Thursday, December 31, 2015

EL PROBLEMA NO ES PODEMOS

En realidad no lo ha sido nunca, no al menos "el gran problema". Si nos referimos exclusivamente a la cuestión urgente de la gobernabilidad suscitada por el complejo resultado electoral, entonces sí, Podemos y el otro partido emergente, Ciudadanos, han llegado para montar un lío considerable. Pero si lo que nos preocupa de verdad es el bienestar de la gente, entonces me niego a aceptar la especie, lanzada al espacio insistentemente por sus hostiles -sobre todo los afines al PSOE-, de que encontrarnos ahora con sesenta congresistas del partido de Pablo Iglesias es un desastre.

Yo no sé qué tiene que hacer el PSOE en las próximas semanas. Decidan lo que decidan -y hay que reconocerle a Pedro Sánchez que el fuego amigo, es decir, sus enemistades internas, se lo está poniendo muy difícil-, mi pronóstico es rotundo: harán lo que crean que va a lesionar menos la futura supervivencia del partido, y lo presentarán como un acto de reponsabilidad patriótica.

Miren, a mí no me gusta Podemos, hablo relajadamente y sin horror de ellos porque, pese a que comparto algunos de sus planteamientos, no les he votado ni creo que llegue a hacerlo. Me interesa Podemos como fenómeno sociológico, y creo que en el futuro investigar las circunstancias que han rodeado su fundación y su relampagueante ascenso ayudará a entender lo que estaba pasando en la España de la segunda década del siglo XXI.

En cualquier caso me genera una fuerte desconfianza. Sus fundadores arrastran una herencia "escolar" leninista que me inquieta, se diría que dominan con maestría el arte de decidir entre bastidores todo lo que se debe hacer a cada momento en un cenáculo exclusivo para presentarlo después como el resultado de la voluntad popular. Son a menudo ocurrentes y vacuos, se lanzan audazmente a la piscina de prometer transformaciones profundas sin que terminen de explicar si saben cómo hacerlo. No me parece desacertada la crítica de que crecen porque le dicen a la gente lo que ésta quiere escuchar, lo cual, en tiempos como el actual en los que mucha gente en España se siente humillada, alimenta el peligro del populismo. Hay en ellos un componente de insolencia que no me molestaría de no ser porque en situaciones como la de estos días, donde lo recomendable es la prudencia y se debe ser casi quirúrgico a la hora de hablar y de actuar, los podemistas ponen pecho palomo para proclamar sus "líneas rojas", desmintiendo después que sean tal cosa y poniéndole otro nombre, con la misma hipocresía de los partidos del stablishment contra el que se rebelan y tratándonos igualmente como si fuéramos idiotas. Y sí, yo también creo que Pablo Iglesias es un héroe de la tele, y ya sabemos que la telegenia no lo es todo. (¿O sí lo es?)

Podría seguir marcando distancias con Podemos, pero no es objetivo de esta artículo, en parte porque este partido es atacado por tierra, mar y aire sin descanso en estos días, pero sobre todo porque debo insistir en lo que el título de este escrito enuncia: Podemos no es el problema. ¿Y cuál es ese problema? Ahora mismo, sin duda, el proyecto secesionista catalán y la intención de sus actores de que el Estado se debilite al máximo para facilitar la "desconexión". Y ese problema lo es para todos los que pretenden construir legítimamente un gobierno estable, empezando por el propio Podemos, que explosionó electoralmente en las capitales del Principado entre otras cosas por aliarse con la demanda de un referéndum, y que ahora se encuentra ante la imposibilidad de pactar un gobierno con el PSOE, cuyas posiciones respecto al tema catalán son extraordinariamente precarias e imprecisas.

Llega el momento de decirlo: la gente ha votado a Podemos porque esta harta de que le mientan, de que le hagan promesas que no se cumplen, de que le transmitan siempre el mismo mensaje larvado de que en realidad, la política es hoy impotente ante el capital y que lo único que se puede hacer ante un mundo donde cada vez hay más pobres y los ricos son más ricos es resignarse. "Sí se puede", este slogan es una obra maestra del marketing político porque ataca a los rincones más profundos del corazón de ciudadanos que se sienten humillados ante la sensación de que la democracia es hoy una mentira. ¿Significa esto que el partido de Pablo Iglesias "sí va a poder"? No, probablemente no, quizá sea un bluff, pero cinco millones de personas han decidido aferrarse a esa posibilidad por razones que creo que no estamos sabiendo analizar. Son apenas unos pocos menos que los obtenidos por una fuerza histórica tan relevante como el PSOE. ¿Nos conformamos con pensar que esos cinco millones son imbéciles o asumimos de una vez que el 15M y la colosal crisis han abierto un ciclo nuevo en las sociedad española? El problema no es Podemos, el problema es que el dinero está triturando el modelo de representación, en otras palabras, que las instituciones se están descomponiendo ante nuestros ojos y que todo apunta a que o la ciudadanía reacciona o seremos más pobres y estaremos más desprotegidos... Nosotros y nuestros hijos.   

Friday, December 18, 2015

Decía Jean Baudrillard que en las sociedades desarrolladas la política había desaparecido de la escena, dejando sólo su fantasma, todo ese juego delirante de sondeos, debates televisivos y opiniones de tertulianos, como si nos encontráremos ante la final de la liga de fútbol, este año a lo que se ve con más candidatos al título de lo que estábamos acostumbrados. La función de este gigantesco simulacro, consistente en no parar ni un instante de ofrecer señales de vida y mantenernos sobreinformados, es precisamente fingir que todavía existe la representación, ese principio crucial desde el que se identifica la política desde que Rousseau lo enunció en el XVIII. 

El escepticismo de Baudrillard es razonable, pero el autor no llega nunca a dar pistas concretas respecto a cómo salir del bucle, consistente en que nosotros ponemos a los políticos en el poder y ellos nos divierten con el espectáculo de que aún es posible gobernar las comunidades globalizadas, de que las ideologías aún pueden determinar programas de actuación, de que es en definitiva la voluntad general y no el capital el que aún rige nuestros destinos. 

Podría en consecuencia predicar la abstención, pero es que yo -llámenme iluso- no alcanzo las simas de escepticismo a los que llegó el autor de "El intercambio simbólico y la muerte". Tenemos sin duda un problema muy serio con la supervivencia del espacio público, con la política entendida como partidocracia y ejercida por tanto a partir de una maquinaria burocrática destinada a autorreproducirse y no a defender a las personas. Estamos ante una crisis sistémica de proporciones gigantescas, y estoy dispuesto a aliarme con aquellos que sean simplemente capaces de situarse ante esa crisis, asumiéndola como un desafío para bloquear el camino que parece conducir nuestras sociedades hacia el populismo, el fascismo o, lo que acaso sea aún peor,  la dictadura de la indiferencia. 

No sé quién ganó el debate de la otra noche, no sé si Podemos es tan nefasto como predican muchos y me gustaría pensar que la marcha del país cambiaría sustancialmente si en vez de la derecha gobernara el socialismo. Poco puedo decirles al respecto de cuestiones tan urgentes, pero, al modo del mensaje en una botella que el náugrafo arroja al mar, se me ocurren algunas cosillas que he aprendido a medida que me he ido haciendo mayor. Otras son meras pinceladas respecto a la actualidad. No ayudarán a acertar con el voto, pero es que, por más que se autoafirman los candidatos con eso de "vótame y alcancemos juntos el nirvana", no creo que nadie esté en condiciones de hacerlo. Ahí van. 

1. Los paraísos fiscales son el sumidero de la prosperidad; si no actuamos pronto contra ellos sucumbiremos. Las razones por las que no se actúa son sencillas; todo, política y economía, forma parte de la misma red corrupta. Somos los ciudadanos los que, como siempre ha sucedido, habremos de obligar a los gobernantes a acabar con este cáncer devastador. 

2. La Unión Europea fracasa porque está mal hecha de origen. Es ridículo creer que puede haber una moneda única con diecinueve políticas presupuestarias diferentes, diecinueve modelos fiscales, diecinueve modelos de tratamiento de la deuda... O entendemos que Europa se debe comportar ya como una nación o nos devorarán los tigres de Asia y América.   

3. Digámoslo ya de una vez, la mitad de los españoles odia a Catalunya. Como no comparto este sentimiento se me hace difícil entenderlo, pero es una realidad que vengo percibiendo desde pequeñito y que nos empeñamos absurdamente en disimular. ¿Y qué es odiar a Catalunya? Sencillo: actuar exactamente como se está actuando ante el proceso de autodeterminación, es decir, hacer como si fuera un delirio de cuatro locos o, lo que es lo mismo, no hacer nada y esperar a que escampe. 

4. El proceso de "desconexión" es ilegítimo no sólo por ilegal, sino, sobre todo, porque se está pasando por el forro la voluntad de más de la mitad de los catalanes. Un no secesionista podría convencerse de que es aceptable la celebración de un referéndum de autodeterminación, pero no en esta tesitura. Catalunya será un Estado o no lo será, pero jamás lo merecerá de esta manera. 

5. La corrupción es consustancial a esta democracia de baja intensidad a la que el mundo se está acostumbrando. Mientras haya partidocracia habrá corrupción, es muy sencillo establecer la relación causa-efecto. No caigamos en la tentación de hacer caso a quienes, desde estructuras de partido podridas, se defienden de las acusaciones aludiendo a la maldad de unos cuantos sujetos mal controlados. Ahora bien, mientras hacemos ese razonamiento, pensemos en las corruptelas cotidianas a las que se suele decir que los españoles somos muy aficionados. Eso quizá nos ayude a entender que los políticos, pese a todo, están hechos de la misma pasta que cualquiera de nosotros. 

6. El sistema educativo es un fraude colosal. La gente miente cuando dice que los problemas del país se arreglarían mejorando la educación; los políticos mienten cuando pontifican sobre el tema porque saben que los frutos venenosos de sus nefastas decisiones se los comerán otros. No habrá consenso educativo, el Gran Pacto será como el de los yanquis con los indios, es decir, un respiro para legalizar el exterminio. Estoy perdiendo la esperanza. Por favor, señores candidatos, limitense a cargarse la Ley Wert y no hagan nada más, pasen de nosotros, olvidennos. Nosotros nos las arreglaremos en las aulas sin ustedes. 

Friday, December 04, 2015


EUROPA NO SERÁ BLANCA

No creo que a estas alturas caigamos en el pecado del spoiler si platicamos sobre el final de "Gran Torino", acaso la última película de la era dorada de Clint Eastwood. Un anciano llamado Walt Kowalsky, en el que  reconocemos de inmediato un endemoniado carácter y una ideología reaccionaria, vive sólo y sin apenas relación con sus hijos. Un buen día topa con Thao, hijo de la familia de extremo orientales que habita la casa de al lado. El viejo, combatió en Corea, muestra una hostilidad propia de Mr Scrooge hacia estos vecinos y hacia el mundo en general, que a sus ojos ha entrado en una espiral de corrupción de valores irrefrenable. 

A medida que avanza el relato va surgiendo entre el joven y el anciano un misterioso afecto, lo que empuja a éste a intervenir al estilo de un marine cuando aquél empieza a tener serios problemas con una banda del barrio, la cual se dedica a maltratar insistentemente al chico por su empeño en no unirse a ellos y tratar de vivir honradamente. Sabedor de que padece una enfermedad terminal, Kowalski opta por sacrificarse por Thao, provocando su propio asesinato para que los chicos de la banda vayan a la cárcel y éste pueda seguir su camino libre de tales indeseables. El viejo es un héroe, sin duda, pero a su manera el chico también lo es, pues tiene el coraje de vivir con arreglo a los principios morales que le han legado sus padres cuando lo fácil es caer bajo la protección de los grupos de delincuentes. 

Desconozco si el propio Eastwood es consciente de lo que este final propone: los Estados Unidos de América ya  no designan la identidad de un WASP (blanco, anglosajón, protestante), la nación ya es hoy tan de Thao como de Kowalski (apellido por cierto de inmigrantes polacos). Quizá sea en mayor medida de Thao, pues el viejo muere, y debe morir porque su última misión muchos años después de matar "amarillos" en Corea es salvar a la nación dejando que sean los nuevos americanos los que la hereden. 

En estos días hemos sabido que, por primera vez en la historia, España ha bajado del crecimiento cero al que nos habíamos acostumbrado, es decir, están empezando a morir más personas de las que nacen. No hacen falta grandes conocimientos en geografía humana, demografía, economía y otras ciencias por el estilo para sospechar la terrible amenaza que a medio y largo plazo supone un fenómeno similar para un país. No se me ocurren muchas soluciones. Supongo que a algún preboste cardenalicio verá en la ocasión la oportunidad para recordarnos a todos que el condón es un invento del diablo y que debemos fomentar la familia como si criar niños fuera la misión sacrosanta a la que debiéramos entregar nuestras vidas, especialmente si a uno le toca ser mujer. Siempre me sorprende la vehemencia con la que la derecha nacional católica insiste en las loas a la institución familiar -siempre y cuando hablemos de una familia "como Dios manda"- y lo poco interesada que se muestra en fomentar leyes que protejan la conciliación laboral y otras que animen a la gente a plantearse la maternidad. 

No nos calentemos la cabeza. España -y en general Europa- está condenada. Lo está al menos mientras no asumamos que el sueño ese de la "Europa blanca", que a veces pinta algún neonazi descerebrado en las paredes, es un rescoldo de un pasado que ya no volverá. 

Miren, desde hace una década yo tengo en clase alumnos palestinos, senegaleses, guineanos, chinos, finlandeses, australianos, pakistaníes, hispanoamericanos... la lista es interminable. He aprendido cosas. Por ejemplo que hay muy diversas maneras de asumir la condición de musulmán; que los venezolanos no son necesariamente indolentes ni los colombianos pandilleros; que los africanos sufren muchísimo cuando se sienten víctimas de algún tipo de discriminación, cosa que les pasa con frecuencia.

Sí, lo sé, lo extraño y lo exótico generan siempre cierta incertidumbre, ese temor a lo distinto que a veces puede degenerar en hostilidad y xenofobia. Tampoco es mi intención defender esas panoplias del multiculturalismo que tan poco han hecho por integrar a los recién llegados a un gran proyecto civilizador a la europea. Tras la tragedia atroz de París no es popular ahora mismo defender la inmigración. 

Muy bien, pero temo que cuando algunas asquerosas consignas como aquella de García Albiol de "limpiar" su pueblo, se nos olvida que tenemos un problema brutal con el envejecimiento del país, y que si en vez de estigmatizar al extranjero no nos planteamos seriamente la necesidad de una política razonable de asimilación de la extranjería, corremos el grave riesgo de que la nación colapse antes de lo que nos pensamos. Y lo haremos por culpa de quienes más se llenan la boca dándole vivas a España y clamando por la unidad nacional. Lo siento, amigos de la pureza de sangre, España será mestiza o no será. 

Hagan como Kowalski, cuiden de Thao.