Friday, March 25, 2011






EL SEXO







Tengo la sospecha de que en los próximos días este blog va a ser más visitado de lo habitual. No es porque contenga nada especialmente interesante, es que tengo comprobado que la inclusión de determinadas palabras en el título determinan que, aplicados los algoritmos de búsqueda de google, caigan en esta orilla perdida toda suerte de desconocidos. Ocurre si, por ejemplo, uno incluye términos como "Joaquín Sabina", "Marilyn Monroe" o -no es broma- "Francisco Camps".

Creo que, por ejemplo -y disculpen la inmodestia, pero mi abuela ya murió- estuve razonablemente inspirado en un post de hace tiempo al que titulé "Octubre"http://lacuevadelgigante.blogspot.com/2008/10/octubre-bajo-la-amenaza-de-gota-fra.html , pero no recuerdo que registrara un elevado número de entradas.







Sin embargo, tengo comprobado que si soy estratégico en el título recibo numerosas visitas, aunque luego el post sea una sarta de gilipolleces. Por eso, me barrunto que titular "El sexo" va a incrementar el número de visitantes, y no les digo nada si me diera por llamarlo "Conejos rabiosos" o "Zorras en celo". Lamentablemente no va a servir para aumentar el número de mis lectores de calidad, pues, en cuanto se dejen caer y comprueben que no he pirateado la foto de una moza con dos tetas como dos capazos que se acaricia lubricamente sus partes, abandonarán rápidamente esta página tan sosa con rictus de desprecio y el fastidio de haber perdido unos segundos que, para internautas avezados, constituyen un por lo visto todo un tesoro.

Pero no. Resulta que lo del título viene a cuento porque ayer mismo por la mañana visité junto a mi mujer el hospital para conocer el sexo de nuestro hijo. Al saber que no va a ser hijo sino hija, me vino a la cabeza inmediatamente aquella imagen final de una de mis películas fetiche, El Doctor T. y las mujeres, de Robert Altman. El protagonista, ginecólogo de profesión, tiene unas relaciones algo tormentosas con el género femenino. Tras abatirse un huracán sobre la ciudad, va a parar volando dentro de su coche -recordemos a Dorothy y El mago de Oz- a una pequeña aldea perdida en un desierto mexicano. Dos lugareñas, al descubrir que lleva bata y estetoscopio, le cogen del brazo y le llevan a una cabaña donde hay una parturienta. El Doctor T., que siente haber fracasado como marido, como amante y como padre de sus hijas, se pone manos a la obra de inmediato en el único terreno de la vida en que se siente cómodo. Cuando aparece la criatura le mira la entrepierna y empieza a carcajearse: resulta que es un niño. Qué alivio.








La vida no me ha deparado la misma ironía, sino la contrario -el destino siempre ironiza con nosotros, con nuestros deseos y nuestros prejuicios- pero tengo exactamente la misma sensación que el Doctor T. respecto a mis relaciones con las mujeres. Con los de mi propio sexo suelo entenderme mejor. Los varones -si me dejo llevar por el tópico- están bien: les gusta el fútbol, leen tebeos de guerreros, haces con ellos concursos de pollas y no se ofenden a la primera broma, sino que, en todo caso, te sueltan dos hostias como dos panes, que es una cosa muy edificante que aprenden en cuanto llegan a la guardería y los demás niños les hacen entender que en la selva el depredador recula solo si le muestras los dientes. Todo esto es mentira, o verdad, no lo sé, pero hay algo incuestionable, y es que, en cualquier caso, prefiero a las chicas, qué vamos a hacerle.


Pero lo de los tópicos no está sólo en mí. Cuando comunicas a tus allegados el sexo de tu futuro hijo uno escucha más o menos siempre cosas similares. Si dices que es un niño, la gente te razona que son menos problemáticos, que es más fácil tratarlos, que enferman menos... Si es una niña, te dicen que son más cariñosas, que no dan tanto trabajo, que son menos revoltosas. Está bien, pero -¿saben?- algo que he aprendido en la vida es que nada está escrito y que cualquier previsión deberíamos hacerla con la boca bien pequeñita o directamente ahorrárnosla, al menos cuando se trata de prever comportamientos humanos. No sólo son farsantes los que publican horóscopos, lo somos todos en la medida en que creemos poder someter el laberinto de la vida a los corsés de las generalizaciones previsibles. Así es cuando le decimos de forma petulante al vecino que su hijo será tal o cual otra cosa o que el mundo va en tal o cuál dirección.





Nada está escrito. Hoy mismo, viendo un capítulo de Mad men, descubro que en los años sesenta se daba por hecho que la Nasa proyectaba fabricar robots que viajarían al espacio para no arriesgar vidas humanas. O recuerden aquel hilarante capítulo de Los Simpson en que un sabio de los años setenta muestra al público una nueva y sofisticada supercomputadora que ocupa varios pisos de un enorme edificio de la administración norteamericana. "¿Les parece grande, eh? Pues en el futuro serán muuuuucho más grandes". Un crack el tío, sí, más o menos como los gurús neoliberales de las finanzas, que no se dieron cuenta del que la economía mundial estaba al borde del colapso. O todos esos novelistas que situaban un mundo lleno de androides replicantes y naves espaciales en el año 2001, o en 1984, o en 2012. Yo creo que la previsión más sensata es que la que encuentra en la bola de cristal las mismas gilipolleces y las mismas debilidades en los humanos de dentro de cincuenta años que las que hemos tenido siempre.

No seré cómo será mi hija. No sé qué será de todos nosotros.





Pero me ha gustado verla ahí en el monitor del ecógrafo. Ese latido tenue pero enérgico, esa misteriosa manía de venir al mundo... El inagotable enigma de la existencia... No dejaré nunca de maravillarme ante ello.





Tuesday, March 15, 2011












ANTE EL HORROR








1. No sé qué suerte de vínculo existe entre el paseante solitario y los kanjis que requieren la atención desde las alturas. Entendemos que ese escrito es la traducción del SOS que se perfila levemente a su lado, una petición de ayuda en forma de helicópteros porque, a escasa distancia, hay gente que intenta escapar a las aguas del tsunami o salir de entre los escombros de una aldea destruida... Pero también podríamos maliciarnos que el autor es un joven frívolo, indiferente al dolor, que aprovecha la certeza de que la zona se ha llenado de reporteros buscando imágenes impactantes para que todos sepamos que sigo amándote, Kumiko. Hay algo seductor en esos ideogramas, esa extraña belleza de lo que para el ajeno resulta absolutamente indescifrable y en lo que, sin embargo, presume un enorme poder de significación. Más allá o más acá de nuestra fragmentación fonética, el kanji simboliza desde la integralidad del concepto, de tal manera que sólo se puede ser un iniciado para leer el japonés.



No es sorprendente que el del calígrafo haya sido tradicionalmente uno de los oficios más respetados. La representación del kanji no admite descuido ni dejadez, esa inobservancia que correspondería a un bárbaro si tratara de imitarles. Los japoneses parecen ser así para todo: observantes, metódicos, delicados. Son cuestiones esenciales el tamaño del ideograma, las distintas direcciones que -incluyendo la diagonal- siguen las rectas, la pulcritud de las rayas... Para decirlo de una vez: la escritura en Japón es un ritual... De alguna manera, el de dibujar las palabras constituye un acto honorable en sí mismo. Y sus destinatarios son los demás hombres... pero también los dioses.













2. Alguno de los trolls del blog de Justo Serna acusa al blogger de desatender el dolor de los japoneses. "Con la que está cayendo y usted hablando de cine, o de series de la tele, o del último libro de tal ..." Pero, en realidad, no hace falta un terremoto de grado 9 en el Japón para que cualquier pobre diablo se permita el lujo de someternos a ese chantaje: la que está cayendo cayó ayer, y mañana volverá a hacerlo, y tendrán que explotar en cadena varias centrales nucleares del norodeste japonés para que podamos legítimamente horrorizarnos por el desastre tanto como habríamos de hacerlo por las matanzas de los mercenarios de Gadaffi, las hambrunas del cuerno de África o el dolor de los habitantes de las habitaciones de los terminales en la sección de oncología del hospital que hay a unos metros de mi casa.


¿Cómo he de distribuir mi horror? ¿Cómo otorgar proporciones equitativas a mi llantina? ¿Quien habrá de cuantificar el vigor y la sinceridad de mi conmiseración para que se me admita entre los justos? ¿Debo dejar de ver partidos de fútbol y de hacer el amor esta noche o me bastará con rezar? Quizá sólo podamos encender velas... si aún creemos en las velas.











En el chantaje del hipócrita troll resuenan -a modo caricaturesco- los ecos de una llamada mucho más seria: Adorno se preguntaba si era posible seguir escribiendo poemas después de Auschwitz. Debemos pensar contra Auschwitz, educar a los niños contra Auschwitz, pero es falso que estemos obligados a opinar sobre el dolor de los demás. Acaso ni siquiera podamos ponerle palabras al pavor nuclear, ese del que también participamos en estas horas en las que sospechamos que el gobierno del Japón no controla los riesgos de la central de Fukushima.



3. Pero sí ha de haber debate, desde luego que ha de haberlo. Un rufián acusaba hoy a los ecologistas y a los rojos en general de estar deseando que sobrevenga una catástrofe como ésta para poder confirmar sus teorías respecto a la maldad de la energía atómica. Aterra contemplar un mapa de las centrales nucleares del Japón. ¿Era imposible prever la acción combinada de un terremoto de grado 9 y el desastre de un devastador tsunami? Yo creía que eso de la seguridad consistía precisamente en eso, en ponerse en lo peor y eliminar los riesgos.




Se me ocurre pensar qué hubiera podido pasar en España en una situación similar. Aquí no puede ocurrir, Carlos Taibo tituló así uno de sus mejores ensayos. "Si aquí se diera una situación similar ya estaríamos teniendo que dar por perdida una provincia entera", me dice un compañero del seminario de Física. Joder, qué miedo da todo esto.














4. En un reportaje sobre la bomba de Hiroshima escuché algo estremecedor de un viejo superviviente que se salvó por encontrarse a cinco kilómetros de la ciudad cuando pasó el Enola Gay sobre la ciudad. Tras la terrible detonación, cuya onda expansiva le hizo volar desde un lado a otro de la habitación donde se hallaba, pasaron unas horas de angustioso silencio. De pronto, por un lindero del bosque, vio cómo se acercaba algo que se parecía a un ser humano. "Mi primera sensación fue que se trataba de uno de esos monstruos deformes de los bosques como los que aparecían en los viejos relatos japoneses que se contaban cuando yo era niño". Era, por supuesto, un hombre -o más bien su despojo- que huía del infierno con las fuerzas que le restaban. "Cayó ante mí y murió. Tardé mucho en entender qué sucedía".




5. No entendemos por qué los japoneses sonríen incluso en el mayor de los horrores. En algunas de las fotografías que nos llegan aparecen mirando a la cámara y sonríen. Pero hay aquí un lost in traslation. La leve sonrisa y el pronunciar un leve Hai forman parte de la delicadeza de los usos sociales del Japón. Pero ni la sonrisa indica felicidad -expresar felicidad resulta tan obsceno como expresar dolor o miedo- ni "Hai" significa "Sí", aunque eso sea lo que la traducción literal nos da a pensar.





6. El imaginario de la catástrofe nuclear forma parte de la cultura del japonés contemporáneo. En el sexto de los sueños de Akira Kurosawa, el film testamental del maestro de maestros, se nos relata la pesadilla de un Fujiyama incandescente por una serie de explosiones atómicas. Podemos pensar que aquel viejo manejaba traumas antiguos ya superados por las jóvenes generaciones de la isla.








Pero no es cierto, Kurosawa avisaba, nos avisaba a todos.











Friday, March 11, 2011







...DONDE CRECEN
LAS CRUCES DE HIERRO.




1. La cruz de hierro (1977), siempre termino regresando a esta película, pero creo que sólo ahora sé la razón. No es una obra maestra sino, en todo caso, eso a lo que suelen llamar un film "de culto". Algunos de sus recursos estilísticos, que tanta polémica crearon en su momento hasta el punto de hacerle ganar a Peckinpah el sobrenombre de "Sam el Sangriento", dan a pensar que el film no ha terminado de envejecer de la manera deseable, acaso por esa un tanto efectista espectacularización de la violencia por la que la gente la recuerda. En cualquier caso tiene momentos sublimes y, sobre todo, el coraje de acudir en medio de un paisaje tan muscular como el bélico a algunos de los temas más básicos y universales que preocupan al ser humano desde siempre, hasta el punto de dotar al relato de perfiles shakesperianos.


La acción transcurre en la Península de Crimea, claustrofóbico foco de intensísima actividad militar en aquellos meses en que empezaba a barruntarse la derrota de Hitler. Ante la irreversibilidad de la invasión soviética, la tropa se ha replegado a posiciones defensivas. El bunker donde nos encontramos a los protagonistas, todos ellos soldados del Reich, parece haberse convertido en la cocina del infierno, sometida a un bombardeo inmisericorde por parte del ejército de Stalin.





El Capitán Stransky es un tipo sin escrúpulos, capaz de cualquier felonía con tal de no volver a casa sin la máxima distinción honorífica del ejército alemán desde tiempos del Kaiser: la Cruz de Hierro. Así, afirma haber encabezado un ataque suicida sobre las posiciones enemigas en el que no llegó a participar, intentando con ello convertir un acto de cobardía digno de un consejo de guerra en uno de heroísmo merecedor de los máximos honores. Es en realidad el Sargento Steiner quien ha encabezado la operación. Definido -con una mezcla de inquietud y respeto- por los altos oficiales como un "mito" entre la tropa, Steiner (un impagable James Coburn) es el tipo al que encargan las faenas más osadas y desagradables, aunque como en el caso que refiero, son otros los que terminan atribuyéndose los méritos.




En los insuperables últimos minutos del film, con el ejército diezmado y las posiciones nazis al borde de la rendición, Steiner, pese a encontrarse cargado de razones para matar a Stransky, decide entregarle un arma y le reta a salir del bunker a campo abierto en medio del infernal fuego enemigo. El diálogo consiguiente ha quedado en mi memoria:


-"Acepto el desafío, Steiner", contesta el Capitán Stransky. "Ahora le enseñaré cómo combate un aristócrata prusiano."

-"... Y yo ahora le enseñaré dónde crecen las cruces de hierro", contesta el Sargento.




2. A veces, cuando escucho a un político atribuirse conquistas en el terreno educativo, me acuerdo de esa escena. Les cuento un secreto. En una ocasión vino al Instituto recién inaugurado nada menos que el ilustrísimo President de la Generalitat. La entonces directora del IES se puso muy mona y nos convocó para que siguiéramos escrupulosamente el protocolo de la visita y no sucediera nada que nos hiciera quedar mal ante el aristocrático Stransky, que nos honraba con su visita. Recuerdo que se me pasó por la cabeza por qué cojones había que "quedar bien" con Stransky-Camps, pues yo, que soy algo infelizote, siempre he pensado que eso de pelotear a los jerifaltes es cosa de sistemas autoritarios y que en democracia a uno los derechos le dan la opción de ser descortés y hasta insolente con ellos si le da la gana. Pero bueno, allá estábamos -cual pueblerinos de Bienvenido Mr Marshall- reunidos con motivo de tan trascendente acto.


Resulta que en aquel momento teníamos un alumno al que los profesores apodábamos Chan Kai Chen. Ustedes no pueden imaginar cómo era Chan Kai Chen y lo edificante que para la autoestima de un profesor resulta intentar dar una clase de matemáticas en un aula donde te encuentras personajes como aquél. A una profesora le explicaron que el Honorable Stransky pasaría por su aula a las 10, hora en la que justamente ella estaría impartiéndole clase al grupo de Chan Kai Chen.


-"Quizá no lo habéis pensado, pero éste es capaz de cualquier cosa", comentó la profesora.

-"Tranquila", le contestó con gran sentido de la profesionalidad la Directora, "... a Adolfo..."(nombre auténtico del interfecto) " te lo saco del aula yo para que no lo vea Camps".






Estalló una carcajada general entre el traumatizado grupo de profesores: era la primera vez que un miembro del claustro iba a recibir la gracia de no tener que aguantar a Chan Kai Chen en su aula. Podía amenazar, agredir, insultar, tirarse por el suelo gritando "soy una araña, soy una araña", pero fue la visita del Honorable lo que la afortunada le permitiría librarse de Chan Kai Chen durante un ratito.





Se me pasó por la cabeza en aquel momento una maldad. ¿Por qué sacarle del aula justamente entonces? ¿No hubiera sido mejor, si los políticos quieren informarse realmente de lo que sucede en los establecimientos educativos, que ayudáramos a Camps a conocer cuál es la verdadera situación de nuestras aulas? Unos minutos antes de descubrir la placa inaugural del Centro hubiera podido conocer a Chan Kai Chen, quien acaso hubiera exhibido ante aquel tipo atildado su repertorio habitual de actitudes indecentes y simiescas.


Adivinen lo que, al modo de Virgilio guiando al Dante por los infiernos, le hubiera dicho yo al entrar en el aula:

-"Pase, Honorable, le enseñaré dónde crecen las cruces de hierro"

Saturday, March 05, 2011









POR QUÉ LA GENTE
YA NO AMA AL REAL MADRID




Hubo un tiempo en que resultaba sospechoso odiar al Real Madrid. Había que ser un catalán resentido y victimista o un sedicioso comunista -de esos que asociaban al Madrid con el franquismo- para no admirar a aquel equipo que se paseaba majestuosamente por Europa. "¡Oh, Rial Madrid! ¡Rial Madrid!". Esto le decían emocionados a mi padre en el año 62 sus vecinos alemanes en Hamburgo o Dusseldorf, donde no parece que los españoles -aquellos inmigrantes del sur de los que se decía que olían a ajo- tuvieran demasiadas cosas de las que presumir. Mi tía Ana, que siempre ha sido bastante directa para todo, me confesó recientemente la profunda melancolía que le invadió aquella mañana del 64 en que, regresada de aquellas tierras, salió a las calles de Madrid: "... aquella gente tan pobre y tan mal vestida, aquel país tan triste y apagado... Con la alegría del regreso y, ya ves, pensé seriamente en subirme de nuevo al tren y no regresar jamás a mi país."






Sólo quienes han experimentado esa vergüenza, ese complejo de inferioridad que se adhería a los huesos tanto como el frío del puerto de Hamburgo o de los sótanos de las fábricas Telefunken de Berlín, saben por qué para los españoles era tan importante que el Madrid siguiera ganando año tras año la Copa de Europa. Es una mezquindad pensar que era tan solo la solidez del Régimen lo que se ventilaba tras aquellas glorias deportivas que tanto regocijo causaban en el Palacio del Pardo.

Alfredo Di Stefano. No recuerdo un sólo día de mi vida sin conocer ese nombre, sin encontrármelo envuelto entre leyendas. Hasta el punto de que ahora, cuando veo a ese anciano al que la gente que sabe parece reverenciar, creo más bien encontrarme ante una figura de ficción, la sombra decrépita pero imponente de un cantar de gesta, una historia tan lejana que ya solo parece digna de conocerse a través de los romances.

El Madrid que yo conocí, aquel de Pirri, Santillana y Juanito, era bastante menos homérico, un equipo pret a porter que se pasó treinta años sin rascarla en la Copa de Europa y se conformaba con las competiciones domésticas, con lo que hacían permanentemente rabiar al enemigo catalán, lo que no debía parecerles poca cosa. Yo siempre presentí alguno de los resabios de la gloria pasada en aquel equipo cuya camiseta, como el traje de Superman, pesaba plomo que paralizaba a quienes no merecían enfundársela, pero daba alas y hacía mejores a quienes sí sabían estar a la altura... O aquello del "miedo escénico", que llegó a originar un sesudo artículo de Jorge Valdano en la Revista de Occidente y que, supuestamente, convertía el Santiago Bernabeu en "tierra hechizada", como si las almas de los guerreros retirados se abalanzaran sobre la hierba para volver invencibles a sus herederos y paralizar de terror a los rivales. Esto es prosodia, desde luego, pero el fútbol -como cualquier otra cosa de la vida- sólo merece la pena por lo que, a veces, tiene de prosodia.








Aquellos tipos malcarados y con piernas de madera como Pirri, Camacho o Santillana no daban bien en el traje y no eran, posiblemente, excepcionales futbolistas, pero uno sabía que cuando jugaba contra ellos tenía que pasar poco menos que por encima de sus ancas si quería derrotarles. No tenían glamour, desde luego, no hay más que acordarse de la cara tumefacta con la que Camacho regresaba al campo cuando le acababan de partir la ceja y le rodeaban la cabeza con una venda para que el árbitro no viera el chorretón de sangre que manaba... De acuerdo, pero aquella gente, acaso llegada a la capital desde pueblos de labriegos de la meseta, sabía siempre estar a la altura de un estadio donde lo único intolerable eran la desidia y la cobardía.
Ya no queda nada de todo aquello, absolutamente nada excepto un recuerdo del que a veces alguien intenta hacerse eco cuando se descubre que con el glamour y el talonario no se ganan títulos -"el espíritu de Juanito", rezaba una pancarta del Bernabeu recientemente-.






Cuando llegó a la Casa Blanca, Florentino Pérez -uno de los hombres más ricos y poderosos de este país- declaró su intención de "conducir al Madrid hacia la postmodernidad". Quienes no tienen demasiado tiempo para leer a Lyotard o a Jameson no manejan con demasiada precisión ese término, pero me aventuro a suponer a qué se refería el bueno de Florentino con aquella consigna tan peculiar: creación de una "imagen de marca" ( una lovemark o "marca de amor", se dice en el mundo del marketing) con potencial universal al modo de Nike o Coca Cola, inversiones monstruosas, búsqueda de fuentes de financiación en el terreno de la imagen... "El Madrid es como Disney, pero todavía sin explotar". Florentino entendió desde el principio que la oportunidad del negocio -porque estamos hablando de negocios, conviene no olvidarlo- estaba mucho más del lado del simulacro que de la realidad. En otras palabras, la urgencia del Madrid en la Era del Espectáculo no era hacer un equipo que ganara partidos, como siempre se hizo en el pasado, sino adquirir supuestas estrellas que permitieran seguir alimentando la leyenda, pero no desde el terreno de juego, pues éste ya sólo sería la excusa para otro tipo de sugestión mediática, en la misma medida en que la casa de Gran Hermano es la excusa para que la televisión fabrique ídolos que nos cuenten si les acosaban de pequeños, acepten ser insultados y vejados en las noches de Tele Cinco o enseñen las tetas en Interviú. Dice Vicente Verdú en El capitalismo de ficción:










Lo nuevo precisamente ahora en el Real Madrid es que desde 2002, coincidiendo con su centenario, pasó decididamente a la economía del espectáculo. Hasta entonces el Real Madrid fue deudor de su historia, pero después ha pasado a presentarse como acreedor. Consecuentemente, el Real Madrid no juega con su equipo, sino con la explotación de "la leyenda". Para ello necesita aprovisionarse de jugadores mito que realimenten la rentabilidad de la fantasía. Un Madrid que ganara sin jugadores mito podría agradar a la afición local pero es dudoso que mantuviera su cotización en el globo.


"La afición local", los hinchas de los clubs de fútbol, empezando por los del Madrid, no han entendido que ya sólo son figurantes que sirven a un propósito televisivo, por más que la televisión no pueda ocultar el hecho de que en esos partidos insufribles de las diez de la noche en pleno invierno el estadio está medio vacío. No se trata ya de complacer al graderío, quizá ni siquiera de ganar títulos... Esa es una neurosis propia de aficionados que no han entendido todavía el sentido de la posmodernidad. De lo que se trata es de que Beckam juegue en el Madrid y que Victoria pose en la Pasarela Cibeles.

El problema de vivir en el simulacro, de habitar esta lógica de signos que no remiten sino a sí mismos en el círculo vicioso de los media, es que la realidad desde la que se forjaron deja ya de sustentarlos, y se aleja más y más hasta desaparecer en la fría sugestión de los museos y la sala de trofeos. Durante décadas yo oí decir que el Madrid era un club señor. Que un patán como Mourinho genere en el madridismo tantas adhesiones explica por qué el Real ya no es ni remotamente lo que fue. Sólo al precio de una lamentable falta de lucidez puede ilusionarse uno tanto con un tipo tan desagradable, engreído y avinagrado como para no entender porque hoy al Madrid lo detestan en todos los estadios. ¿Se silba a Cristiano Ronaldo porque se le tiene envidia? No, se le silba porque su imagen resulta irritante. Hace falta un mapa moral muy pobre para despreciar al técnico rival porque entrena a un equipo modesto como el Málaga -como estos días ha hecho Mourinho- o para preguntarle a un rival "¿tú quien eres? o ¿cuánto cobras?" -como recientemente hizo Cristiano Ronaldo-.






Pobre Rial Madrid, ya sólo tiene dinero.