Saturday, October 30, 2010











LO QUE SÉ DE JUAN GOYTISOLO







Teniendo en cuenta la fama que se ha ganado de refractario a los premios, no sorprende que Juan Goytisolo casi haya tenido que disculparse -autodisculparse, diría yo- por haber recibido el Don Quijote. La autoridad que reconoce sin ambages al jurado y la nomenclatura del premio en cuestión -el cervantismo es la clave sin la cual es inútil intentar entender el territorio goytisoliano- constituyen razones suficientes para esta concesión a la vanidad.


Tras haber discrepado en las últimas fechas de la unanimidad casi aplastante respecto a la concesión del Nobel para Vargas Llosa, no perderé el tiempo exigiendo plácemes similares respecto al nuevo premiado: ya sé que es inútil esperarlo, como tampoco creo que lo espere ni lo desee el escritor barcelonés. Mi problema con Mario V.Ll. no es que crea que su innegablemente poderosa obra narrativa no merezca una distinción máxima: es más bien que la influencia que como figura de las letras puede ejercer sobre mí es mínima. Y esto es lo contrario de lo que me viene ocurriendo con Goytisolo desde hace casi treinta años. Donde Vargas Llosa es reconocido como espíritu rebelde a los poderes institucionales y amante de la causa de la libertad, yo encuentro a un fácil fustigador de los "malos oficiales" y a un amigo leal de los grandes poderes mediáticos y financieros actuales del mundo. Donde muchos ven a un gran renovador de la novela contemporánea, yo prefiero encontrarme con Señas de identidad o con Paisaje después de la batalla. Creo que para poder presumir de haber nadado contra corriente hay que haberse atrevido a estar sólo -realmente sólo- mucho más de lo que se ha atrevido Vargas Llosa. Pero ésta es otra historia. (Sí, sí, ya conozco la respuesta, me lo han dicho algunas veces: Juan Goytisolo tiene su propia nómina de acólitos, sus capillas protectoras y sus prohombres afectos... Lean por favor la biografía de la que les hablaré a continuación y después me dicen)




Lo que sé de Juan Goytisolo tiene que ver con una larga colección de novelas que mi padre tuvo la imprudencia de comprar en las trastiendas de ciertas librerías valencianas (los mayores saben de qué hablo). En aquellos setenta en los que se extendió la idea de que este tipo era una bestia negra para el Régimen, adquirir sus libros -aunque uno no los leyera, o los leyera sin saber muy bien de qué demonios iban- otorgaba una cierta pátina de rebeldía que caía muy bien en aquella coyuntura. Yo caí en la misma ingenuidad pretenciosa que con la trilogía de El Innombrable de Samuel Beckett: engullirlo antes de tiempo... con la peculiaridad de que Makbara o la Reivindicación del Conde Don Julián me resultaron bastante más herméticos e indigestos que las novelas del irlandés.


El tiempo y el músculo que uno va haciendo como lector han ido perfilando mucho más seriamente mi relación con este autor. Al final, me ha terminado pasando como con Vargas Llosa, que compro sus libros y muchas veces no las leo -por ahí tengo pendientes El lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña y La saga de los Marx- pero devoro sus artículos de prensa y todo lo que se publica sobre él. Con la diferencia, claro, de que con Goytisolo suelo estar de acuerdo. Es impagable la iluminación que, respecto a la toxicidad del ambiente cultural español del último medio siglo, me proporcionaron trabajos como Furgón de cola (1967), o ese diagnóstico demoledor de los abusos casticistas y la mitología de la patria que fue España y los españoles (1979)

No es mucho más lo que sé de este autor que no esté mediatizado por el magnífico ensayo -Los Goytisolo- que Anagrama publicó a Miguel Dalmau, autor de un trabajo similar sobre Jaime Gil de Biedma y que considero igualmente recomendable. El texto abarca toda la saga de escritores, con protagonismo alicuota para José Agustín, Juan y Luis, y quizá sea precisamente ese caldo de cultivo familiar el que mejor sirva para asomarse a los recovecos menos previsibles del autor de Crónicas sarracinas.







Sabemos aún sin leer a Dalmau que el nombre de Juan Goytisolo debe unirse al del País Vasco y Catalunya, pero también al de Almería, o al de París... y, por supuesto, a Tánger y a Marrakesh. Es igualmente irremediable vincularle con Jean Genet, Américo Castro y, más lejos en el tiempo, con su alter ego, Blanco White*, o con Cernuda. Confirmamos con Dalmau lo que sospechábamos, que los Goytisolo forman parte de esa "delgada línea roja" de niños de familia bien que -como Carlos Barral o Gil de Biedma- habitaron en la contradicción de tener que entregarse por pura conciencia de deber moral a la causa de los pobres y contra la infamia del Régimen. Me gusta ese retrato que hace Dalmau del niño tímido y solitario pero intrépido que, incapaz de socializarse adecuadamente en el patio y el aula, desarrolló una "mitomanía compensatoria" con aquellos autores a los que leía desde las edades más inapropiadas.


Creo que es difícil para las nuevas generaciones acercarse a las zonas profundas de toda esta gente nacida en los años treinta y que, como Goytisolo, pasaron más de la mitad de su vida sintiéndose bajo la vigilancia de aquel "ojo del padre" que fue el Generalísimo, cuyo poder intimidador y despótico se proyectaba todavía más sobre las preferencias sexuales -bien lo supo Gil de Biedma- que sobre las actividades políticas. Necesitamos atisbar esa desgarradura, y la de sentirse con frecuencia "señorito" en aquellos tiempos aún demasiados alejados de la prosperidad, para entender una ruptura tan traumática y radical como la que se produjo en Juan cuando viajó por tierras de Almería junto a Monique Lange:

Mi recorrido por Almería en septiembre de 1956 fue en verdad un periplo iniciador, bautismal, espermático: la confrontación con un mundo, una realidad, un paisaje cuya desnudez, violencia, aspereza, me atraerían de manera inmediata.


Todo lo demás nos suena. Juan Goytisolo se convierte a ojos interiores y exteriores en el "azote del Régimen". Tuvo arrestos para regresar a Madrid desde París, donde ya se había instalado, y amenazar a algún afecto a la Dictadura con denunciarle por injurias. No desdijo a quienes le tacharon de "enemigo de la patria" o a aquellos que, mejor informados, le situaron en el linaje literario de Blanco White, Cernuda y Castro para ubicarle en el viejo mapa de los heterodoxos españoles. No son entendibles los esfuerzos de Goytisolo sin la sombra de Blanco White y de esos otros que vivieron en ese "nomadismo intelectual o trashumancia de las ideas" desde la que construyó la Trilogía de Álvaro Mendiola, es decir, tres novelas con tanto peso en la historia contemporánea de la novela española como Señas de identidad, Juan sin Tierra y Reivindicación del Conde don Julián.





Se puede uno sentir más o menos cerca de las claves de inteligibilidad de una literatura tan compleja como las que Dalmau proporciona en relación a, por ejemplo, la decisiva Señas de identidad:




...el libro es una obra abierta: se despliega en múltiples direcciones como las ramas de una palmera o, para ser más preciso, como un móvil de Calder donde el orden lógico y temporal es abolido y la estructura se desarrolla en un plano espacial. Esta libertad infinita para crear piezas metálico-verbales que danzan en el aire es fruto de la esclavitud que el narrador sufre gozoso en su cubículo, un ser limitado en lo físico pero poderosísimo en su autonomía mental.


A mí me fascinó aquel aviso que el novelista lanza a su personaje, ese trasunto del traidor, de Don Julián, el conde deshonrado por Don Rodrigo y que abre paso a las hordas musulmanas que llegan desde África:

...eres el rey de tu propio mundo y tu soberanía se extiende a todos los confines del desierto.



Entiendo que para muchas personas, la opción que tomó hace ya muchos años Juan Goytisolo por los árabes, entendidos como parias del nuevo orden internacional, sea una opción equivocada. Es irremediable contestar preguntas insistentes sobre lo que supone ser un librepensador en medio de una reino de dudosa legitimidad democrática, o sobre el lugar de las mujeres en la cultura islámica, o sobre la definitiva pérdida de fe en el futuro de Europa como guía del futuro en el mundo globalizado... Yo no lo sé, sinceramente no lo sé. Y no puedo decir que la fascinación que desde mi primer viaje, hace ya mucho, me causaron Andalucía, los países musulmanes que he visitado o los autores árabes que he leído y admirado, me pongan en condiciones de decir si encuentro en esa cultura tan aparentemente refractaria a los valores del integrismo blanco neocapitalista las claves para alumbrar mis problemas de identidad. No lo sé, no sé si tengo derecho a decir que, como Mendiola, llevo dentro también al traidor Conde don Julián, pero hay algo en la apuesta de Juan Goytisolo que sigue pareciéndome inmensamente seductor... algo que casi nunca termino de encontrar entre quienes aquí se atribuyen la etiqueta de rebeldes y enemigos de no sé muy bien qué supuestas instituciones opresoras.





*Ustedes seguramente ya lo saben. Juan Goytisolo acaba de publicar en Taurus Blanco White. El español y la independencia de Hispanoamérica. Menos conocido es el memorable prólogo a Blanco White. Obra inglesa, que Seix Barral publicó en el 74. Por cierto, este interesantísimo ilustrado hispano-inglés se hacía llamar con frecuencia "Juan Sintierra", apodo que más lejanamente remite al Plantagenet que quedó sin herencia. De este seudónimo, utilizado por Blanco White para algunas de sus obras, proviene el tercer y último relato de la trilogía de Álvaro Mendiola.

Friday, October 22, 2010







OBITUARIOS



1. BOY. Esta semana ha muerto Johnny Sheffield. A ustedes este nombre les dirá muy poco, pero si les digo que se trata del actor que encarnó a Boy, el hijo de Tarzán, bastará que miren la fotografía adjunta para que comience en sus mentes esa operación de anámnesis para la que a veces pienso que se inventó Hollywood. Yo ya no vi a Tarzán en aquellos cines enormes donde comprabas zarzaparrilla y esas habas rojizas que por estas tierras han llamado siempre fabes de la cella negra. Lo vi en la tele, como todas sus secuelas: aquellas series de dibujos, aquellas películas de segunda fila con tarzanes pecho palomo como aquél que parece que estuvo casado con la actual Baronesa Thyssen.


No sé cuál es la razón de mi debilidad por esta saga de Edgard Rice Burroughs. En el serial cinematográfico cada película era casi idéntica a la anterior, sobre todo a partir del momento en que, con el estrellato del nadador olímpico Johnnie Weismuller, la historia se estiraba como un chicle. La misma expedición de engreídos petimetres en busca de oro o marfil, los mismos tambores amenazantes en la selva, la falda corta de Maureen O´Sullivan, las monerías de Cheetah, los elefantes que respondían al grito del Ape-man para defender la supervivencia de la selva frente a la codicia del hombre blanco y las asechanzas de la civilización.







Recuerdo muy bien aquella escena en que un ex-novio de Jane intentaba seducirla con las últimas prendas y joyas de la moda de París para hacerle regresar a la civilización. Ella, sin dejar de probarse aquellas medias de encaje, terminaba siempre negándose, sabedora de que la pureza del amor de su ingenuo marido no habría de encontrarla jamás en su antigua vida burguesa.




Es básico y pueril, de acuerdo. Pero cuando este verano acudí a la Universitat Vella a ver Tarzán y su compañera no pude evitar una mueca de desprecio cuando una cenutria ignorante que ponía sus pezuñas sobre la silla se cachondeaba por la supuesta ingenuidad de aquella historia de los años 30, aquella época en que, cielo santo, creo que mis abuelos aún eran una hermosa y joven pareja. Supongo que le deben parecer mucho más maduras las gilipolleces de Avatar, qué vamos a hacerle.


"Weismuller siempre me trató bien, fue como un padre para mí", dijo Sheffield algún tiempo antes de morir. Tenía setenta y nueve años. Hace unos días se subió a una palmera de su jardín para coger un coco. Cayó, se rompió la crisma y ya no pudo recuperarse. No se me ocurre forma más tarzanesca de morir. Por desgracia, el hombre-mono -el Marqués de Greystoke en origen- ya no estaba allí para ayudarle. En realidad, ya es tarde para que Tarzán nos salve convocando a las fuerzas más oscuras de la selva.


Pero es bonito, por un momento, seguir creyéndolo.





2. BOB GUCCIONE es el nombre de otra celebridad cuyos obituarios han podido leerse en estos días. Fundador y eterno director de la publicación erótica Penthouse, Guccione fue un personaje de mi adolescencia en la misma medida en que Tarzán lo fue de mi niñez. Penthouse fue la primera revista de tías en bolas seria que se difundió masivamente en España. Todo un símbolo de la Transición en la misma medida, aunque desde otros parámetros, que lo fue Interviú. Los rojos como mi padre compraban Interviú con cierto orgullo, como pensando que sus reportajes eran realmente polémicos y que sus desnudos -ahora Marisol, ahora Rocío Jurado, después Amparo Muñoz- eran algo así como un gesto de emancipación política, el premio por haber sobrevivido al dictador y a las mamarrachadas de eso tan cutre y tan patético que fue la censura franquista.
Penthouse se compraba entonces como una revista elegante con fotografías de grandes profesionales y mujeres bellísimas que no parecían putas. Ahora, cuando se vuelven a ver aquellos reportajes, alguno esboza una sonrisa de ternura ante aquellos sexos no depilados y los pechos sin operar, o el cigarro en la boca y el dedo índice rondando peligrosamente el atrio de la vagina, más o menos lo mismo que cuando volvemos a ver Garganta profunda. Hoy las modelos de revista son perfectas, quirúrgicas, depiladas y no huelen a mujer. Por eso ya no merece la pena comprar comprar Penthouse o Interviú . Ya no se celebra con ella la fiesta de la liberación de un yugo miserable. Ya forman tediosamente parte de la normalidad democrática. Acabó pues la edad de los héroes de la pornografía. Descanse en paz.


3. El DE Mª TERESA FERNÁNDEZ DE LA VEGA no es, por suerte, más que un obituario político, suponiendo -como supongo- que una vez alejada del gobierno de la nación dejará inteligentemente de ser un personaje influyente incluso en la sala de máquinas del Partido Socialista. Lo deseo sinceramente porque el personaje ejerce sobre mí una misteriosa seducción, y resultan demasiado oscuras estas faenas de fontanería dentro del aparato en la que tan confortados vemos a quienes como José Blanco o Leire Pajín -dignos herederos del gran ideólogo de la disciplina de partido, Alfonso Guerra- parecen haber entendido que si se quiere vivir profesionalmente de la política hay que ser, por encima de todo, disciplinado y obediente y poner cara de pit-bull cada vez que se habla del enemigo.





Mª Teresa ha sido durante todos estos años insultada y calumniada sistemáticamente por la derecha, lo mismo que cualquier otro miembro del gobierno, pero con los agravantes, en su caso, de irritar mucho por ser mujer y poseer un porte señorial y distinguido, ese con el que siempre, cuando bajaba el micro en el Parlamento tras contestar a la última retahíla de necedades de la bancada rival, se sentaba con cara de estar pensando "pero mira que llegáis a ser botarates". Eso sí, ella nunca lo hubiera dicho: Fdez de la Vega me ha parecido siempre una aristócrata en la izquierda.




Acaso sea ese el síntoma de su fracaso. Acaso la número dos del gobierno durante la era Zapatero haya sido la encarnación del espíritu de esta izquierda postmoderna que parecía sentirse como pez en el agua casando homosexuales, quitándonos de fumar y mareando tanto con el lenguaje y la dichosa corrección política, pero que jamás tuvo claro como se atajaban los llamados problemas estructurales. Quizá porque en el fondo siempre sospechó que los actuales gobiernos son impotentes ante la tiranía de los mercados o, lo que es lo mismo, que la política ya no reside donde esperamos encontrarla. Y, pese a todo, hay algo hermoso, algo que parece muy sincero y creíble en los siete años de la vicepresidenta: nunca como con ella fue tan claro que era necesario defender desde el gobierno los derechos de las mujeres. Probablemente haya fracasado, pero mereció la pena intentarlo.


4. LA MUERTE DE ARTURO TUZÓN, Presidente del Valencia entre 1986 y 2003, no me puede dejar indiferente. Es tópico decir de alguien sobre su cadaver aún caliente que fue un hombre bueno. Yo creo que se debe decir sólo cuando lo era de verdad, como es el caso, y callar el resto de las veces. Pero Tuzón es sobre todo la marca de una manera de entender la gestión de los clubes de fútbol que hoy, desgraciadamente, parece perdida. En Valencia, el "Tuzonismo" encarna la humildad, el trabajo y la ética del gobernante que, lejos de los aspavientos demagógicos tan al uso en el mundo del fútbol y en los que no son el fútbol, considera que cada duro que le dan los socios debe ser protegido con un mimo casi religioso. Le llamaron "cicatero" porque no quiso fichar a Romario y, con ese argumento tan pueril, Paco Roig terminó por apoderarse del club, que había dejado ya de ser eso -un club de fútbol-, para declararse "Sociedad Anónima", es decir, la excusa perfecta para convertirlo en la cueva de Alí Babá.





Cuando llegó Arturo -y hablamos de hace más de veinte años-, el Valencia era un club devastado, con dos mil millones de deuda, heredados de la irresponsable cultura de la ostentación de los años anteriores, y el equipo en segunda división. Saneó al club en un tiempo record y lo devolvió primero a la división de honor y luego a Europa. Jamás exhibió afán de protagonismo y siempre tuvo el señorío del que carecieron sus enemigos. Yo lo vi a veces, últimamente, dirigiéndose a las localidades del palco de Mestalla. Qué lejos me parecía verlo del mal estilo, de ese patrioterismo mal entendido de los Roig y los Soler, de ese sector del graderío que sólo parece vivir para el rencor, de toda esa miseria humana de los coches caros, las estrellas con coches deportivos y los proyectos faraónicos que se quedan en agua de borrajas.


Saturday, October 16, 2010









LA DISCORDIA









1. EL OSCURO HERÁCLITO me proporciona -google mediante- la primera impresión del día, aún muy lejos de empezar a clarear: "El conflicto es el padre de todas las cosas, el rey de todas las cosas. A unos ha hecho dioses y a otros hombres; a unos ha hecho esclavos y a otros libres". El término polemós es traducido como "conflicto", y a veces -creo que más equívocamente- como "guerra". A mí me gusta más "discordia". Suena mejor y, sobre todo, nos pone a distancia de ciertas manipulaciones lingüísticas particularmente arteras. Por ejemplo, la del superministro José Blanco, quien -en relación a la afirmación del Gobierno Obama de que en Afganistán los USA están en guerra- dijo algo así como que el significado que para los norteamericanos tiene el término war no es el mismo que para nosotros tiene el de "guerra". La idea es que no pensemos que el ejército español está en aquel país olvidado por Dios para matar a nadie, sino para ayudar a que se haga la paz. Siempre he pensado que España, por muchas razones, debía seguir las doctrinas de la ONU, por más que cada día me provoca más desánimo la misión afgana. Pero también tengo la impresión de que algunos gobernantes tienen demasiado claro que los ciudadanos somos imbéciles. Y eso es preocupante, pues significa que creen que pueden convencernos de cualquier cosa, aunque sea la mas soberbia de las majaderías.










2. Es tan ingenuo querer encontrar en los aforismos del sabio de Efeso un elogio de las armas y los ejércitos como lo es convertir a Nietzsche -el mayor de los heraclíteos- en profeta del nazismo.



Lo que intenta hacernos entender Heráclito es que la condición que el Ser nos pone para que seamos capaces de comprenderle es habitar su paradoja, el enigma de la existencia misma. Queremos saber lo que es el bien, pero no podemos definirlo sin su contrario. Queremos ser damas, pero no podemos serlo sin saber cómo es ser puta. Queremos la felicidad, pero no la alcanzaremos sin esa angustiosa carencia del deseo cuya satisfacción se posterga. Amamos la vida y expresamos nuestro desacuerdo con la inevitabilidad de nuestra desaparición, pero debemos aprender a estimar la caducidad -amar la muerte en cierto modo- porque sólo así podemos maravillarnos del inmenso valor de estar vivos. ("Los dioses nos envidian porque somos capaces de vivir cada instante con toda la intensidad, como si fuera el último", dice Aquiles -o si quieren Brad Pitt- en medio de la madre de todas las guerras contra Troya). Heráclito no amaba a los generales ni deseaba ver correr la sangre, simplemente tuvo el coraje de asumir que la discordia es el fuego primitivo en el que se engendran y al que van a perecer todas las figuras que salieron del barro, todas los verbos, todas las pasiones en las que tan ciegamente creímos algún día.


Pero, ¿qué es la discordia? Los seres estamos fatalmente destinados a la desavenencia. Cuando decimos "dialogar" y "entendernos", a poco que uno sepa mirar qué hay tras las palabras, hallamos toda suerte de deseos oscuros, el designio de gobernar al otro y apropiarnos de su voluntad o simplemente sodomizarlo y explotarlo, la pretensión de conminarlo a que nos ame, a que asienta a esa verborrea estúpida con la que nos autosatisfacemos diciendo que nuestras razones son honradas. Estamos condenados a bajar a la batalla porque las cosas solo se ajustan con el combate...y con él se desajustan nuevamente, dando lugar así al ciclo interminable de los veranos y los inviernos, los vicios y las virtudes, los padres y los niños, los amores y sus dolores.



En una ocasión unos Testigos de Jehová intentaron convencerme de que el horizonte de Dios es un mundo sin discordias. Me entregaron un cuadernillo con un dibujo de una aldea idílica donde las personas no disputaban y los leones jugaban pacíficamente con los niños. Pero si el león solo tuviera los colmillos de adorno entonces ya no sería un león, sería un cordero, y un mundo de corderos sólo merece morir entre las fauces de los lobos.













3. QUENTIN TARANTINO protagoniza la polémica que, a través de su blog, recupera estos días Justo Serna de la hemeroteca. Ya hace como quince años, Antonio Muñoz Molina y Javier Marías discordaron seria y lúcidamente sobre la validez del joven director que, en aquel entonces, parecía irrumpir en la poética cinematográfica contemporánea con una fuerza incontenible. Mientras AMM se muestra escéptico ante los valores artísticos y, sobre todo, las implicaciones éticas del cine tarantiniano, al que acusa de trivializar el dolor y la muerte, JM acusa a tales posiciones de moralismo y parece querer prevenirnos contra la tentación de no saber deslindar la calidad artística de un producto de su supuesto trasfondo ideológico. Creo que los dos tienen gran parte de razón, impresión que acaso compartirán conmigo en relación al autor de Pulp fiction si aceptan mi consejo de leer las intervenciones.
Y si quieren continuar:
http://www.elpais.com/articulo/opinion/encima/recochineo/elpepiopi/19950502elpepiopi_4/Tes





No obstante, y para evitar malos entendidos en relación a lo dicho sobre el polemós heraclíteo, matizo que ha terminado por hastiarme tanto pastiche sanguinolento como presenciamos en las películas del enfant terrible de Hollywood. Al final, me parece como esos reposteros que lo llenan todo de azucar, nata y chocolate: sus pasteles resultan seductores a primera vista pero terminan siendo empalagosos y facilones ... La sangre y los sesos desparramados son un recurso fácil, una opción que se hace sistemática en Tarantino y que, casi siempre, provoca hilaridad entre un público que termina sintiéndose cómodo entre tanta muerte estéril de quienes, más que seres humanos, parecen figurantes fabricados para deslumbrarnos con el espectáculo de su muerte. No dudo que haya una estética de la violencia. De lo contrario no existiría la épica, eso cuya desaparición lamentaba Borges como signo deprimente de los tiempos modernos. Sin la épica acaso no tendríamos a Kurosawa ni a Ford. Pero en Tarantino no hay épica, no hay heroísmo porque la muerte se vende barata. Así de simple.














4. LA CAMPANARIO es ya la última de mis heroínas, la única que me queda desde que dicen que el Juez Garzón tiene cuentas turbias o desde que Villa fichó por el Barça. Su discordia eterna con Belén Esteban arranca de la atávica rivalidad entre la Reina del Castillo y la Primera Dama abandonada. Eso de haber sido expulsada del tálamo real da históricamente mucho juego: ahí tenemos los precedentes de Soraya, que gastó su fortuna por el mundo de fiesta en fiesta tras ser repudiada por el Sha de Persia debido a su incapacidad para concebir, o Lady Diana Spencer, que echaba unas lágrimas en los actos benéficos para que el Pueblo la convirtiera en la Reina que su pérfida familia política le impedía ser.


Belén es una Princesa del Pueblo como Lady Di, pero en versión choni de barrio. Si la quiere la cámara tanto es porque se nos da sin ambages: exhibe sus emociones sin ningún pudor ante las cámaras. Lo sabemos todo de ella, no hay nada que el mirón en que nos hemos convertido pueda reprocharle: es perfecta, es un artefacto fabricado a la medida del Reality World en que vivimos. María José Campanario, por contra, ha optado por vengarse de los medios no compareciendo. Puedes gritar, llorar o insultar a los que te entrevistan, pero no aparecer y rechazar enormes cantidades de dinero para revelarnos las intimidades de Ambiciones... eso no se lo van a perdonar jamás. Llevan intentando divorciarla tanto tiempo, que al final, cuando parece que la torre se derrumba, proliferan las hienas con el "ya te lo dije".



Quizá Jesulín ya no te ame, Campanario, pero yo te sigo siendo fiel.

Saturday, October 09, 2010












EL INSOMNIO es una de esas dolencias sobre las que uno sospecha que los médicos van a ayudarle bien poco. Soy poco proclive al esoterismo, de manera que no voy a lanzar soflamas ideológicas contra la medicina convencional. El objetivo de la práctica clínica es sanar, de manera que si uno tiene una bacteria en la válvula del corazón, me parece perfecto que los galenos apliquen los fármacos adecuados para eliminarla. Si el proceso ha dejado dañado el órgano en cuestión, es igualmente aceptable que, tras estudiar las opciones y sus consecuencias, decidan hacer intervenir la cirugía, en la cual no tengo duda de que, por ejemplo en España, la sanidad pública es perfectamente competente.

Claro que tampoco hay que ser extremista. Conocí un tipo con ideas originales que, para fastidiar a sus allegados ecologistas o con propensiones new age, solía predicar en favor de los fármacos. "Cuando tengo un problema, enseguida tomo medicamentos: a mí me gusta la química." A mí, la verdad, no me gusta la química... ni tampoco me disgusta, si me soluciona un problema sin matarme estoy dispuesto a pagar por ella, si no, pues no. El problema de aquel gran defensor de los adelantos de la ciencia es que, a fuerza de llevar la contraria al hatajo de hippies revenidos que eran sus amigos, había perdido la lucidez para entender que si hay algo peor que negarse por sistema a consumir medicamentos es embutirse pastillitas al primer síntoma de picor en los pelillos de la oreja.

Creo que uno debe consultar a los médicos. Si arrastras síntomas persistentes de lo que te parece un resfriado, será un doctor, al menos un buen doctor el que seguramente se percate de que llevas cuatro días pernoctando en un hotel con moqueta, y que lo que se manifiesta como tos y congestión de vías respiratorias es en realidad la respuesta de tu cuerpo a un síndrome alérgico, de manera que, salvo que seas masoquista y te guste estar jodido, lo mejor será que tomes el zyrtec que te ha prescrito. No, mi problema no es ese, mi problema es el mismo que en las anteriores ocasiones de mi vida en que a mi sistema nervioso le ha dado por fastidiarme.





Hace años, en un periodo de alteración psicosomática bastante incómodo, un especialista me diagnosticó un "síndrome de irritación digestiva". Yo no necesitaba tal ejercicio de nomenclatura para saber que lo que me pasaba era que a mi estómago le había pegado por remolonear durante las digestiones. Me prescribió unas pastillas y me dio los consejos al uso respecto al café, el alcohol, el tabaco... todo eso que a ustedes les dicen cada vez que se acercan a una consulta. (No conozco a ningún médico que te aconseje que hagas más el amor, por cierto, y sin embargo estoy firmemente convencido de que es una de las prácticas más salutíferas, siempre y cuando uno lo haga por la misma razón por la que se fuma un habano, es decir, por divertirse, y no por conformar a su pareja o seguir los consejos de una revista tonta que dice no sé qué mariconadas sobre el tantra, los chacras y la interpenetración de los espíritus). No me curó. Lo supe porque seguí exactamente igual hasta que me di cuenta de que era mi cabecita loca la que no funcionaba. Recuerdo que, una tarde en que andaba enfrascado en mi Tesis doctoral y me calentaba los cascos sobre el riesgo de quedarme sin trabajo, opté por salir de casa, entré al Tongoka -que es un bar muy chulo- me bebí dos cervezas, fumé lo que encontré, dije cuatro animaladas con los amigotes y me puse un partido de la champions... Fueron prácticas realmente insalubres, pero al cabo de un rato me di cuenta de que no había ni sombra de irritación digestiva. Había desaparecido por completo. Desde entonces no tuve dudas. Era mi cabeza la que tenía que mandar sobre mi estómago.

No me creo ese rollo también en el fondo muy new age de que "todo es psicosomático". Sí creo que, en muchísimas enfermedades, la disposición de ánimo del paciente determina un tanto por cien muy considerable de las posibilidades de curación, pero cuando te duele a rabiar una rodilla por el reuma, ya puede uno tener, como mi madre, las ganas de sanar de un cíclope, que el dichoso dolor va a seguir recordandonos con cada punzada lo mucho que le gusta compartir su vida con nosotros. El problema no es, como insisten algunos esotéricos amigos míos, eso de que "los médicos no tienen ni idea"; el verdadero problema, creo, es que tenemos el vicio de pedirles demasiado. Saben lo que -con arreglo al actual estado de conocimientos en las ciencias de la salud- deben saber. Por eso sospecho que será inútil visitar a mi médico de cabecera para explicarle que duermo mucho menos de lo que me gustaría.

Dijo Leonard Cohen que lo que diferencia a cada hombre es su manera de "traicionar la revolución". Yo siempre pensé que lo que nos define es cómo reaccionamos el día en que la mirada de una mujer nos revela sin ambigüedades que ya no le interesamos. Hoy estoy más bien por pensar que lo que verdaderamente nos clasifica es nuestro insomnio, ya no tanto sus causas -eso en realidad es trivial, pueden ser cualesquiera- sino la manera de manifestarse en cada uno de nosotros y cómo reaccionamos ante ello.

Así, mi insomnio, sin ir más lejos, es de un tipo peculiar: no tengo problemas -como la mayoría de insomnes- para conciliar el sueño, lo que sucede es que a horas indelicadamente tempranas, cuando al sol aún ni se le pasa por la cabeza arrimarse, un chip en la cabeza me indica que si no abro los ojos llegará el fin del mundo... y ahí se acaba mi aventura nocturna con Morfeo. Todas las recetas para vencer al insomnio, las de la abuela, las de los curanderos, las de los psicólogos, se encaminan preferentemente hacia la conciliación del sueño. Así, uno puede evitar cierto tipo de alimentos o bebidas, aplicar sofisticadas estrategias de relax corporal o simplemente ponerse a contar corderitos... Pero contra el despertar temprano -que así se llama el síndrome que padezco- no me consta que exista nada, seguramente porque es más difícil de entender que el insomnio convencional.

Tengo algunas sospechas respecto al origen del problema: creo que es de orden neurótico, en el sentido más freudiano de la palabra. Mi propensión natural es ser un zángano. Una vuelta de tuerca más en mi juventud a mi indisciplina, un poco menos de vigilancia por parte de mis mayores y yo ahora estaría viviendo en la calle o, en el mejor de los casos, gorroneando de un seguro social o de alguna viuda con pensión regulera. No me habría entregado al crimen porque soy pacífico y acaso algo cobarde, pero tendría en cualquier caso lo que podríamos llamar una vida de informalidad. El día que descubrí que debía adaptarme y pactar y que, una vez interiorizadas las pautas del Sistema, ya no habría descanso, operose en mí el giro mental gracias al cual soy un tipo razonablemente normalizado.






Conozco personas para las cuales hacer una gestión en una ventanilla donde además hay una cola de morirse, acudir al banco, preparar informes, montar un mueble de Ikea, criar niños o buscar una empresa que ponga suelos de parquet, es tan natural y tan sencillo como masticar un chicle. Para mí todo eso es posible, pero no natural, de manera que me supone durísimos ejercicios de autodisciplina. Mi tío Sam, un siciliano muy machote y muy duro, lloraba como una nenaza la noche antes de subirse a un avión, pues tenía pánico a volar; yo estoy muy cerca de ponerme a llorar la noche antes de tener que ir a las oficinas de la conselleria para tramitar la solicitud del sexenio. Me gustaría engañarme a mí mismo y decir que en realidad lo que pasa es que soy un contestatario y un anarquista que se rebela contra la cárcel de hierro de la burocracia y el orden burgués capitalista, pero también se puede interpretar que simplemente soy un mierda.

El caso es que pasan los años y no llevo a cabo el más sublime de mis deseos ocultos: romper con todo e irme a vagabundear con un grupo de okupas. Pasaría hambre y frío, bebería un vino de tetra brik al que no se adaptaría jamás mi delicado paladar y me darían palizas los neonazis, pero al menos no tendría que consultar en el banco la amortización de la hipoteca, ni acudir a reuniones del equipo educativo, ni -lo mejor de todo- no tendría que decir buenos días todas las mañanas a un tipo de mi finca al que en realidad me gustaría aclararle que su sola presencia me despierta arcadas. No son magras tales mercedes, pero tengo la sospecha de que es más prudente mi actual adocenamiento.
El precio es el insomnio.

Cioran dedicó muchos de sus aforismos al mal de la diosa Ate, hija de Zeus, quien castigaba los actos irreflexivos de los hombres privándoles del sueño. Leyendo a Cioran...
"pienso incluso que la pérdida total de la esperanza es inconcebible sin la colaboración del insomnio... los insomnes, esos malditos castigados por crimen de lucidez. Velar es ser consciente más allá de lo soportable, es no poder olvidar, es experimentar la continuidad de lo intolerable. Mientras los que duermen comienzan cada mañana un nuevo día, para el insomne apenas es posible el olvido, puesto que noche y día arrostra sin interrupción el mismo infierno"

...uno se solaza con la impresión de acercarse a la condición de genio. Pero -como todos mis momentos de engolamiento- el solaz se hace añicos cuando recuerdo que la persona más estúpida, más irrespirable y más exasperante con la que Dios me ha concedido la gracia de convivir era una superclase del insomnio, hasta el punto de que pasé largos e irritantes ratos escuchándola disertar sobre la inconveniencia que para un insomne supone comer un conguito de chocolate más allá de las cinco de la tarde. Además, a mí, al contrario que a Cioran, el hastío metafísico no me ha hecho perder las ganas de comer, beber, fumar y holgar, lo que alimenta mis sospechas de que las causas de mi insomnio no tienen que ver con ninguna angustia existencial.





Creo más bien que mi mente está programada para reaccionar ante el miedo a perder la disciplina, a ser expulsado del tren de la normalidad, a despertarme un día y ver que ya no hay hacienda ni trabajo. Van por ahí los tiros, me parece.



Por otra parte, yo no vivo en París como Cioran, de ahí que no pueda entregar mis noches en vela indeseada a caminar por Pigalle para encontrarme con las putas que el rumano frecuentaba, un hábito que da mucho juego creativo a los escritores. Me suelo conformar con encender el ordenador y jugar al frogger, que es un juego de ranas que saltan por una carretera. Banal que es uno.


Friday, October 01, 2010










AMOR E INQUILINATO







1. El jueves por la noche pasó algo muy extraño en la televisión: vi un buen programa. Y aún diría más -como los Hernández y Fernández de Tintín-: fue capaz hasta de emocionarme. Se trata de un documental sobre Rafael Azcona, conocido por haber sido el guionista de Berlanga y de Ferreri.

En realidad, R. Azcona es bastante más que un gran guionista, ante todo fue un gran escritor. Del reportaje me quedo con una frase de uno de sus amigos: "la escritura de Azcona es la mejor crónica del siglo XX español". Sin embargo, es posible que a muchos apenas les suene el nombre, y más posible todavía que nunca hayan visto la imagen que adjunto. ¿Cómo se explica tanto anonimato, aparte de por la irremediable postergación en que tiende a quedar el screen frente a la dirección? De entrada Azcona era más bien feote y tenía pinta de paleto de provincias. En segundo lugar, tengo la sospecha de que hay una tendencia muy marcada entre las élites culturales a menospreciar a quienes se dedican al oficio del humor -comediantes, chistosos, dibujantes y otras gentes de mirada burlona y copa de chinchón en la mano-, por más que en cualquiera de las novelas o guiones de Azcona se reuniera más inteligencia que en el más académico de los manuales de metafísica.








Pero hay algo mucho más importante: a Rafael Azcona le tentaba la fama tanto como a mí hacerme sacerdote. Creía con todo convencimiento que si acudía a cualquiera de las numerosas galas en que le premiaban, empezando por los Goya, su rostro se haría popular y perdería la posibilidad de hacer turismo de incógnito por el mundo o ir de aquí para allá por Madrid en autobús, algo que hacía con especial orgullo desde que obtuvo en carnet de jubilado, lo cual le permitía subirse gratis. "Si supiera que le estamos haciendo este reportaje creo que no volvía a hablarnos", dice uno de sus viejos amigos. Incluso su esposa reconoce haber tardado mucho en entender esta extraña pasión por la ausencia que caracterizaba a su marido. Reconoce haberse irritado al ver como desperdiciaba la posibilidad de una aplauso que sin duda merecía tan solo por una obcecada timidez. Pero hay algo más: por encima de cualquier vanidad, lo que Azcona valoraba más que nada en el mundo era la posibilidad de hacer lo que le diera la gana. Un ejemplo de ello es la tentación, que comparto, de abandonar las fiestas haciéndose discretamente hacia un rincón y desaparecer sin despedirse, como por no molestar, cuando nadie mira.










Rafael Azcona murió así, con delicadeza. No tuvo grandes ceremoniales ni corrieron ríos de tinta, pero el currículum que deja es mareante. No solo fue un gran guionista, también participó como dibujante de aquellas épocas heroicas de La Codorniz, sin olvidarnos ni por un momento que, si llegó al cine para quedarse, fue porque algunos descubrieron en él un enorme talento como novelista. Así, El pisito, por ejemplo, fue una magnífica novela antes que convertirse en el guión de una de las comedias más negras y tremendas de la historia del cine español. En cualquier caso, lo que deslumbra de su trayectoria es la increíble serie de guiones que tuvo al cargo durante casi medio siglo: El pisito, El cochecito, Plácido, El verdugo, La escopeta nacional, El bosque animado, Belle epoque, Ay Carmela, La lengua de las mariposas... para qué seguir.

Siempre sospeché que el berlanguismo, tanto como a Berlanga, necesitaba a Azcona. A partir de su escritura se vertebra una parte esencial de la historia del cine español. ¿Humor negro? Como él dijo, "yo no creo demasiado en eso del humor negro, pero hay en el español una especial disposición hacia un humor cruel, patético." En quienes como él han pululado con comodidad por ese espacio de lo grotesco, descubrimos el poso de lo que, para bien o para mal, constituye la cultura hispánica, un mundo de hidalguías a destiempo, pícaros irredentos, amantes burlones y hambres superlativas... un mundo de Cervantes, Quevedos, Goyas y Valleinclanes. Veo a Azcona-Berlanga dentro de esa tradición tanto como al cine de Fernán-Gómez. Y barrunto que Alex de la Iglesia trata de moverse, a veces con acierto, por similares derroteros.








Hay algo en los personajes como Azcona que resulta antiguo, algo que suena a tiempos que parecen superados... Y, sin embargo, es eso lo que hacía tan atractiva su personalidad. Llegó de una provincia rural y las empezó pasando canutas en Madrid. Poder vivir de su lápiz y su máquina de escribir fue algo épico en aquella España de los años del franquismo profundo. Un día llegó a la redacción de La Codorniz, esa publicación que se identificaba por no pretender llegar "por el Imperio hacia Dios": encontró las máquinas de escribir quemadas con ácido, la edición destruida, los archivos por el suelo, la secretaria y el conserje atados y amordazados a la silla. Pero el humor ha sido siempre una profesión de riesgo en el imperio. Sorprendentemente, nunca le censuraron después por sus películas. Eran tan majaderos los censores que, con no haber medio muslo femenino, te pasaban la película, por más que ésta contuviera tanta corrosión como El pisito o El verdugo.

No se pierdan el documental si pueden encontrarlo. Por cierto, El pisito tiene subtítulo: "Novela de amor e inquilinato". Quien ha conocido el franquismo, aunque sean sus últimos resabios, puede entender cómo a alguien se le podía ocurrir asignar un género tal a su novela.




2. No he visto El gran Vázquez, no terminan de merecerme la pena los siete euros de un estreno las pelis de Santiago Segura, incluyendo las que -como es el caso- intepreta sin dirigir. Ya que el tío va de amiguete y colegón casi parece que lo correcto sería piratearselas. Tengo sin embargo la sensación de que este film, sin salirse de su pasión por los pícaros y los freakys, es algo más que una gamberrada torrentiana más. Como mínimo, hay una astuta elección de personaje.



Sé de Vázquez desde que tuve uso de razón. Como todo quisqui, yo, que presumo tanto de amar a Tintín y El Capitán Trueno -y a veces hasta a Chopenjagüer, fíjense- empecé con las historietas del TBO, del que solo era al principio capaz de mirar las imágenes, ciertamente fascinantes, pues tenía cuatro años y aún no sabía leer. Siempre le asocié con Ibáñez, creador de Mortadelo y de esa pequeña genialidad que fue 13 Rue del Percebe. Si Vázquez se convirtió a mis infantiles ojos en un personaje de leyenda es precisamente porque fue semanalmente dibujado como ocupante del ático del edificio, siempre urdiendo todo tipo de delirantes artimañas para esquivar a sus enfurecidos acreedores. Por lo visto, era tan desvergonzado que no parecía molestarle en lo más mínimo el que su viejo amigo le retratara como el mayor moroso del país.

A Vázquez le debemos Anacleto, agente secreto, La familia Cebolleta -uno de cuyos personajes, el abuelo contador de batallas, llego a convertirse en un fenómeno sociológico- y, mi preferida, Las hermanas Gilda. Se trataba esta última de la historia semanal de dos hermanas solteronas y poco agraciadas, una gordita, ingenua y sumisa, y la otra flaca, irritable y dominanta. Jugando como la inmensa mayoría de historietas del franquismo con la frustración de los deseos humanos más básicos -pensemos en el hambre de Carpanta- Leovigilda vivía para dedicarse a frustrar las continuas intentonas de acceder al amor y el matrimonio que la romántica e infeliz Hermenegilda llevaba a cabo cada semana. ¿Dibujos para críos? Yo creo que no cabe mucho mejor retrato de las contradicciones y debilidades de los seres humanos en un marco social tan agobiante como el de la Dictadura, esa eterna noche que Forges llamó "los forrenta años".






Más allá de su condición de moroso, engañador y seductor impostado, lo que eleva al gran Vázquez a categoría de lo que hoy conocemos como un freaky, son detalles como el de haber creado desvergonzados manuales de picaresca como Los cuentos del Tío Vázquez o ser amigo del gran símbolo del subculto freaky de la Celtiberia, el director de cine Jess Franco, en una de cuyas pelis, Gritos en la noche, aparece como actor. El propio Franco -anarquista como Vázquez y con un apellido que es un chiste en sí mismo-, le dedicó el film Mary Cookie y la tarantula asesina, que ya hay que tener narices para llamar así a una película. Conviene saber que, para acabar de adecentar su perfil biográfico, Vázquez participó en los ochenta tras la desaparición de la editorial Bruguera en revistas de dudoso rigor moral como El papus. Pero aún no les he revelado lo mejor: en los noventa participó en un fanzine erótico con una historieta donde sus tres creaciones más famosas, las Gilda y Anacleto participaban en un menage a trois. Se ganó algunas de sus últimas perras y la lió parda, pues al parecer el asunto escandalizó a mucha gente.

Todo un personaje, vaya que sí.



3. Hoy yo debería estar hablando de la Huelga General, de los sindicatos, de la derecha, de Zp, de por qué hice la huelga y de por qué hay que ser crítico con el gobierno y al mismo tiempo reaccionar frente a la intolerancia de los medios de la derecha, bla, bla, bla, bla... Añadamos las primarias del PSOE, tomémoslo todo en serio... y verán la cara de sesudas personas aburridas que se nos pone a todos.








Cuando caminaba por la ciudad para acudir a la manifestación advertí que a cincuenta metros venían un grupo de sindicalistas de la CGT -anarquistas como Vázquez pero sin tanta cara dura- con globitos negros y silbatos en la boca. Según se acercaban un grupo de empleados de un taller que no había querido cerrar sus puertas los miraba con una mezcla de temor y expectación, un poco como si se tratara de un grupo de milicianos de Durruti en la Guerra Civil y fueran a destruirles el local antes de darles una paliza de muerte. Al pasar el grupito, los del taller se dieron cuenta que eran tres mozalbetas con pinta de no haber roto un plato, dos viejales y un niño de diez años. Eso sí, cantaban a la huelga, a la huelga y portaban las banderas rojinegras de la Confederación. Al día siguiente, al hilo de los incidentes con los antisistema en Barcelona, la prensa de la derecha habló de la huelga como de una especie de kale borroka a lo grande.


Qué cosas. Ya no hay historietas satíricas como las de mi niñez, pero no estoy seguro de que vivamos tan lejos de la Rue del Percebe como nos creemos.