Friday, December 25, 2009





CREER Y NO CREER
Dice el tonto a las tres de Cristo Mejide "sed buenos, pero no idiotas". Es su manera de justificar el programa que hace en la tele, divertido en ocasiones porque raja despiadadamente de todo bicho viviente -más o menos lo mismo que hacemos todos cuando nos juntamos y hablamos de cómo van España y el mundo-, pero que llega a hastiar y a resultar un poquito plano cuando compruebas que las razones con las que pone a parir a alguien se convierten en las opuestas cuando hay que meterse con otro, o sea, que el rollo es pelar a todo Dios y embolchacarse con ello una buena pasta. Profetizo al amigo Mejide pocos años de supervivencia televisiva: cuando solo se sabe ser un cabrón se termina aburriendo al personal, por más que sea justamente esa condición la que le ha puesto en la pomada. Todo cansa.


Pero ahora me asalta una angustiosa incertidumbre: ¿no será que yo tampoco sé hacer otra cosa que rajar de todo y de todos? "¡Soi uno detructore!", gritó en una ocasión una folklórica a los paparazzi que la acosaban día y noche a la puerta de su casa. ¿No seré yo también un Mariñas de la vida? Quizá me refugio en la sana lucidez filosófica del escepticismo para disimular que, en realidad, lo único que sé es destruir. Digo todo esto porque, en medio de la Navidad, descubro que no es mentira eso de que a la gente le entra un espíritu algo hipocritón y un poquito cursi y empalagosillo cuando conmemoramos tan entrañables fechas. Ver que verdaderos hijos de puta te desean feliz navidad con sonrisa beatífica como si se lo creyeran es toda una experiencia, como el del noveno piso de mi bloque, quien me felicita efusivamente mientras pienso "paga lo que debes a la comunidad, pedazo de mierda y métete tu felices por donde yo te diga".




Hay quien se toma tan en serio esta bonita época del año que podríamos hablar tranquilamente de un "síndrome de la Navidad Interminable". Es el caso del actor Antonio Ozores. Según cuentan, el tipo tiene la casa permanentemente decorada con miles de motivos navideños, todos los que ha podido ir recogiendo a lo largo de su larga vida. Duele a la vista y al alma pensar en dejarse caer por casa de un caballero que tiene papás noeles de estuco, bolitas doradas y velas de colorines delirantes en pleno agosto. "Habitar para siempre el espíritu de la Navidad, ese es el mundo de paz y concordia con el que sueño, un eterno reino navideño." Seguro que el tío dice alguna cosa por el estilo y se queda tan pancho. Yo, que siempre he pensado que las pesadillas consisten en la repetición machacona e inmisericorde de lo Mismo, no imagino nada peor que una Navidad que no se marchara. Es lo mismo que me pasa con el verano o con las Fallas, que las soporto solo porque sé que están un rato y luego se marchan.





Bien es cierto que no todo el mundo sabe guardar las formas. Tengan ustedes la ocurrencia suicida de deambular en estos días por una gran ciudad con el coche como me tocó a mí ayer a media mañana. Es el efecto del viernes, que paradójicamente la gente se estresa y se vuelve agresiva más de lo habitual ante la cercanía del descanso, pero elevado a la ene potencia, de manera que uno no sabe si la gente va a comprar viandas y regalos a la Calle Colón o a pelearse con media humanidad. Me hizo pensar la situación que les relato. En uno más de tantos embotellamientos, una chica joven y guapa, muy bien vestida, maquillada y con pelo de peluquería, salió de su coche, corrió femeninamente -que es como con zancos y con los brazos extendidicos- y se abalanzó ante mi sorpresa sobre el taxi que tenía delante para empezar a soltar desgarradores alaridos "-¡¡¡¡¡HIJO LA GRAN PUTA!!!!- mientras arañaba con sus uñas de porcelana roja los cristales. Regresó al coche y siguió adelante con cara de "soy un lujo para esta ciudad", qué mona. Vamos, que la violencia es un clásico de la Navidad tanto como lo son los buenos deseos de paz, qué enrevesada es la vida, joder.


Pese a todo debemos absolver a la Navidad. Es cierto que celebramos una cosa en la que no creemos, pero eso es más o menos lo mismo que pasa con el matrimonio o con la educación, y sin embargo la gente sigue casándose con la sonrisa en la boca y enviando a los niños a la escuela. La prueba es que, por lo general, no hacemos mucho más que comer, beber, comprar cafeteras inútiles en el Corte Inglés, pelearnos y matarnos con el coche en Nochevieja.

...Y, sin embargo, yo veo que mi madre está contenta de que estemos todos al cordero... conque nihil obstat.

Además, ya descubrí hace muchos inviernos que es la ilusión lo que sostiene esta bola giratoria llamada Tierra sobre sus goznes. Puede parecer poca cosa, pero lo que hace realmente valiosa la vida no son las cosas buenas que nos pasan, los éxitos, las pruebas superadas... es más bien la promesa, la luminosa alegría de creer, esos momentos tan dulces que nos detienen en las estancias de la espera. Ese es el único espíritu de la Navidad en que me doy el derecho a creer.





En el peor de los casos, es suficiente motivo para mantener engañados a los niños con los Reyes Magos... Consumismo y todo lo que ustedes quieran, sí, pero es la única conspiración universal en la que vale la pena participar.



Friday, December 18, 2009






NAVIDAD








Si tengo la desfachatez de sentirme más cerca de la verdad que cualquier creyente es porque entendí desde el principio que este suelo al que hemos sido arrojados sin permiso es un laberinto. Las personas religiosas -y hay personas religiosas en los templos tanto como en las universidades o las oficinas- son aquellas que demandan una respuesta simple al enigma de la existencia. El nacimiento de Cristo viene a proporcionarnos una de ellas. Quien comulga solo automedica su angustia con un placebo, no porque Dios no exista -cosa que me preocupa bien poco-, sino porque va listo si cree que es posible conjurar su mal con un objeto inerte cuyas propiedades mágicas vienen dadas por rituales de magia tan ridículos como los del hechicero de las tribus de Tarzán.


No intento hacer profesión de fe atea, es demasiado fácil limitarse a decir que todo esa historia del Crucificado y la salvación prometida no es más que una leyenda. Y lo es, desde luego, los sacerdotes lo han sabido desde siempre, por la misma razón que han sido los monarcas los primeros en saber que el Poder era una mentira útil, de ahí que solo ocuparan el trono a condición de hacer de guardianes de un secreto que bajo ningún concepto habría de revelarse. Y ese Gran Secreto es el de una Ausencia: la gran pregunta por el Ser es en realidad la Pregunta Sin Respuesta. "¿Por qué el Ser y no más bien la nada?", se pregunta Heidegger, sabedor de que la verdadera Filosofía no consiste desde Parménides sino en esa pregunta desde la que se constituye todo sentido posible. "No me abandona ni un instante la sensación de perplejidad ante la existencia", dice Cioran. No digo que la existencia sea un sueño ni ninguna de esas viejas baladronadas de la tradición académica de la filosofía, lo que digo es que la existencia carece de sentido, y que solo es justamente posible existir precisamente por ello. Esa es la desgarradura que habitamos.


"Tu modo de pensar es gélido, yo no podría vivir así", me dijo Z en el colegio de curas donde tan pocas veces nos hablaron del cielo pero tantas del Poder Temporal, ese reino de Dios en este valle de lágrimas. Pero es la vida de Z la que hoy resulta triste y gris, no porque él crea en Dios, dado que algunas de las más envidiables aventuras existenciales se las he conocido a quienes peregrinaban por remotas sendas a la búsqueda de su propia santidad... Z es la encarnación del hastío porque Dios es la excusa que se ha dado para consumar su verdadero primer instinto: el de obedecer para siempre, el de no hacer preguntas, el de reprimir cualquier sombra de perplejidad o fascinación. Aún me entra una pequeña arcada pre-suicida cada vez que me lo cruzo por el barrio.


¿Por qué entonces, en vez de celebrar el Nacimiento del Salvador no nos dirigimos a Él en serio y sin mediadores ni placebos? Acaso mejor preguntarle por qué sucumbimos a la tentación de existir, por qué nos agitamos irremediablemente sin deternernos -como los deprimidos, o mejor, los bufones- por la mañana, mirarnos fijamente al espejo y estallar en una carcajada atronadora. No es el Nazareno quien puede salvarnos, pobrecito: es el Humor, único Islam infiel contra el que el universo entero sigue lanzando su Cruzada. El Humor es la única forma pura de Resistencia, es a Él a quien deberíamos celebrar.

Ustedes me permitirán que les felicite la Navidad con una inquietante cita de un resistente, no mas inquietante que la decisión que inconscientemente tomamos cada día de seguir en el mundo, qué irresponsables.


"Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle,
¿cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo ? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso."


Es de Cioran, sí, diríase que hacer caso de esta idea habría de angustiarnos o deprimirnos, quizá debiéramos incluso encolerizarnos con su autor y dejar de hablarnos con él para siempre. Y, sin embargo, es una extraña paz la que me asiste cuando vuelvo a ella, como si, asumida la imposibilidad de encontrar respuesta a todas mis perplejidad, hubiera encontrado al fin la manera más distinguida y noble de expresarla. Feliz Navidad.

Friday, December 11, 2009





MÈS QUE UN CLUB









Empecé a tomarme en serio el tópico del Oro Catalán con apenas ocho años, cuando mi padre me llevó a Mestalla para ver un partido contra el Barça. Aparte de su vistosa camiseta, aquel equipo clasificado entonces en la zona baja de la tabla no había de transmitirme nada en especial... excepto por un detalle. Ese detalle terminó convirtiéndose en algo muy grande, y muy temible, como descubrí aquella noche: se llamaba Johan Cruyff. Era un tipo delgado y su corte de pelo tenía un aire pop que a duras penas copiaban los todavía algo paletos futbolistas españoles, criados en la posguerra a golpe de cartilla de racionamiento y con pinta de calzarse botas de fútbol solo después de haber abandonado el azadón. Cruyff me deslumbró absolutamente. Era como si jugara en otra liga, a otra velocidad, como un extraterrestre. Los defensas rivales no llegaban ni a verle, tenía una mente tan rápida y una cintura tan prodigiosa que no eran siquiera capaces de abatirle a patadas. Supe quien era cuando él sólo se cargó al Valencia con dos goles maravillosos. Los contrarios no llegaron a entenderle, pero en cuanto sus compañeros empezaron a acostumbrarse a jugar para él el Barça se salió. En su visita a Chamartín, esa misma temporada, causaron el destrozo más grande en la historia de ese estadio, con aquel holandés irritante liderando un 0 a 5 terrible ante la mirada asombrado del mismísimo Santiago Bernabeu y con medio país -la media España de fe madridista- ofendida ante tanta infamia.







El fichaje de Cruyff le costó una fortuna al Barça, a sumar a los cincuenta millones de pesetas de sueldo por temporada, una cifra astronómica que el club pagaba con orgullo, como una señal de poderío que se emitía al exterior con la intención de asustar, y a los correligionarios con la intención de generar autoestima. En el colegio te pedían cincuenta cromos por el cromo de Cruyff; también era cosa de orgullo pagarlos.
Nunca el Barça ha llegado a arrebarme tanto como entonces, ni siquiera con Maradona, ni siquiera con el dream team -precisamente dirigido por Johan, ya como entrenador-, tampoco ahora, cuando bajo la dirección de Guardiola parece en el mejor momento de su historia.




Pero si me ha dado momentos irrepetibles. Por ejemplo aquella tarde en que Joan Gaspart, al acabar un partido con derrota dolorosa, fue abucheado por los cien mi culés que asistían al Nou Camp tras una dolorosa derrota. En vez de ahuecar el ala, tal y como le suplicaba la nieta de Casaus, él optó por permanecer en el palco, como un Santo Job, la cabeza agachada en acto de contrición y los ojos llorosos, como diciendo "humíllame, plebe, me lo merezco, sólo yo soy el culpable de este deshonor". Obviamente no dimitió, pero aquella escena tuvo algo de religioso. ¿De qué extrañarnos? El fútbol es el factor de cohesión de las comunidades más potente que hemos encontrado una vez ha ido quedando claro que las iglesias ya solo son capaces de fabricar tristeza y aburrimiento.

El Barça es més que un club. Me cuesta imaginar una consigna más densa, más repleta de connotaciones. No se trata de un simple slogan o de una boutade localista. También el Real Madrid ha sido siempre más que un club, desde luego, entre otras cosas porque el fútbol todo es bastante más que simplemente fútbol. Pero el potencial que históricamente ha tenido el FC Barcelona para vehicular sentimientos de identificación nacional no lo tiene ninguna otra institución civil. Ante esta evidencia resultan ingenuas las llamadas a "no politizar el fútbol". El Madrid fue utilizado astutamente por el franquismo como factor de legitimación del Régimen, sabedor de que cada Copa de Europa que ganaba Di Stefano aumentaba la autoestima de los españoles y les hacía creer que su país no era tan cutre ni tan pobre como parecía; el Valencia se convirtió en la Transición en la bandera de la derecha regional más ultramontana en su cruzada contra la imaginaria invasión catalanista; el Chelsea es el equipo de los pijos londinenses, mientras que el Arsenal tiende a identificarse más bien con la clase obrera; el Celtic de Glasgow se asocia a los católicos de Escocia, mientras que los protestantes tienen al Rangers... ¿Para qué seguir?








Hubo un tiempo en que desde la dirección del Barça se advertía del peligro de que el club se "politizase". En realidad, lo que el President Núñez pretendía era defenderse de la estrategia envolvente que Pujol le lanzaba desde la Generalitat, preocupado como estaba porque la gestión de la institución con más valor espiritual del país -con permiso de la Moreneta- escapaba al control de los nacionalistas. "Haga como yo, no se meta en política", decía Franco. Con el desembarco de Joan Laporta se acabó esa doble moral: el Barça no se ha politizado, simplemente ha reposicionado ideológicamente su punto de mando, o -para ser más claro- se ha vinculado definitivamente a las fuerzas políticas hegemónicas del Principado.

Laporta no me gustó nunca. Sin embargo, entró con un alarde coraje político inimaginable por lo visto para ningún otro dirigente deportivo: echó a los ultras de su estadio. Hay clubs como el Real Madrid o el Atlético donde estos grupos de modales intimidatorios e ideologías antidemocráticos han sido no solo tolerados sino incluso protegidos y fomentados. Hay casos patológicos como el del Olympic de Marsella, donde la presencia de estos sectores, lejos de ser residual o minoritaria, parece ser constitutiva de la identidad misma del club. Con esta valiente decisión, Laporta cargó con la responsabilidad de acreditar el talante racional y civilizado del que siempre han presumido los catalanes.




Desde entonces, y sin olvidar que la gestión deportiva y económica del club habla de una eficaz filosofía empresarial, el laportismo ha dado demasiadas razones en contra de su propio prestigio. Suena a conspirativa la teoría según la cual Laporta fue desde el principio la punta del iceberg del proyecto del independentismo catalán para convertir al Barça en cabeza de puente de la secesión respecto al Estado español. Se trataría de escorar al club hacia las aguas de Esquerra Republicana, aprovechando el poder del escudo para rentabilizar electoralmente sentimientos anti-españolistas. No es ajeno a este plan la presencia activa del club en los foros de los clubes europeos más poderosos, deseosos de crear una gran Liga europea que desasiría a estas instituciones del poder de las federaciones estatales. Que clubs como el Inter de Milan o el Real Madrid tienen únicamente razones económicas para simpatizar con esta opción es evidente, pero en el Barça -al menos en el Barça de Laporta- no son solo económicas, desde luego.




No soy nacionalista, tampoco nacionalista español, por más que cuando uno no simpatiza con las expectativas de quienes pasan su vida pensando que los Estados constituidos les impiden ser libres y felices siempre terminan por acusarle de tal cosa. Es, en cualquier caso, un problema que tienen ellos, no yo, que no me levanto ante más himno que La Marsellesa ni me alcanza más orgullo patrio que el que los domingos me proporcionan las paellas de Casa Paco. El problema de Laporta no es que haya politizado el Barça, pues en realidad el Barça ha sido "político" siempre, el problema es que ha manipulado la imagen del club de manera partidista, lo que es muy distinto. ¿Es que tiene Laporta que esconder su ideología? Por supuesto que no. Ahora bien, una cosa es no ocultarse y otra es aprovechar la mínima oportunidad para hacer exhibición de las propias posiciones partidarias, una actitud que podría formar parte de una estrategia de promoción personal -cada vez es más evidente que Laporta sueña con ser el primer Honorable President de la Catalunya lliure-, pero que beneficia poco a la imagen del club fuera de su ámbito local, en especial en el resto del Estado español, donde hay innumerables culés que no se identifican, por razones obvias, con las vinculaciones políticas de Laporta.

No, no soy nacionalista. La tragedia del Sahara, incandescente estos días por la huelga de hambre de Haidar en Lanzarote, o la de Palestina, y son solo dos ejemplos, hacen que resulten risibles y obscenas las apelaciones del tipo "freedom for Catalonia" a las que la gente como Laporta es tan aficionada. Dado lo esperpénticos que han terminado resultando los distintos dirigentes de Esquerra Republicana, desde Colom a Carod, pasando por la televisiva Rahola, dado que el papel del partido en la Generalitat ha dado pocas razones a los ciudadanos catalanes para seguir confiando en sus dotes como estadistas, me preguntó si alguien como Laporta no sería después de todo un sucesor a la altura de las circunstancias. Bien pensado, lo tiene todo: ansia de protagonismo, un discurso de "resistencia" pueril pero eficaz, cierto glamour postmoderno del que carecían Nuñez o Pujol...


En fin, no veo en Laporta mucho más que a un oportunista cuya trascendencia se encargará probablemente la historia de poner a la altura intelectual y moral del personaje, es decir, bajo mínimos. Y sin embargo...



Más allá de los espantajos del futbol y de algún buscavidas, se me ocurre pensar si, más allá de lo que tiene de patochada, se entiende fuera de Catalunya por qué en ciento sesenta municipios del Principado va a celebrarse mañana una consulta sobre la autodeterminación. Cada vez que yo, que no soy nacionalista, explico a alguien que alrededor de la mitad de los catalanes no desean ser españoles, que piensan que les iría mejor sin el Estado español y que creen que el actual marco autonómico bloquea sus posibilidades de desarrollo social, cultural y económico, me pregunto si realmente los españoles se hacen idea de que el asunto va en serio, muy en serio.





Y no es un fuego que se vaya a apagar fácilmente. Ni siquiera con Raúl haciendo callar al Camp Nou.











Friday, December 04, 2009






EL SÍNDROME DE TÚNEZ



Yo descubrí un síndrome. No quise por humildad -ya saben que me crié con los curas- ponerle mi nombre. Sin embargo, si repasan los catálogos de síndromes, fobias y complejos de wikipedia, se encontrarán cosas tan estrambóticas como la "rusofobia", que se define como la fobia a los rusos, o la "hippopotomonstrosesquippedaliofobia", nombre con el que se designa a la fobia a las palabras largas. De manera que, pese a mi modestia, no me opondría a que alguno de ustedes incorporara el síndrome con mi nombre a la cyberenciclopedia universal, pues parece que por allí admiten cualquier gilipollez. Me gusta imaginarme -disculpen la vanidad- al Doctor House diagnosticando a gritos mientras el paciente se convulsiona y lanza espumarajos verdes por la boca:



-"No puede ser lupus si los espumarajos son verdes: ¡Es un Montesinos clarísimo, hatajo de idiotas!"









Voy a conformarme con llamarlo Síndrome de Túnez, aunque no descarto cambiárselo por el de Síndrome del Turista Paleto. El descubrimiento proviene del relato de horror que escuché hace largos años sobre el viaje que hizo a Túnez un antiguo conocido. Desconozco las razones que empujaron a aquel cenutrio a embarcarse en una expedición a tierra sarracena, cuando muy bien hubiera podido hacer uno de esos viajes marujones al Vaticano con la parroquia, o uno de esos cruceros donde lo más emocionante que te pasa es que te vistes de bucanero gay -tu esposa de putilla de los Mares del Sur- en la fiesta de disfraces que celebra el Capitán. Pues no, señor, alguien le metió en la cabezota que en Morilandia no sólo había ladrones, terroristas y violadores... y como además salía bien de precio. El viaje le salió barato, sí, pero por lo visto también le dejó una huella profunda. Recuerdo la mirada de pavor con la que refería su odisea:


-"Túnez es un infierno... pobreza y suciedad por todas partes... no había sitio donde no intentaran estafarte...la comida era asquerosa...miran a las mujeres como si nunca hubieran visto una... todo estaba lleno de lisiados y enfermos..."

Este tipo de historias para no dormir las escucha uno con frecuencia por ejemplo de quienes tienen la ocurrencia de viajar a Cuba: "mira, yo no soy sospechoso de ser de derechas, pero, caramba, es que están muy mal, y al tío Fidel ya le vale... No paran de salirte mulatos ofreciéndote de todo. No me gustó La Habana la verdad, solo hay miseria."

En ocasiones me pregunto qué demonios espera la gente encontrar cuando hace turismo por eso a lo que suele llamarse el Tercer Mundo. Si no hubiera ladrones en las aceras, si los metros llegaran a hora y no estuvieran sucios, si los médicos te atendieran pulcramente cuando enfermas o si no te entrara diarrea con los picantes, entonces no se llamaría Tercer Mundo, serían países opulentos e hiperdesarrollados. El problema entonces es que no habría negros abanicándote ni los precios serían baratos ni resultaría todo tan pintoresco, aparte de que haría un frío de cojones, los mojitos serían cerveza, las playas no tendrían palmeras y estaría usted en Hamburgo y no en el Caribe. Y para colmo, si se le ocurriera buscar prostitutas quinceañeras probablemente acabaría en una lóbrega mazmorra, no como en esos lugares donde se vive justamente de que usted vaya de putas.

Creo, mojitos y playas tropicales al margen, que con este asunto hay un leve toque de islamofobia. Y aquí sí me pongo serio. Yo he visto a gente ponerse muy nerviosa en Estambul porque obligan a las mujeres a ponerse un pañuelo en la cabeza para entrar a la Mezquita Azul o nen Casablanca porque al conductor de un taxi le dio por ponerse de rodillas a orar cara a La Meca cuando se escuchó la llamada del Almohacín. He estado -menos de lo que me habría gustado- en algunos países árabes y mi conclusión es que la cantidad de desaprensivos que intentan engañarte o robarte es similar a la de cualquier reino de la Cristiandad. Ni siquiera diría que esa cantidad es directamente proporcional a la pobreza dominante: muy al contrario, donde hay más opulencia tiende la gente a ser más insolidaria.






Viene esta reflexión al hilo de la consulta ciudadana que el Partido Popular de Suiza ha conseguido tras recabar miles de firmas con la intención de prohibir la construcción de minaretes en el país. Como sabemos, las mezquitas suelen acompañar su construcción de este tipo de torres que son visibles a distancia. Pocas imágenes hay grabadas en mi memoria tan bellas como la de los cientos de minaretes que se recortaban en el cielo del atardecer de Estambul desde los puentes del Bósforo... pero lo que a mí me parece pura belleza a los conservadores suizos les resulta amenazante y terrorífico. No obstante, en la propaganda que difundieron para lograr el referendum aparece una mujer con el velo puesto respaldada por minaretes con forma de misil. En esa publicidad se lanzaban preguntas del tipo: "¿quieres ser lapidada?" o "¿quieres que te corten la mano?"


En Suiza un veinticinco por cien de la población es de origen extranjero. De entre los credos no cristianos, el que cuenta con mayor número de practicantes es el islámico, debido al abundante contingente de población proveniente de Turquía. Al parecer, muchos ciudadanos temen que la nación de los Alpes esté viviendo una gradual y silenciosa islamización. Curiosamente, no parece que los impulsores de la consulta preparen algo similar respecto a los templos de otras religiones que, como la hindú, la hebrea o la budista, también están diseminados por el país. Personalmente, no tengo mejor ni peor opinión de tales credos que la que tengo del musulmán -cosa que hago extensiva al cristianismo-, pero sí tengo mala opinión de la Cienciología, que me parece una broma de mal gusto y una organización de timadores, y que sin embargo también cuenta con iglesias en el país, unas iglesias que tampoco serán objeto de ninguna consulta de este tipo.




No tengo ninguna duda de que lo que pretenden los ideólogos de este desagradable asunto es atraer el voto del miedo y remover los bajos instintos de la gente. Hubo un gobernante -de nombre Adolfo Hitler- que demostró verdadera maestría por tierras centroeuropeas en eso de convertir el temor a los distintos en una excusa para presentarse como Salvador de la pureza de la Nación y de la Raza. No veo grandes distancias entre los procedimientos para manipular y movilizar a las masas de aquel tiempo y lo que ahora se pretende. No estaría mal, por cierto, por si se nos ocurre que este asunto es insignificante, que nos pongamos en la piel de los miembros de una minoría extranjera cuando son acosados de esta forma. Ayer mismo, desde mi balcón escuchaba el altavoz del coche de un partido minoritario de ultraderecha que llamaba a los lugareños a manifestarse contra la presencia de inmigrantes, los cuales están al parecer quitándonos a los españoles el trabajo en tiempos de crisis. Me vienen a la cabeza los numerosos alumnos, por ejemplo de origen hispanoamericano, que tengo en los pupitres del Instituto.


Debe ser intelectualmente confortable entregarse al juego de quienes padecen en algunos de sus tipos el Síndrome de Túnez, que consiste en seguir creyendo, mil años después de las Cruzadas, que la tribu de Ismael se extendió por el mundo para crear problemas. Yo creo que es bastante más sencillo: el Islam, al contrario que otras culturas no occidentales, es tenazmente refractario a los valores de Occidente -los buenos y los malos- y eso convierte al árabe en un personaje particularmente viscoso cuando emigra o cuando nos recibe. Como dijo un humorista de la tele: "¡Si quieren beber té que se vayan a su país!"

Yo podría no obstante ponerme tan imbécil como aquel primer caso que detecté del Síndrome de Túnez. Se me ocurre pensar entonces que Suiza es un país particularmente odioso. Absolutamente escrupuloso con la legalidad, seguro que te empapelan si te pillan fumando un porro o te aplican la ley de vagos y maleantes si andas por ahí sin ocupación fija, pero eso no les impide haber forjado su obscena prosperidad económica gracias a una maquinaria del mal perfectamente legalizada y absolutamente dañina para el mundo como es el secreto bancario. De ello se benefició especialmente el nazismo. Esa prosperidad, por cierto, tampoco sirve para evitar brutales contrastes de renta per capita entre los suizos de origen y la población inmigrante... aunque ya se sabe que para que la casa resplandezca alguien tiene que hacer el trabajo sucio.




No se preocupen, no sigo: las encuestas indican que la mayoría de los ciudadanos suizos no secundarán el proyecto de acabar con los minaretes. Son además muchas las asociaciones que han protestado enérgicamente en el país denunciando el ejercicio de racismo que todo este asunto tan turbio está intentado activar. Ya lo ven: no hay manera de declarar a un país como maldito, ni siquiera a Suiza. Mejor no perder el tiempo con maximalismos: uno siempre se equivoca con ellos.




Por eso hay inmigrantes turcos en Suiza, no sé si nos acordamos. Y hablando de acordarse: ese país está lleno de hijos de la inmigración española. Por fortuna, las iglesias católicas no tienen minaretes como las mezquitas de Suiza. O las de Túnez.