Saturday, May 30, 2009









RITUALES




Mis conocidos piensan que detesto los rituales, pero no es cierto; lo que en realidad me resulta insoportable es eso a lo que llamamos "compromisos". Entiendo que alguien considere un motivo de alegría el bautizo de su bebé y quiera compartir tanto jolgorio con sus allegados. Lo que me parece insoportable es ese hábito de chantajear a las personas queridas para que se desplacen cientos de kilómetros de ida y de vuelta, pasen por taquilla desembolsando monstruosas cantidades de dinero a cambio de la obscenamente abundante comida que se les ofrece y la sarta de sandeces en que se han convertido las bodas y, por lo visto, también los bautizos y comuniones.

Pero el ritual es para mí otra cosa. Cuando las formas seguidas con suma observancia -en eso consiste un rito- son la expresión de la devoción sincera por los dioses, los muertos, los amados o aquellos que, de alguna manera, se han ganado nuestro reconocimiento en el drama del tiempo -un tiempo a veces inmensamente extenso- entonces el rito no solo no me parece una ridícula banalidad consumista, sino la expresión más acabada del respeto que las comunidades tienen por sí mismas.
Anteayer celebramos en el Instituto donde trabajo lo que -con cierta imprecisión y notable influencia anglosajona- hemos llamado "día de la graduación". Me hace gracia cuando algunos se burlan de estas cosas por el papanatismo de seguir costumbres transmitidas desde los centros de la cultura hegemónica... Como si los mediterráneos fuéramos tan naturales y espontáneos que no necesitáramos todos esos ritos acartonados; como si las misas, las procesiones, los desfiles, los himnos, las celebraciones futbolísticas y tantos otros homenajes a los que tan aficionados somos fueran otra cosa que ceremonias perfectamente automatizadas y en las que se nos ha adiestrado desde que nacimos. No otra cosa son el racismo y la xenofobia: pensar que los demás son hipócritas y artificiales en sus celebraciones mientras que lo nuestro es natural e instintivo, es decir, verdadero.


Hablando de anglosajones, me ha atraído siempre un rito muy característico de la NBA, la Liga Americana de Baloncesto: el día en que se retira un jugador que ha sido especialmente importante para el club durante años se retira su camiseta, la cual quedará para siempre colgada en lo alto de la cancha, con el compromiso ineludible de que ya nunca ningún nuevo jugador podrá utilizar su número. Muy pocos jugadores de un equipo pueden recibir este honor. Los rivales, cuando llegan a esa cancha, ven dichas camisetas y ya saben que, de alguna manera, las viejas leyendas protegen desde el aire al equipo local. No parece muy distinto de aquellos tótems con los que las tribus llenaban los espacios que demarcaban los lindes de la comunidad. Se trata de hacer sentir tanto al nativo como al extranjero la presencia de lo sagrado, aquello innombrable que vertebra la identidad espiritual del grupo y que se ritualiza en forma de culto a los muertos. No otra cosa es la religión, el reconocimiento de que la supervivencia de un linaje se recuesta sobre la memoria de aquellos que estuvieron antes y se dejaron la piel para convertir el yermo en tierra civilizada. Si, al entrar en una casa donde hay mujeres viejas, observamos con atención, descubrimos que por todas partes hay señales de ese culto, el único que verdaderamente merece textos sagrados y ritos de observancia obligada.

No pretendo establecer asociaciones siniestras con algo tan jovial como la ceremonia de graduación de unos estudiantes, aunque solo sea porque vivimos un tiempo donde la muerte es el tabú por excelencia: todos la tenemos presente, pero es socialmente punible hablar de ella. Es poco higiénico mentar a quienes murieron, está mal visto informar a los demás del dolor que sentimos por una ausencia o recordar que cada uno de los instantes es un préstamo que va agotándose. Y sin embargo, todo ritual de despedida tiene algo de celebración fúnebre. O para ser más exacto, el ritual sirve para conjurar el riesgo de la extinción, propiciando así una lógica que anime a los que ya desaparecieron a seguir extendiendo su influjo benéfico sobre los que todavía están. No otra cosa se busca con el hábito de colocar las orlas de cada promoción que ha pasado por el Centro en una zona respetable pero muy visible, como si el espacio reservado a cada promoción estructurara la identidad histórica de la escuela. Con ello el mero espacio vacío, la trama arquitectónica diseñada con propósitos meramente funcionales, pasa a convertirse en un lugar, un lugar en toda la extensión del concepto, una totalidad civilizada y resguardada espiritualmente por quienes la habitaron en el pasado.






En La selva esmeralda, Tommy, una mañana en que se baña inocentemente en el río con otros adolescentes, recibe de sus padres la noticia de que "debe morir". "¿Es necesario que mi niño muera?", pregunta la madre, "Lo es", contesta él. Lo que en realidad indica el rito es el tránsito hacia la condición adulta: el niño muere en Tommy y surge el hombre, el guerrero, el que ya no juega porque ahora debe hacer fuertes sus espaldas para soportar el peso de su linaje. Ambos procesos han de validarse ceremonialmente, y en el segundo, que representa antes que nada -como todo rito iniciático- el acceso a una casta superior, es irremediable el sufrimiento, es imprescindible demostrar que se tiene coraje, que se puede sobrellevar el dolor y salir después a la selva para cazar un tigre.


Creo que todos estos impulsos colectivos están de alguna manera presentes cuando un ritual está realmente preñado de sentido y no es un mero formulismo, porque en este otro caso, ya solo es puro hastío burocrático o, como en las bodas, bautizos y comuniones a que me refería, simple chantaje fastidioso, compromiso ideado para ganar dinero o cultivar la vanidad y el exhibicionismo.Cuando despedimos a un grupo de alumnos que han pasado más de un tercio de su corta vida en nuestra escuela es toda una larga experiencia vivida la que se celebra entonces. Y también es eso lo que se agradece, la oportunidad que los que se marchan nos han dado de hacer más hermosa y noble nuestra propia vida.
He conocido personas que no soportaban la idea misma de la despedida. Yo creo lo que me enseñó la lectura de Montaigne: "hay que vivir para cultivar los placeres, pero no olvidando nunca que estos tienen una caducidad". Dicen que hoy los jóvenes viven en una adolescencia perpetua... Sí, pero ellos sospechan que el mensaje que les transmite el final del Bachillerato es muy claro: acabó la infancia. Sus adultos parecen muy fuertes ahora, pero más pronto que tarde empezaremos a mostrar signos de envejecimiento y, no estará muy lejos el día en que hayamos de decirles, sin ambages: "a partir de ahora irás sin mí a cazar el tigre, yo ya estoy cansado y enfermo, serás tú quien luche contra nuestros enemigos y tú quien gobierne la aldea". Lo que en definitiva celebramos es la sucesión, la transmisión de una herencia espiritual, lo que supone a su vez el propósito de conjurar los riesgos de la amnesia y la extinción.

2. Dado que no soy seguidor del FC Barcelona, no tengo demasiadas razones para celebrar sus últimos éxitos deportivos. Me alegró suavemente que ganara la Copa de Europa, solo eso. Sin embargo, hay algo de todo lo que viene ocurriendo últimamente en ese club que me parece modélico. Cuando Laporta nombró a Pep Guardiola entrenador del primer equipo no solo estaba dándole la oportunidad a un técnico prometedor, lo que hizo en realidad fue conjurar las fuerzas más profundas de un sentimiento colectivo para crear una cierta magia... Y esa magia ha dado resultado. Guardiola es la encarnación más redonda y fiel de lo que es la catalanidad, o para ser más exacto, del imaginario de lo que Catalunya aspira a ser y a mostrar en el mundo. Es bonito que Guardiola sea hijo adoptivo de Johan Cruyff y que, a su vez, Xavi sea la reencarnación sobre el terreno de juego de lo que fue Guardiola. La catalanofobia de millones de españoles se asienta en la incapacidad para entender que, detrás de ciertos ejercicios de soberbia y egocentrismo, lo que se halla es un fuerte sentimiento de adhesión a lo colectivo, a una lengua, a una virgen, a un equipo de futbol, qué sé yo... Podemos reírnos o considerar equivocada cualquier forma de nacionalismo, pero hay algo en esa devoción por referentes identitarios que hace muy fuerte la autoestima de las comunidades. Mientras sirva para ganar Champions y no para urdir asesinatos merecerá, cuanto menos, un momento de reflexión.

Saturday, May 23, 2009






HOUSE: NIETZSCHE EN LA CLÍNICA



Debo confesar que jamás en mi vida adulta me ha atrapado tanto un personaje televisivo. La intelligentsia europea, acostumbrada a menospreciar lo que proviene de Norteamérica por el estúpido prejuicio de que es una "cultura sin historia, y por lo tanto pueril", lanza una mirada por encima del hombro sobre el fenómeno, con lo cual no solo podemos perdernos una sabiduría visual y narrativa que Woody Allen o Coppola dejaron en el camino ya hace mucho, sino también esa frescura, esa peculiar insolencia sin la cual es imposible construir un personaje capaz de crear sentido y convertirse en icono de la cultura. Allá ellos.
Hubo un tiempo, hace como un par de años, en que llegó a preocuparme la sombra tan alargada que sobre mí proyectaba el Doctor House. Los miércoles por la mañana contestaba a cada pregunta de mis alumnos con otra pregunta en la que intentaba mostrarles con sarcasmo que la pregunta aparentemente inocente desenmascaraba la culpabilidad del preguntador. Me pegaba también esos días por burlarme de todos los protocolos propios de una institución seria como es la escuela, desde los exámenes, hasta la visita del inspector o la burocracia de tantas reuniones inútiles y padres a los que mentirles... Me dí cuenta del mal cariz que tomaban las cosas y de que probablemente el diablo se estaba apoderando de mí cuando, tras sufrir un esguince de tobillo, empecé a caminar con evidente cojera por los pasillos secundado por un alumno que me pedía que les mejorara la nota mientras yo le contestaba: "¿para qué quieres un sobresaliente?, las chicas van a seguir sin hacerte ni caso porque llevas un aparato en la boca".






El Doctor House -no lo he dudado nunca- es un auténtico hijo de perra. Si lo soportamos a pesar de ello no es porque, como dice la Directora del hospital, "House salva vidas", lo soportamos porque nos seduce. Eso demuestra el principio con el que el propio médico acomete cada uno de los laberínticos casos que tiene que diagnosticar: "todos mentimos". No le queremos porque sea un buen médico, amamos a House por lo mismo que a Groucho Marx: se mofa de todos aquellos protocolos que estructuran racionalmente la vida en común, pone en duda todas las certezas con las que aparentamos engoladamente salir a la calle... Es imposible vivir como House porque a cada momento su conducta reprobable deja una fea mancha sobre el mapa ético que con tanto esfuerzo nos hemos construido... Y, sin embargo, le necesitamos.
Con frecuencia se alude a los vínculos de House con Sherlock Holmes. Sin duda hay en los guionistas un propósito de propiciar este rastreo de paralelismos subliminales tan de moda últimamente. Como en el personaje de Conan Doyle, tenemos a un detective definido por su peculiar metodología de trabajo y, por supuesto, por su genial e imprevisible intuición. Además, su amigo y compañero de trabajo se llama Wilson (cómo olvidar a Watson), es toxicómano, carece de vínculos amorosos reconocidos y estables... Algunas afinidades, sí.



También es común la interpretación que sitúa a House como un adalid de la lucha de la Ciencia frente a la Religión. La tenacidad con la que defiende el principio de que nada es indiscernible para la Razón, de que todo aquello que parece irremediablemente condenado a las tinieblas del equívoco o del secreto es solo una cáscara que puede romperse. Esa mirada escrutadora, que detecta anomalías que pasan desapercibidas para el científico "normal", convierte en víctimas predilectas tanto a monjas iluminadas que hablan con Dios como a vegetarianos radicales, profetas y demás santurrones del New Age de los que House se burla despiadadamente. "¿Prefiere un médico cariñoso que le consuele mientras se muere o uno antipático que le salve?"

Pero hay algo en House que va más allá de la condición detectivesca de quien busca bacterias en vez de criminales y más allá también de aquella vieja batalla de los ilustrados contra la ceguera de la fe. Pienso en ese algo cada vez que asoma en primer plano esa media sonrisa que, a través de una estrambótica analogía -un insecto que se ahoga en un vaso de vino, un viejo que en la habitación de al lado delira y pronuncia dos palabras mientras agoniza- descubre que lo que parece irrefutablemente cáncer es en realidad una simple gripe complicada con varios tratamientos anteriores equivocados. Siempre presentimos que es la vanidad del jugador que ha acertado una vez más con las cartas que la satisfacción por el deber cumplido o el agradecimiento del paciente -esa persona que a House nunca interesa más que por el laberíntico acertijo de sus síntomas- lo que le permite arrebujarse en un sofá con la suficiencia de los que ganan siempre.
Y sin embargo, House es cualquier cosa menos un tipo satisfecho o autocomplacido. Muy al contrario, la soledad y la amargura a la que huele desde lejos parecen más una fatalidad que un deseo, y apunta mucho más a un dolor del alma que al de la rodilla, pues aquel no se puede esquivar con bicodina.



En uno de mis episodios preferidos, una paciente que ha quedado preñada tras una violación explica por qué insiste tanto en ser atendida únicamente por ese tipo que en ningún caso le va a dar la comprensión o el cariño que le ofrecerían otros médicos. "Hay en usted algo que indica un enorme sufrimiento, le busco a usted porque es el único que puede entenderme." Hay otro episodio en que debe descubrir qué dolencia tiene un niño autista. Y ya sabemos: los autistas, supuestamente, no pueden comunicarse, con lo cual, la ciencia médica está sin armas para interpretar adecuadamente sus síntomas. House es el primero en intuir que para entender a un autista hay que ser autista. Por eso, cuando el niño se niega con ojos de terror a ser anestesiado, House se enchufa el aparato a la boca y, mientras sale embriagado de la habitación, el niño se deja hacer porque alguien ya le ha demostrado que no van a dañarle. Poco a poco, conseguirá ir reconstruyendo el lenguaje privado del niño, aprenderá a compartir sus códigos y terminará por entenderle. Nada que ver pues con la tradición de la ortodoxia clínica, a cuyo lenguaje universal ha de poder traducirse todo, desde la pura praxis médica hasta los signos que emite el cuerpo del enfermo.

Por alguna extraña fatalidad, House habita la lógica de lo que Baudrillard o Cioran llamarían "fenómenos extremos". No le gustan sus pacientes, y menos sus compungidos y exigentes familiares, algunos de los cuales dudan entre denunciarle o partirle la boca... Y sin embargo, algo nos indica que House llega a donde no llegan ni las lágrimas ni la conmiseración ni el código deontológico: House habla el mismo lenguaje del dolor en medio del cual se agita el enfermo. No comprende al enfermo, en cierto modo lo detesta porque le recuerda a sí mismo, simplemente es capaz de entender el lenguaje de su cuerpo. Como un ángel de la muerte, aparece una noche entre sombras para administrar la muerte por eutanasia a un enfermo terminal... House no es el demonio, pero asume con una serenidad envidiable la evidencia de que todos -ustedes tanto como yo, no lo duden- somos íncubos del demonio o ángeles con alas dependiendo de la trinchera desde la que se nos mire y la convicción con la que nos convirtamos en ejecutores tanto de nuestras inclinaciones como de nuestro deber.

Esa omnipresencia de la muerte, esa angustiosa duda que se le presenta al médico cuando diagnostica porque sabe que cualquier inobservancia puede convertirle en asesino... House, aparentemente ajeno a toda la fauna que habita un hospital, negándose además a llevar bata blanca para que no me "confundan con un médico", es más que ningún otro una criatura de hospital, entendido éste como el único lugar -salvo en todo caso las iglesias- donde se administran el dolor y la muerte.



"Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre", dijo Nietzsche. El tiempo pasa para mí, y Nietzsche se me revela cada vez más como un ídolo de juventud. Quizá porque con los años he aprendido a quedarme solo con la primera parte de la frase. Ahí me encuentro con House: "muertos están todos los dioses"... y se acabó. Nada tiene sentido. O, como dice Cioran, "nada importa". House no es el superhombre, en todo caso es su ruina, su imagen descompuesta y fragmentaria, un iconoclasta que ha derribado sus ídolos y ha optado por no erigir otros nuevos, salvo las drogas que consume como caramelos o la guitarra que toca mientras en la habitación de al lado trasplantan el hígado a un pobre infortunado. Podemos sobrevivir a la muerte de Dios, pero cada vez que alguien cree representar al superhombre llega el despotismo y se recrudecen los abusos y las guerras.




Puestos a instalarnos definitivamente en el Nihilismo con el que Nietzsche nos amenazaba, prefiero tener al lado al cabronazo de House. Al menos sirve para que de vez en cuando merezca la pena poner la tele.

Saturday, May 16, 2009







ZP Y EL CHIP PRODIGIOSO






La inmensa mayoría de las críticas que escucho contra el gobierno socialista son estupideces de tal proporción, que no quiero ni pensar en cómo nos iría si en vez de ZP nos gobernaran quienes le odian. Por lo general, al Presidente le imputan todo aquello de lo que no es responsable: confusión de conceptos, incapacidad para definir el espacio correspondiente a cada responsabilidad, mezcla de los planos temporales... zafia lluvia de dardos bajo la que se desdibuja el horizonte de una crítica realmente seria y profunda de aquellos territorios en los cuales el socialismo español está naufragando rotundamente. Todo esta lógica tiene una explicación sencilla: la derecha española sigue viviendo en la caverna. El mismo que echa la culpa a Solbes de la crisis y del paro, argumenta que los catalanes viven a cuenta del Estado con la indulgencia del gobierno, acusa a ZP -que es del Barça- de haber montado un contubernio con Villar -que es vasco- para que el Madrid no gane la Liga, o recuerda con la boca pequeña que, pese a todo, era cierto que lo de las bombas de Atocha fue una conspiración...






Dado que al infortunado líder de la Oposición no le llegan las luces ni los asesores para mucho más que proclamar a voz en grito que los socialistas "no saben ni leer" -qué risa, ¿eh, Mariano?- y que la solución a esta mala leche que se nos está poniendo es echar a ZP y ponerlo a él, apuesto por explicarle desde mi mediocridad intelectual por qué creo que lo de los ordenadores en la escuela es una mamarrachada. De entrada, no deberíamos sorprendernos. Desde su llegada al poder, el gobierno socialista no ha hecho nada -absolutamente nada realmente consistente- por sacar a la educación pública española del caos en que la introdujo el felipismo, cuesta abajo que aprovechó agradecido el aznarato para terminar de hundirla. Su producto legislativo -la LOE- es una ley blanda y mala, que descarga nuevas obligaciones sobre la institución educativa sin garantizar la provisión de los medios para cumplirlas. Esto en realidad es un clásico. El PSOE ya revolucionó la educación en los ochenta con la LOGSE y nos dejó después empantanados, cortando el suministro de su propio faraónico proyecto, con lo que no es extraño que tantos y tantos profesionales sueñen nostálgicos con el regreso al antiguo régimen de la EGB y el BUP. Con todo, lo peor no es la LOE, sino la debilidad del gobierno, incapaz de prever un sistema de inspección y control que garantice su cumplimiento. Si tal y como la ley promete, los colegios privados concertados deben cumplir las mismas exigencias que los públicos, ¿por qué entonces continúa el alumnado problemático yendo a parar sistemáticamente a la escuela pública, convertida, gracias al sistema de conciertos creado en su momento por el felipismo, en un reducto para el fomento de la brecha social?




La educación es una mentira. Solo es concebible que una institución socialmente clave sea tan maltratada por los gobernantes si nos percatamos de una vez por todas de que el sistema está corrompido. Si -como un labrador o una madre- el gestor educativo cultiva para recoger en el futuro, la escuela está condenada, pues el político no es capaz de ver más allá del lapso de tiempo en que va a asumir su responsabilidad política, lapso cortísimo en el tiempo de la escuela. El que no legisla, sabe que podrá echar la culpa de todo lo que va mal a los que le precedieron; el que se atreve a legislar, ya sabe que probablemente le sustituirá alguien que cambie el rumbo del timón, lo que hará inútil todo el camino anteriormente emprendido. Así, la política educativa, mientras los dos ambiciosos líderes se dedican a insultarse en el Parlamento, va de aquí para allá, bamboleándose, sin ningún rumbo y condenada como Sísifo a levantar una piedra pesada que terminará volviendo a caer... Y así una y otra vez. Y así conseguiremos una sociedad un poquito peor para nuestros hijos.




Les cuento dos historias. Ayer pasé horas y horas en mi instituto intentando completar un fichero para hacer diplomas de graduación de alumnos de bachiller. Rellenar los diplomas es fácil. Lo difícil es intentar pasar la información de un ordenador a otro. La razón es que todas las terminales del centro están desde hace mucho infectadas. Tienen virus de todo tipo, tantos que algunos ordenadores, si uno los toca, parece que va a contagiarse del win 32, la pelagra y sarcoidosis, que no sé lo que es pero House la nombra mucho. Hay unos setenta ordenadores en mi centro, lo cual está muy bien, de no ser porque funcionan mal, lo cual hace inútil la mayoría de las veces llevar a los alumnos al aula informática. El profesor de la optativa de Informática dispone de unas horas de atención a la red electrónica del Centro: nada menos que ¡ DOS HORAS ! a la semana para atender una red que cada día recibe un impacto constante de uso -y de malas prácticas- de cientos de niños y de profesores. Por suerte van a cambiarnos ya las terminales, pero no sabemos ni cuándo ni cómo, pues la Conselleria no ha dispuesto ni quien subirá a hombros los cincuenta ordenadores a las salas correspondientes, ni como implementará el software para hacer accesible la red, ni quien se ocupará del mantenimiento... Eso sí, corre el rumor de que muchos profesores son refractarios al uso de las Nuevas Tecnologías... qué carcas.






Les cuento otra, y ésta es aún mejor. Tengo un amigo -J.L.- que trabaja en un Instituto de Catalunya catalogado como NNTT, es decir, dotado de un plan experimental e integral para la aplicación de las nuevas tecnologías. Si yo no me equivoco, lo que el gobierno socialista pretende es universalizar prácticas que, como en ese centro, se encuentran en fase de pruebas. Los informes que me transmite mi viejo amigo -deprimido por la sensación de fracaso profesional absoluto- son desalentadores. Los ordenadores están infectados y no funcionan gran parte del curso, los niños -que han dispuesto de un portatil desde que tienen uso de razón en el aula- son por lo general refractarios a prácticas tan básicas como las de escribir o hacer cuentas, su nivel de conocimientos académicos es ínfimo, la disciplina académica brilla por su ausencia. J.L. me lanza con frecuencia la cara su indignación porque el Centro es objeto de numerosos premios de la Generalitat por su esfuerzo de vanguardia pedagógica y lo visitan con frecuencia jerifaltes del Gobern del Principado. De ello está muy orgullosa la dirección del Centro, a la que le vienen muy bien todos los méritos que se les reconoce, tanto como el hecho de que cada año una plantilla de infortunados profesores caigan por desgracia en ese instituto tan guay y a las dos semanas ya cuenten las que les faltan para que acabe el curso y marcharse. Eso sí, cuando transmiten su desánimo al director del centro, éste -gran experto en pedagogía, todos los tontos dan lecciones- les recuerda aquello de que "estás anquilosados en las viejas prácticas docentes y autoritarias de la clase magistral y los dictados... aquí el profesor es más bien un acompañante, un animador..."






No se equivoquen. No solo no quiero menos tecnología, quiero más de la que hay, pero me pone enfermo que cuatro listos conviertan ese papanatismo tecnocrático tan de la socialdemocracia española para disfrazar su incompetencia, como si llenando las aulas de robots se solucionara toda una problemática estructural que lleva décadas creciendo y que lo que requiere -digánselo ustedes al cejitas, a ver si se entera- es capital humano, y en condiciones. Sí, sí, ahora dirán que también van a contratar expertos en electrónica y a garantizar el mantenimiento de los ordenadores. Mienten, porque mienten siempre cuando de lo que se trata es de prometer inversiones de futuro. Pero ZP ya habrá conseguido su objetivo, que es el de hacer creer a unos cuantos españoles que dispone de fármacos de fuerte impacto para curar las enfermedades de la escuela.





Yo, la verdad, cambiaría la millonada que van a gastarse en poner un portatil por alumno en quinto de Primaria, lo que por capilaridad se extenderá -presuntamente- a los siguientes cursos año tras año, por toda una serie de prioridades bastante más urgentes. Por ejemplo, estaría bien que la legión de niños que en cada aula tienen problemas de aprendizaje -por distintas razones, la idiomática con los inmigrantes entre otras- recibieran mayores refuerzos, lo cual supondría aumentar la cantidad de profesores convencionales, así como especialistas en Educación Especial y Pedagogía Terapéutica de cada escuela. Sería cuestión también de plantearse reducir de una vez por todas -y con ello cumplirían la vieja promesa incumplida de la LOGSE- las ratios de alumno por aula y profesor. No estaría mal tampoco facilitar a los centros el establecimiento de planes para mejorar tanto el rendimiento escolar como la disciplina en las aulas, aspectos en los que España regresiona año tras año, hasta el punto de contradecir la vieja ilusión post-franquista de que navegamos viento en popa por la ruta de la modernización.


Déjenme formular una sospecha. En los últimos días veo a los medios del grupo PRISA insistir mucho en este tema. Este grupo editorial poderosísimo tiene una incidencia inmensa desde hace casi medio siglo en el mundo de los libros de texto. La costumbre de que las asociaciones de padres -subvencionadas para ello en algunas autonomías- de autogestionar los libros de sus hijos puede llegar a convertirse en un problema para quienes habitualmente han tenido posiciones hegemónicas en el mercado. En cualquier caso, no se trata de sustituir unas herramientas por otras, sino de abrir nuevos brazos de mercado. Y el volumen de negocio que puede estar divisándose con esta iniciativa de expansión de concepto de venta es suculento. ¿Libre mercado? Claro, y está muy bien, pero no estoy seguro de que una medida gubernamental importante y que va a suponer grandes esfuerzos a coste público se haya gestado entre bastidores bajo la presión de gestores privados afines. Claro que, esa solo es una sospecha, como lo es que el Ministro Gabilondo no tiene nada que ver con la medida, que huele de lejos a cosa del Presidente y sus asesores directos. No estaría mal que el nuevo Ministro reflexionara sobre su papel en el ejecutivo socialista.



Termino. Alguien me acusó el año pasado en este blog de tener fobia electrónica. No es cierto, es más, ni creo que vivíamos mejor antes de la cybercultura ni soy ludista... En realidad lo de la fobia informática no existe, más bien creo que hay fanatismo tecnocrático: no conozco ningún profesor en mi centro que no use el ordenador, empezando, como es obvio, por mí. El pequeño problema -esto hay quien por lo visto no consigue entenderlo- es que los ordenadores y la Red mejoran el mundo cuando tenemos un proyecto realmente serio sobre qué mundo queremos. Si lo que se pretende es solo simular que se gobierna y ganar un puñado de votos, entonces, hay que desconfiar, pero no de la tecnología, sino de quienes se aferran a ella para disfrazar la evidencia de que no saben cómo hacer para que las escuelas no sean vertederos de ignorancia e indiferencia donde dejar aparcados a los niños durante nueve horas al día.
De momento estaría bien que desinfectaran la Red de mi instituto, de lo contrario voy a tener que hacer los diplomas a lapiz. Tampoco estaría de más que alguna vez un gobierno se acordara de consultar a los profesores antes de hacer genialidades para resolvernos la vida. Tranquilo, Cejitas, cuando los ordenadores no funcionen siempre podrás echarnos la culpa a nosotros por ser carcas y refractarios a la modernización de la enseñanza.

Saturday, May 09, 2009








WARHOL Y LA ESPOSA DE BECKAM





1. Lo más warholianamente intolerable es tomarse demasiado en serio a Andy Warhol. Y sin embargo, creo que no hemos interiorizado aún el sentido de su irrupción en la historia del arte. Warhol fue el primer artista capaz de poner en forma de obra la fetichización del objeto estético que ya había sido puesta en conceptos anteriormente por Walter Benjamin o -referida a la mercancía en general dentro del modo capitalista- a Karl Marx. El objeto artístico ya no representa nada, es signo autorreferencial, remite a sí mismo... El arte se ensimisma, se expresa como signo de signos; descubrimos que tras la máscara no hay cara, hay otra máscara... y otra...Warhol pretende algo más que parodiar la hipocresía burguesa o la cultura de masas.

Es cierto que Salvador Dalí se internó en esta lógica cuando entendió que el rótulo con que firmaba sus cuadros valía por sí mismo. Por eso decía ser divino y ridiculizaba con ello a los fans que iban a visitarle a Cadaqués. Por eso acabó firmando lienzos en blanco. Dalí aprendió a jugar con su propia aura, pero -cuidado-, nunca olvidó que él era ante todo, un pintor, un artista capaz de producir ún puñado de cuadros tan fascinantes como el de Gala mirando al mar del Cabo de Creus tras la ventana. Siempre supo que él "no era" Salvador Dalí, que ese nombre era un fetiche artificiosamente sacralizado para engañar a los crédulos. ¿Por qué no divertirse y ganar dinero a su costa? Se siguen pagando fortunas por cuadros que Dalí sólo firmó y que se sabe positivamente que no pintó... Hizo bien pues en alimentar el fraude, es lo que el mundo merecía.







Pero Warhol fue más lejos. Ni siquiera pretendía ser divinizado como artista. Warhol era un famoso ya desde su aparición. Su leitmotiv fue precisamente la construcción del aura, el diseño del personaje que ahora llamaríamos mediático. Todas las leyendas que se le atribuyen, todo ese círculo vicioso de diletantes que le rodeaban... Todo en Andy Warhol remite a una burla gigantesca. ¿No hay un mensaje oculto tras esa tramoya del culto a la superficialidad y el petardismo que tanto sedujo a los fantoches de la Movida que le lamieron el culo cuando vino en el 83?


Warhol recogía iconos fetichizados por los media, pero no como materia prima, no para reciclarlos y convertirlos en verdadero arte. Tal cosa habría sido imposible porque lo que intentaba demostrar era justamente la indistinción entre lo artístico y lo prosaico a que la cultura de masas abocaba. Dado que cualquier cosa -una batidora, un plátano, una Marilyn clonada en distintos colores- puede ser artístico, también cualquiera puede considerarse artista. Si el mundo futuro -el que ya tenemos, dicho sea de paso- era aquél en que cada individuo tendría derecho a sus quince minutos de fama, habremos de convenir en que tal afirmación es una consecuencia de lo que Warhol había hecho consigo mismo. Aquí no había disfraz como en Dalí. Había en todo caso esquizofrenia, destrucción y reconstrucción de una identidad fetiche, pero no hay un Warhol íntimo y real tras el aura, no hay nada en el artista salvo su fama. De lo que Warhol intentaba advertirnos era del riesgo de no adorar ya sino fetiches. Observen la actitud de los turistas en Florencia ante el David y entenderán por qué, después de todo, Warhol puede haber sido un destino.

2. "Yo soy una máquina". Esa frase de Warhol define un proyecto secreto y perverso. Más allá de la irritante incorrección política a la que tan sanamente se aficiona la cultura gay, se intuye una actitud desafiante que, frente a lo que dicta la corriente liberadora extendida en Occidente desde los sesenta, afirma su "aquí estoy yo" desde una estrategia que imita a la del objeto, lo cual supone la renuncia a tomar posición y poder como sujeto. "Quiero ser mirado, adórame y yo te concederé el honor de desdeñarme". Ese culto a los signos tan rigurosamente femenino, ese juego de simulación, esa lógica misteriosa de la presencia y la ausencia... La única verdadera obra artística de Warhol es Andy Warhol, un personaje, un famoso, un fetiche. No otra cosa han entendido las drag queen o, de forma mucho más siniestra, la maquinaria de producción de famosos in vitro de los reality y los programas de cotilleos.




3. Posh es un personaje secretamente warholiano. Desde que salió a hacer monerías sobre un escenario con las Spice Gilrls, Victoria Adams supo que su designio era la fama. A partir de ahí se trama la construcción de un personaje cuya siguiente estación de paso es la de ser la "esposa de". Si el poder es lo que indica Foucault, la capacidad para influir sobre el pensamiento y la acción de los demás, los Beckam son pura maquinaria de poder. Sólo así se explica que tantos jóvenes se encasquetaran aquellas gafas enormes y horrendas o los trajes blancos espantosos de David. Cuando la pareja adopta un signo -tatuajes, pelos astutamente desarreglados, niños con nombre de barrio- están dándole pistoletazo de salida a una moda que pasa a universalizarse. Hay que ser muy ingenuo para experimentar algún tipo de atracción erótica por un chico tan tonto y tan bovino o por una pija con cuerpo de chupa-chup.


¿Puro plástico? Pero hay algo, un secreto inteligentemente resguardado tras toda esa construcción destinada a seducir y que la gente sigue como rebaño. Entendí algo así con Paris Hilton el día en que me dí cuenta de que se trataba de un personaje parodiado a sí mismo. Paris es ridícula, una mocosa descerebrada que se pone hasta el culo y le enseña las bragas al taxista tras tirarse un pedo cuando sale de una fiesta de yanquis horteras. Paris es la fama por antonomasia, es decir, nada. Pero me decepcionó el día que llegó a Madrid y la "entrevistaron": era tan tonta, tan minusválida mental como parecía.




En Victoria hay un nivel de autoconciencia que la hace interesante. Victoria sabe que el mundo en que ha elegido moverse es estúpido e insolidario. Nada que ver con la ridícula hipocresía de Angelina Jolie que pare en Namibia para demostrar al mundo que los niños de África sufren, nada con la torpeza de Penélope que dice ser actriz y no estrella, o con Madonna, que lleva veinte años sintiéndose un genio del arte y de la provocación con sus mamarrachadas. "Yo soy guapa y famosa, tú no..." Todo se reduce a eso. Posh lo sabe. Su sonrisa irónica, su pose estudiada tras la imagen de lencería, connotan esa apuesta por la estrategia de los objetos que Warhol entendió perfectamente. Ser mirado, ser -en cierto modo- un dios, una reina caprichosa e insoportable, histéricamente delgada y maquillada y peinada y fotografiada...





"Sin tacones no puedo pensar", dijo Victoria. Ningún filósofo postmoderno francés es capaz de sintetizar el espíritu de nuestros tiempos con mayor precisión.