Thursday, February 27, 2020

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

Cualquier socialista de formación media sabe que la historia de la izquierda está atravesada por toda suerte de apostasías, traiciones, disputas, revisiones o expulsiones. Quizá la izquierda sea inconsistente, pero al menos no podemos decir que no le asista capacidad para autocuestionarse. No estoy seguro que suceda lo mismo con su gran rival, el liberalismo. Por lo general, lo que nos encontramos en los pensadores que se proclaman liberales son simples hagiografías, a veces tan ridículamente acríticas como alguna que le he leído a Mario Vargas-Llosa. Se diría tras leerle que el único gran problema del mundo es no haber seguido a pies juntillas las recetas de todos los héroes liberales a los que el peruano vitorea. 

Yo mismo, pese a que considero a los actuales neoliberales un hatajo de truhanes, manifiesto cierta propensión a condonar cualquier deuda a los viejos liberales... Como si estos, desde su distancia histórica, no tuvieran nada que ver con la enloquecida deriva a la que nos ha llevado el capitalismo de los últimos cuarenta años. 


Conviene leer "Contrahistoria del liberalismo", del italiano Domenico Losurdo. Su argumentación, magníficamente documentada, además de un escrupuloso análisis de la ideología burguesa, es un estudio de prácticas políticas y económicas insistentemente atroces. Estamos ante un viaje histórico a las sombras de un discurso que ha tenido una especial habilidad para blanquear sus páginas más siniestras, que resultan ser insospechadamente abundantes. Como afirmaba Walter Benjamin, "todo documento de civilización es, a la vez, un documento de barbarie". No paré de acordarme de esa aserción durante la lectura de Losurdo. 

Asumimos como idea-fuerza del liberalismo el principio que opone el libre comercio a la guerra. Muy hermoso, claro que sí. Pero no lo es tanto cuando aquellos nobles seguidores de Adam Smith acusaban a los Estados de actuar "despóticamente" contra la libertad de contratación por prohibir prácticas como el trabajo infantil. Es difícil no sentir afinidad con quienes lucharon contra el servilismo; el problema llega cuando se descubre más pasión en la fobia a los siervos que en la crítica a los privilegios de las sociedades estamentales. Aquí, y pese a la exaltación de la libre competencia y el éxito de los mejores, siempre ha subsistido la vieja presunción de origen religioso que otorga a la miseria de las masas el carácter de "designio de la Providencia". 

Conozco a personas muy leídas que aman a Thomas Jefferson. No cuestiono su brillantez como legislador, pero debemos saber -como informa Losurdo- que, además de impulsar el exterminio de los nativos americanos, fue dueño de esclavos de origen africano. No deja de tener su miga, pues la Declaración de Independencia de la que es autor, auspicia una Constitución que, para la época, es profundamente libertaria, garantista e igualitaria. En tanto que tratante y explotador de seres humanos, Jefferson no es una excepción entre los padres fundadores de la democracia más longeva del mundo: abundan los esclavistas entre los primeros legisladores de los EEUU.


Como explica Losurdo, el motor burgués de la modernización de Europa arranca de la apropiación privada de las tierras comunales características del régimen feudal. Se consideraban un freno a la prosperidad, pero con su vallado se destruyó un modo de vida eficaz, dejando en situación de pobreza y dependencia a inmensas masas rurales. La misma lógica empezó a aplicarse más adelante a los sindicatos y otras prácticas "socialistas", estigmatizadas por los teóricos liberales como ataques a la libertad propia del mundo moderno y como formas residuales de regresión a los antiguos gremios y a los regímenes absolutistas. La idea de que la miseria de las masas es un destino inamovible no les pareció sin embargo un mal heredado del Medioevo. 

Otro rasgo característico del liberalismo clásico es la denuncia de lo que vino a llamarse "la infección francesa". El Estado surgido de 1789 sería producto de un enloquecido radicalismo y su consecuencia sería todo tipo de desódenes. La obsesión de personajes como Robespierre -y después de Bonaparte- por legislarlo todo, corresponde entonces a la voluntad de construir un gran Leviatán como el que describió Hobbes. Fue precisamente un francés, Alexis de Tocqueville, quien, tras su viaje por Norteamérica, concluyó que el nuevo Estado de más allá del océano constituía la consumación de los ideales ilustrados del individualismo, la libertad y la prosperidad. No es extraño, pues el autor de "La democracia en América" consideraba que la tendencia francesa a asociar el espíritu liberal a impulsos sociales era propio de "mentalidades serviles". Fiel a su misión de aconsejar a sus compatriotas sobre la hoja de ruta correcta, legitimó el brutal trato del Estado francés a los rebeldes de la colonia argelina,  asociándolo al que el gobierno de los EEUU estaba dando a los pieles rojas. Si estos fueron exterminados no es tanto porque se les considerara un pueblo enemigo... Más bien eran, como los argelinos insumisos, una molestia de la que había que deshacerse cuanto antes para propiciar el progreso y civilizar las inmensas praderas del Oeste. 

Por supuesto, no hacía falta un francés para denunciar el peligro del contagio radical en Europa, los ingleses se encargaron. En el enfoque liberal, hegemónico en las islas, la ecuación era recurrente: jacobinismo y bonapartismo llevan a despotismo y estatalismo, ergo la infección francesa termina conduciendo al socialismo y a fenómenos tan odiosos para las élites económicas europeas como la Comuna de París. 


Si leemos los textos ingleses como lo hace Losurdo, descubrimos que la libertad es en ellos antes un privilegio que un derecho común. Por eso oponen insistenmente su antigua revolución democrática -la Gloriosa- a la acaecida en Francia. De la diferente actitud de los ideólogos de una y otra nación ante la esclavitud dan idea dos cuestiones: la complicidad de muchos escritores ingleses con las fuerzas sudistas durante la Secesión norteamericana y, por otra parte, el que Francia eliminara la esclavitud de su imperio antes que Inglaterra del suyo. En ese sentido, no debe extrañarnos que creciera entre los intelectuales británicos el virus del racismo. Por esperpéntico que ahora nos parezca, hizo fortuna la especie que oponía el carácter individualista de los ario-teutónicos de Europa a las tendencias tribales y dependientes de los celtas. No parece que, mucho después, Hitler fuera impermeables a semejantes gansadas decimonónicas. Así, descubrimos con Losurdo que formas ideológicas como la "historiografía racial", el "socialdarwinismo" e incluso las teorías conspiranoicas del complot judaico tuvieron un amplio recorrido a la vera del respetado liberalismo. 

La conclusión de "Contrahistoria del liberalismo" es que la ecuación que asocia comercio y paz es completamente falsa. La tan celebrada  "comunidad de los libres", que remite a Adam Smith y a sus correligionarios tanto como "la Mano Invisible del mercado", es, a fin de cuentas, un mito más de la modernidad. Ese mito es en realidad el principio desde el que se blanquea el imperialismo moderno. Debemos saber que ninguna nación ha creado y alimentado tantas guerras como la británica. Comercio y paz no son sinónimos, el del capitalismo no es un relato de civilización más que lo es de barbarie. 

Podemos seguir creyendo que los genocidios del siglo XX, empezando por el Holocausto, fueron el producto de unos pocos dementes. Pero sospecho que tienen antecedentes.  

  

Wednesday, February 19, 2020

A VUELTAS CON BENITO PÉREZ GALDÓS. UNA REFLEXIÓN.

Supongo que ya tienen noticia de la polémica que, a vueltas con la trascendencia de Galdós, ha enredado a dos de nuestros más célebres novelistas, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas. El asunto, que salpica a otras figuras como Almudena Grandes o Javier Marías, resulta útil como divertimento más o menos morboso. No sabemos si Cercas y AMM llegaran a las manos o incluso a los pies, pero me viene a la memoria aquel chiste en que Woody Allen establecía una estrambótica afinidad entre los intelectuales y los mafiosos: "ambos tienden a matarse entre ellos". 

A grandes rasgos... Al hilo de una apología galdosiana efectuada con motivo del centenario de su muerte por Almudena Grandes, Cercas se refirió a don Benito como un autor sobrevalorado. No dice que sea un mal novelista -eso no creo que lo afirme nadie que esté en sus cabales-, pero considera un delirio la presunción de que si en la era dorada de la novela realista los británicos tuvieron a Dickens, los franceses a Stendhal o Balzac, y los rusos a Tolstoi y Dostoievski, nosotros tuvimos a Pérez Galdós... Como si pudiéramos darnos el lujo de ponerlo al nivel de tales dioses de la literatura moderna. Cercas recuerda que algunos ilustres como Valle-Inclán, uno de cuyos personajes teatrales trataba a don Benito de "garbancero", ya exhibieron en otros tiempos su distancia con la idolatría galdosista. Entiende Cercas que el tiempo ha pasado para sus textos y deja caer que su influjo sobre los novelistas españoles contemporáneos ha terminado por convertirse en una carga que se arrastra pesadamente, hasta el punto de que hoy lo suyo sería, de alguna manera, olvidar al autor de "Fortunata y Jacinta". 


Es curioso que, pese a situarse en la trinchera de los galdosistas, Marías haya corroborado alguna de las impresiones de Cercas. Hoy, cito a Marías de memoria, muchos diálogos de sus novelas parecen impostados y desfasados, charlatanería que llega a resultar irritante y tediosa por insistente, además de por vacua y moralista. 

En la trinchera partidaria nos encontramos a Muñoz Molina, quien en mi opinión solo comete un error en su argumentación pro-Galdós: exhibe piel fina al enojarse con las críticas de Cercas al rampante galdosismo, como si el extremeño, con sus burlas, estuviera descalificando a cualquiera que osara amar los textos del insigne novelista canario. Creo que cuando el de Úbeda se aleja de la susceptibilidad y argumenta sobre la trascendencia de Galdós resulta sumamente consistente. Y así, entendemos que, más allá de comparaciones con los genios universales del XIX, la abundante producción galdosiana le acredita como un coloso literario, un maestro con un encarnizado dominio de todos los resortes del novelista profesional. Podemos polemizar sobre su tendenciosidad ideológica, sobre ciertos excesos moralistas o costumbristas, podemos incluso desear que hubiera cambiado su pluma fácil por la contención y la capacidad de síntesis... Pero, no tengo duda, la España contemporánea no puede entenderse sin las novelas de Galdós. 

Como ven, no he hecho sino presentar la controversia. ¿Les interesa? Pues habrá a quien sí, como habrá también quien opine que, antes que leerse una historia de adulterios, matrimonios de conveniencia y deslealtades, asuntos obsesivamente presentes en la novela decimonónica, prefiere leerse a cualquier autor actual, especialmente si, como "Fortunata y Jacinta", sus novelas no tienen mil páginas. 


No estoy capacitado para ofrecer una opinión concluyente sobre Galdós. Lo diré de otra forma: no soy capaz de ofrecer un veredicto en el que otorgue la razón a Cercas o a Muñoz Molina. Creo, como este último y otros hagiógrafos, que con Galdós entendemos qué preocupaba a los españoles de finales del XIX, qué tensiones convulsionaban a la sociedad, cómo se dislocaban las convenciones de la época para torturar las conciencias y dificultar, a veces hasta límites intolerables, las vidas de las personas. Pero no es tan sencillo. Recientemente cumplí con la vieja misión de leer "Fortunata y Jacinta". Me asombra la escrupulosa escritura de su autor, la ferocidad de su maestría en la técnica narrativa. Y sin embargo me costó... Quedé en muchos de sus tramos a una distancia excesiva de sus asuntos, de sus diálogos, de sus personajes. 

Es aquí donde viene mi pregunta: ¿cómo puedo convencer a mis jóvenes alumnos de que lean a Galdós? Vicente Verdú, en mi opinión sin razón, trató a mis compañeros de los departamentos de Lengua de ser poco menos que unos atormentadores de niños por obligar a sus alumnos a leer el "Lazarillo". Se equivocaba gravemente, hay que leer esa novela, y hay que disfrutarla porque es una joya, como lo es, por supuesto, el Quijote, que tanta felicidad me deparó cuando lo leí en la adolescencia y cuando lo he releído a trozos en edades más provectas. Sin embargo, soy el primero en conceder que las mil páginas de "Fortunata y Jacinta" pueden muy bien ser disuasorias. ¿Pueden mis alumnos simpatizar con los desvelos histéricos del frágil y enfermizo Maxi en su delirante amor por Fortunata? La esterilidad que Jacinta vive como una tragedia que la enloquece, ¿tiene "pegada" para las chicas del siglo XXI? 


Entiéndanme, el problema no es Galdós. El problema es "La Celestina", el problema es Ortega y Gasset, el problema es la Restauración, las revoluciones industriales, la erección del Muro de Berlín, la promulgación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la vigencia del mensaje de Jesús de Nazaret, el sentido de los retratos de Velázquez... ¿Ven a dónde voy a parar? Sospecho que los jóvenes viven en un misterioso presentismo, sin apenas anclajes con el mundo pasado. Creen que en el pasado sólo existían unos tales Adán y Eva, como un niño contestó recientemente cuando le preguntaron cómo era el mundo antes de internet. Lo difícil de verdad es hacer entender a los jóvenes que los niños no vienen de París y que el mundo que tenemos es resultado de múltiples esfuerzos, que la comunidad en que han nacido no la ha inventado Steve Jobs, ni "La casa de papel", ni Rosalía. 

La pregunta no es si debemos obligarles a leer a Galdós, la pregunta es si podemos hacerles entender que forma parte de ellos, que tiene mucho que ver con sus vidas. Desgraciadamente estamos -me temo- ante una tarea de cíclopes.    

Thursday, February 13, 2020

LOS MALOS

Las noticias que llegan respecto a la causa judicial contra el ex-ministro y ex-presidente del País Valencià, Eduardo Zaplana, deberían aterrarnos, no sé si con efectos retroactivos, por aquello del peso que este señor ha tenido en nuestras vidas. Qué tipo de personaje era Zaplana, yo lo he sabido siempre. Y no es por ser  especialmente certero para juzgar a las personas. Al contrario, a mí se me suele engañar con bastante facilidad. El problema con Zaplana es que es un cínico en estado puro, se detecta al primer vistazo que no concibe que una "carrera política" tenga otro sentido que el de procurar fortuna y poder. En eso justamente consiste el cinismo, en considerar que los principios éticos no son mi debilidad, sino de los otros, de la audiencia, de aquellos a cuya costa voy a hacerme rico. Por eso los principios hay que aparentarlos... pero sentirlos en profundidad, eso es solo propio de imbéciles. "Yo estoy en política para forrarme", le oímos decir en una conversación telefónica que le pillaron hace como un cuarto de siglo. Después le siguieron votando los valencianos... no pueden decir que no se le veía venir.  

Parece que cambio de tema, pero no. "Peaky blinders". En contra de mis costumbres me la estoy tragando a lo bruto a través de Netflix. Cinco temporadas en total, obra maestra. Quizá no al nivel de las supergrandes -desde "Los Soprano" hasta "Breaking bad"- pero en una línea perfectamente comparable. Ya hablaré de ella y explicaré por qué creo que, además de magistral, es una serie importante. Aludo a ella ahora por otra cuestión. 

Los Peaky Blinders son una banda de gangsters de Birmingham. Hay un momento en el cual, con Churchill y el Gobierno británico por medio, esta familia de asesinos llega a la conclusión de deben andarse con mucho cuidado, pues sus enemigos son "aun peores que nosotros". Torturas, corruptelas, asesinatos secretos... los servicios secretos y la policía, por orden del Gobierno, cometen crímenes de todo tipo, hasta el punto de convertirse en otra banda de gangsters, con la misma maldad que los hampones de barrio, pero con mucho más poder. El protagonista, Tommy Shelby, entiende en algún momento de su vida que son esos malvados y no los gangs rivales los que terminarán destruyéndole. 

Sigo. "La casa de papel", considerada por algunos como el mejor producto televisivo nacional de la historia. No lo es en ningún caso, de hecho en algún momento me gustaría debatir con ustedes sobre el particular, pues creo que, a la inversa que "Peaky blinders", es una serie mucho peor de lo que parece. Me consta que tiene muchos fans, y eso vuelve muy prometedora la discusión. (No sé si lo saben, pero Javier Marías y Carlos Boyero se pelearon porque al primero no le gustó nada "The wire", que le había sido recomendada por el segundo) 

Pero voy al grano. El inicio de la segunda temporada cobra sentido a partir del secuestro de Río, uno de los miembros de la banda de El Profesor, por parte de los servicios secretos del Gobierno español. El hecho de que el Estado mantenga silencio respecto a la captura no deja lugar a dudas: su compañero está siendo torturado en alguna república bananera por la policía española para sacarle información sobre el paradero de los demás miembros de la banda. Su novia, aterrada cuando El Profesor le advierte lo que está ocurriendo, le recuerda al jefe que España es un "estado de derecho". 

-"¿Quién es ahora la inocente, Tokyo?", contesta El Profesor. 

 Narraciones de este jaez se agolpan en mi memoria. Algunas, como estas dos últimas, son pura ficción. Otras, como la de Zaplana pertenecen a la realidad. Por cierto, cuando El Profesor contesta a Tokyo, le recuerda el Caso Gal... vaya. 

¿Recuerdan aquello de "No nos representan" del 15M? A algunos les parecía un exabrupto juvenil e irresponsable. Si diéramos por hecho que la normalidad son casos como estos que les he mentado... joder, entonces para representarnos tipos así tendríamos que ser todos los españoles una banda de salteadores de caminos, rufianes y sacamantecas. Cuando alguien, refiriéndose a los políticos, dice eso de que "son todos unos truhanes", siempre aparece el ciudadano razonable para espetarle que esa "es una generalización injusta". ¿Lo es?


Pero no se equivoquen. Este no es un escrito contra la clase política. Lo es contra las élites, contra todas las élites, y contra todos nosotros, puesto que hemos aceptado que todo lo que es noble y virtuoso en la criatura humana ha sido vendido y prostituido. Los malos ganan, ganan siempre. Cuando uno de ellos muere, y Zaplana, por ejemplo, es ya una figura que agoniza, aparece otro, puede que más sediento y ambicioso que su predecesor. 

Recientemente vi una de las películas que más me ha impresionado - y devastado- en muchos años: "El caballo de Turín", de Bela Tarr, un director húngaro que hace películas extrañamente crípticas y a la vez fascinantes, del que algunos -como el gran pensador francés Jacques Ranciere- insinúan que es el mayor genio que ha dado el cine en el último medio siglo. 


Estamos a principios del siglo XX, no falta mucho para que estalle el primer gran conflicto mundial, prolegómeno de la segunda gran guerra. Entre las dos sumaron horrores que parecen propios de un apocalipsis de El Bosco. Un viejo y su hija viven miserablemente en una casa de campo. Hay una horrorosa tormenta que parece no detenerse nunca. Llaman a la puerta. Es un vecino, un viejo en el cual creemos escuchar los ecos de Nietzsche. (Siempre Nietzsche, ¿se dan cuenta?) Se le ha acabado el palinka, pide una botella. La joven se lo trae. En la mesa, pronuncia ante el viejo un discurso desolador. "Llega el momento en que entiendes que no hay dioses. Los ganadores, que viven bajo la ley de los lobos, nos lo han arrebatado todo, incluso la ilusión. Nada cambia en la Tierra, no hay nada que podamos hacer."

-"Es un disparate", contesta el viejo.  Y el vecino se marcha, perdiéndose en el viento con la botella de palinka. 

¿Es un disparate? No lo sé, no hallo respuesta. 


No me hagan caso, tengo un mal día.  

Friday, February 07, 2020

BYE, ALBION, BYE

Es posible que muchos europeos del sur hayan caído por fin en la evidencia, aunque sospecho que todavía habrá quien, ni con el disparate del Brexit ni viendo el 10 de Downing Street ocupado por un hooligan lamentable, habrá caído en la cuenta de que el UK es hoy cualquier cosa menos un reino admirable. 

No me escandaliza el influjo del anglicismo. El inglés es la "koiné" del mundo moderno, no tiene la gracia del francés ni la riqueza del español, pero es una lengua pragmática y manejable. De las islas vinieron cosas tan grandiosas como Shakespeare, Defoe, Dickens, Stevenson o Conan Doyle. Si salgo de la literatura me encuentro con Newton, Darwin o Fleming, con los Beatles o los Stones, con Cook o Shackleton... demonios, no acabaría uno. Hubo un tiempo en que cuando la joven que te gustaba se iba a vivir una temporada a Londres pensabas que ya no regresaría, pues a buen seguro habría de encontrar en las islas un amante fuera de tus posibilidades. Tal era nuestro complejo de inferioridad con aquel país que había inventado el fútbol, determinaba qué era y qué no era cool, y tenía a gala haber ganado todas las guerras. 

Pero, lo siento por los papanatas, la gloria británica ya no vale ni como leyenda. Hemos descubierto que se entiende mejor a Inglaterra con Ken Loach o incluso Benny Hill que con las pretenciosas guitarras de Pink Floyd o las frases lapidarias de aquel bull-dog patriotero que fue Churchill. Les doy más carnaza. La Reina Victoria era una enana reprimida y malhumorada, como por cierto han sido todos las reinas inglesas, tipas irascibles con ganas de cortarle el cuello en la Torre a cualquiera que les mirara mal y con un pésimo gusto para vestir. Lady Di, a la que debió llamar "Princesa del Pueblo" algún tabloide de borrachos, era una pasiva agresiva de manual, Paul Mcrtney siempre me pareció un tonto del culo, Sir Francis Drake era un forajido y un carnicero, Beckam fue un futbolista de segunda, Elton John es un hortera... Podríamos referirnos a su apestosa gastronomía, a su afición enfermiza a esa bebida para bárbaros que es la cerveza o a su predilección por prácticas deportivas tan ridículas como el golf, el cricket o la caza del zorro. 

Entre los anglófilos abundan quienes atribuyen a la intelectualidad británica el mérito de haber inspirado las luces de la modernidad. Muchos asocian el sentido individualista de la libertad al pensamiento liberal de Smith y Locke, dejando para los franceses una tendencia radical y republicana que, en el fondo, dicen, identifica a pueblos gregarios. De igual manera acusan a los alemanes de abandonar la flema a menudo y sacar su lado bárbaro, cuando les da por invadir y pasar a cuchillo a sus vecinos. 

Muy bien. Quizá haya algo de verdad en todo esto, pero yo, de la grandeza británica, ya solo encuentro los restos de un naufragio. Allá quien quiera aferrarse a esos pecios, pero hace ya mucho que del UK solo llegan cosas desagradables. Si quieren les hablo de las borracheras colosales a bajo precio de los adolescentes en Lloret de Mar, de los hooligans haciendo el cafre, del balconing... Recuerdo una imagen que se me ha quedado grabada. Valencia, Plaza de la Reina. Un par de gordos rubios y descamisados bebían cerveza con los pies sobre la mesa a unos metros de la Catedral. Soy ateo, pero, joder, aquel día entendí que a la Mare de Deu se la respeta, par de fucking mothers. También me pregunté qué habría pasado si en vez de ingleses hubieran sido "moros"... pero es que los árabes sí respetan ciertas cosas. 

Lo más influyente que ofrece UK hoy en día es bastante cutre, qué quieren que les diga. La dramática recesión económica que hemos vivido y de la que aun pugnamos por recuperarnos es consecuencia del disparate ultraliberal extendido desde Londres por la señora Thatcher, seguramente el personaje europeo más siniestro y dañino del último medio siglo. La Premier League -ellos que tan puristas eran con el fútbol- es un homenaje a la especulación y el show bussiness, por cierto con equipos completamente desprovistos de jugadores locales. La City es el alter ego británico de Wall Street, toda bien llenita de brokers hijos de puta dedicados a empobrecer al mundo. 
Miren, lo peor que podemos hacer ahora es lamentarnos porque estos tipos se larguen. En los últimos meses ya empezaba a haber líderes continentales que aceptaban un "brexit duro" si hacía falta con tal de que el proceso culminara sin más tontadas y se fueran de una vez. A fin de cuentas nunca estuvieron dentro del todo. Ellos, que son muy listos, siempre quisieron jugar a doble baraja. Por eso no abrazaron el euro ni se comieron el espacio Schengen. Por eso fueron siempre unos quintacolumnistas de los yanquis. 

Hay una tendencia muy pueril a no querer entender que los ingleses son los malos de Europa, esa viejo continente que ellos creen poder abandonar. Preferimos pensar que lo son, por unas razones, los franceses y, por otras, los alemanes. No es cierto, a ambos países hay que darles de comer aparte, es cierto. Pero son ellos los que lideran el único proyecto que puede permitir a la vieja Europa no ser tragada y convertida en un parque temático de los chinos o los norteamericanos. Con la pretensión melancólica de restaurar un imperio ya extinto, lo que van a conseguir los británicos es convertirse en lo que, en gran medida, ya eran hace tiempo, unos miserables sicarios de los yanquis, además de un hatajo de bucaneros y traidores. 

Bien pensado, no deberían haberse ido, deberíamos haberlos echado. Que se vayan a la mierda.