Saturday, May 24, 2008















¿POR QUÉ FILOSOFÍA?







Demasiadas cosas hay en mi vida que me empujan a olvidar –siquiera de vez en cuando- el componente pasional de la tarea filosófica, ese “philein” de la etimología que revela del concepto un intenso potencial amoroso… Filosofía como acto de amor…

He conocido verdaderos idiotas en todos los ámbitos de la vida: hay idiotas típicamente paletos en los pueblos y petimetres típicamente urbanitas en las ciudades, hay egos insoportables entre los artistas y psicóticos pesados como ruedas de molino entre los científicos, tengo colegas de profesión que no merecen ni un gramo del respeto que se creen en condiciones de exigirle a sus alumnos y he conocido adolescentes que jamás aprenderan ni a ser medio personas. Hay creyentes que se merecen que Dios los castigue, y hay ateos que mejor harían regresando al redil parroquial… hay mujeres que superan en barbarie al bárbaro de su marido y homosexuales más intolerantes y reaccionarios que los machos que les pegaban y humillaban en la escuela… El mundo está pues saturado de estupidez, y eso que no les voy a hablar de cierta tipa que me alquiló un piso, de una novia budista que tuve, de una profesora de la Universidad que se dedicó a joderme porque yo le miraba con aire de superioridad o de unos vecinos que se pusieron una cristalera y me taparon la vista del mar.







¿Les parece poco? Pues bien, y para que no se lleven a engaño, resulta que entre los filósofos he encontrado a algunos de los mayores cretinos de mi vida.

¿Por qué Filosofía? (ver post anterior) ¿Qué nos hace diferentes o especiales como para creernos en disposición de reclamarle al mundo entero que se oponga a nuestra desaparición? Durante siglos, los maestros pensadores fueron capaces de establecer grandes sistemas de conceptos sin los cuales la Razón no habría sido capaz de entenderse a sí misma. Algunos como Platón o Aristóteles proyectan en el tiempo una luminosidad tan poderosa, que no es extraño –ver El nombre de la rosa, de Umberto Eco- que durante siglos se llegaran a cometer asesinatos por su culpa. Hubo quienes, como Descartes, Hume o Kant tuvieron la inteligente humildad de atreverse a preguntar por los límites del pensamiento… por establecer las condiciones de lo pensable y evitar así que el alma humana se extraviara por los derroteros de la locura y la inhumanidad. ¿Intento vano? Quizá sí, pero los culpables no fueron los pensadores, sino quienes no supieron hacerles caso y entendieron que la mejor manera de librarse de una discrepancia era gasear al discrepante…Nada menos filosófico, y nada que, de alguna manera –fíjense en las leyes antiinmigración del filosófico Berlusconi- no se siga haciendo en la actualidad, a pesar de Platón, de Kant y hasta de Derrida y Habermas…

Amor al debate, lo cual significa, en cierto modo, amar al Otro, quizá por su propia extrañeza. No pretendo que tal actitud sea privativa de los filósofos. Tuve en la Facultad profesores que vivían entregados como nadie al principio de autoridad… alérgicos a la condición del librepensador y espantados por la posibilidad de que sus alumnos caminaran solos por los vericuetos de la literatura filosófica. He conocido, por el contrario, profesores de Física que se preguntaban por el misterio trascendental de la luz y la oscuridad del cosmos con una mirada perpleja que no podía ser más filosófica. Quizá, después de todo, tenga razón el gobierno… quizá a la Filosofía le haya llegado el momento de sus últimos responsos, no tanto porque, como creen algunos, fuera siempre un error o una impostura, sino porque su necesaria faena acaso ya ha sido realizada. La Filosofía entonces muere de éxito… muerte natural, herencia espiritual… la Facultad convertida en un pequeño departamento de Derecho o de Humanidades… punto final, matemos a la Madre o, cuanto menos, asistamos con pena a la muerte de la anciana a la que tanto necesitáramos en otros tiempos… Quizá tengan razón…








Permítanme sin embargo que me entregue a la vocación de seguir buscando filósofos, o mejor, de seguir buscando actitudes filosóficas, y que lo haga con la misma ilusión con la que Diógenes decía buscar “seres humanos”. No se trataría acaso de saber qué textos o que conceptos son propios de dicho saber, no se trataría de acotarle un territorio legítimo a la especialidad… sino más bien de marcar un “ethos”, un talante propio de filósofo… Y ello no significa otra cosa -en estos tiempos poco propicios para los grandes sistemas de conceptos y las teorías omnicomprensivas al estilo del marxismo o las summas de los monjes medievales- que poner el signo del interrogante detrás de cualquier aseveración.




Algunos ejemplos.

Ayer mismo en el metro, una chica no paraba de repetirle a su interlocutora “lo que es ilegal, es ilegal”. No sé qué pretendía decir, pero lo sospecho. Alguien que conoce, probablemente hostil, pretende hacer algo que las leyes vigentes sancionan, ergo no se puede hacer… Pero y si lo hace, ¿será tan solo ilegal y perseguible por la policía? o ¿será más bien una inmoralidad? ¿Son las leyes vigentes la medida de lo éticamente aceptable?

Otro ejemplo. En una ocasión, siendo yo un adolescente, cuestioné el derecho de una profesora de Literatura a suspenderme, pues consideraba que el examen que me costó tan caro era merecedor de una nota mucho más alta. Hice saber mi opinión públicamente… y, con una audacia de la que no me arrepiento pero sí me sorprendo, cuestioné su competencia como profesora haciendo ver lo inapropiado de sus “métodos pedagógicos”, por llamar de alguna manera a la bazofia de clases que impartía y por las que le pagaba generosamente el Estado. “Yo soy la licenciada”, fue la respuesta… y se fue a casa y durmió a pierna suelta. Algún tiempo después supe que era licenciada en Filosofía… ¿qué demonios le enseñaron allí a aquella cenutria? Pregunta socrática.

Más sobre simpáticos profes de instituto. Recuerdo que, en una sesión de evaluación, un alumno preguntó a un profesor -también de Literatura- por qué les bajaba la nota por llegar impuntualmente a clase si él hacía sistemáticamente lo mismo. El profesor dijo que no iba a darle esa explicación "porque no me sale de los cojones y porque tú no eres quien para que te rinda cuentas de por qué llego tarde". Burocráticamente hablando tenía razón, no era el alumno sino el Jefe de Estudios y, en todo caso, el inspector, quien debía tramitar los partes de ausencia o de retraso. Ahora bien, ¿se había preguntado alguna vez el cojonudo profe si el principio de autoridad que hacía valer para castigar a sus alumnos impuntuales conservaba un ápice de legitimidad moral cuando es aplicado por quien sistemáticamente se lo salta a la torera? ¿Se había planteado si sus razones para ser impuntual son más válidas que las de sus alumnos? La autoridad que pretendemos tener ante nuestros alumnos -o nuestros hijos- ¿no requiere para nada el valor del ejemplo?





He pasado por muchos institutos de muy distintos lugares, de manera que puedo seguir escarbando en mi memoria. Otro caso, mi preferido. La Jefe de Estudios se pasaba la vida poniendo trabas a cualquier actividad que no supusiera quedarse sosegadamente en el aula. Para una excursión en bici el terror lo sembraba la posibilidad de una caída o un atropello masivo en la carretera... si llevábamos a los chicos a la playa, no tenía ninguna duda de que se ahogarían... si queríamos ir al karaoke a cantar resulta que algún chico se emborracharía y acabaríamos en el calabozo. Supongo que si había que ir de paseo al monte, su miedo era que un oso se comiera a alguno de los niños... y no me cabe duda de que si se nos ocurría llevar a los niños a esquiar, el yeti terminaría apareciendo ... "Sí, sí, está muy bien la actividad que propones, pero ¿y la responsabilidad?" Aquella paranoica tenía perfectamente estudiadas las leyes. Conocía al dedillo los riesgos que uno contraía por el hecho de que a sus alumnos les pudiera pasar algo durante una salida del centro... y no podía concebir que los demás andáramos tranquilos, sin vivir como ella, aterrados ante la posibilidad de que la Gestapo viniera a por nosotros porque a un alumno le doliera una oreja después de un paseo al aire libre. El miedo intoxicando lugares mal ventilados, aquella mujer se había vuelto tan pequeña, tan mezquina, que ya no era capaz de pensar más allá de su propia seguridad. "¿Y la responsabilidad?" Repitió tantas veces esa frase, que se me ha quedado grabada en la corteza cerebral.


Lo realmente odioso es que ninguno nos sentíamos con la autoridad moral para contestarle, a fin de cuentas era ella la que solía consultar las leyes... y nosotros los gansos que nos dejamos adiestrar en el acomodaticio discurso del miedo. Hasta que apareció Sócrates, en forma de profesora de Matemáticas. "Si uno de mis alumnos muere por mi culpa, que me hagan lo que me tengan que hacer, me dará igual porque yo moriré de pena por él." La paranoica no contesto, no entendió nada de lo que acababan de decirle, no hablaba en una lengua reconocible para ella. No advirtió que su socrática compañera acababa de entrometer la Ética en un debate "técnico" sobre las leyes. Lo importante ya no era la legalidad vigente, sino la fuente moral que otorga legitimidad a las normas... No pudo entender que si aquella profesora no quería "matar" a sus alumnos no era por miedo a que alguna de esas fantasiosas Gestapos que nos inventamos para justificar nuestra cobardía nos persiguiera, sino porque los amaba y no soportaba la idea de que les pudiera sobrevenir una desgracia.






Nada es más filosófico que recordar que en el espíritu de toda ley habita el deseo de justicia, nada más hermoso que vivir la aventura del pensamiento como un acto de amor.

Wednesday, May 14, 2008











ENSEÑAR FILOSOFÍA


En apenas unos días, mis alumnos de 2º de Bachiller sabrán si son considerados aptos para volar libres fuera del Instituto, en otras palabras, aprobarán mi asignatura y las que les imparten mis compañeros y podrán acceder a las pruebas de selectividad y acceso a estudios superiores. Ahora sé que los que vengan detrás, tendrán derecho a una enseñanza de la asignatura mucho más pobre y restringida que la que tuvieron aquellos... o la que tuve yo.

La razón es la previsible: un nuevo plan de estudios que, como es habitual cuando el PSOE está en el poder, arrea un monumental mordisco a las horas de aquellos saberes que, sin las agallas suficientes para reconocerlo, considera "ornamentales", inútiles o anticuados. Así, cuando la LOGSE, toda una dinamita para el crédito socialista en materia educativa -un desastre de ley por su gestación y, sobre todo, por su aplicación-, ya se apostó por arrinconar la Filosofía a las especialidades de "Letras", sustituyendo la Ética alternativa a Religión en el antiguo bachiller por la residual presencia de dicha asignatura en 4º de la ESO. Curiosamente, hace cíclicamente falta un gobierno de derechas para restañar la herida que sobre las humanidades, y en especial sobre la madre de las ciencias, dejan tras de sí los gobiernos de izquierda. De momento, la enseñanza de la asignatura en Bachiller reduce sus horas. Dato a interpretar: la incorporación de la célebre y mediática "Educación para la ciudadanía" supone tan solo una hora semanal sobre el currículum de los alumnos de 2º de la ESO (12-13 años), no está específicamente destinada al Seminario de Filosofía y, lo más estrambótico, ni siquiera es propiamente dicha una "asignatura normal", al menos en el País Valenciano, donde, con el fin de chinchar al gobierno central, se va a caer en la vileza de ofrecer a los padres la posibilidad de dar la materia en inglés, de sustituir su docencia directa por trabajos cuyo contenido sería decidido por los propios padres -"manda huevos"-o incluso de sustituir la práctica docente normal por algún tipo de atención docente especial, del tipo "el alumno se toca las narices mientras un profesor con cara de tonto le vigila"




En fin, no quiero aburrirles más con un asunto que, en cierto modo, puede venderse como puro interés gremial, es decir, "nos quitan horas a los de Filosofía y eso encarece la calidad de nuestro trabajo". Hay algo mucho más trascendente que preguntarnos: ¿por qué periódicamente se restringe la enseñanza de la Filosofía?


La razón de origen por la que los ciclos de gobierno socialista acosan a la filosofía puede asociarse a cierto prejuicio tecnocrático -y un poquito papanatas-, según el cual los anglosajones "ya hace mucho que sustituyeron los viejos saberes abstractos por los prácticos". No olviden el cliché de la I MÁS D, esa apuesta por la investigación tecnocientífica con la que pretenden sacarnos de la paletada de Unamuno -"que inventen los otros", decía don Miguel- que por lo general suele reducirse a bonitos parques temáticos para entretener a los críos. No acabo de saber porque tan plausible defensa de las ciencias suele imponerse en detrimento de la reflexión filosófica.



Esta exitosa especie -de demoledor simplismo- encuentra lejana inspiración en la concepción "positivista" de los saberes del decimonónico August Comte, según el cual, la sociedad pasaba por tres grandes estadios del conocimiento: el teológico, basado en la fe en lo sobrenatural como garante de la verdad de los enunciados, el metafísico, donde la reflexión y la crítica se encargarían de establecer los límites del conocimiento posible, y, en tercer lugar, la fase del conocimiento científico o positivo, donde nos desembarazaríamos felizmente de todos los prejuicios oscurantistas de la conceptualización especulativa -ya saben, Dios, el alma y todo eso-, y la comunidad no encontraría ya ningún freno al desarrollo de la ciencia y la tecnología y los grandes problemas de la humanidad encontrarían, al fin, soluciones prácticas y definitivas. Un mundo feliz que, un siglo y medio después, ha demostrado las profundas contradicciones de este planteamiento tan del iluminismo cientifista del XIX.






Recojamos pese a todo la lógica de este discurso: ¿hemos realmente superado la "fase metafísica"? Si entendemos todos aquellos artificios del pensamiento ilustrado, desde el sujeto trascendental de Kant y el espíritu absoluto hegeliano, hasta la deconstrucción de Derrida, pasando por la genealogía de la moral de Nietzsche o la dialéctica de la ilustración de Adorno, la filosofía moderna no ha hecho otra cosa que interrogarse por los límites de la razón humana. Si hubiéramos leído con más detenimiento las preguntas esenciales del kantismo -"¿que puedo conocer?", "¿qué debo hacer?"- es posible que nos lo hubiéramos pensado dos veces antes de esquilmar el planeta con nuestra destructiva furia consumista o de devastar a los que no nos gustan por su color o su insolente discrepancia. Filosofar no supone perderse por los recovecos de lo abstracto e inventar jergas ininteligibles para torturar a los adolescentes con lecturas diseñadas por sádicos. Heidegger se dedicó demasiado tiempo a buscar la Casa del Ser y lo de la "epojé" del tontorrón de Husserl no voy a saber explicárselo a ustedes porque me parece un ilustre coñazo. De acuerdo, pero les aseguro que cuando Karl Marx lanzó su mirada de sospecha sobre una historia de la burguesía que se reveló menos gloriosa de lo que pensábamos, o cuando Nietzsche desenmascaró las fuerzas despóticas y enfermizas que construyeron el discurso del Bien y la Verdad Sagrados no estaban hablando, se lo aseguro, de nada lejano ni ajeno a nuestras vidas.


¿Y España? Gilles Deleuze dijo un día que la filosofía española era simplemente inimaginable. Para él, España no era sino la historia trágico de dos tipos enterrados hasta las rodillas solucionando a garrotazos sus diferencias. Es muy hispánico, sí, ya se sabe que aquí somos muy machos y muy cojonudos, eso de que el vecino discrepe de nosotros no acábamos de llevarlo bien: "¿cómo se atreve? le voy a..." Y en esos segundos que pasan entre que el discrepante opina y nos pensamos si matarle, en ese misterioso intersticio nace la duda, el interrogante por nuestro lugar en el mundo, la posibilidad de que la opinión adversa del otro me esté dando algo de lo que carezco y que necesito. Es en ese lugar donde la filosofía se hace posible. El ágora, la asamblea, las salas sagradas donde nacen la reflexión y la deliberación. El intercambio de ideas, el debate en suma... El gobierno socialista parece creer poco en ello. No es extraño teniendo en cuenta la alergia que Felipe González le tuvo siempre a las ideas y a la disensión. Lo triste es que el príncipe del talante haya heredado la misma cobardía frente al pensamiento. Pero ya se sabe: Su Majestad quiere súbditos obedientes y no librepensadores.
¿Filosofía para qué? Para evitar otra Guerra Civil -las guerras las perdemos siempre-.

Para que Auschwitz no se repita.

Sunday, May 04, 2008














UNA HISTORIA DE VIOLENCIA




“No te reconozco”… ¿Han pronunciado o escuchado alguna vez esa frase de alguien cercano? Acaso no acabamos de saber nunca muy bien quien es ese que tenemos al lado. Personas con las que he tratado durante años –a algunas las he visto crecer, literalmente- consiguen sorprenderme, a veces de la manera más desagradable. Algunos de mis más antiguos amigos tienen la extraña vocación de conducir sus vidas por derroteros por los que jamás hubiera imaginado verles pegando bandazos. “Todos mentimos”, dice el Doctor House… Es cierto, pero no todos confundimos molinos y gigantes, no siempre somos capaces de la mayor vileza, no siempre destruimos nuestras vidas y las de quienes nos han aguantado durante media vida por ir en pos de un deseo pueril…





El film Una historia de violencia narra una historia sobre el laberinto de la identidad y la fragilidad de los reconocimientos. Tom, el protagonista es el gris dueño de un bar de pueblo, casado y con dos hijos. Una noche, el azar lo cambia todo para ellos: dos maleantes atracan el bar y encañonan a la camarera amenazando con volarle los sesos. El protagonista reacciona de forma increíblemente furibunda y hace una carnicería con ellos. La prensa lo convierte en el “local hero” que habita el imaginario norteamericano desde los tiempos de la conquista del Oeste. En contra de su voluntad, aparece en los periódicos. Un día después llega a su casa un automóvil con gangsters de Nueva York que informan a su mujer de que, en realidad, Tom es un terrible asesino que huyó dejando cuentas pendientes a las que ahora debe atender. Los acontecimientos van sembrando la duda en la mujer de Tom. No olvido la escena en que, acosado por ella, Tom le revela su verdadera identidad a su esposa… Ella sufre una arcada y se va a vomitar. No olvido la escena terrible en que tras golpearse mutuamente en casa, aquella pareja antes anodina, que vivió durante años ajena a los demonios del Mal que acechan la tranquilidad de todos nosotros, termina haciendo el amor brutalmente en la escalera…En ese momento, ella está exigiendo a Tom que la viole, está vengándose de la mentira en que la ha instalado durante casi veinte años haciendo el amor con otro hombre, con el cuerpo de un Tom que ya no es Tom… y él lo sabe. Por eso, tras el coito, ella lo rechaza con violencia cuando él intenta ser nuevamente un buen marido y pretende acariciarla.









El cine ha hecho fortuna con esta historia. En La sombra de una duda, de Hitchcock, la joven pasa los días viendo acrecentar la sospecha de que su tío, en cuyas manos pondría su vida, es en realidad un asesino. En La Caja de música, de Costa-Gavras, la protagonista tiene que asumir la defensa jurídica de su padre, a quien alguien ha señalado como un antiguo y sanguinario criminal de guerra nazi… tan creíble para ella como lo sería tal cosa de mi padre si así se me revelara. En El extraño, de Orson Welles, la dulce esposa es la última en poder creer que el hombre generoso y sociable con el que está casada desde hace años es buscado por un caza-vampiros que lo acusa de haber asesinado a miles de personas y de querer reinstaurar el Reich desde la sombra de su anonimato.






“Yo no soy yo, yo soy otro”, dice Rimbaud. Descartes construyó el discurso filosófico de la modernidad desde la convicción –demostrada casi geométricamente- de que no estaba loco. Pero no es tan fácil. Acaso no soy el hombre que creo ser… y no soy desde luego el tipo más o menos luminoso y afable que hago creer a mis vecinos, los cuales me piden leche para hacer una bechamel sin grandes resquemores. La mayoría de las personas que conozco refugian su profunda inseguridad en la presunción de que son el que dicen ser. Creen que su esposa les abandonó porque era una miserable y no porque ellos terminaron aburriéndolas, creen que sus alumnos les están haciendo caso cuando en el aula les miran fijamente, creen que su padre no ha amado jamás a otra mujer que a su madre, creen que no han triunfado en la vida porque las circunstancias han bloqueado la expresión de su talento… Probablemente la vida se nos haría insoportable sin esas dosis de autoengaño.





El problema llega cuando la lucidez deja de hacer amarre en el puerto de nuestra razón y se va a derivar por altamar sin que nos demos cuenta. Recuerdo el caso de un compañero de trabajo que un día perdió todo lo que tenía de la manera más imprevisible. “Me he enamorado de otro”, escuchó… ella cogió al niño y se marchó con el desconocido que no había tenido que labrar su vida en común durante años… le bastó el oportunismo de estar allí en el momento justo y destrozar así, como si nada, la vida de aquel hombre. Estuvo deprimido durante años, se quedó colgado de las pastillas que tomaba a manguerazos y acabó en una silla de ruedas… Se dio la vuelta… Desde entonces pido a Dios que no me pase tal cosa, que lo pierda todo si es necesario, pero que no me quite lo único que verdaderamente poseo, la lucidez.


¿Y el de al lado? ¿Sé realmente quien es? ¿Tengo una idea ni lejanamente aproximada de lo que es capaz de hacer con su vida y con la mía? Acaso somos todos unos terroristas, capaces de chantajear a quienes nos quieren hasta los límites del sadismo, capaces de dejarlos acomodarse a la creencia de que somos el tipo apacible que ellos creen para terminar –miserables- denunciando el aburrimiento que su exceso de confianza nos produce.

Quizá no hacemos el amor con Tom, sino con el mafioso que sospechamos que es… Quizá, después de todo, tras esa grieta inexplicable de la sospecha, tras esa desasosegante violencia de la incertidumbre hacia mi identidad y hacia la del otro se sostiene el escenario laberíntico del amor y la seducción.