Saturday, December 27, 2008








HOMBRE MUERTO






Cuando se estrenó Appaloosa, se dijo que se trataba del mejor western rodado desde Sin perdón. Se habla con frecuencia en esos términos por qué la mayoría de varones de más de treinta años vivimos a la espera de que el cine del Oeste regrese con toda la fuerza con la que entró en nuestras vidas cuando éramos críos. Según mi madre, yo llevaba a todas partes un sombrero de vaquero con el que incluso dormía, y creo recordar haber sufrido entonces una crisis de identidad, pues cuando me abrí la cabeza el médico que me puso los puntos, advertido de que yo era un pistolero de la pradera, me recordó que cuando le curaban de un flechazo comanche ningún héroe a caballo que se preciara podía quejarse, con lo que el tío cabrón pudo coserme el cráneo a placer sin que le rechistara. Superé aquella crisis y me quité el sombrero, y creo que es de la sanación -el regreso a esa mierda que llamo mi "yo auténtico"- el mal del que verdaderamente aún no me he repuesto.







Supone además otras dos injusticias. La primera es que para buscarle parangón al film de Clint Eastwood habría que ser algo más exigente de lo que algunos están dispuestos a ser con Appaloosa, un film respetable por su elenco de actores y por algunos hallazgos fotográficos y olvidable por todo lo demás. La segunda es que queda sistemáticamente relegada al olvido Dead man (1995) de Jim Jarmusch. Este film es un western a todos los efectos, excepto que no lo parece. La mirada del narrador sobre el tiempo salvaje de la conquista del Oeste es profundamente deconstructiva, ya que presenta todos los elementos del imaginario tradicional -desde los bandidos a las putas, desde los indios hasta el duelo a pistola-, pero los revuelve de manera tan irónica que al final nada llega a ser lo que pretendidamente es.



Hay un detalle del film que ya no podrá olvidárseme. Un consumo de peyote por parte del indio denominado Nadie que acompaña al protagonista (Johnnie Depp) en su particular excursión a los infiernos, le revelará que ese misterioso forastero llegado en tren desde el Este es en realidad un trasunto del poeta William Blake... y que su destino no es otro que la muerte. El protagonista -también llamado casualmente William Blake- en realidad está muerto, y "no se debe caminar con un hombre muerto". Nadie -llamado así por su origen mestizo, ni indio ni blanco, a medio camino de todo y condenado por ello a vagar en solitario por el purgatorio de la identidad negada- desoirá el sabio proverbio y terminará hallando la muerte junto al cadáver metafórico del hombre al que acompaña. Explican los antropólogos que en las tribus primitivas es común apreciar la muerte -como el nacimiento- en tanto que fenómeno puramente simbólico. No existe pues eso a lo que nosotros llamamos la "realidad biológica": soy miembro de la tribu y existo significativamente solo en tanto he pasado por el ritual a través del cual la tribu viene desde muchas lunas atrás integrando a los nuevos en el ciclo simbólico que constituye su cultura. Lo demás no tiene valor, ni siquiera la muerte tiene el valor de fatalidad biológica que nosotros le otorgamos... La fuerza de los muertos no se obtiene por el hecho irrelevante de expirar, sino por el poder que se le confiere al extinto a través de los rituales funerarios. Nadie como el muerto puede ya a partir de entonces influir en la vida de la tribu, tomar presencia en los ritos y comparecer en los sueños.


Me interesa ese valor metafórico de la muerte. El cine de terror lo ha explotado convirtiendo en fatal maldición la incapacidad para morir, como en los relatos de zombis o vampiros, o jugando con fantasmas, como en esos relatos donde uno deambula inútilmente de aquí para allá sin saber que él es el muerto. Pero no es exactamente esa dimensión siniestra la que me interesa. Ni siquiera aquello que me dijo un viejo de que muchas personas que aún vivían y a las que él conocía habían muerto ya, llevaban muertas casi desde hacía medio siglo, ya no actuaban como actúan las personas con vida... En realidad, lo que me pregunto es si ya estoy muerto... si, de alguna manera, el indio descubriría en mí los rasgos de quien ya ha pasado a formar parte de los ciclos rituales de intercambio simbólico en calidad de muerto.






Ayer volvió a mi mente la película de Jarmusch. Pasé por la escuela donde trabajé durante años. Mañana invernal de sábado en un pueblo entre montañas. Las calles vacías, la gente escondida en sus casas, la escuela obviamente cerrada. La rodeé caminando, conozco las interioridades de aquel lugar como las cicatrices de mi cuerpo... Recuerdo perfectamente el día en que trasladamos toda suerte de enseres junto a los alumnos desde el viejo instituto, aquel que amenazaba con desmoronarse si no huíamos pronto. Ayer vinieron tantas cosas a mi mente que tuve que acelerar el paso para no echarme a llorar. Me dejé muchos jirones de piel allí, pero el día en que fui trasladado de destino decidí marcharme sin despedirme. Como si nada, por la puerta de atrás, con la más absoluta de las discreciones... ¿Por qué? Quizá porque entre nosotros, al contrario que entre los primitivos, la muerte no significa absolutamente nada, como tampoco el recuerdo. Nadie cree en el valor de esos rituales de despedida que llevamos a cabo con desgana y un poco para alegrarle el día al que se marcha. Lo que uno se ha dejado en los años de pelea, y lo que le debe al lugar donde ha peleado, no puede pagarse con una comida en el bar y un aplauso, no hay contra-don capaz de intercambiar todo esa mundo vivido.


Aprendí eso el día en que mi ex-mujer, después de haberme pasado una década tractorando palmo a palmo para labrar el yermo del amor, intentó abrazarme a modo de ritual de despedida y agradecimiento por los servicios prestados... Y yo me negué. Me gusta la imagen de ese entrenador que, habiendo sido despedido después de años de ganar ligas y copas, abandona el estadio por el tunel, en solitario, con la cabeza alta y en silencio... El arte de la desaparición, la elegancia de salir por la puerta del foro cuando uno descubre que su papel en el escenario ha concluido. Me seduce mucho más esa imagen que la de un gilipollas aplaudiéndote unos segundos antes de ponerte pingando porque en el fondo te detesta. Así es en las despedidas de compañeros de trabajo, como en las bodas, como en los premios literarios...








Mientras paseaba alrededor del instituto me preguntaba si quedaba algo de mí en él, algo por lo que, de alguna manera, mereciera la pena recordarme. En cualquier caso, sé lo que queda en mí, que no sospechaba que algún día cuando regresara lo haría como ayer, como una sombra del pasado, sin ser visto por nadie, dado que ni siquiera quienes se me cruzaron diariamente durante ocho años me reconocen ya, puesto que no esperan mi visita. Fue como si en realidad fuera el futuro, como si, cuando yo aún vivía allí, el fantasma de las Navidades Venideras me hubiera llevado al futuro y, mostrándome la desolación del lugar donde ya apenas me recordaban, me hiciera desfilar por aquel mundo al que yo ya no pertenecía.


Pero el mensaje de ese viaje en el tiempo no es el de portarme bien con mis alumnos o mis compañeros para dejar un buen recuerdo: el olvido de las demás personas es algo que no solo no me asusta sino que, en cierto modo, incluso me relaja. El verdadero mensaje es el de que debemos vivir cada segundo como si fuera el último, intensamente, sin pensar que estamos labrando para el porvenir ni que seremos recordados.
Algunos de los esfuerzos más intensos y entregados de mi vida han quedado en la cuneta, no he obtenido ningún fruto de ellos, solo la gelidez del olvido y del desagradecimiento. ¿Merecieron la pena? Sí, porque incluso cuando yo me convencía de que estaba labrando para algún tipo de gloria venidera, lo que en verdad me complacía tanto era la mirada cómplice de quienes me acompañaron. Mi esfuerzo sincero y mi buen humor, las burlas en torno a la cena de los días laborales -esos que según Gil de Biedma son los "que tienen la razón"- eso es lo único que realmente hizo grandioso cada uno de aquellos momentos... la luz que entraba desde la ladera de la montaña por los ventanales del aula, el suspenso perdonado al pobre chaval que pasará la Navidad cogiendo oliva, la carcajada obtenida por el chiste en el momento oportuno... Todos esos recuerdos -como dice el replicante de Blade runner- se perderán para siempre con mi muerte.


Piensen en aquel cuento de Borges... unos hombres que, tras beber del río de la inmortalidad, pasan siglos vagabundeando en busca del mismo río que les permita retornar a la condición mortal. Esos hombres, como los dioses o los ángeles, nos envidian, pues tenemos la capacidad de gozar o sufrir de cada instante como si fuera el último. No pasa un solo segundo sin que lo tenga presente, me aterra y, sin embargo, me otorga la fuerza de un cíclope.







No puedo pensar como los héroes griegos o como los guerreros normandos que mi objetivo es la gloria... No aspiro a ser memorable ni a que cuelguen mi camiseta en lo alto del pabellón, eso en todo caso queda en mi alma y en la de los pocos para los que de alguna manera fui realmente importante. Lo que en realidad me interesa es este instante, uno de los últimos de este año 2008 que ahora termina y que he vivido con toda la intensidad que he sido capaz.

No sé cuál es el sentido de la vida, pero creo que los alienígenas a los que pregunta Woody Allen en Recuerdos de una estrella tienen razón: "la vida no tiene sentido, pero sí puedes hacer algo por el mundo: cuenta mejores chistes"

No vuelvan demasiado a donde fueron felices. Feliz 2009, idiotas.

Saturday, December 20, 2008











MISTER SCROOGE





El Espíritu de las Navidades Pasadas tiene motivos sobrados para pasarse alguna noche por mi habitación y quitarme el sueño. No lo entiendan como un acto de contrición –entre otras cosas porque no es un sacerdote lo que necesito- pero la víspera del nacimiento del hombre cuyas palabras y hechos unen a un tercio de humanidad y la proximidad del Año Nuevo me hacen pensar que es un buen momento para recordar que todo lo que me hace infeliz tiene mucho más que ver con lo que yo hago mal que con los designios del Destino, el empeño del Dios Apolo en castigarme sobre el mismo talón o la maldad congénita de mis vecinos, mis amantes o mis familiares. Rectifiquemos, pues.

Empiezo por dejar claro que no voy a dejar de fumar. Los fumadores y exfumadores empedernidos que conozco no lo entienden, pues les parece irrisoria la cantidad de nicotina que mis pulmones consumen diariamente. Lo que no saben es que yo, al contrario que ellos, no fumo nerviosa y compulsivamente para tranquilizarme… fumo porque me gusta endemoniadamente, tanto que –siguiendo los mandatos del hedonismo clásico- mesuro con rigurosa atención este hábito porque pretendo no darle a nadie la oportunidad de recordarme que Dios castiga a los que gozan. Yo, que me entiendo con Dios bastante mejor que muchos que presumen de tenerlo de su lado, le saludo amistosamente por las noches cuando, después de cenar, me enciendo ceremonialmente un cigarrillo y lo consumo poco a poco, sin confundir la placentera tarea con ninguna otra, salvo la de mirar las estrellas, demorándome en cada bocanada con la misma voluptuosa lentitud con la que, unos minutos antes, me habré bebido una copa del mejor vino que mi bolsillo haya podido permitirse.

Aplico esta decidida voluntad de no dejar de disfrutar de los placeres mundanos a todo lo que no es el tabaco y el vino, ustedes me entienden, y no asumo más voluntad de rectificar que la de calcular de qué manera gozar de todo ello más intensamente y durante más tiempo. Sospecho que, en contra de lo que siempre me han dicho, Dios no me enviará al infierno salvo si en el lecho de muerte el fantasma de Mr Scrooge me hace rebobinar mi biografía para demostrarme lo aburrida que ha sido mi vida. ¿Apatía consumista y relativismo moral? Sí, es lo que diría el Papa si me leyera, pero es que Ratzinger es uno de tantos que vino al mundo para hacernos pagar su incapacidad para divertirse convenciéndonos a los demás –a veces a hostias- de lo bueno que será para nosotros llevar una vida patética y aburrida de cojones.

En cuanto a la sequedad del corazón –instalada hasta las trancas en el alma de Mr Scrooge- no acabo de verme en la tesitura de tener que amar más. A lo largo de mi vida he idolatrado a personas que no se lo merecían… No tengo la sensación de haber violado ni por un momento aquel mandato de Walt Whitman: “Pobre de aquel que camine una sola legua sin amor”. Por cada momento de placer que he disfrutado del amor, la vida ha dejado sobre mí una tremenda cicatriz… y alguna duele todavía. Si el Espíritu me desvela, que sea para pedirme que aprenda a amar con tanta ciencia como aprendí a fumar y a beber… o para dejarme el corazón en paz, pero son los excesos sentimentales los que llevan media vida desvelándome, no su ausencia, que sospecho que no me habría de dar más que ronquidos.

¿Viajar más? ¿Volver a leer libros de poemas? ¿Cuidar más las amistades?... Yo, en realidad, creo que mi gran problema es el estrés. Si de manera tan petulante hablo de mí en este post es porque creo que, en el fondo, este es un mal compartido por casi todos los que trato. Algunos de mis allegados han arruinado su salud mucho más por esa mierda que por drogarse, vagar por los Mares del Sur o alternar con mujeres de la vida. El estrés es un cabrón, pues, como el colesterol, que resulta del hábito de hacer “lo que conviene”, como comer o como trabajar diligentemente, nos envenena por saturación de disciplina y autoexigencia. Hay quien se estresa para que le quieran más sus compañeros de trabajo, lo cual es muy loable aunque profundamente estúpido… Hay quien lo hace para darle caprichos caros a su cónyuge… Hay quien teme a la marginación, quien intenta expiar alguna culpa del pasado, quien no soporta la posibilidad de dejar de dar pedales a su ritmo de vida ni un momento. No sé cuál es exactamente mi causa. Sé que, debido a mi deficiente socialización, mi mala cabeza y mi indisciplina natural, que me hace propenso a la haraganería, adaptar mi ritmo cardiaco al de la vida laboral me convierte en un minusválido moral, capaz de olvidarse de que lo que tiene al lado en el sofá, el ascensor o la cama es una persona y no el botón de on y of.

Fiel a la tradición, que en mi biografía salpica con misteriosa insistencia las vísperas navideñas con algún tipo de calamidad, tengo la oportunidad de recuperar en estos días el olor -tan inconfundible- de un hospital. El corazón de mi padre ha quedado retenido unos días en la ITV del General. Deberíamos visitar de vez en cuando lugares como la sección de cardiología. Siéntense al lado de uno de esos ancianos que se pasean –a veces arrastrando la percha del gotero- por los pasillos de esta especie de purgatorio que es un centro hospitalario. Hablen con él. A lo mejor es un tipo con el corazón infartado por las preocupaciones… a lo mejor se llama Mr Scrooge y les enseña el futuro, el desierto en el que se convertirá su vida si no dejan de preocuparse de gilipolleces y recuerdan, sosegadamente, que –como enseñaba Omar Kayyam- Dios habita en el fondo de un vaso de vino. Feliz Navidad.

Thursday, December 11, 2008







MONGOL




El estreno del film sobre el joven Gengis Khan me inclina irremediablemente a recordar una de las figuras más decisivas de mi imaginario personal, Marco Polo. A primera vista, la conexión puede parece algo arbitraria, lo sé. Cuando Gengis forjó el imperio de las estepas, Niccolo y Matteo Polo, padre y tío respectivamente de Marco, ni siquiera habían nacido. Fue Kublai Khan, nieto del conquistador, el gran emperador de Oriente a cuyo servicio -si son ciertas todas las historias que contó a Rustichello en su cautiverio genovés- vivió como embajador y gobernador de remotas regiones chinas el aventurero veneciano que ha pasado a la historia con el nombre de Marco Polo.

El film de Sergei Bodrov es francamente recomendable. Le cierra el paso a la condición de obra maestra un cierto hermetismo en el perfilado del personaje central -cuyo verdadero nombre de origen es Temudgin-, enigmático en su mirada y en sus afectos... acaso demasiado enigmático. También presiento en la batallas esa manía tan del cine de Extremo Oriente -aunque ésta sea propiamente una película rusa- de exaltar la emoción épica con acciones de intrepidez sobrehumana y mortífera eficacia. La maravillosa fotogenia de las frías estepas y la capacidad del narrador para asociar la forja de un héroe grandioso con la de una comunidad a golpe de infortunio le confieren a la película un atractivo incuestionable.






Este aspecto, el de la hostilidad del espacio estepario, el frío, la desolación de las grandes extensiones vacías, la vida a caballo, la comida magra y pensada solo para la supervivencia, el dolor de la muerte violenta de los seres queridos... Sin esa cercanía apremiante de la muerte Temudgin no habría sido Gengis Khan ni las hordas nómadas de jinetes mongoles habrían conquistado China. La primera escena del film es reveladora. Tras la mirada torva del hombre encarcelado, se esconde la voluntad inquebrantable de un líder y la fiereza de un lobo...Sabemos que Temudgin escapará, se lanzará como un demonio sobre los carceleros, pero antes habrá necesitado encontrar -siempre la encuentra- la ayuda de algún aliado imprevisto. Quiero pensar que Gengis no unificó los clanes mongoles por ser una bestia sangrienta, sino por ser sabio. Al principio, cuando aún no es sino el jefe de un pequeño clan, consigue atraerse algunos guerreros de su "hermano de juramento", Jamuka, porque tiene la habilidad de no abusar de su liderazgo y quedarse tan solo una pequeña parte del botín que obtienen con cada batalla. Jamuka montará en colera, será el inicio de una gran querella que culminará cuando Temudgin se proclame khan de todos los ejércitos mongoles e inicie la conquista de su imperio.



La guerra... Todo proviene según Heráclito de ese mismo fuego. La guerra define en todos sus contornos el mundo mongol. Incluso la leche, el producto que con todos sus derivados mejor define la ruda aportación mongola a la gastronomía china, es arma de guerra en la biografía de Temudgin, ya que su padre Yesugei es precisamente envenenado con un cuenco de leche. Esa muerte no es más que un jalón más en una sucesión de promesas incumplidas, robos, secuestros, venganzas y rapiñas que atraviesa la vida de Temudgin desde niño. El miedo del hombre que traiciona a su padre, seguro de que aquel niño con ojos de lobo tomará venganza, decide asesinarlo, pero la ley mongola trae la maldición a quien mata a un niño, de ahí que el hijo de Yesugei haya de vivir como esclavo dentro de un cepo durante mucho tiempo hasta que crezca y pueda ser asesinado sin irritar a los dioses. A partir de ahí, su vida es una sucesión de huidas. Sus encuentros con el lobo blanco en la montaña de los dioses, la angustiosa necesidad de aguantar el dolor, el hambre y el frío, su milagrosa capacidad para eludir la muerte una y otra vez terminarán forjando a un hombre excepcional. Gengis Khan fue el personaje de leyenda que la estepa necesitaba para unir bajo un solo rey y un código legal simple y estricto a toda aquella disparidad de tribus, hordas y clanes que había vivido entre la guerra y la alianza durante siglos.




¿Y Marco Polo? Su estancia en China coincidió con los tiempos más esplendorosos del dominio mongol, justo cuando el Gran Kublai se atrevió a lanzar a sus barcos a la conquista de Cipango, con el desastre que, por una terrible tempestad, nos han revelado los memoriales de la corte de Bejing. (Kambaluk, en aquellos tiempos) La familia Polo y otros aventureros de Europa, que se atrevieron a internarse en Asia aprovechando la ruta de la seda y las caravanas de mercaderes, trajeron las primeras noticias de gigantescos movimientos de poblaciones y ejércitos -más allá de las tierras codiciadas por los cruzados- que llegarían a poner en serio peligro la supervivencia de la cristiandad, acosada en sus fronteras desde entonces y durante siglos por aquellas hordas de hombres de ojos fieros y pequeños -"busca una mujer de ojos pequeños, Temudgin, los ojos grandes dejan entrar sueños y demonios que vuelven locas a las esposas"-.






¿Mintió aquel mercader? Dejo esta discusión, apasionante sin duda, a los historiadores expertos en la materia. Parece cierto que algunas sombras en el relato que le hizo a Rusticcello y que inquietó considerablemente a los inquisidores, el Libro de las maravillas, delatan contradicciones propias de un fabulador al que, en ocasiones, podía tentarle en exceso la posibilidad de encantar a los jóvenes que le escuchaban con ojos como platos en los muelles de Venecia. Se le han atribuido en falso importaciones chinas como la de la pasta o la pólvora, y hay incluso quien piensa que jamás viajó más allá de donde estuvieron muchos otros que murieron en el más absoluto de los anonimatos.


Hace diez años un turista entró a la Catedral de San Marcos, huyó de entre las turbas cargadas de cámaras con flash, se alejó unos metros con su mujer, contempló unos segundos la fachada de aquella Iglesia hecha por ángeles... Se puso a llover sobre la Serenísima, y él vio a un adolescente soñador llamado Marco mirando al océano, esperando que su padre Niccolo y su tío Matteo regresaran después de tantos años y le llevaran, entonces sí, con ellos hacia Oriente. No hay duda de que aquellos dos rudos mercaderes regresaron cuando ya se les daba por muertos. Decían tener que regresar para cumplir un encargo del Gran Kublai... Y se llevaron a Marco. ¿Mintieron? Alguien ha dicho que cuando la leyenda supera a la realidad es mejor escribir la leyenda. En el peor de los casos, Marco Polo fue un grandioso contador de historias.

Yo por mi parte he decidido seguir dentro del sueño. La plaza de San Marcos fue, hace diez años, uno de los últimos lugares que consiguió hacerme llorar. En el lecho de muerte, cuando alguien intentó ponera a Marco Polo en paz con Dios y hacerle confesar que no había contado más que mentiras, el viejo moribundo replicó: "Si no conté ni la mitad de lo que ví".








Saturday, December 06, 2008







HUESOS








Mi amigo Paco Fuster me ha hecho llegar un libro con el que francamente estoy disfrutando, El infierno imbécil, una colección de artículos publicados en distintos diarios por Martin Amis durante los años ochenta. Alguna vigencia, algún encanto particular deben tener estos textos para que a una editorial española se le haya ocurrido traducirlos veinte años después. Amis le pasa factura a algunos de sus autores norteamericanos predilectos, desde Saul Bellow hasta Philip Roth, pasando por la pendencia tabernaria entre Norman Mailer y Gore Vidal. No tiene pierde, como diría mi abuela, el artículo en que relata su entrevista con el enigmático e irritante Truman Capote o el de las horas que pasó Amis en Palm Beach, la milla y media más cara y deseada del mundo, donde sintió hasta que punto la riqueza obscena que cultivan los yanquis puede llegar a ser asfixiante y digna de lástima.


Igualmente nos relata, con precisión de reportero que oculta la ironía del intelectual en campaña, las reuniones y festivales de fanáticos religiosos que apoyaron con toda su alma a Ronald Reagan y a su "Revolución Conservadora". La vigencia de este artículo proviene de lo que pueda tener de profético. Hay un hilo conductor entre el espanto que sugiere el estúpido griterio eufórico del hatajo de fanáticos de la Biblia que nos relata Amis y el paisaje que, dos décadas más tarde, dibuja Richard J. Bernstein en El abuso del mal sobre el legado -siniestro e inquietante- que nos queda de esa y de las anteriores revoluciones conservadoras que han ido triturando todas las leyendas que, desde la promulgación de la constitución en Filadelfia en 1787, nos han hecho creer en los Estados Unidos de América como la guía espiritual de la democracia en el mundo.



El Mal, el mal con mayúsculas... la desfachatez con la que el dogmatismo religioso se pasea obscenamente por las villas de América explica que un ciudadano medio, formado en el rigor moral del pietismo o el culto a la ética del enriquecimiento heredado de la tradición protestante, se sienta seguro deambulando por el mundo sin tener ninguna duda respecto a quienes son los buenos y quienes los malos. Uno de los ejes del mal es nada menos que el evolucionismo. Con frecuencia escuchamos noticias respecto a los problemas que en tal o cual universidad del Middle West tienen los profesores de Biología para saltarse las Sagradas Escrituras. Pero no debería extrañarnos teniendo en cuenta que un zote como Bush ha gobernado durante ocho años la Nación, que en la América profunda hay una corriente atávica de rechazo hacia los intelectuales, y que en los USA, cualquier estrella mediática -desde Oprah Winfrey hasta un telepredicador con evidente aire de timador- constituyen garantía de verdad más respetable que todas las Universidades de Harvard que queramos levantar sobre el suelo.






Quizá por eso veo de vez en cuando con cierto agrado una serie que me han recomendado alguno de mis alumnos, Bones. Los autores han conseguido crear un sistema de equilibrios bastante razonable con la media docena de personajes que forman el elenco protagonista. En torno a la protagonista, una antropóloga forense llamada Brennan -y apodada justamente Bones- que se inspira al parecer en un personaje real que puso al servicio del FBI sus conocimientos sobre huesos humanos para solucionar crímenes, la serie consigue el encanto de convertir cualquier trozo de cartílago en un rastro para llegar hasta un asesino. Los sinuosos meandros de la atracción que surge entre los personajes en el recinto de la institución donde trabajan -el Smithsonian-, con ese juego de miradas y pueriles instintos de posesión que, si es inteligentemente dirigido, confiere cierto erotismo difuso a la trama, son sin duda parte esencial del éxito de Bones... Pero yo me quedaría con esa decidida vocación científica que consiste en darle sentido a un indicio aparentemente nimio. Tras haber acostumbrado a nuestros niños a que un idiota que sabe artes marciales se dediqué a fulminar a los malos a hostias, reconforta pensar que un estudiante de la ESO entienda que el verdadero héroe no va al gimnasio ni lleva una pistola con forma fálica, más bien usa la cabeza, no está seguro de a quien ama, tiene miedo cuando hay tiros ... y, para colmo, resulta que es mujer, pero no sexy ni explosiva.


La historia de la paleoantropología está por lo visto repleta de muescas de actos delictivos. Brennan es honesta, insoportablemente honesta en sus métodos y en su conducta moral, pero temo que el árbol genealógico de los buscadores de esqueletos está repleto de sinvergüenzas y manipuladores. Y es que la comunidad científica no necesita en realidad ser hostilizada por pietistas y creacionistas... lo que de verdad le gusta a los científicos es -como dice Woody Allen que pasa con los mafiosos- putearse entre ellos.


No sé si conocen la historia del "Hombre de Piltdown", pero la cosa tiene su miga. Apareció en 1922 en una cantera de Sussex, es decir, en plena Gran Bretaña. Se trataba de un cráneo humano con una mandíbula tremendamente primitiva. Por fin, pensaron los sabios de la época, el eslabón perdido, y encima entre nosotros, "aquí" en Inglaterra. Resulta pues que Adán era inglés y el paraíso, pese al viento tan chungo que corre por el Támesis, lo situó Dios un poquito al sur de la city. Lástima que el cráneo tuviera un par de años y la mandíbula que habílmente le encasquetó el desaprensivo que enterró el cráneo en el sitio adecuado para que alguien lo descubriera fuera nada menos que de un orangután. Un fraude científico como un castillo de grande, vamos. Lo curioso es que la comunidad científica no descartara definitivamente la validez del Hombre de Piltdown hasta cuarenta años después de su descubrimiento.


Hay varias teorías sobre el origen de esta impostura que habría hecho desear a Miss Bones nacer en esos tiempos. Según Stephen Jay Gould -imprescindible leer cualquiera de los ensayos de este excepcional naturalista y divulgador- el verdadero artífice de toda esta impostura fue justamente el presunto descubridor del cráneo, el paleontólogo William Dawson, el cual vio cómo en algún momento la bromita se le escapaba de las manos sin tener ya valor para echar la marcha atrás. Hay quien también incluye en la nómina de sospechosos nada menos que a Teilhard de Chardin, aquel fraile que, convencido de la imposibilidad de resistirse al torbellino evolucionista, optó por tratar de acomodar las nuevas teorías al dogma religioso, resultando una simpática ensalada por la cual las especies mutaban pero, cuando llegaba el momento de que el simio se volviera un poco loco y empezara a hacer cosas raras como bajarse de los árboles o fundar asociaciones de librepensadores, Dios intervenía para dotar de alma al barbilampiño de marras. (¿No les recuerda al monolito de Kubrick en 2001?)



Pero de todas las hipótesis, mi preferida es la que apunta José Antonio Pascual en su interesante ensayo (Revolucions en les ciències naturals. La nova visió de la Terra i de la vida), donde se baraja la posibilidad de que el verdadero autor del crimen fuera nada menos que Arthur Conan Doyle cuya residencia se encontraba muy cerca de la cueva de Piltdown. He aquí al padre de Sherlock Holmes creando la trama perfecta para que su personaje cobrara vida y terminara descubriendole a él -justamente a él- como autor del crimen. Y solo hubiera faltado que Sherlock se llamara Brennan, fuera una mujer y no hubiera llegado de Baker Street sino del Smithsonian de Washington. Un poco retorcido, pero sugerente.



Bromas aparte, no tengo ninguna duda de que la historia de la ciencia es la de la presencia de la política en todos los regímenes de verdad que han ido compitiendo en cada campo y a cada momento. Cuenta José Antonio Pascual que, apenas unos años después de que estallara la bomba de Piltdown, el anatomista sudafricano Raymond Dart se encontró con un cráneo al que terminó considerando como ejemplo de una especie antecesora a la nuestra, es decir, que aquel descubrimiento silencioso convierte al "Niño de Taung" en un verdadero "eslabón perdido", si es que les gusta a ustedes esta denominación últimamente en desuso. ¿Por qué se tardó tanto en aceptar la hipótesis de Dart -hoy ya no cuestionada- y se dio por bueno al Hombre de Piltdown sin apenas contrastar las pruebas? Es bien sencillo, si Piltdown no era una impostura, resulta que Adán era inglés, fumaba en pipa y era hincha del Liverpool... si la verdad estaba en Taung, resulta que nuestro origen es África.


Vaya, que llegamos aquí en una patera. Permitir a los biólogos hacer su trabajo tiene estos riesgos. Qué bien lo sabían Reagan y los telepredicadores.

Sunday, November 30, 2008






HÉROES Y VILLANOS



1. Es poco lo que en este blog puedo añadir a todo lo que se viene diciendo desde hace días en el blog de Justo Serna -aquí lo tenéis linkeado- respecto a la presentación de su último libro Héroes alfabéticos. Por más que yo me haga el listo en la animadísima tertulia a la que dan lugar sus blogs, debo reconocer que me sorprendió extraordinariamente que me invitara a la presentación en La Casa del Libro. Soy algo más joven que los otros tres que se sentaron a la mesa -el propio Serna y los otros dos presentadores, Anaclet Pons y Francesc Vila-, conozco personalmente al autor desde hace relativamente poco tiempo, no formo parte del gremio de historiógrafos y, sospecho, no tengo una historia personal que me haga merecedor de una gran confianza.



Esto último debo explicarlo. Justo Serna no me conoce tanto como para suponer que con toda seguridad no hubiera acudido borracho al acto, en cuyo caso le hubiera empastrado la presentación. Tampoco sabe que mi vocación frustrada es la de payaso -estoy hablando totalmente en serio- y que, en una circunstancia como la del pasado miércoles en La Casa del Libro, hubiera podido sobrevenirme la tentación de ponerme a soltar gilipolleces. Por suerte, entendí hace muchos años que no tengo tanta gracia como para montar números así, y que, después de todo, tampoco mi ansia de protagonismo es tan incontenible como para no entender -creo que es una pura cuestión de cortesía- que a quien vienen a ver los asistentes es al autor.


Hablando del autor, creo que hay algunos prejuicios que convendría desactivar. Héroes alfabéticos es un ensayo inteligentemente divertido. Lo de "inteligente" le parece bien a todo el mundo, lo de "divertido" tiene cierta mala fama. Añadan a la pinta seria y sesuda que -cuando no se le conoce, y sobre todo, cuando no se le lee ni se le escucha- presenta Justo Serna el hecho de que el libro haya sido publicado por la Universitat de València, y puede uno hacerse la idea de que si lo adquiere va a pasarse un par de domingos de frío aguantando un rollo plomizo y culterano sobre los literatos que se ha empapuzado el autor.



Y entonces, uno empieza a leer... "Nos multiplicamos con personajes y con relatos que sin ser nuestros nos interpelan y nos conmueven( ...) Leer puede ser un acto tan creador y esforzado como el de escribir, porque cuando lees y lees con denuedo, con perseverancia, con exaltación ávida y adolescente, te nutres, te expresa de manera vicaria, te rehaces con las experiencias de otros para adensarte interiormente y para hacerte más rico y expansivo."(pp.17)



La imagen de la lectura como una oportunidad, como una suerte, eso que mi padre tuvo tan claro de niño, cuando un libro era un lujo casi inalcanzable, alcanza un poder inmenso de la mano de Serna en pasajes tan luminosos como éste "Todavía hay narradores que describen y observan el mundo con furia, con la convicción firme de estar abarcando precisamente las dimensiones de lo real. Hay escritores en cuyas historias aún se aprecia la nostalgia de los viejos maestros, de esos grandes creadores dotados de riqueza inmaterial y capaces de reconstruir la dimensión exacta del mundo , de hacer el depósito de su imaginación."(pp.18)



Me formé haciendo eso que llamaban en los ochenta "radio libre". Tuve muchísimas noches la sensación de que, mientras hablaba al micro, (recuerdo una noche de Navidad así, allá en estudio de la Calle Garrigues), era perfectamente posible que ni una sola persona me estuviera escuchando. Explicando el cogito cartesiano a mis alumnos, ese "yo pienso", única certeza absoluta que puedo permitirme, me he acordado a veces de aquellas noches en Radio Klara. Eso, y la sensación de que para obtener hoy en día la atención de un grupo de adolescentes hay poco menos que bailar una sardana desnudo sobre la tarima -creo que hacen algo así en algunas telediarios del Este de Europa, poner a alguien dando el tiempo en pelotas para que no baje el share- me ha hecho vivir absolutamente obsesionado con la necesidad de no aburrir. Quizá mi intervención en la presentación del miércoles fuera algo corta, como me han comentado, quizá el libro merecía una lectura más enjundiosa y profunda que la que yo hice. Pero no hay nada que me asuste tanto como un oyente deseando apagar la radio... Como le dicen los marcianos a Woody Allen en Recuerdos de una estrella, cuando bajan de la nave y éste les exige que le digan cuál es el sentido de la vida, estos le contestan que no lo tiene y que si quiere hacer algo bueno por el mundo lo que le conviene es ingeniárselas para contar mejores chistes.



Lo pasé muy bien el miércoles, lo pasé mejor todavía leyendo el libro de Justo Serna, Héroes alfabéticos, pero ¿saben?, incluso de algunos de los momentos más dolorosos de mi vida, lo único que me ha parecido verdaderamente memorable no ha sido una intervención académica y sesuda... ha sido más bien el golpe de humor producido por una frase a contracorriente de alguien que se expuso a la censura de los cruzados contra el humor, el resbalón por piel de platano del tipo más serio o el premio obtenido y que alguien por error cambió en el último momento por el objeto más absurdo. Presentí el miércoles una corriente de afecto hacia el escritor muy intensa, muy extendida, entre quienes asistieron al acto. A algunas personas se les escucha porque son capaces de enseñarnos algo, pero también porque consiguen, sin proponérselo, que mucha gente les quiera bien. Si tienen la grandeza de asumir que en esto último reside parte de su éxito, retendrán a su audiencia y podrán seguir siendo algo más que un Descartes solitario en una cabaña en medio del invierno hablándole a una estufa. O a un micrófono.








2. El sábado, último día de noviembre, la Plataforma per l´ensenyament públic, que no es otra cosa que la representación de la totalidad de la comunidad educativa, salió masivamente a la calle para manifestarse contra la devastadora política educativa del gobierno autonómico. El Conseller de Educació del gobierno del País Valenciano, don Alejandro Font de Mora, se tuvo que comer una movilización popular de esas que no se recordaban casi desde tiempos post-dictatoriales. Cuando la derecha española llega al poder, hace falta tan solo un gesto obsceno de soberbia, una cacicada esperpéntica como lo de la Educación para la Ciudadanía en inglés para que la gente se dé cuenta de que les importa un comino la educación, de que tienen perfectamente asumido que la red publica escolar no es más que un estorbo cuyos gastos hay que economizar, que los niños -ellos que dicen tanto creer en la familia- son rehenes ideales de cualquier mezquina contienda partidaria, de que aquello que no produce una rentabilidad inmediata debe ser minimizado y despreciado... La mamarrachada de Citizenship no es en realidad más que un síntoma. La gestión de la educación -que no solo ha sido maltratada por el PP, no se engañen- requiere manos expertas y serias... De alguna manera, los ciudadanos deberíamos saber que son hombres buenos los que planean y administran el futuro de nuestra sociedad. Todos mis esfuerzos, todos mis proyectos, todo lo que he realizado y lo que me quede por realizar, aquello que alguna vez me ha parecido importante... todo quedará alguna vez en manos de los críos que mañana mismo oiré pegar gritos sobre el campo de fútbol del instituto. Que sean las tempestades quienes vuelvan baldía toda esa tierra hecha de sueños, que no sea un hatajo de petimetres que creyó, un día, que la mayoría absoluta les permitiría hacer lo que les diera la gana con todos nosotros.






Friday, November 21, 2008










20 DE NOVIEMBRE








1.Cuando yo nací Franco aún existía. Estaba viejo como una pasa y el pulso le temblaba a pesar de la determinación con la que firmó la sentencia de muerte de Puig Antich y tantos otros... Todos, en mayor o menor medida supimos a qué sabían las hostias de la dictadura, incluso mi hermana Andrea, que nació dos días antes del fallecimiento oficial del Caudillo, quizá incluso muchos que nacieron después han experimentado las consecuencias de haber vivido en una especie de edad media gris y cutre durante cuarenta años. Cuatro décadas en las que el mundo civilizado aprendía a convivir libremente y que nosotros perdimos miserablemente por la fuerza de las armas y el derecho de conquista, que permite al ganador destruir, humillar o silenciar al enemigo. Ayer, en un programa trivial de la tele celebraban una especie de encuesta: "si quieres que Franco resucite llama a tal número, si quieres que siga en la tumba llamas a tal otro". A muchos el nombre del dictador les suena todavía a cartilla de racionamiento en la posguerra, a sótanos de la policía, a palizas nocturnas a los mariquitas por la Brigada Social, a un paisaje zafio y sin estilo de ritos impostados y al cobarde asentimiento del rebaño de borregos que aman a quienes conducen el mundo hacia la paz de los cementerios. Ahora ya solo es un chiste, mejor así después de todo. Mi sobrina Lola puede permitirse el lujo de no saber siquiera quien fue Francisco Franco. Su tiempo le deparará cambios climáticos, nuevos virus, nuevas vulnerabilidades, nuevos riesgos... pero no volverá a soportar una España de obispos orondos, coroneles con bigote y caciques que hacían callar al pueblo entero cuando ellos hablaban.

Se acabó, las tormentas de arena de la historia apenas dejarán más rastro de todos ellos que el del simple recuerdo. Eso, y un puñado de chistes que con el tiempo acaso ya ni tengan gracia. Adiós para siempre.




2. La detención de Cheroqui da también lugar a algunos chistes. Mi primera inclinación es mirar con severidad al de las bromas. El tema no me hizo gracia jamás, ni pizca. Alguien alude a la afición del terrorista al hachís, la cual probablemente facilitó su descuido y detención. (Ya decía mi abuela que las drogas son malas) Pienso un poco... quizá sea mejor reírse un poco. En una escena de la segunda parte de El Padrino, Kay dice a Mike Corleone: "ahora mismo creo que ya no siento ningún amor por ti... Ya solo te tengo miedo, Mike". Qué poca seducción son capaces los pistoleros de ejercer sobre mí, qué poco han significado en mi vida, qué pocas luces han añadido a mis desvelos, qué poco habré de acordarme de ellos cuando muera, qué insignificantes resultan quienes todavía dicen que no entendemos el conflicto vasco... Acaso la risa sea, después de todo, más inteligente que el miedo.


3. El 20 de noviembre es también, por cierto, el día internacional de la filosofía. No me atrevo a insistir en lo de siempre: que si la sociedad no puede deshacerse de la necesidad de la reflexión, que si debemos seguir incordiando con preguntas trascendentales para saber que aún no nos hemos convertido en borregos del rebaño, que si la filosofía es la bestia negra de los tiranos, que si hay un contubernio mundial del capitalismo y la tecnocracia para acabar con la enseñanza de los saberes críticos y convertirnos así a todos en sumisos esbirros. Pero por esta vez no voy a fastidiarles con frases lapidarias de Kant o Descartes. Sólo quiero acordarme del único filósofo que verdaderamente alegra mis actuales días: el Doctor House. La imagen que acompaña el párrafo me suscita un breve texto: "Mi silencio es la victoria de los tiranos". Es un personaje de ficción, pero no se puede tener todo.




Hablando de risas, el último capítulo emitido en la fox de la actual temporada me deja largamente pensativo. Wilson, que lleva semanas alejado de su amigo House, se siente obligado a llevarle al entierro de su padre. House, que no parece sentir en lo más mínimo el fallecimiento de su progenitor, pasa el viaje puteando a su viejo amigo y tratando de dificultar el viaje porque no le apetece en lo más mínimo asistir a las exequias. Una vez allá, obligado a pronunciar un discurso, simula una enorme pena para, a continuación, acercarse al cadáver como para besarlo y aprovechar para extraerle un poco de sangre, pues tiene la teoría de que en realidad no es su padre verdadero, hipótesis cuya veracidad se demuestra días después con el correspondiente análisis. En realidad House es un bastardo, su verdadero padre es el lechero. En ese momento Wilson llega a desear profundamente matar a House.


Al regreso, tras un largo silencio lleno de ira reconoce la verdad ante el tribunal de sí mismo. "Eres detestable, House, pero desde que murió Amber (su novia) hace dos meses, no me había divertido ni una sola vez como hoy lo he hecho contigo. No puedo prescindir de ti, aunque me pese". Dijo el príncipe de los filósofos, Friedrich Nietzsche, no estar dispuesto a "tomarme en serio a nadie que no haya sido capaz de hacerme reír" Por eso he dejado a Kant y veo a House, es lo más filosófico que se me ha ocurrido decir hoy.


4. La comunidad escolar se encerró la pasado noche en el instituto. Carteles reivindicativos, cena comunitaria, algunos gritos... El motivo es el que ha motivado toda la corriente de encierros, protestas y movilizaciones de todo tipo que se vienen llevando a cabo en el País Valenciano desde hace meses: la nefasta política educativa de la actual Conselleria. Vamos camino de una gran manifestación, el sábado de la siguiente semana, y de una gran jornada de huelga. Si conseguimos algo, mejor, si no, nos hemos divertido. Al menos, la otra noche.





5. El próximo miércoles, a las siete y media de la tarde en la Casa del Libro de Valencia, nuestro querido Justo Serna (consulta su blog), estrena su último libro, Héroes alfabéticos, una serie de escritos sobre la trascendencia que para cualquiera de nosotros han ido teniendo algunas tramas, personajes o escenarios míticos de la novela moderna. Dado que colaboro en la presentación no puedo por más que invitaros a todos al evento. Lo pasaremos bien y habrá copita de champán.






Thursday, November 13, 2008






EL NADADOR









Una constante del imaginario novelístico y cinematográfico son los indios. En su condición de salvajes actúan de forma incomprensible para los hombres blancos; por ejemplo cuando, tras una matanza feroz, perdonan extrañamente la vida a un tarado inofensivo. La razón, según la tradición narrativa iniciada en el viejo Fenimore Cooper (El último de los mohicanos, leer la novela, olvidar la película), es que para los indios los locos son sagrados, pues por su boca hablan los dioses. En su lenguaje extraño resulta pues que los locos anuncian la verdad. El cine de John Ford, acuérdense de Mose Harper en la grandiosa The searchers, ha insistido en esa idea. ¿Absurdo? Quizá, pero como sucede en aquel cuento de Hans Cristian Andersen, El traje nuevo del emperador, hace falta una mente no sometida a las convenciones institucionalizadas -un niño, un loco, un esclavo, qué más da- para atreverse a decir lo que todos ven pero nadie parece querer reconocer, que el emperador va desnudo.




Cambio de escena. En un film español de los noventa, Todo por la pasta, se da una escena aparentemente intrascendente que, sin embargo, a mí se me ha quedado grabada para siempre. En un geriátrico, un viejo loco -magistral interpretación de Luis Ciges- se sube a lo alto del campanario anunciando su intención de tirarse al vacío. La enfermera que se tiene que subir a convencerle de que no se tire le recuerda que la vida merece la pena, que tiene hijos... al final le promete que le pondrán la tele todas las horas que quiera:





-"¡No, no quiero ver la tele porque solo salen hijos de puta!", contesta a gritos el viejo. Loco, pero no tonto, desde luego.



Aquel hombre me hizo ver la luz. El verdadero problema de la televisión no es la falta de calidad de algunos programas ni su carácter adictivo ni el exceso de publicidad ... el verdadero problema de la televisión es su bajeza moral. No creo que todos los que aparecen regularmente en la pantalla sean unos indeseables, pero sospecho que es tan difícil encontrar a tipos honrados en la tele como en la mafia rusa o en el aparato de un partido político.







Hace tiempo que quería referirme a un suceso nocturno televisivo que todavía colea en internet. Su protagonista fue David Meca. El tipo no me es especialmente simpático. Tiene pinta de pijo de las playas, de beber cócteles tropicales en los chiringuitos, de un poco guapo, un poco tonto, un poco bronceado y un poco creído. Ninguna razón para tomarnos una cerveza juntos, pues dudo mucho que yo le gustara más de lo que él me gusta a mí. No voy a entrar en las razones por las que ocupa un escalón más abajo de la cima de la fama habitada por Fernando Alonso, Pau Gasol o Rafa Nadal. Quizá su especialidad, la natación de larga distancia y a mar abierto, no puede recibir el trato mediático de deportes como los que practican los aludidos, quizá es que cruzando estrechos entre océanos no hay medallas para España... No lo sé, y no me importa mucho, la verdad. Hasta que apareció en aquel programa de Tele Cinco, aparte de un pijo atontado, David Meca era el tipo del que yo, con cada una de sus hazañas, repetía aquello de "qué huevos tiene este tío, hay que reconocerlo". Me gusta el mar, no soy nadador... pero siempre he admirado el esfuerzo y la tenacidad de los corredores de fondo. Si he llegado a ser un hombre digno y no un tirado de la vida es porque, incluso en los momentos en que todo parecía importarme un carajo y me abocaba a la vida de un alcohólico o un vagabundo, algo en mí me decía que a donde no pudiera llevarme el talento me podría llevar el esfuerzo. Por eso respeto a David Meca.



Aquella noche cometió la imprudencia de acudir al programa ¿Dónde estás, corazón?. Creyó que por ser deportista y tener cierto don de gentes le dejarían promocionar sus aventuras por el reino de Poseidón y que todo lo más le preguntarían si tiene novia o si se tinta las canas. Calculó mal. Todos calculamos mal cuando creemos poder sacar frutos hermosos de árboles podridos. No entendió que quienes ven masivamente este tipo de programas no quieren saber si estamos enamorados o como llenamos el fondo de armario, lo que quieren es ver cómo nos arrastramos por el fango. El problema con un héroe del deporte es que, salvo que le lleven engañado a un programa, no hay manera de jugar a eso de yo te pago y tú dejas que te machaquemos. Es lo que sucede con tanto friki que va a la tele a dejar que la hidra de muchas cabezas le asesté mordiscos y escupitajos durante horas a cambio de un puñado de euros. Más o menos como prostituirse, pero sin la decencia de las putas.






A David Meca le engañaron. Le pasaron al empezar la entrevista un documento donde se demostraba el carácter fraudulento de sus hazañas marinas. Al parecer todo arrancaba de un intento de record consistente en cruzar tres veces a nado el estrecho de Gibraltar sin descansar. Yo puedo pensar que solo un lunático podría plantearse tal salvajada, pero hay quien camina de rodillas durante cincuenta kilómetros o se come doscientas hamburguesas solo para que su nombre salga en el Libro Guinness, esa enciclopedia del mundo contemporáneo donde se cita a los mayores idiotas de nuestros tiempos. Por lo visto, Meca cruzó dos veces; a la tercera, y como consecuencia del mal tiempo, las olas eran de tal altura que Meca optó por subirse a la barca acompañante y abandonar la empresa. De aquel asunto, Tele Cinco dedujo que había cosas oscuras en los records del nadador, de manera que se lanzaron sus reporteros micro y cámara en mano para descubrirlas. El resultado fue un reportaje donde gente que no daba su nombre y aparecía con la cara borrosa decía ser testigo de que Meca hacía trampas y falseaba los datos de sus hazañas solitarias, difundiendo como records lo que en realidad solo eran fraudes. Los miembros del programa de marras no dudaban en dar crédito a tan dudosas fuentes, por más que tal cosa fuera en contra de las normas más elementales de la ética periodística.



Por más que le recordemos a la gente que, en democracia, todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario y que una acusación infundada culpabiliza al que la lanza y no al que la recibe, no dudo de que la imagen de David Meca quedó ensombrecida desde ese momento para los millones de españoles que se comen esa carnaza televisiva de la prensa rosa. ¿Con quien ha empatado la enana de la vena hinchada que preguntaba como un inquisidor o el tipo gris con pinta de huelebraguetas que ponía risa cínica ante las contestaciones del cada vez más sorprendido invitado? Meca se indignó, no es para menos, pero, por lo que he visto en los vídeos que circulan por internet, ni una vez perdió los nervios... se comportó hasta el final como un caballero frente a la hidra, salió del lugar como un gran campeón.


¿Cuando empezaremos a entender que ciertas conductas que se han vuelto tolerables y cotidianas constituyen en realidad un atentado al derecho que toda persona tiene a ser respetada en su dignidad, su intimidad y integridad moral? ¿Cuando dejaremos de dar crédito a personajes que se han forrado a costa de escarbar sin escrúpulos en la basura y que son despreciados por toda la profesión periodística? ¿Cuantos Jueces Garzón han de hacer falta para obligar a las televisiones privadas a devolver todo el dineral que han ganado difundiendo pornografía?


Al menos consiguieron una cosa. Aquel pijo con cara de beber piña colada me empezó a parecer un gigante. Dí en pensar que bajo esa sonrisa idiota se ocultaba el corazón de un león, aunque fuera un león de mar... No sé qué suerte de locura afecta a quien es capaz de lanzarse a mar abierto, enfrentarse a olas homéricas y a bestias con aleta y llegar a destino, a riesgo de sucumbir a cada momento y ser engullido por las aguas. No lo sé, pero a veces miro al mar desde el embarcadero, sigo una estela lejana...y apago de una vez la puta tele.

Saturday, November 08, 2008





LO QUE SÉ DE OBAMA




Lo que sé de Obama es que, en realidad, no sé prácticamente nada. Cuando nos acostumbramos a ver a cada momento en la tele o en las portadas de los periódicos a un personaje, nos llega a parecer tan familiar que se diría que es ya como de los nuestros, sobre todo si, como Obama, o como el Zapatero de los primeros tiempos, tiene facilidad para caer simpático. En realidad, y dado que no soy muy dado a mirarme en el espejo, parece que sé ya más de Obama que de mí mismo... Esta cara, que a veces me encuentro reflejada en el espejo y de la que cada vez me doy más cuenta que es una mezcla al cincuenta por cien de mi padre y de mi madre, me transmite muchas más sombras que la de Obama, entre otras cosas porque, acaso, la de Obama ya es más mi cara que la que el espejo me dice que es la mía. Si yo fuera un fontanero de Arkansas no me votaría a mí, votaría a Obama. ¿Y por qué le hemos votado a él y no a McCain? (digo "hemos" porque los yanquis, en contra del autismo que se les supone, votan en tanto que nación mesiánica pensando que es el mundo lo que va a gobernar el presidente electo, ya que el mundo es los USA)

Cierta teoría afirma que en los periodos de cierta calma económica, la gente tiende a votar a aquel con el que se tomaría una cerveza, un tipo llano que desconfía de los intelectuales y los homosexuales y que no deja dudas respecto a sus intenciones. En la práctica, esto se traduce, por ejemplo, en mantener la laxitud en materia de armas de fuego o de subcontratación de inmigrantes -sobre todo hispanos-, los cuales habrán de seguir produciendo riqueza pero sin dejarles que se crean que pueden vivir como nosotros. Cuando llega la recesión, es un poco como cuando a uno lo someten a una intervención quirúrgica de las gordas, lo que uno quiere entonces es un hombre fuerte. Y sí, Obama parece buen tipo, pero, a diferencia de Bush, ni el americano medio se tomaría cervezas con él ni parecen molestarle los intelectuales y los gays. Y lo que es peor, no se sabe muy bien qué demonios pretende hacer con la nación y, por ende, con el mundo. Y sin embargo le han votado porque parece un hombre fuerte, un líder en toda la extensión de la palabra.



Obama no es Kennedy, no pueden estar más lejos sus árboles genealógicos ni se asemejan las condiciones históricas que posibilitaron sus respectivas irrupciones. Pero hay algo que se respira en ambos casos y que huele un poco a lo mismo, algo que está en la gente y que tiene la virtud de ilusionar... no es que conforte o calme, es más bien esperanza lo que crea, una esperanza tensa y preocupada, una rumor de expectación como el que se crea en las gradas de un estadio cuando un novato con aura de estrella coge el balón. ¿Qué va a hacer? En realidad nadie lo sabe, quizá ni él mismo, pero ahí está él, recogiendo todas las miradas en el centro de la cancha, con el mundo dispuesto a vitorearle en cuanto lance con arte su primera bola. Obama, como Kennedy, es un presidente de la cultura pop, al contrario que Reagan o Bush, asociados en el imaginario de la clase media al referente del cine clásico de Hollywood.


¿Hay razones para confiar en Obama? Ninguna. Las hay para la expectación. Algunos analistas sospechan que en realidad es un subproducto cuya marca de fábrica son ciertos think tanks de Chicago... un subproducto que funciona de maravilla desde el punto de vista del marketing pero que, precisamente por ello, se desinflará cuando su brillantez mediática se tramite en una simple política de gestos. A la hora de la verdad, será el puro pragmatismo el que determine lo verdaderamente importante. A fin de cuentas, incluso Bush ha sido pragmático en contra de la doctrina más ultraliberal cuando ha implementado un plan de intervención profunda en los mercados en cuanto la falta de liquidez de los bancos ha amenazado seriamente con colapsar el sistema financiero. Si lo hizo un hombre tan transparente como Bush,¿por qué no va a actuar Obama al contrario de como nos promete si a fin de cuentas aún no ha prometido nada?






"Los americanos eligen al hombre más poderoso de la Tierra", decían el martes los periódicos. ¡Qué estupidez! A los verdaderos mandarines de nuestro bonito planeta no se les ha perdido nada en el ala oeste de la Casa Blanca. Si soy escéptico respecto a la alta política no es porque sospeche que el sistema de partidos está corrupto o porque no me caigan bien los profesionales de la política. Es porque la lógica desde la cual se constituye el espacio de lo político, que no es otra que la de la representación, está completamente obturada. En el modelo de la democracia catódica característica de la sociedad tardoindustrial, los gobernantes no salen de entre nosotros... la democracia contemporánea es mejor que las dictaduras sangrientas, quien lo duda, pero no es un modelo de representación y, por tanto, no es capaz de articular un espacio público con el espesor suficiente como para otorgar el poder a los ciudadanos. En realidad, la política, si la definimos como el juego del poder, está ventilándose en otras habitaciones de la casa en las que no entran las cámaras ni hay candidatos dando discursos y vendiendo esperanza. La partida se está jugando en los centros desde los que los especuladores deciden donde van a invertir su dinero. Por eso, la función de procesos como el de las elecciones que acabamos de vivir cumple, por encima, de todo, el papel de simulacro. Un gran escenario con actores perfectamente adoctrinados y aplauso final, aplauso terapéutico, pues la obra nos ha hecho creer, por un rato, que somos los ciudadanos quienes tenemos el control de la situación. Pobres, nos sentamos cada cuatro años a los mandos de un bólido que no responde, pero eso sí, tiene colores luminosos, simula el ruido de grandes motores y hay, como en la realidad virtual, una imagen que se desplaza a gran velocidad como si el monoplaza funcionara.





¿Nihilismo? No lo sé. He aprendido que los políticos no nos engañan porque sean unos indeseables, aunque muchos ciertamente lo son, sino porque no pueden dejar de hacerlo, dado que en realidad es eso lo que verdaderamente les pedimos... Y pese a todo, soy tan frágil en mis convicciones como cualquiera de esos tontorrones yanquis comedores de hamburguesas que aclaman al nuevo mesías. Y después de todo, hay algunas noches últimamente en que me acuesto con una sonrisa algo idiota en la comisura de los labios. No sé si Obama es Kennedy porque siempre he sospechado que ni siquiera Kennedy era Kennedy. Fueron las fotos en la playa con su esposa y sus hijos, algunas intervenciones más o menos oportunas o afortunadas y, sobre todo, su asesinato, las que crearon la leyenda del presidente revolucionario. Hay sin embargo algo en Obama que hace pensar en Jefferson o en Lincoln y no en esperpentos como Reagan o Bush, algo que nos recuerda que la Constitución americana es una de la joyas literarias en favor de la libertad y la dignidad de los seres humanos, que su sofisticado y admirable modelo de poderes y contrapoderes responde al principio de que las instituciones no deben cuidar de los ciudadanos, sino permitirles que cuiden de sí mismos... Hay algo en la sonrisa de Obama que hace pensar que, la próxima vez que alguien ofenda a América, su primera inclinación no será la de ponerse a soltar cañonazos a todo lo que se mueva, sino buscar aliados y convencerlos de que tenemos problemas comunes. Quizá es solo que duermo más tranquilo pensando esto.

Tengo un familiar algo reaccionario al que provoqué malvadamente el miércoles preguntándole qué le parecía que el gobernante del Planeta fuera un negro. "Ahora ya solo falta que la siguiente sea mujer, o un maricón, y entonces nos obligarán a todos a hacernos maricones", contestó. Creo que Obama no va a hacer que seamos negros, pero al menos algunos mandarines tendrán que sentarse delante de un negro para seguir mandando sobre todos nosotros. Algo es, ¿no?


*(Mi amigo Francisco Fuster publicó en Claves de Razón Práctica un estupendo artículo a modo de semblanza sobre Obama, cuando todavía era simple candidato al Partido Demócrata en disputa con Hillary Clinton. Barack Obama. Tres precursores: Lincoln, Kennedy, Clinton. Mi prolífico -y profético- amigo publicó también en Ojos de papel una reseña sobre la autobiografía del senador, ahora presidente. Podéis encontrarlas ambas sin problemas en la red. Paco es apenas algo mayor que mis alumnos del Instituto, pero ya está -intelectualmente- armado hasta los dientes. Lo que sé de Obama es en gran medida lo que él me ha contado. Gracias, pues, querido)

Wednesday, October 29, 2008




CAMBIO CLIMÁTICO





La historia de la ciencia es tan antigua como la del poder… y como la de la estupidez.

Cuando Edison presentó su fonógrafo en una convención de sabios, uno de los ilustres, en el momento en que el aparatito empezó a demostrar sus capacidades, gritó desde el fondo de la sala: “¡Farsante, no seremos víctimas de un ventrílocuo!” Claro que, en ese caso, el impostor no fue el entusiasta inventor, sino el oligarca de los círculos del saber establecido que confundió la exigencia del rigor y la seriedad con el dogmatismo y la cerrazón de mente.

Wegener, por ejemplo, se pasó la vida tragándose insultos y agresiones de todo tipo por la osadía y la tenacidad con la que insistió en convencer a los científicos de su tiempo de la teoría de la deriva continental. Los avances que la cartografía venía registrando desde dos siglos antes daban a entender que su presunción de que los perfiles continentales encajaban no era ni mucho menos descabellada. Además, los estudios de Taylor, que demostraba la afinidad entre los materiales rocosos de las costas de América y Africa, apoyaban la infinidad de datos empíricos de índole geofísica, paleontológica o climática con los que Wegener trató de probar su teoría. Murió entre los hielos de Groenlandia, tras una serie de incursiones imprudentes, determinadas por el afán de saber, cuando todavía resonaban en su cerebro acusaciones como la de “conducta inmoral” recibidas por su insistencia en sostener y propagar sus delirantes concepciones. Eppur si muove, dijo en sordina Galileo tres siglos antes cuando su túnica ya había empezado a oler a chamusquina. Pues sí, los continentes se mueven, qué putada, sobre todo para todos aquellos sátrapas con poder en la comunidad científica cuya visión del mundo, por ejemplo en geología, los convirtió en reliquias de un modelo de conocimiento en desuso y destinado al olvido.

“La teoría de la deriva continental es un cuento de hadas. Una fantasía fascinante que ha cautivado la imaginación de mucha gente.” Esto lo dijo un tal Bailey Mills, prestigioso geólogo americano… ¿Saben en qué año? 1943… Y Willumssen, acompañante de Wegener en Groenlandia y cuyo cuerpo nunca fue hallado, se agitó furibundo en su tumba entre los hielos.

No me resulta nada placentero referirme al ex-Presidente del Gobierno José María Aznar, ya que el personaje me resulta insignificante y sus opiniones en cuestiones intelectuales son las propias de un indocumentado. Sentí vergüenza ajena el día en que, con el asunto de Al Qaeda como transfondo, habló en cierta prestigiosa universidad americana sobre “los moros que invadieron España” con el mismo acento paleto que se le pone cada vez que visita a Bush en su rancho de Texas. En estos días, nuestro amigo se ha descolgado revelando su posición negacionista respecto al cambio climático. Es curioso que los actuales dirigentes del PP se hayan desmarcado de tales posicionamientos, pues hace algunos meses, en plena campaña electoral, Rajoy echó mano de la autoridad de su primo –al parecer muy versado en estos asuntos- para ironizar sobre el alarmismo de las teorías en cuestión.

El primer posicionamiento de esa índole que recuerdo es de hace cerca de una década, cuando el tema de la contaminación atmosférica y las estadísticas referentes a subidas de temperaturas medias y a perturbaciones en las grandes corrientes oceánicas empezaba a plantear la hipótesis de un calentamiento global del planeta. Un veterano “Hombre del Tiempo” de la televisión franquista visitó la escuela para ilustrar a los niños en meteorología. Preguntado sobre el asunto, echó por tierra la polémica aprovechando para fustigar a los ecologistas con el argumento de que cuando un bosque se quema y se construye en los terrenos “los dueños de los chalets plantan árboles que sustituyen a los bosques que había”… a lo que añadió sin cortarse un duro que “la acumulación de sustancias contaminantes en la atmósfera dejaría sentir sus negativos efectos no antes de varios miles de años”. Y como dice mi madre en estos casos: “a vivir, y a comer pasteles.” Era un señor con bigote que salía en la tele años ha y algunos se convencieron de que podemos seguir haciendo todas las marranadas que nos apetezca que cuando el planeta se dé por enterado no quedarán sino las cucarachas o las bacterias.

Por lo general, estas formas de oscurantismo se alimentan de una imagen esperpéntica del ecologismo como un grupo de melenudos histéricos que lloran cuando matan a las focas en el Ártico y se lavan la cara por las mañanas con mierda de vaca para no gastar agua. Si conociéramos el currículum de quienes dirigen asociaciones con un historial tan admirable como Greenpeace, probablemente agrandaríamos la mueca de desprecio ante este tipo de intervenciones. No están en el fondo muy alejadas de las de aquel sargento chusquero y con bigote que dirigía la instrucción en el cuartel donde mi padre hizo la mili. El día en que les enseñó a disparar el dichoso cetme, iluminó a los reclutas con su visión sobre “la teoría del tal Newton que tanto se creen últimamente” (pese a haber sido enunciada en el XVII, hablaba de la teoría en cuestión como si se tratara de una moda reciente): “Vean ustedes, cuando disparo la bala termina cayendo… ¿Creen ustedes que lo hace por la gravedad esa? Pues no, señores, la bala cae por su propio peso” Y ahí quedó el tipo con sus santos huevos, gallardo y orgulloso mientras los quintos sudaban al sol del mediodía.

Me llama la atención la costumbre que tiene la derecha de buscar en sus oponentes los vicios de los que siempre –con razón- se les ha acusado a ellos. En su lejana juventud, Aznar se sintió muy cómodo con el franquismo, régimen de gobierno caracterizado, como toda dictadura, por mantener el miedo en el cuerpo de cualquiera que tuviera ganas de disentir del poder. Muchos como él, y en general la mayoría de los votantes veteranos del PP, han necesitado décadas de aprendizaje para darse cuenta de que la democracia no está tan mal –otros lo sabían antes, y por eso lucharon contra Franco-, pero les ha quedado la manía de advertir síntomas liberticidas en todos los que no comparten sus opiniones. Con cierta amargura, Aznar denuncia el espíritu inquisidor con el que los defensores del cambio climático persiguen y excomulgan a quienes dudan de la evidencia de dicha teoría. Probablemente haya entre los expertos en cambio climático algunas actitudes dogmáticas y poco dadas al debate. Pero, qué quieren que les diga, he encontrado a lo largo de mi vida muchos más inquisidores fuera del mundo de la ciencia que dentro de ella. Y los he encontrado sobre todo en ámbitos ideológicos ultraconservadores y ultracatólicos donde el matrimonio Aznar nada como pez en el agua.

En cualquier caso, el ilustre conferenciante, puestos a buscar la paja en el ojo ajeno, hubiera podido referirse al espíritu inquisidor de las viejas dictaduras del telón de acero, más en concreto de la de Stalin. Un biólogo llamado Lyssenko, hizo fortuna en la Unión Soviética como defensor de concepciones evolucionistas de corte lamarckiano, ya totalmente superadas por las de Darwin, lo que retrasó durante décadas el avance soviético en biología. La concepción de Lyssenko fue protegida y difundida en las escuelas del país debido a su amistad con Stalin y al hecho de que al dictador le parecían más adecuadas a la ideología del Partido Comunista que las defendidas por el darwinismo, que al parecer le sonaban mucho a “pro-capitalistas”. Ya lo ve, señor Aznar, los rojos también tienen cadáveres en el armario cuando de poner la ciencia al servicio de los intereses políticos se trata.

Dado que no me considero suficientemente documentado en esta materia, no seré yo quien aporte aquí argumentos a favor de la teoría del cambio climático. Sí tengo algunas intuiciones, empezando por la de que nunca se ha acumulado tanto dióxido de carbono en la atmósfera. La explicación que los divulgadores dan respecto a los efectos de tal fenómeno y su incidencia en el clima y, por tanto, en el equilibrio medioambiental, son perfectamente entendibles para cualquier crío de 4º de la ESO. Ahora bien, quizá Greenpeace y Al Gore nos manipulan a todos. Yo, sin embargo, tengo otras sospechas. Por ejemplo la de que muchas grandes empresas y, por qué no decirlo, grandes Estados, están especialmente interesados en pagar a personajes destacados para propagar la idea de que el cambio climático es un invento de cuatro profetas locos. De esa manera, la sociedad tardará más tiempo en obligar a los contaminadores a cargar con la responsabilidad de pagar por los males que causan sus sucias prácticas, desde los vertidos al mar y a la atmósfera, hasta el asfaltado abusivo de territorios, pasando por la tala intensiva de árboles o la sobreexplotación de recursos naturales. Y hasta que eso llegue, los beneficios de no pagar por ensuciar ya estarán a buen recaudo en los paraísos fiscales correspondientes. También alimento la sospecha de que, en el fondo, a la gente nos resulta más cómodo pensar que nuestros hábitos de consumo no tienen ninguna incidencia sobre la salud de este planeta que tan generosamente nos alberga. En todo caso, siempre puedo echarle la culpa a las grandes empresas del desastre mientras yo voy en pleno invierno en calzoncillos gracias a la potente calefacción que me he instalado en casa. El mensaje ecologista consiste precisamente en eso, en recordarnos que todos tenemos una responsabilidad para con nuestro entorno.



Tengo una vecina que se queja de que los perros del vecindario vienen a cagarse en la pequeña parcela de tierra que hay en torno a un hermoso árbol junto al patio del edificio. Me dijo que habría que asfaltar la parcela y talar el árbol, pero que los ecologistas se oponían: “a mí es que me caen muy mal los ecologistas”. Sí que son cabrones, sí, no quieren talar el único árbol que queda en la zona. Yo, personalmente, prefiero echarles la culpa a los indeseables que llevan a los perros a cagar en mi casa y no en la suya, a los cuales por cierto no se les ocurre activar la bolsita correspondiente para que la cosa no se quedé a unos metros de mi balcón toda la noche, como viene pasándome desde que llegué a este barrio. A Aznar también le caen mal los ecologistas. Seguro que si tiene perro lo envía a cagar a mi casa… la culpa es del árbol.

“Seguir discutiendo sobre esa fantástica teoría es perder el tiempo y confundir las mentes de los estudiosos”. Esto también lo dijo el ínclito Bayley Mills sobre Wegener y su teoría de la deriva continental. ¿No les suena?