decidí a ver esa joya que es Ida, Oscar a la mejor película extranjera en 2013. Debo decirles que la segunda no desmerece de la primera, estamos hablando de cine de altísimo nivel... pero no es ese el tema de este escrito.

Resulta que, antes de acceder a la proyección, y como disponía de tiempo, resolví hacer un recado en La Casa del Libro, viéndome sorprendido por el vociferante tumulto que rodeaba el local y que me impidió acceder al interior de la tienda. Aunque me hubiera abierto paso entre aquella turba de adolescentes que emitían cada poco un considerable griterío, los guardias de seguridad que custodiaban la puerta me habrían cortado el paso. De manera que opté -ya saben que soy bastante cotilla- por hacer de cool hunter y observar un fenómeno que contenía aspectos ciertamente singulares. Para empezar, si se trataba de un cantante guaperas de esos que desatan histerias colectivas entre las niñas, o en todo caso de una celebritie futbolística tipo Cristiano Ronaldo, no encajaba demasiado citar a las fans en una librería. Así que supuse que podía tratarse de una de esas jóvenes que últimamente escriben, parece que con notable éxito de ventas, novelas fantásticas para crías. 

Dirigiendo mi mirada al interior del local vi que cada vez que la "literata" abrazaba a la joven clienta a la que acababa de firmar y dedicar un ejemplar, para a continuación hacerse -claro- un selfie juntas, la turba estallaba de emoción en el exterior. No resistí más y pregunté.  Resulta que la niña enfundada en una sudadera negra con gorro de lana en la cabeza era nada menos que... Mónica Morant, también conocida como "mónicasmurf", debido al parecer a su predilección por los pitufos. (Seguro que odia a Gargamel, no coincido en eso con ella)

De regreso a casa, y después de ver Cold war, recurrí a internet y descubrí algunas cosas. Mónica Moran es una leonesa de dieciocho años convertida de la noche en la mañana en "influencer" gracias a sus vídeos de youtube y a su triunfo en el concurso de la web Musical-ly, cuyo nutrido ejército de adictos es denominado "musers", de ahí que a su libro la simpar jovencita le haya llamado "Diario de una muser". ¿Canta? ¿Baila? ¿Ofrece ideas y consejos sobre como vivir de acuerdo a los en armonía con el cosmos? Nada de eso, infelices, Mónica se dedica básicamente a hacer play backs, sí, como Milli Vanilli, aquellos negritos tan guapos que no cantaban. Mientras suena la música, por lo general un horroroso reguetón, Smurff mueve los labios, hace mohínes a la cámara, reproduce con gestos el profundo sentido de las canciones... Su virtuosismo en este noble arte, que hace furor entre nuestros adolescentes, le ha convertido en "la reina de las transiciones", que no acabo de saber muy bien qué cojones es, pero parece que no tiene mucho que ver con el postfranquismo.

Una curiosidad, la carrera de Mónica Pitufa es tan meteórica, que ya han aparecido subgéneros en torno suyo en youtube, por ejemplo las que se presentan como sus imitadoras y -sí, señores- las que la critican, léase "haters". 

Con precisión de visionario, Warhol diagnosticó el devenir de las sociedades contemporáneas cuando dijo aquello de los quince minutos de fama. La obsesión por la notoriedad es probablemente el síntoma más evidente del malestar, la ansiedad y la soledad del hombre contemporáneo. Adorno o Benjamin -siguiendo la senda de Nietzsche- nos advirtieron del peligro de que, desde la hegemonía de los medios de masas, la banalidad y la insignificancia ocuparan los antiguos tronos dedicados a los dioses. Yo creo que Warhol fue más astuto, o, si lo prefieren, más posmoderno, y prefirió recurrir a la ironía, sabedor de que el intelectual ya no puede pretender quedar a distancia de los fenómenos masivos, pues, lo quiera o no, está de lleno implicado en un gran lógica que lo abarca absolutamente todo y que nos convierte en criaturas mediáticas, animales amamantados por la televisión de la misma manera que los niños actuales están construyendo su subjetividad a la sombra de internet. 

No me produce envidia Mónica, tampoco inquina. Si fuera mi hija o mi alumna le diría que intentase ganar dinero con el tema y, sobre todo, que no se dejara deslumbrar por el griterío de sus fans, que -me temo- puede ser tan fugaz como ensordecedor. Pienso en el trabajo solitario y silencioso de tantos y tantos que han hecho méritos a lo largo de sus vidas para obtener el aplauso social y de los que no se acuerda nadie. Me gustaría pensar que el chico que ha ganado un juicio a Deliveroo, desenmascarando con ello las prácticas abusivas que las multinacionales llevan a cabo sobre sus jóvenes empleados, es un héroe para las nuevas generaciones... Pero yo sé cómo son las cosas, y no quiero hacer de cascarrabias melancólico ni sermonear a las nuevas generaciones, para ello ya está Javier Marías. 

Eso sí, por las noches leo últimamente a mi hija un libro que se llama "Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes". Cuenta la historia de cien mujeres que hicieron cosas relevantes a lo largo de la historia. Gracias a ese libro sabe que Jane Goddall es la mayor experta mundial en primates, que Marie Curie descubrió la radioactividad, que Hipatia de Alejandría alcanzó avanzados conocimientos sobre astronomía hace más de mil quinientos años... Y tiene noticia también de Rosa Parks, Simone de Beauvoir, Maria Montessori, Anna Polikovstkaya...

Se atribuye a Borges la afirmación de que la fama es el mayor de los malentendidos. De acuerdo, la fama suele estar sobrevalorada, y, probablemente es tóxica incluso cuando es merecida. Sabemos que la vida no es justa y que las muchedumbres son emocionales e irracionales. Pero, demonios, me gustaría pensar que, más allá del malentendido de la notoriedad, nos quedara todavía algún espacio en el alma para admirar la virtud y no la pura futilidad. 

Ustedes verán, a nosotros esta noche nos toca leer sobre Alicia Alonso, bailarina y coreógrafa cubana.   

Saturday, November 10, 2018

BANQUEROS

Pronto hará dos décadas que decidí comprar la casa donde actualmente resido. Por razones que sólo se entienden con un neanderthal como yo, cuando empecé a trabajar me costó un rato asumir que el salario solo se me podría pagar a través de una cuenta bancaria. Decir esto es mi manera de hacerles ver que mi inclinación natural a entrar en un recinto bancario es tan grande como la de pasearme por los peores barrios de Caracas. Si lo hago es porque, de una u otra manera, me he visto obligado.

Nunca olvidaré lo que ocurrió aquella mañana estival de 1999. Entré a "mi" sucursal, en pleno centro de la ciudad. Iba yo muy ufano, con mi pelo más bien largo y mis vaqueros cortados por la pantorrilla. Estaba algo contrariado porque se habían comprometido a finiquitar el procedimiento de concesión de hipoteca por la vivienda que iban a financiarme y no terminaban el papeleo. Pedí ver al director de la sucursal, quien, al observar mi pinta, me miró de arriba abajo con evidente gesto de desprecio. Fumaba un puro, iba en mangas de camisa y era un cerdo repugnante con pinta de acosar a las empleadas. Cuando se dio cuenta de que aquel chico con aire informal tenía considerables ahorros en el banco y estaba a punto de firmar una hipoteca le cambió el gesto drásticamente y se dio cuenta que había metido la pata. Me cogió del hombro -el tío gorrino-  y me habló con cariño, pidiéndome humildes disculpas por su actitud, de la que acusó a sus empleados, que no "me han informado bien de quién es usted".  Su sincero arranque de cortesía no pudo evitar que yo, obviamente indignado, rompiera todo trato y cancelara urgentemente mis cuentas de aquella cueva inmunda. Tampoco pude evitar yo entonces que me robaran por última vez, cobrándome una comisión abusiva y brutal por la cancelación. 

Esa misma mañana, preso de ira, y como seguía queriendo comprar una vivienda, me dirigí justo a la sucursal que estaba al lado de la anterior. Este director, bastante más astuto y menos dispuesto a juzgar al posible cliente por su vestuario, me dijo, cuando yo le pregunté si el préstamos incorporaría muchos gastos: "No olvide nunca que la función de un banco es robarles a ustedes, los ciudadanos". Un crack, el tío, estuve a punto de firmar porque pensé que un cabrón al descubierto es más fiable que un hipócrita.  Terminé haciéndolo con otro banco que estaba justo abajo de la casa que hoy ocupo y que durante los dieciocho años ha estado haciendo lo mismo que hubieran hecho los dos anteriores, es decir, cobrarme unos intereses y aplicando unas comisiones que, según la RAE, cumplen las condiciones de lo que la lengua castellana define como "usura". 

Esta no es "mi" historia, es la de cualquier español que decide pedir un préstamo, especialmente, un préstamo para algo tan básico como es la propiedad de una vivienda. Usted trabaja para financiar un banco y ellos no le dan nada a cambio, simplemente esperan tranquilamente a cada principio de mes para cobrar su cuota. ¿Tres y medio de interés? ¿El euribor por los suelos? ¿Sabe lo que significa eso? Que usted va a terminar pagando por su casa cerca del doble de su valor, lo cual convierte la profesión de prestamista en el negocio mejor planeado de la historia. 

Claro que, esto ya lo sabemos, vivimos en democracia y nadie me puso una pistola en el cuello para querer una casa en propiedad. También se puede alquilar, algo que en España hacen los locos, o vivir bajo un puente, que tampoco es mala opción dado el buen clima del que gozamos. 

Lo han adivinado, supongo. También yo tenía alguna remota esperanza de que el pleito resuelto en estos días por el Tribunal Supremo supusiera que mi banco me devolviera una parte de lo que me obligó a pagarle en contra de toda justicia y, obviamente, de mis deseos. La sentencia, y, sobre todo, el patético procedimiento seguido por el alto tribunal en los últimos días, demuestran que la desconfianza hacia las instituciones es perfectamente legítima. 

Otra cosa es que a unos les dé por vociferar esperando a un Trump y que otros, espero que muchos más, entiendan que lo que necesitamos no es menos sino más democracia, lo cual pasa, entre otras muchas cosas, por acabar con la manipulación partidaria de los tribunales de Estado y denunciar los vínculos con las élites financieras de sus miembros. Creo que tenemos derecho a una justicia independiente y no al esperpento que hemos vivido.

La Gran Recesión, como le llamaron los economistas anglosajones, fue fundamentalmente producto del descontrol de los agentes financieros. Vicente Verdú, recientemente fallecido, se burlaba de quienes, "cándidos", acusaban a los especuladores de haber provocado la crisis por ser "codiciosos". Que el capitalismo persigue el enriquecimiento lo damos por hecho, pero lo que Verdú no quería ver es que lo que denunciábamos, por ejemplo en el 15M, no era la "maldad" de los banqueros, sino la vergonzosa renuncia de los agentes políticos a controlar y regular la especulación financiera. El capitalismo se volvió loco y desencadenó un desastre del que aún luchamos por recuperarnos porque, entre otras cosas, los partidos políticos, financiados por ellos, no quisieron poner coto a un sistema cuyo objetivo era operar con la excusa de la globalización un colosal traslado de riqueza desde las clases asalariadas hacia las élites. El incremento de la desigualdad en países como el nuestro es resultado de ese mecanismo tan siniestro que heredamos del apogeo de la ideología neoliberal, esa que, tras la Caída del Muro, se declaró "pensamiento único", considerándose incontestable.   
No deja de ser curioso que aquel cacareo incesante de las élites económicas y sus voceros de los think tanks liberales, para los cuales el Estado era el problema y había que miniaturizarlo, han corrido después como gallinas a pedir a las instituciones que les rescataran. Sería algo así: "he sido un niño irresponsable y codicioso, pero soy demasiado grande para caer, de manera que si me dejas caer me cargo el sistema... rescátame o nos hundimos todos". Y ya sabemos lo demás, les dimos una enorme cantidad de dinero bajo el supuesto de que luego nos lo prestarían... Ellos no tuvieron ningún inconveniente en desahuciar a todo cristo que no pudiera pagar la cuota hipotecaria, como tampoco lo tuvieron en ponerse unos sueldos y unas indemnizaciones por despido o jubilación astronómicas. No me consta que vayan a devolvernos lo que tan generosamente les regalamos por su incompetencia y su falta de ética.

No sigo, que me estoy calentando mucho y hoy ha salido una mañana muy chula. El ex-Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, dijo recientemente en la comida de despedida de su puesto como registrador de la propiedad en Santa Pola que "siempre he estado del lado de los banqueros, todo el mundo los critica, pero yo no". Esta es la altura moral de quien nos ha gobernado durante unos años decisivos para la suerte de este país, toda una declaración de principios. Después se dedican a prevenirnos contra la tentación del populismo. Todo esto me recuerda a cierto momento de "El relato de la criada". Es un mundo de pesadilla donde se explota y maltrata a la gente con las maneras del fanatismo medieval. Una sargenta repite una y otra vez a las esclavas: "todo lo que ahora no lo parece, terminará pareciendo normal cuando os acostumbréis a ello". Pues debe ser eso: hemos de acostumbrarnos a la idea de que una partida de bandidos llamadas élites financieras gobiernen nuestras vidas.